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sábado, 12 de febrero de 2022

Nuestra Señora de Lourdes y sus tres pedidos

 



          Además de la revelación central de la Aparición de Nuestra Señora de Lourdes, la revelación de la condición de la Virgen como la Inmaculada Concepción -la Virgen le dice a Santa Bernardita, en su dialecto “Yo Soy era la Inmaculada Concepción”-, en estas apariciones de Lourdes podemos considerar tres pedidos que hace la Virgen. Veamos cuáles son. Rosario, humildad, penitencia.

          Un primer pedido es el rezo del Santo Rosario, ya que la Virgen se presenta con un Rosario entre sus manos y le enseña a rezar el Santo Rosario a Santa Bernardita. Esto es para que tomemos conciencia de que debemos rezar el Rosario todos los días, por varios motivos: por el Rosario conseguimos infinidad de dones, gracias y milagros que la Santísima Trinidad tiene para darnos, pero que quiere darnos sólo a través de la Santísima Virgen. Lamentablemente, muchos tienen el Rosario como un objeto de adorno, sea en el auto, sea en el cabezal de la cama, o lo llevan, como si fuera un amuleto, en sus bolsillos y esto no debe ser así, porque el Rosario debemos tenerlo entre las manos para desgranar sus cuentas. Otro motivo del rezo del Rosario es que a través del Rosario contemplamos los misterios salvíficos de la vida de Jesús y también de María y por medio de la contemplación de los misterios, participamos de estos misterios, convirtiéndonos, misteriosamente, en corredentores de nuestros hermanos.

          Un segundo pedido de la Virgen de Lourdes es la penitencia. En una de sus apariciones, sólo dice una sola palabra, a la cual la repite por tres veces: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!”. El motivo de la penitencia es que es necesario hacerla, para reparar por las innumerables ofensas que reciben, día a día, todos los días, los Sagrados Corazones de Jesús y María. La penitencia puede ser, por ejemplo, un día de ayuno a pan y agua, o el privarnos de algo lícito y bueno que nos apetezca, para así reparar por las ofensas cometidas contra Jesús y María.

Por último, aunque de forma implícita, la Virgen pide la humildad -le ordena a Santa Bernardita que escarbe en el barro, con el rostro y las manos, en la gruta, que es el lugar de donde salió efectivamente el agua milagrosa que curó cientos de miles de enfermos y que continúa fluyendo hasta la actualidad-, porque la humildad, junto con la caridad y la mansedumbre, asemejan al alma a los Sagrados Corazones de Jesús y María.

Al recordar las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes, recordemos, además del hecho principal, la revelación de la condición de la Virgen como Inmaculada Concepción, los tres pedidos que hace la Virgen: el rezo del Rosario, la Penitencia y la práctica de la Humildad.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La Inmaculada Concepción y Madre de Dios Hijo

 


         Es muy importante tener presente la condición de la Virgen como Inmaculada, porque de ese dogma se derivan dos verdades esenciales de nuestra Fe Católica: la verdad de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero y la verdad de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación del Verbo. Por esta razón, meditaremos brevemente en el significado de la Inmaculada Concepción y su relación con la Iglesia y la Eucaristía.

          Ante todo, debemos afirmar que la Virgen María tiene un doble privilegio, que no lo tiene ninguna otra creatura de la humanidad: fue concebida sin mancha de pecado original, es decir, con su humanidad –cuerpo y alma- purísima y además fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, colmada del Espíritu Santo. Este privilegio doble no lo tuvo, no lo tiene y no lo tendrá ninguna otra creatura humana, hasta el fin de los tiempos. ¿Cuál es la razón de este doble privilegio de la Virgen? La razón es que la Virgen estaba predestinada, por la Santísima Trinidad, a ser la Madre de Dios, es decir, a ser la Madre humana de la Segunda Persona de la Trinidad, cuando ésta se encarnara en la plenitud de los tiempos. Puesto que el que se encarnaba era Dios Hijo –y en cuanto tal, Purísimo e Inmaculado, desde el momento en que es la Santidad Increada-, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra, debía ser como Él -esto es, Pura e Inmaculada-, ya que Él no puede inhabitar en una naturaleza corrompida por el pecado. Por esta razón, la Virgen fue concebida sin pecado original, porque debía ser Purísima y purísimo debía ser su seno, para que en él inhabitara el Verbo Eterno del Padre, una vez que se encarnara, una vez que se uniera a una naturaleza humana. Pero tratándose de Dios Hijo, no bastaba que la Virgen fuera Purísima; no bastaba que su naturaleza humana no hubiera sido contaminada con la mancha del pecado original: al tratarse del Verbo del Padre, que es Quien espira al Espíritu Santo, el Amor de Dios, junto al Padre, desde la eternidad, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra no podía tener un simple amor humano, aun cuando éste fuera purísimo, como lo era el amor del Corazón Inmaculado de María: debía inhabitar, como en el seno del Padre inhabita desde la eternidad, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y es por esta razón que la Virgen fue concebida “Llena de gracia”, lo cual es lo mismo que decir “inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo”. De esta manera, la Virgen habría de recibir al Verbo del Padre no sólo con su naturaleza sin mácula, sin mancha –un alma y un cuerpo humanos purísimos-, sino además llenos, plenos, inhabitados, por el Amor de Dios, el Espíritu Santo; en el Corazón de la Virgen Inmaculada debía arder el Amor de Dios y no meramente el amor humano de una madre humana perfecta, como lo era la Inmaculada Concepción. Es por esta razón que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, Llena de gracia, Llena del Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que amara al Verbo de Dios con el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo.

         Pero el prodigio de la Virgen no se detiene en Ella, porque si la Virgen fue concebida Inmaculada y Llena de gracia, así fue concebida la Iglesia, Inmaculada y Llena de gracia, al nacer del Costado traspasado del Salvador, para que la Iglesia alojara en su seno, el altar eucarístico, y lo custodiara con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al Hijo de Dios encarnado, la Eucaristía, así como la Inmaculada y Llena de gracia alojó en su seno virginal al Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. Sólo de la Virgen Inmaculada y Llena de gracia podía surgir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús y sólo de la Iglesia Católica, Inmaculada y Llena de gracia, podía salir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús Eucaristía. Éstas son las razones por las que la Virgen y la Iglesia son Inmaculadas y Llenas del Espíritu Santo.

               Entonces, el que niega que la Virgen es Inmaculada y Llena del Espíritu Santo -como lo hacen los protestantes, por ejemplo-, niega la condición de la Iglesia como Esposa del Cordero y niega además a la Eucaristía como Presencia Real y substancial del Hijo de Dios encarnado. De ahí la importancia, para nuestra fe y nuestra vida espiritual, de creer firmemente en el Dogma de la Inmaculada Concepción.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

¿Quién es la Inmaculada?



         La Inmaculada es la Mujer del Génesis (3, 15), que con el poder de Dios participado aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua; la Inmaculada es la Mujer al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27) que por pedido divino nos recibe como hijos adoptivos de Dios y herederos del Reino; la Inmaculada es la Mujer revestida de sol de la que habla el Apocalipsis (12, 1), Emperatriz de cielos y tierra; es la Llena de gracia (Lc 1, 26-38) que da su asentimiento al plan divino de nuestra redención.
         La Inmaculada es la Mujer que Dios ha puesto como Madre nuestra del cielo, para que nosotros no tengamos miedo de llegar a Dios, porque nadie tiene miedo de una madre que tiene a su Hijo en brazos, como la Virgen.
         La Inmaculada es la Mediadora de todas las gracias, a la que Dios ha puesto para que acudamos a Él para pedirle cualquier gracia, porque nadie tiene temor en pedirle a su propia Madre aquello que necesita, y así al ser nuestra Madre, no tenemos temor en pedir las gracias que necesitamos para nuestra eterna salvación. Al darnos a la Virgen como Mediadora de todas las gracias, Dios se asegura por una doble vía que las hemos de conseguir: por un lado, porque siendo la Virgen nuestra Madre celestial amorosísima, no tenemos temor en acercarnos a Ella para pedirle esas gracias; por otro lado, porque Él no le niega nada a la Madre de Dios y de los hombres.
         Le pidamos a la Inmaculada, en este tiempo de Adviento, la gracia de preparar el corazón para recibir a Cristo Dios que Vino en Belén, Viene en cada Eucaristía y ha de Venir al fin de los tiempos a juzgar a vivos y muertos.

sábado, 8 de diciembre de 2018

La Inmaculada Concepción, Madre y Modelo de la Iglesia



         

         Hay una razón por la cual la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, es decir, sin la mancha del pecado original y es que estaba destinada a ser la Madre de Dios. Aquella que debía alojar en sus entrañas maternales al Hijo de Dios no podía estar contaminada con la mancha del pecado original de Adán y Eva, mancha con la cual nacemos todos los seres humanos; es decir, no podía tener la malicia del pecado quien debía alojar en su seno purísimo a Aquel que es el Dios Tres veces Santo y la Santidad Increada en sí misma. Pero la Virgen también fue concebida como Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo y la razón es que el Hijo de Dios, que moraba en el seno eterno del Padre desde toda la eternidad, era amado por el Amor de Dios, el Amor Purísimo y Perfectísimo de Dios, el Espíritu Santo y por lo mismo, al encarnarse, debía ser amado por ese mismo Amor de Dios, de manera tal que la Virgen, destinada a ser la Madre de Dios, no solo debía ser Inmaculada Concepción, esto es, concebida sin mancha de pecado original, sino también debía estar inhabitada por el Espíritu Santo, para que el Hijo de Dios fuera recibido, al encarnarse en su seno purísimo, con el mismo Amor con el cual la amaba Dios Padre desde la eternidad.
         Hay otra razón por la cual la Virgen fue concebida Inmaculada y Llena de gracia, además de que estaba destinada a ser la Madre de Dios y es que la Virgen es Madre y Modelo de la Iglesia, de manera que todo lo que se produce en la Virgen, se reproduce y continúa luego en la Iglesia. Así como la Virgen, por obra del Espíritu Santo, concebía en su seno al Hijo de Dios encarnado, que habría de nacer y donarse al mundo como Pan de Vida eterna, así también la Iglesia, la Esposa Pura e Inmaculada del Cordero debía concebir, también por obra del Espíritu Santo, por medio del milagro de la Transubstanciación, en cada Santa Misa, al Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y por esa razón, tanto la Iglesia, como el altar eucarístico, que es su seno purísimo y virginal, en donde prolonga su Encarnación el Cordero de Dios, son inmaculados, purísimos, llenos de gracia y morada del Espíritu Santo. Así, la Iglesia continúa, en cada Santa Misa, la obra del Espíritu Santo, la prolongación de la Encarnación del Verbo en su seno purísimo, el altar eucarístico.
         Entonces, porque debía concebir al Hijo de Dios encarnado y porque debía ser Madre, Modelo y Figura de la Iglesia en donde el Hijo de Dios habría de prolongar en el tiempo su Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, es que la Virgen es concebida como la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia y es por eso que la Iglesia es también concebida del costado de Cristo como Purísima Concepción y Llena del Espíritu Santo y para dar a luz a la Eucaristía.
         Gracias a la Virgen, Inmaculada Concepción, tenemos al Hijo de Dios nacido como Pan de Vida eterna; gracias a la Iglesia, concebida como Purísima Concepción y Llena de gracia, tenemos al Hijo de Dios entre nosotros, el Emanuel, el Cordero de Dios, al Niño Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Así, la Virgen María nos da la Eucaristía, que es el Niño Dios oculto en apariencia de pan y la Iglesia nos da al Niño Dios, oculto en la Eucaristía.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Novena a la Inmaculada Concepción Día 7



En una de las apariciones, la Virgen le dijo a Bernardita solo tres palabras: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”; además, le hizo repetir estas palabras, lo cual hacía Bernardita mientras se arrastraba de rodillas hasta el fondo de la gruta. Ahí la Virgen le reveló un secreto personal y después desapareció”[1]. En el relato de las apariciones se continúa así: “Bernardita por humildad no relató todo los detalles, pero los testigos contaron que también se le vio besar la tierra a intervalos, La Virgen le había dicho: “Rogarás por los pecadores... Besarás la tierra por la conversión de los pecadores”. Como la Visión retrocedía, Bernardita la seguía de rodillas besando la tierra. Bernardita se volvió hacia los asistentes y les hacía señas de: “Ustedes también besen la tierra”[2].
¿Qué reflexiones nos merecen esta aparición?
Por un lado, el pedido de la Virgen de penitencia, lo cual es un pedido insistente, al repetirlo por tres veces. La penitencia es algo necesario para que el alma no solo repare por sus propios pecados –“el justo peca siete veces al día”, dice la Escritura-, sino por los pecados de los que no hacen penitencia ni les importa hacerla, porque no tienen en cuenta la Ley de Dios. Cuando el justo –es decir, el viador pecador que busca vivir en gracia- hace penitencia, eso agrada a Dios, porque demuestra un deseo de vivir en amistad con Él, aun cuando por su debilidad él mismo cometa pecados, una y otra vez. Por esto mismo, por la reiteración de los pecados, que en el fondo son ofensas a Dios, se necesita hacer penitencia y mucha penitencia, sobre todo en nuestros días.
La otra reflexión que podemos hacer es acerca de la obediencia de Bernardita, porque ella inmediatamente comenzó a hacerla –una forma de hacerla fue obedecer lo que la Virgen le decía, lo cual le provocaba humillación ante los demás-, besando la tierra.
Penitencia, auto-humillación, humildad. Todo esto que la Virgen le pide a Santa Bernardita, nos lo pide, en nuestros días, también a nosotros, porque también en estos días es necesario hacer penitencia, por los pecados propios y ajenos y porque por nuestra soberbia, es necesario practicar la humildad y la auto-humillación, todo lo cual conforma nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y María.


Novena a la Inmaculada Concepción Día 6



         Una de las características de la Inmaculada Concepción en sus apariciones a Santa Bernardita es el hecho de que, en todo momento, tuvo un Rosario entre sus manos. De hecho, acompañó a Bernardita a rezarlo, pues la santa veía cómo los labios de la Virgen se movían al recitarlo. La Virgen, entonces, dio un claro mensaje a Santa Bernardita: ella debía rezar el Rosario, como destinataria principal de las apariciones. Sin embargo, la indicación de rezar el Santo Rosario no se limitó a Santa Bernardita: viendo el alcance de la aparición, que si bien era una aparición privada, pero destinada a toda la Iglesia Universal, el mensaje de rezar el Rosario –todos los días- no se limitó, de ninguna manera, a la devoción y crecimiento espiritual de Santa Bernardita, sino que se extendió a toda la Santa Iglesia. En efecto, a través de Bernardita, la Virgen quería, entre otros mensajes dados en la aparición, que la Iglesia toda rezara el Santo Rosario. Para eso fue que se apareció, explícitamente, con un Rosario colgando de sus brazos; para eso fue que rezó con Bernardita el Rosario y para eso fue que le dijo que todos en la Iglesia debían rezar el Rosario.
         El Rosario es la oración “inventada”, por así decirlo, por el cielo; es decir, no se trata de una creación humana, lo cual ya un indicio de su importancia. Además, el Rosario es una verdadera arma espiritual, con la cual el alma no sólo aleja al Demonio de su vida, sino que consigue de la Virgen, Mediadora de todas las gracias, absolutamente todas las gracias que necesita en esta vida, para conseguir la vida eterna. En homenaje a las apariciones de Lourdes y para darle contento a nuestra Madre del Cielo, hagamos el propósito de rezar el Rosario todos los días de nuestra vida, para así obtener las gracias necesarias, no solo para superar las pruebas, tribulaciones, persecuciones y dificultades de esta vida presente, sino ante todo, para recibir las gracias que nos permitan ganar la vida eterna.

Novena a la Inmaculada Concepción Día 5



         En la Tercera Aparición, la Virgen le dice a Bernardita lo siguiente: “Yo prometo hacerte dichosa, no en esta vida, sino en la siguiente”. De esta afirmación, podemos extraer varias reflexiones. Por un lado, la confirmación de que esta vida es temporal, limitada y que luego hay otra vida, que es eterna e ilimitada, perfectísima. Además, esta vida es justamente llamada “valle de lágrimas”, porque en ella, si bien hay alegrías y momentos de sosiego y de paz, vemos cómo continuamente, sea por la debilidad del hombre caído en el pecado, que no puede permanecer en gracia mucho tiempo y comete la maldad del pecado, sea porque precisamente no es la vida perfecta del Reino de Dios, se ve de modo continuo cómo, día a día, el reino de las tinieblas parece avanzar sin que nada ni nadie lo detenga. Esto lo comprobamos en los innumerables males que se suceden día a día y que son noticia cotidiana. Pero esto no sucede a los pecadores solamente, sino que es algo que les sucede también a quienes están en el camino de la perfección. En algún momento, por alguna causa, sucede algo –relacionado o no con nuestras personas- pero que sin embargo provocan zozobra, angustia y tribulaciones en los corazones. En la vida terrena y temporal, todo parece fluir, como algo continuo y en ese fluir, la mayoría de las cosas no provienen de Dios. Podría pensarse que personas afortunadas, como Bernardita, que estuvieron tan cerca de la Virgen  y por lo tanto de Dios –todo lo que hace y dice la Virgen es de parte de Dios-, podrían verse libres de tantos males como acaecen en este mundo y no es así: por el contrario, pareciera que son las que más destinadas están a sufrir las tribulaciones, angustias, persecuciones, incertidumbres y dolores de este mundo. En el caso de Bernardito, es sabido que, en el tiempo de las apariciones, sufrió abundantes humillaciones, pues todos pensaban que había perdido la razón –la única que veía y oía a la Virgen era Bernardita, por lo que parecía que cuando estaba frente a la Virgen, como los demás no la veían, daba la impresión de que hablaba sola y esto mucho más, cuando tuvo que arrodillarse, cavar un pozo y extraer agua con lodo, la cual debió beberla y lavar su cara con ella-; luego de las apariciones, al entrar en la vida religiosa, sufrió muchísimo a causa, ya sea de sus superioras, como de sus propias hermanas de religión, sea por celos, envidia, o simplemente por incomprensión. De hecho, delante del obispo, Bernardita fue humillada por su superiora, quien la trató en voz alta y despectiva como persona “de pocas luces”. Todo esto no hace sino afirmar las palabras de la Virgen, quien le dijo a Bernardita: “Yo prometo hacerte dichosa, no en esta vida, sino en la siguiente”. Esto quiere decir que es verdad lo que la Santa Madre Iglesia afirma desde siempre: esta vida es solo temporaria, “una mala noche en una mala posada”, como dice Santa Teresa de Ávila. Como toda noche, le sucede el día y así pasará con esta vida terrena y temporal: terminará y sobrevendría el Día del Señor, Día sin ocaso, Día que señalará el inicio de la feliz eternidad para quienes hayan sido fieles a los Mandamientos del Señor, a sus Palabras y a sus promesas. Uno de los mensajes de Lourdes es, entonces, que si bien vivimos en este “valle de lágrimas”, lleno de tribulaciones, persecuciones y dolores, si nos mantenemos de la mano de la Virgen, cubiertos por su manto y refugiados en su Inmaculado Corazón, esta vida terrena pasará pronto y luego comenzará, para el que haya sido fiel hasta el fin, la vida eterna, la eterna bienaventuranza en compañía de Jesús y María en el Reino de los cielos.


Novena a la Inmaculada Concepción Día 4



         Un hecho que sorprendió a los asistentes a las apariciones –quienes no veían a la Virgen, sino solo a Bernardita-, fue que vieron cómo Bernardita saludaba y hablaba aparentemente con alguien, pero que estaba invisible, por lo que parecía que Bernardita estaba hablando sola. Luego la vieron inclinarse, arrodillarse y hacer un pequeño pozo en la tierra, de donde comenzó a surgir agua; Bernardita bebió agua y se lavó la cara, todo lo cual significó para ella una gran humillación, ya que todos lo tomaron a mofa, al no ver, por supuesto, a la Virgen, ni entender, en consecuencia, de qué se trataba.
         En este acto de humillación pública de Bernardita debemos ver dos cosas: por un lado, la humillación en sí, que no es otra cosa que una participación a la humillación de Cristo en la cruz; por otro lado, el fruto de la humillación de Bernardita –agacharse, excavar un pozo- fue el inicio de una surgente de agua cristalina, milagrosa, por la cual se curaron y siguen curándose, día a día, miles de peregrinos que acuden a Lourdes. Esto último es también una participación a la cruz de Cristo, porque así como del pozo excavado en la gruta salió agua cristalina y milagrosa, así del Costado traspasado de Cristo surgió el agua cristalina y milagrosa, la gracia santificante, que cura el alma al librarla de la peste del pecado y le concede además la salud de la vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
         Con esto vemos que nada de lo que Dios pide es en vano: a Bernardita le pidió que se humillara públicamente y de esa humillación –participación de la humillación de Jesús en el Calvario- surgió una fuente de gracia y bendición. Lo mismo sucede con toda humillación aceptada, con espíritu cristiano, y ofrecida con humildad a los pies de la cruz de Jesús.


Novena a la Inmaculada Concepción Día 3



Bernardita Soubirous, testigo excepcional de una de las más grandiosas apariciones de la Virgen, las apariciones en Loudes, Francia, describe, de primera mano, su encuentro privilegiado con la Madre de Dios. Bernardita, sin saber que era la Virgen, en una de las primeras apariciones, le preguntó: “¿Quieres decirme quién eres? Te lo suplico, Señora Mía”. A continuación, y según su relato, la Virgen separó y elevó sus manos, poniéndolas a la altura del pecho, en señal de oración. La crónica de los hechos dice así: “Entonces la Señora apartó su vista de Bernardita, separó y levantó sus manos, poniéndolas en posición de oración delante del pecho y, más resplandeciente que la luz del sol, dirigida la vista al cielo dijo: “Yo Soy la Inmaculada Concepción”.
Ahora bien, si consideramos que esta aparición es excepcional y que Bernardita tuvo un privilegio único, que la convierte en una de las santas más afortunadas de la Iglesia, debemos sin embargo considerar que también nosotros somos testigos y partícipes de un hecho excepcional, que nos convierte en los seres más afortunados del mundo: por el misterio de la liturgia eucarística, no se nos aparece la Virgen para decirnos “Yo Soy la Inmaculada Concepción”, pero, por la gracia de la cual Ella es Mediadora, por la Eucaristía, ingresa en nuestras almas Jesucristo, Quien nos dice: “Yo Soy el que Soy”, esto es, el Nombre propio de Dios. Y no lo pronuncia en una oscura y recóndita gruta, como en el caso de la Virgen a Bernardita, sino que pronuncia el Nombre de Dios en lo más recóndito de nuestro oscuro corazón y así como la Virgen iluminó la cueva de Lourdes con la luz de la gloria de Dios, así Jesús, al entrar en nosotros por la comunión, ilumina la oscuridad y las tinieblas de nuestras almas.
Por esto mismo, si consideramos a Bernardita Soubirous como una de las santas más afortunadas de la historia de la Iglesia porque se le apareció la Virgen de Lourdes, también nosotros nos podemos considerar como los seres más afortunados del mundo, porque recibimos a Jesús, el Hijo de la Virgen, por la Eucaristía.




Novena a la Inmaculada Concepción Día 2



         Una de las virtudes que más ama Dios en el alma es la humildad. A tal punto la ama, que en el Evangelio nos pide, explícitamente, que luchemos por adquirir esa virtud, para así imitarlo a Él: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La humildad es una de las formas en las que la infinita perfección del Ser divino trinitario se expresa a través de la naturaleza humana; de ahí que ser humildes –que no significa pobreza material-implica no solo la imitación de Cristo –y por supuesto, también de la Virgen- sino que ante todo implica la participación en la perfección del Ser divino trinitario. Es decir, Jesús nos pide ser humildes no sólo por la virtud en sí misma, que es buena, sino por un motivo más elevado: porque así lo imitamos a Él, que es “manso y humilde de corazón” y al mismo tiempo, participamos de su naturaleza divina y de la perfección de su Ser divino trinitario. Por supuesto que también imitamos a la Virgen, porque después de Jesús, quien posee el más alto grado de humildad, más que todos los ángeles y santos juntos, es la Santísima Virgen. Así lo demuestra, por ejemplo, cuando el Arcángel Gabriel la saluda para anunciarle la Encarnación y la Virgen, lejos de ensoberbecerse por haber sido elegida para ser Madre de Dios, se llama a sí misma “esclava”: “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según su voluntad”.
Porque Dios ama la humildad –la cual, lo repetimos, no se refiere a la pobreza material-, es que elige a Bernardita Soubirous, quien era, por naturaleza, humilde, simple, sencilla, al punto que podía decirse que en ella no existía la malicia. Según Bernardita misma lo declaró, jamás dijo una mentira –por eso le parecía inconcebible que alguien dijera una mentira-, lo cual demuestra un alma que es transparente, pura y humilde, por la acción de la gracia. La Virgen no eligió a sabios doctores y teólogos para manifestar uno de los más grandiosos misterios y dogmas de su condición de ser la Madre de Dios, esto es, que Ella es la Inmaculada Concepción, sino que eligió a una niña, que apenas sabía leer y escribir y que sólo sabía las verdades elementales de la religión católica y el motivo por el cual la Virgen –y Dios mismo- eligió a Bernardita para transmitir al mundo tan importante revelación, es que Bernardita era humilde, sencilla, simple, inhabitada por la gracia desde su bautismo.
Puesto que estamos lejos de la humildad, no solo de Jesús y de la Virgen, sino de la humildad de Bernardita, debemos pedir, insistentemente, a la Virgen, Mediadora de todas las gracias, la gracia de no solo rechazar el más mínimo pensamiento de soberbia, sino de al menos desear ser humildes de corazón, para así imitar y participar de la humildad de los Corazones de Jesús y María. Si queremos estar unidos a Jesús y a María, recordemos las palabras de la Virgen en el Magníficat: “(Dios) rechaza a los soberbios y ensalza a los humildes”. Por último, si alguien pregunta cómo se llega a la humildad, los Padres del desierto dicen así: "A la humildad se llega por el temor de Dios (...) y al temor de Dios se llega alejándose de todo lo mundano y recordando, con todas las fuerzas, el día de la muerte y el Juicio de Dios" (cfr. Apotegmas de los Padres del Desierto, Editorial Lumen, Buenos Aires 1979, 62).



Novena a la Inmaculada Concepción Día 1



         La Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, es decir, sin la mancha del pecado original, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, conservando su virginidad. La Virgen, al estar destinada a ser la Madre de Dios, debía tener un alma y un corazón purísimos, no contaminados por la malicia del pecado original, puesto que Aquel que debía encarnarse en sus entrañas purísimas no era un hombre, un ser humano, una persona humana, sino una Persona divina, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Debido a que Dios es la Pureza Increada en sí misma, no podía ser alojado, aquí en la tierra, en un seno materno que no fuera como Él, es decir, purísimo y sin mancha alguna y esa es la razón por la cual la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción. Pero además de ser concebida como Inmaculada Concepción, la Virgen fue concebida como Llena de gracia, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios y la Santidad Increada en sí misma. La razón de ser concebida como Llena de gracia es que el Hijo de Dios, que inhabita en el seno del Padre desde la eternidad, siendo amado por el Padre con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al encarnarse, debía ser recibido no con un amor similar, sino con el mismo Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es decir, Dios Hijo, el Logos del Padre, era amado desde la eternidad por el Padre con el Espíritu Santo y con este mismo Amor Divino debía ser amado y recibido al encarnarse en la tierra, en el tiempo y en la historia humanos, para llevar a cabo el plan divino de la redención del hombre. Por esta razón, la Virgen fue concebida entonces, no solo como Inmaculada Concepción, sino como Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo.
         Al recordar a la Virgen en su Inmaculada Concepción, nosotros sus hijos debemos renovar el propósito de imitar a nuestra Madre del cielo, del mismo modo a como en la tierra los hijos se parecen a su madre y la forma de hacerlo, la forma de imitar su Inmaculada Concepción y su condición de Llena de gracia, para nosotros, que fuimos concebidos con la mancha del pecado original y sin la gracia somos nada más pecado, es estar en estado de gracia santificante. Por medio de la gracia, el alma pasa, de estar contaminada por el pecado, al estado de pureza inmaculada, al participar de la naturaleza divina y así nos parecemos a la Virgen en su Inmaculada Concepción; por la gracia, el alma se convierte en templo del Espíritu Santo y así imitamos a la Virgen en su  condición de Llena de gracia, de inhabitada por el Espíritu Santo. Al conmemorar a María Santísima como la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, renovemos el propósito de ser dignos hijos de Nuestra Madre celestial, no solo evitando el pecado, sino viviendo en estado de gracia .

martes, 6 de marzo de 2018

La Legión contempla a María en su Inmaculada Concepción y de Ella obtiene toda su fuerza



         La primera característica de la devoción legionaria es una gran confianza en Dios Uno y Trino y en su infinito, eterno, inagotable e incomprensible Amor que Él nos tiene a todos y cada uno de los seres humanos[1]. Ese Amor se demuestra en el deseo que Dios tiene de que “todos los seres humanos seamos salvados” (cfr.1 Tim 2, 4). La Legión tiene, por lo tanto, en el Amor de Dios, su primer objeto de devoción.
         Ahora bien, ese Amor de Dios se “materializa” en Jesús, Dios Hijo encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y que se ofrece, en el altar del Calvario y en el Nuevo Calvario, que es la Santa Misa, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para que uniéndonos a Él en la Eucaristía, se cumpla el divino designio de salvación para nosotros. Y puesto que el Hijo de Dios, encarnación de la Divina Misericordia, viene a nosotros por medio de María Santísima, dice el Manual del Legionario que, en segundo término –inmediatamente luego del Amor de Dios-, la devoción del legionario se dirige a María Santísima, la Mujer del Génesis, del Calvario y del Apocalipsis, por cuyo intermedio nos viene la salvación, Cristo Jesús. Dice así el Manual del Legionario: “La Legión vuelve sus ojos, en segundo término, a la Inmaculada Concepción de María”[2]. Es decir, la Legión contempla a María no de cualquier modo, sino en su condición de ser María la “Inmaculada Concepción”.
Es decir, es verdad que María Santísima posee innumerables virtudes, dones y gracias, que superan en santidad, inimaginablemente, a los ángeles y santos más santos entre todos, pero la Legión presta atención en aquella condición de María Santísima que es la condición por la cual Ella recibe todos sus dones, gracias y privilegios de parte de la Trinidad, y es la condición de María de ser la Inmaculada Concepción. A esto se refiere el Manual cuando refiriéndose al segundo término de la devoción del legionario, afirma que la Legión “vuelve los ojos a la Inmaculada Concepción”, porque es el don primigenio que hará que María sea luego Madre de Dios, y luego Corredentora, Mediadora de todas las gracias, etc.
Los iniciadores de la Legión comprendieron que el Amor de Dios encarnado, Cristo Jesús, venía a través de la Inmaculada Concepción de María y es la razón por la cual “los primeros socios se reunieron alrededor de un altarcito de la Inmaculada”[3]. Es por este motivo que, desde el punto de vista espiritual, la primera jaculatoria de la Legión fue en honor y en acción de gracias al privilegio de la Virgen de ser la Inmaculada Concepción, porque fue el privilegio por el cual la Virgen recibió luego todos los otros dones, privilegios, gracias y mercedes inenarrables con las cuales la Santísima Trinidad adornó su ya preciosísima e inmaculada alma. Entre esos privilegios –además del privilegio incomparable de ser Virgen y Madre de Dios- la Virgen fue concebida sin la mancha del pecado original para que, por su pureza y humildad, fuera la que “aplastara la cabeza del Dragón”, ya que Dios la hacía ser partícipe de su omnipotencia divina.
         En las Sagradas Escrituras se narra que, luego de la caída de Adán y Eva en el pecado de soberbia –pecado en el que cayeron por escuchar la voz de la Serpiente Antigua y no la voz de Dios-, Dios envía a la Mujer y a su descendencia para vencer a la Serpiente. Esa Mujer es María Santísima, la Inmaculada Concepción la cual, al ser concebida sin pecado original y también inhabitada por el Espíritu Santo, habría de participar de la omnipotencia divina y con ese divino poder, habría de “aplastar la cabeza de la Serpiente infernal”. Es decir, desde el inicio de los tiempos, Dios anuncia que, frente a la impureza y malicia del Ángel caído y a la desobediencia del primer hombre y de la primera mujer, Él habría de contraponer la Pureza Inmaculada de la Virgen y Madre de Dios y a su descendencia, Dios Hijo encarnado y todos los que recibieran la divina filiación por el bautismo. Y aunque los respectivos linajes habrían de luchar hasta el fin del mundo, Dios en Persona asegura el triunfo definitivo y total de los hijos de la Inmaculada.
Desde la caída de Adán y Eva y hasta el regreso definitivo en la gloria de Dios Hijo, se desarrollaría una lucha entre los hijos de la Inmaculada y los hijos de la Serpiente, pero a pesar del aparente triunfo de los hijos de las tinieblas, Dios en Persona, cuyo Espíritu Santo inhabita en el Inmaculado Corazón de María, obtendría a través de la Virgen un completo y total triunfo sobre el Príncipe de las tinieblas y los hombres perversos con él confabulados: “Pongo hostilidad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo. Él pisará tu cabeza –triunfo definitivo de los hijos de la Virgen- cuando tú hieras su talón –triunfo parcial y aparente de los hijos de las tinieblas-” (cfr. Gén 3, 15).
         La Legión acude a estas palabras de Dios dichas a Satanás, dice el Manual, “a fin de beber en ellas como en la fuente de su confianza y fortaleza en su lucha contra el pecado”[4]. Es decir, la Legión tiene, en la Inmaculada Concepción de María, la certeza total y absoluta de que por Ella recibirá la fortaleza divina necesaria para vencer a la tentación y al pecado. Para reforzar esta idea el Manual del Legionario -citando al Concilio Vaticano II[5]- afirma que  “en la Escritura se presenta la figura de una Mujer, Madre del Redentor, por quien está prevista la promesa, dada a nuestros primeros padres, de una victoria sobre la Serpiente” (cfr. Gén 3, 15)[6].
         Ahora bien, no basta con el solo hecho de ser bautizados, para formar parte del Ejército de María –Ejército victorioso porque ha recibido la promesa de victoria de parte del mismo Dios-, sino que el pertenecer a este victorioso Ejército es una tarea a la que todo legionario debe aspirar: “La Legión aspira a ser linaje de María, su Descendencia en el pleno sentido de la palabra, porque en esto radica la promesa de la victoria”[7]. El Manual dice que la Legión aspira a ser linaje de María, y no aspiraría si es que ya formara parte. Forma parte del linaje de María quien, desde la Legión, se esfuerza por vivir según los Mandamientos de Dios y según los Estatutos de la Legión. Por ejemplo, un legionario que no rece, que no se mortifique, que no sea misericordioso con su prójimo, no forma parte del Ejército de María y las promesas de victoria final sobre el Demonio, el pecado y la muerte no se aplican a dicho legionario. De ahí que el legionario que se precie de serlo, debe luchar, auxiliado por la gracia, contra la pereza espiritual.
        


[1] Cfr. Manual del Legionario, V.
[2] Cfr. Manual, V, 3.
[3] Cfr. Manual, V, 3.
[4] Cfr. Manual, V, 3.
[5] La Constitución Lumen Gentium, en su número 55.
[6] Cfr. Manual, V, 3.
[7] Cfr. Manual, V, 3.

domingo, 11 de febrero de 2018

La Inmaculada Concepción, modelo para nuestra vida espiritual



         Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, en una de las apariciones, ante la pregunta de Santa Bernardita acerca de quién era Ella, la Virgen le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto ya fue, en sí mismo, una prueba de que las apariciones eran reales y no fábulas de Santa Bernardita, porque siendo ella casi analfabeta, no tenía modo de saber ni siquiera que existían las palabras “Inmaculada Concepción”.
         Ahora bien, la Virgen, que es la Inmaculada Concepción, es nuestra Madre del cielo, lo cual quiere decir que, como hijos suyos, y como forma de honrarla y homenajearla, debemos buscar de imitarla. Podría parecernos algo imposible, puesto que Ella es Concebida sin pecado original y nosotros somos “nada más pecado”, además de ser la Virgen la Llena de gracia, mientras que nosotros estamos llenos solamente de pecado.
         ¿Cómo podemos imitar a la Virgen? Por medio de dos sacramentos, la Confesión y la Comunión. Por la Confesión, nuestras almas se convierten en “inmaculadas”, es decir, sin mancha de pecado, y por la Comunión, nuestras almas se convierten en “llenas de gracia”, porque recibimos a Aquel que es la Gracia Increada, Cristo Jesús.
         Al recordar a la Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción, no debemos pensar que es una devoción que no tiene nada que ver con nuestra vida espiritual de todos los días. Por el contrario, la Virgen se manifiesta como Inmaculada Concepción, para que también nosotros seamos inmaculados por la gracia del Sacramento de la confesión y llenos de la Gracia de Dios, por la Eucaristía.

viernes, 8 de diciembre de 2017

El verdadero devoto de la Inmaculada no solo celebra su día sino que busca imitarla en su vida


         La Iglesia celebra a la Inmaculada Concepción de María por disposición del Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus quien definió dogmáticamente, de esta manera, la ausencia de pecado de la Virgen y Madre de Dios: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”. Esta declaración del Magisterio tiene una estrecha relación con nuestra vida espiritual. Para saber porqué, es necesario que indaguemos brevemente acerca de la razón por la cual la Virgen fue declarada Inmaculada.
         La razón por la cual la Virgen fue concebida Purísima, es decir, sin la mancha del pecado original, además de ser concebida como la “Llena de gracia” por estar inhabitada por el Espíritu Santo, es que Ella era la elegida, por la Trinidad, desde toda la eternidad, para ser Custodia Viviente y Sagrario más precioso que el oro, para la Encarnación del Verbo de Dios. Es decir, María fue concebida sin la mancha del pecado original y también inhabitada por el Espíritu Santo, porque estaba destinada a ser, además de Virgen, la Madre de Dios, el Tabernáculo Viviente del Hijo de Dios Altísimo, que es la Santidad Increada en sí misma, y por ese motivo, no podía, Aquella que habría de ser su Madre en la tierra, ser concebida siquiera con la más ligerísima malicia. Es decir, si la Virgen estaba destinada a ser la Madre del Dios Tres veces Santo, no podía estar Ella contaminada con la mancha del pecado original, puesto que el pecado es lo opuesto a la santidad divina. El pecado, que nace de lo más profundo del corazón del hombre –“Es del corazón del hombre de donde sale toda clase de maldad”-, es sinónimo de malicia, lo cual se opone radicalmente a la bondad divina, que es la santidad. La Virgen no podía tener ni siquiera la más pequeñísima sombra de malicia y esta es la razón de haber sido concebida no solo Purísima, es decir, sin pecado original, sino además “Llena de gracia”, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo. Este doble privilegio significa que la Virgen no solo jamás tuvo la más ligerísima malicia, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección: su Mente era Sapientísima, su Corazón Inmaculado y su Cuerpo Purísimo, es decir, su Humanidad era perfecta, de toda perfección. Humanamente hablando, la Virgen era la creatura más hermosa, bondadosa y perfecta que jamás hubiera la Trinidad podido crear. Pero además estaba inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual es un privilegio distinto, porque a la perfección de su Humanidad, la inhabitación del Espíritu Santo le agregaba dones sobrenaturales inimaginables siquiera, no solo en los hombres, sino en los ángeles más poderosos. Por la presencia del Espíritu Santo en su Alma y Cuerpo Purísimos, su Mente era plena de la Sabiduría de Dios; su Corazón, en el que inhabitaba el Amor de Dios, sólo amaba a Dios; su Cuerpo Purísimo estaba libre de toda imperfección y de todo amor profano o mundano, de manera tal que todo lo que amaba era Dios y lo que amaba fuera de Dios, lo amaba por Dios, para Dios y en Dios.
         La Iglesia celebra y exulta de gozo en este día, la creación, por parte de Dios, de la creatura más santa, hermosa y bienaventurada que jamás haya existido en el mundo ni existirá hasta el fin de los tiempos, la Purísima Concepción de María, Aquella que habría de engendrar en el tiempo al Hijo Eterno del Padre y que, participando de su Pasión, sería Corredentora de la humanidad y esta es la razón de la Solemnidad de este día.
         Ahora bien, el verdadero devoto de la Inmaculada Concepción, no se limita a simplemente conmemorar y celebrar a la Virgen: puesto que la Virgen, por disposición divina, es Madre de los bautizados, quien es verdadero devoto de la Virgen, se esfuerza por imitarla en su santidad, en su pureza y en su Amor a Dios. Podría parecer un despropósito, que un pecador –como lo somos todos y cada uno de los hombres- se atreviera a imitar a la Virgen y Madre de Dios, porque a diferencia de Ella, nosotros hemos sido concebidos con la mancha del pecado original y si bien éste fue quitado por el Bautismo sacramental, permanece en nosotros la inclinación al mal, la dificultad en conocer y amar la Verdad y el obrar el bien meritorio para el Cielo. Visto humanamente, es imposible que un pecador, como todos y cada uno de nosotros, seamos capaces de imitar a la Inmaculada Concepción. Pero “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” y es aquí cuando Dios viene en nuestra ayuda, para que podamos imitar a la Virgen en su Inmaculada Concepción. ¿De qué manera? Por la gracia santificante, porque por la gracia, el cuerpo se convierte en templo del Espíritu Santo, el alma en morada de la Trinidad y el corazón, en altar y sagrario viviente en donde es amado y adorado Jesús Eucaristía. Así como la Virgen era Purísima en su cuerpo, así el cristiano, que vive en gracia, se decide a vivir en pureza de cuerpo, según su estado; así como el Corazón de la Virgen era Inmaculado y en él inhabitaba el Amor de Dios, que la hacía amar solo a Dios y lo que no era Dios, en Dios y para Dios, así el corazón del alma en gracia es inhabitado por el Espíritu Santo, que hace que el cristiano ame a Dios y a lo que no es Dios, en Dios y para Dios; por último, así como la Mente de María era sapientísima porque estaba iluminada por el Espíritu Santo, así también, la mente del cristiano que está en gracia, es iluminada por el Espíritu Santo, recibiendo de Él toda la sabiduría divina y así como la Virgen no tuvo pecado alguno, así el cristiano busca de evitar el pecado mortal y el venial deliberado, aun a costa de su propia vida.
El verdadero devoto de la Inmaculada no solo celebra su día sino que busca imitarla en su vida, evitando el pecado y viviendo en gracia, como anticipo de la vida de gloria que, por Misericordia de Dios y por intercesión de María Santísima, desea vivir por la eternidad.


martes, 5 de diciembre de 2017

El dogma de la Inmaculada Concepción y su relación con nuestra vida espiritual


Para saber qué relación hay entre la Inmaculada Concepción de María y nuestra vida espiritual, es necesario recordar qué es lo que los católicos entendemos cuando decimos “Inmaculada Concepción”: es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción[1].
Esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”.
Esto significa que, en el momento de ser creada el alma de María Santísima, Dios, en atención a los méritos de Jesucristo en la Cruz, y para que la Virgen fuera digna morada del Verbo Encarnado, Dios decretó que su alma fuera Purísima desde la Concepción, esto es, desde el momento mismo en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La Virgen estaba destinada a ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo y por eso mismo, no podía, por este doble privilegio divino, estar contaminada con la mancha del pecado original: si estaba destinada a ser el Sagrario Viviente del Dios Tres veces Santo, no podía ese sagrario tener mancha alguna de pecado, de malicia, de corrupción. Pero no solo esto: además de ser concebida sin la mancha del pecado original, la Virgen tuvo el privilegio de estar inhabitada por el Espíritu Santo desde su Concepción, y por eso es llamada “Llena de gracia”. Es decir, se trata de dos privilegios: no solo su humanidad es perfecta y pura en sí misma, al no tener la mancha del pecado original, sino que es una humanidad santificada por la gracia, debido a que el Espíritu de Dios habitó en Ella desde su Concepción. De ahí el doble título: es la “Purísima” y es la “Llena de gracia” desde el comienzo de su vida humana, esto es, desde que Dios creó su Alma Limpidísima y la infundió en su Cuerpo Purísimo.
En la Encíclica “Fulgens corona”, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, el Papa argumenta así: “Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”. En otras palabras, la Virgen es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente, pero no podría serlo si en Ella hubiera aunque sea la más mínima sombra de malicia o pecado. Puesto que es la Purísima, no hay nada de común entre la Virgen y el espíritu inmundo por antonomasia, el Demonio, Padre del pecado y de toda malicia, y esa es la razón de la enemistad eterna entre la Virgen y el Demonio (cfr. Gn 3, 15).
La condición de María de ser “Llena de gracia” se revela en el saludo del Ángel Gabriel a la Santísima Virgen María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28), significando con esta expresión “una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios”[2].
En el Apocalipsis se narra sobre la “Mujer vestida de sol” (12, 1): siendo el sol la representación de Jesucristo, “Sol de justicia”, la Mujer revestida de sol es la Iglesia colmada de la santidad divina, santidad que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. En la Virgen –y también en la Iglesia, en cuanto Esposa del Cordero que nace de su costado traspasado- se da todo el esplendor de la gloria divina, simbolizada en el sol, porque no hay en Ella sombre ni mancha alguna de pecado.
Una vez que hemos recordado el significado de la “Inmaculada Concepción”, nos preguntamos: ¿cuál es la relación entre la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y nuestra vida espiritual?
Siendo Ella nuestra Madre del cielo, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre celestial, y aunque pudiera parecer un despropósito que nosotros, que hemos nacido con la mancha del pecado original y poseemos la inclinación de la concupiscencia hacia el mal, pudiésemos imitar a la Virgen, no lo es, porque hay algo que nos permite imitarla, y es la gracia santificante. Por la gracia santificante, estamos llamados a convertir nuestros cuerpos en “templos del Espíritu Santo” y a nuestras almas y corazones en otros tantos sagrarios y altares en donde recibamos a Jesús Eucaristía, para ser allí amado y adorado, en el tiempo y en la eternidad.


jueves, 8 de diciembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 8


Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, se reveló a sí misma como la Inmaculada Concepción: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta verdad acerca de la Virgen, había sido proclamada como dogma por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes de las apariciones en Lourdes, por medio del Papa Pío IX. Aunque no lo parezca a primera vista, la declaración del dogma y la condición de la Virgen de ser la Inmaculada Concepción, tienen estrecha relación con nuestra espiritual como cristianos. Para saber la relación que hay entre la Virgen Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual, debemos tener presente que la razón por la que la Virgen fue creada con su alma purísima, sin mancha de pecado –pureza inmaculada que, al momento del alma ser infundida en el cuerpo de la Virgen, le comunicó a este de su propia pureza-, fue porque María estaba destinada a ser, por la Encarnación del Verbo, la Madre de Dios. Es decir, la Virgen fue concebida sin pecado original y Llena de la gracia del Espíritu Santo, porque debía alojar en su seno virginal al Verbo de Dios Encarnado. Desde su concepción, la Virgen se convirtió, con su cuerpo y alma purísimos, en Templo del Espíritu Santo y en Sagrario Viviente de Dios Hijo encarnado, porque la Virgen alojó al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hijo de Dios hecho hombre. Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Dios Hijo encarnado.
¿Y qué relación tiene esta verdad acerca de la Virgen, con nuestra vida espiritual? En que nosotros, que somos hijos de la Virgen, hemos sido llamados, al igual que la Virgen, a recibir al Hijo de Dios Encarnado, que viene a nosotros con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, y para eso, debemos imitarla a María, con el alma en gracia y con un cuerpo casto, convertido por la gracia en templo del Espíritu Santo.

Es decir, la Virgen fue concebida como Inmaculada Concepción, para recibir al Verbo de Dios con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; de igual manera, nosotros hemos sido adoptados como hijos por la Virgen, para recibir –con el alma en gracia y viviendo en castidad- el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en la Eucaristía. Esta es la estrecha relación que existe entre el dogma de la Inmaculada Concepción y nuestra vida espiritual como católicos.
Celebrar la Inmaculada Concepción no se reduce a un recuerdo litúrgico una vez al año, ni significa tampoco una devoción llevada superficialmente: la verdadera devoción a la Inmaculada Concepción implica hacer el firme propósito de evitar el pecado y vivir en estado de gracia santificante hasta el último segundo de vida.

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 7


El día Jueves 25 de marzo, la Virgen revela su nombre a Santa Bernardita: “Levantó los ojos hacia el cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.
De esta manera, el Cielo confirmaba, con esta grandiosa aparición de la Virgen, la condición de María como Inmaculada Concepción, proclamada por el Magisterio de la Iglesia cuatro años antes: en efecto, el 8 de diciembre de 1854 el Sumo Pontífice Pío IX había proclamado el dogma y establecido la fiesta de la Inmaculada Concepción para toda la Iglesia universal: “Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe”. Esta proclamación se efectuó luego de prolongados estudios teológicos y también después de recibir numerosas peticiones de todos los obispos y fieles de todo el mundo para que así lo estableciese[1].
Ahora bien, si tanto el Cielo mismo, en la persona de la Virgen, como la Iglesia de Jesucristo, por medio del Magisterio, nos revelan que María Santísima fue concebida sin pecado original, esto significa que, por un lado, es un dogma de fe católico que debe ser creído plenamente, so pena de caer en el error y la apostasía, pero significa también que la condición de la Virgen de ser Inmaculada Concepción constituye, para sus hijos –es decir, para nosotros, los católicos-, todo un programa de vida, por el cual alcanzar la santidad.
Es decir, que tanto la Virgen en persona, como el Magisterio de la Iglesia, nos revelen la verdad de la Virgen de haber sido concebida sin mancha de pecado original y Llena del Espíritu Santo, no constituyen solo fórmulas dogmáticas que deben ser creídas, sino que deben ser aplicadas y vividas en la vida cotidiana de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, desde el Papa hasta el más pequeño de los bautizados, pasando por todo el Pueblo de Dios, sin excepción.
¿De qué manera se constituye la Virgen en nuestro modelo de vida cristiana? De dos maneras: por el hecho de ser concebida sin pecado original y por el hecho de estar la Virgen, desde el primer instante de su Purísima Concepción, inhabitada por el Espíritu Santo. Es en estos dos aspectos en los que la Virgen constituye nuestro modelo de vida cristiana, y veremos de qué manera: con respecto al pecado, es obvio que no hemos sido concebidos sin pecado original, como la Virgen, y que como consecuencia del pecado original, estamos atraídos por la concupiscencia, hacia el mal: al no tener pecado original -lo cual quiere decir que la Virgen jamás cometió no solo ni siquiera un pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección, pues Ella era perfectísima en su naturaleza humana-, la Virgen es nuestro modelo de vida cristiana que nos enseña a rechazar todo pecado, no solo el mortal, sino también el venial, además de enseñarnos a tender a la perfección, evitando también toda imperfección.
En la otra condición de la Virgen, el de ser la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, también es nuestro modelo, porque si bien nosotros no hemos sido concebidos de esa manera, sí podemos imitar a la Virgen en el hecho de vivir en gracia, y esto lo conseguimos por medio del Sacramento de la Penitencia, limpiando nuestras almas del pecado y recibiendo la gracia, y por el Sacramento de la Eucaristía, sacramento por el cual viene a nuestros almas Aquel que es la Gracia Increada en sí misma, Cristo Jesús.
“Soy la Inmaculada Concepción”, le dijo la Virgen a Bernardita, confirmando así lo que la Iglesia nos enseña, que la Virgen es la Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, es decir, el Sagrario Viviente en el que debía alojarse el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Como hijos de la Virgen, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre del cielo en los dos aspectos más característicos de la Virgen: en el rechazo de todo pecado –prefiriendo la muerte terrena antes que cometer un pecado venial deliberada o un pecado mortal- y en vivir en gracia, no solo conservándola, sino también acrecentándola, con actos de fe, de caridad y con la Comunión Eucarística hecha con fe, con piedad y con amor.
         Festejar a la Inmaculada Concepción, no significa solamente homenajear a la Virgen con procesiones, cantos y oraciones, sino, ante todo, hacer una profunda reforma de vida, imitándola a la Virgen, en la vida de todos los días, en el rechazo del más pequeñísimo pecado y en el vivir en estado de gracia permanente. Para que nuestra devoción a la Inmaculada Concepción no sea vana, debe conducirnos a la conversión del corazón y en consecuencia a un profundo cambio de vida, caracterizado por el rechazo del pecado y el deseo de vivir en estado de gracia santificante.



[1] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/