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jueves, 22 de septiembre de 2022

La Virgen de la Merced y el sentido de la peregrinación

 



         La devoción a la Virgen de la Merced surgió como consecuencia de una aparición de la Madre de Dios, bajo esa advocación, al Rey Jaime I y a San Pedro Nolasco, a los cuales les pidió que se fundara una orden religiosa en la que Ella llevara ese nombre: “Nuestra Señora de la Merced, Redentora de cautivos”. El motivo es que, en esa época, el Islam, que había declarado la guerra al cristianismo, capturaba a los cristianos y los mantenía encarcelados, para exigir luego una suma de dinero por su rescate. La Virgen le pidió a San Pedro Nolasco que fundara una orden que se encargaría de rescatar a quienes estaban cautivos por los musulmanes.

         En nuestros días, si bien no se vive la misma situación, sin embargo el Islam, en los lugares en donde es mayoría y gobierna, prohíbe cualquier manifestación pública de la fe católica, con lo cual se puede decir que mantiene cautiva a la Iglesia Católica en los países en donde gobierna. Por esta razón, la tarea de la Orden de los Mercedarios continúa, de la misma manera a como lo hacía desde sus orígenes.

         Pero en nuestros días se suman otras cautividades, mucho más graves que las de una prisión material: innumerables almas son cautivas de múltiples vicios y pecados que los encarcelan y los colocan bajo el dominio del Demonio y les impiden vivir la libertad de los hijos de Dios. Así, son cautivos del Demonio quienes practican el ocultismo, la hechicería, la brujería; son cautivos del pecado quienes viven bajo el yugo de la drogadicción, del alcoholismo, de los pecados de la carne; son cautivos quienes viven dominados por sus pasiones, como la ira, la venganza, la calumnia, la maledicencia. Todos estos prójimos nuestros necesitan ser redimidos de estas esclavitudes espirituales y la Única que puede liberarlos, con el poder de su Hijo Jesucristo, es la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Merced.

         Éste es entonces el sentido de la peregrinación hacia la Virgen de la Merced: así como el Pueblo Elegido caminó durante cuarenta años en el desierto, escapando de la cautividad de los egipcios, para llegar a Jerusalén, la Tierra Prometida, en donde se encontraba el Templo de Dios, así la Iglesia Peregrina se dirige hacia el Templo de Dios, guiado por la Virgen, para pedir algo mucho más grande que solamente la salud corporal: la Iglesia Peregrina para pedirle a la Virgen de la Merced que la libere de las cadenas de los pecados, de los vicios, de las garras del Demonio, para así poder vivir la libertad de los hijos de Dios. Por esta razón, la peregrinación tiene el sentido de penitencia, no de fiesta, porque así la Iglesia imita al Pueblo Elegido que, caminando por el desierto de la vida, quiere llegar a la Jerusalén celestial y para eso, en la peregrinación, debe rezar y rezar principalmente el Santo Rosario, que es la oración preferida por la Virgen y a través de la cual se alcanzan todas las gracias que Dios nos tiene preparadas para nuestra eterna salvación.

sábado, 22 de septiembre de 2018

La Virgen de la Merced y nuestra batalla espiritual



         Cuando revisamos la Historia y sobre todo la de nuestra Patria, nos encontramos con grandes ejemplos en nuestros patriotas, ejemplos que son dignos de contemplar y de reflexionar sobre ellos, porque son sumamente válidos para nuestros tiempos, tanto a nivel personal como a nivel de Nación. Es decir, recordar la Historia, saber cómo sucedieron las cosas, es imprescindible para vivir el presente de cara a Dios y construir un futuro de paz, basados en la Ley de Dios. ¿Qué nos enseña la Historia? La Historia nos enseña que el General Belgrano, antes de la Batalla del Campo de las Carreras, se encomendó a la Virgen, porque él era muy devoto y piadoso y le pidió que, si era la Voluntad de Dios, el resultado fuera favorable al Ejército criollo. Si las fuerzas patriotas vencían en la Batalla, el General le prometió a la Virgen que le daría el bastón de mando y la nombraría Generala del Ejército Argentino. La Batalla, como todos sabemos, fue favorable al Ejército patriota y el General Belgrano cumplió su promesa, dándole el bastón de mando y nombrándola Generala del Ejército Argentino.
         La victoria de la Batalla del Campo de las Carreras fue muy importante estratégicamente para la Independencia argentina, porque afianzó a las fuerzas criollas en el Norte, desalojando al enemigo. Fue una batalla convencional, con armas de fuego, en un lugar determinado llamado “Campo de las Carreras” y lo que estaba en juego era algo muy importante, la Independencia de la Nación Argentina. Por Providencia de Dios, tuvimos un General que no solo era competente en lo que hacía, sino que además y sobre todo, era piadoso y muy devoto de la Virgen. Por esa razón, los argentinos debemos estar orgullosos de tener un prócer como el General Belgrano.
         De todo este suceso, nosotros, los argentinos del siglo XXI –y los de los siglos venideros- debemos tratar de imitar a nuestro prócer, el General Belgrano, en su piedad y en su devoción mariana, en su amor incondicional a la Virgen, toda vez que, en nuestros tiempos, también estamos enfrascados en una lucha. ¿De qué lucha se trata? No es una lucha contra nuestro prójimo, sino que se trata de una lucha espiritual, “contra los Principados y Potestades de los aires”, es decir, contra los ángeles caídos, que buscan nuestra eterna perdición y también es la lucha contra los servidores de Satanás, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San La Muerte. El enemigo, entonces, no es un soldado realista, sino los ángeles caídos; el campo de batalla no es un lugar geográfico, como el Campo de las Carreras, sino nuestro propio corazón, porque es allí en donde se entabla la lucha espiritual; el triunfo no es la independencia de una nación, sino que Jesucristo reine en nuestros corazones por la gracia en esta vida y la eterna salvación de nuestras almas en la otra; las armas no son armas de fuego, sino los sacramentales, los sacramentos –sobre todo la Confesión y la Eucaristía-, el Santo Rosario; las banderas no son las banderas de un regimiento, sino el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz y el Manto celeste y blanco de la Santísima Virgen –que es al mismo tiempo nuestra Bandera Nacional-; lo que nos protege en esta lucha espiritual no son las trincheras, sino el Escapulario de la Virgen del Carmen, el Santo Crucifijo y la Medalla de la Virgen Milagrosa y de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás; el ejército no está formado por soldados que manipulan armas de fuego, sino por cristianos que rezan el Rosario, se confiesan, asisten  a Misa y obran la Misericordia y son asistidos por el Ejército celestial al mando de San Miguel Arcángel.
         En esta lucha, estamos seguros de salir victoriosos porque, al igual que el General Belgrano, nosotros nos encomendamos a la Virgen de la Merced, para salir victoriosos en esta batalla.
         Ahora bien, nosotros no tenemos el bastón de mando de un ejército para darle a la Virgen, ni podemos nombrarla Generala como hizo el General Belgrano, pero sí podemos darle el bastón de mando de nuestro corazón y sí podemos nombrarla Generala, Patrona, Dueña de nuestra alma y de nuestras vidas. Si esto hacemos, imitando así al General Belgrano, saldremos victoriosos en esta lucha contra los ángeles caídos y salvaremos eternamente nuestras almas. Ésta es la lección que nos deja la Historia, con nuestro prócer el General Belgrano y el triunfo otorgado al Ejército Argentino por la Virgen de la Merced.

viernes, 21 de septiembre de 2018

La religiosidad católica del General Belgrano



            Los próceres son seres humanos sumamente especiales, a quienes la Divina Providencia colocó en lugares y situaciones sumamente complejas y difíciles pero que, con la ayuda de esta misma Divina Providencia, estuvieron a la altura de los acontecimientos. Nuestra Patria Argentina cuenta con el privilegio y el orgullo de que sus máximos próceres –el Padre de la Patria, Don José de San Martín, el creador de la Bandera Nacional, el General Belgrano, el Restaurador, Don José Manuel de Rosas, entre otros muchos- fueron hombres de profunda religiosidad católica, fervientes devotos y, sobre todo, fervientes devotos marianos, es decir, piadosos hijos de la Virgen María.
            En el caso del General Belgrano –como así también en el General San Martín-, esta religiosidad –que echa por tierra tanto en uno como en otro caso la falsa creencia de que podrían haber pertenecido a logias masónicas, siendo la Masonería enemiga mortal de la Iglesia- se manifestaba de diferentes formas, tanto en su vida privada, como en su vida pública. Es conocido que su amor a la Virgen era tal, que llegó al punto de darle, a los colores de la Bandera Nacional de la cual él es el creador, los colores del Manto de la Inmaculada Concepción de Luján y ésa es la razón por la cual, cuando contemplamos la Bandera Nacional, nos parece estar contemplando el Manto de la Virgen y viceversa, cuando contemplamos el Manto de la Virgen, nos parece estar contemplando la Bandera Nacional Argentina (por esta razón, la Bandera Nacional Argentina es la más hermosa del mundo). Pero su devoción por la Virgen se manifestaba también de otras maneras: por ejemplo, hacía rezar el Santo Rosario a la tropa del Ejército Argentino; se preocupaba porque sus almas estuvieran a salvo en caso de morir y por eso les hacía imponer el Santo Escapulario de la Virgen del Carmen, de manera que ningún soldado se condenara en el Infierno, tal como es la promesa de la Virgen del Carmelo a San Simón Stock; hacía celebrar de modo regular y sobre todo antes de las batallas, el supremo homenaje de amor y adoración a Jesucristo, el Hijo de la Virgen, la Santa Misa.
            Finalmente, el General Belgrano encomendó a la Santísima Virgen el resultado de la Batalla del Campo de las Carreras y cuando se produjo el triunfo del Ejército Argentino, en acción de gracias y en reconocimiento a la intercesión todopoderosa de la Madre de Dios, en una solemne ceremonia y procesión le cedió su Bastón de mando y la nombró a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército Argentino.
            Los argentinos tenemos el orgullo de poseer próceres como el General Belgrano. Si no podemos imitarlo en sus múltiples virtudes, tratemos al menos de imitarlo en su piedad, en su devoción, en su amor a la Santa Misa, al Santo Rosario y, sobre todo, en su amor filial a la Santísima Virgen María, entregándole a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, nombrándola la Única Generala y Patrona de nuestras almas y corazones y encomendándole a Ella el triunfo final sobre la batalla más importante que libramos en esta tierra, la salvación de nuestras almas.