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viernes, 7 de octubre de 2016

Nuestra Señora del Rosario, la Batalla de Lepanto y el triunfo final del Inmaculado Corazón de María


         La Iglesia celebra, cada 7 de Octubre, a Nuestra Señora del Rosario; la fecha coincide con el triunfo de la cristiandad en una batalla, la Batalla de Lepanto, en la que el ejército naval cristiano, convocado por el Santo Padre San Pío V, venció a los turcos islamistas en aguas del Mar Mediterráneo. Fue un triunfo verdaderamente crucial, porque si el ejército cristiano perdía, los mahometanos habrían invadido Europa, saqueando y destruyendo no solo los pueblos, las ciudades y las naciones enteras, sino ante todo las iglesias, los conventos, los santuarios cristianos, haciendo desaparecer todo rasgo de cristianismo. Y desde Europa, se habrían lanzado a la conquista de América, con lo cual, posiblemente, en nuestros días habríamos perdido todo lo que somos y tenemos.
         El hecho de que la celebración de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora del Rosario coincida con la Batalla de Lepanto no es casualidad, sino exprofeso, porque San Pío V atribuyó la victoria de la cristiandad sobre los turcos islamistas el 7 de Octubre de 1571, a la Virgen del Rosario. La razón es que el Santo Padre, bajo cuya autoridad se había reunido la flota cristiana, fue quien dispuso también que toda la Iglesia rezara el Santo Rosario, de modo simultáneo con la batalla. El Santo Padre sabía que, en última instancia, la lucha no era contra el Imperio Otomano en sí mismo, sino contra Satanás y los ángeles caídos; sabía, por lo tanto, que no bastaban las solas armas de fuego, sino que se necesitaba un arma mucho más poderosa y esta era el Santo Rosario. Finalmente, esta victoria salvó a Europa de ser invadida por las fuerzas del Islam, convirtiéndose así Lepanto en la victoria más completa jamás obtenida contra el Imperio Otomano, conmemorándose con la invocación “Auxilio de los Cristianos” insertada en la Letanía de Loreto[1]. La celebración, por lo tanto, es en realidad una gran fiesta de acción de gracias por la victoria obtenida por el mundo cristiano gracias a la Virgen, pero además también por innumerables beneficios otorgados a la cristiandad a través del Rosario de la Virgen.
         Esta conmemoración fue instituida por el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.
En los atribulados y oscuros tiempos actuales en los que vivimos, podemos decir que no se vive una “cristiandad” como en épocas de San Pío V, pero sí vivimos una época inmensamente más peligrosa que entonces, porque además de enemigos declarados de la cristiandad, como las sectas islámicas ISIS y Boko Haram –que, en esencia, son satánicas-, hoy se agregan innumerables enemigos espirituales, como por ejemplo, la Nueva Era, secta gnóstica cuyo objetivo declarado es lograr la consagración luciferina planetaria, para lo cual se sirve de múltiples “cabezas de hiedra”, como esoterismo, ocultismo, yoga, reiki, violencia, guerras, música satánica, sectas satánicas, wicca, etc. Esta amenaza es mucho más grave que un simple ejército, porque se trata de los verdaderos enemigos de los hombres, que no son los otros hombres, sino los ángeles caídos, “las potestades malignas de los aires”. Es un enemigo formidable, al que no se combate con armas de fuego –o, al menos, no solo con esas armas, porque en algunos casos, como en Lepanto y como en ISIS y Boko Haram, es necesaria la defensa armada- sino ante todo con las armas espirituales y, dentro de estas, la principal, junto a la Eucaristía, es el Santo Rosario. Con respecto a Boko Haram, hay un testimonio actual, dado por un obispo de Nigeria, que convalida lo que estamos diciendo: que la lucha es, ante todo, espiritual, y que nuestra fuerza para vencer es el Santo Rosario: este obispo, en cuya diócesis y país –Nigeria- Boko Haram ha llevado a cabo sanguinarios atentados y provocado el desplazamiento de dos millones y medio de personas, tuvo hace dos años una visión[2] en la que se le apareció Jesucristo, quien le dio una espada; al tomarla, esta se convirtió en el Rosario, al tiempo que Jesús le decía: “Boko Haram será derrotado con esta arma”. A partir de entonces, el obispo emprendió una campaña para difundir el rezo del Santo Rosario, y en estos días el gobierno nigeriano ha declarado que la secta islamista “Boko Haram” está “técnicamente derrotado”. Este triunfo se debe, claramente, al Rosario de María. Y como esta, en cualquier otra lucha que debamos afrontar, por poderosos que sean los enemigos, siempre saldremos victoriosos si es que invocamos a la Madre de Dios, la Virgen, por medio del Santo Rosario.
                  Por último, la razón del poder del Rosario se debe a que, a través de este, la Virgen en Persona se hace Presente y, puesto que Ella es la Mujer del Génesis que “aplasta la cabeza de la Serpiente” –al ser Inmaculada y Llena de gracia, Dios la hace partícipe de su omnipotencia- y es por eso que el Demonio tiembla de terror y huye ante la invocación de la Virgen; pero además, la Virgen es la Mujer del Apocalipsis toda revestida de sol, que huye al desierto con las alas que le son concedidas, llevando a su Hijo en brazos y poniéndolo a salvo del Dragón: ese Hijo es Jesús, pero también somos los cristianos, hijos suyos, y así somos protegidos por la Virgen, por lo que es llamada “Auxilio de los cristianos”.
Por todo esto, no es en vano que la Virgen, desde que se le apareció a Santo Domingo de Guzmán para darle el Rosario como oración de la Iglesia, pide el rezo del Santo Rosario en prácticamente todas sus apariciones. En una de sus más espectaculares apariciones, las apariciones en Fátima, Portugal, la Virgen, además de pedir el rezo del Santo Rosario, anuncia el triunfo final de su Inmaculado Corazón, que se producirá no solo cuando el Demonio sea derrotado, sino cuando su Hijo Jesús sea entronizado como Rey y Señor enlos corazones de todos los hombres: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
El Santo Rosario es el arma espiritual que nos da el cielo para ganar la batalla final, batalla en la que, al igual que sucedió con la Batalla de Lepanto y al igual que sucederá con Boko Haram, ISIS, la Nueva Era y todos los enemigos de Dios y su Mesías, Cristo Jesús, el triunfo y la Victoria Final le pertenecen al Inmaculado Corazón de María.





[1] http://forosdelavirgen.org/325/nuestra-senora-del-rosario-fiesta-universal-7-de-octubre/ Luego León XIII añadió la invocación “Reina del Santísimo Rosario, ruega por nosotros”, a la Letanía de Loreto.

sábado, 4 de octubre de 2014

Nuestra Señora del Rosario


         En el año 1214, Santo Domingo de Guzmán, luego de predicar por un tiempo en Francia, en una región dominada por la herejía de los cátaros albigenses (como los maniqueos, creían en un dualismo entre el principio del bien y del mal, y entre el espíritu y la materia, originándose el espíritu en la materia; sostenían además que Jesús no era Dios Hijo, sino solo un ángel y que su muerte y resurrección tenían un sentido meramente alegórico; por lo tanto, consideraban que la Iglesia Católica, con su realidad terrena y su fe en la Encarnación del Verbo, era un factor de corrupción), desanimado tanto por la dureza de los corazones de los herejes, como por la tibieza de los católicos, sufrió un estado de profunda angustia y desolación espiritual. Entonces, se fue solo al bosque, en donde oró y lloró en soledad, durante tres días, haciendo además ayuno a pan y agua, además de otras duras penitencias corporales, para aplacar  a la Justicia Divina. Luego de los tres días, se le apareció la Virgen, acompañada por tres ángeles y le dijo: "Querido Domingo, ¿sabes qué arma quiere usar la Santísima Trinidad para reformar el mundo?". La respuesta de Santo Domingo fue que él no lo sabía, pero que sí lo sabía la Virgen, puesto que Ella era parte de nuestra salvación. La Virgen le dijo entonces: "Quiero que sepas que, en este tipo de guerra, el arma ha sido siempre el Salterio Angélico, que es la piedra fundamental del Nuevo Testamento. Por lo tanto, si quieres llegar a estas almas endurecidas y ganarlas para Dios, predica mi salterio". 
          Después de esta aparición, Santo Domingo predicó el Santo Rosario a los  cátaros albigenses inconversos, obteniendo numerosas conversiones entre ellos, y además despertando el fervor entre los católicos tibios, dando así comienzo a la tradición del rezo del Santo Rosario.
         Entonces, surge la pregunta: ¿por qué no rezar el Rosario? Y ante esta pregunta, viene la respuesta, de parte de una inmensa mayoría de católicos, que deja atónitos y estupefactos: muchos dicen que no rezan el Rosario porque es una oración “aburrida”, “repetitiva”, o “mecánica”, y que por eso prefieren otras oraciones, más “meditativas” y “contemplativas”, como las oraciones de las religiones orientales, cuando no prefieren, directamente, abandonar todo tipo de oración, para reemplazar la oración por los pasatiempos que ofrecen internet o la televisión. Quienes así piensan, no saben, por un lado, cuánto menosprecio hacen de la Sabiduría y del Amor Divino, que fueron los que idearon y obsequiaron el Santo Rosario a la Iglesia, por manos de la Santísima Virgen, a Santo Domingo de Guzmán (y también al Beato Alano de la Roche, a quien, dos siglos después, le dio la lista de catorce promesas para quienes rezaran el Santo Rosario todos los días, incluida la de las gracias necesarias para la eterna salvación) y por otro, no saben cuántos tesoros de gracias y dones inestimables se pierden, al despreciar esta oración celestial, reemplazándola por meditaciones que, en comparación con esta, son poco más que arena y piedras del desierto.
         Para apreciar el tesoro de gracias que nos concede el rezo del Rosario, veamos cómo está constituido, y qué es lo que nos proporcionan cada una de sus oraciones. Como sabemos, el Rosario consta de la enunciación de los misterios de la vida de Jesús, seguidos de un Padre Nuestro, de Diez Ave Marías, y de un Gloria. Al Rezar el Padre Nuestro, honramos a Dios Padre, pero al rezar esta oración, además, renovamos todas las peticiones propias de esta maravillosa oración, que es la oración enseñada por Jesús, y que es la oración propia de los hijos de Dios; con el Gloria, glorificamos a la Santísima Trinidad; con los diez Ave Marías, a la par que contemplamos el misterio de la vida de Jesús que hemos enunciado al inicio, en el espacio de tiempo que dura la vocalización de las Ave Marías, es el tiempo que nos sirve, por un lado, para que nosotros, iluminados y guiados por el Espíritu Santo, contemplemos el misterio de la vida de Jesús, para que lo imitemos en sus admirables virtudes, pero es el tiempo para que también contemplemos la vida de la Virgen y de San José, porque la gran mayoría de los misterios del Rosario, que son pasajes de la vida de Jesús, son fragmentos de la vida familiar de la Sagrada Familia, por lo tanto, son virtudes de la Sagrada Familia para contemplar y para imitar; en otros casos, son pasajes de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Jesús, y éste es un primer objetivo del espacio de tiempo de los diez Ave Marías; un segundo objetivo del espacio de tiempo, de los diez Ave Marías de cada misterio del Santo Rosario, es ofrecérselo a la Virgen, de modo especial, para que la Virgen, como Divina Alfarera, actúe sobre nuestros corazones, modelándolos a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, bajo la guía y los suaves y delicadísimos impulsos del Espíritu Santo. Es decir, la repetición de los diez Ave Marías, en cada misterio del Santo Rosario, lejos de ser “mecánica” y “repetitiva”, y lejos de poder ser “reemplazada” por meditaciones de religiones orientales, que sólo tienen vacío y nada, se muestra como el espacio en el que alma, por un lado, iluminada por el Espíritu Santo, contempla los misterios de la vida de Jesús y de su misterio Pascual de Muerte y Resurrección, y los misterios de la Sagrada Familia, para asimilar nuestras vidas a la vida de Jesús, de María y de José, y por otro, es el espacio en el que el Espíritu Santo, por mediación de María, Medianera de todas las gracias, modela el corazón del que reza el Rosario, convirtiéndolo en imagen viviente y en copia viva de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
         Ésa fue la intención de la Santísima Virgen María, cuando se apareció a Santo Domingo de Guzmán y le entregó el Santo Rosario, como oración ideada por la Divina Sabiduría y por el Divino Amor, para los hijos de Dios: que estos, por la recitación pausada de las Ave Marías, de los Padre Nuestros de los Glorias, y contemplando los admirables misterios de la vida del Hombre-Dios Jesucristo y de la Madre de Dios, permitieran, al mismo tiempo, que la Virgen modelara sus corazones, a imagen y semejanza de los Corazones de Jesús y de María, para que siendo una imagen viva del Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María, los cristianos sean “luz del mundo y sal de la tierra”, vivan en el amor de Dios y sean así merecedores del Reino de los cielos.
         Ninguna otra oración, de ninguna otra religión, puede conceder tantas gracias, tantos dones, tantas maravillas, en tan poco tiempo y con tan poco esfuerzo, y por eso da tanta pena escuchar a tantos cristianos decir que no rezan el Rosario, porque es una oración “repetitiva”, “mecánica”, “aburrida”, y que por eso la “reemplazan” por “meditaciones” de “religiones orientales” o por los medios de comunicación.
         De nuestra parte, auxiliados por la mediación de la Madre de Dios, jamás reemplazaremos la nada de las religiones orientales y el vacío de internet y de la televisión, por los misterios insondables de la vida del Hombre-Dios Jesucristo, contemplados en los misterios del Santo Rosario e infundidos por el Espíritu Santo en nuestros corazones, por intermedio de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Rosario.

domingo, 6 de octubre de 2013

Nuestra Señora del Rosario y la preparación del alma para entrar a la vida eterna


         El Rosario es una oración cuyo origen es celestial, pues fue la misma Madre de Dios en Persona quien lo enseñó y lo entregó a la Iglesia, a través de Santo Domingo de Guzmán. A diferencia de lo que muchos erróneamente piensan, no se trata de una oración destinada a señoras integrantes de cofradías menguadas en número; el Rosario es un arma espiritual poderosísima que puede cambiar el destino de naciones enteras, como por ejemplo, la victoria obtenida por la cristiandad en la Edad Media. Pero si el Rosario puede decidir a favor de los cristianos batallas terrenas, como en Lepanto, puede decidir también a favor de los cristianos batallas mucho más importantes, como la lucha por la salvación del alma, batalla crucial en la que se juega el destino eterno de una persona. Esto es así porque la Virgen prometió que “no habría gracia que no sería concedida” si se la pedía a través del Santo Rosario, lo cual quiere decir que por medio de esta oración mariana el cristiano puede obtener la gracia más grande que se puede recibir en esta vida: la gracia de la salvación eterna del alma. En otras palabras, quien reza el Rosario, según las promesas de la Virgen, tiene asegurada su entrada al cielo, tiene asegurada la salvación.
La razón de esta efectividad del Santo Rosario, es simplemente que ha sido Dios mismo quien ha querido asociar esta oración, compuesta de rosas espirituales ofrecidas a la Madre de Dios –cada “Avemaría” es una rosa espiritual- con la concesión de gracias y dones espirituales imposibles siquiera de imaginar, entre ellos y el primero de todos, nada menos que la eterna salvación. 
Tal vez alguien, con cierto escepticismo, podría decir: ¿porqué razón una oración tan simple y que lleva tan poco tiempo rezarla, trae tantos beneficios, incluido uno tan grande que ni siquiera puede ser apreciado en toda su dimensión, como es el no solo evitar la condenación, sino obtener la eterna salvación? La razón es que, cuando alguien reza el Rosario, enunciando y meditando los misterios de la vida del Hombre-Dios, se evocan los misterios de la vida de Jesús, pero esta evocación no es un mero recuerdo de la memoria, sino una misteriosa actualización de esos misterios -obrada por el Espíritu Santo que actúa por intercesión de María-, en el corazón y en la vida de aquel que reza el Rosario, lo cual es la causa de la transformación del alma en una imagen viviente de Jesús. Esto es lo que explica que, como resultado del rezo del Rosario –devoto, confiado, piadoso, constante- el alma se vea configurada con Cristo, de modo que el efecto principal del Rosario -más allá de las gracias concedidas por la Virgen a quien lo rece- es que sea Cristo quien comience a vivir en el alma y el alma en Cristo, haciendo realidad en su vida las palabras de San Pablo: “No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Rezar el Rosario, entonces, no es el pasatiempo piadoso de un alma devota: es recibir, por la mediación de la Virgen María, la gracia de la configuración del alma con Cristo por medio de la meditación orante de los misterios de la vida de Jesús, y esto como una preparación para el paso de esta vida a la vida eterna, para que, cuando llegue el momento de pasar de esta vida a la otra, Dios Padre vea en el alma una imagen viviente de su Hijo Jesús y no solo no la rechace, sino que la haga partícipe y heredera del Reino de los cielos.


viernes, 24 de agosto de 2012

Qué implica la consagración a la Virgen María



         Nuestra Señora del Rosario se manifestó en San Nicolás de modo extraordinario, dejando a una vidente varios mensajes, por medio de los cuales quiere transmitirnos el urgente pedido de Dios Padre: la conversión del corazón.
         Ser devotos de la Virgen del Rosario de San Nicolás –y de cualquier otra advocación, puesto que la Virgen, obviamente, es una sola-, implica un verdadero esfuerzo y trabajo espiritual. Se equivoca quien piensa que la devoción a María, y la Consagración a su Inmaculado Corazón, está destinado solamente a quienes por la edad ya no tienen una ocupación activa en la sociedad. Por el contrario, si la Virgen se manifiesta de modo extraordinario, es para hacernos dar cuenta de que todos los hombres, de toda edad y raza, de cualquier nación de la tierra, debemos consagrarnos a Ella, puesto que es el refugio seguro ante la ira del Padre, desencadenada por nuestro desprecio e indiferencia a su Hijo Jesús y el don de su Amor, el Espíritu Santo.
         ¿Qué implica entonces la Consagración a la Virgen? No se trata simplemente de asistir a Misa los días 25; no se trata de simplemente encaminarse detrás de una procesión con su imagen; no se trata de simplemente creer que se es devoto y por lo tanto, agradable a la Virgen, por el hecho de cumplir con estas mínimas exigencias. La consagración a la Virgen implica un gran esfuerzo de lucha espiritual, ante todo contra sí mismo, puesto que el propio “yo”, el “ego” desmedido, crecido en la soberbia, es el principal enemigo de nuestra santificación y por lo tanto de nuestra salvación.
         ¿Cuáles son las exigencias de la consagración a María?
         Ante todo, oración, porque sin oración, no hay vida espiritual, no hay luz divina, no hay crecimiento interior. La oración es un diálogo vivo con el Dios Viviente, por medio del cual el alma recibe de Dios su Vida, que es al mismo tiempo luz divina y alimento celestial. Si no hay oración, o si esta es débil y cansina, fatigosa y mecánica, entonces toda la vida espiritual se reduce al mínimo indispensable, como si comparáramos la vida de un vegetal con la vida de un hombre. Y dentro de esta oración, además de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, ocupa un lugar imprescindible el rezo del Santo Rosario, por medio del cual la Virgen nos configura a su Hijo Jesús, imprimiendo su vida y sus misterios en nuestros corazones.
         Otra exigencia de la consagración a la Virgen es la asistencia a la Santa Misa, al menos dominical, ya que si el Rosario nos configura a Cristo, imprimiendo una imagen suya viva, la Eucaristía nos brinda al mismo Cristo en Persona.
         Como consecuencia de estas dos oraciones, el alma se llena de aquello que constituye –o debe constituir- su sustento principal: el amor, a Dios y al prójimo, comenzando por aquel prójimo con el cual, por algún motivo, se encuentra enfrentado conmigo. Este amor debe vivirse en relación a nuestro prójimo, en la vida cotidiana, en las situaciones de todos los días, dentro y fuera del hogar: la señal distintiva del cristiano es el amor fraterno, manifestado de múltiples maneras: humildad, afabilidad, perdón de las faltas, suavidad, afecto, disimulo de los defectos ajenos, caridad sobrenatural, sacrificio, ausencia de maledicencia y de malos pensamientos hacia el prójimo.
        Son tan importantes el amor y la humildad, que se puede decir que quien no ama a su prójimo, comenzando por el que es su enemigo, pensando, hablando y actuando con malicia hacia él, demuestra un alto grado de soberbia, lo cual contradice la Consagración a la Virgen, y hace vana su religión: “El que no refrena su lengua, no vale nada su religión”, dice el Apóstol Santiago.
         Revisemos entonces nuestra vida espiritual, para que la consagración a la Virgen sea del agrado del Sagrado Corazón de Jesús.