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martes, 16 de diciembre de 2014

La Encarnación del Verbo es el centro de una nueva realidad sobrenatural para la humanidad y para la Iglesia


“Concebirás y darás a luz un hijo” (cfr. Lc 1, 26-38). El anuncio del ángel a María, en la sencillez y parquedad de las palabras, encierra un misterio tan insondable y tan inmensamente grande, que cambia la historia de la humanidad para siempre. No sólo confirma a María como a la Madre de Dios, sino que anuncia un cambio radical para toda la especie humana de todos los tiempos.
         No sólo María se convierte en Madre de Dios; no sólo Dios Hijo se encarna en su seno virginal llevado por el Espíritu Santo a pedido del Padre, sino que toda la realidad humana queda centrada en la Trinidad[1].
Por la Encarnación del Logos del Padre se produce un hecho impensable para la humanidad, mucho más grande que si el cielo, con todo su esplendor, bajase a la tierra y convirtiera a la tierra en un Paraíso o en el cielo mismo. Por la Encarnación, Dios Hijo desciende a este mundo, pero para conducir al mundo al seno de Dios Trino, en la unión espiritual y en el Amor de la Trinidad.
Por la Encarnación, toda la especie humana ingresa en un nuevo orden de cosas, en un nuevo estado, se orienta hacia un nuevo fin, un nuevo destino; un destino y un fin completamente trascendentes e impensados para la criatura humana, y es el destino y el fin de la amistad con las Personas de la Trinidad, el destino y el fin de la comunión interpersonal con Dios Trino, con las Tres Divinas Personas de la augusta Trinidad.
El descenso de Dios Hijo al seno virgen de María y la unión personal con la humanidad, tiene como fin último el ascenso de la humanidad al seno de la Trinidad: la humanización del Verbo se prolonga con la divinización de la humanidad, en primer lugar, la unida a Él hipostáticamente, y luego la divinización de la humanidad que se une a Él por la gracia.
El misterio central de la Encarnación es la unión hipostática, personal, de la Persona del Hijo con la humanidad[2], pero para que la humanidad se una a la Persona del Hijo y, por el Hijo, en el Espíritu, al Padre.
Por lo mismo, la Encarnación se convierte en el centro de una nueva realidad para la especie humana y para la Iglesia. Para la especie humana, porque los hombres se vuelven hijos adoptivos de Dios; para la Iglesia, porque es el lugar en donde nacen estos hijos adoptivos, y porque es el lugar en donde la encarnación del Hijo se prolonga.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. Porque Dios Hijo se ha unido a la humanidad para que la humanidad se una a Dios Padre por el Espíritu, las palabras del ángel a María se repiten y se cumplen por lo tanto en la Iglesia, porque es ahí en donde la humanidad nace a la vida de Dios: la Iglesia, como Virgen fecundada por el Espíritu Santo, engendra hijos adoptivos de Dios por la gracia del bautismo; hijos que viven con la vida divina del Hijo Unigénito y que por lo tanto son hijos de Dios Padre en el Espíritu.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. También se aplican las palabras del ángel a la Iglesia, que concibe en su seno, el altar, al Hijo de Dios, por el poder del Espíritu, en la liturgia eucarística.
Así como el Espíritu hizo concebir a María Virgen en su seno al Hijo del Padre, así el mismo Espíritu, por la liturgia eucarística, concibe, en el seno de la Iglesia, al Hijo eterno del Padre, Jesús Eucaristía.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 195.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 343.

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Por qué creó Dios a la Virgen Inmaculada?



         Porque quería que su Hijo, al venir a esta tierra para salvarnos, no extrañase el cielo eterno, que es su seno de Padre eterno, en donde vivía feliz en inmensos e infinitos mares de felicidades, de alegrías y  ternuras, y para eso creó a la Virgen Inmaculada, para que su seno virginal fuera como otro cielo, en la tierra, en donde encontrara todas las felicidades y los mares inmensos e infinitos de felicidades, de alegrías y ternuras, las mismas que recibía de Dios Padre. Dios creó a la Virgen para que Dios Hijo, al encarnarse, al bajar del cielo eterno que es su seno de Dios Padre, a esta tierra, encontrara otro cielo en la tierra, el seno de la Virgen Madre, tan lleno de dulzuras y de amores celestiales como el de Dios Padre. Y para eso creó Dios  Trino a la Virgen Madre, para que su seno maternal fuera en la tierra como el seno del Padre era en el cielo,
         Porque quería que su Hijo, al encarnarse y bajar a este valle de lágrimas, no sintiera a menos la falta del Amor del Padre, Amor en el que Él vivía desde que fue engendrado desde la eternidad de eternidades; Dios quería que Dios Hijo, al venir a esta tierra, encontrara el mismo Amor con el cual Él como Padre lo amaba como Hijo desde siempre, y para eso creó a la Virgen, Llena del Espíritu Santo, llena del mismo Amor divino con el cual el Padre lo amaba desde siempre, en los cielos sempiternos; Dios Trino creó a la Virgen, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, lleno de creaturas humanas frías e indiferentes, o distraídas por amores pasajeros y superficiales, encontrara una Creatura Perfectísima que lo amara con Amor perfectísimo, sin mezcla alguna de amores mundanos, profanos, superficiales o pasajeros, y por eso María, la Madre de Dios, es la Llena del Amor de Dios, la Llena del Espíritu Santo.
Debido a que el Ser trinitario es Inmaculado, purísimo, perfectísimo, sin la más pequeñísima y ligerísima sombra de imperfección, creó a la Virgen Inmaculada, purísima, perfectísima, sin la más pequeñísima sombra de imperfección, para que cuando Dios Hijo se encarnara, y viniera a este lugar lleno de imperfección, no notara la diferencia, entre el seno purísimo del Padre, del cual procedía desde la eternidad, y el seno purísimo de la Virgen Madre, en el cual comenzó a existir en cuanto Hombre perfecto en el tiempo.
Dios Trino creó a la Virgen Inmaculada, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, sumergido en las tinieblas de la ignorancia, del pecado y del mal, encontrara un seno luminoso, iluminado con la luz eterna del Padre, la misma luz en la cual Él vivía desde la eternidad en el Padre, una luz que no es inerte sino que es Vida y da Vida eterna, porque brota del Ser Trinitario que es luminoso, y así la creó a la Virgen, en quien no hay sombra alguna de mal, de error, de impureza, de pecado, de ignorancia, sino que en Ella brilla la misma luz eterna con la que el Padre iluminaba al Hijo, y el Hijo al Padre, la luz que es el Espíritu Santo.
Para eso creó Dios Trino a la Virgen Inmaculada.

martes, 8 de febrero de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Nuestra Señora de Kazan"


Historia del icono

En el año 1579, se incendió la casa de un soldado durante un incendio en la ciudad de Kazán. Cuando decidió construir una nueva casa en el mismo lugar de la anterior, la Madre de Dios se apareció en sueños a su pequeña hija de nueve años, llamada Matrona, y le dijo que Su ícono yacía escondido en el fondo del lugar de la casa destruida por el fuego, y la mandó a que le anunciara al arzobispo y a las autoridades locales. Sin embargo, ni el arzobispo ni las autoridades hicieron caso de las advertencias de la Madre de Dios. Entonces la Madre de Dios se apareció una vez más a Matrona. Esta vez la niña vio rayos de fuego que irradiaban de la Virgen, y escuchó una voz de trueno, la cual decía que debía volver a las autoridades y al arzobispo para advertirles acerca del ícono, y aunque fue la madre de Matrona a hablar, tampoco le hicieron caso. Habiendo regresado a la casa, comenzó a excavar en el lugar indicado, pero sin resultado. Solo cuando su hija tomó la pala fue que encontraron la sagrada imagen, sacándola de la tierra. Envuelta en un trapo rojo, se veía muy brillante, y no tenía ni rastros de haber sido dañada. Tan pronto como se difundieron las noticias acerca de la milagrosa aparición por la ciudad, el arzobispo Ieremia, acompañado por las autoridades civiles, llegó al lugar, y con lágrimas en los ojos pidió perdón a la Madre de Dios. La Sagrada imagen fue luego colocada en la Catedral de la Anunciación de Kazán.

Cómo podemos rezar con este icono de la Madre de Dios

Podemos rezar con este ícono a través de su milagro, considerando las personas que intervienen, como la niña, y luego el milagro en sí. El hecho de que la Madre de Dios se aparezca a una niña, significa que, en nuestro trato de oración para con Dios, debemos tener la inocencia de un niño; es decir, debemos dirigirnos a Dios Trino como un niño se dirige a su padre. El motivo es no porque Dios Trinidad quiera que seamos infantiles, sino que la pureza y la santidad del Ser divino, en donde no hay sombra alguna de la más mínima maldad, puesto que es bondad infinita, no admite la soberbia, el orgullo y la presunción, que son muy frecuentes en los adultos. La inocencia del niño es entonces más apropiada para recibir el mensaje que viene de la pureza del Ser divino, y es por eso que la Madre de Dios se aparece a una niña, y es por eso que, en nuestra oración, en nuestro diálogo con Dios Uno y Trino, debemos ser niños: “El que no sea como niño no entrará en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 18, 1-5. 10,12-14). A su vez, este “ser como niños”, esta inocencia del alma, no la da el esfuerzo humano; no surge del interior del hombre: la inocencia que pide Jesús viene de la Eucaristía y de la gracia santificante. Sólo por medio de la Eucaristía y de la gracia sacramental llegaremos a ser “como niños”, como pide Jesús.

Más para rezar

El otro elemento para rezar es el milagro por el cual este es descubierto: el ícono estaba oculto y enterrado, y nadie sabía que existía, hasta que interviene la Madre de Dios para avisar de su existencia. Esto mismo pasa en la realidad, con ese ícono sobrenatural que es la Santa Misa: así como la imagen de la Madre de Dios y su Hijo Jesucristo permanecían oculta, sin que nadie supiera dónde estaba, así sucede hoy con la Presencia de Cristo en la Santa Misa: nadie sabe de su Presencia sacramental. Con la Santa Misa, y con la Presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía, pasa como con la imagen de la Madre de Dios de Kazán: está, pero nadie se anoticia de su existencia.

Descubrir la Presencia de Jesús Eucaristía

Para descubrir su Presencia sacramental en la Eucaristía, es necesario un llamado de la gracia divina, a través de la Madre de Dios, que nos ilumine en nuestra ignorancia, y nos haga ver a su Hijo Jesús en la Eucaristía, y es aquí donde interviene la otra parte del milagro: es la Virgen la que conduce a descubrir, por medio de la inocencia de la gracia, la Presencia oculta de su Hijo Jesús en la Eucaristía, así como hizo descubrir su imagen por medio de la inocencia de una niña. Guiados por la Madre de Dios hacia Jesús Eucaristía, como la niña fue guiada al ícono, veremos, con los ojos de la fe, resplandecer el invisible rostro de Cristo en el Pan del altar, del mismo modo a como resplandeció el ícono encontrado por la niña Matrona.