Para poder continuar con el tema del Cuerpo Místico de
Cristo, recordemos qué es, según el Manual del Legionario: “La Iglesia es el
Cuerpo místico de Cristo y su Plenitud (Ef 1,22-23). Cristo es la
cabeza, la parte principal, de la cual reciben todos los demás miembros su
facultad para obrar, hasta su misma vida y nos unimos a Cristo Cabeza mediante
el Bautismo. De esto se derivan los deberes santos de amor y servicio de los
miembros para con la Cabeza, Cristo y de los miembros entres sí (1 Jn
4,15-21)”[1]. Quien no está bautizado
no es miembro de Cristo; por esta razón, quien recibe el Bautismo sacramental
queda santificado, mientras que el que no lo recibe, no queda santificado,
porque no se le perdona el Pecado original y tampoco recibe la vida de Cristo,
la gracia santificante: “Si el bautismo santifica, es porque establece entre
Cristo y el hombre esa comunicación de vida, por la que la santidad de la
Cabeza fluye a los miembros”. Este fluir de la vida divina de Cristo a sus
miembros, no ocurre con los no bautizados.
Continúa
el Manual: “Cristo y su Iglesia no constituyen sino una sola Persona mística” y
por esta razón es que los bautizados, los incorporados a Cristo, reciben de Él
las gracias de la Redención: “Los méritos infinitos de la Pasión de Cristo
pertenecen también a sus miembros, los fieles. Así se explica cómo pudo sufrir
nuestro Señor por el hombre, y expiar culpas que Él no había cometido. Cristo
es el salvador de su cuerpo (Ef 5,23)”. La Redención de Cristo obrada en
la Pasión, se aplica a todo su Cuerpo Místico, los bautizados. De esta unión de
Cristo con su Cuerpo Místico, los bautizados, se sigue que los miembros del
Cuerpo de Cristo reciban de Él el influjo de su vida divina, de manera que
Cristo obra a través de sus miembros: “La actividad del Cuerpo místico es
actividad del mismo Cristo”. No solo en su obrar, sino también en su vida y en
su muerte, los fieles se hacen partícipes de la vida y la muerte y también la
resurrección, de Cristo: “Los fieles están incorporados a Él, y en Él viven
sufren y mueren, y en su resurrección resucitan”
El
bautizado ya recibe la vida divina que proviene de Cristo; ahora bien, con los
demás sacramentos, y sobre todo con la Eucaristía, este flujo de vida divina se
hace más intenso y potente: “Los demás sacramentos -la Eucaristía sobre todo-
tienen por finalidad estrechar esta unión, potenciar esta comunicación entre el
Cuerpo místico y su Cabeza”. Además de los sacramentos, también la fe del Credo
católico, el amor a Cristo y las obras, como el servicio que realizan los
legionarios, fortalecen la unión con Cristo Cabeza: “También se intensifica la
unión entre la Cabeza y los miembros por obra de la fe y del amor, por los
lazos de gobierno y mutuo servicio dentro de la Iglesia, por el trabajo, por la
humilde sumisión al sufrimiento; en resumen, mediante cualquier acto de vida
cristiana”
Ahora
bien, toda esta unión con Cristo se hace de modo mucho más eficaz, rápido y
seguro, en la unión con la Madre de Dios, María Santísima: “Pero todo esto se
hará mucho más eficaz si el alma obra en unión libre y permanente con María”. La
razón es que la Virgen cumple la función de unir, en el Amor del Espíritu Santo,
a Cristo Cabeza con los miembros de su Cuerpo Místico. Y como el Amor del
Espíritu Santo reside en el Inmaculado Corazón de María, cuanto más el alma
esté unida, por la consagración, a este Inmaculado Corazón de María Santísima,
tanto más fuerte será su unión con Cristo Cabeza del Cuerpo Místico. El Corazón
de la Virgen, dice el Manual, es como “una fuente de vida divina y de amor
divino que, recibiendo la vida y el amor divinos de su Hijo Jesús, los comunica
y distribuye luego por las almas de los bautizados, entre ellos, los
legionarios”.