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sábado, 9 de marzo de 2013

María, modelo de maternidad





María es un modelo insuperable de maternidad, porque cuida con inigualable amor de madre a su Hijo Jesús, que es Hijo suyo, pero que a la vez es su Dios, porque el Hijo de María es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios. Es un misterio imposible de comprender, que este Niño sea su Dios y Creador, y a la vez sea su propio Hijo.
María cuida a este Niño, que es su Dios, como toda madre cuida a su hijo primogénito: alimentándolo, cambiándolo, protegiéndolo, mimándolo.
A medida que crece, lo acompaña en sus primeros pasos, en sus primeras palabras.
María se desempeña con amor de Madre cuidando a su Hijo Jesús, como si fuera un niño más entre otros, pero la particularidad es que no se trata de un niño más: es Dios hecho niño, sin dejar de ser Dios. Por haber asumido una naturaleza humana, por haberse encarnado en un cuerpo y en un alma humanas, este niño necesita todo lo que necesita cualquier niño humano pero, a la vez, es Dios Hijo en Persona, Dueño y Creador de todo el universo visible e invisible. María, que cuida de su niño, sabe de este misterio del cual Ella es protagonista, y contempla, con amor de madre y con asombro, el misterio que tiene delante suyo, el misterio del Niño-Dios, de Dios, que es su Hijo, pero que a la vez es el Hijo eterno del Padre.
María cuida con amor de Madre a su Hijo que es a la vez su Dios, y por esto es modelo insuperable de maternidad, pero lo es también porque cuida a sus hijos adoptivos, adoptados al pie de la cruz, todos los hombres de todos los tiempos, incluidos nosotros. Es lo que le dice al indio San Juan Diego -cuando se aparece como la Virgen de Guadalupe- y, por medio de él,  nos lo dice a todos nosotros: “Juan Diego, mi hijo más pequeño, no te altere ningún acontecimiento penoso; ¿no estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás acaso entre mis brazos? ¿Tienes necesidad de algo más?”
María es Madre de Dios Hijo, y es Madre nuestra, porque somos sus hijos adoptivos. Así como cuidó a su Hijo Jesús desde que nació y así como lo acompañó hasta la cruz, y así como lo adora ahora en el cielo por la eternidad, es decir, así como estuvo acompañando a su Hijo Jesús a lo largo de su vida terrena, así nos acompaña, aunque no la veamos ni la sintamos, como Madre llena de amor y de ternura, a lo largo de nuestra vida terrena, llevándonos entre sus brazos, hasta el momento de ser presentados ante Dios Padre.

martes, 24 de enero de 2012

Los misterios de la Virgen María (IV)



La Presentación del Señor
         En esta fecha, la Iglesia nos propone la siguiente escena: una joven mujer hebrea, con su hijo recién nacido en sus frágiles brazos, ingresa al Templo, acompañada a una respetuosa distancia por su esposo. El matrimonio ha ido a cumplir con el precepto legal de hacer la ofrenda del primogénito a Yahvéh. Una vez en el Templo, se acerca a la madre con su hijo, primero una anciana, y luego otro anciano, que la felicitan por el niño recién nacido.
         La escena de la Presentación del Señor, vista con los ojos del cuerpo, y a la luz de la razón natural, no pasa de ser esto: un joven matrimonio que cumple con el precepto legal, es saludado por unos ancianos y es felicitado por su hijo, como sucede en muchas ocasiones.
         Sin embargo, a la luz de la fe, la escena posee otros matices: la joven madre es la Virgen María, la Madre de Dios, que lleva en sus brazos a Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, por lo que sus brazos no son frágiles, sino más fuertes que el acero, pues sostienen al Creador del universo; el esposo es sólo esposo legal, pues la joven madre era Virgen antes del parto, permaneció Virgen durante el parto, y continúa Virgen por toda la eternidad; la anciana es en realidad una mujer llena del Espíritu Santo, que profetiza acerca del Niño; el anciano no es un anciano más, sino un hombre lleno del Espíritu Santo, que iluminado por el mismo profetiza acerca del Niño pero también sobre la Madre, y es por esta profecía que los saludos y felicitaciones por el Niño recién nacido, que suelen darse a las jóvenes madres, se convierten en augurios de dolor y pesar, porque ese Niño, cuando adulto, será traspasado por los clavos en la Cruz, y ya muerto, será traspasado en su Corazón por una lanza, la cual herirá sin herir también al Corazón de la Madre: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”.
         Por último, el Niño que es llevado por su Madre, no es un niño más: es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, para que los hombres se hagan Dios. El Niño, llevado por la Madre Virgen, es el Salvador de los hombres, por medio de su sacrificio en cruz.
         Cuando se trata de los misterios de la Virgen María, nada es lo que parece, y lo que es, viene de Dios Uno y Trino.