El hecho de ser legionarios; de pertenecer a un movimiento
como la Legión que se caracteriza por honrar a la Madre de Dios; de rezar el
Rosario todos los días; de cumplir con las normas y el apostolado que la Legión
exige a los que pertenecemos a ella, no nos exime de caer en uno de los más
frecuentes errores señalados por San Luis María: el ser un devoto meramente
exterior de la Virgen. Para darnos una idea de qué es lo que sería esta clase
de devoto a los ojos de Dios –y de la Virgen-, podemos imaginar un hijo que, en
la relación filial con su madre, aparenta servirla y honrarla, pero en su
corazón no hay un amor suficiente o verdadero hacia su madre. Podríamos decir
que se trata de un hijo que, o es egoísta, porque en realidad sólo piensa en sí
mismo, o es un hijo que, por descuido, no conoce ni ama verdaderamente a su
madre. Es poco frecuente un caso así, pero lamentablemente, existen y en el
plano espiritual, se corresponde con los “devotos externos” que señala San Luis
María.
Para no caer en este error en nuestra relación con Nuestra
Madre del cielo –y para que no caigamos en muchos otros errores más-, pero
sobre todo para que nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima sea
interior, espiritual y llena de amor y por lo tanto agradable a Dios, es que el
Manual del Legionario pide que los legionarios “emprendan la práctica de la “Verdadera
Devoción a María”, de San Luis María de Montfort[1].
Específicamente, el Manual dice así: “Sería de desear que
los legionarios perfeccionasen su devoción a la Madre de Dios, dándole el
carácter distintivo que nos ha enseñado San Luis María de Montfort –con los
nombres de “La Verdadera Devoción o la Esclavitud Mariana”- en sus dos obras: “La
Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” y “El Secreto de María”[2].
El Manuel especifica, a renglón seguido, en qué consiste la
práctica de la Verdadera Devoción según el espíritu de San Luis María contenido
en las dos obras mencionadas y para graficarlo, utiliza la imagen de un esclavo
terreno en relación con su dueño: “Esta devoción exige que hagamos con María un
pacto formal, por el que nos entreguemos a Ella (…) sin reservarnos la menor
cosa (…) que nos igualemos a un esclavo (…)”[3].
Pero el Manual aclara que, aun así, la imagen del esclavo
terreno es todavía insuficiente para expresar cómo debe ser nuestra relación
con la Virgen y es que el esclavo terreno, siendo prisionero en su cuerpo, continúa
siendo libre en su alma, puesto que el amo terreno no dispone de sus
pensamientos ni de su voluntad: “Pero mucho más libre aún es el esclavo humano
que el de María: aquél sigue siendo dueño de sus pensamientos y de su vida
interior (…) la entrega en manos de María incluye la entrega total de los
pensamientos e impulsos interiores (…) hasta el último suspiro, para que Ella
disponga de ello a la mayor gloria de Dios”[4].
Esto significa que no
basta con la entrega de nuestro ser y de nuestros bienes materiales y
espirituales, pasados, presentes y futuros a la Virgen: significa que debemos
entregarle a la Madre de Dios incluso hasta nuestros más insignificantes
pensamientos y nuestros deseos más profundos, es decir, aquello que sólo
nosotros –y Dios- conocemos porque no se manifiestan al mundo exterior.
Si entregamos a María nuestros pensamientos, sin reservarnos
ninguno y si le entregamos nuestros deseos, sin reservarnos ninguno, entonces
recién estaremos emprendiendo el camino de la Verdadera Devoción a María,
porque solo entonces la Virgen podrá disponer de la totalidad de nuestro ser, purificando
y rechazando los pensamientos y deseos que son contrarios a la Ley de Dios y a
los Mandamientos de Jesús y perfeccionando sin límites los que no son
contrarios a dicha Ley y Mandamientos. Pero no finaliza aquí la acción de
María: cuanto más perfeccionemos esta entrega de pensamientos y voluntad, la
Virgen pondrá sus propios pensamientos y su propia voluntad en nosotros, de tal
manera que así podremos ser instrumentos perfectos en manos de María. Mientras
tanto, debemos cuidarnos mucho de uno de los más grandes peligros para un
legionario: el peligro de ser devotos meramente exteriores de la Madre de Dios.