sábado, 21 de abril de 2018

El legionario debe amar a María según la Verdadera devoción de San Luis María Grignon de Montfort



         El hecho de ser legionarios; de pertenecer a un movimiento como la Legión que se caracteriza por honrar a la Madre de Dios; de rezar el Rosario todos los días; de cumplir con las normas y el apostolado que la Legión exige a los que pertenecemos a ella, no nos exime de caer en uno de los más frecuentes errores señalados por San Luis María: el ser un devoto meramente exterior de la Virgen. Para darnos una idea de qué es lo que sería esta clase de devoto a los ojos de Dios –y de la Virgen-, podemos imaginar un hijo que, en la relación filial con su madre, aparenta servirla y honrarla, pero en su corazón no hay un amor suficiente o verdadero hacia su madre. Podríamos decir que se trata de un hijo que, o es egoísta, porque en realidad sólo piensa en sí mismo, o es un hijo que, por descuido, no conoce ni ama verdaderamente a su madre. Es poco frecuente un caso así, pero lamentablemente, existen y en el plano espiritual, se corresponde con los “devotos externos” que señala San Luis María.
         Para no caer en este error en nuestra relación con Nuestra Madre del cielo –y para que no caigamos en muchos otros errores más-, pero sobre todo para que nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima sea interior, espiritual y llena de amor y por lo tanto agradable a Dios, es que el Manual del Legionario pide que los legionarios “emprendan la práctica de la “Verdadera Devoción a María”, de San Luis María de Montfort[1].
         Específicamente, el Manual dice así: “Sería de desear que los legionarios perfeccionasen su devoción a la Madre de Dios, dándole el carácter distintivo que nos ha enseñado San Luis María de Montfort –con los nombres de “La Verdadera Devoción o la Esclavitud Mariana”- en sus dos obras: “La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” y “El Secreto de María”[2].
         El Manuel especifica, a renglón seguido, en qué consiste la práctica de la Verdadera Devoción según el espíritu de San Luis María contenido en las dos obras mencionadas y para graficarlo, utiliza la imagen de un esclavo terreno en relación con su dueño: “Esta devoción exige que hagamos con María un pacto formal, por el que nos entreguemos a Ella (…) sin reservarnos la menor cosa (…) que nos igualemos a un esclavo (…)”[3].
         Pero el Manual aclara que, aun así, la imagen del esclavo terreno es todavía insuficiente para expresar cómo debe ser nuestra relación con la Virgen y es que el esclavo terreno, siendo prisionero en su cuerpo, continúa siendo libre en su alma, puesto que el amo terreno no dispone de sus pensamientos ni de su voluntad: “Pero mucho más libre aún es el esclavo humano que el de María: aquél sigue siendo dueño de sus pensamientos y de su vida interior (…) la entrega en manos de María incluye la entrega total de los pensamientos e impulsos interiores (…) hasta el último suspiro, para que Ella disponga de ello a la mayor gloria de Dios”[4].
Esto significa que no basta con la entrega de nuestro ser y de nuestros bienes materiales y espirituales, pasados, presentes y futuros a la Virgen: significa que debemos entregarle a la Madre de Dios incluso hasta nuestros más insignificantes pensamientos y nuestros deseos más profundos, es decir, aquello que sólo nosotros –y Dios- conocemos porque no se manifiestan al mundo exterior.
         Si entregamos a María nuestros pensamientos, sin reservarnos ninguno y si le entregamos nuestros deseos, sin reservarnos ninguno, entonces recién estaremos emprendiendo el camino de la Verdadera Devoción a María, porque solo entonces la Virgen podrá disponer de la totalidad de nuestro ser, purificando y rechazando los pensamientos y deseos que son contrarios a la Ley de Dios y a los Mandamientos de Jesús y perfeccionando sin límites los que no son contrarios a dicha Ley y Mandamientos. Pero no finaliza aquí la acción de María: cuanto más perfeccionemos esta entrega de pensamientos y voluntad, la Virgen pondrá sus propios pensamientos y su propia voluntad en nosotros, de tal manera que así podremos ser instrumentos perfectos en manos de María. Mientras tanto, debemos cuidarnos mucho de uno de los más grandes peligros para un legionario: el peligro de ser devotos meramente exteriores de la Madre de Dios.


[1] Cfr. Manual del Legionario, V, 5.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

viernes, 13 de abril de 2018

Nuestra Señora del Valle y la verdadera devoción



         En el transcurso de los tiempos, la devoción a la Virgen del Valle se ha ido desvirtuando hacia un aspecto meramente exterior, descuidando la esencia de lo que significa, para el alma, la aparición de la Madre de Dios en su vida. Muchos  piensan que son devotos de la Virgen porque precisamente, acuden a la basílica en peregrinación todos los años; o porque tienen una imagen de la Virgen del Valle en sus casas; o porque fue bautizado en su día; o porque en la familia sus ancestros eran devotos de la Virgen. No está mal ser devoto por estos motivos, pero si nos quedamos en esta devoción exterior solamente, nos convertimos en lo que San Luis María Grignon de Montfort llama “devotos exteriores de la Virgen”. Esta clase de devotos ejerce una devoción falsa –la que se detiene en el homenaje externo a la Virgen-, aunque ellos no lo piensen así, porque una devoción de esta clase no conduce a la conversión interior. ¿Por qué? La razón es que la verdadera devoción a la Virgen, según San Luis María Grignon de Montfort, conduce a la conversión del corazón, lo cual significa apartar el corazón de la tierra, del mundo, de las pasiones y elevarlo al Cielo, al Reino de Dios, al deseo y a la práctica de las virtudes naturales y sobrenaturales. Es decir, la verdadera devoción a la Virgen –en este caso, la Virgen del Valle- lleva a que el alma desee vivir en gracia, viviendo los Mandamientos de la Ley de Dios, obrando la caridad y luchando contra sus propias pasiones y malas inclinaciones. De nada sirve ser un devoto exterior de la Virgen, es decir, contentarse con peregrinar a la basílica una vez al año, si estamos a favor del aborto, del uso de anticonceptivos, del alcohol; de nada sirve tener una imagen de la Virgen en casa, si ante las dificultades, problemas y tribulaciones, en vez de acudir a la Virgen como un niño acude a su madre cuando está en dificultades y en vez de rezar el Rosario –la oración que más agrada a la Virgen- se acude a los enemigos de Dios y de la Virgen, los brujos, los magos, los chamanes, que invocan a los demonios. De nada sirve ser devoto exterior de la Virgen, si el único día que acudimos a Misa es en el día de la Virgen, mientras descuidamos por años e incluso décadas, tanto la Confesión sacramental como la asistencia a la Misa dominical de precepto, porque es allí, en la Confesión y en la Misa, en donde encontramos al Hijo de María, que es todo lo que la Virgen quiere de nosotros.
         Honremos a la Virgen del Valle no solo exteriormente, sino además interiormente y el mejor homenaje que podemos hacerle, no solo en su día, sino todos los días del año, es el propósito de emprender, con la ayuda de la gracia, una sincera y definitiva conversión del corazón. Y así la Virgen estará verdaderamente contenta con nosotros, porque un corazón convertido está unido a su Inmaculado Corazón y al Sagrado Corazón de Jesús.

lunes, 9 de abril de 2018

La Anunciación de la Santísima Virgen María



(Cuando la fiesta de la Anunciación [25 de Marzo] cae en Semana Santa, la Misa de esta festividad se traslada a la siguiente fecha disponible después del Domingo in Albis)

         La Anunciación del Ángel a la Santísima María constituye el más grande evento de la historia, un evento que supera infinitamente a la Creación del universo visible e invisible: la Encarnación del Verbo Eterno del Padre en el seno purísimo de María Virgen.

          La Virgen Santísima fue creada Pura e Inmaculada e inhabitada por el Espíritu Santo precisamente para este hecho: para ser el Tabernáculo viviente y Sagrario vivo más precioso que el oro y la plata, en el cual el Logos, llegada la plenitud de los tiempos, habría de encarnarse para así cumplir el plan de redención de la humanidad de Dios Trino. Puesto que no hubo intervención humana alguna, el Verbo Eterno del Padre fue llevado por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, hasta las entrañas purísimas de la Virgen. Por este hecho, la Virgen, sin dejar de ser Virgen, se convirtió, en el mismo instante de la Encarnación, en la “Theotokos”, en la Madre de Dios, una condición de tan alta sublimidad y santidad que hizo que la Virgen, que ya era inmensamente más grande que los ángeles y santos más grandes, se convirtiera en la creatura más excelsa jamás concebida, superada en santidad, honor y majestad, solo por su Hijo –“Colocada en los confines de la divinidad”, dicen los santos-, que era Dios Hijo en Persona. Describiendo el inefable hecho de la Encarnación, afirma San Anselmo que “el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen se convierten naturalmente en un solo y mismo Hijo”. La Virgen, sin dejar de ser Virgen, ofrenda a Dios su maternidad, convirtiéndose en la Madre de Dios al encarnarse en su seno purísimo el Hijo de Dios. Una vez en su seno, la Virgen hizo lo que toda madre con su hijo concebido: le suministró de su carne y de su sangre, nutriendo a Aquél que da el ser a las creaturas y tejiéndole un cuerpo de niño para que el Invisible sea visible y pueda ser contemplado por todas las naciones. Por el misterio sublime de la Encarnación, la Virgen le dio al Verbo Eterno del Padre de su propio cuerpo y de su propia sangre para que el Verbo, Encarnado, pudiera ofrecerse como Víctima en el altar sacrosanto de la cruz y en la cruz del sacrosanto altar eucarístico, entregando su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad para la salvación de los hombres.