La Inmaculada es la Mujer del Génesis (3, 15), que con el
poder de Dios participado aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua; la
Inmaculada es la Mujer al pie de la Cruz (Jn
19, 25-27) que por pedido divino nos recibe como hijos adoptivos de Dios y
herederos del Reino; la Inmaculada es la Mujer revestida de sol de la que habla
el Apocalipsis (12, 1), Emperatriz de cielos y tierra; es la Llena de gracia (Lc 1, 26-38) que da su asentimiento al plan divino de nuestra redención.
La Inmaculada es la Mujer que Dios ha puesto como Madre
nuestra del cielo, para que nosotros no tengamos miedo de llegar a Dios, porque
nadie tiene miedo de una madre que tiene a su Hijo en brazos, como la Virgen.
La Inmaculada es la Mediadora de todas las gracias, a la que
Dios ha puesto para que acudamos a Él para pedirle cualquier gracia, porque nadie
tiene temor en pedirle a su propia Madre aquello que necesita, y así al ser
nuestra Madre, no tenemos temor en pedir las gracias que necesitamos para
nuestra eterna salvación. Al darnos a la Virgen como Mediadora de todas las gracias,
Dios se asegura por una doble vía que las hemos de conseguir: por un lado,
porque siendo la Virgen nuestra Madre celestial amorosísima, no tenemos temor
en acercarnos a Ella para pedirle esas gracias; por otro lado, porque Él no le
niega nada a la Madre de Dios y de los hombres.
Le pidamos a la Inmaculada, en este tiempo de Adviento, la
gracia de preparar el corazón para recibir a Cristo Dios que Vino en Belén,
Viene en cada Eucaristía y ha de Venir al fin de los tiempos a juzgar a vivos y
muertos.
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