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jueves, 24 de mayo de 2018

María, Auxiliadora de los cristianos



La advocación de María como Auxilio de los cristianos es prácticamente tan antigua como la Iglesia misma y los milagros obrados desde el inicio bajo esa advocación continuaron y continúan hasta el p. En efecto, el primero en llamar a la Virgen María con el título de “Auxiliadora” fue San Juan Crisóstomo, en Constantinopla en al año 345, en donde él dice: “Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios”[1].
Más tarde, en el año 532, San Sabas narra que en oriente había una imagen de la Virgen que era llamada “Auxiliadora de los enfermos”, porque junto a ella se obraban muchas curaciones.
San Juan Damasceno en el año 749 fue el primero en propagar la jaculatoria: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. Y afirma: la Virgen es “auxiliadora para evitar males y peligros y auxiliadora para conseguir la salvación”. Un doble título de Auxiliadora para los cristianos: con su auxilio, impedirá que caigan en el Infierno y los ayudará a conseguir el Cielo.
En Ucrania, Rusia, se celebra la fiesta de María Auxiliadora el 1 de octubre desde el año 1030, puesto que en ese año y bajo esta advocación, libró a la ciudad de la invasión de una feroz tribu de bárbaros paganos. Desde entonces en Ucrania se celebra cada año la fiesta de María Auxiliadora el primer día de octubre.
Luego del grandioso triunfo de las fuerzas cristianas sobre los musulmanes en la batalla de Lepanto en el año 1572, el Papa San Pío V ordenó que en todo el mundo católico se rezara en las letanías la advocación “María Auxiliadora, rogad por nosotros”, porque a Ella fue que se le adjudicó el triunfo del ejército cristiano contra el formidable ejército mahometano compuesto por 282 barcos y 88.000 soldados.
En el año 1600 los católicos del sur de Alemania hicieron una promesa a la Virgen de honrarla con el título de “Auxiliadora” si los libraba de la invasión de los protestantes y hacía que se terminara la terrible Guerra de los Treinta años. Al poco tiempo, la Madre de Dios les concedió ambos favores y en acción de gracias, en muy poco tiempo, había ya más de setenta capillas con el título de María Auxiliadora de los cristianos.
En 1683 los católicos al obtener inmensa victoria en Viena contra los enemigos de la religión, fundaron la asociación de María Auxiliadora, la cual existe hoy en más de 60 países.
En 1814, el Papa Pío VII, prisionero del general Napoleón, prometió a la Virgen que el día que llegara a Roma, en libertad, lo declararía fiesta de María Auxiliadora. Inesperadamente el pontífice quedó libre, y llegó a Roma el 24 de mayo. Desde entonces quedó declarado el 24 de mayo como día de María Auxiliadora.
Luego, es la Virgen en persona quien quiere ser llamada “María Auxiliadora”: en el año 1860 la Santísima Virgen se aparece a San Juan Bosco y le dice que quiere ser honrada con el título de “Auxiliadora”, indicándole además el sitio para que le construya en Turín, Italia, un templo.
La obra del templo comenzó con solo tres monedas de veinte centavos cada una, pero fueron tantos y tan grande los milagros que María Auxiliadora empezó a obtener a favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la Gran Basílica. San Juan Bosco afirmaba: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Fue desde aquel Santuario que la devoción a María bajo el título de Auxiliadora de los Cristianos comenzó a extenderse por el mundo.
En el año 1862, ante el auge del ateísmo, del secularismo y del satanismo, San Juan Bosco afirma: “La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana”.
Por último, debemos decir que el nombre de María Auxiliadora no es un nombre puesto al azar: la Virgen es “Auxiliadora de los cristianos” porque así como una madre auxilia a sus hijos que están en peligro, y así como la Virgen auxilió a su Hijo Jesucristo durante toda su vida pero sobre todo en el momento de máximo peligro para su vida, la Pasión y el Camino Real de la Cruz, así la Virgen nos auxilia a nosotros, sus hijos, que por el bautismo sacramental hemos sido convertidos en hijos adoptivos de Dios y que por lo tanto somos “otros cristos” y que estamos en peligro de condenación eterna mientras vivimos en este “valle de lágrimas”, rodeados de “tinieblas y sombras de muerte”. El título sería: “María, Auxiliadora de sus hijos, otros cristos”, y nos auxilia como a Cristo, su Hijo, para que con su ayuda seamos capaces de llevar la cruz que nos conduce al Calvario, en donde debe morir el hombre viejo, dominado por las pasiones y la concupiscencia, para dar nacimiento al hombre nuevo, al hombre nacido de la Sangre y el Agua, esto es, de la gracia santificante que brotó del Corazón traspasado de Jesús.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El Santísimo Nombre de María


         Cuando se evoca el nombre de una persona esto equivale, en cierta medida, a evocar a la persona misma: por ejemplo, cuando un hijo, que se encuentra lejos de su madre, en una tierra desconocida, la llama por su nombre, porque extraña su amor y sus caricias maternales: el solo hecho de pronunciar el nombre de su madre[1] hace que, en cierta medida, esa madre se haga presente -al menos en el recuerdo, aun cuando no esté presente en la realidad-. Esto sucede porque el nombre del ser amado es guardado en el corazón con amor y es evocado también con amor y por eso la presencia virtual, en el recuerdo, es una presencia, un memorial, de amor: un hijo que recuerda a su madre, la recuerda con amor y el pronunciar su nombre y evocar su recuerdo, por medio del nombre, será también en el amor.
Así como ocurre entre los hijos de los hombres, así sucede también con los hijos de la Virgen, pero de un modo mucho más real, porque desde la cruz, Jesús nos dio a María por Madre, de modo que cuando pronunciamos el Santísimo Nombre de María, sabemos que contamos con la segura, amorosa y poderosa protección maternal de la Virgen, que se hace presente, de modo misterioso e invisible, pero real y cierto, para estar junto a todo hijo que la invoca en momentos de angustia y tribulación.
Esto es así porque Dios ha dado a los cristianos el dulce nombre de María como un tesoro para ser custodiado con amor en el corazón, y ha querido asociar al Nombre Santísimo de María gracias no concedidas a ningún santo y a ningún ángel, entre las cuales están las de ser Auxiliadora de los cristianos, Corredentora de los hombres y Medianera de todos las gracias, lo que significa que si la Virgen es invocada por sus hijos que habitan en este “valle de lágrimas”, la Madre de Dios no tarda en hacerse presente para auxiliar a sus hijos que se encuentran en peligro. 
Esto es lo que hace que para un cristiano, el Santísimo Nombre de María sea más dulce que la miel y sea además, después del Nombre Tres veces Santo de Dios, el nombre a custodiar con todo celo y amor, con toda honra, respeto y honor, en el corazón y que sea evocado, como el nombre de Dios, solo para ser amado, venerado, honrado y alabado. Todo esto sucede con el Nombre Santísimo de María, porque la Virgen no es un mortal común, sino un ser muy especial, a quien Dios Uno y Trino ha dotado de gracias y títulos tan especiales como innumerables y esas gracias y títulos están asociados a su Nombre, así como su Nombre está asociado a su persona.
Asociados al Nombre Santísimo de María, se encuentran entonces numerosos títulos y junto con ellos, se asocian gracias enormes, admirables y maravillosas; gracias que se hacen presentes junto con la evocación del nombre y con la presencia de la Virgen, de manera tal que, al nombrar a la Virgen, se hace presente la Virgen y con Ella, los títulos y las gracias que la adornan. 
¿Cuáles son esos títulos y las gracias que se asocian al Nombre Santísimo de María?
Al pronunciar el Nombre Santísimo de María, el que lo pronuncia, está diciendo también, junto con el Nombre Santísimo de María, todos los títulos y las gracias que están en este Nombre, que están contenidos a su vez en la persona Purísima de la Virgen: Madre de la Divina Gracia; Madre de Dios; Madre del Amor Hermoso; Madre de la Iglesia; Madre de todos los hombres; Madre de los hijos de Dios; Corredentora de la humanidad; Mediadora de todas las gracias; La Mujer revestida de Sol; La Llena de Gracia; La Madre Virgen; La Inmaculada Concepción; Madre de la Iglesia, Sagrario Viviente; Tabernáculo del Altísimo; Custodia más preciosa que el oro que alberga la Hostia Inmaculada, Cristo Jesús; Primer Sagrario del Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesús, la Eucaristía; el Diamante Celestial por donde pasa el Sol Eterno, Cristo Jesús; La Puerta de los cielos, que da paso a la Luz Eterna encarnada, Jesucristo; el Portal de Belén que engendra al Pan Vivo bajado del cielo; La Vencedora de la Serpiente infernal; La Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente; La Mujer que vence al Dragón rojo, y junto con estos, innumerables títulos más, unos más grandiosos que otros, todos los cuales reflejan la plenitud de gracia de la Virgen y la inhabitación del Espíritu Santo desde el momento mismo de su Inmaculada Concepción.
Es por este motivo que -dicen los santos- cuando se pronuncia el Nombre Santísimo de María, los demonios huyen aterrorizados, y porque es un nombre que contiene en sí toda la santidad de Dios, los ángeles caídos no lo pueden pronunciar, pero sí puede ser pronunciado por el pecador, porque es la Puerta Abierta por donde se llega a la Salvación Eterna, Jesucristo el Señor. Es decir, si por un lado el Nombre Santísimo de María es terror para los demonios, por otro, es consuelo y esperanza cierta de eterna salvación para el pecador. 
Al invocar el dulce y Santísimo Nombre de María, en sus labios y en su Corazón, en todo momento, pero sobre todo en la hora de la muerte, el pecador sabe que cuenta con la segura y amorosa presencia de su Madre celestial, Abogada de los pobres, que intercederá ante el Rey de los cielos, Jesucristo, para que se apiade de su alma, y así el Justo Juez, Jesucristo, al ver que el pecador tiene por Abogada Defensora a su propia Madre, no tendrá más opción que dejarlo entrar en el Reino de los cielos. 
Invocando el dulce y Santísimo Nombre de María, en su corazón y en su boca, el pecador espera confiado el día de su Juicio particular, sabiendo que su Madre le granjeará la entrada en el Reino de los cielos.




[1] Supongamos que el nombre de esa madre amorosa fuera “Daisy”.