Mostrando entradas con la etiqueta Jesucristo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jesucristo. Mostrar todas las entradas

sábado, 12 de junio de 2021

El Inmaculado Corazón de María, modelo inigualable de amor a Jesucristo

 



         Si alguien deseara, en algún momento, amar a Cristo Dios como Él se lo merece, lo único que debería hacer es contemplar al Inmaculado Corazón de María y, con la ayuda de la gracia, introducirse en este Corazón Sacratísimo de María e imitarlo. Así lo sugiere en uno de sus sermones San Lorenzo Justiniano[1], obispo.

         El santo obispo dice así: “María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente”. San Justiniano nos dice que la Virgen meditaba con su mente sapientísima y guardaba con amor en su Inmaculado Corazón aquello que había “leído, escuchado, mirado” y esto no era otra cosa que los misterios de la vida de su Hijo Jesús. La Virgen, además de amar a su Hijo con amor purísimo maternal, como hace toda madre con su hijo, sabía que su Hijo era Dios Hijo encarnado y es este misterio el que la admiraba, la asombraba, la colmaba de amor y de adoración hacia su Hijo quien, como lo dijimos, además de ser su Hijo, era al mismo tiempo su Dios. Pero la Virgen no se quedaba en la contemplación de los misterios de la vida de su Hijo: dicha contemplación la hacía crecer en “sabiduría y caridad”, de manera tal que cuanto más los contemplaba, tanto más su mente brillantísima se colmaba de la Divina Sabiduría y tanto más su Inmaculado Corazón se encendía en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.

         Continúa así San Lorenzo Justiniano: “Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad”. El conocimiento de los misterios de la Santísima Trinidad, revelados por el mismo Dios Trino hacia Ella, hacía que en la Virgen brillara la Sabiduría Divina en su mente y que ardiera su Corazón Inmaculado en el Amor de Dios y esto la colmaba de alegría, una alegría celestial, sobrenatural, divina, que al mismo tiempo que la atraían cada vez más a la Trinidad, la hacían crecer en su humildad, en su adoración, en su amor y en su anonadamiento hacia Dios Uno y Trino.

         Afirma San Lorenzo Justiniano que todos estos prodigios que se verificaban en la Santísima Virgen, eran todos productos de la gracia santificante, que es la que eleva a la naturaleza humana –junto con sus potencias, la inteligencia y la voluntad- a la participación en la vida trinitaria, lo cual tiene como efecto transformar la naturaleza humana, “de resplandor en resplandor”, en la naturaleza divina, con lo que, con toda verdad, se puede decir que la naturaleza humana, cuanto más gracia posee, más se diviniza: “Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios”. Y puesto que la Virgen Santísima no solo había sido concebida sin la mancha del pecado original, sino que además había sido concebida como Llena de gracia, como inhabitada por el Espíritu Santo, los progresos en el conocimiento de la Divina Sabiduría, en el Amor del Espíritu Santo y en la práctica de toda clase de virtudes, eran en Ella en grado inefable y de tal manera, que ni todos los ángeles del Cielo ni todos los santos bienaventurados podían siquiera asemejárseles.

         Continúa San Lorenzo: “Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual”. Con estas palabras nos quiere significar el santo que la Virgen no tenía ni la más ínfima sombra de juicio propio sino que, llevada por el esplendor de la Sabiduría y por el Fuego del Divino Amor, aumentaba en Ella cada vez más aquella virtud que Nuestro Señor Jesucristo nos pide explícitamente en el Evangelio que la practiquemos, imitándolo a Él y es la humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La Virgen poseía en tal grado y perfección esta virtud de la humildad, que sólo era superada por su Hijo Jesucristo, que es en Sí mismo la Humildad Increada y por esto era la Virgen más agradable a la Trinidad que todos los ángeles y santos del Cielo.

         Por último, San Lorenzo Justiniano nos invita a imitar a la Virgen si es que de veras deseamos alcanzar y vivir en la perfección espiritual: “Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado”. Es decir, así como Cristo entró en ese templo sacratísimo que es el Inmaculado Corazón de María, desde el primer instante de su Concepción, por estar este Corazón de María colmado de gracia, así Cristo ingresa en todo corazón que, a imitación de María Santísima, posea en él la gracia santificante. Si esto hacemos, es decir, si nuestro corazón está en gracia, a imitación de María Santísima, nuestro corazón se convertirá en templo en el que ingresará el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, para ser adorado en el altar de nuestra alma, el corazón, por el tiempo que nos queda de vida terrena y luego en el Cielo, por toda la eternidad.

 

 

 



[1] Cfr. Sermón 8, En la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39.

domingo, 11 de octubre de 2020

Nuestra Señora del Pilar y la gloriosa Conquista y Evangelización de América por España

 


          ¿Cuál es el origen de la devoción de la Virgen como “Nuestra Señora del Pilar”? El origen es el siguiente: según documentos del siglo XIII, el Apóstol Santiago, El Mayor, hermano de San Juan, viajó a España a predicar el evangelio (año 40 d.C.), y estando allí, una noche la Virgen María se le apareció en un pilar[1], sostenida y rodeada de ángeles y con una estatuilla de madera en las manos. Es decir, no se trató de una aparición, puesto que la Virgen aún no había sido asunta al Cielo en cuerpo y alma y todavía vivía en Jerusalén. Por lo tanto, se trató o de una traslación, o de una bi-locación de la Virgen.

          Sea una cosa o la otra, lo cierto es lo que nos cuenta la Tradición: que Santiago había llegado a Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, y una noche, estando en profunda oración junto a sus discípulos a orillas del río Ebro, la Santísima Virgen María se manifestó sobre un pilar, acompañada por un coro de ángeles.

Fue entonces cuando la Virgen le habló al Apóstol pidiéndole que se le edificase ahí una iglesia con el altar en derredor al pilar y expresó: “Este sitio permanecerá hasta el fin del mundo para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que imploren mi ayuda”. También se cree que la Virgen le dio al Apóstol una pequeña estatua de madera.

El lugar, ha sobrevivido a invasiones de diferentes pueblos y a la Guerra Civil española de 1936-1939, cuando tres bombas cayeron sobre el templo y no estallaron. Luego de la aparición, Santiago junto a sus discípulos comenzaron a construir una capilla en donde se encontraba la columna, dándole el nombre de “Santa María del Pilar”. Este fue el primer templo del mundo dedicado a la Virgen. Después de predicar en España, Santiago regresó a Jerusalén. Fue ejecutado por Herodes Agripas alrededor del año 44 d.C. siendo el primer apóstol mártir, luego de lo cual, sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España para su entierro. Siglos después el lugar fue encontrado y llamado Compostela (campo estrellado). A su vez, el primer santuario sobre la tumba de Santiago lo ordenaron construir el rey Alfonso II, El Casto de Asturias,  y el obispo Teodomiro en el siglo IX. Hoy se encuentra una magnífica catedral en sitio.

          Esto es en lo que se refiere al origen histórica de la devoción de Nuestra Señora del Pilar, pero además de la historia, la devoción tiene un significado sobrenatural y místico que no puede dejarse de lado, so pena de olvidar la esencia de la devoción.

          Gracias a esta traslación o bilocación de la Virgen, por medio de la cual entregó el pilar y la imagen de la Virgen al Apóstol Santiago, es que la nación ibérica, que luego sería España, se convirtió al catolicismo y gracias a que se convirtió al catolicismo, es que España, con los años, luego de vencer a los judíos y a los musulmanes, emprendió la más grande empresa jamás realizada por una nación en la tierra y es la Conquista y Evangelización de América. Gracias a esta empresa colosal y sobrehumana -si España no hubiera sido asistida por el Cielo no podría haber llevado a cabo la fabulosa obra de Conquista y Evangelización de América-, es que los pueblos indígenas que habitaban en América, no solo se vieron libres de la esclavitud humana y demoníaca a la que estaban sometidos -por ejemplo, los aztecas y los mayas hacían permanentes guerras para luego practicar el canibalismo y el sacrificio ritual humano a los dioses paganos, que en realidad eran demonios-, sino que recibieron un don inimaginable, el don de la fe católica, el don de la fe en el Hombre-Dios Jesucristo, Redentor de la humanidad y en su Madre, la Virgen, como en su Iglesia, la Iglesia Católica.

          Por todo esto, debemos dar gracias al Cielo, por el don de la devoción a Nuestra Señora del Pilar y por el don de la Conquista y Evangelización de América por parte de España, gracias a la cual millones de seres humanos se convirtieron no solo en parte del Imperio Español, sino ante todo en hijos adoptivos de Dios y herederos del Cielo. Y la mejor acción de gracias es la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual fuimos liberados de nuestros tres grandes enemigos: el Demonio, la Muerte y el Pecado. Por habernos traídos la fe católica, sea por siempre bendita la Madre de Dios, Nuestra Señora del Pilar y sea bendita por siempre nuestra Madre Patria, España.

sábado, 5 de marzo de 2016

El Legionario y la imitación de María


         Muchas veces nos preguntamos por qué no crecemos en la vida espiritual, o por qué tal o cual apostolado no da frutos. La razón nos la da el Manual del Legionario: porque –por uno u otro motivo- no tenemos a María en el corazón, en el pensamiento, en el obrar[1].
         Si el legionario no está unido estrechamente a María, dice el Manual, no podrá lograr su fin, que es el de manifestar a María al mundo, como medio (de María) para conquistar al mundo para Jesucristo[2]. Es decir, la Virgen quiere manifestar al mundo a su Hijo Jesucristo y lo quiere hacer por medio de los legionarios y por medio de la Legión, pero para que eso sea posible, la unión con María debe ser tal, que sea María la que viva en el legionario –parafraseando a la Escritura- para que, a través del legionario, se manifieste María al mundo, como condición sine qua non de la manifestación de Jesucristo al mundo. Pero si el legionario no está estrechamente unido a María, es como “un soldado sin armas”, como “el eslabón roto de una cadena”[3].
         Ahora bien, ¿cómo es esta unión con María? Podemos utilizar una imagen, la de la unión del alma con el cuerpo: se trata de una unión muy fuerte, porque el alma es lo que da vida al cuerpo y sin el alma, el cuerpo muere. Es decir, el cuerpo depende, para su vida corporal, del alma, que le da vida al cuerpo. Según el Manual, la unión entre el legionario y María –y por lo tanto su dependencia vital- es aún mucho más fuerte; tanto, que puede decirse que María es mucho más que “el alma y la vida del legionario”. En otras palabras: el alma depende, para su vida espiritual, mucho más que el cuerpo depende, para su vida corporal, del alma. María es “el alma del alma”, la vida de la vida corporal, si podemos decir así, y el motivo lo encontramos en uno de los títulos que la Iglesia le da a la Virgen: Madre de la Divina Gracia. Porque la Virgen es la Madre de la Gracia Increada, Jesucristo, y porque la Virgen es Mediadora de todas las gracias, y puesto que la gracia santificante, de Jesucristo, que es la vida de nuestra alma, nos viene por María en cuanto Mediadora de todas las gracias, es que podemos decir que el alma depende, para su vida espiritual, más que el cuerpo depende del alma, para su vida corporal. Aquí, dice el Manual, podemos darnos una idea del “dominio –dependencia- absoluto de María sobre el alma, un dominio más estrecho e íntimo que el de la madre con el hijo”[4]. Hay otros ejemplos que nos da el Manual, para reforzar esta idea de la dependencia espiritual del alma con María: así como sin corazón no hay sangre; sin el ojo, no hay visión; sin el oxígeno, no hay respiración en los pulmones, así también es todavía más imposible que el alma, sin María, se eleve a Dios y cumpla sus designios[5]. Es decir, si un cuerpo no puede vivir sin el alma, mucho menos puede el legionario vivir sin María.
         Otro elemento a considerar, según el Manual, es que “dependemos de María, no por sentimientos humanos, sino por disposición de Dios”[6], porque Ella es la Madre de la Divina Gracia, la que por disposición divina, nos da la gracia, que nos da la vida de Dios. Aun así, continúa el Manual, “debemos reforzar y robustecer –libre y conscientemente- esta dependencia de María, sometiéndonos a Ella libre y espontáneamente, y así descubriremos maravillas de santificación para nuestras almas” –no solo no nos estancaremos en nuestra vida espiritual, sino que creceremos espiritualmente a pasos agigantados-; ya no obraremos con nuestras propias fuerzas humanas, sino que “brotará una energía nueva, desconocida, y todo lo que no pudimos hacer –rescatar del pecado a los que estaban bajo su yugo-, lo haremos en un instante con María”[7].
         Por ejemplo, un modo de incrementar nuestra dependencia de María, como legionarios, es el “comenzar el día con un acto de consagración a María, renovándolo con jaculatorias a lo largo del día”, además de llevar a María en el pensamiento y en el corazón, para que “no sea yo quien viva, sino que sea María la que viva en mí”; el legionario debe hacerlo todo en María, con María, para María: la Santa Misa, el Rosario, la comunión, diciéndole a lo largo del día: “Totus tuss”, soy todo tuyo, Madre mía. El legionario debe pedir a María ver a su Hijo Jesús –sobre todo en la Eucaristía- no con sus ojos, sino con los ojos de María; escuchar a Jesús con los oídos de María; percibir “el buen olor de Cristo” con los sentidos de María; proclamar a Jesús con los labios de María; amar a Jesús con el Amor que inhabita el Corazón Inmaculado de María, el Espíritu Santo; adorarlo con la adoración de María. Así, comenzará a ver el mundo y los misterios de la salvación, con los ojos de María y amará con el Corazón de María, porque será María la que viva en él y él, el legionario, irá desapareciendo poco a poco (la razón del fracaso del apostolado y del estancamiento y retroceso en la vida espiritual es, precisamente, que el legionario no le da espacio a María y no deja que María crezca en él, para él desaparecer).
         El legionario debe imitar a María, llevarla en su mente y en su corazón y en su obrar, olvidándose de sí y recurriendo a María en toda oportunidad, y así María irá configurando su alma y su corazón al alma y al Inmaculado Corazón de María, de modo que “el legionario y María no parecerán sino un solo ser”[8]. María intervendrá en su apostolado, otorgando los frutos que Dios tiene dispuesto. Y sólo así, en la imitación de María por parte del legionario, la Legión de María será el instrumento por el cual la Madre de Dios derramará sobre el mundo su luz, y la Luz de María es Jesucristo.



[1] Cfr. Manual, Capítulo VI.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.

martes, 16 de diciembre de 2014

El misterio de María


Cuando se piensa en Jesucristo, se piensa en sus misterios, se piensa en cómo puede ser posible que un simple hombre, o alguien que aparenta ser hombre a simple vista, pueda ser Dios en Persona. Todo el cristianismo gira en torno a los misterios del Hombre-Dios, y es así, porque el Hombre-Dios es el centro del universo, tanto visible como invisible.
         Sin embargo, poco se piensa en los misterios de María. ¿Quién podría pensar que de esa pequeña niña hebrea[1], hija de los ancianos Joaquín y Ana, dependía el futuro de humanidad? ¿Quién podía imaginar, al ver a María, que Ella era la Elegida por el Padre desde la eternidad, para enviar a su Hijo Unigénito a encarnarse en su seno virgen por el Espíritu Santo?
Al ver a María, como humilde ama de casa, salir a hacer compras al mercado de su pueblo, ¿podría siquiera pensarse que en María Dios adquiriría para sí a toda la humanidad? Cuando María preparaba la cena en su casa de Palestina, a la luz de las candelas de cera, ¿alguien habría imaginado que sería Ella, como Iglesia, quien preparara el banquete celestial del altar, a la luz de los candelabros litúrgicos de cera?
Al ver a María cocinar la cena, compuesta de cordero, pan, vino, ¿se podría pensar que Ella ofrecería al mundo, en el altar, la carne del Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Pan de Vida eterna y el Vino en el cáliz de la Nueva Alianza? Cuando María, en su huerto, por las noches, con el sol oculto, tejía a la luz de la luna, luego de un día de duras faenas hogareñas, ¿podía siquiera imaginarse que sería el sol, el astro solar, quien la revestiría, y que la luna sería el escabel de sus pies?
Al contemplar a María, huir de noche hacia Egipto, acompañada por San José, para evitar que su Hijo sea asesinado por las fuerzas del infierno, ¿se hubiera alguien atrevido a ver en esta joven mujer fugitiva, débil, a la Madre de Dios, ante cuyo solo nombre los poderes del infierno se estremecen de terror y de pavor?
Y cuando María preparaba el pan en su horno de barro, para luego untarlo con miel y dárselo a su Hijo Jesús, ¿alguien hubiera pensado que sería Ella quien daría al mundo el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús, más dulce que la miel?
¡Cuán sublime el misterio de María! ¡A los ojos del cuerpo parece una débil Niña que protege a su Hijo, a los ojos del Espíritu, es la Madre de Dios, la Mujer del Apocalipsis, la Nueva Eva, la Esposa del Cordero, la Co-Redentora de la humanidad!



[1] Cfr. San Hesiquio de Alejandría, siglo V, 83.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


La Medalla Milagrosa se originó en una de las apariciones de la Virgen se le apareció a Santa Catalina Labouré[1]; en concreto, en la aparición del 27 de noviembre de 1830. Por lo tanto, es muy importante conocer esa aparición, porque conociendo esa aparición, conoceremos el significado y el contenido de las promesas de la magnífica Medalla Milagrosa. Además, nos daremos cuenta que la Medalla Milagrosa es un pequeño compendio de la Fe, algo así como un Credo o un Catecismo de la Fe, que enciende nuestros corazones en el Amor a Jesús y a la Virgen, porque nos hace repasar los principales misterios de la salvación, predisponiendo de esa manera nuestros corazones, a recibir las gracias que solicitamos.
Según las narraciones de la santa, es día, se le apareció la Virgen, “vestida de blanco, con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello”; su cabeza estaba cubierta “con un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies”, y cuando describió su rostro, sólo dijo que “era la Virgen María en su mayor belleza”. Santa Catalina describió a la Virgen con “sus pies posando sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior”, que “aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas”; las manos de la Virgen estaban “elevadas a la altura del corazón y sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita”. La Virgen, según Santa Catalina, “mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo”; a veces miraba al cielo y a veces a la tierra”. Luego sucedió algo en las manos de la Virgen: sus dedos se llenaron de anillos, que comenzaron –algunos, no todos- a despedir luces: “De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja”.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y hablándole a su corazón le explicó el significado de lo que veía: “Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”. De esa manera, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies. En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.
Oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En adelante, ya no verás, hija mía; pero oirás mi voz en la oración”.
Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: “La M y los dos corazones son bastante elocuentes”.
¿Qué significado tienen los símbolos y cuál es el mensaje espiritual de la Medalla Milagrosa? Como hemos visto, algunos han sido explicados por la misma Virgen.
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que está sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás. La Virgen es, en el Génesis, la “Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente” (Gn 3, 15), y lo hace porque, en virtud de ser Ella la Madre de Dios, su Hijo Dios la ha hecho partícipe de su poder divino, y es así que para el Dragón infernal, Satanás, el delicado piececito de mujer de la Virgen, pesa más que miles de universos enteros, porque la Virgen tiene el poder divino participado por el mismo Dios Hijo en Persona. Ése es el motivo por el cual el Demonio tiembla de terror y de espanto ante el solo Nombre de María Virgen, y es el motivo por el cual la Virgen le aplasta su cabeza orgullosa de Serpiente infernal: porque tiene el poder participado por Dios.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. La Virgen aparece al principio de las Escrituras, en el Génesis, como la Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente infernal, y aparece al final de las Escrituras, en el Apocalipsis, resplandeciente, como “la Mujer revestida de sol” (12, 1), y siempre por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Madre de Dios; si al principio de las Escrituras aparece como aplastando al Dragón, en el Apocalipsis aparece el Gran Signo Divino, que junto a la Cruz de Jesús, anuncia a los hombres el Triunfo de Dios sobre el Ángel caído; la Virgen es la “Mujer revestida de sol”, porque Ella está inhabitada por el Espíritu Santo y es Morada de la Santísima Trinidad, y ante su presencia, las huestes del infierno se hunden en los abismos aullando de terror, mientras los ángeles y santos de Dios exultan de gozo y alegría.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes se lo pidan. Nuestro Señor en la cruz, nos la dio como Madre y en las Bodas de Caná intercedió para que Jesús obrara el primer milagro público, la conversión del agua en vino de la mejor calidad, símbolo de la conversión del vino del altar en la Sangre del Cordero. Al concedernos a la Virgen en su doble condición de Madre y Medianera de todas las gracias, Dios quiere asegurarse nuestra salvación eterna a toda costa, porque sabe que cuando un hijo de esta Madre Amantísima acude a Ella, al ver esta Madre, que es puro Amor, que su hijo descarriado está en peligro de condenarse, no dejará de mover cielo y tierra, para conseguir las gracias necesarias para que su hijo se salve. La infinita Sabiduría y el Amor Eterno de Dios han querido darnos una Madre que, además de Amantísima, es Medianera de todas las gracias, de manera que acudiendo a Ella, estaremos siempre seguros de conseguir las gracias que necesitamos, para nosotros y para nuestros seres queridos, para la eterna salvación. Debemos pedir gracias sin temor, porque la misma Virgen nos anima a pedirlas, ya que Ella dice que “las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
-Jaculatoria: “María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti”. Se trata del Dogma de la Inmaculada Concepción, dado a conocer antes de la definición dogmática de 1854. También se trata de la misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre. La Virgen es concebida sin pecado, por eso es “Inmaculada Concepción”, es decir, concebida “sin mácula”, sin mancha de pecado. Esto quiere decir muchas cosas: quiere decir que la Virgen nunca tuvo ni la más pequeñísima sombra, no siquiera de malicia, porque no era capaz de cometer ni el más ligerísimo pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección. Pero además, la Virgen era “Llena de Gracia”, lo cual quiere decir, “inhabitada por el Espíritu Santo”, y esto desde el primer instante de su Concepción Inmaculada, y esto, porque la Virgen estaba destinada a ser la Madre de Dios: no podía estar contaminada con la malicia del pecado, la que iba a ser la Madre de Dios Hijo, que por definición, era el Ser en el grado más perfecto de pureza y de santidad. Y como la Virgen es Inmaculada, Pura, e infinitamente agradable a Dios, puede interceder por nosotros, y es por eso que debemos recurrir a Ella, si queremos obtener algo de Jesucristo, ya que enseñan los santos que, si vamos nosotros, por nosotros mismos, a Jesucristo, directamente, con toda probabilidad, seremos rechazados, pero si vamos por medio de María, seremos aceptados.
-El globo bajo sus pies: significa que la Virgen es Reina del cielos y tierra. No puede ser de otra manera, puesto que su Hijo, Jesucristo, es Rey de cielos y tierra, y al ser Asunta la Virgen, su Madre, Él la coronó como Reina de cielos y tierra. Pero así como Jesucristo obtuvo su corona de gloria luego de ser coronado de espinas, así también la Virgen recibió de su Hijo Jesucristo, la corona de luz y de gloria, luego de participar espiritualmente de su Pasión y de su corona de espinas. Por eso es que nosotros, como hijos de la Virgen que somos, si queremos ser coronados de gloria, como nuestra Madre celestial y como Jesús, entonces también pedimos ser coronados con la corona de espinas de Jesús y pedimos participar espiritualmente, como participó la Virgen espiritualmente, de la Pasión de Jesús. Sólo así, participando de la misma corona de espinas y de la Pasión de Jesús, seremos coronados de gloria como la Virgen, en el cielo, por Jesús.
-El globo en sus manos: significa el mundo –las almas- ofrecido a Jesús por sus manos. Todas las almas, están en las manos de la Virgen, que se las ofrece a Jesús, para que Jesús las guarde en su Sagrado Corazón y de su Sagrado Corazón las lleve al Padre.
En el reverso:
-La cruz. Por la cruz, a la luz. Por la cruz del Calvario, a la luz de la gloria. No hay salvación sin cruz; la cruz de Jesús es el camino al cielo. La cruz de Jesús convierte la ira del Padre en Amor Misericordioso, porque cuando Jesús se interpone entre Dios Padre y nosotros con su cruz, Dios Padre nos mira a través de las llagas de Jesús, y así su ira divina, justamente encendida por nuestras iniquidades y maldades, no solo se aplaca, sino que desaparece y se convierte en Divina Misericordia, que se derrama sobre las almas por medio de la Sangre que mana a través de las heridas abiertas de Jesús.
-La letra M. Es el símbolo de María y de su maternidad espiritual. La Virgen es nuestra Madre del cielo, porque Jesús nos la entregó antes de morir, como supremo don de su Sagrado Corazón, cuando le dijo a Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). En Juan estábamos representados todos los hombres, y fue en ese momento, de supremo dolor, que la Virgen nos concibió en su Inmaculado Corazón, como hijos adoptivos, y fue en ese admirable momento en el que, a la sombra de la cruz, bajo la forma del amor maternal de una Madre celestial, la Misericordia Divina comenzó a tomar posesión de nuestras almas, para salvarlas y conducirlas al cielo.
-La barra. Es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. “No hay otro nombre dado bajo el cielo para nuestra salvación” (Hch 4, 12), y eso es lo que nos recuerda la Medalla Milagrosa.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador. La Medalla Milagrosa nos recuerda este hecho: la Virgen está al pie de la cruz, en el Calvario, y está al pie de la cruz en el altar eucarístico, en la Santa Misa, porque la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz.
-Las doce estrellas. Signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los Apóstoles y que nace en el Calvario de su Inmaculado Corazón traspasado.
-Los Dos Corazones. Significan la Corredención y la unidad indisoluble entre los Corazones del Hijo y de la Madre, además de la futura devoción a los dos y su reinado. La Virgen María es Corredentora porque participa espiritualmente de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús. Si bien Ella no participó físicamente de los tormentos que sufrió su Hijo, sí los sufrió moral y espiritualmente; además, desde que dio su “Sí” al Anuncio del Ángel a la Voluntad del Padre, a la Encarnación del Verbo, que era ofrecer su Hijo  por la salvación de los hombres; al ofrecerlo a su Hijo en el Nacimiento, en Belén, Casa de Pan, como Pan de Vida eterna; al ofrecerlo al pie de la cruz, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; al ofrecerlo cada vez, en la Santa Misa, como la Madre Iglesia, en la Eucaristía, como Pan Vivo bajado del cielo, la Virgen participa activamente de la Redención, porque Ella ofrece a su propio Hijo, al Hijo de sus entrañas, que si bien es el Hijo Eterno del Padre, es también Hijo de sus entrañas humanas y maternas, de madre humana, por la parte humana que tiene Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, y porque la Virgen ofrece activamente a su Hijo por la Redención de los hombres y participa espiritualmente de la Pasión de su Hijo, la Virgen es Corredentora, junto a su Hijo, el Redentor del mundo, y por eso, la Medalla Milagrosa, nos recuerda a los Dos Sagrados Corazones de Jesús y de María juntos.
Y, por último, el nombre de la medalla: la Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada Concepción”, pero al expandirse la devoción y al haber sido concedidos tantos milagros a través de ella, se le cambió el nombre y se la comenzó a llamar popularmente “La Medalla Milagrosa”.
Y, como dice el dicho: “Cuando el río suena, agua trae”. Y en este caso, el río suena, porque trae agua, mucha agua; tanta agua, que es un mar, y un mar de gracias: las gracias de la Medalla Milagrosa.





[1] http://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm

miércoles, 9 de enero de 2013

María, ejemplo de cómo recibir la Palabra de Dios



María es para nosotros ejemplo de todo lo bueno que podamos decir, hacer o pensar.
         De entre todas las cosas de las que María es ejemplo, una de ellas es la de cómo recibir a la Palabra de Dios.
         Muchas veces escuchamos la Palabra de Dios, pero esta Palabra no permanece en nosotros, porque no nos fijamos en María.
         María recibe a la Palabra de Dios, Dios Hijo, en su seno purísimo, por el poder del Espíritu Santo, y a esta Palabra, que es Dios Hijo, Palabra eterna del Padre, una vez recibida en su seno, la reviste con su propia carne, la viste de Niño humano, y la alumbra milagrosamente, para donarla al mundo.
         Nosotros debemos hacer como María: recibir la Palabra Eterna del Padre, Cristo Eucaristía, en nuestros corazones en gracia, por el poder del Espíritu Santo, y revestirla con nuestras propias palabras, para darla a conocer al mundo.
         Es decir, así como María concibió a la Palabra Eterna del Padre, por la gracia del Espíritu Santo, y la revistió con su propia carne y la dio a conocer, así nosotros, por la gracia del Espíritu Santo, debemos concebir a la Palabra del Padre, Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que viene a nosotros en la Eucaristía; la debemos revestir con nuestras propias palabras y conceptos, y así darla a conocer a nuestros prójimos.
         María es Madre de Dios porque engendró a la Palabra; nosotros podemos participar de esa función maternal de María, engendrando y concibiendo a la Palabra de Dios, Jesús Eucaristía, en nuestros corazones.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VIII)




¿Puede la salvación de un alma, por toda la eternidad, depender de un solo nombre? Sí, puede, y es el nombre de María. Porque si bien nuestro Señor Jesucristo es el Redentor y el Salvador de toda la humanidad, María Santísima es también Corredentora de todos los hombres, puesto que a Ella le ha sido confiada la custodia materna de la humanidad entera, y todo aquel que invoque el dulce nombre de María, llamándola como un niño llama a su madre, puede estar cierto de que Ella lo asistirá en su última agonía.
Nuestro Señor Jesucristo nos consiguió la salvación con su muerte en Cruz, y al mismo tiempo encargó a su Madre que nos cuidara a todos como a hijos suyos muy queridos. Por este motivo, acudir a María Santísima, en la tentación, para salir triunfantes y victoriosos, equivale a acudir al mismo Jesucristo. ¡Qué misterio el de María Santísima, que siendo una frágil mujer hebrea, le haya sido concedido, por designio de la Trinidad Santísima, la asistencia de los cristianos en la lucha contra la tentación! Son los santos quienes afirman que todo aquel que acuda a María en la lucha contra la tentación, contra el demonio, el mundo y la carne, saldrá triunfante.
Lamentablemente, muchos cristianos olvidan esta misteriosa verdad, y piensan que si invocan a la Madre, el Hijo no les prestará atención, cuando en realidad, es todo lo contrario. Muchos cristianos hacen a menos la devoción a María, sin considerar el enorme misterio de salvación y gracia que su dulce nombre encierra. ¡Cuán equivocados se encuentran los cristianos que creen que no es necesario acudir a la Madre para obtener el Amor del Hijo!
No en vano nos advierten los santos, de no perder nunca de vista este Faro de luz que nos guía en la tormenta, esta Estrella del alba que nos anuncia la llegada del sol, esta Luz esplendorosa que ilumina las tinieblas. Dice así San Bernardo: “Quitad el sol, ¿qué será del día? Quitad del mundo a María, ¿qué quedará sino tinieblas?”. Y San Alfonso María de Ligorio: “Desde el punto en que un alma pierde la devoción a María es invadida de densas e impenetrables tinieblas, de aquellas tinieblas de las cuales, hablando el Espíritu Santo, dice: ‘Ordenaste las tinieblas y se hizo noche: en ella transitará toda fiera del bosque’. Apenas deja de brillar en un alma la luz divina y se hace en ella la noche, se trocará en cubil de pecados y en morada de demonios”. Y el mismo San Alfonso cita, a su vez, a San Anselmo: “¡Ay de aquellos que menosprecian la luz de este sol”, es decir, que tienen poca devoción a María.
Y para darnos una idea del maravilloso don del cielo que consiste la devoción a María, citamos el caso, narrado por San Alfonso, de la intervención de María Santísima a favor de quienes le demuestran su amor filial por medio de una piadosa devoción. Es el caso de un canónigo, muy devoto de la Madre de Dios, que sintiéndose próximo a morir, llamó a sus hermanos en religión, rogándoles que lo asistieran en un momento tan trascendente. Repentinamente, comenzó a temblar y a cubrirse de un temblor frío. “¿No veis a estos demonios que me quieren arrastrar al infierno?”, gritó con voz temblorosa. Hermanos míos, implorad en mi favor el nombre de María; espero que Ella me dará la victoria”. Todos los presentes se pusieron a rezar las letanías de la Santísima Virgen, y cuando dijeron la invocación: ‘Santa María, ruega por él’, dijo el moribundo: “Repetid, repetid el nombre de María, porque ya estoy en el tribunal de Dios”. Luego dijo: “Verdad que hice esto; pero también lo es que he hecho penitencia de ello”. Vuelto a la Virgen, exclamó: “¡Oh María, si venís en mi ayuda, me salvaré!”. Luego los demonios lo asaltaron, tratando de desesperar su alma, pero el moribundo se defendía persignándose con un crucifijo e invocando el nombre de María.
Así pasó toda la noche; al día siguiente por la mañana, tranquilo y sonriente, dijo el sacerdote, de nombre Arnoldo, lleno de alegría: “María, mi augusta Reina y mi refugio, me ha alcanzado el perdón y la salvación”. Luego, con los ojos puestos en María, que le invitaba a seguirla, dijo: “Ya voy, Señora, ya voy”. Y haciendo un esfuerzo para levantarse, expiró tranquilamente.
¡Con este ejemplo vemos cómo debemos recurrir a María Santísima, nuestra Madre del cielo, si queremos salvar nuestras almas!

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VII)


Las misteriosas relaciones entre María Inmaculada y la Santa Sede


         Entre María Santísima y la Sede de Pedro hay misteriosas relaciones que escapan a la sola razón humana. La Santa Sede no es sólo un organismo de gobierno de una sociedad religiosa encargada de hacer pública y universal las fiestas de la Virgen, como por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción. Hay algo mucho más profundo de lo que aparece a simple vista.
         ¿De qué se trata?
De que se trata, es que hay entre ambos misterios algo que los une estrecha e indisolublemente, de manera tal que no se entienden el uno sin el otro, y ese “algo” es de origen celestial, sobrenatural, que hace que tanto la Virgen como la Santa Sede, señalen a la humanidad entera un nuevo destino, insospechado e inimaginable, un destino de feliz eternidad.
         Así como María Santísima, en su Concepción Inmaculada, está señalando a la humanidad un destino altísimo, sobrenatural, que sobrepasa las capacidades de filiación y de fraternidad de la raza humana, así la Santa Sede, custodia del depósito de la Revelación, señala a la humanidad la vocación a conocer una Verdad sobrenatural absoluta, que sobrepasa las capacidades y posibilidades de conocimiento de la razón humana.
         Y la conexión entre ambos misterios es que, tanto María Santísima, como la Santa Sede, albergan en su seno al mismo Verbo de Dios, la Sabiduría eterna encarnada, Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
 Mientras María Santísima, por medio del Espíritu Santo, engendra al Verbo de Dios, que al encarnarse se ha hecho hermano de los hombres para unirlos a sí y, en Él, a Dios, la Santa Sede lo proclama con una infalibilidad celestial, porque está asistida por el Espíritu Santo.
         Así como tanto la Virgen como el Papa, señalan a toda la humanidad, a todos los hombres de todos los tiempos, un solo Camino a recorrer, una sola Verdad en la que creer, una sola Vida que recibir y vivir, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
                Y de la misma manera a como María Santísima fue enriquecida sobremanera de manera tal de superar en gracia a todos los ángeles y santos juntos, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, así también se le otorgó la infalibilidad al Papa, porque la Santa Sede debía conducir a todos los hombres de todos los tiempos al conocimiento infalible de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas, conocimiento que supera infinitamente a cualquier conocimiento posible de alcanzar por cualquier creatura, sea hombre o ángel, conocimiento por el cual los hombres serían capaces de conocer y amar al Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad encarnada para la salvación de los hombres.
Precisamente, uno de los más malignos artificios de Satanás consiste en tratar de destruir ambos misterios: de María, afirmando que es sólo la madre de Jesús de Nazareth, un hombre  bueno, pero solamente hombre; y de la Santa Sede, afirmando que su enseñanza no es infalible.
         Como cristianos, jamás cedamos a la tentación de rebajar los sublimes y grandiosos misterios que unen a María Santísima con la Santa Sede, al nivel de la razón humana. Por el contrario, pidamos siempre la gracia de ser iluminados de tal manera, que veamos siempre en la Virgen a la Madre de Dios, y en el Santo Padre, al Vicario de Cristo, que nos señala, de modo infalible, el conocimiento de Dios Trino.
         He aquí la admirable conexión entre la Santa Sede y María Inmaculada. 


miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Inmaculada Concepción de María y nuestro destino de eternidad



Dios creó a la Virgen Toda Hermosa, con una hermosura superior a la de todos los ángeles y santos juntos, y la creó también con un poder mayor al de todos los ángeles y santos juntos. Que la Virgen tenga más poder que los ángeles y los santos, se ve en sus imágenes, en donde aplasta, con su delicado piececito, la cabeza del demonio. Para el demonio, el delicado pie de la Virgen pesa más que millones de toneladas, y eso porque la Virgen lo aplasta con el poder de Dios. Además, el demonio, y todo el infierno junto, le tienen terror a la Virgen: basta con nombrarla, para que huyan.

Dios crea a la Virgen Toda Hermosa, Purísima, y Llena del Espíritu Santo. Entonces nos preguntamos: ¿por qué Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia? La respuesta está en su Hijo Jesús.

La razón por la cual Dios crea una criatura inmaculada, sin mancha de pecado original, es decir, sin sombra alguna de malicia o de rebelión a Dios, y además Llena de Gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo, es para que esta criatura, la Virgen María, sea la Madre del Cordero Inmaculado y Fuente Increada de toda gracia, Jesucristo.

En otras palabras, Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia para que de Ella nazca el Hombre-Dios, Inmaculado y Autor de toda gracia.

Siendo Jesús Dios verdadero, y por lo tanto, Tres veces Santo, no podía nacer en un seno contaminado con el pecado, y por eso Dios crea a María Inmaculada; siendo Jesús el Amor Puro y santo de la divinidad, no podía nacer en un seno que no fuera amor puro y santo, y por eso Dios crea a María, Madre del Amor hermoso; siendo Jesús Dios Hijo, el Amor Espirante en Persona, que junto al Padre espira al Amor Espirado, el Espíritu Santo, no podía nacer en un seno que no estuviera inhabitado por el mismo Espíritu Santo, y por eso Dios crea a María, Llena del Espíritu Santo.

Dios crea a María Inmaculada y Llena del Espíritu Santo porque de Ella habría de salir el Cordero Inmaculado Dador del Espíritu Santo, para perdonar los pecados de los hombres muriendo en cruz, y llevarlos a la eternidad feliz en los cielos.

Dios crea a María sin mancha de pecado original para que Cristo se encarne, muera en cruz y nos done su Espíritu luego de resucitado, para que siendo hijos de Dios, seamos destinados a vivir otra vida, la vida de la gracia en esta vida terrena y temporal, y la vida de la bienaventuranza en la otra vida, la vida que empieza después de la muerte, la vida eterna.

Que la celebración de María Inmaculada y Llena de gracia no quede para nosotros, cristianos, en un mero recuerdo piadoso; que no sea vivido por los hijos de Dios como un día feriado vivido en la mundanidad, como si estuviéramos destinados a este mundo y como si este mundo no fuera a terminar alguna vez; que al recordar a María, concebida sin mancha de pecado original, inhabitada por el Espíritu Santo, consideremos y meditemos que cuando Dios Trinidad decidió, en su eternidad de eternidades, concebir a María como Inmaculada, lo hizo pensando en todos y cada uno de nosotros, como destinados a la eterna bienaventuranza.

María fue concebida sin mancha de pecado original para que Cristo pudiera encarnarse y concedernos la vida eterna, vida que recibimos en germen en la Eucaristía.

Que el recuerdo de Nuestra Madre del cielo nos lleve a pensar que también nosotros, por la gracia, estamos llamados en esta vida a ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, como anticipo de la vida eterna, nuestro destino final.

No estamos llamados a una vida terrenal, material, temporal; esta vida se termina, y nos espera la eternidad, y el modo de prepararnos para esa eternidad, que no sabemos cuándo habrá de llegar, es imitando a María Inmaculada y Llena de gracia, y el modo de imitarla no es solo evitando el pecado, sino ante todo viviendo en gracia, viviendo como hijos de Dios, inmaculados y llenos del Espíritu Santo, y para conseguir esto, lo mejor es consagrarnos a su Corazón Inmaculado.

Esa condición, el ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, la adquirimos cuando, con el corazón contrito y humillado, acudimos a la confesión sacramental.

Es en la confesión sacramental en donde nos preparamos para la vida eterna, y es en la consagración e imitación de la Virgen en donde comenzamos ya a vivir, de modo anticipado, nuestro destino de eternidad.

Por la confesión sacramental y por la Consagración a la Virgen convertimos nuestro cuerpo en templo y morada del Espíritu Santo y nuestro corazón en Sagrario de Jesús Eucaristía.

De esta manera se hace realidad para nosotros lo que nos dice San Pablo: "El cuerpo es templo del Espíritu Santo", por lo que debemos cuidar para no solo no profanarlo con impurezas, enojos, rencores, envidias, sino para mantenerlo siempre y cada vez más perfumado e iluminado por la gracia.

El cuerpo y el corazón, así consagrados a la Virgen, iluminados por la gracia, son como una flor fresca y perfumada: así como esta necesita del agua para vivir, así el alma necesita del agua vivificante de la gracia para no morir, y así como la flor se vuelve mustia y seca, perdiendo su perfume, su luz, su belleza, cuando se la deja sin agua y se la expone al calor del sol, así el alma pierde su encanto, su belleza, dada por la gracia, cuando la tentación es consentida, es decir, cuando se comete un pecado.

El mundo buscará de tentarnos para que profanemos el cuerpo, templo del Espíritu Santo, y el corazón, sagrario de Jesús Eucaristía. Para que eso no suceda nunca, es que nos consagramos a la Virgen María.

martes, 11 de octubre de 2011

Tradición e Historia de la Virgen del Pilar



Según la Tradición, Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo del Zebedeo, fue enviado por la Santísima Virgen, quien todavía no había sido asunta al cielo, para predicar en tierras españolas, hacia el año 40 después de Cristo. En ese entonces, España, era tierra pagana sumergida en la idolatría. Obedeciendo al pedido de la Virgen el apóstol llegó con algunos discípulos, a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, donde actualmente está situada la ciudad de Zaragoza, y allí comenzó a predicar.

En la noche del 2 de enero del año 40 Santiago oyó voces de ángeles que cantaban “Ave María gratia plena” (“Dios te salve María, llena eres de gracia”) y vio aparecer a la Virgen María sobre una columna de mármol.

La Santísima Virgen, que todavía vivía en esta tierra, es decir, no había sido aún asunta a los cielos en cuerpo y alma, le pidió a Santiago que se le construyese allí una capilla con el altar en torno al pilar celestial, prometiéndole que el pilar permanecería allí hasta el fin de los tiempos para que el poder de Dios obrase prodigios por su intercesión. Además, le dijo que España conservaría la fe hasta el final de los tiempos.

Santiago y sus ocho compañeros, testigos también del prodigio, comenzaron inmediatamente a edificar una ermita con la ayuda de todos los conversos, la cual recibió el nombre de Santa María del Pilar.

Luego, Santiago dejó España y se trasladó a Jerusalén, tal como la Santísima Virgen le había ordenado y la fue a visitar a Éfeso donde, a causa de una persecución contra los cristianos, se encontraba junto a su hermano Juan. Una vez allí, la Madre de Dios le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, lo cual sucedió tal como le había sido dicho por la Virgen: el Apóstol fue decapitado en el Monte Calvario por Herodes Agripa alrededor del año 44 después de Cristo, siendo el primer apóstol mártir.

Su cuerpo fue llevado posteriormente a España para su entierro. Siglos después el lugar en el que fue enterrado fue hallado y llamado Compostela que significa “campo estrellado”, donde permanece hasta hoy.

El Pilar que Nuestra Señora trajo del cielo, es símbolo de la solidez de la fe en Cristo y del edificio de la Iglesia Católica y es esta la gracia que le podemos pedir: que nos de una fe firme en su Hijo Jesús, tan firme como el pilar de Santiago.

Milagros de la Virgen del Pilar

En 1438 se escribió un libro en el que se relatan numerosos milagros atribuidos a la Santísima Virgen del Pilar y que contribuyó a fomentar enormemente la devoción mariana. Fernando el Católico expresó en cierta ocasión: “creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima dedicado a la Santísima y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros”. A lo largo de los siglos, los milagros se han seguido produciendo y no son desdeñables los milagros de la Virgen en defensa de la fe: la toma de Zaragoza de manos de los musulmanes en 1.118, la resistencia ante el ejército francés durante la Guerra de la Independencia Española y la victoria del ejército sublevado en la Guerra Civil Española. De la guerra civil se narra el bombardeo sufrido por el templo a manos de enemigos de Cristo el 3 de agosto de 1936 cuando fueron arrojadas tres bombas defectuosas desde unos 150 metros, altura insuficiente para activar sus espoletas. Las bombas se exponen a los lados del Camarín de la Virgen e integran la larga lista de hechos milagrosos que se le atribuyen. Entre los milagros encontramos también la asombrosa curación de doña Blanca de Navarra, a la que se creía muerta; la curación de invidentes como el niño Manuel Tomás Serrano y el organista Domingo de Saludes y el muy famoso milagro de Calanda realizado a Manuel Pellicer y que a continuación pasamos a relatarles.

El Milagro de Calanda

“Miguel Pellicer, vecino de Calanda,

tenía una pierna muerta y enterrada.

Dos años y cinco meses, cosa cierta y probada,

por médicos cirujanos, que la tenía cortada.

Se acostó en la cama y por la mañana,

se encontró la pierna sana como estaba”

(Romance Popular)

La noche del 29 de marzo del año 1.640 Nuestra Señora del Pilar restituyó a Miguel Juan Pellicer, joven labrador, una pierna que le habían cortado en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia y que estaba ubicado en lo que actualmente es la Plaza España de la ciudad de Zaragoza. La pierna se encontraba enterrada en el cementerio del hospital desde hacía dos años y cinco meses. El joven mutilado, provisto de una pata de palo y de una muleta, alternaba algunos trabajos fáciles con su asidua asistencia al templo del Pilar en el que solía pedir limosna y se encomendaba con fervor a Nuestra Señora, ungiendo el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas encendidas en honor a la Virgen. Dos años y algunos meses después de la amputación Miguel regresó a la humilde casa de sus padres que estaba situada en la ladera del castillo de Calanda a 118 Kilómetros de Zaragoza, donde pedía alguna limosna para no agravar la pobreza de sus padres. El jueves 29 de marzo el joven había pasado el día trasladando estiércol desde una era al corral de su casa. Esa noche Miguel se encontraba muy cansado y se reunió, en torno a la lumbre, con sus padres y unos vecinos y delante de ellos se quitó la pierna de palo y los paños sobre los que acomodaba la rodilla. Estando ya en su cuarto, sobre las diez y las once de la noche, entró la madre y vio que, por debajo de la cubierta de la cama, asomaban dos piernas y desconcertada fue a llamar a su marido. Al entrar éste en la habitación notó un olor no acostumbrado en la casita, la habitación estaba en perfecto orden y de la cubierta de la cama sobresalían dos pies. Miguel había recuperado su pierna, la misma que antaño había sido mordida por un perro y que conservaba incluso la vieja cicatriz. El sólo recuerda que soñaba que se ungía el muñón en la capilla de la Virgen de Zaragoza. Tanto Miguel como sus padres tuvieron claro que se trataba de un milagro de Nuestra Señora del Pilar que había intercedido ante su Hijo Santísimo y Redentor Nuestro, para que le devolviese la pierna que había sido enterrada ya gangrenosa en el hospital hacía más de dos años. Del milagro de Calanda han quedado muchísimos testimonios y pruebas documentales: médicas, notariales, eclesiales, etc. Fueron muchísimas las personas que conocieron a Miguel Pellicer y declararon el prodigio. Es un milagro portentoso que consiste en una auténtica resurrección de la carne y que puede ser probado hasta en los más mínimos detalles.