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domingo, 21 de diciembre de 2014

Magnificat anima mea Dominum


“Mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc 1, 46-55).
Llena del Espíritu Santo, inhabitada por su Presencia y colmada por su Amor y por su Alegría Santa, la Virgen entona el Magnificat, el canto de alabanzas y de glorificación a Dios.
 “Proclama mi alma la grandeza del Señor
Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador
Porque ha mirado la humillación de su esclava.
La Virgen se alegra por haber sido concebida sin mancha de pecado original, por haber sido concebida en gracia, inhabitada por el Espíritu Santo; la Virgen se alegra por haber sido redimida y por eso llama a Dios “mi Salvador”, pero sobre todo se alegra por la inmensidad de la majestuosidad del Ser Divino Trinitario Divino, que la ha elegido al mirar su humillación, cuando ante el anuncio del Ángel de haber sido la Elegida para ser la Madre de Dios, movida por la humildad y por el amor a Dios, se llamó a sí misma “esclava del Señor”;
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
La Virgen ve, en la luz de Dios, que toda la humanidad, de todos los tiempos, la llamará “bienaventurada”, porque lo que Dios ha obrado en Ella, es como la Bienaventuranza eterna, ya anticipada en la tierra: es la Hija Predilecta del Padre, es la Esposa del Espíritu Santo, es la Madre de Dios Hijo, y por eso no hay, no hubo ni habrá creatura como Ella, y todas las generaciones la felicitarán y se alegrarán con su alegría.
Porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí.
La Virgen canta y exulta de alegría porque Dios ha obrado en Ella obras grandiosas: ha obrado en Ella la obra grandiosa de la gracia santificante de su Hijo Jesucristo, que le ha sido concedida en anticipo, en mérito al sacrificio en cruz de su Hijo y por eso Ella ha sido concebida Inmaculada, sin mancha de la malicia original; ha sido concebida inhabitada por el Amor Divino desde el primerísimo instante de su concepción; ha sido concebida como la más hermosa y excelsa creatura, como la Mujer revestida de sol del Apocalipsis (12, 1), porque está inhabitada por el Espíritu de Dios; como la Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua, (Gn 3, 15) porque le ha sido participado el poder de la omnipotencia divina; como la Mujer de los Dolores, que al pie de la cruz pare virginalmente a la humanidad, al adoptar, por encargo de su Hijo (cfr. Jn 19, 25-30), a todos los hombres de todos los tiempos, para salvarlos. La Virgen es la Mujer que “con alas de águila” lleva al mismo Dios Hijo en sus brazos al desierto, poniéndolo a salvo del río de impurezas, blasfemias, violencias de todo tipo, con el que el Dragón quiere asesinar la pureza de su Niño (Ap 11, 7). Las obras que Dios ha hecho en la Virgen son “grandes”, inconmensurables, y por eso las canta la Virgen, con alegría y con amor, en el Magnificat.
Su Nombre es Santo.
“Santo”, es el nombre propio de Dios, porque Él es la santidad en sí misma; Él es la santidad personificada; nada es santo, puro, bueno y bello, si Dios no lo santifica con su Presencia y su gracia, y la Virgen ha sido santificada, desde el inicio mismo de su existencia, por haber sido concebida sin mancha de pecado original, y por haber sido concebida inhabitada por el Espíritu Santo. La Virgen es santa, porque está llena de la santidad de Dios y por eso es connatural a la Trinidad Santísima y es lo que la lleva a proclamar el Nombre de Dios, que es Tres veces Santo: “Su nombre es Santo”.
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
La Virgen se alegra porque la Misericordia Divina llega a los hombres “de generación en generación”, es decir, a toda la humanidad, y Ella es, precisamente, el Medio, el Puente, el Portal, a través del cual llega la Misericordia Divina, porque Ella es la Madre de la Divina Misericordia, Ella es la Madre de Jesús, Dios Misericordioso, y a través de Ella, se encarna, nace en Belén, “Casa de Pan”, y se dona al mundo, en la cruz, y luego en la Santa Misa, como Pan de Vida Eterna, Jesús, Dios Misericordioso, para que las almas puedan beber de la fuente inagotable de la Divina Misericordia, su Sagrado Corazón traspasado.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
La Virgen describe las proezas de Dios, delante de quien, no pueden subsistir los soberbios de corazón, a quienes “dispersa”, como al demonio, a quien arrojó, por medio de San Miguel Arcángel, de los cielos, para siempre, a causa de su soberbia; Dios también “derriba del trono a los poderosos” de la tierra, porque también son soberbios, mientras que “enaltece a los humildes”, a los que, sabiéndose nada delante de Dios, se humillan ante su Presencia y lo aman y adoran con todas sus fuerzas; “colma de bienes a los hambrientos”, es decir, derrama las riquezas inagotables de su Amor sobre los corazones de quienes lo aman, mientras que “a los ricos los despide vacíos”, es decir, a los engreídos, a los que se piensan que no necesitan de Dios ni de su gracia, los despide de su Presencia y los deja con lo que quieren, es decir, con las manos vacías.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Dios auxilia a Israel, el Pueblo Elegido, enviando el Mesías, tal como lo había prometido ya en el Génesis, apenas producida la caída de los primeros padres, Adán y Eva. Ella es la Nueva Eva y su Hijo Jesús es el Nuevo Adán; por ellos, la humanidad es regenerada, es re-creada por la gracia; del costado traspasado del Nuevo Adán, Jesucristo, brota la gracia santificante, de donde surgirán los nuevos hijos de Dios, la descendencia de Abraham re-generada por la gracia bautismal, los cristianos, los que pertenecen al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica.
“Mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc 1, 46-55).
Llena del Espíritu Santo, inhabitada por su Presencia y colmada por su Amor y por su Alegría Santa, la Virgen entona el Magnificat, el canto de alabanzas y de glorificación a Dios, canto por el que contempla el misterio de la Encarnación y por el que alaba a Dios por haberla elegido a Ella para ser depositaria del Amor del Padre, su Hijo Jesús.
Sin embargo, el Magnificat, como canto propio de alabanzas y de glorificación a Dios, si es el canto de la Madre, debe ser también el canto propio de los hijos de esta Madre del cielo; el Magnificat debe ser el canto del alma que contempla el misterio de la Encarnación, el misterio de la Navidad, y que se asombra y se alegra por ello, pero que contempla también y se asombra y se alegra por el misterio de cómo ese Dios la ha elegido a ella para, por la gracia santificante y por la comunión eucarística, continuar y prolongar su Encarnación y Nacimiento en su alma, renovando el milagro sucedido en el seno virginal de María Santísima. Así como María Santísima recibió en su seno virginal, inhabitado por la Gracia Increada, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesucristo, convirtiéndose en Sagrario Viviente de su Hijo Jesús, Pan de Vida Eterna, así el cristiano, al comulgar en gracia, convierte su corazón en Tabernáculo viviente en donde se aloja y es adorado el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el Pan de Vida eterna, a imitación de María Santísima. Y esta es la razón por la cual, cada comunión eucarística, debe ser una oportunidad para cada alma, para entonar, junto a la Virgen, el Magnificat, porque Dios, por la gracia, ha hecho maravillas en su alma, la ha elegido para encarnarse en ella, para obrar maravillas así como lo hizo con la Virgen, para colmarla de sus gracias, para derramar la inmensidad de sus dones y, sobre todo y fundamentalmente, para derramar en el alma que la recibe por la comunión, la plenitud inagotable del Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Cada comunión eucarística es, por lo tanto, una oportunidad, para el alma, para entonar el “Magnificat”, junto a la Virgen, su Madre.

lunes, 26 de mayo de 2014

Fiesta de Nuestra Señora de la Caridad o Visitación de la Virgen María


         ¿A qué se debe el nombre de "Nuestra Señora de la Caridad" o también "Nuestra Señora de la Visitación"? Se debe a una obra de misericordia que realiza la Virgen, al visitar a su prima, Santa Isabel, aunque, como veremos más adelante, además de la obra de misericordia o de caridad -que es lo que da origen a la advocación de "Nuestra Señora de la Caridad"-, hay un misterio profundo y sobrenatural escondido en la escena evangélica. 
          Para comprender el origen y el sentido espiritual de la advocación de "Nuestra Señora de la Caridad" o "Nuestra Señora de la Visitación", debemos entonces leer el pasaje de Lucas en el que la Virgen María, que está encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, visita a su prima Santa Isabel, ya anciana y encinta también, para asistirla en su parto y analizar tanto el contexto de la situación, como la reacción de las personas que intervienen en la escena evangélica (Lc 1, 39-56). 
          Según el relato evangélico, para lograr su propósito, la Virgen ha realizado un largo y peligroso viaje, habida cuenta las distancias y que en ese tiempo, los medios de transporte eran precarios y los caminos de montaña prácticamente inexistentes, a lo cual se le debían sumar los peligros inherentes de todo viaje, como los asaltantes y las bestias salvajes. El riesgo aumentaba aun más si se tiene en cuenta que la Virgen viajaba solo acompañada por San José y que Ella misma era una mujer joven y encinta; es decir, se trataba de una persona sumamente frágil y con pocos recursos frente a los numerosos peligros. Pero la Virgen sabía que su prima, Santa Isabel, necesitaba de su ayuda, porque era una mujer anciana y era, como Ella, primeriza, y como en muchas otras ocasiones, sin pensar en sí misma, decide dejar la comodidad y tranquilidad de su hogar, para acudir en auxilio de su pariente y es así como emprende este largo y peligroso viaje, movida por el Amor y solo por el Amor y por ningún motor. Este es el origen del nombre de “Nuestra Señora de la Caridad”, porque la Caridad es el Amor de Dios, un Amor no humano, sino celestial, sobrenatural, espiritual, que trasciende infinitamente los límites y las estrecheces del amor humano. Se llama también “Nuestra Señora de la Visitación”, porque es justamente una “Visita” lo que hace la Virgen a Santa Isabel.
         Sin embargo, cuando el Evangelista describe la escena, en el momento de la llegada de la Virgen, nos encontramos con algo que nos llama poderosamente la atención: no hay nada, absolutamente nada, que refleje lo que acabamos de decir, aunque se trate de este hecho, porque el Evangelista describe una reacción, por parte de los protagonistas de la escena –incluidos los niños que están en los vientres maternos de sus respectivas madres-, que no tiene una explicación humana.
         Veamos qué es lo que describe el Evangelista Lucas acerca de las reacciones de los protagonistas ante la llegada y el saludo de la Virgen a Isabel al llegar a la casa de Zacarías: Isabel exclama: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” –la Iglesia toma este saludo para elaborar la primera parte de la salutación mariana más famosa, el Avemaría-; luego llama a la Virgen: “Madre de mi Señor”, y describe el movimiento de su niño en su vientre materno, Juan el Bautista, como “salto de alegría”; Juan el Bautista, a su vez, ante la Visita de la Virgen y al escuchar su saludo, pese a su estado de nonato y, obviamente, pese a no ver nada, “salta de alegría” en el vientre materno de Santa Isabel. La tercera reacción inexplicable humanamente es la de la Virgen: en vez de responder al saludo de Santa Isabel con un saludo de cortesía, como corresponde entre los seres humanos, y mucho más entre parientes, y entre parientes que se aman y que no se ven desde hace tiempo, y mucho más como es el caso este, en el que Santa Isabel la ha alagado con un título más grande que el de la nobleza, porque la ha llamado “Madre de mi Señor”, lo cual equivale a decir “Madre de Dios”, la Virgen, en vez de responder con un saludo humano, entona un cántico de alabanzas a Dios, llamado “Magnificat”, porque enumera las “maravillas” que Dios ha obrado en Ella, desde su Inmaculada Concepción, a favor de toda la humanidad.
         Los interrogantes que se plantean son muchos y no tienen explicación humana: ¿por qué Santa Isabel da ese título a la Virgen, llamándola “Madre de mi Señor”, es decir, “Madre de Dios”? ¿Por qué la llama “Bendita entre todas las mujeres” y al fruto de su vientre le llama “Bendito el fruto de tu vientre?
         ¿Por qué Juan el Bautista “salta de alegría” en el vientre de su madre, Santa Isabel, lo cual es inexplicable humanamente, porque él no conocía ni a su tía, la Virgen, ni a su primo, Jesús? ¿Cómo podía “saltar de alegría” si ni siquiera los conocía?
         La tercera reacción inexplicable, humanamente hablando, es la de la Virgen: ¿por qué la Virgen no responde con cortesía humana al título de honor dado por Santa Isabel y en vez de eso entona el “Magnificat”?
         La respuesta no está en la razón humana, sino en el versículo 40, cuando dice: “Isabel, llena del Espíritu Santo…”, porque es el Espíritu Santo el que guía y mueve a todos los protagonistas de la escena evangélica, iluminando sus mentes y alegrando sus corazones; es la Presencia del Espíritu Santo, lo que explica las reacciones de los protagonistas de la escena de Nuestra Señora de la Caridad o la Visitación de la Virgen María.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina la mente de Santa Isabel y le comprender que la Virgen no simplemente su pariente, su prima, sino que es ante todo, la “Madre de su Señor”, la “Madre de Dios”, y que por eso es “Bendita entre todas las mujeres” y es el Espíritu Santo el que le hace comprender que el Niño que lleva en su vientre no es un niño más entre tantos, sino el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, y por eso el “fruto de su vientre es bendito”, y así el Espíritu Santo le alegra el corazón a Santa Isabel, porque le hace ver que está en presencia de la Madre de Dios y del Hijo de Dios, Jesucristo.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina la mente de Juan el Bautista, nonato en el vientre de Santa Isabel, y le hace saber que la que saluda a su madre es la Virgen, la Madre de Dios, que trae en su seno virginal al Cordero de Dios, al cual Él tiene que anunciar y por el cual Él tiene que dar su vida, y por esto es el Espíritu Santo el que le alegra el corazón y lo hace saltar de alegría en el seno materno de Santa Isabel.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina a la Virgen María y ahora le recuerda todas las maravillas que obró en Ella desde su Inmaculada Concepción, concebiéndola en gracia e inhabitándola desde el primer instante de su Concepción, para que fuera el Sagrario Viviente y la Custodia Virginal del Hijo de Dios en su Encarnación, para que llevara en sus entrañas Purísimas al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Verbo de Dios al encarnarse, para que el Hijo de Dios tuviera un seno virginal y purísimo en los nueve meses de gestación que habría de pasar en el seno materno desde su Encarnación hasta el momento de su alumbramiento milagroso, para poder cumplir el designio de salvación de la Trinidad de entregar su Cuerpo para la salvación de los hombres, como Pan de Vida eterna, en la Cruz y en la Eucaristía.
         Nuestra Señora de la Caridad, entonces, nos enseña a ser caritativos y misericordiosos para con el prójimo más necesitado, pero también nos enseña a misionar, a llevar a Jesús a los demás, a visitar a los demás llevándola a Ella, a su imagen, de casa en casa, porque con Ella va siempre su Hijo Jesús y con Jesús, va siempre el Espíritu Santo. Nuestra Señora de la Caridad es modelo de caridad, es decir, de amor misericordioso hacia el más necesitado, y es modelo de misión, de transmisión y de comunicación de la Palabra de Dios.

         La imagen de Nuestra Señora de la Caridad y su Visitación y el mensaje que nos transmite, no se explican con la sola razón humana, sino por la Presencia del Amor de Dios, el Espíritu Santo.

martes, 13 de mayo de 2014

Nuestra Señora de la Visitación


         “Durante su embarazo, María fue a casa de Zacarías (…) y saludó a Isabel” (cfr. Lc 1, 39-47). La Virgen, encinta por obra del Espíritu Santo, enterada que su prima Santa Isabel está también embarazada de modo milagroso, acude a ayudarla en su embarazo. Lo que parece una simple visita de una mujer encinta, primeriza, a su pariente, esconde sin embargo, misterios divinos inalcanzables para la mente humana, misterios que se manifiestan por las reacciones de los protagonistas de la escena evangélica. Cuando la Virgen llega, Juan el Bautista, que se encuentra en el seno de Isabel, salta de alegría, mientras que su madre, Santa Isabel, saluda a su pariente, María, llamándola, no por su nombre, “María”, sino con un nombre celestial, divino, sobrenatural, ya que le dice: “Madre de mi Señor”, al tiempo que reconoce que el salto que su hijo da en el vientre no se debe a un movimiento fisiológico, sino a la alegría sobrenatural que experimenta por la llegada de la Virgen. Por otra parte, la misma Virgen María no saluda con un saludo familiar a su prima Isabel, como debería hacerlo si se tratara la escena de una simple escena de familia; la Virgen entona un cántico celestial, en el cual su espíritu Purísimo exulta de gozo y de alegría, proclamando la sublime majestad de la Divinidad que la ha enviado: “Mi alma canta la grandeza del Señor; mi Espíritu se alegra en Dios mi Salvador”.
         Todo esto se debe a que la Visitación de la Virgen contiene un misterio sobrenatural divino, absoluto, encerrado en sus entrañas, y es su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y es el motivo por el cual todos los integrantes de la escena evangélica exultan de alegría, y es el motivo también por el cual, cuando la Virgen visita a alguien, cualquiera que sea, ese alguien, nunca queda con las manos vacías, siempre recibe un don, el don de la alegría y del Amor de Dios y del Espíritu de Dios.
         La Visitación de la Virgen no deja nunca a nadie con las manos vacías, porque la Virgen es Portadora de Jesucristo; la Virgen es la Custodia Viviente de Jesús; la Virgen es el Sagrario Ambulante de Cristo y como Cristo es el Dador del Espíritu junto al Padre, adonde llega la Virgen llega Cristo y Cristo sopla el Espíritu y es el Espíritu el que infunde el Amor y el Conocimiento de Cristo y con el Amor y el Conocimiento de Cristo vienen la Alegría de Conocerlo y Amarlo. Esto es lo que explica que la Visitación de la Virgen a Santa Isabel hagan saltar de gozo a Juan el Bautista en el vientre de Santa Isabel y que Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, llame a la Virgen “Madre de mi Señor”, y que la Virgen cante, llena de la alegría del Espíritu Santo, el Magnificat.

         La Virgen María en la Visitación es, entonces, Modelo de la Iglesia Misionera, porque donde va María, va Cristo y Cristo sopla al Espíritu Santo, Espíritu que enciende al alma en el Amor y la Alegría divinas, para que el alma cante, en el tiempo y en la eternidad, las misericordias de Dios.

jueves, 8 de mayo de 2014

Los Nombres de la Virgen María (VII): Nuestra Señora de la Caridad o La Visitación de María Santísima



           
Fiesta: 31 de mayo
Descripción de la imagen
            En la escena de la Visitación, en la cual la Virgen entona el Magnificat, se ven solo a la Virgen y a Isabel, pero en realidad hay dos personas más: Jesús, en el vientre de María, y Juan el Bautista, en el vientre de Isabel, ya que ambas se encuentran encintas. María, encinta, de pie, avanza al encuentro de su prima, Santa Isabel, la cual, a su vez, corre a abrazar a la Virgen, que ha venido a visitarla luego de un largo viaje.

            Significado espiritual de la Visitación de María Santísima
María Santísima, estando encinta, visita a su prima, Santa Isabel, ella también encinta, para ayudarla, debido a que su prima es una persona mayor y necesita ayuda.
            En la Visitación de la Virgen (Lc 1, 39-56), María nos da un ejemplo de cómo obrar la caridad para con los demás: olvidándose de Ella misma, que también necesita ayuda por su embarazo, la Virgen no duda en emprender un largo y difícil viaje hasta llegar a lo de su prima Isabel, que vive lejos de su pueblo.
            Pero en la Visitación de la Virgen hay algo infinitamente más grandioso que un maravilloso ejemplo de caridad: con la llegada de María, llega también su Divino Esposo, el Espíritu Santo, que es quien ilumina las mentes y llena los corazones de Isabel y Juan el Bautista, comunicándoles el conocimiento y el gozo sobrenaturales de María como Madre de Dios y de Jesús como Dios Hijo encarnado, conocimiento y gozo que hacen proclamar a Isabel las alabanzas de su cántico a María Virgen, y saltar de gozo al Bautista en su seno, por la proximidad de Jesús.
            Le rogamos a María Virgen que se digne visitar las almas más necesitadas de ayuda divina, aquellas más alejadas, las que viven más lejos de Dios, para que ellas también, con su Visitación, reciban el don del Espíritu Santo que ilumine sus mentes y alegre sus corazones, permitiéndoles reconocer en María a la Madre de Dios y en su Hijo al Verbo eterno del Padre.

            La Visitación
            María visita a su prima Isabel, que está encinta, y se queda para ayudarla en su embarazo (Lc 1, 39-56). Ella misma está embarazada, y sin embargo, acude a ayudar a Isabel. María es ejemplo perfecto de caridad cristiana, es nuestro modelo de cómo debemos ayudar a nuestro prójimo. Sin embargo, lo principal en este episodio del evangelio, no es el ejemplo que María nos da de caridad cristiana.
            María va a visitar a su prima Isabel, y ésta, al verla llegar, la saluda de un modo especial: “Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”. La razón por la cual la saluda así ahora –ya la conocía de toda la vida, pero recién ahora la saluda de esta manera especial- la da el mismo Evangelio: Isabel está inspirada por el Espíritu Santo: “Llena del Espíritu Santo”. Es por esta iluminación interior, proporcionada por la Presencia en su interior del Espíritu de Dios, por la cual Isabel puede trascender y ver en María no a su prima embarazada que ha hecho un largo camino para ayudarla a su vez en su embarazo, sino a María, la Esposa del Cordero, la Aurora de la Eternidad, la Puerta del Cielo, la Estrella de la Mañana. Es por la iluminación del Espíritu Santo que Isabel ve en María a la Nueva Eva, a la Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y es también por la iluminación del Espíritu Santo que Isabel y su hijo, en su vientre, se llenan de alegría sobrenatural.
La Visitación de María, que en apariencia -vista exteriormente- es una visita más de  las tantas que se realizan entre parientes que se aprecian mutuamente, es en realidad algo mucho más grande y trascendente: María representa a la Iglesia, la Esposa del Cordero, y lleva en su seno al Verbo de Dios encarnado, y así, como Iglesia Esposa del Cordero y como Portadora del Verbo Encarnado, María visita a Isabel, en quien está representada la humanidad que espera, en el umbral del tiempo, a la Iglesia y al Salvador, Dios eterno encarnado. María con su Hijo visitan a Isabel: la Iglesia lleva al Verbo de Dios a la humanidad que lo espera con ansia. La Visitación de María, sucedida en el tiempo, no ha terminado sin embargo. La Visitación de María es el inicio de la misión de la Iglesia, que lleva a la humanidad a la Palabra de Dios encarnada y donada a sí misma como Pan de Vida eterna. entre la Iglesia y un alma cualquiera, y por eso se pueden aplicar a este encuentra estas palabras que el Beato Francisco Palau pone en boca de la Iglesia: “Yo soy la Mujer del Cordero, soy la Congregación de los justos militantes sobre la tierra, bajo Cristo, mi cabeza, soy tu Reina, soy tu Esposa, soy tu Madre, soy Hija y, correspondiendo a tu amor, vengo a ti, estoy contigo en esta soledad (...) Yo soy una realidad (...) existo, vivo con vida propia, tengo cabeza (Jesús) y miembros que constituyen mi cuerpo moral (...) Mando y gobierno en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. Soy la Señora del Universo, las criaturas todas me sirven. Tengo lengua y hablo (“A quien vosotros oye a mí me oye”), oídos y oigo lo que se me dice; tengo ojos y veo, tengo manos y obro, pies y ando. Yo soy el objeto único de amor, capaz de llenar el vacío inmenso del corazón humano, soy lo infinitamente bello y reúno en mí todas las bellezas creadas, como imagen viva del mismo Dios; y fuera de mí (fuera de la Iglesia) no hay felicidad posible para el hombre”[1],
En el misterio del tiempo y de la historia, en el misterio de la espera del Salvador, María Iglesia continúa visitando, por la misión y por la misa, a la humanidad que espera a su Dios, y continúa donando el fruto de sus entrañas, el Pan de Vida eterna, el cuerpo de Jesús Sacramentado, surgido del Espíritu del Amor de Dios.

Oración a Nuestra Señora de la Caridad
Virgen Santísima,
Que en la Visitación a Santa Isabel
Nos das ejemplo admirabilísimo
De caridad cristiana,
Pues no solo fuiste a ayudar a tu prima, Santa Isabel,
Sino que le llevaste a tu Hijo Jesús,
Alojado en ese sagrario viviente
Que es tu seno virginal,
Concédenos la gracia
De ser nosotros para con nuestros prójimos
Causa de la verdadera alegría,
Al imitarte a Ti,
Obrando la caridad
Y llevando a nuestros hermanos
la alegre noticia
De Jesús Salvador.



[1] Cfr. Josefa Pastor Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia en el pensamiento y experiencia de Francisco Palau, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1978, 104-105.