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sábado, 18 de noviembre de 2017

María, Medianera de todas las gracias en las palabras de los santos


         ¿Por qué la Virgen lleva el título de “Medianera de todas las gracias”? Nos lo explican los santos de la Iglesia Católica.
         El Papa Pío X[1] dice así: “La Santísima Virgen es Dispensadora universal de todas las gracias, tanto por su divina Maternidad, que las obtiene de su Hijo, como por su Maternidad espiritual, que las distribuye entre sus otros hijos, los hombres. Para el Papa Pío X, la Virgen es Mediadora de todas las gracias porque es doblemente Madre: al ser Madre de Dios Hijo, y al ser su Hijo la Gracia Increada, obtiene de su Hijo todas las gracias necesarias para la salvación de los hombres; al ser espiritualmente Madre de todos los hombres, distribuye estas gracias entre ellos, así como una madre amorosa distribuye entre sus hijos el alimento y la ternura materna. Por esta razón, dice el Papa, la Virgen está “subordinada a Cristo” por voluntad divina, hecho que la convierte en Corredentora –distribuye las gracias que su Hijo mereció para nosotros en la Cruz- y Dispensadora “con alcance universal y para siempre”: “Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre”.
         San Bernardo[2] afirma que María es nuestra Mediadora porque, con Ella, viene Jesús, que es la Divina Misericordia encarnada. Es decir, cuando la Virgen entra en una casa, entra con Ella su Hijo –donde está la Madre está el Hijo y donde está el Hijo está la Madre-, significando “casa”, en este caso, no tanto el edificio material, sino el cuerpo y el alma del cristiano, convertidos en “templo del Espíritu Santo” por la gracia santificante: “María es nuestra mediadora, por ella recibimos, ¡oh Dios mío! tu misericordia, por ella recibimos al Señor Jesús en nuestras casas. Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría llama a las puertas de cada uno; si alguna la abre, entrará y cenará con él”. Dice San Bernardo que si alguien abre las puertas de su alma a la Virgen, recibirá con Ella a la Divina Sabiduría, que es Jesús, y así se cumplirán las palabras del Apocalipsis, esto es, que “Dios cenará con el alma y el alma con Dios”  (cfr. Ap 3, 20). María es Mediadora de todas las gracias, en palabras de San Bernardo, porque con Ella viene Aquél que es la Gracia Increada, Cristo Jesús.
         El mismo santo[3] sostiene que veneramos a María con todo el amor del que somos capaces, porque eso es lo que Dios quiere, ya que eligió a María para que fuera Ella por quien “recibiéramos todo”: “Con todo lo íntimo de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es su voluntad para bien nuestro”. Al amar y venerar a la Virgen, cumplimos la voluntad de Dios, y así nos llegan las gracias espirituales provenientes de la Divina Bondad: “Mirando en todo y siempre al bien de los necesitados, consuela nuestro temor, excita nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y anima nuestra pusilanimidad”.
         También sostiene San Bernardo[4] que Dios podría infundirnos su gracia sin la Virgen, pero fue su voluntad divina la que quiso que María fuera “el acueducto” por el cual nos llegaran todas las gracias: “No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos la gracia sin valerse de este acueducto, sí Él hubiera querido, pero quiso proveerse de ella por este conducto”. Si pensamos el alma como un jardín cerrado que subsiste por un manantial de agua cristalina que le provee del agua que necesita para no morir, y esta agua viene desde el manantial por un acueducto, el manantial de agua es el Corazón de Jesús, Fuente inagotable y la Gracia Increada en sí misma, y el acueducto es la Virgen.
         Por María nos vienen todas las gracias y también por Ella nos viene la gracia de ofrecer a Dios lo poco bueno que podamos hacer -siempre con la ayuda de Dios-; por esta razón, debemos ofrecer al Señor nuestras oraciones, sacrificios y obras buenas, no por nosotros mismos, sino por manos de María, y este deseo es ya una gracia que nos viene por María: “Aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa”[5].
         Jesús es el Mediador ante el Padre, pero la Virgen es la Mediadora ante Jesús, Dios Hijo, y la Única digna que puede desempeñar tan grande oficio es la Virgen[6]: “Ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador, y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María.
         Dios, que es la Divina Misericordia, es el tesoro del alma y la Virgen, Madre de la Divina Misericordia, es el tesoro de Dios, además de ser la tesorera “de todas las misericordias que Dios nos quiere dispensar”, según San Alfonso[7]: “María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar”.
         No hay gracia que no sea concedida por medio de María, por lo que siempre que necesitemos una gracia, por grande o pequeña que sea, no debemos dejar de recurrir a María Santísima, dice el Santo Cura de Ars[8]: “Siempre que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con seguridad seremos escuchados”.
         Por último, San Josemaría Escrivá[9], trae a la memoria el recuerdo de aquellas madres amorosas que se alegran por las muestras de amor de sus hijos, por pequeñas que sean estas muestras: si esto sucede con las madres de la tierra, ¡cuánto más con la Madre de Dios y Madre nuestra!: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María”.
         He aquí entonces, las razones por las cuales la Virgen es Mediadora de todas las gracias, en las palabras de los santos.



[1] Encíclica Ad diem illum laetissimum, 4 de febrero de 1904.
[2] Cfr. Homilía en la Asunción de la Beatísima Virgen María, 2, 2.
[3] Cfr. San Bernardo, Homilía en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 7.
[4] Cfr. Homilía en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 17.
[5] Cfr. San Bernardo, Homilía en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 18.
[6] Cfr. San Bernardo, Homilía para el Domingo infraoctava de la Asunción, 2.
[7] Cfr. San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 25.
[8] Sermón sobre la pureza.
[9] Amigos de Dios, 280.

domingo, 2 de noviembre de 2014

María, Madre y Medianera de la Gracia


A la Virgen María se la llama “Medianera o Mediadora de todas las Gracias” desde muy antiguo en la Iglesia, pero es recién en el año 1921 en el que se introduce una fiesta dedicada a la Madre de Dios, con el título específico de “María, Medianera de todas las gracias”.
¿Qué significa este título? ¿Cuál es la razón por la que la Virgen es “Medianera de todas las gracias?
         La razón radica en la naturaleza misma de la Virgen María: Ella es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, porque estaba destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios; como tal, no podía estar contaminada ni siquiera mínimamente con la más ligerísima mancha del pecado original y por eso fue concebida sin pecado –Inmaculada Concepción- e inhabitada por el Espíritu Santo –Llena de gracia-. Pero además de ser la Madre de Dios, la Virgen tuvo el encargo de ser la Madre de toda la humanidad, porque así lo dispuso Nuestro Señor Jesucristo, cuando antes de morir en la cruz, le dio la Virgen a Juan por Madre, diciéndole: “Hijo, he ahí a tu Madre”, y diciéndole a la Virgen: “Madre, he ahí a tu hijo”. De esta manera, la Virgen, por ser la Madre de Dios, era ya en sí misma, por su misma naturaleza, la Madre de todas las gracias, porque al dar a luz virginalmente a su Hijo Jesús, nos daba todas las gracias, porque nos daba a Jesús, que es la Gracia Increada; pero además, al ser la Madre de todos los hombres, era también la Medianera de todas las gracias, porque siendo Madre celestial, se habría de comportar con nosotros, los hombres, como se comportan todas las madres de la tierra con sus hijos, esto es, dándoles alimentos y toda clase de bienes, y en el caso de la Virgen, el principal alimento que Ella habría de darnos, sería la Eucaristía, al ser Ella Nuestra Señora de la Eucaristía y Madre de la Eucaristía, y los principales bienes que habría de darnos, sería su mediación maternal, para obtener la gracia santificante. Así lo sostienen los grandes santos de la Iglesia: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María”[1]; “María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar”[2]; “Siempre que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con seguridad seremos escuchados”[3].
         Le confiemos entonces a la Virgen María, Medianera de todas las Gracias, todo lo que somos y lo que tenemos, todo nuestro ser, nuestro pasado, presente y futuro, nuestros bienes espirituales y materiales, nuestros seres queridos y nuestro propio ser, para que Ella los colme de todas las gracias necesarias para la contrición perfecta del corazón, para la conversión y la eterna salvación, puesto que lo único y más importante en esta vida es la salvación del alma, confiados en las palabras de San Bernardo: “Aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa”[4].




[1] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 280.
[2] San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 25.
[3] Santo Cura de Ars, Sermón sobre la pureza.
[4] Homilía en la Natividad de la Beata Virgen María, 18.

jueves, 7 de noviembre de 2013

María, Medianera de Todas las Gracias


         ¿Qué quiere decir que María es “Medianera de Todas las Gracias? Quiere decir que no hay ninguna gracia, de ningún tipo, pequeña o grande, que no pase por María. Quiere decir que absolutamente todas las gracias que toda la humanidad necesita para su salvación, que no sea administrada y distribuida por la Madre de Dios. Quiere decir que todos los hombres, de todos los tiempos, para salvarse, deben recurrir a la Virgen –si quieren salvarse- y que nadie puede obtener la salvación si no es por mediación de María. Quiere decir que, así como es cierta la frase: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, también se puede decir, en este sentido, que “sin la mediación de María Virgen, no hay salvación”.
         Para darnos una idea de la importancia de María como Medianera de Todas las Gracias, hagamos el siguiente ejercicio espiritual: imaginemos que Dios es como un océano infinito –sin playas y sin fondo- de substancia infinita, y que esa substancia es Amor -Amor Puro, eterno, celestial, inagotable, incomprensible, inefable- y que ese Amor que es Dios quiere darse todo Él, sin reservas de ningún tipo, a todas y cada una de las almas humanas, desde Adán y Eva, hasta el último hombre nacido en el Último Día de la historia humana, y de tal manera quiere este Dios que es Amor donarse a cada alma sin reservas, que el alma que lo reciba lo adquiera como propiedad suya personal. Imaginemos este inmenso Océano de Amor infinito y eterno, que es Dios Uno y Trino, que arde en deseos de donarse a las almas, no puede hacerlo, porque entre las almas y Él hay como una muralla infranqueable que impide que Dios Trinidad se comunique a las almas como Él lo desea.
         Sin embargo, para superar este impedimento, Dios Trino, movido por su Amor, establece que su Amor sea donado, en forma de gracias, a los hombres, a través de una como especie de Puerta o Compuerta, similar a las de los diques –de esas que permiten la salida del agua cuando la presión es muy alta, para evitar que el dique se rompa-, para que su Amor se comunique a las almas que lo necesitan, y esta Puerta o Compuerta celestial es el Inmaculado Corazón de María. Y de tal manera es el Inmaculado Corazón de María una Puerta que deja pasar el impetuoso e inagotable flujo de gracias que surgen del Ser trinitario, que todo aquel que se acerca a este Inmaculado Corazón, no deja nunca de recibir todo tipo de gracias y dones celestiales. En otras palabras, quien se acerca al Inmaculado Corazón de María, así como un hijo se acerca a su madre en busca de amor materno, no deja nunca de recibir gracia tras gracia y don tras don. Pero también es cierto lo inverso: quien no se acerca al Corazón Inmaculado de María, no recibe el Amor de Dios, dosificado en forma de gracias, porque Dios Trino ha establecido que solo a través del Corazón de María sean dadas las gracias a los hombres.

         Por esto, es imperioso llamar a todos los hombres -a todos, sin que falte ninguno-, para que se consagren al Inmaculado Corazón de María, para que todos reciban el Amor Divino, mediado por el Corazón de María, en forma de gracias.

martes, 27 de noviembre de 2012

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa



Fiesta: 27 de noviembre


Descripción de la imagen
La imagen de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa que se acuñó en las medallas, no son un invento de la imaginación de alguien, sino que se basa en las apariciones de la Virgen (sobre todo la segunda aparición) a santa Catalina Labouré, religiosa perteneciente a la Compañía de las Religiosas Hijas de la Caridad, que fundaran san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillach.
En su segunda aparición, acaecida el 27 de noviembre de 1830, la Virgen se le apareció al pie del altar, de pie sobre la esfera del mundo a sus plantas con un globo en las manos y le dijo: “Este globo que ves representa el mundo entero y cada alma en particular”.      Santa Catalina Labouré describe así a la Virgen: “La figura de la Santísima Virgen estaba llena de tanta belleza, que yo no podría describirla. Advertí que sus dedos se llenaban de anillos y piedras preciosas, y los rayos de luz que de ellos salían se difundían por todas partes. Se me dijo: “Estos rayos de luz son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen concede a todos los que se las piden”. Continúa la Santa: “Se formó un cuadro un poco ovalado alrededor de la Santísima Virgen con una inscripción con letras de oro que decía: ‘iOh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!”. “Haz acuñar una medalla igual a este modelo. Todas las personas que la lleven con confianza, colgada al cuello, recibirán grandes gracias”.
En el reverso de la medalla debía colocarse la letra M y encima una cruz, añadiendo en la parte inferior dos corazones: uno coronado de espinas y otro traspasado por una espada, todo lo cual es símbolo de los corazones de Jesús y de María.

            Significado espiritual de la devoción
La Medalla, Milagrosa es conocida en el mundo entero, pero con frecuencia se ignora que las apariciones de la Capilla de la Calle del Bac fueron preparatorias para otra gran aparición mariana, las ocurridas en Lourdes.
Precisamente, Santa Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes, quien llevaba al cuello la Medalla de las apariciones de la Calle del Bac, dijo: "La Señora de la Gruta se me ha aparecido tal como está representada en la Medalla Milagrosa".
Y fue el gran movimiento de fe, suscitado por la inscripción de la Medalla: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, lo que llevó al Papa Pío IX en 1854, a definir el dogma de la Inmaculada Concepción.

La Medalla Milagrosa y la necesidad que tenemos de la gracia divina
La Madre de Dios se le apareció a Santa Catalina Labouré, y le dijo que quien usara la medalla que Ella le mostraba, iba a obtener muchas gracias venidas de Dios: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza”.
Todos estamos necesitados de la intervención de Dios y de sus milagros; todos necesitamos de una intervención divina en nuestras vidas; aunque puede haber alguien tan necio que diga: “Yo no necesito de Dios”, todos necesitamos que Dios se haga presente en nuestras vidas, y en este sentido, los milagros de la Virgen, prometidos a través de la Medalla Milagrosa, nos garantizan la acción de Dios en nuestras vidas.
La Virgen nos concede la Medalla Milagrosa para que nosotros, por medio de la fe, de la oración, del ayuno, de las buenas obras, nos acerquemos a Dios, que es Bondad y Amor infinito, y así recibamos de Él su Amor y su Misericordia.
Si confiamos en la Virgen y en sus palabras, y si somos fieles en el uso constante y perseverante de la Medalla Milagrosa, podremos constatar, personalmente, cómo Dios obra milagros en nuestras vidas, a través de la Virgen. La Virgen nunca se va a cansar de hacernos milagros, a través de su Medalla, e incluso va a hacer milagros que ni siquiera nos sospechamos ni nos podemos imaginar, porque su Corazón de Madre no se va a contentar con poco. Por eso tenemos que usar la Medalla, pero acompañar el uso de la Medalla con un corazón contrito y humillado, deseoso de obrar el bien, y de amar ad Dios y al prójimo, que al mismo tiempo odia profundamente el pecado, porque el pecado significa rechazo y alejamiento de Dios, que es Bondad, Amor, Luz, Paz y Alegría.
La Virgen nos da la Medalla Milagrosa, y a través de ella, nos promete la asistencia extraordinaria del cielo, como son los milagros, y recibir un milagro de Dios, a través de la Virgen, es algo grandioso. Pero la Virgen quiere darnos todavía algo mucho más grandioso que un milagro, aún cuando un milagro es algo grandioso: la Virgen quiere darnos la gracia divina, la gracia de su Hijo Jesucristo, la que Él nos consiguió al precio de su Sangre y de su Vida en la cruz.
La gracia es algo más grandioso que un milagro, porque un milagro es una intervención de Dios en el mundo material –por ejemplo, la multiplicación de la materia en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces; o la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, o la curación del cuerpo enfermo-, mientras que la gracia es una intervención de Dios en el alma, por medio de la cual la ilumina con su propia luz, la embellece con su propia belleza, y la adorna con su propia naturaleza. Por la gracia, dice San León Magno, “nos hacemos participantes de la generación de Cristo”, es decir, participamos de la generación de Cristo; por la gracia, queda depositada en el alma, como una semilla, la vida sobrenatural, y Dios le imprime su propia imagen. Por la gracia, somos convertidos en hijos de Dios, en herederos del cielo, en hermanos de Cristo. Por la gracia nos volvemos capaces de recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, Fuente de toda gracia, Dador del Espíritu Santo junto al Padre.
La Virgen es Medianera de todas las gracias, y por eso, por disposición divina, no hay ninguna gracia, por más pequeña que sea, que no venga por Ella.
Al rezarle a la Virgen, y al usar su Medalla, le pidamos, con gran confianza, por aquello que necesitemos, pero sobre todo, le pidamos el apreciar la vida de la gracia, para que no solo nunca la perdamos, sino para que la acrecentemos cada vez más, por medio del amor y de la misericordia para con el prójimo.

Las apariciones a Santa Catalina y el llamado a la santidad
El mensaje de santidad de Santa Catalina Labouré está indisolublemente ligado al de la Medalla Milagrosa, por lo que consideramos estas maravillosas apariciones de la Virgen María. Fueron dos en total.
            Las apariciones tuvieron lugar en la casa madre de la Compañía de las Religiosas Hijas de la Caridad, fundada por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillach, y las conocemos por la narración que de las mismas hiciera Santa Catalina[1]: “La noche del 18 de julio de 1830, a eso de las 23. 30, me oí llamar: “¡Sor Labouré, sor Labouré!”. Desperté y miré el lado de donde venía la voz, y veo un niño vestido de blanco, de unos 4 a 5 años, que me dice: “Venga a la capilla”. Me levanté y guiada por el niño me fui a la capilla: la puerta se abrió apenas el niño la tocó con la mano. Sentada en un sillón, junto al altar, estaba la Virgen. Yo dudaba que fuese la Virgen. Pero el niño me dijo: “¡Esa es la Santa Virgen!”. Entonces la miré y di un salto hacia ella, arrodillándome a sus pies y poniendo las manos sobre sus rodillas. Me dijo: “Hija mía, el buen Dios quiere encomendarte una misión. Tendrás muchas penas que superarás, pensando que lo haces por la gloria del buen Dios. Venid a los pies de este altar: aquí se distribuirán las gracias a todos cuantos las pidan con confianza y fervor”.
Dijo esto y desapareció por el lado de la tribuna. Me alcé de las gradas del altar y observé al niño donde lo había dejado. Me dijo: “Se ha ido”. Volví al lecho a las 2 de la mañana, oí dar la hora, pero ya no me dormí”.
La segunda aparición la cuenta así santa Catalina Labouré: “El día 27 de noviembre de 1830, a las 5. 30 de la tarde, en medio de un profundo silencio, de nuevo la Virgen se le aparece a sor Catalina Labouré, al pie del mismo altar, de pie sobre la esfera del mundo a sus plantas con un globo en las manos, y le dijo: “Este globo que ves representa el mundo entero y cada alma en particular”.
La figura de la Santísima Virgen estaba llena de tanta belleza, que yo no podría describirla. Advertí que sus dedos se llenaban de anillos y piedras preciosas, y los rayos de luz que de ellos salían se difundían por todas partes. Se me dijo: “Estos rayos de luz son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen concede a todos los que se las piden”.
Se formó un cuadro un poco ovalado alrededor de la Santísima Virgen con una inscripción con letras de oro que decía: “¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!”. Luego la Virgen me dijo: “Haz acuñar una medalla igual a este modelo. Todas las personas que la lleven con confianza, colgada al cuello, recibirán grandes gracias””.
En el reverso de la medalla debía colocarse la letra M y encima una cruz, añadiendo en la parte inferior dos corazones: uno coronado de espinas y otro traspasado por una espada. Esto era el símbolo de los corazones de Jesús y de María.
La aparición de María Santísima nos habla del amor de Dios: Dios es luz, como dice el Evangelio, y es la Gracia Increada, y quiere comunicarnos de sus gracias, TODAS las gracias que necesitemos para nuestra conversión y salvación eterna, y también las de nuestros seres queridos, y nos las quiere dar a través de su Madre. El Sagrado Corazón de Jesús arde en amor por cada alma, y quiere comunicar su amor infinito y eterno a través del Corazón Inmaculado de María Santísima. ¡Cuántas gracias con tan poco esfuerzo! ¡Llevar la Medalla Milagrosa, vivir según los Sagrados Corazones de Jesús y de María, y tenemos aseguradas todas las gracias que necesitamos para llegar a la vida eterna, nosotros y nuestros seres queridos! ¡Qué hermoso don del cielo se nos concede a través de  Santa Catalina Labouré!

María y la Iglesia son Medianeras de la Gracia Increada, Jesús Eucaristía
            Llevar la santa medalla es proclamar nuestra fe en la súplica de la Santísima Virgen María, como medianera universal ante la presencia de Dios.
María es llamada “Medianera de todas las gracias” porque Dios ha dispuesto que todas las gracias, los dones y las misericordias que dispensa a los hombres, pasen por las manos de María. Es decir, Dios no quiere conceder sus gracias, sino por medio de María. Las gracias que María concede son las gracias merecidas por su Hijo Jesucristo en su Pasión, y Ella las pide en nombre de su Hijo, pero todas las gracias pasan por sus manos, y por eso es llamada “Medianera”, porque sólo llegan a través de Ella, a través de su mediación maternal.
            Dios podría salvarnos sin la mediación de María, pero Él dispuso que la salvación nos llegase a través de María, por eso, todos los méritos de Jesucristo nos llegan sólo a través de María.
            Como Dios no hace las cosas por necesidad, sino por amor y misericordia, es por amor y misericordia que María es nuestra intercesora ante Él.
            Para ilustrar la acción de María, un autor compara a María con la luna, porque así como la luna se interpone entre el sol y la tierra, y derrama sobre ésta los rayos que recibe del sol, así María es Medianera entre Dios y nosotros, y nos transmite los rayos de la gracia del Sol divino Jesucristo.
            La intercesión de María, nuestra Madre, entre nosotros, los hijos, y Dios, nuestro Padre, es análoga a la función que tiene en la familia humana la madre, entre el padre y los hijos, y es análoga a la función del Espíritu Santo en la Trinidad: así como la Persona del Espíritu Santo es intermediaria entre el Padre y el Hijo, así lo es en la familia humana la madre, y así es también en la gran familia de Dios que es la Iglesia Católica: la Madre es la intercesora ante Dios Padre y sus hijos.
            Y de la misma manera a como en Dios el Espíritu Santo es el vínculo entre el Padre y el Hijo, y como la madre es el vínculo de amor entre el padre y el hijo en la familia humana, así en la Iglesia Católica, la Familia de Dios, la Madre Virgen es el vínculo de amor entre los hijos de Dios y Dios Padre.
            María es medianera de todas las gracias, lo cual significa medianera del amor que Dios quiere comunicar a sus hijos, y es la Medianera en el don más grande del amor más grande de Dios, su Hijo Jesucristo. Desde su “sí” en la encarnación, María se convierte en la Medianera de la Gracia Increada, Jesucristo, al donarlo al mundo como Pan de Vida eterna.
            La Iglesia, de quien María es figura, continúa el rol, en la historia y en el tiempo, de Medianera de la Gracia Increada, para los hombres de todos los tiempos, donando al fruto de las entrañas de su seno virgen, el altar eucarístico, a su Hijo Jesús Eucaristía, como Pan de Vida eterna.

Oración a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
¡Oh Madre amantísima,
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa!
Tú concedes las gracias
Que tus hijos necesitan
Para llegar al cielo.
Tú eres
La Medianera de todas las gracias,
Y es imposible que dejes de concedernos
La gracia de la contrición del corazón,
A través de la cual
Podremos ver a tu Hijo.
¡Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa,
Te pedimos que nos concedas
La gracia de morir
Antes que cometer un pecado mortal,
O venial deliberado;
Concédenos la gracia
De amar a tu Hijo,
Presente
En la Cruz, en la Eucaristía
Y en el prójimo más necesitado.
Concédenos también la gracia
De ver a Jesús con tus ojos,
de adorarlo con tu misma adoración,
Y De amarlo con tu Corazón Inmaculado,
Para que amándolo en el tiempo
Continuemos amándolo
En la feliz eternidad.