Fiesta: 31 de mayo
Descripción de la imagen
Aunque Nuestra Señora del Sagrado Corazón no está
vinculada a una imagen particular, en algunos santuarios se venera esta
hermosísima imagen. La advocación ser origina en Francia, en el año 1855, más
precisamente el día 9 de septiembre, día en el que el obispo fue a bendecir una
capilla del Sagrado Corazón. Fue ese día en el que el P. Chevalier –quien hacía
poco había regresado de una peregrinación a Paray-le-Monial, lugar de las
apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacquoque-,
concibió el proyecto de levantar un altar consagrado a María y de honrar a la
Virgen con un titulo especial: “Nuestra Señora del Sagrado Corazón”.
Las primeras imágenes de Nuestra Señora del Sagrado
Corazón representaban a María, con las manos abiertas para acoger y para dar, y
delante de ella el niño Jesús, a los doce años, mostrando al mismo tiempo su
Corazón y designando a su Madre (es la bella estatua del santuario de Issoudun,
la que fue coronada en 1869). Un poco más tarde, Roma pidió que se representara
a María con su hijo en los brazos (pero éste muestra todavía su Corazón y a su
Madre), lo cual da mejor cuenta de las relaciones de amor creadas por la
maternidad de María.
Hoy en día, se prefiere la imagen de Jesús en la Cruz
con su costado abierto (es la mejor manera de representar al Sagrado Corazón),
con la Virgen María que está “de pie junto a la Cruz”, mostrando, con una mano
extendida, el camino de ese Corazón abierto a todos, y la otra mano abierta
hacia la tierra para derramar sobre los hombres todas las riquezas que
encierra: “la esperanza y el perdón, la fidelidad y la salvación..”.
A diferencia de las imágenes del Sagrado Corazón ya
adulto, en las que es el mismo Jesús quien tiene en su mano su Corazón, aquí es
la Virgen
quien, con su mano derecha, sostiene el Corazón de su Hijo. La Virgen está de pie, con una
mirada dulce y serena, pero a la vez firme. Lleva en su cabeza una corona de
oro con diamantes, símbolos de su condición de Reina de cielos y tierra. Su
manto es azul, símbolo de la divinidad, con bordes dorados, símbolo de la
gloria celestial en la que está envuelta por la eternidad.
El Niño, en brazos de María, señala con su mano
izquierda al Corazón, mientras que con la derecha está en actitud de bendecir a
quien lo contempla. Lleva también una corona de oro y diamantes, por su
condición de Rey de cielos y tierra. Su túnica es de un color blanco-crema, con
franjas y bordados de oro.
Con respecto al porqué de la fiesta el día 31 de mayo,
la respuesta es que ese día cumple el fin de la devoción de Nuestra Señora, que
es llevar las almas al Sagrado Corazón de Jesús. Es el día más oportuno, puesto
que se trata del último del mes de María, al tiempo que es la víspera del mes
dedicado al Sagrado Corazón. De este modo se hace efectivo el lema: a Jesús por
María, al Corazón de Jesús por Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
Significado espiritual de la imagen
Puede apreciarse mejor el significado espiritual –y
original- de la advocación de María como “Nuestra Señora del Sagrado Corazón”,
recordando la inspiración que tuvo el P. Chevalier. Dice así el mismo Padre:
“Un día, esperaba yo el tren en el andén de la estación. Un amigo se
encontraba, por casualidad, en el mismo andén. "¿Qué haces aquí?", me
preguntó. "Ya ves. Espero el tren de París.” “¿El tren que va a París... o
el que viene de París?"
Para mí, fue una iluminación
repentina –relata el P.
Chevalier-, pues de una vez hice la
comparación: Nuestra Señora del Sagrado Corazón. A la vez, Nuestra Señora
dándonos las riquezas del Sagrado Corazón, y
mostrándonos el camino del Corazón de su Hijo”.
Una fórmula
suya puede quizá ser considerada como la definición de la devoción a Nuestra
Señora del Sagrado Corazón: “El fin.., es honrar a la Santísima Virgen María
bajo el título especial de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en las relaciones
de amor inefable que existen entre ella y el Sagrado Corazón cíe Jesús”. El
poder de intercesión de Nuestra Señora es mencionado solamente después, como
una consecuencia. Llamar a María “Nuestra Señora del Sagrado Corazón”, como lo
hace el P. Chevarlier, es entonces la manera más bella de expresar las
maternales y misteriosas relaciones que unen a María con el Dios-Amor. Pero
además, significa ser llevados por la Virgen a descubrir ese Amor de Dios para
con nosotros, y a vivirlo como Ella misma lo vivió.
Teniendo en
cuenta estas consideraciones previas, dedicamos a Nuestra Señora del Sagrado
Corazón estas humildes meditaciones, centradas en el Corazón de Jesús, que es
el que la Virgen sostiene en su mano.
En la imagen, la Virgen sostiene, con su brazo y mano
izquierdos, al Niño Jesús, mientras que con la mano derecha sostiene el Corazón
de su Hijo. A diferencia de las imágenes del Sagrado Corazón, en donde es Jesús
en Persona quien sostiene su Corazón en la mano, aquí es la Virgen quien lo
hace, y lo hace en actitud de ofrecerlo a quien se acerca a ellos.
La Virgen, en cuanto
Madre de Jesús, conocedora de las intenciones de su Hijo, de subir a la Cruz
cuando adulto, para donar su Sangre cuando su Corazón sea traspasado por la
lanza, se adelanta en el tiempo –ya que Jesús en la imagen es Niño- y ofrece el
Corazón de su Hijo al fiel que se acerca a Ella con amor.
Y al ofrecer el
Sagrado Corazón de su Hijo Jesús, y al ofrecerlo a Él en el Corazón, porque el
corazón es la sede del alma, está también, en cierto modo, ofreciéndose a Ella
misma, junto a Jesús, porque habiendo recibido Jesús, como todo hijo en el seno
de su madre, de la carne y de la sangre de María, se puede decir con toda
propiedad que el Corazón de Jesús proviene, en su materialidad, de su Madre,
así como Él proviene, como Dios Hijo que es, en su condición de Dios y de
Espíritu Puro, del seno eterno del Padre.
En otras palabras, al
ofrecer al Corazón de su Hijo, y a su Hijo con el Corazón, la Virgen se está
ofreciendo Ella misma, y su Corazón Inmaculado, para ser la delicia y el gozo
del alma que los quiera recibir con fe y con amor.
Y si en la imagen de
Nuestra Señora del Sagrado Corazón hay que ver las relaciones entre María y su
Hijo Jesús, es en dos lugares en donde estas relaciones alcanzan un gran
significado: en la Encarnación y en la Pasión, en el Monte Calvario.
En la Encarnación, la Virgen tomó para sí, primero en
su mente y en su Corazón, al Verbo de Dios, recibiendo de Él todo el Amor y la
ternura de su ser Hijo de Dios, y cuando el Verbo estuvo ya alojado en su seno
virginal, le dio de su carne y de su sangre, y con ellos entretejió su Corazón
de embrión y luego de bebé; en la Cruz y en la Pasión, la Virgen toma el
Sagrado Corazón, con todas sus penas, sus dolores, sus amarguras y tristezas, y
le da a cambio su Corazón Inmaculado, con sus alegrías, sus ternuras, sus
dulzuras, sus caricias y sus amores de Madre amorosísima, para endulzar un poco
las amarguras de Jesús y para aliviar sus inmensos dolores.
Pero hay otra cosa que debemos considerar, y es que,
en la imagen, la Virgen nos da el Corazón de Jesús, pero el don es meramente
moral, desde el momento en que la imagen es representación, sagrada, pero solo
representación, de la realidad. Por esto nos preguntamos: ¿a quién pedir, y
dónde conseguir, entonces, el Sagrado Corazón de Jesús que nos ofrece María
Santísima?
Hay que pedirlo a la Iglesia, en la Santa Misa: así
como Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús nos ofrece en la imagen el
Corazón de su Hijo, así la Iglesia nos concede, en la realidad, de manos del
sacerdote ministerial, al Sagrado Corazón de Jesús, vivo, palpitante, latiendo
con la gloria y el Amor divinos, en la Eucaristía. De esta manera, la Iglesia
actualiza y hace concreto y vivo, para nosotros, el don de Nuestra Señora del
Sagrado Corazón: su Hijo Jesús en la Eucaristía.
En el
sagrado Corazón Eucarístico de Jesús palpita el amor misericordioso con el cual
debemos amar a nuestros enemigos
“Reconcíliate con tu hermano y recién presenta la
ofrenda” (cfr. Mt 5, 20-26). La
verdadera ofrenda que agrada a Dios, más que la ofrenda material, es la ofrenda
de un corazón misericordioso y compasivo para con el prójimo. Jesús quiere que
nuestro corazón sea como el corazón de Cristo en el altar de la cruz, que es el
lugar en donde Dios Hijo nos perdona con amor y misericordia infinitos, aún
siendo nosotros sus enemigos. Es por eso que, al aproximarnos al altar, debemos
tener en el corazón el mismo ánimo y la misma misericordia para con nuestro
prójimo, que la que Jesús tiene para con nosotros desde la cruz, y esa es la
verdadera ofrenda que agrada a Dios.
Pero todavía más que eso, en realidad, lo que Jesús
pide es que tengamos no sólo la misma disposición de su Sagrado Corazón en la cruz,
que nos perdona, sino que tengamos incluso su mismo Corazón, el mismo Corazón
que Él dona en el altar de la cruz y en la cruz del altar.
Tener el mismo corazón de Cristo no es sólo una
expresión de deseos, sino que Dios mismo lo convierte en realidad: recibimos el
mismo Corazón de Jesús, que palpita con el Amor de Dios, con el amor con el
cual debemos amar a nuestros enemigos, al aproximarnos al altar, y al recibir
la comunión.
El
Sagrado Corazón
(para
niños)
Miremos la imagen del Sagrado
Corazón.
¿Cómo está Jesús en la
imagen? Jesús está de pie, con una mano alzada, en señal de bendecir, y con la
otra, está señalando su Corazón. En otras imágenes, Jesús está con el Corazón
en la mano, como si fuera a dárselo a alguien.
¿Por qué Jesús está
así en la imagen, como si estuviera dando su Corazón?
¿Una persona, común y
corriente, como nosotros, ¿puede dar su corazón a alguien? ¿Se lo puede sacar
de su pecho, como hace Jesús, y dárselo a alguien?
No, no se puede, pero
Jesús sí puede hacerlo.
¿Y por qué Jesús nos
da su Corazón?
En el corazón está
todo el amor de una persona, por eso, cuando Jesús, que es la Persona de Dios Hijo, nos
da su Corazón, quiere decir que nos da todo su Amor.
Eso es lo que quiere
decirnos Jesús al mostrarnos su Sagrado Corazón.
Jesús nos da su
Corazón, pero quiere algo a cambio: quiere que también nosotros le demos
nuestro corazón, nuestro amor.
Una forma de decirle a
Jesús que lo queremos podría ser sacarnos el corazón del cuerpo y dárselo, como
Él hace con nosotros, pero como no podemos sacar el corazón del cuerpo, porque
si no, nos morimos, tenemos que mostrarle a Jesús que lo queremos: comulgando y
confesando nueve viernes seguidos, y además prometiéndole que vamos a tratar de
ser buenos y santos, así como Él es bueno y santo.
Cuando veamos al Sagrado Corazón, nos tenemos que
acordar que Jesús nos da su Corazón y que nosotros, si lo queremos, también le
tenemos que dar el de nosotros.
La
relación entre la Virgen y el Sagrado Corazón de Jesús
La Virgen María está siempre asociada a su Hijo Jesús;
de hecho, es imposible pensar o hablar de María sin pensar o hablar de Jesús, y
como Jesús es la Sabiduría del Padre y la Palabra eterna del Padre, al
contemplar a María con su Hijo Jesús, contemplamos a María en relación a la Palabra
de Dios; tenemos entonces aquí un ejemplo de cómo debe ser nuestra relación con
la Palabra de Dios: así como es la relación de María con la Palabra de Dios.
¿Cómo es esta relación
entre María y la Palabra de Dios? María recibe a la Palabra de Dios en su
mente, en su corazón, y en su seno virginal; la reviste de su carne, porque le
da de su substancia humana, volviéndola visible, y la presenta al mundo como la
Palabra encarnada,
revestida de Niño. De la misma manera, así nosotros debemos obrar con relación
a la Palabra de Dios: recibirla en nuestra mente, en nuestros corazones,
revestirla con nuestros propios conceptos, y presentar al mundo la Palabra de
Dios, visible por medio palabras pero, más que nada, por medio de obras.
Así como María recibe
a la Palabra de Dios en su mente y en su corazón, y así como la vuelve visible
a la Palabra invisible porque le da de su substancia humana -como hace toda
madre con su hijo concebido-, así nosotros debemos recibir a la Palabra de Dios
en la mente y en el corazón, y debemos volverla visible ante el mundo, por
medio de palabras y conceptos pero, más que nada, por medio de obras de caridad
y de misericordia.
En este sentido, las
obras de misericordia de los santos, como por ejemplo, la caridad de la Madre
Teresa de Calcuta para con los más pobres y desprotegidos, son una proclamación
de la Palabra de Dios sin palabras humanas, con obras de misericordia, de
caridad, de amor para con el prójimo más necesitado.
Una novena, entonces, más allá de rezar con devoción el rosario, y de
asistir a Misa y a la procesión con devoción, es ante todo contemplar a María,
para que sea Ella quien nos enseñe a recibir y a amar a su Hijo Jesús, la
Palabra de Dios, y mostrarla al mundo con obras.
El dolor del Sagrado Corazón
Con mucha frecuencia,
en muchos fieles devotos y piadosos, la devoción al Sagrado Corazón se confunde
con un sentimentalismo que nada tiene que ver con la realidad. La imagen de
Jesús, con su Corazón en la mano, ofreciéndolo, se interpreta de modo
equivocado: se piensa que, como el Corazón es sede de los afectos, la devoción
al Sagrado Corazón se reduce a la afectividad. Es verdad que el corazón es la
sede de los afectos, de los sentimientos, y del amor, pero reducir la devoción
del Sagrado Corazón a la simple afectividad, es equivocar el camino. No quiere
decir tampoco que se deban descartar de plano los sentimientos y los afectos,
porque tampoco es así.
Otra forma de equivocarnos con respecto al Sagrado
Corazón, es pensar que ser devotos del Sagrado Corazón consiste en asistir a
misa los nueve primeros viernes, confesarse y comulgar, para merecer las
gracias que el Sagrado Corazón promete. Es verdad que el Sagrado Corazón pide
esto, y que es esto lo que hay que hacer para recibir esas gracias, pero no
termina aquí la devoción al Sagrado Corazón. Si pensáramos que ser devotos del
Sagrado Corazón es venir a misa, comulgar y confesar, todo de manera mecánica y
automática, estaríamos también equivocando el camino.
El Sagrado Corazón encierra un misterio sobrenatural que
escapa a la comprensión humana, porque abarca los sentimientos humanos, y los
introduce en la divinidad. El Corazón de Jesús es un corazón humano, un
verdadero corazón real, de un hombre real, Jesús de Nazareth, nacido en Belén,
pero que está unido hipostáticamente, personalmente, al Verbo de Dios, a la Persona de Dios Hijo, y
por eso es un corazón con sentimientos y amor humanos que han sido divinizados
y que forman parte del misterio pascual de Jesús. Todo lo que un corazón humano
siente –alegría, gozo, dolor, tristeza, penas, angustias-, todo fue
experimentado por Jesús, con la diferencia de que Jesús es Dios Hijo en
Persona, y por eso los sentimientos, afectos y amor de su Corazón, han sido
divinizados, porque son los sentimientos, el afecto y el amor del Hijo de Dios,
de Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
¿En qué consiste
entonces la devoción al Sagrado Corazón?
Para saber en qué
consiste la devoción al Sagrado Corazón –además por supuesto de asistir los
primeros viernes, de confesar y de comulgar, y de obra la misericordia y la
compasión-, podemos tener presentes las palabras que el Sagrado Corazón le
dirigiera a Santa Margarita María de Alacquoque. En la aparición, entre otras
cosas, el Sagrado Corazón le dice a Santa Margarita que el dolor más grande que
Él sufrió fue el que le provocaron las almas que habrían de rechazar su
sacrificio de amor, y que se habrían de condenar por haber rechazado su Amor.
Dice así Jesús: “El
dolor más grande me fue provocado por las almas que rechazaron el Amor de mi
Sagrado Corazón y se condenaron”. Eso es lo que Jesús sintió en el Huerto:
dolor, amargura, tristeza, penas, por las almas que lo habrían de rechazar y se
condenarían. Por estas últimas almas, también sintió náuseas, lo cual recuerda
lo que Jesús dice en el Apocalipsis: “Porque no eres frío ni caliente, sino
tibio, te vomitaré de mi boca” (3, 18). Un alimento tibio produce náuseas, y
eso es lo que Jesús sintió en el Huerto por las almas tibias, además de
tristeza y de amargura.
Jesús le hace saber a Santa
Margarita qué es lo que sintió en el Huerto: dolor y amargura. Pero después
agrega: “Quiero que tú participes de
este dolor y de esta amargura”. Es decir, invita a Santa Margarita a que ella
no solo sepa y medite acerca del dolor que Él padeció en el Huerto, sino que la
invita a participar de ese dolor y de esa amargura; la invita a que ella lleve,
en su corazón humano, el dolor del Sagrado Corazón. Le dice también: “Tú,
Margarita, vendrás a estar ante mi Sagrario todas las noches del jueves al viernes
desde las once a la medianoche, y te haré participe de la mortal tristeza que
padecí en el Huerto de Getsemaní, antes de la Pasión”.
Cuando Margarita vaya a hacer
adoración, Él la introducirá en su Corazón, pero no para que Margarita
experimente alegría, gozo, consuelo, sino para que Margarita experimente “la
mortal tristeza” que Él padeció en el Huerto de los Olivos. Una vez más, la
devoción al Sagrado Corazón no es sensiblería, ni sentimentalismo, porque el
sentimiento de tristeza y angustia que Jesús experimentó, y el sufrimiento que
le produjo la falta de afecto, por la frialdad de los corazones, de aquellos
que habrían de rechazar su amor, todos esos sentimientos y afectos, formaron y
forman parte de su Pasión, y es por su Pasión por la cual Él nos salvó y nos
redimió. A través de los sufrimientos de su Corazón en el Huerto de Getsemaní,
Jesús nos salvó; al invitarnos a participar de la tristeza y angustia mortal
que Él experimentó en el Huerto, no solo nos invita a que lo consolemos, sino
que nos invita a ser co-rredentores de la humanidad junto a Él. Salvar a la
humanidad, uniéndonos a la tristeza y a la angustia mortal de su Corazón en el
Huerto, es en esto en lo que también consiste la devoción al Sagrado Corazón.
“Quiero que participes de este
dolor y de esta amargura”. Las palabras del Sagrado Corazón están dirigidas a
todos los devotos suyos, no solo a Santa Margarita. ¿De qué manera podemos
participar de su dolor y de su amargura, que no sea solo en el recuerdo?
Uniéndonos con toda la fuerza del alma a su Sagrado Corazón, que late en la Eucaristía con el mismo
dolor y con la misma angustia que sintió en el Huerto de los Olivos, cuando
sudó lágrimas de sangre y lloró con angustia mortal por mi salvación. Al
recibirlo en la comunión, podemos pedir la gracia de participar de su amargura,
de su tristeza, de su dolor, teniendo también presentes las palabras de Jesús
en el Evangelio: “Cuando ores, retírate a tu habitación y cierra la puerta, y
el Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Oración a Nuestra Señora del
Sagrado Corazón
Nuestra Señora del Sagrado Corazón,
Tú que formaste al Corazón de Jesús
En tu seno virginal,
Dándole de tu carne y de tu sangre,
Te suplicamos,
Forma también en nosotros un nuevo corazón,
Un corazón de carne,
Para que se llene de la Sangre
Del Corazón de Jesús,
Y así pueda latir
Con los mismos latidos
Del Amor divino.