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lunes, 25 de junio de 2012

La Virgen del Rosario de San Nicolás y el rezo del Rosario



         Las apariciones de la Virgen María son hechos prodigiosos, cuya dimensión trascendental y sobrenatural se nos escapa, por el hecho de estar inmersos en el mundo material y terreno, y por estar condicionados por lo que nuestros sentidos pueden captar, ya que tenemos tendencia a creer que la única realidad “real” es la material y sensible.
         Precisamente, cuando la Virgen se aparece, en cumplimiento de los designios divinos, es para que, iluminados por la gracia, estemos más atentos a esa parte de la realidad que no puede ser percibida por los ojos, pero sí por la luz de la fe, y es la realidad del más allá, de lo que existe más allá de esta vida, la vida eterna. Nuestro mundo actual, es un mundo materialista, que considera que hay una sola vida, esta, la terrena, y que fuera de ella no hay nada, o no importa lo que pudiera haber; lo que importa, según esta visión mundana, es “disfrutar” de esta vida, “pasarla bien”, no importa a qué costo, y es así como se justifican todo tipo de cosas ilícitas y prohibidas por la ley de Dios. Muchos, muchísimos cristianos, caen en la trampa que les tiende el mundo y el demonio, y olvidándose lo que alguna vez aprendieron en el catecismo, viven la vida como si nunca hubieran recibido el bautismo, como si nunca hubieran sido adoptados por Dios como hijos, y como si nunca hubieran recibido el llamado de Cristo a seguirlo camino del Calvario.
Es así como los cristianos pierden de vista la vida sobrenatural, la vida de la gracia, para vivir en cambio una vida puramente natural la cual, en la mayoría de los casos, termina animalizándose, con lo que el que había sido llamado a ser hijo de Dios, finaliza comportándose peor que un animal salvaje.
         En el caso de las apariciones de la Virgen en San Nicolás, la realidad sobrenatural que la Virgen quiere hacernos ver, de parte de Dios, es la de la salvación eterna. Esta vida terrena, la que vivimos en el tiempo, dura muy poco, como máximo, cien o ciento diez años, ya que no hay ser humano que pueda vivir más que eso, y luego, viene la vida eterna, en donde el alma se encuentra cara a cara con Dios, recibe su juicio particular y, si es encontrada digna, es llevada por Cristo y María Santísima al Reino de Dios Padre.
Lo que sucede es que este ingreso al Reino de los cielos no se produce de modo automático: el alma debe presentarse ante Cristo, en su juicio particular, cargada con tesoros espirituales, celestiales, ya que eso es lo que Jesús nos dice que hagamos: “Atesorad tesoros en el cielo”, y una buena parte de esos tesoros celestiales, que granjean la entrada al cielo, se consigue con la oración, sobre todo del Santo Rosario.
Entonces, la Virgen se aparece en San Nicolás para advertirnos de los engaños del mundo y del demonio, que nos seducen con cosas falsas -placeres terrenos, gula, ocio, pereza, música estridente e indecente, películas de cine y programas de televisión inmorales, acceso por Internet, de modo fácil y anónimo a toda clase de perversiones, y toda clase de aberraciones contra la naturaleza, a las que hacen pasar por buenas, cuando en realidad son malicia del infierno encubierta-, para apartarnos de la vida feliz y eterna en la contemplación de Dios Uno y Trino, y conducirnos al infierno.
Las apariciones de la Virgen María tienen por lo tanto un carácter de advertencia urgente, ya que la Virgen viene desde el cielo para abrir nuestros ojos, para que iluminados por la gracia, podamos no solo descubrir los anchos caminos de la perdición, sino también, ante todo, para que seamos capaces de descubrir el angosto camino que conduce a la salvación: el camino de la Cruz, en el seguimiento de Cristo crucificado.
 La Virgen se apareció en nuestras tierras argentinas para pedirnos que recemos el Rosario, para que salvemos nuestras almas y las de nuestros seres queridos. No seamos sordos a su urgente llamado maternal.

sábado, 25 de febrero de 2012

La Virgen del Rosario y la Cuaresma




La Cuaresma es un tiempo de oración, de penitencia, y de vivir la fe por medio de las obras de caridad, corporales y espirituales, para con los más necesitados. Cuando la Iglesia nos impone las cenizas en el Miércoles de ceniza, es para que pensemos en la muerte, que es el destino seguro de todo ser humano, a causa del pecado original. Pero también quiere la Iglesia que meditemos en la vida eterna, en la vida que comienza apenas termina esta, y en todo lo que viene inmediatamente después. Sabemos por la fe que, al morir, al cerrarse los ojos del cuerpo por la muerte, se abren los ojos del alma, y el alma ingresa en la vida eterna, y en esta vida eterna, lo primero que le sucede al alma es ir delante de la Presencia de Dios Trino, a recibir su juicio particular, y luego, después del juicio, viene el destino eterno, según sea la sentencia del juicio: cielo o infierno, con el purgatorio como estadía previa para el cielo, para algunos.
La Iglesia entonces quiere que en Cuaresma meditemos acerca de la fugacidad de esta vida, y de la eternidad de la otra, para que recordemos y tengamos en cuenta que Dios es un Dios misericordioso, pero también es un Dios infinitamente justo, que no puede hacer injusticia, y si alguien en esta vida, muere con el corazón ennegrecido por el pecado y por el mal, con lo cual manifiesta que no quiere estar con Dios, Dios no puede violentar su decisión, y le concede lo que el alma impenitente quiere, que es la condenación eterna.
Dice San Pablo que “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor”, es decir, en el juicio particular, no valdrán de nada los títulos obtenidos, ni los honores y loas dados por los hombres, ni los bienes materiales poseídos, ni ninguna cosa que los hombres estimamos por buenas; valdrán solo las buenas obras, las obras hechas por amor a Dios y al prójimo, obras que a su vez solo tienen valor si se apoyan en la fe y en la oración. La fe y la oración evitan toda tentación, la primera de todas, la de no creer en Dios, o la de creer que nos vamos a salvar siendo perezosos, de mal corazón, rencorosos.
Por eso la insistencia de la Virgen de San Nicolás en la oración y en una vida de fe: “A vosotros los que estáis extraviados os digo sólo creed en el Señor. Creyendo y orando estaréis a salvo de cualquier tentación, la fe y la oración son armas poderosas que pone Jesús al alcance vuestro, no debéis hacer nada que no sea bien visto a los ojos del Señor. Gloria al Altísimo” (7-4-84).
Lo dice Dios mismo en la Sagrada Escritura: “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad lo que es justo, haced justicia al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como lana” (Is 1, 16-18).
         Solo con la oración y la fe, manifestada en obras, llegaremos al Reino:
“El Señor quiere un pueblo limpio de pecado para cumplir su promesa de Vida Eterna. Debéis ser merecedores de su Reino. Poneos en manos del Sagrado Corazón para que os vigile; no caigáis en tentación y no pueda penetrar en vosotros el malvado; eso agradará al Señor. Debéis dar a conocer esto” (31-12-83). Para esto es el tiempo de Cuaresma: para vivir rezar, principalmente el Rosario, y para demostrar la fe con obras.