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sábado, 7 de noviembre de 2015

La Eucaristía, nuestro tesoro más grande


         Dice el Manual del Legionario[1] que la Eucaristía es “centro y fuente de la gracia” y un “bien infinito” y por eso mismo, debe estar “en el centro de la vida del Legionario”[2]. De lo contrario –es decir, si la Eucaristía no está en el centro de la vida del Legionario- toda actividad es vacía, todo apostolado es puro activismo que no procede de Dios ni conduce a Dios.
El objetivo del Legionario es “establecer el reino de la Eucaristía en los corazones”[3]. ¿Por qué? Porque la Eucaristía es Jesucristo, el Hombre-Dios, que está Presente en el Santo Sacramento del altar con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Jesús Eucaristía es el Rey de nuestros corazones, de los corazones de los bautizados, de los que aman a Dios. El objetivo del Legionario es hacer que Jesús Eucaristía reine en los corazones de todos los hombres, porque “para eso vino Jesús, para comunicarse a las almas para poder hacer de todas ellas una sola cosa con Él”[4]. Jesús ha venido para donarse como Pan de Vida eterna y para comunicarnos de su vida eterna, por medio de la Eucaristía: “Yo Soy el Pan de vida que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre; y el pan que Yo daré para la vida del mundo es mi propia carne” (Jn 6, 51-52). Sin embargo, no puede el Legionario hacer que la Eucaristía reine en los corazones de los demás, sino reina primero en su propio corazón. Es por esto que el corazón del Legionario debe ser como el sagrario o como el altar: así como en ellos se ama y se adora a Jesús Eucaristía y sólo a Jesús Eucaristía, así también, en el corazón del Legionario debe ser amado y adorado Jesús Sacramentado y sólo Jesús Sacramentado. Y al igual que el sagrario y el altar, el corazón del Legionario debe estar limpio y perfumado, y esto se logra por la gracia de la Confesión Sacramental.
Para apreciar el don eucarístico, hay que considerar quién es Jesucristo. El Manual del Legionario dice que muchos tienen a Jesucristo sólo como a un profeta inspirado y que así “lo honran y lo toman por modelo”[5]. Sin embargo, hay que decir que Jesús no es un mero profeta inspirado; no es un hombre santo entre los santos, ni siquiera es el más santo de todos los hombres santos: Jesucristo es muchísimo más que eso, porque es el Dios Tres veces Santo, Fuente de toda santidad; Él es la santidad misma, por Quien es santo todo lo que es santo. Y esto que es Jesucristo en su realidad celestial y gloriosa, lo es en la Eucaristía, sólo que en la Eucaristía está oculto bajo apariencia de pan. Jesús, el Hombre-Dios, es el Dios del sagrario y el Dios de la Eucaristía, porque está Presente en Persona en la Eucaristía. Entonces, dice el Manual, si nosotros, los católicos, que “profesamos la verdadera fe”, poseemos a Jesucristo “vivo siempre en la Eucaristía” y no en el recuerdo o en la imaginación, como sucede con otros, entonces poca disculpa merecen los católicos que, creyendo en su Presencia real en la Eucaristía, abandonan la Eucaristía y no se alimentan de la misma porque –voluntariamente- “viven en el pecado”[6]. Jesús bajó del cielo y se encarnó en María Santísima para nacer en Belén –Casa de Pan- para donarse al mundo como Pan de vida eterna, pero muchos católicos prefieren el pecado, antes que alimentarse del Cuerpo de Jesús Sacramentado.
Para estos hijos, que forman parte de su cuerpo espiritual, la Virgen busca alimentarlos con el Pan de Vida eterna, así como alimentó el cuerpo de su Hijo Jesús, porque es Madre tanto de Jesús, como de los miembros del Cuerpo Místico de Jesús, los bautizados. Así como una madre quiere alimentar a su hijo, que está por desfallecer de hambre, pero no por falta de pan, sino porque no quiere comer, así la Virgen busca y quiere alimentar, con el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, a sus hijos que voluntariamente lo rechazan y no quieren alimentarse con este manjar celestial[7].
Y es aquí en donde comienza la tarea del Legionario, el de ayudar a María Santísima para que sus hijos alejados de la Comunión por propia voluntad, vuelvan a alimentarse con el Pan Vivo bajado del cielo. El Legionario, dice el Manual, “debe valerse de todos los recursos que estén a su alcance para despertar en los hombres el conocimiento y amor al Santísimo Sacramento, y para destruir el pecado y la indiferencia que los tienen apartados de Él”[8]. Dice el Manual que cada comunión que el Legionario consiga hacer –previa confesión sacramental y propósito de enmienda y de vivir en gracia, obviamente-, se traduce en un “beneficio inconmensurable” para todo el Cuerpo Místico, porque así como sucede con el cuerpo del hombre, que al alimentarse con un poco de pan, se ve beneficiado no un órgano u otro, sino todo el cuerpo, así también, los integrantes del Cuerpo Místico, se ven beneficiados tanto más, cuanto más son los que se alimentan del Pan celestial, la Eucaristía.



[1] Manual del Legionario, VIII, 4.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

María, anticipo del altar del Pan celestial


¡Madre de Dios!/Tu vientre se ha convertido en una Santa Mesa/en la que está contenido el Pan que viene del Cielo./Quien coma de este Pan no morirá,/así lo ha dicho el que alimenta a todos/ [1]”.
         El vientre virginal de María aloja al Verbo eterno del Padre que ha tomado la forma de una célula humana primero y la de un embrión humano después. ¡Tiene la forma de un niño humano y es Dios! No se puede dar crédito, si Dios mismo no lo revelara, a noticia tan asombrosa: el Dios omnipotente se ha convertido, sin dejar de ser Dios, en un niño humano, desde embrión unicelular, hasta feto viable de nueve meses.
         Pero este Niño, que crece en el seno de María, no es un Niño cualquiera, así como María no es una mujer cualquiera. Este Niño es Dios, y se entregará a sí mismo, en la Última Cena, como Pan de Vida eterna. Antes de subir a la cruz y antes de volver al Padre, de donde vino, este Niño se quedará en medio de su Iglesia como Pan, pero no como un pan cualquiera, sino como un pan que da vida y no vida natural, sino la vida misma de Dios Trinidad, la Vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu.
         Por que el Niño es Pan Vivo bajado del cielo, María es el altar, la Mesa sagrada en donde este Pan se ofrece a los comensales, los hijos de Dios.
         El Hombre-Dios se ofrece, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, como Pan de Vida, sacramentalmente, en la Última Cena, y renueva este ofrecimiento en cada santa misa.
         Pero mucho antes de ofrecerse sacramentalmente como Pan Vivo, mucho antes, ya en el seno de su Madre Virgen, María, Jesús se ofrecía al mundo como Hostia Pura y Santa, como Pan Santo de Vida eterna.
         Ya en el vientre materno de María, el Niño es un Pan bajado del cielo; ya en el vientre materno de María, se comporta como el Maná verdadero de los cielos, destinado a ser consumido por los hijos de Dios que peregrinan en el desierto del mundo; ya en el seno virgen de María, antes de nacer, el Niño era Pan Vivo, y daba de su vida eterna, primera a su madre y a sus hermanos después; ya en el seno virgen de María, altar del Dios Altísimo, el Espíritu Santo obraba el mismo milagro que habría de obrar en el altar de la Iglesia, el seno puro y virgen de la Esposa del Cordero, la conversión milagrosa del pan en el cuerpo de Jesús: en el altar, el Espíritu convierte el pan inerte en el cuerpo de Jesús resucitado, que se dona como Pan Eucarístico, como Pan de Vida eterna; en el seno virgen de María, altar del Dios Altísimo, el Espíritu convierte al Pan de los cielos, al Maná celestial, el Verbo del Padre, en el cuerpo y la sangre de Jesús, Hijo de Dios e hijo de María.
         Así como el altar es el seno virgen de la Iglesia, Esposa del Cordero, en donde se ofrece al mundo el Hijo de Dios como Pan de Vida, por obra del Espíritu, así, por obra del Espíritu, el seno virgen de María es el altar desde el cual se ofrece al mundo al Pan de Vida eterna, Dios Hijo encarnado, Hijo eterno del Padre e Hijo de María Virgen por el Espíritu.



[1] Cfr. San Andrés de Creta, del Canon, para la mitad de Pentecostés; cit. La Virgen María. Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires 1978, 104.

viernes, 2 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VI)



Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios
(Lc 1, 26-38)
“...concebirás en tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del ángel a María, se inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la humanidad, los tiempos caracterizados por la presencia de Dios en medio de los hombres, revestido de una naturaleza humana. 
         María es quien hace de Sagrario y Tabernáculo para el ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de María se ilumina con el esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo luminoso del Padre. El Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno del Padre al seno de María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en la depositaria de la Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una naturaleza humana para unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de Dios, el cual, al unirse personalmente con un cuerpo y un alma humana, es llamado “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.
         Pero el prodigio que se realizó en el seno de María, proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se hace sentir en todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo Eterno de Dios, el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y se hizo visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un Niño humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María, concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios, que se reviste de apariencia de pan[1]. La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio, de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios con nosotros.
         Y si parecen asombrosos estos misterios, de los cuales no tenemos más que una mínima comprensión por la fe, escapándosenos su inteligibilidad última debido a la grandeza intrínseca del ser divino del cual proceden, quedan todavía más misterios asombrosos. María concibe en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia, figura de María, concibe también en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo Espíritu quien hace concebir, en el seno del alma, por la comunión eucarística, al Hijo de Dios, que de ser “Dios con nosotros”, pasa a ser “Dios en nosotros”.
Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios para que el alma, por la comunión eucarística, lo conciba, por el Espíritu, en su propio seno.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...

lunes, 28 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La cultivadora de la cosecha

Icono de la Madre de Dios
"La cultivadora de la cosecha"

Según la historia de este icono, a través de él se produjeron numerosos milagros, entre los cuales se destacan aquellos por los cuales se evitó que mucha gente muriera de hambre. En él, se representa a la Madre de Dios, que aparece sentada en un trono de nubes, en el cielo, extendiendo sus brazos sobre el campo, en actitud de bendecir. Hacia abajo, aparece un campo de trigo abundante y robusto.

Podemos rezar con este icono teniendo en cuenta qué representa, además de los milagros que hizo, comparándolos con los misterios sobrenaturales de la Madre de Dios, ya que entre el icono y la Virgen hay semejanzas, pero también diferencias.

Por ejemplo, en el icono, la Virgen bendice un campo de trigo, con el cual luego se hará el pan, y por eso es llamada “La cultivadora de la cosecha”, ya que su bendición permite una cosecha abundante, y de hecho, los milagros atribuidos al icono impidieron que mucha gente muriera de hambre; en la realidad, la Virgen es la “Bendita entre todas las mujeres”, porque en su seno virginal crece el Hijo de Dios, quien luego se donará al mundo como Pan de Vida eterna. El Hijo de la Virgen María, al sufrir la Pasión, será como “el grano de trigo que cae en tierra” para dar fruto: morirá en la cruz, y luego resucitará, para dar vida a los hombres por medio del don de su Cuerpo y de su Sangre.

En el icono, la Virgen aparece sentada en un trono, con los brazos extendidos, bendiciendo un campo de trigo, y por esta bendición sobre el campo, el trigo crecerá fuerte y sano, y servirá para hacer el pan de la mesa que saciará el hambre de muchos. En la realidad, la Virgen no bendice un campo de trigo del cual sale el pan, sino que de Ella, que es la Llena de gracia, surge, milagrosamente, como un rayo de sol atraviesa un cristal, su Hijo, el Niño Pre-eterno, el cual se donará a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, para saciar no el hambre corporal, sino el hambre espiritual de Dios de muchos, que así serán salvados.

El trigo del campo que aparece en el icono será luego cosechado para ser triturado y luego horneado al fuego, y se convertirá en pan; Cristo, el fruto bendito y santo de las entrañas virginales de María, será triturado en la Pasión, y luego su Cuerpo será abrasado por el fuego del Espíritu Santo en la resurrección, y como Pan Vivo que da la Vida eterna será entregado en la mesa del banquete celestial, la Santa Misa, para no solo calmar el hambre espiritual, sino para dar la vida eterna a quien lo consuma.

Podemos orar con este icono también a partir de la posición y el rol que la Madre de Dios ejerce en él: la Madre de Dios aparece sobre un abundante campo de trigo, y esto nos recuerda a la Santa Misa, porque si de un campo de trigo se obtiene la materia para hacer el pan que luego se ofrece en la mesa, en la Santa Misa se ofrece un pan hecho de trigo, pero que por el poder de Dios, se convierte en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. El icono nos hace pensar en la misa, porque así como en el icono la Madre de Dios aparece extendiendo los brazos, en actitud orante, sobre el campo de trigo, y como consecuencia, del campo se saca abundante pan que sacia el hambre, así en la Santa Misa el sacerdote extiende sus brazos, en actitud orante, en la consagración, y de la Santa Misa se saca un Pan de Vida eterna que sacia con creces el apetito que de Dios tiene el espíritu humano.