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miércoles, 12 de mayo de 2021

Las Apariciones y enseñanzas de Nuestra Señora de Fátima

 



         En el año 1917 se produjeron una de las más grandiosas apariciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia. Estas apariciones estuvieron precedidas por las apariciones, a su vez, de un Ángel, quien se presentó a sí mismo como “El Ángel de la Paz” y también “El Ángel de Portugal”.

         Estas apariciones nos dejaron numerosas enseñanzas:

         Por un lado, el Ángel les enseña a adorar la Presencia Sacramental de Jesucristo en la Eucaristía, dictándoles dos oraciones de adoración a Jesús Sacramentado y enseñándoles en la práctica cómo adorar con el cuerpo, postrándose él mismo, el Ángel, ante Jesús Eucaristía. Una de las oraciones del Ángel dice así: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os  pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. La otra oración que les enseña el Ángel es: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Estas oraciones, profundamente eucarísticas, mantienen su plena vigencia, hoy más que nunca, debido a las innumerables profanaciones y sacrilegios que sufre, día a día, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y es por eso que es muy conveniente rezar estas oraciones en las Horas Santas, en la Adoración Eucarística al Santísimo Sacramento del altar.

         Por otra parte, la Virgen les proporciona numerosas enseñanzas a los Pastorcitos:

         El rezo del Santo Rosario y su importancia para la conversión de los pecadores; la existencia del Infierno, haciéndolos participar, místicamente, de la realidad del Infierno, al llevarlos al Infierno y hacerlos contemplar cómo las almas de los condenados caían en el lago de fuego y fluctuaban como “copos de nieve”: al respecto, la Beata Sor Lucía describe así la experiencia del Infierno: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”. Luego, después de la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores: “Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita Misericordia”.

Además, la Virgen les enseña el valor del sacrificio, de la penitencia, de la mortificación y del ayuno, como vías de crecimiento en santidad personal y también para la conversión de las almas más necesitadas de la gracia de Dios, los pecadores: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”; también les advierte acerca del peligro del Comunismo y de cómo este régimen satánico, despiadado y ateo habría de “propagar sus errores por todo el mundo”, tal como sucedió y tal como está sucediendo en la actualidad: desde que se implementó en Rusia por medio de una sangrienta revolución, el Comunismo ha esparcido el ateísmo, la violencia y la lucha de clases por todo el mundo, provocando desde entonces hasta ahora un genocidio de más de ciento cincuenta millones de muertos, sin contar los cuatrocientos millones de muertos provocados por la política del “hijo único” aplicado por el gobierno comunista chino durante treinta años.

La Virgen les enseña también a rezar el Santo Rosario y les enseña la devoción del rezo del Rosario reparador, el cual se reza durante cinco sábados, los primeros sábados de cada mes, meditando en los misterios del Santo Rosario y acompañando este rezo con el deseo de un profundo cambio de vida, haciendo un completo examen de conciencia, confesando los pecados y recibiendo la Sagrada Comunión, todo para reparar las ofensas que se realizan al Inmaculado Corazón de María y también al Sagrado Corazón de Jesús.

No debemos creer que las Apariciones de Fátima son cosa del pasado: estas apariciones, importantísimas para la vida espiritual y de la Iglesia, son atemporales, en el sentido de que abarcan todos los tiempos y por lo tanto son actuales y mucho más en nuestros días, en los que se atenta cotidianamente contra la Sagrada Eucaristía y contra el Inmaculado Corazón de María y también contra la vida humana por nacer, por medio de la inicua e infame ley del aborto. Hoy, más que nunca, es necesario recordar las Apariciones de la Virgen en Fátima y aplicar, con todo el corazón, sus invalorables enseñanzas celestiales.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Las Apariciones del Ángel de Portugal y su contenido eucarístico, como preludio a las Apariciones de la Virgen en Fátima


El contenido eucarístico de las apariciones del Ángel de Portugal

Las Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más grandes manifestaciones marianas de todos los tiempos, estuvieron precedidas por las apariciones de un ángel, el Ángel de Portugal o Ángel de la Paz, tal como él mismo se presentó. El contenido de estas apariciones está estrechamente relacionado con el contenido del mensaje de la Virgen y de tal manera, que se puede decir que sirven como una preparación espiritual para lo que la Virgen habría de manifestarles. Las apariciones del Ángel sucedieron a fines del año 1916, meses antes de la primera manifestación de la Virgen, en Mayo de 1917.
Recordaremos las tres apariciones, en su orden cronológico, y meditaremos brevemente en el contenido o mensaje sobrenatural que las mismas contienen. Si bien sucedieron hace cien años, son a-temporales, en el sentido de que el mensaje sobrenatural es válido para los hombres de todos los tiempos, y también de todas las edades y razas.
El Ángel de Portugal o Ángel de la Paz se les apareció, en total, tres veces a los pastorcitos. No se conoce la fecha exacta de la primera aparición, la cual sucedió “en la primavera de 1916”, según lo manifiesta Sor Lucía, a quien pertenecen las descripciones de estos eventos sobrenaturales.

1.     Primera aparición del Ángel.

Esta primera aparición es narrada así por la Hermana Lucía: “No recuerdo exactamente los datos, puesto que en aquel tiempo no sabía nada de años, no de meses ni tampoco de los días de la semana. Me parece que debe haber sido en la primavera de 1916 que nos apareció el Ángel por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco”. Hacía poco tiempo que jugábamos, cuando un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar la vista para ver lo que pasaba, pues el día estaba sereno. Vemos, entonces, que, desde el olivar se dirige hacia nosotros la figura de la que ya hablé. Jacinta y Francisco aún no la habían visto, ni yo les había hablado de ella. A medida que se aproximaba, íbamos divisando sus facciones: un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros, dijo: – ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo. Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos hizo repetir por tres veces estas palabras: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”. Después, levantándose, dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Sus palabras se grabaron de tal forma en nuestras mentes, que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos largos ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados”[1].
Una primera consideración es la edad de los destinatarios: son niños, con poca instrucción escolar, que incluso están ayudando, con su humilde trabajo –pastoreando las ovejas-, a la economía familiar. El hecho de que sean niños, nos recuerda lo que dijo Jesús en el Evangelio: “Quien no se haga como niño, no puede entrar en el Reino de los cielos”. Es decir, la niñez es una etapa privilegiada para Dios, y tanto, que quien no sea como niño, no podrá entrar jamás a gozar de la contemplación de las Tres Divinas Personas, que es en lo que consiste la felicidad eterna. Ahora bien, ¿en qué consiste esta “infancia espiritual”? Ante todo, que no es sinónimo de infantilismo, sino propiamente, de que el alma posea en sí los mejores atributos de la niñez, principalmente, la inocencia y la pureza, la ausencia de mala intención. Otro elemento a tener en cuenta es que esta “infancia espiritual”, de la que hablan muchos santos, entre ellos, Santa Teresita del Niño Jesús, no es el producto de un esfuerzo de ascesis humana, sino que es consecuencia de la gracia santificante en el alma, que transmite al hombre la inocencia, la pureza, el candor y la bondad del Ser divino trinitario. Esta infancia espiritual concedida por la gracia es absolutamente necesaria para recibir luego los dones y gracias que posteriormente Dios concede al alma; si no existe la inocencia de la infancia espiritual, no puede actuar la gracia, ya que la soberbia y el orgullo, o la impureza, lo impiden.
El Ángel que se les aparece toma una forma corpórea, aunque por su naturaleza puramente espiritual no poseen cuerpo, y la razón es que, a partir de la Encarnación del Verbo, que por esto mismo asume la naturaleza humana y se manifiesta como hombre, como ser humano, los ángeles, cuyo Rey es el Verbo Encarnado, se manifiestan igualmente como hombres, como seres humanos, aunque propiamente no lo sean, para secundar a su Rey, Cristo Dios, Dios Hijo encarando. La juventud y belleza del ángel son consecuencia de la gloria de Dios en los espíritus angélicos, que en los hombres mortales se anticipa con la gracia santificante y que comunica, sea al hombre que al ángel, la belleza y la eterna juventud. De hecho, en el cielo, según Santo Tomás y el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienaventurados serán eternamente jóvenes, con sus cuerpos resplandecientes de la gloria divina, sin enfermedad ni dolor alguno, y todo como consecuencia de la gloria de Dios que, rebalsando del alma, se vierte sobre el cuerpo y lo glorifica. La belleza y la juventud del ángel de luz se contrapone con el aspecto de los ángeles caídos que, privados de la gracia y de la gloria divina, son extremadamente horribles, al punto de adquirir las formas verdaderamente monstruosas, de animales desconocidos para el hombre. La extrema fealdad del Demonio es la consecuencia del rechazo de aquello que le daba belleza y hermosura, y que es la gracia y la gloria de Dios.
En cuanto al nombre, es el mismo Ángel quien les dice su nombre, presentándose como el “Ángel de Portugal” o “Ángel de la Paz”. Esto es llamativo y concuerda con la doctrina católica, que enseña que todo grupo, sea familiar o, como en este caso, nacional, posee un ángel custodio –con lo cual también nuestra amada Patria Argentina tiene su ángel custodio, el Ángel Custodio de Argentina[2]. El Ángel se presenta como “Ángel de la Paz”, característica que se supone no como exclusiva del Ángel de Portugal, sino como propia de todo ángel de luz, que milita en el ejército celestial bajo las órdenes del Rey de los ángeles, Cristo Jesús, y de María Inmaculada, Reina de los ángeles. Son todos “ángeles de la paz”, porque poseen por participación y comunican la Paz verdadera, la Paz de Cristo.
Otro elemento en esta primera aparición y el más importante, es no solo la oración que el Ángel les enseña, sino también la postura corporal, puesto que se arrodilla y dobla la frente hasta el suelo para rezar, lo cual es signo de la adoración debida a Dios Uno y Trino, que no solo debe ser interior, sino también acompañarse por el gesto externo por excelencia de la adoración, que es el arrodillarse y, además, tocar el suelo con la frente. El Ángel les enseña una oración de reparación a Dios, por la malicia e indiferencia de los hombres que “no creen, no esperan, no adoran y no aman”: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”. El Ángel les hace notar a los niños que sus oraciones no solo no serán vanas, sino que los mismo Jesús y María en persona, están esperando atentamente esas oraciones de reparación: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”.
Esta oración de adoración y reparación es necesaria por cuanto el hombre, y mucho más en este siglo XXI, ha reemplazado al Dios Verdadero y Único, Dios Uno y Trino, por una multitud de ídolos neo-paganos, ídolos falsos que se entronizan en el corazón del hombre, en el lugar debido únicamente a Dios Trinidad.

2.     Segunda aparición del Ángel.

La segunda aparición del Ángel tuvo lugar en el verano de 1916, y es así como la relata Sor Lucía: “Pasado bastante tiempo, en un día de verano, en que habíamos ido a pasar el tiempo de siesta a casa, jugábamos al lado de un pozo que tenía mi padre en la huerta, a la que llamábamos “Arneiro”. De repente vimos junto a nosotros la misma figura o Ángel, como me parece que era, y dijo: “¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios”. “¿Cómo nos hemos de sacrificar?”, le pregunté. “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”[3].
En esta segunda aparición, el Ángel insiste con la oración, a la que le agrega el sacrificio, que es tanto activo, como pasivo, porque consiste en ofrecer las tribulaciones que nos sobrevienen y que no dependen de nosotros: “Rezad, rezad mucho (…) Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios (…)”. Estos sacrificios, que pide el Ángel, son, como hemos dicho, activos, cuando el alma los ofrece por propia voluntad, aunque también son pasivos, cuando algo acontece y el alma, en vez de quejarse, ofrece a Dios la tribulación: “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio”. Y la razón del sacrificio, es también la reparación, por la ingratitud, indiferencia y malicia de los hombres para con el sacrificio redentor de Jesucristo y pidiendo la conversión de quienes ofenden a Dios: “(…)n ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores”.

3.     Tercera aparición del Ángel

Es relatada así por Sor Lucía: “Después que llegamos, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo, etc.”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos levantamos para ver lo que pasaba y vimos al Ángel, que tenía en la mano izquierda un Cáliz, sobre el cual había suspendida una Hostia, de la que caían unas gotas de Sangre dentro del Cáliz. En Ángel dejó suspendido en el aire el Cáliz, se arrodilló junto a nosotros, y nos hizo repetir tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia. Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. Y, postrándose de nuevo en tierra, repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad… etc.”, y desapareció. Nosotros permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre las mismas palabras; y cuando nos levantamos, vimos que era de noche y, por tanto, hora de irnos a casa”[4].
Esta tercera aparición es, evidentemente, propiamente eucarística y asombra por lo que contiene: el Ángel da la comunión a los pastorcitos, pero antes adora a la Trinidad, dejando la Eucaristía y el cáliz en el aire y arrodillándose junto con los niños. En la oración se adora a la Trinidad y se hace referencia a la Presencia de Jesucristo en la Eucaristía, al tiempo que se ofrece su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en reparación. ¿Por qué nombra a la Trinidad y la adora, si el que está Presente en la Eucaristía es Dios Hijo? Se debe a la “circuminsesio”, esto es, la Presencia concomitante de las Tres Personas en donde está una de ellas. En la Eucaristía, el que está en Persona es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, pero como donde está una están las otras, también están el Padre y el Espíritu Santo, de ahí que el ángel dirija la adoración a la Trinidad. Con respecto a la reparación antes de la comunión, surge la pregunta acerca de qué es lo que hay que reparar, y la respuesta está en las palabras del Ángel. En efecto, este hace mención a los “ultrajes, sacrilegios e indiferencias” con los cuales Jesús Eucaristía es “ofendido”. Nuevamente se pide también por la conversión de los pecadores, ofreciendo para ello los méritos de los Sagrados Corazones de Jesús y María: “Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.
La tercera aparición es una muy fuerte declaración de la verdad acerca de lo que la Iglesia enseña sobre la Eucaristía: es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y esto en virtud de la Transubstanciación, ocurrida en la Santa Misa, con lo que no es un mero pan bendecido, tal como lo sostienen otras iglesias. El Ángel les dice que lo que les da a comulgar es el “Cuerpo y Sangre de Jesucristo”, y vuelve a hacer mención de la palabra “ultraje”: “horriblemente ultrajado por los hombres ingratos”. Aún más, resume todas estas acciones de los hombres en contra de Jesús Eucaristía con un calificativo muy fuerte: “crímenes”: “Reparad sus crímenes y consolad a Dios”. Es un calificativo muy fuerte y muy duro, pero que describe exactamente la realidad de la malicia del hombre hacia la Eucaristía: la indiferencia, el ultraje y el sacrilegio, son crímenes, con lo cual los hombres nos convertimos en verdaderos delincuentes delante de los ojos de Dios, porque son los delincuentes los que cometen crímenes. Cada vez que, por lo menos, comulgamos indiferentemente, siendo fríos al Amor de Dios donado en la Eucaristía cometemos un “crimen”, tal es como lo percibe Dios en su infinito Amor a nuestro desamor hacia la Eucaristía. Pero también es cierto lo contrario: quien comulga con fe, con amor, con devoción, con piedad, consuela a “nuestro Dios”, el Dios de la Eucaristía, Jesucristo, por el desamor y la frialdad propias y de nuestros hermanos.
Un signo muy importante es la adoración, con el rostro en tierra, del Ángel, ante la Eucaristía: es el mismo Ángel quien nos da ejemplo de cómo adorar la Eucaristía al postrarse en tierra para adorar la Presencia Verdadera, real y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. El Ángel adora el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo presentes en la Eucaristía, y luego de adorar la Eucaristía, les administra sacramentalmente en la boca el Cuerpo y la Preciosísima Sangre del Señor. Éste es el ejemplo del Ángel: adorar en cuerpo y alma la Eucaristía, porque contiene verdadera, real y sustancialmente al mismo Jesucristo Señor nuestro.
La plegaria reparadora del Ángel se relaciona también con el Santo Sacrificio de la Misa, que es donde se confecciona la Eucaristía. La santa Misa es el sacrificio de Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares en memoria del Sacrificio de la Cruz. La Misa es el mismo Sacrificio que el de la Cruz, porque en él se ofrece y sacrifica el mismo Jesucristo, aunque de un modo incruento, es decir, sin padecer o morir como en la Cruz. Profundas enseñanzas del Ángel de Portugal: reverencia, adoración, oración y reparación a Jesús presente en la Hostia consagrada. Nos enseña a adorar y reparar por encima de todo, ahí donde el amor no es amado: donde no es apreciado, donde es humillado, pisoteado y ofendido. Donde el Amor Eucarístico es profanado en lo oculto, en misas negras y en sectas satánicas, donde es vejado y despreciado o bien donde es recibido en la comunión con un corazón frío, indiferente, o incluso en pecado mortal. Nos enseña el Ángel Guardián de Portugal a respetar, adorar y amar profundamente a Jesús Eucarístico en cada Hostia profanada, en cada corazón que está en pecado y sin amor por Él, a reparar por quienes comulgan con un corazón frío, en quienes lo reciben sin siquiera pensar en Él.



[1] Cfr. Hermana Lucía, Memorias, Segunda Memoria.
[2] Hay una oración para el Ángel Custodio de Argentina, realizada por la Conferencia Episcopal Argentina.
[3] Cfr. Hermana Lucía, Memorias, Segunda Memoria.
[4] Cfr. ibidem.

lunes, 12 de mayo de 2014

Las Apariciones de la Virgen en Fátima, la visión del Infierno y nuestra visión de la Iglesia y del mundo


         Nuestra Señora se apareció en Fátima a tres niños pastorcitos –Lucía, de nueve años, Jacinta, de siete y Francisco de diez años- en el año 1917, durante seis veces, entre los meses de mayo y octubre del año 1917. Estas apariciones de la Virgen estuvieron precedidas el año anterior, 1916, por las apariciones del Ángel de la Paz o también Ángel de Portugal, que fueron tres en total. Una aproximación superficial a estas apariciones podría hacer pensar en una situación bucólica, ideal, y hasta romántica: un ángel de la paz y la Virgen, se aparecen a tres niños para darles mensajes. Estos mensajes, puesto que se  tratan de la religión cristiana, y están dirigidos a los niños, no pueden no ser mensajes de ternura, mensajes edulcorados, acaramelados, que hablen de paz, de cielo, de bondad, de cosas lindas. ¿De qué otras cosas hablarían nada menos que un ángel y la misma Madre de Dios a tres niños? ¿Podrían, estos seres celestiales, asustar a los niños, hablándoles del infierno? ¿Podrían, el ángel y la Virgen, hablarles de sacrificios, de penitencias, de renuncias, de rezar constantemente el Rosario, a tres niños pequeños? ¿No sería eso traumatizarlos? ¿No sería eso hacerlos retroceder a una visión de un catolicismo ya perimido para un siglo XXI, pleno de avances científicos y tecnológicos, en donde el hombre ha superado estas concepciones antiguas y obsoletas?
         Pues bien, tanto el Ángel de la Paz o Ángel de Portugal, y la mismísima Madre de Dios, la Virgen María, en sus apariciones, hablaron a los niños de pecado y de gracia, de la necesidad de oración constante y perseverante, incluso el Ángel interrumpió el juego de los niños para decirles que recen; les hablaron de mortificación y sacrificio y de la gran importancia del sacrificio y de sacrificios importantes, como la privación del agua hasta el punto de experimentar la sed, o el dormir con una soga que provocara dolor, como en el caso de Jacinta; les hablaron de rezar el Santo Rosario todos los días; les hablaron de la ingratitud y de la malicia de los  hombres pecadores para con Jesucristo, que le pagan con desprecios, ultrajes e indiferencias, su gran Amor, demostrado en la Pasión; les hablaron de la necesidad imperiosa de reparar, con sacrificios, penitencias y mortificaciones, este gravísimo ultraje que los hombres pecadores hacían a Jesucristo principalmente en su Presencia sacramental; el Ángel, por orden de Dios, les enseñó dos oraciones de reparación[1],[2], al tiempo que en una de sus apariciones, los interrumpe en sus juegos para decirles que oren y se mortifiquen, porque “los corazones de Jesús y de María están prontos para escucharlos”.
         Pero es sobre todo la Virgen María quien nos llama la atención en estas apariciones: primero, porque Sor Lucía nos dice que “no estaba contenta”, sino triste; y en segundo lugar, porque no es que simplemente les “habla” del Infierno a los tres niños, sino que, misteriosamente, con el poder divino que la asiste por ser Ella la Madre de Dios y Reina de cielos y tierra, les hace “experimentar místicamente”, o bien los conduce -no lo sabemos exactamente- al Infierno, según la vivacidad de la experiencia que los niños sienten. Eso se deduce de las palabras mismas de Sor Lucía, quien relata así lo sucedido en la Tercera Aparición de la Virgen en Fátima, el 13 de Julio de 1917: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo. (Debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a horribles animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, (…)”.
         En consecuencia, si esta es la visión que la Virgen y un ángel de Dios nos muestran a través de las Apariciones de Fátima, ¿cuál es nuestra visión de la Iglesia? Porque pareciera ser que, para muchos en la Iglesia de hoy, no existirían ni el pecado, ni la gracia, ni la necesidad del sacrificio, ni de la penitencia, ni de la mortificación; tampoco existirían el infierno, ni la necesidad de la conversión de los pecadores, ni las tentaciones del mundo, ni el demonio y sus ángeles caídos, y nuestro paso por la vida, sería algo así como un parque de diversiones, al estilo Disneylandia, en el que lo único que hay que hacer es disfrutar, al máximo posible, los goces mundanos que ofrece el mundo y el dinero, y para acallar la conciencia, basta con dar un barniz superficial de cristianismo, ocultando y separando de este cristianismo todo lo que impida concretar el ideal mundano de este “Mundo Feliz” sin Dios y sin Cristo crucificado y resucitado, sin Virgen María y sin Mandamientos; un “Mundo Feliz” de Disneylandia, con un cristo sin cruz, un anticristo con mandamientos hechos a la medida del hombre, elegidos por el hombre, que satisfacen todos sus apetitos carnales y mundanos. Pero un mundo así, es un mundo sin Dios, que finaliza en el Abismo de donde no sale; un mundo así, en el que vivimos en el día de hoy, finaliza en el Infierno, el mismo que le mostró la Virgen a los pastorcitos de Fátima: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego…”. Es hora de despertar, católicos, porque el “Mundo Feliz sin Dios”, el que pintan los medios de comunicación masiva, no existe, es solo una pantalla de cartón pintado, detrás del cual se encuentra el Infierno mostrado por la Virgen a los Pastorcitos de Fátima.




[1] En la primera aparición, el Ángel se arrodilló y tocando la frente con el suelo, dijo esta oración: ‘Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Sor Lucía dijo: “Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Oren de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharlos”.
[2] En la tercera aparición, el Ángel les da a comulgar la Hostia y a beber del Cáliz, a la par que les enseña la segunda oración de reparación, esta vez dirigida a la Santísima Trinidad. Dice así Sor Lucía: “Después de haber repetido esta oración no sé cuantas veces vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver que pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel deja el cáliz en el aire, se arrodilla cerca de nosotros y nos pide que repitamos tres veces: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los sufragios, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los pobres pecadores.
Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se los dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo,
Tomen y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofrezcan reparación por ellos y consuelen a Dios.