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miércoles, 16 de diciembre de 2020

El cristiano debe anunciar una Navidad cristiana, no una navidad pagana

 


         Que el cristiano deba anunciar al mundo una Navidad cristiana y no una navidad pagana, parece una afirmación de Perogrullo, algo obvio, pero en nuestros días, caracterizados por el ateísmo, el materialismo, el agnosticismo y el relativismo, no lo es. Para entender un poco mejor la idea, veamos en qué consiste la “navidad pagana”. Una navidad pagana consiste en desplazar al Niño Dios –la Persona principal de la Navidad, cuyo nacimiento y venida en carne se festeja-, por un personaje caricaturesco, llamado “Papá Noel” o “Santa Claus”; una vez desplazado el Niño Dios, la navidad pierde su esencia y todo lo que se le agrega no es más que una perversión de la Verdadera Navidad; otro elemento que caracteriza a la navidad pagana es la multitud de personajes que nada tienen que ver con el Niño Dios y sí con su blasfemo sustituto, Papá Noel: el trineo de este personaje, los alces que tiran de él, los duendes, que suelen vestirse como Papá Noel –la inclusión de duendes es una satanización de la navidad más explícita, porque los duendes son, en sí mismos, habitantes del Infierno-; la navidad pagana se caracteriza por un desenfrenado consumismo, de manera tal que los regalos pasan a ocupar un papel relevante en esta navidad pagana, al punto tal que si no hay regalos, no parece haber navidad; la navidad pagana se caracteriza por el desplazamiento del aspecto espiritual de la Verdadera Navidad, por un aspecto meramente gastronómico y culinario, de manera que las comidas elaboradas, que llegan a constituir verdaderos manjares, ocupan la única mesa de la navidad pagana, que es la mesa material, la mesa alrededor de la cual se sientan los comensales; la navidad pagana se caracteriza por ser una fiesta pagana, en la que predominan de forma excluyente géneros musicales de todo tipo, incluidos los ritmos sensuales y hedonistas que, lejos de elevar el alma al Niño Dios que nace, hacen descender al hombre a la búsqueda de la satisfacción más baja de sus placeres depravados; la navidad pagana se caracteriza por el consumo de bebidas de todo tipo, entre las que predominan las bebidas alcohólicas, en gran abundancia; la navidad pagana se caracteriza porque, si se le quita el falso y superficial barniz religioso que aun conserva en algunos países antiguamente cristianos, se convierte en una fiesta pagana más, en las que la búsqueda de la satisfacción de las pasiones más bajas del hombre es la norma; en la navidad pagana, se da rienda suelta al emocionalismo, de manera que por encima de la alegría sobrenatural que supone la Venida en carne de la Segunda Persona de la Trinidad, se suplanta por la alegría del reencuentro familiar o, en su defecto, por la tristeza de no estar con familiares, sea por la distancia, sea por otros motivos de índole familiar, entre los que no faltan los desencuentros, los enojos, las iras y los mutuos reproches: en muchos casos, la navidad pagana se convierte en un foco que alimenta las pasiones humanas más bajas, relativas a la ira y a la falta de perdón por viejas heridas familiares. Nada de esto tiene que ver con la Verdadera Navidad. En definitiva, en la navidad pagana reina una alegría, sí, pero una alegría mundana, una alegría que nada tiene que ver con la alegría divina que nos viene a traer el Niño Dios, porque es una alegría ocasionada por los regalos, por la comida rica y abundante, por el reencuentro o no con los familiares, por la calidad y cantidad de regalos recibidos y dados. En la Navidad Verdadera, parafraseando al Evangelio, podemos decir que Dios nos da su Alegría, que es Alegría infinita, eterna, fruto del perdón divino ofrecido en el Niño Dios, Víctima Propiciatoria por nuestros pecados, que para salvarnos nace como Pan de Vida eterna en Belén, Casa de Pan. Podríamos parafrasear al Evangelio y poner en labios del Niño de Belén: “La alegría os traigo, al Alegría os doy, no como la da el mundo, sino como la da Dios, porque la Alegría que os traigo en Navidad es la Alegría de Dios, que es Alegría infinita”. Pero, lo volvemos a repetir, en la navidad pagana reina una alegría extraña, una alegría no divina, una alegría humana, pero una alegría humana pervertida y contaminada por el pecado, porque es una alegría que se deriva de motivos circunstanciales, pasajeros e incluso pecaminosos.

         Si un pagano, es decir, alguien que nunca conoció el cristianismo, nos preguntara a nosotros qué es la Navidad y qué es lo que celebramos en Navidad, ¿le diríamos que la Verdadera y Única Navidad es la que celebra el Nacimiento milagroso, en el tiempo, de la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el seno de María Virgen –y que perpetúa esta Encarnación en la Eucaristía-, y que ha venido desde la eternidad para asumir un cuerpo y un alma humanos para ofrecerlos en la Cruz como Víctima Inocente para nuestra salvación –salvación del Pecado, del Demonio y de la Muerte- y que se nos dona cada vez en el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico? ¿Le diríamos, al que nada sabe de la Navidad, que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, prolongación sacramental en el tiempo de la Encarnación del Verbo de Dios? ¿O diríamos que la Navidad es la navidad pagana, la navidad falsa que nos presentan los medios de comunicación y el mundo pagano, apóstata y materialista de nuestros días? No festejemos una navidad pagana, una navidad sin Cristo Dios en el centro, una Navidad sin la Santa Misa de Nochebuena como la verdadera fiesta a celebrar y de la cual las fiestas humanas y materiales son una figura y en ella encuentran su justificación. Somos cristianos, somos católicos, y por lo tanto, estamos obligados a vivir y a anunciar una Verdadera Navidad, el Nacimiento milagroso, en carne, del Hijo del Eterno Padre, para nuestra salvación, en un humilde Portal de Belén, que prolonga su Encarnación en cada Eucaristía. Si anunciamos algo distinto a esto, entonces estamos viviendo y anunciando una falsa navidad, una navidad pagana, una navidad no-cristiana.

sábado, 12 de octubre de 2013

Los Nombres de la Virgen María (I): Madre de Dios de Vladimir o Nuestra Señora de la Ternura



Fiesta: 1 de enero
Descripción de la imagen
            La Virgen, que sostiene entre sus brazos al Niño Dios, mira hacia adelante, hacia un punto indefinido, meditando en la futura Pasión de su Hijo. Lleva un hábito negro que desde la cabeza cae sobre los hombros y cubre el cuerpo entero. Tiene ribetes dorados, y tres estrellas, una en la frente y las otras dos en los respectivos hombros, aunque la estrella del hombro derecho no puede visualizarse, debido a que está oculta  por el Cuerpo del Niño Jesús. Abraza a su Hijo con gesto dulce, delicado, maternal, dando origen a uno de los nombres del icono: “Nuestra Señora de la Ternura”. El Niño, a su vez, se aferra a su Madre con fuerza y con ansias: su brazo derecho busca el hombro izquierdo de la Virgen, mientras que con el brazo izquierdo busca rodear su cuello. El Niño viste una túnica dorada, símbolo de la divinidad que posee desde la eternidad, al ser engendrado como Dios Hijo –no creado- por Dios Padre.
            Como todo icono, este lleva también las inscripciones en griego, cerca de los protagonistas del icono, para identificarlos. En este caso, MP OY [Mater Theou]: Madre de Dios, y IC XC [Iesus Jristos]: Jesucristo.
            El fondo del icono es de color dorado, representación, al igual que el vestido del Niño, de la divinidad.

Significado espiritual de la devoción
En este ícono, llamado “Nuestra Señora de la Ternura” y también “Madre de Dios de Vladimir”, la Virgen nos habla de la Trinidad, representada en las estrellas que forman, en su disposición, entre su frente y sus hombros, un triángulo. Las estrellas, que son tres en total, se disponen en el velo que cubre la frente, y en el velo que cae sobre sus hombros.
A través del ícono, la Virgen nos habla de la Trinidad por un doble camino: por un lado, Ella es el Tabernáculo Sagrado en el cual inhabita Dios Uno y Trino; por otro, Ella es el Portal de la eternidad, por el cual el misterio de la Santísima Trinidad se nos hace presente y visible en su Hijo Jesús.
La Santísima Trinidad devela su misterio sobrenatural a través de la Madre de Dios, porque es a través de María Santísima que el plan divino de salvación de Dios Uno y Trino comienza a gestarse, y es a través del fruto de sus entrañas, Cristo Jesús, por quien el misterio de la Trinidad se nos revela: en Ella se encarna Dios Hijo, por voluntad del Padre, llevado por Dios Espíritu Santo.
Las tres estrellas en María Santísima nos hablan entonces del misterio de la Santísima Trinidad, misterio que inhabita en Ella y que por Ella nos es revelado, manifestado, comunicado y donado. El misterio de la Trinidad, insondable e inaccesible, se nos hace presente y vivo a través de María, porque es por Ella por quien la Trinidad decide iniciar su plan de salvación y redención.
Cada una de las estrellas representa a una Persona de la Trinidad: la de la frente, al Padre; la del hombro izquierdo, al Espíritu Santo, y la del hombro derecho, a Dios Hijo. La estrella que corresponde al hombro derecho, en donde se encuentra el cuerpo del Niño Dios, no se ve, y no se ve por este motivo: porque está oculta por la figura del Niño.
Es decir, el Niño, que está en brazos de María, más específicamente en el brazo derecho de la Virgen, oculta la estrella derecha de su manto, pero este ocultamiento, lejos de ser un ocultamiento, como pudiera parecer, es en realidad una manifestación, porque la estrella, que simboliza a la Persona Divina del Hijo, se ha manifestado ya en la carne y en el cuerpo del Niño Dios y se ha hecho visible en su misterio oculto.
Antes de la Virgen María, la estrella que se ubica en el hombro derecho de su manto, esto es, Dios Hijo, permanecía como estrella; ahora, a través de la Virgen María, la Estrella se nos revela en su esplendor, en su majestad, en su magnificencia: esa estrella oculta, que ahora se revela, es el Niño Dios, Jesús de Nazareth, Aquel que luego, ya adulto, dará su vida en la cruz por amor a nosotros.
El ícono, además de llamarse “Madre de Dios de Vladimir”, lleva el nombre de “Nuestra Señora de la Ternura”, no sólo por la ternura y el amor que la Virgen demuestra al Niño, quien la abraza a su vez con amor, sino porque la ternura infinita y el amor infinito y eterno de Dios Uno y Trino por la humanidad se materializan en la Virgen y en su Niño, puesto que ellos son el don del amor divino para la humanidad.
Otro elemento para rezar con este ícono son las manos de la Virgen: con su mano derecha, sostiene a su Hijo, y con su mano izquierda, lo señala. Estos dos actos de la Virgen relacionadas con su Niño son en realidad actos dirigidos también a nosotros: así como sostiene a su Hijo, así nos sostiene a nosotros, que somos hijos de Dios por el Bautismo, y su gesto de señalar a Jesús, es para que nosotros sepamos que sólo unidos a Él, en el amor de Dios, habremos de salvarnos; sólo por Él, y en Él, llegaremos al cielo, a la comunión con el Padre, en el Amor del Espíritu Santo.

Oración a Nuestra Señora de la Ternura
Oh Madre de Dios,
Nuestra Señora de la Ternura,
Que llevaste en tus brazos
A Jesús, el Niño Dios,
Dios hecho Niño
Sin dejar de ser Dios,
Y lo confortaste con la dulzura interminable
De tu maternal Corazón Inmaculado,
Cuando, angustiado al entrever la Pasión,
el Niño buscó refugio en Ti;
¡llévanos también entre tus brazos,
Oh Santa Madre de Dios,
a nosotros, pobres pecadores,
para que las tribulaciones de la vida
no nos aparten nunca

de la Cruz de Jesús. Amén.

viernes, 6 de enero de 2012

Los misterios de la Virgen María (I) La Epifanía de María



     "Epifanía" quiere decir manifestación, y la Epifanía que celebramos en la Iglesia es la de Jesús, el Niño Dios, en Belén. Se refiere a la manifestación visible de la gloria de Dios en el Niño de Belén: siendo Dios, y por lo tanto, Espíritu purísimo, invisible a los sentidos e imperceptible, se encarna, se hace carne de niño, y se aparece a los ojos del mundo como un Niño, volviéndose de esta manera visible y perceptible por los sentidos.
            El Dios invisible se reviste de carne y viene en a nosotros en Belén; de esa manera, quien contempla al Niño de Belén, no ve a un niño más entre otros: contempla la gloria de Dios, que se nos manifiesta de un nuevo modo, desconocido, para el hombre. Quien ve al Niño Dios, como los pastores y como los Reyes Magos, ve a Dios y la gloria de Dios que surge de su Ser divino como de su fuente. Es en esto en lo que consiste la Epifanía, y es imposible vivir esta manifestación de la gloria de Dios en el Niño con los ojos del cuerpo: se necesitan los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe.
            Pero hay otra Epifanía, igualmente grandiosa que la del Niño de Belén, y es la Epifanía o manifestación de María. Quienes veían a María, la veían como a una doncella hebrea, una más entre tantas, destacable con toda seguridad por su hermosura, por su calidez, por su amabilidad, y por muchísimas otras cualidades más, pero no la veían más que como a una mujer hebrea entre otras. Y sin embargo la Virgen María se manifiesta a los ojos de la fe, como la Mujer que está al inicio y al final de las Escrituras, como la Mujer del Génesis y como la Mujer del Apocalipsis; se manifiesta como Aquella que aplastará la cabeza de la serpiente infernal; se manifiesta como la Mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies, que triunfa del dragón, que fracasa en el intento de matar al Hijo de sus entrañas, el Niño Dios; se manifiesta también en la Pasión, como la Mujer que se mantiene de pie en la Cruz, acompañando a su Hijo Dios que agoniza, y lo hace porque posee la fortaleza misma de Dios; se manifiesta como la Mujer que se convierte en Madre de toda la humanidad, porque adopta, por pedido de su Hijo, a todos los hombres, para darles a todos los hombres el amor y los cuidados maternales que dio a su Hijo Jesús. Y así como fue Ella quien trajo al mundo a su Hijo en su Primera Venida y preparó el establo de Belén, el lugar de su nacimiento físico, así también, dicen los santos, será Ella quien preparará los nuevos pesebres de Belén, los corazones de los hombres, hechos nuevos por la gracia, para que sea allí recibido su Hijo en su Segunda Venida.
            Al igual que en la Epifanía de Jesús, cuya gloria divina no puede ser contemplada si no es con los ojos de la fe, tampoco puede ser contemplada sin fe esta epifanía de María, esto es, la contemplación de la Virgen como la Mujer victoriosa del Génesis y del Apocalipsis, como la Mujer de la fuerza de Dios en la Cruz, como la Mujer Madre de todos los hombres.

jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios?



¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios? La Iglesia Santa, en la voz de los profetas, de los Padres de la Iglesia, de los Santos, del Magisterio de los Papas, y de la Tradición, describe el Nacimiento en términos de luz: Isaías había profetizado que nacería de una Virgen –una Virgen concebirá (7, 14)- y que ese día sería de una gran luminosidad: la luz del sol sería más intensa que la luz de siete días (30, 36), además de que con esa luz Israel vería la gloria, la misericordia, la compasión y la justicia de Dios. La Escritura también habla de la concepción de una Virgen –el Espíritu Santo vendrá sobre ti, le dice el ángel a la Virgen (Lc 1, 35)-, y también de luz de un sol que ilumina la noche –“Nos visitará el Sol que nace de lo alto, dice Zacarías (Lc 1, 78). El Magisterio, los Papas, y los Padres de la Iglesia, hablan del Nacimiento como de un “rayo de sol que atraviesa el cristal”, según el Catecismo de Pío X. También los santos hablan de Nacimiento milagroso y luminoso, como por ejemplo, la Beata Ana Catalina Emmerich: “He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no era ya visible. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de Ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María” . El Nacimiento fue entonces algo asombroso y sorprendente, fue “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”: el rayo de sol es Cristo Dios, Verbo del Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz” ; el cristal, que permanece intacto antes, durante y después del paso del rayo de sol, es María Santísima. Pero lo que más asombra y sorprende, es que tanto la Concepción virginal, como el Nacimiento milagroso y luminoso, se prolongan y actualizan en la Santa Misa: la Virgen María es la Madre de la Luz eterna, pero la Virgen es modelo de la Iglesia, y lo que se da en María, se da en la Iglesia: así como en la Virgen Cristo luz eterna se encarna por el poder del Espíritu en su seno virgen y luego de su nacimiento virginal irradia su esplendor a través de la corporeidad humana de un Niño, así en la Iglesia, Madre y Virgen, Cristo luz eterna prolonga su encarnación en la Eucaristía por el poder del Espíritu, por las palabras de la consagración, e irradia su esplendor a través de su corporeidad resucitada oculta en lo que parece un pan. Así fue el Nacimiento del Hijo de Dios, y así lo debemos ver, con los ojos de la fe, y así debemos ver la prolongación de su Nacimiento en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, y de ambas cosas, debemos maravillarnos y asombrarnos, con silencioso estupor, y adorar el Misterio inaudito.

sábado, 26 de febrero de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios De la Fragancia


Cuenta la historia del icono de la Madre de Dios de la fragancia, que un día, mientras se llevaba a cabo un servicio litúrgico en una iglesia rusa, en el año 1387, la imagen comenzó a exudar un elemento aceitoso que resultó ser mirra, la cual es una sustancia rojiza aromática utilizada para la confección de aceites perfumados. Con el correr del tiempo, innumerables enfermos fueron curados por medio de la mirra exudada por el icono.

¿Cómo podemos rezar con este icono? A través de una interpretación del significado de la mirra milagrosa. La mirra es un aceite perfumado muy costoso que se obtiene por la incisión en la corteza de un arbusto, la cual, al secarse, se torna de color rojizo, para adoptar luego la forma de un grano. La mirra fue uno de los presentes que los Reyes Magos hicieron al Niño Dios cuando fueron a adorarlo al enterarse de su nacimiento: “Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11). Al visitar a Jesús recién nacido, los Reyes Magos le ofrecen, además de incienso y oro, mirra, como señal de reconocimiento de que El no era un niño como cualquier otro, sino que era el Niño Dios, es decir, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios.

Podemos aprender de los Reyes Magos. A Nosotros, con toda probabilidad, no nos será posible elaborar mirra, pero sí podemos llevar a Jesús un pequeño regalo: podemos llevar nuestro pobre corazón, humillado y contrito, perfumado con el aroma exquisito de la gracia. Cada vez que participamos de la misa es como si asistiéramos al Nacimiento de Jesús en Belén, Casa de Pan: en la iglesia, Jesús se nos manifiesta como Pan de Vida eterna, y es a El a quien debemos adorar.

Este es el significado de la mirra, pero como ésta es un aceite perfumado, el perfume tiene también un significado: su fragancia representa y simboliza la fragancia del Espíritu Santo: el Espíritu de Dios es llamado “suave perfume”, al ser la flor y la fragancia de la santidad del Padre y del Hijo. La humanidad santísima de Jesús es ungida con la santidad del Espíritu, con el suave perfume y la fragancia del Espíritu Santo, al encarnarse el Hijo de Dios en el seno virgen de María y al asumir una naturaleza humana. Esto es lo que queremos decir cuando decimos que Cristo es ungido con el perfume del Espíritu Santo en la Encarnación, y, como según los Padres de la Iglesia la santidad es la efusión y comunicación del Espíritu Santo a la criatura, podemos decir también que cada alma es ungida con el mismo perfume del Espíritu en el Bautismo sacramental.

Hay otro elemento más en el icono con el cual podemos también meditar y orar, y es la curación a través de la mirra milagrosa: esta simboliza la curación del alma por la acción de la gracia de Jesucristo, que llega a través de los sacramentos de la Iglesia Católica, entre ellos, principalmente la Eucaristía y la Confesión sacramental.