El Manual afirma que la Verdadera Devoción es a la vida
espiritual lo que el alma al cuerpo: aun cuando es el alma la que da vida al
cuerpo permitiéndole respirar y hacer que el corazón palpite y bombee sangre,
no está la persona pensando todo el tiempo en el alma; el alma realiza su
función sin que estemos conscientes de ello todo el tiempo. Basta con que la
persona se recuerde cada tanto que es el alma la que le da la vida, aunque si
no la recuerda, el alma lo mismo ejerce su función. De la misma manera, la
Verdadera Devoción ejerce en la vida espiritual una función vital, pues es la
que debe animar absolutamente toda la vida espiritual, todo acto de devoción,
toda oración, toda obra de misericordia que el alma realice.
Ahora bien, aclara el manual que la Verdadera Devoción no es
sensible, en el sentido de que no se acompaña de “sentimientos”. No quiere
decir que la persona sea fría o insensible, porque no se refiere al tipo de
personalidad del legionario, sino a que siendo la Verdadera Devoción una
gracia, es supra-sensible, es decir, es algo que no se siente, no puede
experimentarse. Pretender “sentir” algún efecto por estar consagrados, es desvirtuar
la consagración, además de ser un instrumento peligroso para la vida
espiritual, puesto que conduce a un pronto desánimo y a fallas en la
perseverancia, cuando no se experimenta “sensiblemente” la devoción.
Por el contrario, un legionario, consagrado, puede realizar
a la perfección su consagración, con todo lo que esto implica, pero al mismo
tiempo, no experimentar ninguna sensación ni tampoco ningún sentimiento y esto
no significa que no esté viviendo plena y totalmente la consagración.
Para graficar esto que estamos diciendo, el Manual utiliza
la figura de un gran edificio –el alma- que aunque recibe los rayos del sol y
en esas partes está caliente –la devoción sensible-, en sus partes más
profundas, que son sus cimientos –la Verdadera Devoción- no llega la luz del
sol y por lo tanto hace frío –ausencia de sensiblería religiosa-. Dice así el
Manual[1]: “la
Verdadera Devoción no es cuestión de fervor sensible; como en todo gran
edificio, aunque a veces se abrase en los ardores del sol, sus hondos cimientos
permanecen fríos como la roca en la que descansan. La razón es, normalmente,
fría. (…) La misma fe puede ser fría como un diamante. Y, sin embargo, estos
son los fundamentos de la Verdadera Devoción: cimentada sobre ellos, durará
para siempre; y ni los hielos ni las tormentas que resquebrajan las montañas,
la podrán destruir, todo lo contrario, la dejarán más fuerte que nunca”.
No
busquemos “sentir”; no busquemos “los consuelos de Dios, sino al Dios de los
consuelos”, como decía Santa Teresa de Ávila. A la razón le basta con saber que
está viviendo la Verdadera Devoción, aun cuando sensiblemente no “sienta nada”,
pero el no sentir nada no quiere decir que no se esté viviendo la Verdadera
Devoción en su esencia, porque la Verdadera Devoción no es sensible.