Mientras
la Virgen se encuentra orando, haciendo una pausa en las labores hogareñas, recibe la
visita del Arcángel Gabriel, quien le hace el Anuncio más grande y maravilloso
que jamás nadie podría recibir, y es que el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, la
Palabra Eterna del Padre, que inhabita en el seno eterno del Padre desde todos
los siglos, habrá de encarnarse en el seno virginal de María Santísima, si Ella
consiente a los planes salvíficos de Dios Padre. La Virgen, que es toda
humildad, gracia y pureza y que no desea otra cosa que cumplir la voluntad de
Dios, dice “Sí” a la Encarnación del Verbo y en ese momento, se produce el
hecho más admirable de la humanidad y más grandioso que la creación de miles de
universos juntos, y es que el Verbo de Dios, que habitaba con el Padre desde
siempre, comenzará a inhabitar en ese cielo en la tierra que es el seno
virginal de María Santísima. Que el que se encarna, sin obra de hombre alguno,
es Dios Hijo, lo dice el mismo Evangelio, cuando el Ángel le dice: “La sombra del
Altísimo te cubrirá (…) y el Hijo que será engendrado en ti será llamado “Hijo
del Altísimo”. Es decir, no cabe duda que no solo no hay intervención de hombre
alguno –por esta razón San José es solo su padre adoptivo terreno-, sino que el
que se encarna en el seno virginal de María es el Hijo del Eterno Padre, Dios
consubstancial al Padre, merecedor, con el Espíritu Santo, de la misma
adoración y gloria. Es por esta misma razón que el sacrificio en Cruz de Aquel
que se encarna en la Virgen María no es la crucifixión de un hombre cualquiera,
sino la del Hombre-Dios y es por eso que su sacrificio en Cruz tiene valor
infinito, valor que alcanza de modo más que suficiente para salvar a todos los
hombres de todos los tiempos.
La
Anunciación del Ángel constituye la esencia del mensaje del cristianismo,
porque quien se encarna, como lo dijimos, no es un hombre más entre tantos,
sino que es el mismo Hijo de Dios que, hecho Hombre, ofrecerá el sacrificio
perfecto en la Cruz para la salvación de toda la humanidad. Pero no sólo eso:
la Iglesia nos enseña que quien se encarnó en el seno virginal de María
Santísima por obra del Espíritu Santo, para entregarse como Pan de Vida eterna
en el Santo Sacrificio de la Cruz, es el mismo que, también por obra del
Espíritu Santo, prolonga su encarnación, en el misterio de la liturgia eucarística,
en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para entregársenos a
nuestras almas como Pan Vivo bajado del cielo, que comunica de la vida eterna a
quien se une con Él por la Comunión Eucarística. De esta manera, la Anunciación
del Ángel a la Virgen, de la Encarnación del Verbo, se complementa con la
Anunciación que la Iglesia hace de la prolongación de la encarnación de este
mismo Verbo, en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para
donársenos como Eucaristía, como Pan de Vida eterna.