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martes, 1 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción y su relación con nosotros, sus hijos


         El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”[1].
¿Qué implica el hecho de que la Virgen haya sido “Concebida Inmaculada”, y qué relación tiene este hecho con nosotros? Ante todo, quiere decir que su alma fue preservada de la contaminación del pecado original; en consecuencia, la Virgen no tuvo jamás no solo ni siquiera el más ligero mal pensamiento, ni tampoco el más ligero mal deseo; aún más ni siquiera cometió imperfecciones. Esta pureza de alma fue también en otro sentido: su inteligencia estuvo siempre orientada e iluminada por la Verdad, es decir, jamás se sintió atraída por el error, la falsedad, la herejía y la mentira; y su voluntad, su capacidad de amar, estuvo siempre fija en Dios, porque no amaba nada ni nadie que no sea en Dios, para Dios, por Dios. Esta condición de su Alma, Purísima, le permitió a la Virgen ser, precisamente, virgen, puesto que su Cuerpo, también Purísimo, estaba destinado a ser fecundado por el Espíritu Santo, porque era el Amor de Dios el que llevaba al Verbo a realizar la obra de la Encarnación; en consecuencia, la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- otro Amor que no fuera el Amor de Dios; la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- amores profanos, mundanos, porque estaba destinada, por su Pureza Inmaculada, a amar sólo al Amor, a Dios, que es Amor, y ésa es la razón por la cual su Corazón fue siempre Inmaculado, pleno de Amor Purísimo, y su Cuerpo fue siempre virgen. La Inmaculada Concepción, entonces, implica Pureza de Alma y de Cuerpo para la Virgen, porque no tenía la mancha del pecado original, pero también porque estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción.
¿Qué relación tiene con nosotros?
Que la Virgen, Inmaculada Concepción, es también nuestra Madre y, como toda madre que se precie, desea para su hijo lo mejor, y lo mejor para nosotros es imitar a Nuestra Madre del cielo, en su pureza de alma y de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Esta imitación de la Virgen como Inmaculada Concepción es posible para nosotros porque por la gracia santificante que se nos concede en el Sacramento de la Penitencia, nuestras almas quedan inmaculadas; a su vez, la pureza de cuerpo, la obtenemos con la castidad, para lo cual también nos auxilia la gracia. Es decir, cuando nos encontramos en estado de gracia, imitamos a la Virgen, la Inmaculada Concepción, y como la Virgen fue concebida sin mancha con el solo objetivo de recibir a su Hijo Dios que se encarnaba, al imitar a la Virgen por la gracia, nuestras almas la imitan también en la disposición de su alma, con su inteligencia y voluntad, y su cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Entonces, así como la Virgen es Inmaculada, es decir, Pura en alma y cuerpo, así nosotros, por la gracia santificante, estamos llamados a ser inmaculados, puros de alma y castos de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía, con una mente libre de errores con respecto a la Presencia; con un corazón que ame solo a Jesús Eucaristía y nada más que a Jesús Eucaristía; con un cuerpo casto y puro, que reciba a Jesús Sacramentado, así como la Inmaculada Concepción lo recibió en la Encarnación. La relación entre la Inmaculada Concepción y nosotros, es que la Virgen es el modelo ideal para nuestra Comunión Eucarística.






[1] Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854.

martes, 24 de marzo de 2015

En la Anunciación, la Virgen es nuestro modelo para la comunión eucarística


         El Ángel le anuncia a la Virgen que, por ser la “llena de gracia”, concebirá en su seno virginal al Hijo de Dios (cfr. Lc 1, 26-38). Le dice también que se alegre, y la razón de la alegría de la Virgen, radica en que Quien se encarnará en su seno virginal, será concebido no por obra humana, sino por obra y gracia del Espíritu Santo, porque será Dios Hijo encarnado. Ante el Anuncio del Ángel, la Virgen contesta con un “sí” a la Encarnación del Verbo, recibiéndolo en su Mente Sapientísima, en su Corazón Inmaculado y en su Cuerpo Purísimo, convirtiéndose de esta manera la Virgen, en la Anunciación, en nuestro modelo perfecto para la comunión eucarística.
         La Virgen recibe al Verbo de Dios encarnado en su Mente Sapientísima, porque está iluminada por la gracia, y por la gracia, acepta con fe el misterio de la Encarnación del Verbo. Así, la fe de la Virgen es inmaculada y pura, sin contaminaciones, ni con razonamientos y dudas que vienen de su propia razón, ni con doctrinas extrañas, que provienen de otros ángeles que no son de Dios: la Virgen acepta, con una Mente iluminada por la gracia, el misterio de la Encarnación de Dios Hijo, y así es un modelo para que nosotros aceptemos el misterio de la Eucaristía, misterio por el cual el Verbo de Dios humanado prolonga su Encarnación. Al comulgar, nuestra fe debe ser pura e inmaculada, como la de la Virgen, sin estar contaminada por dudas contra lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia, y tampoco por doctrinas extrañas, que enseñen algo distinto a lo que nos enseña la Iglesia sobre la Eucaristía: la Eucaristía no es un pan bendecido, sino Jesucristo, el Hombre-Dios, con su Presencia real, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
         La Virgen recibe al Verbo de Dios encarnado en su Corazón Inmaculado, porque ama a Dios y su Voluntad, y es por eso que en su Corazón no hay otros amores que no sea el puro y exclusivo amor a Dios, y su Corazón no está mancillado por amores profanos, sino que todo lo que ama, lo ama en Dios, por Dios y para Dios. Y puesto que su Corazón está inhabitado por el Espíritu Santo, la Virgen recibe al Verbo de Dios humanado, en su Corazón, pleno del Amor Divino, y así es nuestro modelo para comulgar, porque debemos comulgar en gracia, es decir, con la Presencia inhabitadora del Espíritu Santo en el corazón, y este Amor del Espíritu Santo, permitirá que en nuestros corazones no hayan otros amores que no sean el Amor a Jesús en la Eucaristía, y que todo lo que amemos y que no sea Jesús, lo amemos por Jesús, para Jesús y en Jesús. La Virgen entonces es modelo de nuestro amor para recibir a Jesús en la Eucaristía, en el momento de comulgar. Imitando a la Virgen, recibimos a Jesús Eucaristía con un alma pura, con la mente libre de errores en la fe en la Presencia Eucarística, y con el corazón lleno de amor a su Presencia Eucarística, prolongación y continuación de su Encarnación.
         Por último, la Virgen recibe al Verbo de Dios en su Cuerpo Purísimo, virginal, porque, como dice el Ángel, “lo concebido en Ella viene del Espíritu Santo”, es decir, no hay intervención humana alguna. Así, la Virgen es nuestro modelo para comulgar con pureza de cuerpo, porque por la gracia, observamos la pureza corporal, la castidad y la continencia, según el estado de vida.
         Pero además de la pureza de cuerpo y alma, la Virgen recibe a su Hijo con gran alegría –“Alégrate”, le dice el Ángel-, porque quien se encarnará en Ella es el Dios que es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes. Y la Virgen dice “Sí” a la Encarnación, y con alegría, y no porque no sepa que debe participar a la Pasión de su Hijo; por el contrario, la Virgen sabe que habrá de entregar a su Hijo para la salvación del mundo, y eso le provocará un dolor desgarrador, como “una espada que le atravesará el corazón”, según la profecía de San Simeón, y a pesar de saber esto, la Virgen recibe a su Hijo, Dios Encarnado, con alegría, al saber que será partícipe del sacrificio de su Hijo por la salvación del mundo.

Amor, alegría, gracia en la mente, en el corazón, pureza de cuerpo, unión espiritual y participación a la Pasión de Jesús, eso es lo que debe haber en nuestros corazones al momento de la comunión, a imitación de la Virgen María en el momento de la Anunciación.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Cuál es el sentido de celebrar la novena a la Inmaculada Concepción


(Homilía para el final de una Novena a la Inmaculada Concepción, 
en una parroquia homónima)
          Finalizamos la Novena a la Inmaculada Concepción. Debemos preguntarnos qué significa para nosotros una "novena". Por supuesto que podemos responder desde lo obvio: "son nueve días de preparación espiritual para celebrar a la Patrona de la Parroquia". Sin embargo, es necesario que profundicemos en la pregunta acerca de qué significa para nosotros, en cuanto cristianos, esta novena, o cualquier novena, para trascender la respuesta obvia, y alcanzar una respuesta un poco más profunda, porque más allá de que se trate una preparación espiritual para celebrar a la Patrona de la Parroquia, la novena, por lo general, finaliza sin que los cristianos seamos capaces de trascender el aspecto folclórico y costumbrista, relegando a la fiesta patronal a un evento meramente social, quitándole el aspecto sobrenatural y mistérico, tal como sucede con los sacramentos. En otras palabras, si no nos detenemos a reflexionar acerca del sentido espiritual y sobrenatural de la novena, corremos el riesgo de pensar que en la mera celebración exterior -tal como sucede con los sacramentos- se encuentra la esencia de la práctica de la religión, lo cual es quedarnos con las manos vacías y, lo que es peor, con el corazón igual que antes de la novena.
          La novena y su culminación, no deben ser nada más que un motivo para reunirnos una vez al año, para una fiesta parroquial; tampoco debe convertirse en una mera ocasión para repetir de memoria el mismo guión, con distintos nombres; para el cristiano, celebrar la novena de la "Inmaculada Concepción", es celebrar el hecho de que en la Virgen María, la Madre de Dios, por designio de Dios Uno y Trino, está depositada su vida, la vida terrena, pero sobre todo, la vida eterna, y en esto debe radicar el motivo y la razón de su participación en la novena con profundo gozo y alegría, porque quien se acerca a la Virgen, se acerca a Jesucristo, y quien se acerca a Jesucristo, es llevado a Dios Padre por su Espíritu de Amor.
          Para tratar de penetrar en el sentido espiritual de la novena, contemplemos entonces, con los ojos del cuerpo, pero ante todo, con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe de la Santa Madre Iglesia, a la Inmaculada Concepción, y meditemos en su título, porque el título de la Virgen, no es un título más entre tantos, sino uno de los principales de todos los títulos principales que tiene la Virgen. Además, constituye un dogma de fe, pero para nosotros, los cristianos, el saber que la Virgen es la "Inmaculada Concepción" y que esto sea "dogma de fe", no quiere decir que sea algo que está reservado para los estudiosos de Teología; el hecho de que la Virgen sea la "Inmaculada Concepción", y que esto sea "dogma de fe", no está alejado de la vida cotidiana: por el contrario, está íntimamente ligado a la vida de todos los días, a la rutina de todos los días, y eso, independientemente de la edad, el estado y condición de vida. Que la Virgen sea "Inmaculada Concepción" implica y abarca absolutamente a todos y cada uno de los cristianos, y no solo a los expertos en teología, y no para algún hecho puntual, sino para los hechos cotidianos, de todos los días, para las actividades que parecen más banales e intrascendentes.
          Lejos entonces de ser una mera cuestión académica, reservada a teólogos y catedráticos, y lejos también de ser una mera costumbre folclórica, el saber que la Virgen es "Inmaculada Concepción", es para el cristiano tan importante, que constituye la razón de su existir y la razón de su ser y de su paso por esta vida y es por ese motivo que la celebración de su fiesta patronal no puede quedar como una más entre tantas, sino que tiene que conducir a provocar un cambio profundo en su corazón y en su vida, que es el cambio que produce la gracia santificante de Jesucristo, obtenida al precio de su sacrificio en la cruz, y que se nos dona a través de los sacramentos, por medio de la oración, y por medio de la intercesión de la Inmaculada Concepción, que es la Medianera de todas las gracias.
          Entonces, celebrar a la Inmaculada Concepción externamente, pero permanecer internamente con un corazón oscuro; con un corazón no convertido, con un corazón que pertenece al hombre viejo; con un corazón que rechaza la gracia; con un corazón que no perdona ni pide perdón; con un corazón que no ama a sus enemigos, como lo pide Jesús en el Evangelio (Mt 5, 44), como sello distintivo de quien verdaderamente lo ame; con un corazón que sea refugio de deseos oscuros, de pasiones bajas, desordenadas, terrenas, pecaminosas; un corazón que crea en supersticiones, como la mala suerte, y no confíe en el Amor Misericordioso de Jesús y no se refugie en el Corazón Inmaculado de María, un corazón así, que solo celebre externamente la novena, pero que no deja que la gracia santificante de Jesucristo lo transforme y que el amor maternal de la Virgen lo convierta, entristece a la Virgen y a Jesús, porque permanece todavía siendo un corazón del hombre viejo, del hombre no renovado por la gracia, que hace inútil el sacrificio en cruz de Jesús. Un corazón así entristece a Jesús y a la Virgen, porque celebra externamente, pero internamente permanece impermeable a la gracia, por decisión propia.
          Por el contrario, celebrar la Inmaculada Concepción tiene que significar, para el cristiano, el inicio de una vida nueva, una vida marcada por el deseo de imitar a la Virgen en su triple pureza, la pureza de la mente, la pureza del corazón y la pureza del cuerpo. La Virgen es Inmaculada Concepción y además es Llena de gracia, porque es inhabitada por el Espíritu Santo, y eso significa que su Mente era Purísima, su Corazón era Inmaculado, y su Cuerpo era Virginal.
          El cristiano está llamado a imitar a su Madre celestial en esta triple pureza: de mente, de corazón y de cuerpo, y esta imitación de la Virgen, la obtendrá el cristiano por medio de la gracia santificante obtenida en el Sacramento de la Penitencia, en la Confesión Sacramental, lo cual implica el firme propósito de evitar, a toda costa, aun a costa de perder la vida terrena, "las ocasiones próximas de pecado", tal como lo decimos en la oración penitencial.
          ¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza de mente? Sabiendo que la Virgen amaba la Verdad y rechazaba con todo su ser el error y la mentira, porque su Mente Inmaculada estaba inhabitada por la Sabiduría Divina; por lo tanto, el cristiano debe rechazar, con todas sus fuerzas, a la mentira, como si fuera el veneno más apestoso y mortífero, porque la mentira es el alimento que proporciona el "Padre de la mentira" (Jn 8, 44), Satanás; pero el cristiano debe rechazar también toda forma de idolatría -ya sea el dinero, o la superstición, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, o cualquier otro ídolo pagano-, para creer y tener una fe pura y cristalina en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía, una fe que no esté contaminada por errores ni por supersticiones. Si el cristiano rechaza el error, la mentira, la idolatría y la superstición, su mente brillará con la luz de la fe, iluminada por la gracia, y así será como un vaso de cristal, lleno de agua de manantial, que deja traslucir la luz del sol, mientras que si cree en idolatrías o si dice mentiras, su fe será como si a ese vaso se le agregara un puñado de tierra.
          ¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza de su Corazón Inmaculado? Sabiendo que el corazón de la Virgen, por la gracia que la colmaba, era un nido de luz y de amor en el que se posaba la Dulce Paloma del Espíritu Santo y que por esta Presencia del Amor de Dios en su Corazón Inmaculado, no había lugar para otros amores, sino solo para el Amor a Dios, y es así que la Virgen amaba a su Hijo Jesús y solo a Él, que era Dios, y si algo amaba que no fuera Él, lo amaba para Él, por Él y en Él; entonces, el cristiano, imitará a la Virgen en la pureza de su Inmaculado Corazón, sobre todo al comulgar, al tener su corazón purificado por la gracia santificante de todo amor mundano o pecaminoso, y al dejar de lado todo amor mundano y pecaminoso, para amar a Jesús en la Eucaristía y solo a Él, y si el cristiano ama algo que no sea Jesús en la Eucaristía, que sea en Él, por Él y para Él, a imitación de la Virgen Santísima.
          ¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza de su Cuerpo Inmaculado? Sabiendo que la Virgen fue pura antes, durante y después del parto, y que permanece Virgen y seguirá permaneciendo Virgen, por los siglos sin fin, porque el Nacimiento del Niño Dios fue milagroso, como milagrosa fue su Inmaculada Concepción, por obra y gracia del Espíritu Santo. La Virgen se comportó como un diamante: así como el diamante atrapa la luz en su interior para recién después emitirla, y así como la luz que ingresa en el diamante lo hace brillar y cuando es emitida de éste lo deja intacto tal como estaba, antes, durante y después de su emisión, así la Madre de Dios, recibió la Luz Eterna, proveniente del seno eterno del Padre, Jesucristo Dios, y antes de emitirla al mundo, la albergó en su seno purísimo durante nueve meses, y así mismo también, la Luz Eterna emitida por la Madre de Dios, Cristo Dios Nuestro Señor, dejó intacta su virginidad, tal como estaba, antes, durante y después de ser emitida, y así permanecerá por los siglos sin fin. El cristiano puede y debe imitar a la Virgen en la pureza de su Cuerpo Inmaculado, por medio de la castidad, de la abstinencia, y de la confesión sacramental, y así imitará a la Virgen que, en el momento de la Encarnación, recibió en su Cuerpo Purísimo, en su seno virginal, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesucristo, convirtiéndose en Sagrario Viviente y en Custodia más preciosa que el oro. Si hace así, el cristiano imitará a su Madre del cielo en el momento de la Comunión Eucarística, en el momento de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, porque su cuerpo habrá sido purificado por la gracia del Sacramento de la Penitencia, por la castidad y por la abstinencia.
          Imitar a la Inmaculada Concepción en la Pureza Inmaculada de su Mente, de su Corazón, de su Cuerpo; ése es el fruto deseado y el objetivo primero y último de la novena, y sobre todo, imitarla para recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en la Eucaristía, para ser colmados con la plenitud del Amor Eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico, en el momento de la comunión. No hay acción más importante para el alma en esta vida, que la comunión eucarística, porque es la unión en el Amor de Dios con el Amor de los amores, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; la comunión eucarística representa el anticipo de la visión beatífica, en la medida en que es posible, en las tinieblas de la fe, en esta vida terrena, y por ese motivo, no puede ser hecha de cualquier manera. Por este motivo, la Inmaculada Concepción es el modelo ideal y perfectísimo para nuestra Comunión Eucarística realizada en estado de gracia y con el corazón ardiendo en deseos de unirnos al Amor de los amores, el culmen de nuestra vida espiritual cristiana y el objetivo primero y último, no solo de la novena, sino de toda la actividad de la Iglesia Universal.



          

jueves, 20 de noviembre de 2014

La Presentación de la Santísima Virgen María


Celebramos, junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María. El origen de esta hermosa fiesta mariana se encuentra en el escrito apócrifo llamado “Protoevangelio de Santiago”, según el cual, cuando la Virgen María era muy pequeña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de Jerusalén, dejándola por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida respecto a la religión y a los deberes para con Dios[1]. Se trataría, en realidad, de una profundización de la consagración a Dios que la Virgen había hecho ya desde el momento de su Inmaculada Concepción y de la consagración que sus mismos padres habían hecho de Ella a Dios en el momento de su nacimiento, en acción de gracias por haberla concebido. Según este evangelio apócrifo, y según la Tradición, Joaquín y Ana llevaron a la Virgen al templo para consagrarla a Dios, en acción de gracias a Dios por el nacimiento de la Niña; a su vez, la Virgen, que desde su Inmaculada Concepción estaba consagrada a Dios, al tomar autoconciencia de sí misma, se presentaba voluntariamente en el templo, acompañada de sus padres, para consagrarse formalmente a Dios en cuerpo, mente y alma, para cumplir con la Voluntad de Dios en su vida, hasta el último segundo de su existencia terrena.
Por esto mismo, en Occidente, se presenta a esta Presentación de la Virgen, llevada a cabo por Joaquín y Ana, pero al mismo tiempo, llevada a cabo por la Virgen en persona, pues ya tenía conciencia, a pesar de la corta edad de tres años, como el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los inicios de su vida consciente.
A su vez, las Iglesias orientales conmemoran este día la Entrada de María en el Templo para indicar que, aunque era purísima, no obstante, cumplía con los ritos antiguos de los judíos para no llamar la atención. La liturgia bizantina, en esta fiesta, canta a la Virgen, nombrándola como “la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor”[2].
         Si bien la Virgen era ya, desde su Inmaculada Concepción, Templo de la Santísima Trinidad, puesto que en Ella inhabitaban las Tres Divinas Personas, ahora, al cumplir los tres años de edad, y al tomar auto-conciencia de sí misma, la Virgen se presenta a sí misma en el templo como Templo Viviente en el que habrá de morar el Verbo de Dios por la Encarnación. La Virgen sabe que Ella está destinada a ser la Madre de Dios por la Encarnación del Verbo en su seno purísimo, y por ese motivo, se dirige al templo material, de manos de sus padres, Joaquín y Ana, para consagrarse como Morada Santa, en la que habrá de alojarse la Palabra de Dios encarnada; la Virgen se presenta en el templo para consagrarse a Dios como futuro Sagrario Viviente, en el que habrá de vivir, durante nueve meses, el Verbo Eterno de Dios, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; la Virgen se presenta en el templo material, para consagrarse como Custodia Viva, más preciosa que el oro y la plata, porque en su seno virginal habrá de encarnarse milagrosamente, en el futuro, por obra del Espíritu Santo y sin concurso de varón, el Hijo de Dios, que así se convertirá en su Hijo, para que Ella lo nutra con su propia sangre y con su propia carne, y así el Hijo de Dios, Invisible por ser Espíritu Purísimo, adquiera un Cuerpo de Niño humano, visible, para ser ofrecido luego al mundo como el Cordero de Dios que habrá de inmolarse en el Santo Sacrificio de la cruz, para la salvación de los hombres.
En esta sencilla imagen, entonces, está contenida y representada esta hermosa fiesta mariana: los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús, llevan a la Virgen al templo, para que la Virgen, al ser recibida por un sacerdote, sea consagrada en cuerpo y alma a Dios, de manera tal que pueda recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Verbo de Dios Encarnado, ante el Anuncio del Ángel. Esta Presentación y posterior consagración de la Virgen serán las “maravillas” de las cuales dará gracias la Virgen, posteriormente, en el Magnificat[3].
Ahora bien, la Presentación y consagración de la Madre es el modelo de la presentación de los hijos, porque así como fue presentada y consagrada la Madre en el templo, con el único objetivo de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo al producirse la Encarnación, así también los hijos de la Virgen, por el bautismo sacramental, son presentados por el sacerdote y consagrados como “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19) por acción de la gracia santificante, con el objetivo de que sus corazones se conviertan en altares vivientes y en custodias vivas en donde se reciba por el amor y se adore el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía, por la comunión eucarística. En la Fiesta de la Presentación de la Virgen, Fiesta por la cual la Virgen se consagra a Dios como Sagrario Viviente para recibir y alojar por el Amor el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, el cristiano tiene que ver el anticipo y el modelo de su comunión eucarística, y aprovechar la misma Fiesta de la Presentación, a imitación de la Virgen, para presentar y consagrar su propio corazón, como altar y sagrario viviente que aloje en su interior la Eucaristía.




[1] https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=610
[2] http://es.catholic.net/op/articulos/35201/cat/214/presentacion-de-la-virgen-maria.html
[3] http://es.catholic.net/op/articulos/35201/cat/214/presentacion-de-la-virgen-maria.html