Claude Newman y su conversión en el corredor de la muerte.
Una de las historias más asombrosas ligadas a la intercesión de la Virgen María a través de la llamada Medalla Milagrosa es la de Claude Newman, un condenado a muerte que habría asegurado haber visto a la Virgen mientras esperaba su ejecución en el corredor de la muerte y, sin tener ninguna cultura religiosa, se vio transformado profundamente por el encuentro. Sucedió en 1944 en Estados Unidos y difundió la historia quien sería el confesor del detenido, el padre Robert O´Leary (1911-1984).
Claude Newman, de raza negra y familia pobre, nació en 1923 en Arkansas. Su padre se fue con el niño y su hermano mayor cuando tenía 4 años, alejándolos de la madre. Los crió la abuela, Ellen Newman. Cuando Claude tenía 16 años, la abuela se casó con un hombre llamado Sid Cook, que pronto se reveló como una persona violenta que maltrataba a la mujer. Pronto se separaron. Pero en 1942 el joven Claude esperó al maltratador Sid en su casa y le disparó. Después le robó y huyó a casa de su madre en Arkansas. Claude cometió el crimen con 19 años.
En enero de 1943, Claude fue detenido por las autoridades y devuelto a Vicksburg, Mississippi, donde confesó su crimen y fue condenado a morir electrocutado. La primera fecha prevista, el 14 de mayo de 1943, fue aplazada y la ejecución se pospuso para el 20 enero de 1944.
Compartía celda con otros cuatro prisioneros. Claude notó que uno de ellos llevaba una medallita al cuello y le preguntó qué medalla era esa.
El otro preso era católico, pero según parece desconocía la historia de la medalla o estaba de mal humor y no quería hablar de ella. Molesto por la pregunta se quitó la medalla y la tiró a los pies de Claude. “¡Tómala!”, le dijo. Claude la observó durante un rato y se la puso al cuello, aunque no tenía ni idea de qué representaba.
Se trataba de la medalla popularmente conocida como Medalla Milagrosa, también llamada a veces Medalla de la Inmaculada Concepción, originada en las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré en el siglo XIX.
Esa noche, mientras dormía, Claude notó que le tocaban la muñeca y despertó. Vio entonces, según había dicho al padre O’Leary “la mujer más guapa que ha creado Dios”.
Al principio sintió miedo. No entendía qué estaba viendo.
Entonces la hermosa mujer le dijo: “Si quieres que yo sea tu Madre, y tú quieres ser mi hijo, haz llamar a un sacerdote de la Iglesia católica”. Y con estas palabras, la imagen desapareció.
Claude, alterado, empezó a gritar “¡un fantasma, un fantasma!” y pidió insistentemente que se llamase a un sacerdote.
Así las autoridades llamaron a O´Leary en la mañana tras la visión. Claude pidió recibir formación en la fe católica, y también los otros presos, asombrados por el testimonio de su compañero.
El padre O´Leary enseguida vio que el nivel del joven Claude era mínimo. No sabía leer y sólo distinguía un libro del derecho o del revés si tenía fotografías. Nunca había ido a la escuela. Sabía que había un Dios, pero casi nada más. No sabía, por ejemplo, que Jesús era Dios hecho hombre.
Poco después, dos religiosas que visitaban la prisión para impartir el catecismo a mujeres presas se acercaron a conocer a Claude y escuchar su historia. Después de muchas semanas, llegó el día en que el padre O’Leary se preparó para hablar a sus catecúmenos de la confesión. Allí estaban también las dos religiosas.
Bien, muchachos, hoy voy a enseñaros acerca del sacramento de la confesión.
Claude interrumpió diciendo:
Eh, yo eso me lo sé. Nuestra Señora me dijo que cuando nos confesamos no nos arrodillamos ante un sacerdote, sino que nos arrodillamos ante la Cruz de su Hijo. Y que si de verdad nos duele haber pecado y confesamos nuestros pecados, la sangre que su Hijo vertió desciende sobre nosotros y nos lava, librándonos de todos los pecados.
El padre O´Leary y las religiosas se quedaron sin saber qué decir. ¿Cómo podía saber todo eso Claude, y explicarlo así?
Ey, no se enfaden, no se enfaden, no era mi intención molestar – dijo Claude pensando que los había ofendido de alguna manera.
No estamos enfadados, Claude. Estamos sorprendidos. ¿Has vuelto a verla? – planteó el sacerdote.
Venga un momento aparte, lejos de los otros –propuso Claude.
Y a solas le dijo al sacerdote:
Ella me dijo que si usted dudaba de mi palabra o se mostraba dubitativo, yo debía recordarle que usted, cuando estaba en Holanda en 1940, le hizo un voto que todavía no ha cumplido.
Y el Padre O´Leary explicaría después que "Claude entonces me detalló exactamente cuál era ese voto”. Más adelante se supo que la promesa que el sacerdote había hecho en Holanda consistía en levantar una iglesia en honor a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. O’Leary no lo consiguió hasta 1947, y esa iglesia sigue en pie hoy en Clarksdale, Mississippi.
Otra escena similar se dio una semana después, con O’Leary y las religiosas presentes. Claude pidió permiso para explicar lo que la Señora le había revelado sobre la comunión, y habló así:
Nuestra Señora me dijo que en la comunión yo sólo veré lo que parece ser un trozo de pan. Pero me contó que en realidad eso es verdadera y realmente su Hijo, y que Él estaría conmigo como estuvo con ella antes de nacer en Belén. Me dijo que debía dedicar mi tiempo, como ella hizo durante su vida, a estar con Él, amándole y adorándole, dándole gracias, alabándole y pidiéndole bendiciones.
Claude fue bautizado y recibido, con sus compañeros, en la Iglesia católica el 16 de enero de 1944. Lo bautizó el mismo padre O’Leary y la hermana Bena Henken fue su madrina. Se registró en una parroquia católica cercana a la prisión que, como era costumbre entonces, era de feligresía exclusivamente negra.
Su ejecución estaba prevista para cuatro días después: a las 00:05 del 20 de enero de 1944.
Cuando el sheriff Williamson explicó a Claude que tenía derecho a expresar una última petición en esos últimos días de vida, respondió:
Mis amigos, y los carceleros, estáis conmovidos. Pero no lo entendéis. No voy a morir, sólo este cuerpo morirá. Voy a estar con Nuestra Señora. De modo que me gustaría hacer una fiesta. ¿Daría usted permiso al Padre O´Leary para traer pasteles y helado y autorizaría que los prisioneros de la segunda planta vinieran a la sala principal para que todos podamos estar juntos y celebrarlo?”
La fiesta se celebró, todos se divirtieron y después, por petición de Claude, se realizó una hora de oración por el alma del condenado a muerte y sus compañeros. Juntos recitaron las Estaciones del Viacrucis.
Sin embargo, en el momento establecido no se produjo aún la ejecución: llegó un aplazamiento del gobernador, de dos semanas. Cuando se enteró Claude, empezó a llorar, pero no de alegría como cabría esperar. “¡No lo entendéis! ¡Si hubiérais visto el rostro de Nuestra Señora y mirado a sus ojos, no querríais quedar en este mundo otro día más. ¿Qué he hecho yo de malo en estas últimas semanas para que Dios me niegue dejar este mundo?”
Cuando se calmó, O’Leary le dio la comunión y una idea se iluminó en su interior. ¿Podía ser que Dios quisiera que Claude ofreciese su sufrimiento por alguien, por el preso James Hughes? Se trataba de un preso blanco que odiaba a Claude por su conversión y su fe. Hughes había matado a un policía y también él estaba condenado a muerte. Además, su vida era un reguero de inmoralidades, incluyendo incesto con sus hijas. Aunque Hughes fue educado como católico de niño, ahora rechazaba a Dios y todo lo cristiano.
"Quizá Nuestra Señora quiere que tú ofrezcas este sacrificio de tener que esperar dos semanas a estar con ella por la conversión de Hughes. ¿Por qué no le ofreces a Dios cada momento en que permanecerás separado de tu Madre del Cielo por la conversión de este prisionero, para que no esté separado de Dios por toda la eternidad?”, planteó el sacerdote a Claude. El preso accedió a hacerlo así, y el sacerdote le enseñó unas palabras para verbalizar su ofrecimiento. Lo mantuvieron en secreto entre ellos dos, un regalo íntimo para la Virgen.
Pasaron las dos semanas, 14 días de oración y sacrificio por Hughs. Y el 4 de febrero de 1944 finalmente Claude fue ejecutado en ese cruel instrumento que es la silla eléctrica.
“Nunca había visto a nadie ir a la muerte con tanta alegría y felicidad. Incluso los testigos y los periodistas que cubrían la ejecución estaban asombrados. Dijeron que no podían entender cómo alguien podía sentarse en la silla eléctrica y al mismo tiempo irradiar felicidad”, explicó luego O’Leary.
La noticia de la ejecución de Claude fue publicada en el periódico Vicksburg Evening News el 4 de febrero de 1944. Las últimas palabras dirigidas al Padre O´Leary fueron: “Padre, le recordaré. Y siempre que tenga una petición, pídamelo y yo se lo pediré a la Virgen.
Tres meses después, el 19 de mayo de 1944, tocaba ejecutar a Hughes. “Era la persona más vil, la más inmoral con la que me he cruzado jamás. Su odio hacia Dios y hacia todo lo espiritual era inefable” , había declarado O’Leary sobre él. No dejó que ningún sacerdote le visitase en la celda. Cuando el médico le propuso que al menos se arrodillase y rezase un padrenuestro antes de que llegase el sheriff, Hughes le escupió en la cara.
Lo ataron en la silla eléctrica.
Si has de decir algo, hazlo ahora -avisó el sheriff.
Hughes empezó a blasfemar con grosería. Pero, súbitamente, dejó de hablar, sus ojos se quedaron fijos en una esquina de la sala y su rostro adoptó un gesto de terror. Con un grito horrible bramó:
Sheriff, ¡tráigame un sacerdote!
O´Leary estaba allí, porque la ley de Mississippi ordenaba que un agente de pastoral estuviera presente, pero se ocultaba entre los periodistas porque Hughes había asegurado que blasfemaría más si veía algún cura. O’Leary se acercó al condenado, hizo salir a todos y lo escuchó en confesión. Explicó que había abandonado la fe católica a los 18 años, detalló sus numerosos y graves pecados, expresó fervor y arrepentimiento. Y O’Leary le dio la absolución y se retiró.
Entonces se acercó el sheriff y preguntó a Hughes:
Hijo, ¿qué te hizo cambiar de opinión?
¿Recuerda a ese hombre llamado Claude, al que yo tanto odiaba? -respondió Hughes al sheriff-. Bien, estaba ahí de pie [y señaló el lugar], en la esquina. Y detrás de él con una mano sobre cada hombro estaba la Santísima Virgen María. Y Claude me dijo: ´He ofrecido mi muerte en unión con Cristo en la cruz por tu salvación. La Virgen ha obtenido para ti la gracia de poder ver el lugar que ocuparás en el infierno si no te arrepientes´. He visto mi lugar en el infierno, y por eso he gritado.
Después de esta explicación, James Hughes fue ejecutado como estaba estipulado.
Esta es la historia tal como ha circulado más ampliamente, que se basa en lo que el padre O’Leary grabó en un programa de radio en los años 60, ya jubilado, y que el autor John Vennari transcribió y publicó por escrito en el número de marzo de 2001 del "The Catholic Family News".
Por: Pablo J. Ginés | Fuente: Fundación Cari Filii / Religión en Libertad