En
la medianoche del 18 de Julio de 1830, la Virgen Santísima se le apareció por
primera vez a Santa Catalina Labouré, a la sazón, Hija de la Caridad de San
Vicente de Paúl[1].
Visiones
preparatorias del Señor en la Eucaristía.
Durante
los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la
gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento. De modo
particular, el domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor
se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una cruz en el
pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo
que la cruz, como unos despojos desperdiciables. “Inmediatamente - escribió sor
Catalina - tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra
estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban
cosa malas”.
El
Ángel la despierta y la conduce ante la Virgen.
El
domingo 18 de Julio 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, la
maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en
particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras,
impregnadas de fe y de una ardiente piedad, encedieron en el corazón de Sor
Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como
era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de
lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que San
Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la
gracia de ver a la Virgen como era su deseo.
Alrededor
de las 23.30 Santa Catalina oyó que por tres veces la llamaban por su nombre.
Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venía
la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro
o cinco años, y el cual le dijo: “Levántate pronto y ven a la capilla; la
Santísima Virgen te espera”. Sor Catalina vacila porque teme ser vista por las
otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: “No
temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo”. Ella no
se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de
su misterioso guía, “que permanecía en pie sin separarse de la columna de su
lecho”. Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue
marchando a “su lado izquierdo”. Por donde quiera que pasaban las luces se
encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo
quedaba iluminado. Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada;
pero el niño toca la puerta con su pequeña mano y aquella se abrió al instante.
Dice Catalina: “Mi sorpresa fue más completa cuando, al entrar a la capilla, vi
encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media
noche” (hasta aquí, todavía no había visto a la Virgen). El niño la llevó al
presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a
las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de
pie todo el tiempo al lado derecho. La espera le pareció muy larga, ya que con
ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la
tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer
un acto e adoración, la veían. Por fin llegó la hora deseada, y el niño le
dijo: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”. Sor Catalina oyó como un rumor, como
el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro
de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente
el presbiterio, “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor,
al lado del Evangelio”. En el fondo de su corazón, Sor Catalina dudaba si
verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño
le dijo: “Mira a la Virgen”. Le era casi imposible describir lo que
experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía que
no veía a la Santísima Virgen.
Entonces
el niño le habló, no como niño, sino como el hombre más enérgico y con palabras
muy fuertes: “¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una
pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?”.
Dice
Santa Catalina: “Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su
lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de
la Santísima Virgen. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería
imposible decir lo que sentí”.
La
Santísima Virgen le da instrucciones.
Fueron
muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María
Santísima, pero jamás podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de
ellas, le fue impuesto el más absoluto secreto. Ante todo, la Virgen, como
Madre y Maestra que es, le dio algunos consejos para su particular provecho
espiritual: 1- Como debía comportarse con su director (humildad profunda y
obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no
creyó sus visiones y le dijo que las olvidara. 2- La manera de comportarse en
las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo). 3- Acudir siempre (mostrándole con
la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues
allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso,
no consuelos humanos).
Luego
continuó diciéndole la Virgen: “Dios quiere confiarte una misión; te costará
trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tú
conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que lo digas a tu
director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas.
Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás
ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración. Los tiempos son
muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será
derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al
decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde
se prodigarán gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y
pequeños, ricos y pobres. Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo
ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el
que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades
a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti,
aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El
deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto
suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes. Vendrá un momento en que el
peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten
confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre
las dos comunidades. Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá
víctimas (lágrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá
el señor Arzobispo. Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo
será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles (la Virgen no podía
hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; su semblante estaba pálido).
El mundo entero se entristecerá. Ella piensa: “¿Cuándo ocurrirá esto?”, y una
voz interior asegura: “Cuarenta años y diez y después la paz”.
La
Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor
Catalina como una sombra que se desvanece.
En
esta aparición la Virgen:
Le
comunica una misión que Dios le quiere confiar.
La
prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su
director.
Le
anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de
la aparición.
Le
Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con
familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se
sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus
brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Todas
las profecías se cumplieron:
1-la
misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la Medalla Milagrosa.
2-una
semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos
ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado
Carlos X, sustituido por el “rey ciudadano” Luis Felipe I, Gran Maestro de la
masonería, secta luciferina y satánica.
3-El
P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad,
establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad
femenina se une a las Hijas de la Caridad.
4-En
1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la
Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.
5-
solo queda por cumplir la última parte (correrá sangre por las calles, el mundo
entero se entristecerá; probablemente se trate de una guerra nuclear mundial, o
el ascenso del comunismo al poder).
Aparición
del 27 de noviembre del 1830
La
tarde el 27 de Noviembre de 1830, sábado víspera del primer domingo de
Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le
pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición
anterior. Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y
túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar
su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro
solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza. Sus pies
posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y
aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la
altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una
crucecita. La Santísima Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo
el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se
llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban
su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que
no era posible verla. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la
mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad.
De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban
hacia abajo; llenaban toda la parte baja. Mientras Sor Catalina contemplaba a
la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón: “Este globo que ves (a los pies de
la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en
particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las
piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la Mediadora de las gracias
que nos vienen de Jesucristo, al tiempo que nos recuerda nuestra tibieza y nuestro
descuido en la oración, que hace que no recibamos las gracias que necesitamos,
porque no oramos y por lo tanto, no pedimos.
El
globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la
Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían
cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La
Medalla Milagrosa:
En
este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde
interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida,
ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo
que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de
la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda. Oyó de nuevo
la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos
cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más
abundantes para los que la lleven con confianza”.
La
aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el
reverso de la medalla.
En
el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la
cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones
de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona
de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce
estrellas.
La
misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de
diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En
adelante, ya no verás, hija mía; pero oirás mi voz en la oración”.
Un
día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber qué inscripción poner en el
reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: “La M y los dos
corazones son bastante elocuentes”.
Símbolos
de la Medalla y mensaje espiritual:
En
el Anverso:
-María
aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la
Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre
Satanás. Dios Trino la hace partícipe de su omnipotencia, en virtud de ser la
Virgen Madre de Dios, la Llena de gracia y la Inmaculada Concepción. El Infierno
entero tiembla de terror ante el solo nombre de María.
-El
color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza significan que la
Virgen es la mujer del Apocalipsis, “revestida del sol”: el sol significa la
gloria de Dios en el lenguaje bíblico, y la Virgen lleva en su seno al Hijo de
Dios por la Encarnación, que es la Gloria Increada en sí misma, y por eso mismo,
y por ser la Virgen la Llena de gracia desde su Inmaculada Concepción, está
revestida de gloria en los cielos.
-Sus
manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora
de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan. No hay ninguna gracia,
por pequeña o grande que sea, que no venga a través de María. Y muchas veces,
cuando no recibimos las gracias, es porque no las pedimos, eso es lo que
simbolizan los anillos de los cuales no sale luz.
-Jaculatoria:
es el dogma de la Inmaculada Concepción (revelado en la visión antes de la
definición dogmática por parte del Magisterio en el año 1854). La Virgen es la
Inmaculada Concepción, es nuestra Madre del cielo, y acude en nuestra ayuda
cuando la invocamos. Además, muestra cómo hay una interrelación entre la Biblia
y el Magisterio y cómo una visión y revelación privada, como signo de que es
verdadera, no se contradice con la Tradición, el Magisterio y la Biblia: en
este caso, la revelación del dogma de la Inmaculada Concepción.
-El
globo bajo sus pies: significa que la Virgen es Reina de cielos y tierra, así
como su Hijo es Rey de cielos y tierra. Ambos poseen como súbditos a los
hombres (tierra) de buena voluntad y a los ángeles de luz (cielo).
-El
globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos. Es por su misión
de intercesora ante Dios Uno y Trino.
En
el reverso:
-La
cruz: significa el misterio de redención y el precio que pagó Cristo por
nuestra salvación. Así como Cristo obedeció al Padre y subió a la Cruz para
entregar su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en obediencia al deseo del Padre,
así el cristiano debe abrazar la Cruz, cargarla sobre sus hombros y marchar
detrás de Cristo, todos los días. No hay salvación posible, para ningún hombre,
fuera de la Cruz de Cristo.
-La
letra M: es símbolo de María y de su maternidad espiritual: es Madre de Dios y
Madre nuestra, desde el momento en que Jesús nos la entregó como Madre, antes
de morir, al decirle a Juan, en quien estábamos todos representados: “Hijo, he
ahí a tu Madre”.
-La
barra: es una letra del alfabeto griego, llamada “yota” o I, que es monograma
del nombre, Jesús. Es para recordarnos que no hay otro nombre dado a los
hombres en esta vida para la salvación, que no sea el Santísimo Nombre de
Jesús.
Agrupados
ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las
doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que
nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los
dos Corazones: significa que entre los Sagrados Corazones de Jesús y María hay una unidad
indisoluble, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el que los une, así
como el amor une a los corazones de la madre y el hijo. Pero además significa
que la Virgen es Corredentora, porque Ella participó místicamente de la Pasión
y Muerte de su Hijo. Significa además la devoción a los Dos Sagrados Corazones
y el reinado de ambos en los corazones de los cristianos. Así como los dos
Corazones están en la Medalla, así deben estar en el corazón de cada cristiano.
Nombre:
La Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada Concepción”, pero al
expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se
le llamó popularmente “La Medalla Milagrosa”.
Conversión
de Ratisbone.
Alfonso
Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los
católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote,
tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los
judíos. Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor,
Flora, diez años menor que él, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de
turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llegó a Roma. Aquí se
creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de
Bussiere, protestante convertido al catolicismo. El barón le recibió con toda
cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone
hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y
al final le dijo: “Ya que usted está tan seguro de sí, prométame llevar consigo
lo que le voy a dar”. “¿Qué cosa?”. “Esta medalla”. Alfonso la rechazó
indignado y el barón replicó: “Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a
usted indiferente. En cambio a mí me causaría satisfacción”. Se echó a reír y
se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El
barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare. El barón pidió
oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays quien le dijo: “Si
le ha puesto la Medalla Milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que
se convierte”. El conde murió repentinamente dos días después. Se supo que
durante esos dos días había ido a la basílica de Santa María la Mayor a rezar
cien Memorares por la conversión de Ratisbone.
Por
la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y
este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San
Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia.
He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: “A los pocos momentos de
encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una sensación inexplicable.
Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una
de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de
aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de
dulzura, la Virgen Santísima tal y como está grabada en la medalla. Una fuerza
irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña
con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero
lo he comprendido todo”.
El
barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas,
besando la medalla. Poco tiempo más tarde es bautizado en la Iglesia del Gesú
en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico, y su conversión es
declarada un “verdadero milagro”. Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de
Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su
hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos. Después
de haber sido por diez años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en
1848, las religiosas y las misiones de Nuestra Señora de Sión. En solo los diez
primeros años Ratisbone consiguió la conversión de doscientos judíos y treinta
y dos protestantes. Trabajó incansablemente en Tierra Santa, logrando comprar
el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las
religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en
Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.
[1] Catalina nació el 2 de mayo de
1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña ( Francia ). Entró a la vida religiosa con
la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de
postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du
Bac, 140. Cfr. http://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm