“¡Si María fuera conocida![1]”. Esta
expresión de deseos pertenece al Manual del Legionario y debería ser la
expresión de deseos de todo legionario. Todo legionario debería tener, en la
mente y en el corazón, este deseo: “¡Si María fuera conocida! ¡Si todo el mundo
conociera a María! ¡Si todo el mundo amara a la Madre de Dios!”. ¿Por qué? Dice
el Manual, citando al P. Fáber –y es algo que podemos comprobarlo cada uno de
nosotros, en nuestra experiencia cotidiana- que “la triste condición de las
almas es efecto de no conocer ni amar bastante a María”. ¡Cuántos niños,
jóvenes, adultos, vemos a cada instante, todo el día, todos los días, que vagan
por esta vida sin rumbo fijo, sin saber que hay un Dios que es Trinidad de
Personas, que ama a cada ser humano con un Amor infinito, eterno,
incomprensible, inagotable! Si los hombres conocieran esta verdad, no es que
desaparecerían sus problemas, ni se solucionarían todo lo que los aqueja, pero
sí encontrarían un consuelo a sus vidas, no porque se trate de una simple idea
que da consuelo en sí misma –Dios Trino nos ama-, sino que es una idea que se
deriva de una realidad: Dios Trino nos ama y de tal manera, que el Padre ha
enviado a Dios Hijo para que nos done a Dios Espíritu Santo por medio de la
efusión de Sangre de su Corazón traspasado. Aunque nosotros, los católicos,
sabemos esto por la fe, ni siquiera nosotros y mucho menos los que no conocen
el Evangelio, sacamos provecho espiritual de tan maravillosa realidad. Para el
P. Fáber –citado por el Manual-, la inmensa mayoría –sino todos- de los males
que aquejan a los hombres en nuestros días, se deben a que no conocen y no aman
a María, pero si no la conocen y si no la aman, es porque nosotros, que somos
el Nuevo Pueblo Elegido, tampoco la conocemos ni la amamos, al menos como
deberíamos. Dice así el P. Fáber: “La devoción que le tenemos (a María) es
limitada, mezquina y pobre; no tiene confianza en sí misma. Por eso no se ama a
Jesús, ni se convierten los herejes, ni se ensalza a la Iglesia”[2]. Es
decir, nuestra devoción a la Virgen es “limitada, mezquina y pobre”, porque
acudimos a la Virgen, la mayoría de las veces, para obtener un favor, o porque
acudimos a Ella de modo rutinario, frío, sin amor de hijos. Como un hijo que
acude a su madre solo para pedirle algo, pero nunca para demostrarle su amor de
hijo. Y cuando no se conoce a María, se desconoce a Jesús, porque si al Padre
se va por Jesús, a Dios Hijo se va por María. Dice así el P. Fáber: “Por eso no
se ama a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se ensalza a la Iglesia (…)
Jesús está oscurecido porque María está en penumbras”[3]. No
es indiferente que María sea o no sea conocida; si no es conocida, dice el P.
Fáber, “miles de almas perecen porque impedimos que se acerque a ellas María”.
Y la razón por la cual las almas no se acercan a María es por nuestra causa,
porque nuestra devoción a la Virgen es superficial, fría, tímida, distante,
como la de un niño que se mantiene a distancia de su madre, que lo ama con
locura: “La causa de todas estas funestísimas desgracias, omisiones y
desfallecimientos es esta miserable e indigna caricatura que tenemos la osadía
de llamar “nuestra devoción a la Santísima Virgen”. El P. Fáber nos dice que,
al darnos a su Madre por Madre nuestra, Dios nos está llamando a una devoción
más profunda, más espiritual, más filial, con la Virgen: “Dios nos está
urgiendo a que tengamos a su bendita Madre una devoción más profunda, más
amplia, más robusta; (…) muy distinta a la que hemos tenido hasta el presente (…)
pruébelo cada uno por sí mismo y quedará atónito al ver las gracias que trae
consigo esta devoción nueva”. Si pedimos en la oración la gracia de la
verdadera devoción a la Virgen, que consiste en amarla como la amó su Hijo
Jesús, con el mismo Amor con el que la amó Jesús, entonces, dice el P. Fáber,
recibiremos gracias que transformarán nuestras almas. Y cuando eso suceda –cuando
conozcamos y amemos a María como la conoce y la ama su Hijo Jesús-, seremos
dóciles instrumentos del Espíritu Santo, quien hará que, por nuestro medio, los
hombres emprendan el camino de la salvación eterna de sus almas y así sea
preparado el advenimiento del Reinado de Cristo[4].
¡Que María Santísima sea conocida y amada por todos los hombres!
sábado, 24 de febrero de 2018
domingo, 11 de febrero de 2018
La Inmaculada Concepción, modelo para nuestra vida espiritual
Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, en una
de las apariciones, ante la pregunta de Santa Bernardita acerca de quién era
Ella, la Virgen le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto ya fue, en sí
mismo, una prueba de que las apariciones eran reales y no fábulas de Santa
Bernardita, porque siendo ella casi analfabeta, no tenía modo de saber ni
siquiera que existían las palabras “Inmaculada Concepción”.
Ahora bien, la Virgen, que es la Inmaculada Concepción, es
nuestra Madre del cielo, lo cual quiere decir que, como hijos suyos, y como
forma de honrarla y homenajearla, debemos buscar de imitarla. Podría parecernos
algo imposible, puesto que Ella es Concebida sin pecado original y nosotros
somos “nada más pecado”, además de ser la Virgen la Llena de gracia, mientras
que nosotros estamos llenos solamente de pecado.
¿Cómo podemos imitar a la Virgen? Por medio de dos
sacramentos, la Confesión y la Comunión. Por la Confesión, nuestras almas se
convierten en “inmaculadas”, es decir, sin mancha de pecado, y por la Comunión,
nuestras almas se convierten en “llenas de gracia”, porque recibimos a Aquel
que es la Gracia Increada, Cristo Jesús.
Al recordar a la Virgen en su advocación de la Inmaculada
Concepción, no debemos pensar que es una devoción que no tiene nada que ver con
nuestra vida espiritual de todos los días. Por el contrario, la Virgen se
manifiesta como Inmaculada Concepción, para que también nosotros seamos
inmaculados por la gracia del Sacramento de la confesión y llenos de la Gracia
de Dios, por la Eucaristía.
jueves, 1 de febrero de 2018
Nuestra Señora de la Candelaria
Llamada también “Fiesta de la Purificación de la Virgen”[1], además "Presentación del Señor", la Iglesia conmemora en este día el ingreso de María Santísima, con su Niño
Jesús recién nacido en brazos, al templo, para presentarlo al Señor. Al ingresar
son el Niño recién nacido en brazos al templo, la Virgen estaba cumpliendo con
las prescripciones de la Ley de Moisés, que mandaba, por un lado, que la madre
se purificase luego de dar a luz, y por otro, mandaba consagrar a Dios al
primogénito. Aunque la Virgen no necesitaba purificación, porque Ella es la
Inmaculada, es decir, la Sin Mancha alguna, además de que su Niño nació de su
seno virginal de modo purísimo, sin afectar su virginidad, la Virgen acude al
templo para cumplir con la ley del Señor. Y aunque el Niño no necesitaba ser
consagrado a Dios, porque Él era ese mismo Dios, que habitaba en una naturaleza
humana en forma de Niño, la Virgen también acude al templo, para consagrar a su
Primogénito a Dios, como lo mandaba la Ley. De esta manera, la Virgen nos da ejemplo de como los cristianos debemos cumplir con los preceptos de la Iglesia y con los Mandamientos de la Ley de Dios.
Ahora
bien, la Virgen no llevaba en sus manos ninguna vela, pero la fiesta se llama “Fiesta
de Nuestra Señora de la Candelaria”, y “candela”, es “vela”. ¿Por qué se llama
así esta fiesta, si la Virgen no llevaba ninguna candela en sus manos? Se llama
así porque es verdad que no llevaba ninguna vela, pero sí llevaba, entre sus
brazos, algo inmensamente más luminoso que una vela de cera, y era al Niño
Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que al provenir eternamente del seno del
Padre, era “Luz de Luz”, porque la naturaleza de Dios es luminosa. La fiesta se
llama “de la Candelaria”, porque la Virgen lleva en sus brazos a Jesús, Luz del
mundo, tal como Él lo dice en el Evangelio: “Yo Soy la luz del mundo”.
No
solo debemos recordar a la Virgen como Nuestra Señora de la Candelaria en este
día, sino todos los días de la vida, porque a través de Ella, llamada "Portal de eternidad", nos viene Jesús,
Luz divina que ilumina nuestras tinieblas, las tinieblas del error, del pecado,
de la ignorancia, además de vencer para siempre a las tinieblas vivientes, los
ángeles caídos, que mientras estamos en este mundo, nos envuelven en sombras de
muerte, para luego tratar de arrastrarnos al Lugar de la Eterna Oscuridad, el
Infierno. No nos acordemos de la Virgen solo en este día, ni pensemos que se
trata de una conmemoración piadosa que la Iglesia hace de una mera costumbre
religiosa: todos los días, hasta el día de nuestra muerte terrena, debemos
implorar a Nuestra Señora de la Candelaria, para que su Hijo Jesucristo, Luz
del mundo, derrote con su luz divina las tinieblas y sombras de muerte en las
que vivimos, irradie su luz, que es vida y amor sobre nuestras almas envueltas
en tinieblas, y así nos prepare para entrar en el Reino de la luz, del Amor y
de la paz, el Reino de Dios.
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Nuestra Señora de la Candelaria
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