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sábado, 4 de diciembre de 2021

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

 



         La Iglesia celebra, con júbilo celestial, uno de los misterios más grandes y asombrosos de la historia de la humanidad, misterio superado en majestad y gracia sólo por el misterio más grande por excelencia, el de la encarnación del Verbo en el seno purísimo de María Santísima y es el misterio de la Inmaculada Concepción de María.

         Que María Santísima sea “Inmaculada Concepción” quiere decir que, por designio de la Santísima Trinidad, la Virgen fue concebida sin la mancha del pecado original, mancha que, desde el pecado primordial de Adán y Eva, se transmite sin excepción a todo ser humano. La única excepción es, precisamente, la de María Santísima y es por eso que se llama “Inmaculada Concepción”, porque esta horrible mancha del pecado original no la afectó, como sí lo hace a todo ser humano, desde el primer instante de su concepción. Que sea Inmaculada Concepción significa que la Virgen no tuvo nunca, jamás, en ningún momento, ni siquiera por un instante, no solo ni el más ligero pecado y tampoco estuvo, ni siquiera mínimamente, inclinada a la concupiscencia, sino que su Inmaculado Corazón estuvo siempre, en todo momento, rebosante de la gracia, la bondad, la santidad, la paz y la humildad de Dios Uno y Trino.

         Pero hay otro aspecto a considerar y es que la Trinidad la eligió para que fuera concebida sin la mancha del pecado original, porque la Virgen estaba destinada a ser Madre de Dios y como Madre de Dios, no podía estar contaminada con la mancha del pecado original. Todavía más, al estar destinada a ser la Madre de Dios, debía no solo no poseer el pecado original, sino que debía estar inhabitada por el Espíritu Santo y es por eso que la Virgen es concebida, además de exenta del pecado original, como Inmaculada Concepción, como “Llena de gracia”, lo cual quiere decir, inhabitada por el Espíritu Santo. La razón de este otro privilegio de la Virgen es que el Verbo de Dios, quien habría de encarnarse en su seno virginal, al provenir desde el Cielo, en donde era amado desde la eternidad por Dios Padre con el Divino Amor, el Espíritu Santo, debía ser recibido y amado en la tierra, en su encarnación, con el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo y la única forma en que esto fuera posible, era que la Virgen misma estuviera inhabitada por el Espíritu Santo y es por eso que es concebida no solo sin la mancha del pecado original, sino como “Llena de gracia”, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo. Así, el Verbo de Dios, al encarnarse en el seno purísimo de María Santísima, no sentiría diferencias en el Amor con el que era amado desde la eternidad por el Padre, porque iba a ser amado con ese mismo Amor, el Espíritu Santo.

         Por lo tanto, en el misterio de la Inmaculada Concepción, se unen entre sí, de modo indisoluble, otros dos grandes misterios, el de la Virgen como Madre de Dios y el de la Encarnación del Verbo de Dios.

         Por último, si estos tres misterios son en sí mismos insondables, majestuosos, celestiales y sobrenaturales, hay otro misterio que debe agregarse y es el hecho de que la Santa Iglesia, en cada Santa Misa, prolonga y actualiza, en su seno virginal, el altar eucarístico, el misterio de la Encarnación del Verbo, porque por las palabras de la consagración, el Verbo prolonga su Encarnación en la Eucaristía y es por este motivo que la Iglesia Católica es, a imagen de su Madre, la Virgen, santa, pura, inmaculada y llena del Espíritu Santo. No dejemos nunca de alabar, bendecir, glorificar y adorar a la Santísima Trinidad por el misterio de la Inmaculada Concepción, misterio al cual están unidos el misterio de María como Llena de gracia y el misterio de la Encarnación del Verbo en su seno purísimo, que se prolonga a su vez y se actualiza en cada Santa Misa.

miércoles, 17 de marzo de 2021

La Anunciación del Señor

 



         La Anunciación y la consecuente Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en el seno purísimo de María Virgen, es el acontecimiento más grandioso que jamás haya tenido lugar en la historia de la humanidad y no habrá otro acontecimiento más grandioso que este, hasta el final de los tiempos. La Encarnación del Verbo de Dios, por obra del Espíritu Santo y por voluntad expresa de Dios Padre, supera en majestad, infinitamente, a la majestuosa obra de la Creación del universo, tanto visible como invisible. No hay otro acontecimiento más grandioso que el hecho del ingreso, en el tiempo humano, de la Persona de Dios Hijo, que en cuanto Dios, es la eternidad en sí misma.

         Debido a su trascendencia, que supera infinitamente en majestad a la obra de la Creación, la Encarnación del Hijo de Dios divide a la historia humana en un antes y un después, no solo porque nada volverá a ser como antes de la Encarnación, sino porque la Encarnación hace que la historia de la humanidad –y de cada ser humano en particular- adquiera una nueva dirección: si antes de la Encarnación la historia humana tenía un sentido horizontal, por así decirlo, porque las puertas del cielo estaban cerradas para el hombre, a partir de la Encarnación de Dios Hijo esas puertas del cielo se abren para el hombre y por esto a la humanidad se le concede un nuevo horizonte y una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, en el sentido de que ahora la humanidad, cada ser humano, tiene la posibilidad de ingresar en el Reino de Dios, el Reino de los cielos, ingreso que hasta Jesucristo estaba vedado, a causa del pecado original.

         La importancia del evento de la Encarnación está dada por dos elementos: por un lado, porque Quien ingresa en la historia humana no es un hombre santo, ni el profeta más grande de todos los tiempos, sino Dios Hijo en Persona, por quien los santos son santos y por cuyo Espíritu los profetas profetizan; por otro lado, la importancia está dada por la obra que llevará a cabo Dios Hijo encarnado, una obra que será mucho más grandiosa y majestuosa que la primera Creación, puesto que llevará a cabo una Nueva Creación y así Él lo dice en las Escrituras: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Serán nuevos los hombres, porque por su gracia les será quitado el pecado y les será concedida la filiación divina adoptiva, por la que pasarán a ser hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo; serán nuevas todas las cosas, porque al final de los tiempos desaparecerán estos cielos y esta tierra para dar lugar a “un nuevo cielo y una nueva tierra”; será nueva la vida del hombre, porque Dios Hijo encarnado derrotará definitivamente, de una vez y para siempre, en la Cruz del Calvario, a los tres grandes enemigos mortales de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado; será nueva la forma de vivir del hombre, porque ya no se alimentará sólo de pan, sino ante todo del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía y desde ahora saciará su sed no simplemente con agua, sino con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero y ya no comerá solo carne de animales que nutren su cuerpo, sino que su manjar será la Carne del Cordero de Dios, que alegrará su alma con la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, todo esto por medio de la Santa Misa.

         Por todos estos motivos y muchos otros todavía, es que el evento de la Anunciación y la Encarnación del Verbo solo pueden ser agradecidas a la Trinidad con un único obsequio digno de la majestad divina trinitaria, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, por medio de María Inmaculada, la Esposa Mística del Cordero de Dios.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 



(Ciclo B – 2021)

         Al inicio del año civil, la Iglesia coloca esta solemnidad de la Madre de Dios y podríamos preguntarnos si es por mera casualidad o si existe alguna intencionalidad en esta fecha. Ante todo, debemos decir que no es casualidad, es decir, la Iglesia quiere, explícitamente, que la Virgen Santísima sea venerada de modo particular y solemne en su advocación de “Madre de Dios”. La razón por la que la Iglesia quiere venerar a la Virgen como "Madre de Dios", la podemos encontrar en el hecho que da origen a su título de “Madre de Dios”, esto es, la Encarnación y el Nacimiento del Verbo de Dios, del Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Como dice Santo Tomás, una mujer se llama “madre” cuando da a luz una persona; en el caso de la Virgen, Ella da a luz a una persona, pero no a una persona humana, sino divina, a la Segunda Persona de la Trinidad, que se ha encarnado, es decir, ha unido a Sí, en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo, a la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Entonces, por haber dado a luz a una Persona Divina, la Persona del Hijo de Dios, la Sabiduría divina encarnada, es que la Virgen es llamada “Madre de Dios”.

         Ésta es la razón de su título de “Madre de Dios” y el porqué de la Iglesia de querer que se honre a la Virgen con este título. La otra pregunta que surge es acerca del motivo por el cual la Santa Madre Iglesia coloca su solemnidad de Madre de Dios al inicio del año civil. La respuesta está también, como dijimos anteriormente, en su condición de ser “Madre de Dios”: su Hijo, el Verbo de Dios es, en cuanto Dios, la Eternidad en Sí misma y así es el Creador –junto con el Padre y el Espíritu Santo- de todo lo visible e invisible, es decir, de todo el universo corpóreo y también del universo invisible, el mundo de los espíritus angélicos. Al ser Dios Eterno, por su Encarnación, por su ingreso en el seno virgen de María Santísima, ingresa este Verbo de Dios en el tiempo y en la historia humanos y con Él ingresa –puesto que Él es la Eternidad en Sí misma, como dijimos-, la eternidad de Dios en el tiempo de los hombres. Esto tiene una importancia capital para la historia de la humanidad, puesto que la divide en un antes y en un después de la Encarnación del Verbo: antes de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas discurrían, por así decirlo, de modo horizontal; luego de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas se dirigen, en sentido vertical, hacia la eternidad de Dios. En otras palabras, por la Encarnación del Verbo, toda la historia de la humanidad –y por lo tanto, la historia personal de cada persona humana- adquiere un nuevo sentido, una nueva dirección y es el sentido y la dirección de la eternidad divina. Dios, que es Eterno y que es el Creador del tiempo, ingresa en el tiempo humano para impregnar al tiempo y a la historia humana de eternidad y para darle un nuevo sentido a este tiempo y a esta historia humana, que es el de encontrarse, al fin de los tiempos, en el Último Día, con la Eternidad de Dios. Si antes de la Encarnación del Verbo la historia humana discurría horizontalmente, sin tener relación directa con Dios, ahora, con la Encarnación del Verbo, con el ingreso de la Eternidad divina en la historia, el tiempo humano toma una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, estando destinada desde entonces a alcanzar su vértice en la unión con la Eternidad divina en el Último Día de la historia humana, el Día del Juicio Final, el Día en el que la historia y el tiempo humanos desaparecerán para dar inicio a la sola Eternidad divina.

         Esto, que parecen sólo disquisiciones teóricas, tiene un efecto directo en la vida personal de cada ser humano: si la historia humana adquiere un nuevo sentido, el sentido de la eternidad divina, entonces la historia y el tiempo personal de cada ser humano también adquiere el mismo sentido, esto es, la unión con la eternidad divina. Es decir, antes de la Encarnación del Verbo, la historia y el tiempo de cada ser humano discurrían de modo horizontal y desembocaban, al final de la vida, inevitablemente, en la eterna perdición; por la Encarnación del Verbo y por los méritos de su Sacrificio en la Cruz, ahora, cada ser humano se dirige, inevitablemente, lo crea o no lo crea, hacia el encuentro con la Eternidad divina, encuentro que se producirá indefectiblemente al final de sus días terrenos, es decir, en el momento de la muerte, por lo que la muerte es sólo el umbral que lo separa de la Eternidad. Otra consecuencia que tiene el ingreso del Verbo en la historia humana es que cada fracción de su tiempo personal –medido en segundos, horas, días, meses, años-, está, por un lado, impregnado de eternidad y por otro, tiene un nuevo sentido, que es la eternidad, lo cual significa que una pequeña obra de misericordia –obra realizada en Cristo y en estado de gracia-, como el dar de beber un vaso de agua a un prójimo sediento, tiene un premio eterno -"No quedará sin recompensa quien dé a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños" (Mt 10, 42)-, como así también una mala obra –realizada en pecado y en contra de Cristo- tiene un castigo eterno. El significado entonces de la Encarnación del Verbo es que convierte, a nuestra vida toda, dándole un destino de eternidad y a cada acto nuestro, un valor de eternidad, sea bueno o sea malo.

         En definitiva, que la Santa Madre Iglesia coloque a la solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, tiene el sentido no sólo de que pongamos en sus manos maternales el año nuevo que inicia, sino que tomemos conciencia de que nuestra vida toda y cada uno de nuestros actos libres personales, tienen un destino de eternidad. Que esa eternidad sea en el dolor o en el gozo, depende de nuestro libre albedrío. Para que nuestra eternidad sea en el gozo de Dios Trinidad, encomendemos el año que inicia, a las manos y el Corazón maternal de la Madre de Dios, para que todos nuestros actos realizados en este nuevo tiempo estén dirigidos a su Hijo Jesús, que es la Eternidad en Sí misma.

viernes, 17 de julio de 2015

El misterio de la Anunciación de la Encarnación del Verbo y el "Sí" de la Madre de Dios


El Arcángel Gabriel, imponente, despliega sus majestuosas alas ante la Virgen; sin embargo, él mismo se rinde ante la humildad de la Madre de Dios y se arrodilla para darle el mensaje más asombroso que jamás pueda ser concebido por mente angélica o humana: ¡Dios la ha elegido para encarnarse en Ella! El Arcángel la contempla con respetuoso asombro, mientras le transmite el divino mensaje; al mismo tiempo, señala con su dedo índice hacia lo alto, indicando que el Verbo de Dios descenderá de los cielos, mientras que con su mano izquierda sostiene un lirio, indicando la doble pureza de la Encarnación: la del Ser trinitario divino y la de Ella, elegida precisamente por ser un espejo Purísimo y Limpidísimo en el que el Verbo de Dios puede encarnarse sin temor alguno, porque Ella no posee mancha alguna de pecado original. La Madre de Dios, a su vez, se encuentra arrodillada, con sus manos unidas y los ojos cerrados, en un reclinatorio, indicando que se encuentra en estado de profunda oración y de unión mística con Dios Uno y Trino; su hábito rojo simboliza el fuego del Espíritu Santo que la inhabita desde su Inmaculada Concepción; su capa azul, simboliza su estado de Concepción en Gracia Plena, necesaria para ser la Madre del Verbo de Dios. Completan la escena los Querubines que, desde el cielo, entonan cánticos de alabanza al Verbo de Dios y a su Madre.

miércoles, 25 de marzo de 2015

En la Solemnidad de la Asunción, la Legión de María se consagra a la Virgen imitando a su Reina que se consagró a su Hijo ante el Anuncio del Ángel


¿Por qué la Legión tiene indicado, en sus estatutos, que la consagración pública, como Legión, debe realizarse, de forma preferencial, el 25 de Marzo, es decir, el día de la Solemnidad de la Anunciación?[1]
Para saberlo, recordemos primero qué sucedió el día de la Anunciación: la Virgen, ante el Anuncio del Ángel, que le revelaba que Dios la había elegido para ser la Madre de Dios, la Virgen dijo “Sí” a la Voluntad Divina, aceptando con su Mente Sapientísima, es decir, con una fe firmísima, la Verdad de la Encarnación del Verbo; dijo “Sí” a la Voluntad Divina, amando con Inmaculado Corazón, al Verbo de Dios, que se hacía Hombre, sin dejar de ser Dios, para así salvar a la humanidad; dijo “Sí” a la Voluntad Divina, recibiendo con su Cuerpo Inmaculado al Hijo Eterno del Padre, que por ser Dios era Espíritu Puro y era Invisible, y que por lo tanto, necesitaba de un Cuerpo visible, un Cuerpo que es el que iba a ofrecer en la cruz, cuando fuera adulto, como sacrificio para la salvación de los hombres, y este Cuerpo se lo tejió la Virgen, en su útero materno, al proporcionarle de su propia carne y sangre los nutrientes, como hace toda madre con su hijo en el seno materno.
Es decir, en el día de la Anunciación, la Virgen, que ya estaba consagrada al Espíritu Santo -porque el Espíritu Santo moraba en Ella desde su Inmaculada Concepción-, se consagró a su Hijo en mente, corazón y cuerpo, y su Hijo comenzó a morar en Ella por la Encarnación, y así, la que hasta entonces era Hija de Dios Padre y Esposa de Dios Espíritu Santo, comenzó a ser también Madre de Dios Hijo.
Entonces, a imitación de María, que en la Solemnidad de la Anunciación, se consagró en mente, corazón y cuerpo a su Hijo Jesús, la Legión de María, en el Acies, se consagra públicamente, en sus miembros, en mente, cuerpo y alma, a la Virgen, y así como la Virgen le dijo a su Hijo: “Soy todo tuya, Rey mío, Hijo mío, y cuanto tengo tuyo es”, así el legionario, en el Acies, esto es, en el Acto de consagración colectiva de la Legión de María, repite, parafraseando a la Virgen, diciendo a la Virgen: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo, tuyo es”. 
Esto es la consagración: "Ser TODO" de la Virgen. ¿Y qué significa "ser TODO" de la Virgen?
“Ser todo de la Virgen”, que es “Reina mía” y “Madre mía” y reconocer que “todo lo que tengo es de la Virgen”, implica, en esa frase, la consagración, es decir, dar a la Virgen TODO mi ser, toda mi vida, toda mi existencia, todo mi pasado, mi presente, mi futuro, mis bienes, mis pensamientos, mis deseos, mis palabras, mis obras, mis pasos, mi familia, mis seres queridos, mis seres no tan queridos, mi trabajo, mis preocupaciones, mis alegrías, mis penas, mis angustias, etc., porque TODO significa literalmente TODO, sin reservarme nada. La consagración a la Virgen quiere decir que TODO lo que soy y lo que tengo, le pertenece a la Virgen; es de la Virgen, para la Virgen, por la Virgen, y esto quiere decir que es de Jesucristo, para Jesucristo y por Jesucristo, porque, como dice San Luis María Grignon de Montfort, “quien se acerca a María, recibe a Jesús”. Esto también quiere decir que, si algo me reservo para mí, sin dárselo a la Virgen, entonces mi consagración es incompleta y si es incompleta, es falsa e inexistente, como si nunca hubiera existido. Implica también la lucha contra mis pecados, mis defectos, mis vicios, mis egoísmos, y todo lo que me impide alcanzar la santidad, porque la consagración del Acies, tiene un doble objetivo: honrar a la Virgen como Reina de la Legión –por eso la reconocemos como “Reina nuestra”-, pero además “recibir de Ella la fuerza y la bendición para otro año más de lucha contra las fuerzas del mal”[2]. Y las “fuerzas del mal” contra las cuales debe luchar el legionario día a día, no son fantasías de la imaginación, sino dos poderosas entidades espirituales malignas, el pecado y los “espíritus malos de los aires” (cfr. Ef 6, 12-14), los ángeles caídos, liderados por el “Príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), Satanás, la Serpiente Antigua, el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44), y el legionario se consagra a María, porque la victoria total y definitiva contra estas terribles fuerzas del mal, el demonio y el pecado, solo las puede obtener de la mano de María y Jesús, porque Jesús, que es Dios, es quien le participa de su poder divino a su Madre, y es así que el legionario, consagrado a la Virgen, aplasta con Ella la cabeza de la Serpiente (cfr. Gn 1, 3), venciendo así al Príncipe de este mundo, de la mano de María, y el legionario se consagra a la Virgen también para vencer al otro mal, el pecado, porque el pecado solo puede ser desterrado del corazón humano, en donde anida, únicamente por la gracia de Jesucristo, y la gracia de Jesucristo viene por mediación de María, que es “Medianera de todas las gracias”.
La consagración ideal, según el Manual Oficial de la Legión de María[3], es la que se realiza en la Eucaristía, puesto que allí Jesucristo, el Único Mediador, presenta al Padre, por el Espíritu Santo, y en las manos maternales de María, todas las consagraciones y ofrendas de la Legión. Esto quiere decir que, para hacer la consagración en la Misa, el legionario deberá tener en cuenta que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la cruz, por lo que, para que su consagración sea perfecta, deberá ofrecerse, en la Misa, como víctima, uniéndose, en María, a la Víctima Inmolada, Jesús en la Eucaristía, con toda su vida, pasada, presente y futura, y pedir participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma, para la salvación de sus hermanos, los hombres.
Por último, la consagración debe realizarse, no de manera mecánica[4], automática, sino con amor, con todo el amor con el cual nuestros pobres corazones sean capaces. Para eso, nuestro modelo es la Virgen en la Anunciación: así como la Virgen aceptó con fe pura y con amor encendido en su cuerpo purísimo al Verbo de Dios, diciéndole a su Hijo: “Soy todo tuya, Rey mío, Hijo mío, y cuanto tengo tuyo es”, así nosotros, cuando digamos: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo, tuyo es”, se lo diremos a la Virgen, con fe pura, con amor encendido y con pureza de cuerpo y alma.





[1] Cfr. Manual Oficial de la Legión de María, XXX, Actos Públicos.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”


El ángel anuncia a José en sueños

“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo” (cfr. Mt 1, 16.18-21.24a). El ángel revela a José el origen de la concepción de María. Las palabras del ángel encierran un misterio insondable: lo engendrado en María proviene del Espíritu Santo, es decir, no se trata de modo alguno de una concepción humana.
Pero no bastan ni la afirmación directa: “Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo” ni la negación indirecta: “No es una concepción humana” para abarcar, comprender, o aprehender el misterio que las palabras del ángel encierran.
El ángel le dice a José que lo que ha sido engendrado en María viene del Espíritu Santo, con lo cual descarta de plano cualquier concepción de origen humano. Pero el misterio es demasiado grande para ser encerrado en las palabras del anuncio del ángel.
¿Cuál es el alcance de las palabras del ángel? El ángel revela a José algo inconcebible para la mente humana o angélica: el Hijo eterno del Padre, el Verbo pronunciado eternamente por el Padre, se encarna, asume un cuerpo humano, en el seno virgen de María. El Verbo eterno, que procede eternamente del Padre,  se encarna en un cuerpo humano, asumiéndolo en su Persona divina, tomándolo como propiedad suya, para ser ofrendado  en sacrificio como el Cordero de Dios, como el Pan de Vida eterna.
Dios, que es Trino en Personas, convierte el seno virgen de María en Templo y Morada del Verbo Encarnado, del Hijo de Dios humanado sin dejar de ser Dios, que entra en el tiempo, procediendo eternamente del Padre, para cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual no sólo quitará los pecados del mundo, sino que donará el Espíritu Santo a la humanidad.
El seno virgen de María se convierte, por el poder del Espíritu Santo, por el querer del Padre y por la amorosa obediencia del Hijo, en el Sagrario y Tabernáculo que custodia a la Palabra eterna del Padre, hecha carne. Es el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, quien ha obrado este prodigio admirable de la Encarnación del Verbo.
Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo, viene del Amor de Dios Trino, es obra del Amor divino, no del amor humano esponsal –por el contrario, el amor esponsal es santo porque es imagen y símbolo del amor esponsal de Cristo Esposo por su Iglesia Esposa-, y el misterio no va en desmedro del amor esponsal, sino que es inevitable su comparación para caer en la cuenta de la inmensidad del amor divino puesto en esta obra de la Encarnación del Verbo.
“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”, quiere decir entonces, lo engendrado en Ella viene del Amor purísimo de Dios, no del amor humano, y viene del Amor de Dios para donar a los hombres el Amor divino.
         Lo engendrado en María, que viene del Espíritu Santo, es el cuerpo del Hombre-Dios, Pan de Vida eterna. Si las palabras del ángel encierran un misterio insondable e incomprensible, no se agotan en la concepción virginal de María, ya que lo sucedido en María es figura de lo que sucede en la Iglesia.
Así como en María, por el poder del Espíritu Santo, fue engendrado el cuerpo humano del Verbo del Padre para que este se encarnase y se donase al mundo como Pan de Vida eterna, así, por el poder del Espíritu Santo, comunicado por el sacerdocio ministerial, se engendra, en el seno virgen de la Iglesia, el cuerpo resucitado de Jesús Eucaristía, Pan de Vida eterna.
         Lo engendrado en María viene del Espíritu Santo; lo engendrado en la Iglesia, el cuerpo de Jesús Eucaristía, Dios eterno encarnado, viene del Espíritu Santo.

         Las palabras humanas no alcanzan para ni siquiera vislumbrar mínimamente la inmensidad del misterio que encierran las palabras del ángel.

martes, 16 de diciembre de 2014

La Encarnación del Verbo es el centro de una nueva realidad sobrenatural para la humanidad y para la Iglesia


“Concebirás y darás a luz un hijo” (cfr. Lc 1, 26-38). El anuncio del ángel a María, en la sencillez y parquedad de las palabras, encierra un misterio tan insondable y tan inmensamente grande, que cambia la historia de la humanidad para siempre. No sólo confirma a María como a la Madre de Dios, sino que anuncia un cambio radical para toda la especie humana de todos los tiempos.
         No sólo María se convierte en Madre de Dios; no sólo Dios Hijo se encarna en su seno virginal llevado por el Espíritu Santo a pedido del Padre, sino que toda la realidad humana queda centrada en la Trinidad[1].
Por la Encarnación del Logos del Padre se produce un hecho impensable para la humanidad, mucho más grande que si el cielo, con todo su esplendor, bajase a la tierra y convirtiera a la tierra en un Paraíso o en el cielo mismo. Por la Encarnación, Dios Hijo desciende a este mundo, pero para conducir al mundo al seno de Dios Trino, en la unión espiritual y en el Amor de la Trinidad.
Por la Encarnación, toda la especie humana ingresa en un nuevo orden de cosas, en un nuevo estado, se orienta hacia un nuevo fin, un nuevo destino; un destino y un fin completamente trascendentes e impensados para la criatura humana, y es el destino y el fin de la amistad con las Personas de la Trinidad, el destino y el fin de la comunión interpersonal con Dios Trino, con las Tres Divinas Personas de la augusta Trinidad.
El descenso de Dios Hijo al seno virgen de María y la unión personal con la humanidad, tiene como fin último el ascenso de la humanidad al seno de la Trinidad: la humanización del Verbo se prolonga con la divinización de la humanidad, en primer lugar, la unida a Él hipostáticamente, y luego la divinización de la humanidad que se une a Él por la gracia.
El misterio central de la Encarnación es la unión hipostática, personal, de la Persona del Hijo con la humanidad[2], pero para que la humanidad se una a la Persona del Hijo y, por el Hijo, en el Espíritu, al Padre.
Por lo mismo, la Encarnación se convierte en el centro de una nueva realidad para la especie humana y para la Iglesia. Para la especie humana, porque los hombres se vuelven hijos adoptivos de Dios; para la Iglesia, porque es el lugar en donde nacen estos hijos adoptivos, y porque es el lugar en donde la encarnación del Hijo se prolonga.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. Porque Dios Hijo se ha unido a la humanidad para que la humanidad se una a Dios Padre por el Espíritu, las palabras del ángel a María se repiten y se cumplen por lo tanto en la Iglesia, porque es ahí en donde la humanidad nace a la vida de Dios: la Iglesia, como Virgen fecundada por el Espíritu Santo, engendra hijos adoptivos de Dios por la gracia del bautismo; hijos que viven con la vida divina del Hijo Unigénito y que por lo tanto son hijos de Dios Padre en el Espíritu.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. También se aplican las palabras del ángel a la Iglesia, que concibe en su seno, el altar, al Hijo de Dios, por el poder del Espíritu, en la liturgia eucarística.
Así como el Espíritu hizo concebir a María Virgen en su seno al Hijo del Padre, así el mismo Espíritu, por la liturgia eucarística, concibe, en el seno de la Iglesia, al Hijo eterno del Padre, Jesús Eucaristía.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 195.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 343.

lunes, 24 de marzo de 2014

Anunciación del Señor


         El anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen María significa el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Sobre el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte brilló una gran luz” (9, 2). El pueblo al que se refiere Isaías, es toda la humanidad, y las “sombras y tinieblas de muerte” en las que habita la humanidad, son las sombras del pecado y de la muerte, pero también son las sombras vivientes, los demonios, los ángeles caídos, porque ese es el estado de la humanidad luego de ser expulsados Adán y Eva del Paraíso.
         En el momento en el que el Ángel anuncia a María Santísima la Encarnación del Verbo de Dios, toda la humanidad se encontraba sumida en “sombras de muerte”, sin posibilidad alguna de escapar de ese destino de tinieblas. Es por esto que la Anunciación y la Encarnación del Verbo de Dios representan, para toda la humanidad, el inicio de una Nueva Era, pero no solo porque habrían de ser derrotadas para siempre las tinieblas del pecado, de la muerte y del infierno, sino porque el Verbo de Dios, asumiendo hipostáticamente, es decir, en su Persona Divina, a la naturaleza humana, le habría de comunicar a la humanidad, por medio de la gracia santificante, su divinidad, dotando a la humanidad de su propia divinidad, haciéndole alcanzar un estado superior al del Paraíso, elevando a la raza humana a un grado infinitamente más alto que el que tenían los primeros padres, Adán y Eva. Es decir, con la Encarnación del Verbo, Dios obtenía para la humanidad, no solo el triunfo absoluto y rotundo sobre las tinieblas y sombras de muerte en las que yacía hasta ese entonces, sino que la elevaba hasta las alturas insospechadas del desposorio místico con la divinidad. En la Encarnación, entonces, no solo se produce la derrota de las tinieblas, sino la unión mística y esponsalicia de la divinidad con la humanidad, al unirse el Verbo de Dios con la naturaleza humana de Jesús de Nazareth en el seno virginal de María Santísima, y esto en medio de resplandores sagrados, en cuya comparación el astro sol no es más que un pálido rayo de luz.

         Pero el misterio de la Encarnación del Verbo no se limita a la derrota de las tinieblas y sombras de muerte y al desposorio místico de la humanidad con la divinidad, porque su Encarnación se continúa y se prolonga en la Santa Misa, en la Eucaristía, porque el Verbo que se encarnó en María prolonga su Encarnación en la Eucaristía para encarnarse en cada alma, en cada corazón que lo reciba con fe y con amor.