
martes, 15 de septiembre de 2015
Nuestra Señora de los Dolores
sábado, 7 de diciembre de 2013
Inmaculada Concepción: modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor a Dios
jueves, 15 de septiembre de 2011
Nuestra Señora de los Dolores

“Mirad y ved si hay dolor más grande que el mío”, dice el libro de las Lamentaciones (1, 12), y también lo dice
Pero el dolor, en
Jesús y
En el dolor del Corazón Inmaculado de María Santísima está contenido, literalmente, todo el dolor del mundo, porque todos los dolores de los hombres, luego de la muerte de su Hijo, son llevados a su Corazón de Madre, para ser purificados en la contemplación de Cristo muerto en la cruz, y para volverse, de esta manera, fuente de santificación.
Es por esto que el cristiano no puede nunca desesperarse en el dolor, o sufrir como si el dolor no tuviera sentido; a partir de que el dolor ha sido asumido por Cristo y redimido por Él, y co-redimido por María Santísima, el dolor adquiere un nuevo sentido, un sentido que antes no lo tenía, un sentido de trascendencia y de eternidad: si antes era castigo, como consecuencia del pecado, ahora se vuelve don del cielo, venido de lo alto, desde el seno mismo de Dios Trinidad.
El dolor, que ingresa en el mundo y en el hombre como consecuencia de su rebelión en el Paraíso, ahora, al ser sufrido por Jesús y por
No puede, por lo tanto, el cristiano, vivir su dolor aislado de la cruz, sin hacerlo partícipe de los dolores de
De esto se deduce, entre otras cosas, el grave daño que supone la eutanasia, por un doble camino: porque es un suicidio asistido, y porque priva al alma de abrirse paso al cielo por medio de su dolor.
lunes, 22 de agosto de 2011
María Reina

Luego de ser asunta a los cielos, la Virgen recibe, de parte de la Trinidad, la corona de luz y de gloria que la constituye como Reina de todo lo creado. La Virgen es Reina en el cielo porque su Hijo es Rey, ya que es Él quien le otorga la realeza y la corona. María Reina, con corona de luz y de gloria, está anunciada en el Apocalipsis: Ella es la “mujer que aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). El hecho de que sean los elementos creados celestes –sol, luna, estrellas- los que la adornen, sumados a los ángeles que la honran –tal como aparece en la tilma de Juan Diego, como la Virgen de Guadalupe-, indica que la Virgen en el cielo, como Reina, tiene poder y majestad sobre toda la creación, visible e invisible, los ángeles.
María es Reina y recibe una corona de luz y de gloria en el cielo, porque su Hijo es Rey y porque Él recibió primero, en su Resurrección y Ascensión, la misma corona de luz y gloria.
Pero tanto Jesús como la Virgen, para recibir esta corona de luz y la condición de reyes soberanos, tuvieron que pasar previamente por la amargura, el dolor y la humillación de la Pasión.
Así como no hay resurrección sin cruz, así tampoco hay corona de luz y de gloria sin la corona de espinas. Si bien la Virgen no fue coronada materialmente de espinas, movida por el amor a su Hijo, experimentó en Ella cada una de sus espinas, y sufrió con Jesús cada uno de sus dolores, por lo que se puede decir que María llevó espiritualmente la corona de espinas, redimiendo junto a Jesús los malos pensamientos de los hombres: de soberbia, de rencor, de odio, de venganza, de vanagloria, de placer desenfrenado.
Al contemplar a María Reina, coronada con una corona de luz, pensemos que esa corona se la dio Dios Padre, por sus méritos de Corredentora junto a su Hijo Jesús, y pensemos también que nosotros en cambio le dimos, con nuestros malos pensamientos, con nuestros malos deseos, los dolores de las espinas de su Hijo Jesús. Si Dios Padre la coronó de gloria en el cielo, nosotros punzamos la cabeza de María con nuestros pecados, con nuestros malos sentimientos para con el prójimo. Pensemos en esto, y hagamos el propósito de nunca más volver a punzar la cabeza de la Virgen, y pidamos en cambio la gracia de tener los mismos pensamientos y los mismos deseos que tienen Jesús crucificado y coronado de espinas, y la Virgen al pie de la cruz.
jueves, 28 de julio de 2011
Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados

“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5, 4). Esta bienaventuranza parece algo contradictorio: ¿cómo puede ser alguien “bienaventurado”, es decir, feliz, dichoso, si llora? ¿No es acaso el llanto el signo por excelencia de la desdicha? Es cierto que al llanto sigue la promesa del consuelo, pero no deja de ser llanto, es decir, signo de desdicha y de lamento, y por eso nuevamente la pregunta: ¿cómo se puede ser feliz alguien que llora por la desdicha? La respuesta es que no hay contradicción, porque si bien es cierto que el llanto es signo de pesar y dolor, ha sido asumido, como toda realidad humana –excepto el pecado-, por Cristo en la cruz, y por lo mismo, ha sido santificado. Ninguna bienaventuranza puede entenderse fuera de la cruz de Jesús y de Jesús en la cruz, y mucho menos la bienaventuranza del que llora. Sólo el llanto llorado al pie de la cruz es bienaventurado, porque solo ese llanto es santificado por Cristo y solo en esta santificación radica el consuelo del que llora.
Y si es bienaventurado el que llora, Jesús es el Primer Bienaventurado porque Él es el primero en llorar por la justicia y el honor de Dios, pisoteados por el infierno y por la humanidad desagradecida, y por eso es el primero en merecer la consolación divina. Llora Jesús como Niño Dios, desde su ingreso en este mundo, llora por el frío de la noche de Belén, pero llora más por el frío que encuentra en los corazones de los hombres, en sus corazones enfriados en el amor a Dios; llora el Niño Dios y llora también el Mesías de Israel, por su patria, Jerusalén (cfr. Lc 19, 41), porque se obstina en rechazar al enviado de Dios; llora Jesús por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Mt 11, 32-44), cuyo cadáver en descomposición representa al alma en pecado mortal, muerta a la vida de la gracia; llora con lágrimas de sangre el Sagrado Corazón en la amargura del Huerto (cfr. Lc 22, 39-46), por la indiferencia de todos aquellos que se perderán al despreciar el amor de Dios que se les ofrece por su sacrificio en cruz; llora el Hombre-Dios que cuelga desde la cruz, por el terrible dolor que en su alma provoca el odio deicida y fratricida de los hombres; llora en silencio porque muchos de los bautizados, aquellos por quienes se entregó, son indiferentes y rechazan su sacrificio en cruz y Su Presencia Sacramental.
María es también la Primera Bienaventurada, y por eso llora también la Virgen: llora la Madre del Niño Dios, al verlo tan desamparado en la noche fría y oscura del abandono y del rechazo de los hombres; llora la Gloria de Israel, al comprobar que los Elegidos de Dios se confabulan con el infierno para llevar a su Hijo a al cruz; llora el Corazón Inmaculado en el Huerto de Getsemaní, compartiendo la amargura del Corazón de Su Hijo por todos los desagradecidos que se perderán por culpa propia; llora la Virgen de los Dolores al pie de la cruz, porque los dolores de Su Hijo que cuelga de la cruz los siente Ella en el alma y en su Corazón Purísimo como si fueran propios; llora la Virgen que adora la Eucaristía al ver tantos lugares vacíos en las Horas santas, vacíos porque quienes deberían ocuparlos, adorando a Su Hijo, prefieren otros amores y otros entretenimientos, antes que compartir con Él un poco de su tiempo mundano.
Lloran la Madre y el Hijo, lloran los Bienaventurados, y sus lágrimas de dolor, de pena y de tristeza, y también de amor, las ofrecen al Padre quien derrama su Espíritu Consolador sobre los hombres, convirtiendo sus lágrimas de dolor y desesperanza en lágrimas de consuelo y de alegría.
sábado, 7 de mayo de 2011
Oremos con el icono de la Madre de Dios "Lamentación de la cruz"

Éste es uno de los íconos más raros de
Hacia abajo, hacia el pie de la cruz, está la tumba de Adán con su cráneo, simbolizando la tumba del primer hombre a los pies de la cruz y el sacrificio del Calvario como expiación del pecado original. Al costado y delante de
Podemos rezar con cada uno de los elementos del ícono.
La espada, que desde la cruz se dirige al Corazón de
Sobre el extremo superior del ícono se ven, en el espacio que corresponde al cielo, unas densas nubes negras, representando a la oscuridad que se abatió sobre toda la tierra el Viernes Santo, en el momento de la muerte de Jesús: “Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” (cfr. Lc 23, 44). A su vez, las tinieblas de las tres de la tarde, son un símbolo de las tinieblas espirituales en que se encontraban los hombres a causa del pecado original, tinieblas que condujeron a los hombres a crucificar al Hombre-Dios.
La ciudad de Jerusalén aparece hacia atrás para recordar que Aquel que fue crucificado como ladrón, es en realidad el Rey de Jerusalén. La ciudad aparece como expulsando a su propio Rey, mandándolo a morir fuera de sus muros.
Otro detalle del icono con el cual se puede rezar es el cráneo de Adán, que aparece al pie de la cruz de Jesús. Según
Los instrumentos de
Por último, la oración con el ícono “Lamentación de
domingo, 17 de abril de 2011
Oremos con el icono de la Madre de Dios La Pasión

Podemos orar con este icono meditando en lo que su nombre evoca:
Para ello, he aquí un breve relato, desde el Huerto hasta la crucifixión.
Ya en el Huerto de los Olivos había conocido Jesús la ingratitud, la indiferencia y la decidia de sus discípulos: mientras Él sudaba sangre y experimentaba terror y una angustia de muerte (cfr. Mt 26, 38) ante la visión de la maldad de los pecados de los hombres, y mientras sufría en agonía porque sabía que muchas de las almas por las cuales Él moría se iban igualmente a condenar, sus discípulos, llevados por el cansancio de la jornada, pero también por la falta de amor hacia Jesús, y por la incomprensión del don de su amor que les estaba por hacer al morir por ellos en la cruz, duermen (cfr. Mt 26, 40).
Mientras Jesús suda sangre y llora de angustia y sufre el espanto de la visión de los pecados de la humanidad, los discípulos duermen en el Huerto de los Olivos.
Jesús conoce el abandono, la pereza, la indiferencia, la incomprensión de sus discípulos.
También en el Huerto de los Olivos había conocido la amargura y el dolor de la traición, al consumarse la entrega de Judas Iscariote. El dolor de Jesús se refleja en las palabras que dice a Judas: “Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (cfr. Lc 22, 48). Lo trata de ‘amigo’, y le hace ver que ha usado el signo propio de la amistad, el beso en la mejilla, para consumar la traición. El dolor de Jesús se ve aumentado porque quien lo entrega es alguien a quien Él considera su amigo: “Amigo”, le dice al ser entregado por Judas.
Luego del Huerto, cuando ya ha emprendido el camino de la cruz, a lo largo de todo el camino de
Jesús no solo no tiene consuelo de parte de los hombres, sino que los hombres, aliados con los ángeles caídos, y por permisión divina, se dejan llevar por la furia y el odio deicida, y descargan toda la maldad de sus corazones humanos en el cuerpo maltrecho del Cordero de Dios, que sin quejarse se deja llevar al matadero.
Sólo su Madre, María, le da el consuelo que le da fuerzas para llegar a la cima del Monte Calvario. Si de los hombres recibe insultos, golpes, furia homicida y deicida –llevados por un odio satánico, los hombres matarían a Dios si pudieran hacerlo-, de María recibe consuelo, amor, dulzura, paz, ternura, que obran en el Hombre-Dios, maltrecho y malherido, como si le aplicaran aceite y bálsamo en sus heridas cubiertas de sangre y de polvo.
La mirada de amor maternal de María, al cruzarse con la mirada de Jesús, en el momento en el que Jesús cae llevando la cruz –es el encuentro con
La mirada de María a su Hijo Jesús, cuando cae con la cruz camino del Calvario, es la mirada del amor de
El Hijo de Dios experimenta el dolor y la tribulación de la cruz, pero recibe también de su Madre la mirada de su amor y el saber que su Madre está con Él hasta que Él entregue su espíritu al Padre. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16-20), les dice Jesús a sus discípulos; “Yo estoy contigo, Hijo de mi Corazón, todos los días hasta el fin de tus días”, le dice
Así como María acompaña a su Hijo Jesús en
P. Álvaro Sánchez Rueda
jueves, 20 de enero de 2011
Una espada de dolor atravesará tu corazón

“Una espada de dolor te atravesará el corazón” (cfr. Lc 2, 35). Apenas nacido el Niño,
Consciente de que el Niño que lleva en sus brazos, ha sido engendrado por el Espíritu (cfr. Mt 1, 20), según el anuncio del ángel, y extasiada en la contemplación del fruto de sus entrañas, que es al mismo tiempo su Dios y su Creador, María exulta de gozo en el momento en el que ingresa en el templo de Jerusalén para consagrar a su Hijo.
Pero en la vida de
Fue en
Es entonces en
Pero el dolor de