Historia
y milagros de las imágenes.
Sucedió
que una vez que Fray Francisco de Victoria, quien era Obispo del Tucumán,
terminó su mandato pastoral y estando ya en España, mandó dos cajones para
América: uno, con la imagen de la Virgen del Rosario para Córdoba y otro con el
Señor Crucificado para la Iglesia Matriz de Salta. Es en el puerto de Callao en
donde sucede el primer prodigio, porque en el año 1582 se encuentran los dos
cajones flotando, con las siguientes inscripciones: “Un Señor Crucificado para
la Iglesia matriz de la Ciudad de Salta, Provincia del Tucumán, remitido por
Fray Francisco Victoria, Obispo del Tucumán”. En el otro cajón, la inscripción
decía: “Una Señora del Rosario, para el Convento de Predicadores de la Ciudad
de Córdoba, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, Obispo
del Tucumán”.
Cuando
la gente de la ciudad salió hacia el puerto, divisó dos cajones flotando sobre
las aguas, pero el prodigio está en que nunca se supo del navío que las traía
ni de su tripulación. Al sacarlos del océano y luego de abrirlos, se dan con la
grata sorpresa de las dos imágenes que enviaba el antiguo Obispo de Tucumán. Si
no hubo ningún navío, la única explicación es que el traslado de las imágenes
fue prodigioso: fue el Amor Misericordioso de Cristo el que permitió que a
través de los mares llegaran estas imágenes para mostrar su misericordia a
quienes en Él buscasen el perdón y en su Madre la intercesión.
La
hermosura de las imágenes, acompañada de la sensación de amparo y bendición que
produjeron las imágenes en el Callao hizo que fueran portadas en procesión por
los pobladores hacia la capital, Lima. Según
una piadosa tradición, al llegar a Lima, las imágenes fueron veneradas por tres
santos: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y San Martín de Porres. Finalmente
las autoridades decidieron cumplir con la voluntad del Obispo Fray Francisco de
Victoria, haciendo llevar las imágenes a sus respectivos destinos: el Señor
Crucificado a Salta y la Virgen del Rosario a Córdoba. Cuando la comitiva se
acercaba a Salta, autoridades civiles, militares y eclesiásticas prepararon una
improvisada bienvenida. Después de un solemne Oficio religioso ubicaron la
imagen del Cristo Crucificado en el Altar de las Ánimas. Era septiembre del año
1592. Luego, la comitiva continuó su camino a la ciudad de Córdoba llevando a
la Virgen del Rosario, actual Patrona de esa ciudad, dejándola en el Convento
de los Padres Dominicanos.
El Santo Cristo sería llamado más tarde por la piedad del
pueblo salteño con el nombre de “Señor del Milagro”, mientras que la imagen de
la Virgen del Rosario recibiría el nombre de “Nuestra Señora del Rosario del
Milagro de Córdoba”, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers
la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Ayres,
con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.
Pasadas
las celebraciones, comienza paulatinamente, una triste historia, la del olvido
ingrato del Crucificado, dejándolo sin ningún recuerdo especial, en el Altar de
las Ánimas, por un siglo entero. Pasaron cien años del encuentro original del
Señor y su pueblo y, como sucede entre los hombres, el entusiasmo se fue
enfriando y el Cristo quedó olvidado completamente. Según la tradición, la otra
imagen,
la de la Pura y Limpia Concepción, ya estaba en Salta y pertenecía a una
familia ya asentada en estos solares. Esta familia celebraba la fiesta de la
Natividad de la Virgen María (8 de septiembre) llevando la imagen a la Iglesia
Matriz. Providencialmente, esta vez la imagen quedó en el Templo unos días más.
En el año 1692 la imagen de Inmaculada Concepción de María, que luego se
llamaría Virgen del Milagro, se encontraba a tres metros de altura en un nicho
del retablo del Altar Mayor.
El terremoto del 13 de septiembre del año
1692.
Cuando
comenzaron los terremotos del 13 de septiembre de 1692, a las 10hs, la ciudad
de Esteco, centro geográfico y comercial, rica y apartada de Dios, se hundió,
quedando totalmente arruinada. Cabe recordar que un gran santo que misionó por
las tierras del Norte Argentino, San Francisco Solano, había profetizado: “Salta
saltará y Esteco se hundirá” y así efectivamente sucedió. Fue entonces que
quiso la Virgen María, presentar su ruego ante el Trono de Dios. Luego de
pasados los primeros momentos de espanto, muchas personas acudieron a la
Iglesia Matriz para salvar el Santísimo Sacramento, encabezados por el
sacristán Juan Ángel Peredo que abrió las puertas de la Sacristía, por donde
entraron al templo. Estando allí dentro, lo primero que vieron fue la imagen de
la Virgen Inmaculada echada “al pie del altar” con la cara hacia arriba, como
si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo, implorando misericordia. Es
de notar que Su rostro estaba pálido y demacrado, y que no había sufrido
ninguna rotura, ni allí ni en las manos. Mientras que el dragón, que estaba a
sus pies, tenía destrozada un ala, una oreja y deformada la nariz, y la media
luna colocada también a los pies, estaba rota. La Virgen Inmaculada fue sacada
fuera y colocada junto a un altar puesto a las puertas de la Iglesia y, a los
ojos de los innumerables fieles que, contritos y apesadumbrados, rezaban
fervorosamente pidiendo la misericordia de Dios. Su rostro mudaba de colores
manifestando los sentimientos de dolor y angustia por sus hijos que estaban
pasando una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino
Redentor y Su Santa Ley. El pueblo salteño postrado a los pies de la Santísima
Reina de los Cielos, rogaba su poderosísima intercesión ante Su Divino Hijo,
para que tuviera misericordia de la ciudad y de sus habitantes, reconociendo
las faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios.
Los hechos milagrosos del 15 de
septiembre.
El
15 de septiembre, cuando ya habían pasado tres días desde el comienzo del
terremoto, la tierra continuabas temblando; la gente descansaba a la intemperie
por temor a perecer aplastada dentro de los edificios totalmente agrietados. Esos
han sido días de oración y penitencia, pero la furia de la naturaleza
vengadora, a pesar de las rogativas y procesiones aún con el Santísimo
Sacramento, no se ha calmado todavía. Uno de los Padres de la Compañía de
Jesús, el padre José Carrión, afligido por la situación sintió una voz que con
toda claridad le decía que: “Mientras no sacasen al Santo Cristo, abandonado en
el Altar de las Ánimas, no cesarían los terremotos”. El sacerdote, con una
llama de esperanza encendida en él, se dirigió urgentemente a comunicar el
mensaje recibido. Una vez más entraron al Templo. En la penumbra, contemplaron
la imagen, que con dificultad pudieron bajar, acomodándola en unas andas que le
sirvieron para sacarla al atrio de la derruida Iglesia. El pueblo acudió al
Templo, con antorchas encendidas, contemplando admirados la imagen del
Crucificado. Las campanas llamaron a penitencia, invitando a la primera
procesión, a la cual acudieron las autoridades civiles, militares y pobladores,
presididos sacerdotes. Así, a las primeras horas de la tarde, llevada en
hombros de las principales autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo
Crucificado y recorre en imponente procesión, las principales calles de la
ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia. Ante Su presencia se realiza el
milagro: la tierra hasta ese momento enfurecida contra los ingratos hijos de
Eva, se calma inmediatamente a la vista del Divino Crucificado. Salta entona un
himno de júbilo y de acción de gracias para quienes desde ese momento son
bautizados definitivamente con los nombres de “El Señor y la Virgen del Milagro”.
La procesión del 15 de setiembre fue jurada que se repetiría todos los años, lo
cual se ha venido haciendo con vivas muestras de piedad y amor filial por parte
del fiel pueblo salteño. El 8 de octubre de aquel agitado 1692, el cabildo
salteño calificó de milagrosos los sucesos acaecidos entre el 13 y el 15 de
septiembre. El 13 de octubre del mismo año se reconoció a Nuestra Señora como
Patrona y Abogada de Salta y a partir de entonces, todos los 15 de septiembre,
tanto el Cristo como la Virgen recorren en procesión las calles de la ciudad.
Luego se produjeron otros dos grandes temblores de tierra,
el 18 de Octubre de 1844 y el 23 de Agosto de 1948, acudiendo la población en
ambos casos en masa a la procesión realizada desde la Iglesia Catedral con las
dos milagrosas imágenes. Por tercera vez en la historia, el Santo Cristo del
Milagro había manifestado Su misericordia para con los salteños. A instancias
de los ruegos de Su Santísima Madre, la Inmaculada Virgen del Milagro,
protectora particularísima de la Ciudad de Salta, que vela sobre ella para que
no desfallezca la Santa Fe Católica en sus hijos.
Reflexiones acerca de
las imágenes y los milagros.
Una primera reflexión es acerca del Amor Misericordioso de
Dios, que fue el que trajo las imágenes, porque al no haber rastro alguno de
ninguna nave, no queda otra explicación que el hecho milagroso, es decir, que
las imágenes fueron transportadas por ángeles o bien por el mismo Espíritu
Santo, el Amor de Dios, en Persona. A través de las imágenes, Dios quería
colmar de gracias y bendiciones al Pueblo Argentino y por ese motivo, aun sin
un barco que las transportara, llegaron las imágenes a nuestras tierras
americanas y desde allí a la Provincia del Tucumán en sus destinos finales, las
actuales provincias de Salta y Córdoba. Otra
reflexión que podemos hacer es cómo los hombres somos ingratos y apenas pasada
la emoción de la novedad, nuestra devoción y nuestro amor hacia Jesús
Crucificado y su Santísima Madre caen en la más profunda de las indiferencias. Son
necesarios peligros de muerte física y eterna, como un terremoto, para que nos
acordemos de Dios. Esto nos enseña que no debemos acudir a Dios por temor a que
nos pase algo malo, sino con el amor filial de los hijos de Dios. Una última reflexión es acerca del
poder intercesor de María Santísima: sin duda, Nuestro Señor estaba bastante
molesto porque los fieles lo habían abandonado por cien años en el Altar de las
Ánimas y estaba dispuesto a hacer sentir su enojo para con los ingratos fieles
católicos de todos los tiempos, pero la Santísima Virgen, aplastando la cabeza
del Demonio por un lado, por otro imploraba la misericordia de su Hijo y esto se
puede comprobar por la posición en que quedó la Virgen luego del primer
terremoto –mirando a su Hijo crucificado- y los cambios de color –la palidez
extrema- de su rostro, inexplicables desde el punto de vista humano. La Virgen
sentía dolor ante la segura muerte de sus hijos que, ingratamente, habían
olvidado a Jesús Crucificado, relegándolo a un altar y dejándolo cubierto de
polvo. Esto nos enseña el poder de la intercesión de la Virgen, cuyo amor
maternal es capaz de sostener el brazo de su Hijo que, llevado por la Justicia
Divina, habría de descargar sobre los hombres toda clase de castigos, de no
mediar la intercesión de su Madre. Nos enseña que el Hijo no le niega nada a la
Madre, aun cuando el Hijo esté justamente ofendido por las indiferencias,
ingratitudes y sacrilegios que los hombres le propiciamos a su Sagrado Corazón
con nuestros pecados. No esperemos entonces a experimentar un peligro de muerte
para acudir a Jesús Crucificado; acudamos a sus pies, postrándonos ante Él,
para pedirle perdón por nuestros pecados y para hacerle llegar, por intermedio
de la Virgen Santísima y de su Corazón Inmaculado, el amor de nuestros
corazones arrepentidos.
En cuanto a la
imagen de la Virgen, su procedencia no está determinada, pero su análisis
muestra que la cabeza y las manos son de distinto origen al cuerpo tallado, al
que fueron añadidas. Inicialmente la Virgen del Milagro fue una Inmaculada de
bulto completo con manto, todo tallado en madera. Esta imagen fue labrada
nuevamente para hacerla articulada y poder vestirla con indumentarias de tela. Al respecto,
Monseñor Toscano escribió: “La novedad que todo lo invade, comenzó por ponerle
vestidos de tela, costumbre que se ha perpetuado hasta hoy,
desperfeccionándosele, con este motivo, algo de la cabeza para acomodarle pelo
postizo, y los brazos para hacerlos susceptibles de ser cubiertos de ropa”. El
ajuste a la nueva moda fue realizado por Tomás Cabrera, como consta en la tarjeta
orlada sobre el pecho que dice: “Tomás Cabrera, la encarnó. Año 1795”.
(Encarnar significa darle color carne a las esculturas, y nada tiene que ver
con el tallado del cuerpo completo). La túnica tallada está ornamentada con
finas líneas de oro sobre pintura que simulan brocato y una ancha faja de pan
de oro en su borde inferior.