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viernes, 12 de mayo de 2023

Nuestra Señora de Fátima y el castigo de Dios

 

   

         Recientemente, un religioso que ocupa un alto cargo en una Academia Pontificia, declaró que todas las apariciones de la Virgen donde se anunciaba un castigo de Dios, eran falsas: “Fray Stefano Cecchin, ofm, presidente de la Pontificia Academia Mariana, ha concedido una entrevista al semanal Alfa y Omega, en la que, entre otras cosas, asegura que “las apariciones que hablan de castigos de Dios son absolutamente falsas”[1]. Esta afirmación es contraria a la Tradición, al Magisterio y a las Escrituras y, por lo tanto, no la vamos a aceptar; entre otras cosas, cabría preguntarse si estas declaraciones decretan como falsas las apariciones de la Virgen en Fátima, Akita y La Salette, en donde se habla de “castigo divino”, de “condenación eterna”, de “ira de Dios”. Estas declaraciones abarcarían no solo a la Devoción a la Divina Misericordia, sino que incluso al mismo Señor Nuestro Jesucristo, quien en el Evangelio habla igual o incluso más, acerca del Infierno y del Reino de las tinieblas, es decir, Jesús habla más de la eterna condenación en el Infierno, que la salvación en el Cielo y habla más del Reino de las tinieblas, que del Reino de los cielos.

         Habiendo dicho esto, haremos referencia, brevemente, a los que consideramos que son los elementos centrales de las Apariciones de Fátima. En estas apariciones de la Virgen, aprobadas por la Santa Iglesia Católica, hay cuatro elementos centrales: devoción piadosa -comunión de rodillas- y con amor a Jesús Eucaristía; rezo del Santo Rosario por la conversión de pecadores; penitencia y sacrificios por conversión de pecadores; existencia del Infierno y condenación eterna como consecuencia de despreciar los Mandamientos y los Sacramentos de la Iglesia Católica.

         La piedad, la devoción, el amor y la fe a la Eucaristía, es un elemento central, tal vez el principal, en las Apariciones de Fátima: antes de aparecerse la Virgen, se aparece el Ángel de Portugal por tres veces; en la tercera aparición del Ángel, el Ángel trae la Eucaristía y el Cáliz y antes de darles la Sagrada Comunión a los niños, deja suspendidos en aire a la Eucaristía y el Cáliz y se postra en tierra, con la frente tocando el suelo y les enseña a los Pastorcitos las oraciones eucarísticas de adoración y reparación. La tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de 1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la descripción de la Hermana Lucía[2], transcurrió de la siguiente forma: “En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad...”. Y desapareció. Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte”.

         El otro mensaje de Fátima es el pedido de oración, específicamente, del Santo Rosario, diciéndoles así la Virgen: “Soy del Cielo (…) Vas al Cielo y Jacinta y Francisco también (…) Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: ¡Oh Jesús (…) lleva todas las almas al Cielo!”[3] y también la oración de reparación por las ofensas cometidas por los hombres contra Dios Uno y Trino. En la primera aparición del Ángel, se les enseña a los niños cómo rezar, en adoración y reparación a Dios; ocurrió en la primavera o en el verano de 1916, en una gruta del “outeiro do Cabeço”, cerca de Aljustrel, y se desarrolló de la siguiente manera, conforme narra la Hermana Lucía: “Sólo habíamos jugado unos momentos cuando un viento fuerte sacude los árboles y nos hace levantar la vista para ver qué pasaba, pues el día estaba sereno. Comenzamos a ver, a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba fuimos distinguiendo sus facciones: era un joven de unos catorce o quince años, de una gran belleza. Estábamos sorprendidos y absortos; no decíamos ni una palabra. Al llegar junto a nosotros nos dijo: “No temáis, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo”. Y arrodillándose, inclinó su frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Después de repetir esto tres veces se irguió y dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Y desapareció. El ambiente sobrenatural que nos rodeaba era tan intenso, que casi no nos dimos cuenta de nuestra propia existencia durante mucho tiempo y permanecimos en esta posición en que nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa y tan íntima que ni entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos nuestro espíritu envuelto por esa atmósfera, que sólo muy lentamente desapareció”[4].

         Otro elemento central en las Apariciones de Fátima es la importancia de la penitencia y del sacrificio. La segunda aparición del Ángel ocurrió en el verano de 1916, sobre el pozo de la casa de los padres de Lucía, junto al cual jugaban los niños. Así narra la Hermana Lucía lo que entonces les dijo el Ángel a ella y a sus primos: “¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios. ¿Cómo nos tenemos que sacrificar?, pregunté. “De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe. Y desapareció. Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del sacrificio y cómo le era agradable; y cómo en atención a él, convertía a los pecadores”[5].

Por último, un elemento también central en Fátima es la existencia del Infierno, realidad y existencia que es un dogma de fe de la Iglesia Católica, sin cuya creencia nos apartamos de esta Santa Fe. De modo concreto, en las Apariciones de Fátima, la Virgen no se anda con vueltas con respecto a la pedagogía con los niños o si estos tal vez quedarían “traumatizados” si supieran del Infierno, todos argumentos modernistas para ocultar la existencia del Infierno a los niños: la Virgen los lleva al Infierno, en donde los niños, cuyas edades iban desde los siete años -Jacinta- hasta los ocho o nueve, ven, con sus propios ojos, el Infierno, ven el lago de fuego, ven caer a las almas en el lago de fuego, “como copos de nieve”, ven a los demonios atormentando a las almas condenadas. Dice así la Hermana Lucía con respecto a la visión sobre el Infierno en Fátima: “Fue el día 13 de julio de 1917, después de haber dicho estas palabras: “Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hicierais algún sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. Al decir estas últimas palabras, escribe Sor Lucía, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o broceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas misma salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto cuando di aquel “ay”, que dicen haberme oído). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo entre bondadosa y triste: «Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”[6].

 

“Mar de fuego, formas horribles de los demonios, gritos de desesperación”: lo que vieron los pastorcitos corresponde perfectamente con las penas físicas y morales que sufren para siempre los que murieron en estado de pecado mortal. Y con respecto al Infierno, hay que decir que es una muestra de que Dios SÍ castiga, sí castiga al ángel rebelde y al ser humano rebelde, que muere voluntariamente en pecado mortal, porque voluntariamente no quiere recibir el Amor de Dios. Entonces, decir que una aparición mariana es falsa porque anuncia el castigo de Dios, es una afirmación temeraria, falsa, modernista, contraria a la Santa Fe Católica.

Reparemos las ofensas a los Sagrados Corazones de Jesús y María; reparemos por nuestros propios pecados y por los pecados de los demás; hagamos adoración eucarística, pidamos nuestra conversión eucarísica, recemos el Santo Rosario, hagamos sacrificios y penitencias por las conversiones de los pecadores, pidamos insistentemente la gracia de perseverar en la Santa Fe Católica hasta el último día de nuestras vidas y de perseverar en la gracia y en las obras de misericordia, para así evitar el castigo divino, el Infierno eterno.

        

 

viernes, 13 de mayo de 2016

Los pedidos y advertencias del cielo en las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima


Las apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, constituyen una de las más grandiosas manifestaciones marianas de todos los tiempos y esto debido al contenido de su mensaje, que atañe tanto a la salvación personal, como a la del mundo entero. En estas apariciones, el cielo, a través de la Madre de Dios, nos recuerda qué es lo que debemos hacer, tanto para salvar el alma propia, como la de los pecadores: adoración y comunión eucarística, penitencia y sacrificios por los pecadores, rezo del Santo Rosario, reparación por los ultrajes que continuamente reciben los Sagrados Corazones de Jesús y María. Pero en estas apariciones el cielo nos advierte además acerca de los dos únicos destinos posibles en el más allá: o cielo, o infierno (el Purgatorio es la antesala del Cielo), por medio de las experiencias místicas los Pastorcitos, quienes experimentan dos clases distintas de fuegos: el fuego del Amor de Dios, que no arde y produce gozo y alegría celestial, y el fuego del Infierno, que sí produce dolor. Puesto que nadie va de modo “automático” ni al infierno ni al cielo, sino que esos destinos los merecemos de acuerdo a nuestras obras libremente realizadas, las apariciones de Fátima nos hacen reflexionar también acerca de si nuestra fe está viva, lo cual se demuestra con obras, o si por el contrario está muerta –lo cual se demuestra con ausencia de obras-.
Antes de las apariciones propiamente de la Virgen y como preparación para estas, se les apareció a los Pastorcitos un ángel, quien luego se identificó como el “Ángel de Portugal”[1]. En su primera aparición, el ángel les enseñó una oración de reparación a la Trinidad, relatada de este modo por Sor Lucía: “Pasaron tan solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absortos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo: “No tengáis miedo. Soy el Ángel de la paz. Orad conmigo. Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no te adoran, no te esperan y no te aman”. Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Orad de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”.
En su Tercera Aparición, el Ángel de Portugal les enseña a adorar la Eucaristía, además de enseñarles las oraciones de amor y reparación a la Trinidad; finalmente, les da la Comunión bajo las dos especies: “Vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver qué pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos pidió que repitiésemos tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios. Una vez más él se inclinó al suelo repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: “Santísima Trinidad…” etc. y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía, imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y repitiendo las oraciones como él las decía”.
El pedido de penitencia y sacrificios por la conversión de los pecadores es un pedido personal de la Virgen. En su Primera Aparición les dice a los Pastorcitos[2]: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” -Si queremos. –“Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá”[3]. En la Tercera Aparición, vuelve a pedir que ofrezcamos sacrificios por la conversión de los pecadores y en reparación por los ultrajes contra su Inmaculado Corazón: “¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: OH, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”. En la Cuarta Aparición: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. En la Sexta Aparición: “Soy la Señora del Rosario (…) continúen rezando el Rosario todos los días”.
También el Ángel de Portugal les pide oración y sacrificios por los pecadores, en su segunda aparición: “¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!”.
La Virgen les hace tener una experiencia mística del Amor de Dios y de su Presencia en la Eucaristía, enseñándoles una oración a Jesús Eucaristía: “Diciendo esto la Virgen abrió sus manos por primera vez, comunicándonos una luz muy intensa que parecía fluir de sus manos y penetraba en lo más íntimo de nuestro pecho y de nuestros corazones, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, más claramente de lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior que nos fue comunicado también, caímos de rodillas, repitiendo humildemente: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento””.
También el pedido de rezar el Rosario. En la misma aparición, les dice: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. En la Tercera Aparición les dice: “Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra”.
La reparación también es pedida por la Virgen, con la devoción de los Cinco Primeros Sábados de mes, aunque esta devoción la especificará años más tarde, en otras apariciones, las de Pontevedra, España. En Fátima anunció el origen de la devoción: “(Jesús) quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A aquellos que abracen esta devoción les prometo la salvación y serán predilectas de Dios estas almas, como flores puestas por Mi para adornar su trono”, y en Pontevedra especificó cómo debía ser[4]: “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”. Entonces dijo el Niño: “Ten compasión del corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los hombres ingratos le clavan continuamente sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas”. Y en seguida dijo la Santísima Virgen: “Mira, hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes, tú, al menos, procura consolarme y di que: Todos aquellos que durante cinco meses seguidos, en el primer sábado, se confiesen y reciban la Santa Comunión, recen el Santo Rosario y me hagan 15 minutos de compañía meditando en los misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”. “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”[5].
Dentro de todas las experiencias místicas que experimentan los Pastorcitos, hay dos que se destacan, además de la experiencia de recibir la Comunión Eucarística de manos del Ángel de Portugal: la experiencia del Amor de Dios, descripto como “fuego que no arde”, y la experiencia del Infierno. Con relación a la experiencia de Dios, decía así Francisco: “Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? Esto no lo podemos decir. Pero qué pena que Él está tan triste; ¡si yo pudiera consolarle!”. Muy distinta es la experiencia con el otro fuego, el del Infierno, que sí arde y duele, según el relato de Sor Lucía: “Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevada por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor”.
Con respecto a esta última, podemos hacer la siguiente observación: en nuestros días, se oculta la realidad del Infierno y sobre todo a los niños, pero en Fátima, la Virgen no solo no oculta la realidad del Infierno a los niños, sino que, en cierta medida, los transporta allí, pues los niños tienen una experiencia real y directa del Infierno, tan real, que Lucía exclama asustada. Si la Virgen misma, en persona, les hace tener esta experiencia mística del Infierno, para advertirnos acerca de las consecuencias del desamor, la indiferencia y la rebelión contra Dios, ¿acaso cabe acusar a la Virgen por revelar estas cosas a los niños? Por supuesto que no; la conclusión, entonces, es que no se debe ocultar esta realidad de la eterna condenación, como tampoco los medios que el cielo nos da para ganar el cielo: rezo del Rosario, penitencia, sacrificios, adoración eucarística. En favor de esto, podemos recordar que Jacinta, lejos de quedar “traumatizada” o “perturbada” por la experiencia del Infierno, se preguntaba aún “porqué la Virgen no mostraba el Infierno a los pecadores” -e incluso ella misma deseaba hacerlo-, porque sostenía que si la Virgen lo hacía, los pecadores se convertirían y no se condenarían. Estas son sus palabras: “¿Por qué es que Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? Si lo viesen, ya no pecarían, para no ir allá. Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente. Verás cómo se convierten. ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!”. Jacinta también revela la causa principal de la condenación de muchas almas en nuestros días, los pecados de la carne: “Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne”.
Rezo del Santo Rosario, oración, penitencia, sacrificios, reparación, adoración a la Trinidad y a Dios Presente en la Eucaristía, recuerdo del cielo y del infierno: estos son algunos de los mensajes que la Madre de Dios nos transmite en las apariciones de Fátima, una de las más grandiosas apariciones marianas de todos los tiempos.





[1] http://webcatolicodejavier.org/VFapariciones.html
[2] http://www.corazones.org/maria/fatima/apariciones_nuestra_senora_fatima.html
[3] Cfr. ibidem.
[4] Mensaje del 10 de diciembre de 1925, Pontevedra, España.
[5] http://forosdelavirgen.org/3225/devocion-de-los-cinco-primeros-sabados/

martes, 12 de mayo de 2015

Los pedidos de la Virgen en Fátima: consagración a su Inmaculado Corazón, rezo del Santo Rosario y sacrificios por los pecadores


         En las Apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, se destacan tres grandes pedidos: rezar el Santo Rosario diariamente, consagrarse al Inmaculado Corazón de María y ofrecer sacrificios por los pecadores. Con relación a estos pedidos, en la Tercera Aparición en Fátima, Portugal, sucedida el Viernes 13 de Julio de 1917, la Virgen hace un llamado, a través de los Pastorcitos, a sacrificarse por los pecadores y a hacer reparación por ellos: su destino,  advierte la Virgen, es el infierno, desde el momento en que nadie reza ni se sacrifica por ellos y por lo tanto no reciben los beneficios redentores de la muerte de Jesús en la cruz. Sor Lucía relata así la Tercera Aparición: “Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la encina, entre numeroso público (4.000 personas) que estaba rezando el rosario, vimos el rayo de luz una vez más y un momento más tarde apareció la Virgen sobre la encina. -¿Qué es lo que quiere de mí? -pregunté. –“Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra, porque solo Ella puede conseguirlo”. -Dije entonces: quisiera pedirle nos dijera quién es, y que haga un milagro para que todos crean que Usted se nos aparece. –“Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver para que crean”. –“¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ‘Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!’”.
Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: -“Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”[1]. En esta Aparición se destacan entonces, como decíamos, los pedidos de sacrificios, de consagración al Inmaculado Corazón de María y de oración por la conversión de los pecadores, porque el destino irreversible de estos es el infierno, el cual no es algo imaginario ni simbólico, sino un horroroso y pavoroso lugar de castigo eterno, reservado para quienes, libre y voluntariamente, quieren perseverar en el mal.
Algo que se destaca de modo particular es el aspecto triste del semblante de la Virgen hacia el final de la Tercera Aparición, aspecto que se mantiene en la siguiente aparición, la Cuarta, y que se explica por el destino de dolor eterno al que se encaminan diariamente millones y millones de sus hijos que, día a día, elijen vivir y morir cumpliendo los mandamientos de Satanás y no los Mandamientos de la Ley de Dios. En la Cuarta Aparición de la Virgen, sucedida el Domingo 19 de Agosto, se repiten, tanto los pedidos de sacrificios y de oración del Santo Rosario, como el aspecto de tristeza de la Virgen: “(…) Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. Y la Virgen empezó a subir hacia Oriente, como de costumbre”[2].
Sin embargo, para quienes pretendan calificar de “apocalípticos” a los mensajes de Fátima -o a sus mensajeros-, les convendría tener presente que uno de los Pastorcitos, Francisco, en una de las apariciones, tuvo una experiencia mística en la que se vio envuelto en una luz y un fuego que no solo no le provocó el más mínimo dolor, sino que lo colmó de gozo, de serenidad y de paz. Francisco tuvo una experiencia mística en la que pudo experimentar la dulzura y el amor de Dios, al verse envuelto “en una luz que ardía pero que no quemaba”, y esa luz era Dios. Dice así Francisco: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”[3]. A diferencia del fuego doloroso del infierno, el Fuego de Amor que es Dios, no solo no provoca dolor, sino que concede paz, alegría y serenidad al alma, tal como la experimenta Francisco. Como diría Juan Pablo II en la homilía de beatificación de Jacinta y Francisco, basándose en la expresión de Francisco, Dios es “una luz que arde, pero que no quema”, y que mora en el corazón del que está en gracia, convirtiendo a esa persona en una “zarza ardiente viviente”: “Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cfr. Éx 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo”[4]. En otras palabras, lo que las apariciones de Fátima quieren transmitirnos, es que Dios quiere que sepamos, por un lado, que Él es Fuego de Amor Divino y que quiere abrasarnos a todos en ese Fuego de Amor, y que quiere que todos estemos en Él y que vivamos en su paz, en su amor y en su alegría, tal como dice la Escritura: “Dios quiere que todos nos salvemos” (cfr. 1 Tim 2, 4), pero lamentablemente, como la Virgen en persona les muestra a los Pastorcitos, la realidad es otra muy distinta –y este es el otro mensaje de las apariciones de Fátima-: si Dios quiere que toda la humanidad se salve, no toda la humanidad quiere ser salvada, porque gran parte de la humanidad desea cumplir otros mandamientos, los mandamientos de Satanás, que no son los mandamientos de Dios, y esa es la razón de la tristeza de Dios, tal como la relata Francisco. De hecho, en la actualidad, podemos constatar cómo, día a día, se profundiza día a día cómo la humanidad entera se dirige en una dirección diametralmente opuesta a la que conduce al Monte Calvario (ley de identidad de género, matrimonio igualitario, aborto, eutanasia, ISIS, genocidios, terrorismo, ateísmo, materialismo, hedonismo, relativismo, etc.).
Es por eso que no sorprende que tanto Jesús, como la Virgen, aparezcan entristecidos en las apariciones de Fátima, impactando de manera diversa a los Pastorcitos. Comentando las apariciones, dice Juan Pablo II: “Sólo a él (a Francisco) Dios se dio a conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra Él”. Para Francisco, Dios estaba triste, y él llora para consolarlo, para que Dios deje de estar triste, a causa de los pecadores. Y lo mismo sucede, pero con la Virgen, a Jacinta, según el mismo Juan Pablo II: “La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores”[5].
Consagración al Inmaculado Corazón de María, rezo diario del Santo Rosario, sacrificios por la conversión de los pecadores, para evitar su eterna condenación y para consolar a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, esos son los principales pedidos de las Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más importantes intervenciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia y de la historia de la humanidad.



[1] http://www.corazones.org/maria/fatima/apariciones_nuestra_senora_fatima.html
[2] Cfr. ibidem.
[3] https://anecdotasycatequesis.wordpress.com/2015/04/04/dia-4-de-abril/
[4] http://www.corazones.org/maria/fatima/homilia_beatificacion_jacinta_francisco.html
[5] Cfr. ibidem.

miércoles, 31 de octubre de 2012

La Virgen y sus pedidos de penitencia, sacrificio, oración y ayuno. El valor de la Cruz




         En la casi totalidad de sus apariciones, la Virgen nos pide, con insistencia, lo siguiente: penitencia, sacrificio, oración, ayuno.
         Por ejemplo, en Fátima, después de sus apariciones, el Ángel de la Paz, se les aparece a los niños, que están jugando, y les dice: “¿Qué hacéis? Los Sagrados Corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras oraciones por los pecadores”.
         La Virgen, luego de mostrarles el infierno a los tres pastorcitos, les dice que allí van los “pobres pecadores”, porque no tienen “quién rece y haga sacrificios” por ellos, y luego pide que hagamos sacrificios para que no caigan en el infierno los pecadores. A partir de las visiones y de los pedidos de la Virgen, los pastorcitos se destacarán por sus múltiples penitencias y sacrificios; siendo niños, se privan de agua en días de calor, soportan las humillaciones a las que los somete el intendente del lugar, que no creía en las apariciones, pasan largas horas en oración, rezando el Rosario y pasan todo el tiempo que pueden adorando a Jesús en el sagrario. Por ejemplo, Francisco, antes y después de asistir a la escuela, pasaba por la capilla y hacía adoración al Santísimo Sacramento, y cuando Jacinta se enfermó y fue llevada a un hospital de la capital, porque se había agravado, le pedía a la enfermera que corriera la cama para que ella, desde la ventana, pudiera mirar el techo de la capilla vecina, en la dirección en donde estaba el sagrario. Como estas, los pastorcitos hicieron muchas otras penitencias y sacrificios, por pedido de la Virgen, y también del Ángel de Portugal.
         En una de las apariciones en La Salette, la Inmaculada Concepción se le aparece a Bernardita, y lo único que repite es, por tres veces, “penitencia”: “Penitencia, penitencia, penitencia”. Además, guía en el rezo del Rosario a Bernardita.
         En las apariciones como Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, la Virgen pide rezar el Rosario, asistir a Misa el domingo y hacer penitencias y ayunos.
         En Akita, Japón, igualmente.
         Cuando se aparece como María Rosa Mística, a una señora mayor llamada Pierina Gilli, la Virgen le explica que las tres rosas, blanca, roja y amarilla, significan respectivamente oración, sacrificio y reparación.
         En La Salette, la Virgen llora amargamente porque los católicos  insultan a su Hijo y porque prefieren las diversiones del mundo antes que la Misa del Domingo, y también pide penitencia y oración, avisando que si no hacían caso, iba a venir una plaga para las papas y que la gente moriría de hambre, lo cual finalmente sucedió.
         En Ruanda, la Virgen se apareció a un grupo de jóvenes, que en ese entonces, eran adolescentes de la secundaria, advirtiéndoles que si no se convertían y abandonaban la vida de pecado, iba a suceder una gran desgracia en el país, una guerra civil, en donde moriría muchísima gente, lo cual también, desgraciadamente, sucedió, porque casi nadie hizo caso de las advertencias, y murieron más de un millón de personas, en lo que se conoce como el “genocidio ruandés”.
         Como estos ejemplos, podríamos seguir enumerando innumerables apariciones de la Virgen, en los que se repiten, con insistencia dramática, los pedidos de oración, de penitencia, de ayuno, de sacrificios.
         ¿Por qué este pedido de la Virgen?
         No se entienden los pedidos de la Virgen, y la necesidad urgente de hacer caso a los mismos, sino se considera antes cómo está el mundo en relación a Dios, y para saberlo, hay que recordar una frase que la Virgen le dijo a Sor Faustina, en una de sus apariciones: “Hasta los ángeles de Dios temblarán el Día de la ira de Dios”.
         Lo que tenemos que tener en cuenta es que el hombre, con sus continuos pecados, con la continua maldad que nace de su corazón, ha ofendido y sigue ofendiendo a Dios. Para que nos demos una idea, delante de Dios, no pueden estar los corazones enojados, los corazones mentirosos, los corazones malos, los corazones tramposos, los corazones ladrones, y es por eso que necesitamos la purificación de nuestro corazón, de donde salen “cosas malas”, como nos enseña Jesús en el Evangelio, y la purificación de los corazones se produce, además de por la gracia santificante, por la oración, la penitencia y el ayuno.
Otra cosa que tenemos que saber es que, como Dios es tan infinitamente perfecto, cada mentira, por pequeña que sea, merece castigo, y con mucha mayor razón, merecen un castigo mayor los pecados más graves, como el aborto, los robos, los sacrilegios, las guerras, las discordias, las profanaciones a la Eucaristía y a la Virgen.
Como consecuencia de todos estos pecados, que vienen desde Adán y Eva, que desobedecieron a Dios, y se continúan todos los días, esos pecados reclaman justicia delante de Dios, porque el pecado es malicia, mientras que Dios es bondad infinita, y Él no soporta el mal, mucho menos, cuando el mal brota del corazón del hombre.
Pero es aquí en donde viene Jesús en nuestra ayuda, porque Él se interpone entre la Justicia Divina y nosotros, ofreciéndose al Padre para reparar por tanta maldad, y es por eso que recibe todo el castigo que nos merecíamos todos y cada uno de nosotros. Cuando vemos a Jesús condenado a muerte, coronado de espinas, insultado, golpeado, flagelado, crucificado, tenemos que pensar que ése era nuestro lugar ante la Justicia Divina, y que si no hemos recibido todo ese castigo, es porque Jesús se interpuso, como si fuera un escudo protector, entre la justa ira de Dios y nosotros.
Este es el motivo por el cual tenemos que estar agradecidos a Jesús, porque Él ha soportado el castigo que merecían nuestras culpas, y sus heridas son consecuencias de nuestros pecados, y es así como dice el profeta Isaías: “Sus heridas nos han salvado”. Jesús entonces nos salva, pero también quiere asociarnos a la tarea de la salvación de la humanidad, quiere que seamos co-rredentores con Él, y para asociarnos a su Cruz, es que Jesús nos dice en el Evangelio: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”.
Éste es el sentido de las oraciones, las penitencias, los ayunos y las mortificaciones, que nos pide la Virgen en sus apariciones: unirnos, por todos estos medios, a Jesús en la Cruz, para salvar a nuestros hermanos de la eterna condenación, para que sean llevados al cielo. Cuando hacemos todo esto, somos co-rredentores, es decir, salvamos a la humanidad, junto a Jesús crucificado y junto a la Virgen, que está al pie de la Cruz.