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martes, 29 de octubre de 2019

La liturgia de la Palabra y el Legionario



        
         Para el Manual del Legionario[1], nuestra fe –la fe en Cristo Dios, el Mesías, el Redentor, el Victorioso Vencedor del Demonio, la Muerte y el Pecado con su Santo Sacrificio en Cruz- se alimenta, en la Misa, por medio de la Palabra de Dios. Dice así el Manual del Legionario: “La Misa es, ante todo, una celebración de fe, de esa fe que nace en nosotros –la que recibimos en el Bautismo sacramental- y nos alimenta a través de la Palabra de Dios”. Es decir, la Santa Misa, el Santo Sacrificio del altar, es un medio para alimentar nuestra fe en Dios Uno y Trino, en su Mesías, Cristo Dios y en María Santísima, Mediadora de todas las gracias, a través de la Palabra de Dios. Podemos decir que en la Misa nuestra alma se alimenta doblemente de la Palabra de Dios: de la Palabra de Dios pronunciada –liturgia de la Palabra- y de la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su encarnación en la Eucaristía –liturgia de la Eucaristía-; de ambas formas se alimenta nuestra alma en la Misa con la Palabra de Dios.
         Continúa luego el Manual[2], recordando las palabras del Misal en su capítulo “Instrucción General” (Número 9): “Cuando las Escrituras se leen en la Iglesia, es el propio Dios el que habla a su Pueblo y Cristo, presente en la Palabra, está proclamando el Evangelio”. Es decir, en la liturgia de la Palabra, es Dios mismo quien habla a su Pueblo, así como le hablaba al Pueblo Elegido y en el momento del Evangelio, es Cristo en Persona quien lo proclama. Ésta es la razón de la importancia de la Palabra de Dios y la necesidad de escucharla con reverencia, de modo atento, no como se escucha cualquier otro diálogo, ya que es Dios quien nos habla desde las lecturas, y también Cristo nos proclama el Evangelio: “De aquí que las lecturas de la Palabra de Dios estén entre los elementos más importantes de la liturgia y todos cuantos las escuchan deberían hacerlo con “reverencia”.
Luego de las lecturas sigue la homilía, la cual –cuando es acorde al Evangelio, ya que no debe contener elementos ajenos al Evangelio- es parte importante de la liturgia de la Palabra, siendo necesaria ante todo en Domingos y días festivos: “La homilía es también una parte de la misma, de gran importancia. Es una parte necesaria de la Misa de los Domingos y festivos. En los demás días de la semana ha de intentarse que haya una homilía”. Por medio de la homilía, el sacerdote hace una explicación del Evangelio que ha leído, para así fortalecer la fe de los creyentes –la homilía debe referirse al Evangelio y no puede, de ninguna manera, poseer contenido político-: “A través de esta homilía, el sacerdote explica a los fieles el texto sagrado, como enseñanza de la Iglesia para el fortalecimiento de la fe en los allí presentes”.
         Por último, afirma el Manual que la Virgen es nuestro modelo y ejemplo de cómo participar en la liturgia de la Palabra[3]: “Al participar en la celebración de la Palabra, Nuestra Señora es nuestro modelo porque “es la Virgen atenta que recibe la Palabra de Dios con fe, que en su caso fue la puerta que le abrió el sendero hacia su maternidad divina”. Esto quiere decir que, de la misma manera a como la escucha de la Palabra fue para la Virgen el camino hacia la Encarnación del Verbo en su seno virginal, así la escucha de la Palabra, por parte nuestra, con un espíritu atento y participando de la escucha de la Virgen, hará que en nuestros corazones se engendre Cristo, Palabra del Padre eternamente pronunciada.


[1] Cfr. Manual del Legionario, VIII, 2.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

miércoles, 9 de enero de 2013

María, ejemplo de cómo recibir la Palabra de Dios



María es para nosotros ejemplo de todo lo bueno que podamos decir, hacer o pensar.
         De entre todas las cosas de las que María es ejemplo, una de ellas es la de cómo recibir a la Palabra de Dios.
         Muchas veces escuchamos la Palabra de Dios, pero esta Palabra no permanece en nosotros, porque no nos fijamos en María.
         María recibe a la Palabra de Dios, Dios Hijo, en su seno purísimo, por el poder del Espíritu Santo, y a esta Palabra, que es Dios Hijo, Palabra eterna del Padre, una vez recibida en su seno, la reviste con su propia carne, la viste de Niño humano, y la alumbra milagrosamente, para donarla al mundo.
         Nosotros debemos hacer como María: recibir la Palabra Eterna del Padre, Cristo Eucaristía, en nuestros corazones en gracia, por el poder del Espíritu Santo, y revestirla con nuestras propias palabras, para darla a conocer al mundo.
         Es decir, así como María concibió a la Palabra Eterna del Padre, por la gracia del Espíritu Santo, y la revistió con su propia carne y la dio a conocer, así nosotros, por la gracia del Espíritu Santo, debemos concebir a la Palabra del Padre, Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que viene a nosotros en la Eucaristía; la debemos revestir con nuestras propias palabras y conceptos, y así darla a conocer a nuestros prójimos.
         María es Madre de Dios porque engendró a la Palabra; nosotros podemos participar de esa función maternal de María, engendrando y concibiendo a la Palabra de Dios, Jesús Eucaristía, en nuestros corazones.