jueves, 27 de noviembre de 2014

La Inmaculada Concepción, modelo de nuestro “Sí” a la Voluntad de Dios


         La Virgen María es nuestro modelo para decir que “Sí” a la Voluntad de Dios en nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer, es contemplarla a Ella en el momento en el que el Arcángel Gabriel le anuncia que Dios la ha elegido para ser Madre del Hijo Eterno de Dios (Lc 1, 28). La Virgen, al saber que es Voluntad de Dios, no duda ni por un instante en dar el “Sí” a lo que Dios quiere y la razón por la que dice que “Sí”, es que ama a Dios con todo su ser, con toda su alma, con toda su mente, con todo su corazón, y por eso, le basta con saber que es Voluntad de Dios, para querer y amar su Voluntad con todas las fuerzas de su ser, y por eso dice inmediatamente que “Sí”, que quiere que se haga en Ella la Voluntad de Dios: “He aquí la Esclava del Señor; se haga en mí según su Voluntad”.
         En ese “Sí” de la Virgen, estaba comprendida la profecía de Simeón, cuando la Virgen habría de llevar a su Hijo recién nacido al Templo, en la ceremonia de la Presentación del Señor: “Una espada de dolor te atravesará el corazón” (Lc 2, 33-35); la Virgen acepta y ama la Voluntad de Dios, aun cuando es la Voluntad de Dios que una espada de dolor le atraviese el corazón, porque su Hijo, el Hijo de sus entrañas virginales, será el Mesías, que será entregado como Hostia Inmaculada en el Santo Sacrificio de la Cruz, para la salvación del mundo, y la Virgen, a pesar de esto, ama y acepta la Voluntad de Dios.
         En el “Sí” de la Virgen estaba comprendida la participación espiritual de la Virgen en la Pasión de su Hijo Jesús, porque aunque Ella no participó físicamente de la Pasión, en el sentido de que no sufrió en su Cuerpo purísimo los azotes y los golpes y la coronación de espinas que sufrió su Hijo, sí los sufrió moral y espiritualmente, porque estaba tan unida por el Amor a su Hijo Jesús, que todo lo que le pasaba a su Hijo, repercutía en su Corazón y en su Alma, de manera tal que puede decirse que la Pasión que sufrió su Hijo Jesús físicamente la padeció la Virgen moral y espiritualmente, y por eso la Virgen es Corredentora, y a pesar de eso, la Virgen le dijo “Sí”, a la Voluntad de Dios.
         En el “Sí” de la Virgen a la Voluntad de Dios, estaba comprendida la entrega del Amor de sus entrañas, su Hijo Jesús, para la salvación del mundo, en el sacrificio de la cruz, y la Virgen habría de hacerlo años después, cuando, erguida al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27), como Nuestra Señora de los Dolores, actuara como Sacerdotisa que ofrecería al Padre la Víctima Inmaculada, Pura y Santa, que salvaría a los hombres de la eterna perdición, les infundiría su filiación divina y los conduciría al cielo, para hacerlos bienaventurados por toda la eternidad en el seno eterno del Padre, y por este motivo, es que la Virgen también es Corredentora, porque al pie de la cruz, se desprendió de la Fuente de su Amor y de su Vida, su Hijo Jesús, para que nosotros los hombres, fuéramos salvados de la eterna condenación, y a pesar de ese dolor, que fue la actualización y el cumplimiento cabal de la profecía de Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”, la Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios.
         La Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios, aunque en ese “Sí” estaban comprendidos los tres días de amargo luto que habría de sobrellevar por la muerte de su Hijo: el Viernes Santo, el Sábado Santo, y el amanecer del Domingo de Resurrección; cuando la Virgen le dijo que “Sí” al Arcángel que le anunciaba que era la Elegida para ser la Madre de Dios, la Virgen no le cuestionó que porqué iba a tener que pasar días de dolor, y nadie pasó días más amargos y de más dolor que la Virgen, porque es Ella quien habla en el Libro de las Lamentaciones: “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor?” (Lam 1, 12), porque no hay dolor más grande que el dolor de la Madre de Dios al ver muerto a su Hijo Dios en la cruz, luego de sufrir terribles dolores, después de tres horas de dolorosa agonía, y a pesar de esto, la Virgen dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios, y no solo nunca se quejó de la Voluntad de Dios, sino que siempre, y sobre todo en las horas más amargas y tristes, encontró la Virgen que la Voluntad de Dios para su vida era un néctar más dulce que la miel y por eso en todo momento dijo siempre: “Sí, hágase en mí según su Voluntad”.
         Por todo esto, cuando nos sea difícil e incomprensible comprender o aceptar la Voluntad de Dios en nuestras vidas, elevemos la mirada del alma a la Virgen Santísima, la contemplemos en su Inmaculada Concepción, la contemplemos en el momento del Anuncio del Ángel, meditemos en su “Fiat”, en su “Sí” amoroso a la amorosa Voluntad de Dios, y le pidamos la gracia que sea Ella quien mueva nuestros corazones y nuestros labios, para que también nosotros, junto con Ella, desde su Inmaculado Corazón, le digamos a Nuestro Amado Dios: “Fiat”, “Sí, hágase tu amadísima y santísima Voluntad, oh Dios Uno y Trino, en mi pobre y humilde vida. Amén”.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


La Medalla Milagrosa se originó en una de las apariciones de la Virgen se le apareció a Santa Catalina Labouré[1]; en concreto, en la aparición del 27 de noviembre de 1830. Por lo tanto, es muy importante conocer esa aparición, porque conociendo esa aparición, conoceremos el significado y el contenido de las promesas de la magnífica Medalla Milagrosa. Además, nos daremos cuenta que la Medalla Milagrosa es un pequeño compendio de la Fe, algo así como un Credo o un Catecismo de la Fe, que enciende nuestros corazones en el Amor a Jesús y a la Virgen, porque nos hace repasar los principales misterios de la salvación, predisponiendo de esa manera nuestros corazones, a recibir las gracias que solicitamos.
Según las narraciones de la santa, es día, se le apareció la Virgen, “vestida de blanco, con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello”; su cabeza estaba cubierta “con un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies”, y cuando describió su rostro, sólo dijo que “era la Virgen María en su mayor belleza”. Santa Catalina describió a la Virgen con “sus pies posando sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior”, que “aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas”; las manos de la Virgen estaban “elevadas a la altura del corazón y sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita”. La Virgen, según Santa Catalina, “mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo”; a veces miraba al cielo y a veces a la tierra”. Luego sucedió algo en las manos de la Virgen: sus dedos se llenaron de anillos, que comenzaron –algunos, no todos- a despedir luces: “De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja”.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y hablándole a su corazón le explicó el significado de lo que veía: “Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”. De esa manera, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies. En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.
Oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En adelante, ya no verás, hija mía; pero oirás mi voz en la oración”.
Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: “La M y los dos corazones son bastante elocuentes”.
¿Qué significado tienen los símbolos y cuál es el mensaje espiritual de la Medalla Milagrosa? Como hemos visto, algunos han sido explicados por la misma Virgen.
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que está sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás. La Virgen es, en el Génesis, la “Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente” (Gn 3, 15), y lo hace porque, en virtud de ser Ella la Madre de Dios, su Hijo Dios la ha hecho partícipe de su poder divino, y es así que para el Dragón infernal, Satanás, el delicado piececito de mujer de la Virgen, pesa más que miles de universos enteros, porque la Virgen tiene el poder divino participado por el mismo Dios Hijo en Persona. Ése es el motivo por el cual el Demonio tiembla de terror y de espanto ante el solo Nombre de María Virgen, y es el motivo por el cual la Virgen le aplasta su cabeza orgullosa de Serpiente infernal: porque tiene el poder participado por Dios.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. La Virgen aparece al principio de las Escrituras, en el Génesis, como la Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente infernal, y aparece al final de las Escrituras, en el Apocalipsis, resplandeciente, como “la Mujer revestida de sol” (12, 1), y siempre por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Madre de Dios; si al principio de las Escrituras aparece como aplastando al Dragón, en el Apocalipsis aparece el Gran Signo Divino, que junto a la Cruz de Jesús, anuncia a los hombres el Triunfo de Dios sobre el Ángel caído; la Virgen es la “Mujer revestida de sol”, porque Ella está inhabitada por el Espíritu Santo y es Morada de la Santísima Trinidad, y ante su presencia, las huestes del infierno se hunden en los abismos aullando de terror, mientras los ángeles y santos de Dios exultan de gozo y alegría.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes se lo pidan. Nuestro Señor en la cruz, nos la dio como Madre y en las Bodas de Caná intercedió para que Jesús obrara el primer milagro público, la conversión del agua en vino de la mejor calidad, símbolo de la conversión del vino del altar en la Sangre del Cordero. Al concedernos a la Virgen en su doble condición de Madre y Medianera de todas las gracias, Dios quiere asegurarse nuestra salvación eterna a toda costa, porque sabe que cuando un hijo de esta Madre Amantísima acude a Ella, al ver esta Madre, que es puro Amor, que su hijo descarriado está en peligro de condenarse, no dejará de mover cielo y tierra, para conseguir las gracias necesarias para que su hijo se salve. La infinita Sabiduría y el Amor Eterno de Dios han querido darnos una Madre que, además de Amantísima, es Medianera de todas las gracias, de manera que acudiendo a Ella, estaremos siempre seguros de conseguir las gracias que necesitamos, para nosotros y para nuestros seres queridos, para la eterna salvación. Debemos pedir gracias sin temor, porque la misma Virgen nos anima a pedirlas, ya que Ella dice que “las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
-Jaculatoria: “María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti”. Se trata del Dogma de la Inmaculada Concepción, dado a conocer antes de la definición dogmática de 1854. También se trata de la misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre. La Virgen es concebida sin pecado, por eso es “Inmaculada Concepción”, es decir, concebida “sin mácula”, sin mancha de pecado. Esto quiere decir muchas cosas: quiere decir que la Virgen nunca tuvo ni la más pequeñísima sombra, no siquiera de malicia, porque no era capaz de cometer ni el más ligerísimo pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección. Pero además, la Virgen era “Llena de Gracia”, lo cual quiere decir, “inhabitada por el Espíritu Santo”, y esto desde el primer instante de su Concepción Inmaculada, y esto, porque la Virgen estaba destinada a ser la Madre de Dios: no podía estar contaminada con la malicia del pecado, la que iba a ser la Madre de Dios Hijo, que por definición, era el Ser en el grado más perfecto de pureza y de santidad. Y como la Virgen es Inmaculada, Pura, e infinitamente agradable a Dios, puede interceder por nosotros, y es por eso que debemos recurrir a Ella, si queremos obtener algo de Jesucristo, ya que enseñan los santos que, si vamos nosotros, por nosotros mismos, a Jesucristo, directamente, con toda probabilidad, seremos rechazados, pero si vamos por medio de María, seremos aceptados.
-El globo bajo sus pies: significa que la Virgen es Reina del cielos y tierra. No puede ser de otra manera, puesto que su Hijo, Jesucristo, es Rey de cielos y tierra, y al ser Asunta la Virgen, su Madre, Él la coronó como Reina de cielos y tierra. Pero así como Jesucristo obtuvo su corona de gloria luego de ser coronado de espinas, así también la Virgen recibió de su Hijo Jesucristo, la corona de luz y de gloria, luego de participar espiritualmente de su Pasión y de su corona de espinas. Por eso es que nosotros, como hijos de la Virgen que somos, si queremos ser coronados de gloria, como nuestra Madre celestial y como Jesús, entonces también pedimos ser coronados con la corona de espinas de Jesús y pedimos participar espiritualmente, como participó la Virgen espiritualmente, de la Pasión de Jesús. Sólo así, participando de la misma corona de espinas y de la Pasión de Jesús, seremos coronados de gloria como la Virgen, en el cielo, por Jesús.
-El globo en sus manos: significa el mundo –las almas- ofrecido a Jesús por sus manos. Todas las almas, están en las manos de la Virgen, que se las ofrece a Jesús, para que Jesús las guarde en su Sagrado Corazón y de su Sagrado Corazón las lleve al Padre.
En el reverso:
-La cruz. Por la cruz, a la luz. Por la cruz del Calvario, a la luz de la gloria. No hay salvación sin cruz; la cruz de Jesús es el camino al cielo. La cruz de Jesús convierte la ira del Padre en Amor Misericordioso, porque cuando Jesús se interpone entre Dios Padre y nosotros con su cruz, Dios Padre nos mira a través de las llagas de Jesús, y así su ira divina, justamente encendida por nuestras iniquidades y maldades, no solo se aplaca, sino que desaparece y se convierte en Divina Misericordia, que se derrama sobre las almas por medio de la Sangre que mana a través de las heridas abiertas de Jesús.
-La letra M. Es el símbolo de María y de su maternidad espiritual. La Virgen es nuestra Madre del cielo, porque Jesús nos la entregó antes de morir, como supremo don de su Sagrado Corazón, cuando le dijo a Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). En Juan estábamos representados todos los hombres, y fue en ese momento, de supremo dolor, que la Virgen nos concibió en su Inmaculado Corazón, como hijos adoptivos, y fue en ese admirable momento en el que, a la sombra de la cruz, bajo la forma del amor maternal de una Madre celestial, la Misericordia Divina comenzó a tomar posesión de nuestras almas, para salvarlas y conducirlas al cielo.
-La barra. Es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. “No hay otro nombre dado bajo el cielo para nuestra salvación” (Hch 4, 12), y eso es lo que nos recuerda la Medalla Milagrosa.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador. La Medalla Milagrosa nos recuerda este hecho: la Virgen está al pie de la cruz, en el Calvario, y está al pie de la cruz en el altar eucarístico, en la Santa Misa, porque la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz.
-Las doce estrellas. Signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los Apóstoles y que nace en el Calvario de su Inmaculado Corazón traspasado.
-Los Dos Corazones. Significan la Corredención y la unidad indisoluble entre los Corazones del Hijo y de la Madre, además de la futura devoción a los dos y su reinado. La Virgen María es Corredentora porque participa espiritualmente de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús. Si bien Ella no participó físicamente de los tormentos que sufrió su Hijo, sí los sufrió moral y espiritualmente; además, desde que dio su “Sí” al Anuncio del Ángel a la Voluntad del Padre, a la Encarnación del Verbo, que era ofrecer su Hijo  por la salvación de los hombres; al ofrecerlo a su Hijo en el Nacimiento, en Belén, Casa de Pan, como Pan de Vida eterna; al ofrecerlo al pie de la cruz, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; al ofrecerlo cada vez, en la Santa Misa, como la Madre Iglesia, en la Eucaristía, como Pan Vivo bajado del cielo, la Virgen participa activamente de la Redención, porque Ella ofrece a su propio Hijo, al Hijo de sus entrañas, que si bien es el Hijo Eterno del Padre, es también Hijo de sus entrañas humanas y maternas, de madre humana, por la parte humana que tiene Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, y porque la Virgen ofrece activamente a su Hijo por la Redención de los hombres y participa espiritualmente de la Pasión de su Hijo, la Virgen es Corredentora, junto a su Hijo, el Redentor del mundo, y por eso, la Medalla Milagrosa, nos recuerda a los Dos Sagrados Corazones de Jesús y de María juntos.
Y, por último, el nombre de la medalla: la Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada Concepción”, pero al expandirse la devoción y al haber sido concedidos tantos milagros a través de ella, se le cambió el nombre y se la comenzó a llamar popularmente “La Medalla Milagrosa”.
Y, como dice el dicho: “Cuando el río suena, agua trae”. Y en este caso, el río suena, porque trae agua, mucha agua; tanta agua, que es un mar, y un mar de gracias: las gracias de la Medalla Milagrosa.





[1] http://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm

jueves, 20 de noviembre de 2014

La Presentación de la Santísima Virgen María


Celebramos, junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María. El origen de esta hermosa fiesta mariana se encuentra en el escrito apócrifo llamado “Protoevangelio de Santiago”, según el cual, cuando la Virgen María era muy pequeña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de Jerusalén, dejándola por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida respecto a la religión y a los deberes para con Dios[1]. Se trataría, en realidad, de una profundización de la consagración a Dios que la Virgen había hecho ya desde el momento de su Inmaculada Concepción y de la consagración que sus mismos padres habían hecho de Ella a Dios en el momento de su nacimiento, en acción de gracias por haberla concebido. Según este evangelio apócrifo, y según la Tradición, Joaquín y Ana llevaron a la Virgen al templo para consagrarla a Dios, en acción de gracias a Dios por el nacimiento de la Niña; a su vez, la Virgen, que desde su Inmaculada Concepción estaba consagrada a Dios, al tomar autoconciencia de sí misma, se presentaba voluntariamente en el templo, acompañada de sus padres, para consagrarse formalmente a Dios en cuerpo, mente y alma, para cumplir con la Voluntad de Dios en su vida, hasta el último segundo de su existencia terrena.
Por esto mismo, en Occidente, se presenta a esta Presentación de la Virgen, llevada a cabo por Joaquín y Ana, pero al mismo tiempo, llevada a cabo por la Virgen en persona, pues ya tenía conciencia, a pesar de la corta edad de tres años, como el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los inicios de su vida consciente.
A su vez, las Iglesias orientales conmemoran este día la Entrada de María en el Templo para indicar que, aunque era purísima, no obstante, cumplía con los ritos antiguos de los judíos para no llamar la atención. La liturgia bizantina, en esta fiesta, canta a la Virgen, nombrándola como “la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor”[2].
         Si bien la Virgen era ya, desde su Inmaculada Concepción, Templo de la Santísima Trinidad, puesto que en Ella inhabitaban las Tres Divinas Personas, ahora, al cumplir los tres años de edad, y al tomar auto-conciencia de sí misma, la Virgen se presenta a sí misma en el templo como Templo Viviente en el que habrá de morar el Verbo de Dios por la Encarnación. La Virgen sabe que Ella está destinada a ser la Madre de Dios por la Encarnación del Verbo en su seno purísimo, y por ese motivo, se dirige al templo material, de manos de sus padres, Joaquín y Ana, para consagrarse como Morada Santa, en la que habrá de alojarse la Palabra de Dios encarnada; la Virgen se presenta en el templo para consagrarse a Dios como futuro Sagrario Viviente, en el que habrá de vivir, durante nueve meses, el Verbo Eterno de Dios, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; la Virgen se presenta en el templo material, para consagrarse como Custodia Viva, más preciosa que el oro y la plata, porque en su seno virginal habrá de encarnarse milagrosamente, en el futuro, por obra del Espíritu Santo y sin concurso de varón, el Hijo de Dios, que así se convertirá en su Hijo, para que Ella lo nutra con su propia sangre y con su propia carne, y así el Hijo de Dios, Invisible por ser Espíritu Purísimo, adquiera un Cuerpo de Niño humano, visible, para ser ofrecido luego al mundo como el Cordero de Dios que habrá de inmolarse en el Santo Sacrificio de la cruz, para la salvación de los hombres.
En esta sencilla imagen, entonces, está contenida y representada esta hermosa fiesta mariana: los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús, llevan a la Virgen al templo, para que la Virgen, al ser recibida por un sacerdote, sea consagrada en cuerpo y alma a Dios, de manera tal que pueda recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Verbo de Dios Encarnado, ante el Anuncio del Ángel. Esta Presentación y posterior consagración de la Virgen serán las “maravillas” de las cuales dará gracias la Virgen, posteriormente, en el Magnificat[3].
Ahora bien, la Presentación y consagración de la Madre es el modelo de la presentación de los hijos, porque así como fue presentada y consagrada la Madre en el templo, con el único objetivo de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo al producirse la Encarnación, así también los hijos de la Virgen, por el bautismo sacramental, son presentados por el sacerdote y consagrados como “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19) por acción de la gracia santificante, con el objetivo de que sus corazones se conviertan en altares vivientes y en custodias vivas en donde se reciba por el amor y se adore el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía, por la comunión eucarística. En la Fiesta de la Presentación de la Virgen, Fiesta por la cual la Virgen se consagra a Dios como Sagrario Viviente para recibir y alojar por el Amor el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, el cristiano tiene que ver el anticipo y el modelo de su comunión eucarística, y aprovechar la misma Fiesta de la Presentación, a imitación de la Virgen, para presentar y consagrar su propio corazón, como altar y sagrario viviente que aloje en su interior la Eucaristía.




[1] https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=610
[2] http://es.catholic.net/op/articulos/35201/cat/214/presentacion-de-la-virgen-maria.html
[3] http://es.catholic.net/op/articulos/35201/cat/214/presentacion-de-la-virgen-maria.html

domingo, 2 de noviembre de 2014

María, Madre y Medianera de la Gracia


A la Virgen María se la llama “Medianera o Mediadora de todas las Gracias” desde muy antiguo en la Iglesia, pero es recién en el año 1921 en el que se introduce una fiesta dedicada a la Madre de Dios, con el título específico de “María, Medianera de todas las gracias”.
¿Qué significa este título? ¿Cuál es la razón por la que la Virgen es “Medianera de todas las gracias?
         La razón radica en la naturaleza misma de la Virgen María: Ella es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, porque estaba destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios; como tal, no podía estar contaminada ni siquiera mínimamente con la más ligerísima mancha del pecado original y por eso fue concebida sin pecado –Inmaculada Concepción- e inhabitada por el Espíritu Santo –Llena de gracia-. Pero además de ser la Madre de Dios, la Virgen tuvo el encargo de ser la Madre de toda la humanidad, porque así lo dispuso Nuestro Señor Jesucristo, cuando antes de morir en la cruz, le dio la Virgen a Juan por Madre, diciéndole: “Hijo, he ahí a tu Madre”, y diciéndole a la Virgen: “Madre, he ahí a tu hijo”. De esta manera, la Virgen, por ser la Madre de Dios, era ya en sí misma, por su misma naturaleza, la Madre de todas las gracias, porque al dar a luz virginalmente a su Hijo Jesús, nos daba todas las gracias, porque nos daba a Jesús, que es la Gracia Increada; pero además, al ser la Madre de todos los hombres, era también la Medianera de todas las gracias, porque siendo Madre celestial, se habría de comportar con nosotros, los hombres, como se comportan todas las madres de la tierra con sus hijos, esto es, dándoles alimentos y toda clase de bienes, y en el caso de la Virgen, el principal alimento que Ella habría de darnos, sería la Eucaristía, al ser Ella Nuestra Señora de la Eucaristía y Madre de la Eucaristía, y los principales bienes que habría de darnos, sería su mediación maternal, para obtener la gracia santificante. Así lo sostienen los grandes santos de la Iglesia: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de nuestra Madre Santa María”[1]; “María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar”[2]; “Siempre que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con seguridad seremos escuchados”[3].
         Le confiemos entonces a la Virgen María, Medianera de todas las Gracias, todo lo que somos y lo que tenemos, todo nuestro ser, nuestro pasado, presente y futuro, nuestros bienes espirituales y materiales, nuestros seres queridos y nuestro propio ser, para que Ella los colme de todas las gracias necesarias para la contrición perfecta del corazón, para la conversión y la eterna salvación, puesto que lo único y más importante en esta vida es la salvación del alma, confiados en las palabras de San Bernardo: “Aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa”[4].




[1] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 280.
[2] San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 25.
[3] Santo Cura de Ars, Sermón sobre la pureza.
[4] Homilía en la Natividad de la Beata Virgen María, 18.