Como bien sabemos, la Virgen se le apareció a Santa
Bernardita el 11 de febrero de 1858, mientras recogía leña en Massabielle, en
las afueras de Lourdes[1]. Al acercarse a una gruta,
fue sorprendida por un fuerte viento;
como consecuencia, alzó los ojos y vio una nube dorada y a una Señora –la Virgen-
vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que
parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal; en su cintura tenía una ancha
cinta azul, y sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un
rosario.
Al
principio, Bernardita se asustó, pero luego comenzó a rezar el rosario que
siempre llevaba consigo, observando que la Señora pasaba las cuentas del suyo
entre sus dedos al mismo tiempo que ella. Al finalizar el rosario, la Virgen
María retrocedió hacia la Gruta y desapareció. Estas apariciones se repitieron
18 veces, hasta el día 16 de julio.
El
18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: “Ven aquí
durante quince días seguidos”. Bernardita le prometió hacerlo y la Señora le dijo:
“Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro”.
En
la novena aparición, el 25 de febrero, la Señora mandó a Santa Bernadette a
beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la
gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y
escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de
Lourdes.
En
las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores,
manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mando a
Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros,
el pueblo presente en el lugar también la imito y hasta el día de hoy, esta
práctica continúa.
El
25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña pregunta a la Señora: “¿Quién
eres?”, y ella le responde: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Luego
Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi
imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la
Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.
El
16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de
Bernadette.
El
mensaje de la Virgen[2]. ¿Cuál es el mensaje de la
Virgen en esta aparición tan grandiosa?
Podemos
decir que su mensaje se resume en los siguientes puntos:
Al
revelarse como la Inmaculada Concepción a un niña, que además es
semi-analfabeta, la aparición confirma que las verdades de fe sobrenaturales
son infundidas por el Espíritu Santo en la Iglesia, ya sea a lo más alto de la
jerarquía eclesiástica –que fue quien había definido el dogma de la Inmaculada
Concepción cuatro años antes, en 1854-, como a la base del Pueblo de Dios –puesto
que, como dijimos, Bernardita era niña y semi-analfabeta y sin embargo, poseía
el mismo conocimiento, en este tema, que el Papa y los teólogos-. Es decir, las
verdades de fe de la Iglesia Católica no dependen de nuestros razonamientos,
sino de la revelación divina que viene de lo alto.
La
Virgen se presenta como Inmaculada Concepción, es decir, sin mancha de pecado
original y plena del Espíritu Santo, con lo que se nos presenta como modelo a
imitar para nuestra comunión eucarística: debemos acercarnos a la Comunión
imitando a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, concebida sin pecado y llena de
gracia, es decir, debemos acercarnos a comulgar sin pecados mortales ni
veniales –se perdonan con el acto de arrepentimiento del inicio de la Misa- y
con el alma en gracia por la Confesión Sacramental.
Al
elegir a una niña que vivía en la extrema pobreza y que era de alma humilde,
exalta estas virtudes, que son las virtudes de Jesucristo: en la cruz, Jesús es
humilde –“Aprended de Mí, que soy manso y humilde corazón”[3]- y pobre, porque todos los
elementos materiales que posee –el leño de la cruz, la corona de espinas, los
clavos de hierro, el lienzo con el que cubre su Humanidad Santísima-, no le
pertenecen, sino que le han sido provistos por Dios Padre para que lleve a cabo
la Redención mediante el sacrificio de la cruz: así Jesús nos enseña cómo vivir
una pobreza santa, la Pobreza de la Cruz; es decir, nos enseña a no considerar
los bienes materiales como un fin en sí mismos, sino como simples medios para
alcanzar el cielo, porque la verdadera riqueza son los “tesoros atesorados en
el cielo”[4], o sea, las buenas obras.
En
la aparición, la Virgen le dice algo muy importante a Santa Bernardita, que
también es válido para nosotros, como si nos lo dijera a cada uno de nosotros
en forma particular: “No te prometa la felicidad en esta vida, sino en la otra”.
Como cristianos, nos comportamos al igual que los paganos, cada vez que nos
olvidamos que la verdadera felicidad está no en esta vida, sino en la otra, en
la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad y del Cordero en los
cielos. Si no tenemos en cuenta esto, aunque nos llamemos “católicos”, somos
como paganos, porque pretendemos ser felices en esta vida, en donde no está la
verdadera felicidad. Por otra parte, esta felicidad no se alcanza si no es por
medio del seguimiento de Cristo en el Camino de la Cruz, en el Via Crucis.
Otro
mensaje muy importante que nos deja la Virgen en Lourdes es el llamado a la
penitencia, a la oración y al amor al prójimo, auxiliándolo ya sea
espiritualmente –si es pecador- o materialmente –si es un prójimo que necesita
ayuda material o algún tipo de asistencia, como los enfermos- y la forma de
hacerlo es mediante las obras de misericordia espirituales y corporales.
Con
respecto a la penitencia, su llamado es muy fuerte en Lourdes: en la aparición
del 24 de febrero, la Virgen repite con insistencia la palabra “penitencia”,
además de pedir la reparación por las ofensas de los pecadores contra Dios y su
majestad divina, llegándole a pedir a Bernardita que bese el suelo pidiendo por
los pecadores: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los
pecadores! ¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”[5]. Los pecados ofenden a la
Divina Majestad, al tiempo que golpean sin misericordia a Jesucristo en su
Humanidad Santísima, haciéndolo sangrar abundantemente; es por eso que la
Virgen llama a las almas que aman a Dios, para que hagan penitencia, en
reparación por las ofensas con las que continuamente es ultrajado: la
penitencia y reparación de estas almas –por otra parte, la Virgen da una
indicación muy precisa de cómo hacer penitencia: besar el suelo, la tierra-,
por el contrario, consuela a Jesús en su Pasión y aplaca la Justicia Divina,
encendida por los pecadores que no quieren convertirse.
Con
respecto a la oración, hay que decir que esta es al alma lo que el alimento
terreno al cuerpo: así como un cuerpo se debilita si no se alimenta, hasta
llegar a morir, así el alma, si no hace oración, no recibe de Dios lo que Dios
es: luz, amor, paz, alegría, fortaleza, justicia, y así el alma muere, porque
sucumbe irremediablemente ante la tentación. Dentro de las oraciones de la
Iglesia Católica, una de las preferidas es el Santo Rosario, porque en esta
oración es la misma Virgen quien actúa en el alma, concediendo la gracia de que
el alma se vaya configurando, poco a poco, en una imagen viviente de los
Sagrados Corazones de Jesús y de María. Quien dice que el Rosario es una
oración “mecánica y repetitiva”, lo dice porque es él mismo quien reza de esa
manera; lejos de serlo, el Rosario es una oración fascinante, porque al mismo
tiempo que contemplamos los misterios de la vida de Jesús, la Virgen va
actuando, sin que nos demos cuenta, para configurarnos a imagen y semejanza de
su Hijo Jesús.
Oración,
penitencia, rezo del Rosario, pobreza de la cruz, misericordia para con el
prójimo, imitación de Cristo, imitación de la pureza de la Virgen para la
comunión sacramental, éste es el mensaje de Nuestra Señora de Lourdes.
[1] https://www.ewtn.com/spanish/Maria/lourdes2.htm#El
mensaje de la Virgen
[2] https://www.ewtn.com/spanish/Maria/lourdes2.htm#El
mensaje de la Virgen
[3] Cfr. Mt 11, 29.
[4] Mt 6, 20.
[5] http://forosdelavirgen.org/534/nuestra-senora-de-lourdes-francia-11-de-febrero/