martes, 5 de diciembre de 2017

El dogma de la Inmaculada Concepción y su relación con nuestra vida espiritual


Para saber qué relación hay entre la Inmaculada Concepción de María y nuestra vida espiritual, es necesario recordar qué es lo que los católicos entendemos cuando decimos “Inmaculada Concepción”: es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción[1].
Esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”.
Esto significa que, en el momento de ser creada el alma de María Santísima, Dios, en atención a los méritos de Jesucristo en la Cruz, y para que la Virgen fuera digna morada del Verbo Encarnado, Dios decretó que su alma fuera Purísima desde la Concepción, esto es, desde el momento mismo en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La Virgen estaba destinada a ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo y por eso mismo, no podía, por este doble privilegio divino, estar contaminada con la mancha del pecado original: si estaba destinada a ser el Sagrario Viviente del Dios Tres veces Santo, no podía ese sagrario tener mancha alguna de pecado, de malicia, de corrupción. Pero no solo esto: además de ser concebida sin la mancha del pecado original, la Virgen tuvo el privilegio de estar inhabitada por el Espíritu Santo desde su Concepción, y por eso es llamada “Llena de gracia”. Es decir, se trata de dos privilegios: no solo su humanidad es perfecta y pura en sí misma, al no tener la mancha del pecado original, sino que es una humanidad santificada por la gracia, debido a que el Espíritu de Dios habitó en Ella desde su Concepción. De ahí el doble título: es la “Purísima” y es la “Llena de gracia” desde el comienzo de su vida humana, esto es, desde que Dios creó su Alma Limpidísima y la infundió en su Cuerpo Purísimo.
En la Encíclica “Fulgens corona”, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, el Papa argumenta así: “Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”. En otras palabras, la Virgen es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente, pero no podría serlo si en Ella hubiera aunque sea la más mínima sombra de malicia o pecado. Puesto que es la Purísima, no hay nada de común entre la Virgen y el espíritu inmundo por antonomasia, el Demonio, Padre del pecado y de toda malicia, y esa es la razón de la enemistad eterna entre la Virgen y el Demonio (cfr. Gn 3, 15).
La condición de María de ser “Llena de gracia” se revela en el saludo del Ángel Gabriel a la Santísima Virgen María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28), significando con esta expresión “una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios”[2].
En el Apocalipsis se narra sobre la “Mujer vestida de sol” (12, 1): siendo el sol la representación de Jesucristo, “Sol de justicia”, la Mujer revestida de sol es la Iglesia colmada de la santidad divina, santidad que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. En la Virgen –y también en la Iglesia, en cuanto Esposa del Cordero que nace de su costado traspasado- se da todo el esplendor de la gloria divina, simbolizada en el sol, porque no hay en Ella sombre ni mancha alguna de pecado.
Una vez que hemos recordado el significado de la “Inmaculada Concepción”, nos preguntamos: ¿cuál es la relación entre la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y nuestra vida espiritual?
Siendo Ella nuestra Madre del cielo, estamos llamados a imitar a Nuestra Madre celestial, y aunque pudiera parecer un despropósito que nosotros, que hemos nacido con la mancha del pecado original y poseemos la inclinación de la concupiscencia hacia el mal, pudiésemos imitar a la Virgen, no lo es, porque hay algo que nos permite imitarla, y es la gracia santificante. Por la gracia santificante, estamos llamados a convertir nuestros cuerpos en “templos del Espíritu Santo” y a nuestras almas y corazones en otros tantos sagrarios y altares en donde recibamos a Jesús Eucaristía, para ser allí amado y adorado, en el tiempo y en la eternidad.


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