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jueves, 26 de noviembre de 2020

La Medalla Milagrosa de la Inmaculada Concepción, su significado y la gracia que debemos pedir

 



Breve historia de las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré[1].

La primera aparición.

La historia de la Medalla Milagrosa comienza la noche entre el 18 y 19 de julio de 1830: el ángel de la guarda despertó a santa Catalina Labouré –que era novicia en la comunidad de las Hijas de la Caridad en París- y le dijo que fuera a la capilla. Allí, Catalina pudo contemplar a la Virgen María y conversó con ella por largo tiempo; durante la conversación María le dijo: “Mi niña, te voy a encomendar una misión”.

La segunda aparición.

La segunda aparición ocurrió la noche del 27 de noviembre de 1830. Catalina vio a María parada en lo que parecía ser la mitad de un globo y sosteniendo una esfera dorada en sus manos como si estuviera ofreciéndola al cielo. Nuestra Señora le explicó que la esfera representaba a todo el mundo, pero especialmente a Francia. En sus dedos, la Virgen tenía numerosos anillos, de los cuales salían muchos rayos de luz, los cuales, según la explicación de la misma Virgen, simbolizaban las gracias que ella obtiene para aquellos que las pidan. Sin embargo, algunas de las joyas en los anillos estaban apagadas, no emitían luz y esto significaba, según la Virgen, que eran gracias que estaban disponibles para las almas, pero que nadie las pedía.

La tercera aparición y la visión de la Medalla Milagrosa.

En la tercera aparición, Santa Catalina vio a la Virgen de la misma manera, pero ahora se agregaba una inscripción que decía: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. Entonces María dijo a Catalina: “Haz acuñar una medalla según este modelo. Quienes la lleven puesta recibirán grandes gracias, especialmente si la llevan alrededor del cuello”.

¿Cuál es el significado de la Medalla Milagrosa?

El significado de la parte frontal de la Medalla Milagrosa es el siguiente: María está de pie sobre un globo, aplastando la cabeza de una serpiente bajo sus pies: el globo simboliza el planeta tierra y el universo; el hecho de que Ella esté de pie sobre él, significa que la Virgen es Reina de cielos y tierra; la serpiente, a la cual la Virgen le aplasta la cabeza, es el Demonio, Satanás, el Ángel caído, llamado también Serpiente Antigua: significa que la Virgen, que es hecha partícipe del poder omnipotente de Dios, es la Mujer del Génesis, que “aplasta la cabeza de la serpiente” (cfr. Gn 3, 15). A su vez, la inscripción “Oh María, sin pecado concebida”,  hace referencia al dogma de la Inmaculada Concepción de María, el cual fue proclamado años más tarde, en 1854.

El significado del reverso de la Medalla Milagrosa es el siguiente: en el reverso hay doce estrellas que rodean una “M” grande, de la que surge  a su vez una cruz; hacia abajo, hay dos corazones con llamas surgiendo de ellos, un corazón está rodeado de espinas y el otro perforado por una espada. Las doce estrellas se refieren a los Apóstoles, que representan la Iglesia entera en torno a María. También nos recuerdan la visión descripta en Apocalipsis 12, 1, en donde se dice lo siguiente: “un gran signo apareció en el cielo, una mujer vestida con el sol, y la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas”. La Mujer vestida de sol es la Virgen y la corona de doce estrellas son los Apóstoles y la Iglesia entera. La cruz simboliza a Cristo y nuestra redención, con la barra bajo la cruz simbolizando la tierra. La “M” representa a María, y su inicial entrelazada con la cruz demuestra la estrecha participación de María con Jesús en la obra de la redención, por lo cual la Virgen puede y debe ser llamada “Corredentora”. Por último, los dos corazones representan a los Sagrados Corazones de Jesús y María y el amor –simbolizado en el fuego- que Jesús y María tienen para con nosotros.

La gracia que debemos pedir a la Medalla Milagrosa.

Habiendo conocido la historia de la Medalla Milagrosa y sabiendo cuántos dones, milagros y gracias ha concedido y concede todavía, debemos tener confianza en la Virgen como Mediadora de todas las gracias y llevar la Medalla Milagrosa alrededor del cuello. Además, debemos estar confiados en que la Virgen nos concederá las gracias que le pedimos, si están en conformidad con la Voluntad de Dios. ¿Qué gracia pedirle a la Virgen? Tal vez tengamos una larga lista de gracias para pedirle a la Virgen, seguros de que nos las conseguirá, por ser la Mediadora de todas las gracias, pero hay una, en particular, que debemos pedir en primer lugar, y es la más importante de todas: la gracia de la conversión a Jesucristo, Nuestro Dios y Redentor, Nuestro Dios y Salvador, Presente en la Sagrada Eucaristía en Persona, con su Cuerpo, Sangre Alma y Divinidad. La primera gracia que le debemos pedir a la Virgen, para nosotros y para nuestros seres queridos, es la gracia de la conversión eucarística. Y todo lo demás “se dará por añadidura” (Mt 6, 33).

 

miércoles, 25 de marzo de 2020

La Anunciación del Señor


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          Mientras la Virgen se encuentra orando, haciendo una pausa en las labores hogareñas, recibe la visita del Arcángel Gabriel, quien le hace el Anuncio más grande y maravilloso que jamás nadie podría recibir, y es que el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, la Palabra Eterna del Padre, que inhabita en el seno eterno del Padre desde todos los siglos, habrá de encarnarse en el seno virginal de María Santísima, si Ella consiente a los planes salvíficos de Dios Padre. La Virgen, que es toda humildad, gracia y pureza y que no desea otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, dice “Sí” a la Encarnación del Verbo y en ese momento, se produce el hecho más admirable de la humanidad y más grandioso que la creación de miles de universos juntos, y es que el Verbo de Dios, que habitaba con el Padre desde siempre, comenzará a inhabitar en ese cielo en la tierra que es el seno virginal de María Santísima. Que el que se encarna, sin obra de hombre alguno, es Dios Hijo, lo dice el mismo Evangelio, cuando el Ángel le dice: “La sombra del Altísimo te cubrirá (…) y el Hijo que será engendrado en ti será llamado “Hijo del Altísimo”. Es decir, no cabe duda que no solo no hay intervención de hombre alguno –por esta razón San José es solo su padre adoptivo terreno-, sino que el que se encarna en el seno virginal de María es el Hijo del Eterno Padre, Dios consubstancial al Padre, merecedor, con el Espíritu Santo, de la misma adoración y gloria. Es por esta misma razón que el sacrificio en Cruz de Aquel que se encarna en la Virgen María no es la crucifixión de un hombre cualquiera, sino la del Hombre-Dios y es por eso que su sacrificio en Cruz tiene valor infinito, valor que alcanza de modo más que suficiente para salvar a todos los hombres de todos los tiempos.
          La Anunciación del Ángel constituye la esencia del mensaje del cristianismo, porque quien se encarna, como lo dijimos, no es un hombre más entre tantos, sino que es el mismo Hijo de Dios que, hecho Hombre, ofrecerá el sacrificio perfecto en la Cruz para la salvación de toda la humanidad. Pero no sólo eso: la Iglesia nos enseña que quien se encarnó en el seno virginal de María Santísima por obra del Espíritu Santo, para entregarse como Pan de Vida eterna en el Santo Sacrificio de la Cruz, es el mismo que, también por obra del Espíritu Santo, prolonga su encarnación, en el misterio de la liturgia eucarística, en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para entregársenos a nuestras almas como Pan Vivo bajado del cielo, que comunica de la vida eterna a quien se une con Él por la Comunión Eucarística. De esta manera, la Anunciación del Ángel a la Virgen, de la Encarnación del Verbo, se complementa con la Anunciación que la Iglesia hace de la prolongación de la encarnación de este mismo Verbo, en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para donársenos como Eucaristía, como Pan de Vida eterna.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 2


         La imagen de Nuestra Señora de la Merced lleva un bastón de mando, donado por el General Belgrano luego de la Batalla de Campo de las Carreras. El General Belgrano, ferviente devoto de la Virgen, había encomendado el resultado de la batalla a la Virgen de la Merced y sus ruegos fueron escuchados, pues la batalla no solo fue favorable a las fuerzas patriotas, sino que también, por la aparición de prodigios y milagros, como la nube de langostas que apareció de improviso en el campo de batallas, el triunfo se saldó con un mínimo de muertos y heridos en ambos mandos. En acción de gracias, el General Belgrano nombró a la Virgen como Generala del Ejército Argentino, concediéndole el bastón de mando en una ceremonia solemne. De esta manera, el General Belgrano no solo nos daba muestras de su gran devoción mariana, sino que además nos daba un principio más que seguro para el progreso de la vida de santidad, al hacernos ver que, si bien nosotros debemos poner todo nuestro empeño en crecer en la santidad, nuestro destino está en las manos de Dios, que quiere obrar a través de las manos de la Virgen, por lo que al poner el bastón de mando en manos de la Virgen, el General Belgrano nos estaba diciendo, con este gesto, que todas nuestras empresas y toda nuestra vida, debemos ponerlas en manos de la Virgen, porque eso equivale a ponerlas en manos de Dios.

         Por gracia de Dios, uno de nuestros máximos próceres, el General Belgrano, nos da ejemplo de la más alta espiritualidad a la que pueda aspirar un cristiano, y es la devoción ferviente y la confianza ilimitada en la Madre de Dios, por lo que, como buenos patriotas y como buenos cristianos, nuestro deber es imitar al General Belgrano en estas virtudes. Ahora bien, como es obvio, constatamos que no tenemos un ejército, como lo tenía el General Belgrano, para confiárselo a la Virgen, ni tampoco luchamos contra soldados humanos, ni la lucha se desarrolla en una fracción de tierra, como el Campo de las Carreras. ¿Quiere decir esto que no podemos imitar al General Belgrano en su amor a María de la Merced? De ninguna manera, porque si bien no luchamos contra hombres, sí luchamos contra los ángeles caídos, “las potestades malignas de los cielos”, que buscan nuestra eterna perdición; el campo de batalla no es el Campo de las Carreras, sino nuestra alma y nuestro corazón; la batalla no es por la independencia de una nación, sino por la salvación eterna del alma, y si bien, como decíamos, no tenemos un ejército para ofrendarle a la Virgen el bastón de mando, sí tenemos para darle a la Virgen el bastón de mando de nuestro ser, de nuestra vida, de nuestra existencia, de manera tal que la nombramos a Ella Dueña y Señora de lo que somos y tenemos, de nuestro pasado, presente y futuro, de nuestros bienes materiales y espirituales, y a Ella le confiamos el triunfo final de la batalla que libramos a lo largo de esta vida, que consiste en entronizar al Sagrado Corazón en nuestros almas, para luego cantar al Cordero, en los cielos y por la eternidad, cánticos de triunfo, de alabanza y de adoración. Como el General Belgrano, entreguemos a la Virgen de la Merced el bastón de mando de nuestras vidas, para que Ella nos guíe al triunfo final sobre los enemigos del alma, haciéndonos enarbolar el estandarte victorioso y ensangrentado de la Santa Cruz de Jesús.         

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores


         “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre” (Jn 19, 25-27). Luego de relatar la Pasión y Crucifixión de Nuestro Señor, el Evangelio describe la presencia de María Virgen, que está de pie, “junto a la cruz” de Jesús, asistiendo a su Agonía y Muerte. De esta manera, La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo constituyen, con creces, el cumplimiento de la profecía del anciano Simeón, realizada el día en que la Virgen llevó a su Niño recién nacido al templo: “Una espada de dolor atravesará tu Corazón”. Ya en ese mismo momento, la Virgen sintió, con un dolor agudísimo en su Inmaculado Corazón, cómo la profecía comenzaba a cumplirse, porque su Hijo era el Mesías que habría de salvar al mundo inmolando su vida en el altar de la Cruz. Ahora, en el Calvario, la Virgen experimenta el cumplimiento cabal de la profecía que comenzó el día de la Presentación, solo que ahora, en el Calvario, el dolor es de tal intensidad y de tan grande magnitud, que si no estuviera sostenida por el Divino Amor, moriría de tanto dolor que acumula en su Purísimo Corazón. La Presentación y la Cruz son, entonces, dos momentos distintos de una misma profecía: el dolor que inundará, con torrentes inagotables, el Corazón de la Virgen, pero la diferencia es que si en la Presentación, cuando Jesús Niño era sostenido entre los brazos de su Madre, la Virgen sintió el dolor de una espada en su Corazón, ahora en el Calvario, en donde su Hijo amado está sostenido por gruesos clavos de hierro en los brazos de la Cruz, el dolor que inunda a la Virgen es tan grande, que se compara a cientos de espadas que laceran su Inmaculado Corazón. Y si en la Presentación, la Virgen ofrece a su Hijo a Dios, y al hacerlo, una filosa y aguda espada la hace palidecer de dolor, ahora, en el Monte Calvario, al ofrecer la Virgen a su Hijo a Dios por nuestra salvación, siente que se le arranca la vida misma, al ver a su Hijo agonizar y morir en la cruz porque su Hijo es su vida, su amor, su razón de ser y existir, y si su Hijo muere, siente la Virgen que Ella muere con Él.
Al pie de la Cruz, la Virgen es Corredentora, porque participa de los dolores y del sacrificio salvífico de su Hijo Jesús, al ofrecer a Dios, sin queja alguna, con mansedumbre y con dulce amor, los dolores de su Corazón y en un cierto sentido al sacrificarse Ella misma, porque al morir su Hijo, que es la Vida de su alma, siente que su alma muere y se va con Él.

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre”. La Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, al permanecer de pie al lado de la Cruz, y al ofrecer a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres –porque no se queja en ningún momento de los planes salvíficos de Dios-, es figura de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial y a través del Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh María, Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, yo soy la causa de tu llanto, de tu amargura y de tu dolor; yo soy, con mis pecados, quien lacero y atravieso tu Inmaculado Corazón, provocándote dolores de agonía y muerte, y por eso te imploro, por tu Hijo Jesús que por mí está en la Cruz, traspasa mi duro corazón con el dardo de fuego del Divino Amor, para que amándote a ti y a Jesús en lo que resta de mi vida en la tierra, continúe amándolos por la eternidad en el cielo!

miércoles, 7 de octubre de 2015

Una razón para rezar el Santo Rosario


         Cuando la Virgen dio a la Iglesia, por medio de Santo Domingo de Guzmán, el Santo Rosario, unió la práctica de su oración a numerosas promesas[1], unas más hermosas que las otras. Comprenden, por ejemplo, que el alma se vea librada del Infierno, que salga del Purgatorio prontamente, que gane y llegue al Cielo indefectiblemente, y esto entre otras muchas promesas más, todas maravillosas, como no podía ser de otra manera, viniendo del Amor del Inmaculado Corazón de María. Todas estas promesas, son más que suficientes para rezar el Santo Rosario, todos los días, con amor, piedad y devoción.
         Sin embargo, podemos agregar una razón más para rezar el Rosario, basados en el hermosísimo soneto de Santa Teresa de Ávila: “No me mueve mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido,/ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte./Tú me mueves, Señor,/muéveme el verte/clavado en una cruz y escarnecido;/muéveme el ver tu cuerpo tan herido;/muéveme tus afrentas y tu muerte,/Muéveme en fin, tu amor de tal manera/que aunque no hubiera cielo yo te amara/y aunque no hubiera infierno te temiera./No me tienes que dar por que te quiera,/porque aunque cuanto espero no esperara/lo mismo que te quiero te quisiera”. Y San Juan de la Cruz, de modo similar, dice así: “Aunque no hubiese infierno que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra”[2].
Basados en este soneto y en las palabras de San Juan de la Cruz, en donde los santos aman a Dios por lo que es –Dios Amor crucificado- y no por lo que da –el cielo o el infierno, según nuestras obras-, podemos agregar una razón más para rezar el Santo Rosario: cuando rezamos el Santo Rosario, no somos solo nosotros quienes actuamos, puesto que actúa el Espíritu Santo, por medio de la Virgen, quien es la que concede las gracias. El propósito del Santo Rosario es la contemplación de los misterios de la vida de Jesús y también los de María, para que contemplándolos, los imitemos; ahora bien, no podemos imitarlos, si nuestros corazones no son semejantes, en todo, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Por el Rosario, mientras nosotros desgranamos sus cuentas y contemplamos sus misterios, la Virgen actúa, silenciosa y misteriosamente, en los corazones de quienes lo rezan, para moldearlos –así como el alfarero moldea la blanda arcilla- y configurarlos a imagen y semejanza del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Y ésta es la razón para rezar el Rosario: configurar nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María para que, al igual que en ellos, también en nuestros corazones inhabite el Amor de Dios, el Espíritu Santo.



[1] La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (1428 aprox. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María. Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al santo rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte. Las promesas son:
1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.
4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.
5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.
6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.
7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.
8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.
9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.
10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.
11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.
14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.
Cfr. http://www.devocionario.com/maria/rosario_2.html
[2] Audi filia, cap. L.

martes, 15 de septiembre de 2015

Nuestra Señora de los Dolores


         El Viernes Santo, la Virgen, al pie de la Cruz, siente su Inmaculado Corazón oprimido por un dolor inabarcable, un dolor inmenso, como inmenso es el Amor de la Madre. Al pie de la Cruz, la Virgen siente que su Corazón Purísimo navega en un océano inacabable de dolores interminables. Al pie de la Cruz, la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, llora amargamente por los dolores que la oprimen, llora y derrama, como un suave y dulce manantial, amargas lágrimas de sal. Su Corazón, creado por Dios Trino como morada del Divino Amor, creado tan grande, capaz de alojar al Amor de Dios, el Espíritu Santo, para amar al Hijo de Dios que en Ella se habría de encarnar, ahora alberga a tanto dolor, como tanto fue el amor por la Virgen prodigado.
¿Por qué llora la Virgen, al pie de la Cruz? ¿Cuáles son los dolores que atenazan al Inmaculado Corazón de María?
Hay tres tipos de dolores que se unen en el Inmaculado Corazón de María, haciendo de Ella Nuestra Señora de los Dolores:
         -Los dolores de su Hijo, porque los siente como propios: todos y cada uno de ellos, los físicos, los morales y los espirituales. Todos los dolores de Jesús, experimentados y sentidos por Él desde la Encarnación, incluidos los de la dolorosísima Pasión –la flagelación, la coronación de espinas, la crucifixión-, todos, absolutamente todos, son experimentados mística y espiritualmente por la Virgen y hacen de Ella la Mártir del Amor. Y porque los experimenta a todos místicamente, la Virgen, al pie de la Cruz, siente morirse a causa de la inmensidad del dolor que le significa ver al Hijo de su Amor. Al morir Jesús, cuyo Sagrado Corazón estaba unido al de la Virgen por el Amor de Dios, la Virgen siente que con la muerte de su Hijo se le va la vida, porque se le va el Amor de Dios Encarnado, Cristo Jesús y, como el Amor de Dios es Vida, la Virgen siente que con Jesús se le va también la vida y por eso, aunque no muere, porque sigue viva, al pie de la cruz, la Virgen siente que muere en vida, con su Corazón Inmaculado traspasado por una agudísima y filosísima “espada de dolor”. Es San Bernardo Abad[1] quien habla de la muerte mística de María al pie de la cruz: como dice San Bernardo, si la muerte de Jesús “fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra (la muerte mística de María) tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante”.
         -Los dolores suyos, propios del Inmaculado Corazón, porque la Virgen es una madre, la Madre de Dios, que ve agonizar a su Hijo, el Hijo de su Amor, con la agonía más dolorosa y cruenta que jamás haya podido sufrir, no solo un hombre de modo individual, sino toda la humanidad de todos los tiempos. Afirma el mismo San Bernardo[2] que la Virgen sufre en su Inmaculado Corazón en cumplimiento de la profecía de San Simeón quien, iluminado por el Espíritu Santo, le anunció que “una espada de dolor atravesaría su Corazón” (cfr. Lc 2, 35) y para la Virgen, estar al pie de la cruz, significa el cumplimiento con creces de esta profecía. Precisamente, tal vez el dolor más lacerante de todos los dolores lacerantes que padece la Virgen, es el causado por el contemplar cómo la lanza del soldado romano, sin piedad, atraviesa el costado de Jesús: en ese momento, el hierro afilado de la lanza, mientras perfora el costado de Jesús, para que de él brote Sangre y Agua, atraviesa al mismo tiempo, espiritual y místicamente, el Inmaculado Corazón de María, que sufre inmersa en un océano de dolores, al ver cómo su Hijo, ni siquiera después de muerto, es respetado.
         -Los dolores de todos los hombres, porque al haberlos adoptado Ella como hijos suyos al pie de la cruz, sufre por todos y cada uno de ellos, sobre todo los más pecadores, los más alejados de Dios, porque si una madre sufre cuando ve que su hijo se acerca, temerario, al filo del abismo, para precipitarse en él, mucho más sufre la Virgen, cuando ve a los hijos adoptivos de su Corazón Purísimo, correr enceguecidos hacia el Abismo del cual no se retorna, separándose de su regazo materno y desgarrando así cruelmente su corazón de madre. La Virgen al pie de la Cruz llora por nuestros pecados, los pecados de sus hijos adoptivos, los pecados que nos apartan de Dios y nos acercan al Abismo y porque ve que muchos de sus hijos, concebidos por el Amor en su Inmaculado Corazón, se apartan voluntariamente del Amor y de la Divina Misericordia encarnados en Cristo Jesús, la Virgen llora amargamente y es Ella quien se duele en el Libro de las Lamentaciones[3]: “Vosotros, que pasáis por el camino (…) mirad si hay dolor como mi dolor”. Es el Viernes Santo y Nuestra Señora de los Dolores, al pie de la cruz, ofrece al Padre, con el Amor de su Inmaculado Corazón, la muerte de su Hijo, por nuestra salvación y se ofrece Ella misma como víctima, pidiendo por nosotros, misericordia y perdón; llora amargamente la Virgen al pie de la cruz por la muerte del Hijo de su Amor y, aunque tiene el consuelo de saber que su Hijo habrá de resucitar “al tercer día”, como lo profetizó[4], al igual que Raquel, “no quiere ser consolada”[5].
Llora la Virgen al pie de la Cruz, llora Nuestra Señora de los Dolores y su llanto, suave y dulce como un río de aguas cristalinas cae, junto a la Sangre de su Hijo Jesús, sobre nuestras almas, lavando nuestros pecados.



[1] Cfr. Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 273-274.
[2] Cfr. idem, ibídem.
[3] 1, 12.
[4] Mc 8, 27-35.
[5] Jer 31, 15.

viernes, 27 de marzo de 2015

Santa María junto a la Cruz


         La Virgen al pie de la Cruz, toda vestido de negro está. Los dolorosísimos espasmos de la agonía de su Hijo, repercuten en su Inmaculado Corazón y por eso no es solo el Hijo quien muere crucificado en la cruz, sino que es la Madre quien, sin morir, muere de pie, junto a la cruz. Al morir su Hijo en la cruz, la Virgen, que sigue viva, se siente morir, aún sin morir, porque su Hijo es la vida de su Corazón, es la razón de su existir, es la Vida de su alma, es el hálito de su ser, porque ese Hijo suyo que muere en la cruz es, al mismo tiempo, su Dios, su Creador, su Amor, su Todo, y sin Él, la Virgen siente que Ella es nada y menos que nada; su Hijo, que muere en la cruz, es el Dios que le dio el ser, la vida, la gracia, la luz, la santidad, la alegría, y si su Hijo que es Dios muere, como está muriendo en la cruz, para la Virgen ya no hay vida, ni luz, ni alegría, ni razón de ser ni de existir, sino llanto, tristeza, pena, dolor y muerte, y por eso, la Virgen, de pie junto a la Cruz, aun sin morir, siente que muere, no una, sino mil veces y siente que muere sin morir a cada respiro que da.
Puesto que el Corazón de la Virgen está unido al Corazón de su Hijo por un invisible hilo de amor, al ver a su Hijo agonizar y morir en la cruz, es Ella misma la que agoniza y muere, sin morir, de pie junto a la cruz, y es por eso que cada espasmo de dolor lancinante que sufre su Hijo, en el avanzar de su dolorosísima agonía, lo sufre la Virgen, en silencio, en lo más profundo de su Inmaculado Corazón. Y así como Jesús en la Cruz se ofrece al Padre como Víctima Santa y Pura para aplacar la Justa Ira Divina, encendida en forma inaudita por la malicia desmedida de los corazones humanos que no se detienen en sus ofensas ni siquiera ante la majestad divina, sino que la profanan con sus ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con una insolencia que deja atónitos a los mismos ángeles, así la Virgen, en silencio, y en unión de voluntad y amor, ofrece a su Hijo como Víctima Pura y Santa al Padre, por la salvación de los hombres pecadores, para que Dios aplaque su Justa Ira y se apiade de sus almas, para que viendo a su Hijo así crucificado y todo cubierto de llagas, se estremezca de misericordia y les conceda a los hombres pecadores la gracia de la contrición del corazón, de manera que puedan salvar sus almas.
Santa María, junto a la Cruz, con su Corazón oprimido por un dolor que es el dolor del mundo entero, ve de esta manera cumplida la profecía del anciano Simeón, de que “una espada de dolor le atravesaría el Corazón”, porque ver agonizar y morir a su Hijo Jesús, en medio de dolorosísimos espasmos, es para la Virgen una espada espiritual que atraviesa y lacera su Corazón una y mil veces, quitándole la vida una y mil veces, cumpliendo con creces la profecía de Simeón.

¡Santa María, que estás de pie junto a la Cruz, déjame que yo, arrodillado ante tu Hijo Jesús, bese sus pies ensangrentados; concédeme la gracia de llorar mis pecados, y que la Sangre de tu Hijo, cayendo sobre mi corazón, lo convierta, de piedra dura y fría, en imagen viviente de su Sagrado Corazón!

jueves, 18 de diciembre de 2014

María, presente en el sacrificio del altar


María al pie de la cruz
(Meister des Pähler Altars)

Sobre el Gólgota, sobre el Monte Calvario, se encuentra Jesús Crucificado, coronado de espinas, derramando su Sangre a través de las heridas de las manos y de los pies, perforados por los clavos de hierro. Jesús en la cruz sufre dolores inmensos, insoportables, en el cuerpo pero también en el espíritu, ya que el dolor más grande era por aquellos que habrían de condenarse porque iban a rechazar su sacrificio. Por su sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, Jesús en la cruz es el Señor de los Dolores. Y al pie de la cruz, está María, la Virgen Madre, Señora de los Dolores.
¿Qué hace María al pie de la cruz? Consuela, con su Presencia maternal, a su Hijo que sufre. Ella alivia la amargura y el dolor de su Hijo, con su Presencia maternal trae al Corazón de su Hijo que cuelga de la cruz en medio de terribles dolores, un poco de paz, y así Jesucristo, en medio de sus inmensos dolores, en algo se ve aliviado. La Madre consuela al Hijo con su Presencia de Amor.
Sin embargo, María al pie de la cruz no sólo consuela a su Hijo, el único consuelo en medio de ese mar de dolor que es la cruz, sino que participa de los dolores de su Hijo. La Madre comparte los dolores de su Hijo; los siente dentro suyo, como si fueran propios. Aún cuando una madre, en el exceso de amor de su hijo, por el amor que siente por su hijo, quisiera, para aliviarle sus dolores, tomar sobre sí esos dolores de su hijo, aunque lo deseara, no podría experimentarlos en sí.
En cambio María, por su unión mística con Jesús, comparte y participa de esos dolores, y los hace suyos y propios, de tal manera que se puede decir que María sufrió los mismos dolores, en su misma intensidad, que su Hijo. No en el cuerpo, pero sí en el espíritu, como si a Ella la hubieran coronado de espinas, flagelado, atravesado las manos y los pies con clavos de hierro, como a Jesús en la cruz.
Y así como Jesús es Redentor de la humanidad por sus dolores, así la Virgen es Corredentora por haber participado de esos mismos dolores. La Virgen nos salva a través de sus dolores, por eso es llamada Corredentora, Salvadora de la humanidad y de cada uno de nosotros.
Pero no sólo nos salva, sino que además, por haber participado al pie de la cruz del sacrificio supremo de su Hijo, sacrificio por el cual nos mereció la gracia de la filiación, María se vuelve, al pie de la cruz, Madre nuestra. Así como imploró el descenso del Espíritu Santo sobre su seno para que diera vida a su Hijo Niño, así implora, al pie de la cruz, el Espíritu de su Hijo, para que nos dé a nosotros su Espíritu, el Espíritu que nos hace ser hijos de Dios. En la cruz, donde Jesús muere derramando su Sangre para darnos su vida, nos hace el don de su Madre, por eso María es la Madre de todos aquellos que nacen a la vida nueva y eterna por medio de la Sangre de Jesús derramada en la cruz. Por eso María es Madre de Dios Hijo y Madre nuestra, que somos, al pie de la cruz, hijos de Dios, nacidos del dolor de María.
También es medianera de todas las gracias, porque así como Cristo con su sacrificio en la cruz se hizo intercesor y mediador por nosotros en el cielo, así María, por acompañar a su Hijo en el sacrificio del Gólgota en la tierra, se hizo medianera e intercesora de todas las gracias en el cielo. Por haber participado al pie de la cruz, por haber participado del sacrificio de su Hijo, María se volvió la depositaria y tesorera de los méritos de la redención para toda la humanidad y para todos los tiempos[1].
Y si como enseña la Iglesia, la Misa es la renovación sacramental, en el misterio de la liturgia, del mismo sacrificio de la cruz, si Cristo en la cruz se hace Presente en cada misa, también la Madre, que está al pie de la cruz, se hace Presente en Persona en cada misa. Así lo dice el Santo Padre Juan Pablo II: “...cuando celebramos la Eucaristía, nos encontramos cada día sobre el Gólgota, y por eso está junto a nosotros, en el Gólgota, la Virgen María”[2]. En cada Eucaristía, nos encontramos sobre el Gólgota, delante de Jesús, a los pies de la cruz. Pero también, por eso mismo, nos encontramos a los pies de María, nuestra Madre, porque si el Hijo está en el Gólgota, allí también está la Madre Y está la Madre, como el Hijo, no en sentido figurado, sino en persona, con su persona, invisible, misteriosa, real. Como el Hijo.
A María, Madre nuestra, debemos pedirle la gracia de saber amar a Jesús como Ella lo ama, y saber amar al prójimo como Cristo lo ama desde la cruz.




[1] It is further indicated by the fact that, by her cooperation in the sacrifice of the redemption, Mary conjointly obtained all graces. For it is evident that her heavenly intercession must be to Christ’s interpellation in heaven as her sacrificial activity on earth was to that of Christ. So also the scope of her intercession must answer to that of her earthly activity, as Christ’s interpellation to His sacrificial activity. By her cooperation in Christ’s sacrifice, Mary became the depositary of the merits of the redemption for all mankind and for all times. In the first place she cooperated in imploring the Holy Ghost to hasten His descent upon the infant Church. Likewise, her continuous cooperation must hold as a normal condition for all future fruits of Christ’s merits and for the action of the Holy Ghost. Cfr. Matthias Joseph Scheeben.

[2] “E in particolare, quando celebrando l’Eucaristia ci troviamo ogni giorno sul Golgota, bisogna che vicino a noi sia colei che mediante la fede eroica ha portato all’apice la sua unione col Figlio, proprio là sul Golgota”. Juan Pablo II, Lettera ai sacerdoti in occasione del Giovedì Santo, Città del Vaticano, Roma, 25/03/1988, XI/1 (1988) 721-743.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


La Medalla Milagrosa se originó en una de las apariciones de la Virgen se le apareció a Santa Catalina Labouré[1]; en concreto, en la aparición del 27 de noviembre de 1830. Por lo tanto, es muy importante conocer esa aparición, porque conociendo esa aparición, conoceremos el significado y el contenido de las promesas de la magnífica Medalla Milagrosa. Además, nos daremos cuenta que la Medalla Milagrosa es un pequeño compendio de la Fe, algo así como un Credo o un Catecismo de la Fe, que enciende nuestros corazones en el Amor a Jesús y a la Virgen, porque nos hace repasar los principales misterios de la salvación, predisponiendo de esa manera nuestros corazones, a recibir las gracias que solicitamos.
Según las narraciones de la santa, es día, se le apareció la Virgen, “vestida de blanco, con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello”; su cabeza estaba cubierta “con un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies”, y cuando describió su rostro, sólo dijo que “era la Virgen María en su mayor belleza”. Santa Catalina describió a la Virgen con “sus pies posando sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior”, que “aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas”; las manos de la Virgen estaban “elevadas a la altura del corazón y sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita”. La Virgen, según Santa Catalina, “mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo”; a veces miraba al cielo y a veces a la tierra”. Luego sucedió algo en las manos de la Virgen: sus dedos se llenaron de anillos, que comenzaron –algunos, no todos- a despedir luces: “De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja”.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y hablándole a su corazón le explicó el significado de lo que veía: “Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”. De esa manera, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies. En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”. Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.
Oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: “En adelante, ya no verás, hija mía; pero oirás mi voz en la oración”.
Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: “La M y los dos corazones son bastante elocuentes”.
¿Qué significado tienen los símbolos y cuál es el mensaje espiritual de la Medalla Milagrosa? Como hemos visto, algunos han sido explicados por la misma Virgen.
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que está sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás. La Virgen es, en el Génesis, la “Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente” (Gn 3, 15), y lo hace porque, en virtud de ser Ella la Madre de Dios, su Hijo Dios la ha hecho partícipe de su poder divino, y es así que para el Dragón infernal, Satanás, el delicado piececito de mujer de la Virgen, pesa más que miles de universos enteros, porque la Virgen tiene el poder divino participado por el mismo Dios Hijo en Persona. Ése es el motivo por el cual el Demonio tiembla de terror y de espanto ante el solo Nombre de María Virgen, y es el motivo por el cual la Virgen le aplasta su cabeza orgullosa de Serpiente infernal: porque tiene el poder participado por Dios.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. La Virgen aparece al principio de las Escrituras, en el Génesis, como la Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente infernal, y aparece al final de las Escrituras, en el Apocalipsis, resplandeciente, como “la Mujer revestida de sol” (12, 1), y siempre por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Madre de Dios; si al principio de las Escrituras aparece como aplastando al Dragón, en el Apocalipsis aparece el Gran Signo Divino, que junto a la Cruz de Jesús, anuncia a los hombres el Triunfo de Dios sobre el Ángel caído; la Virgen es la “Mujer revestida de sol”, porque Ella está inhabitada por el Espíritu Santo y es Morada de la Santísima Trinidad, y ante su presencia, las huestes del infierno se hunden en los abismos aullando de terror, mientras los ángeles y santos de Dios exultan de gozo y alegría.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes se lo pidan. Nuestro Señor en la cruz, nos la dio como Madre y en las Bodas de Caná intercedió para que Jesús obrara el primer milagro público, la conversión del agua en vino de la mejor calidad, símbolo de la conversión del vino del altar en la Sangre del Cordero. Al concedernos a la Virgen en su doble condición de Madre y Medianera de todas las gracias, Dios quiere asegurarse nuestra salvación eterna a toda costa, porque sabe que cuando un hijo de esta Madre Amantísima acude a Ella, al ver esta Madre, que es puro Amor, que su hijo descarriado está en peligro de condenarse, no dejará de mover cielo y tierra, para conseguir las gracias necesarias para que su hijo se salve. La infinita Sabiduría y el Amor Eterno de Dios han querido darnos una Madre que, además de Amantísima, es Medianera de todas las gracias, de manera que acudiendo a Ella, estaremos siempre seguros de conseguir las gracias que necesitamos, para nosotros y para nuestros seres queridos, para la eterna salvación. Debemos pedir gracias sin temor, porque la misma Virgen nos anima a pedirlas, ya que Ella dice que “las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
-Jaculatoria: “María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti”. Se trata del Dogma de la Inmaculada Concepción, dado a conocer antes de la definición dogmática de 1854. También se trata de la misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre. La Virgen es concebida sin pecado, por eso es “Inmaculada Concepción”, es decir, concebida “sin mácula”, sin mancha de pecado. Esto quiere decir muchas cosas: quiere decir que la Virgen nunca tuvo ni la más pequeñísima sombra, no siquiera de malicia, porque no era capaz de cometer ni el más ligerísimo pecado venial, sino ni siquiera la más pequeñísima imperfección. Pero además, la Virgen era “Llena de Gracia”, lo cual quiere decir, “inhabitada por el Espíritu Santo”, y esto desde el primer instante de su Concepción Inmaculada, y esto, porque la Virgen estaba destinada a ser la Madre de Dios: no podía estar contaminada con la malicia del pecado, la que iba a ser la Madre de Dios Hijo, que por definición, era el Ser en el grado más perfecto de pureza y de santidad. Y como la Virgen es Inmaculada, Pura, e infinitamente agradable a Dios, puede interceder por nosotros, y es por eso que debemos recurrir a Ella, si queremos obtener algo de Jesucristo, ya que enseñan los santos que, si vamos nosotros, por nosotros mismos, a Jesucristo, directamente, con toda probabilidad, seremos rechazados, pero si vamos por medio de María, seremos aceptados.
-El globo bajo sus pies: significa que la Virgen es Reina del cielos y tierra. No puede ser de otra manera, puesto que su Hijo, Jesucristo, es Rey de cielos y tierra, y al ser Asunta la Virgen, su Madre, Él la coronó como Reina de cielos y tierra. Pero así como Jesucristo obtuvo su corona de gloria luego de ser coronado de espinas, así también la Virgen recibió de su Hijo Jesucristo, la corona de luz y de gloria, luego de participar espiritualmente de su Pasión y de su corona de espinas. Por eso es que nosotros, como hijos de la Virgen que somos, si queremos ser coronados de gloria, como nuestra Madre celestial y como Jesús, entonces también pedimos ser coronados con la corona de espinas de Jesús y pedimos participar espiritualmente, como participó la Virgen espiritualmente, de la Pasión de Jesús. Sólo así, participando de la misma corona de espinas y de la Pasión de Jesús, seremos coronados de gloria como la Virgen, en el cielo, por Jesús.
-El globo en sus manos: significa el mundo –las almas- ofrecido a Jesús por sus manos. Todas las almas, están en las manos de la Virgen, que se las ofrece a Jesús, para que Jesús las guarde en su Sagrado Corazón y de su Sagrado Corazón las lleve al Padre.
En el reverso:
-La cruz. Por la cruz, a la luz. Por la cruz del Calvario, a la luz de la gloria. No hay salvación sin cruz; la cruz de Jesús es el camino al cielo. La cruz de Jesús convierte la ira del Padre en Amor Misericordioso, porque cuando Jesús se interpone entre Dios Padre y nosotros con su cruz, Dios Padre nos mira a través de las llagas de Jesús, y así su ira divina, justamente encendida por nuestras iniquidades y maldades, no solo se aplaca, sino que desaparece y se convierte en Divina Misericordia, que se derrama sobre las almas por medio de la Sangre que mana a través de las heridas abiertas de Jesús.
-La letra M. Es el símbolo de María y de su maternidad espiritual. La Virgen es nuestra Madre del cielo, porque Jesús nos la entregó antes de morir, como supremo don de su Sagrado Corazón, cuando le dijo a Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). En Juan estábamos representados todos los hombres, y fue en ese momento, de supremo dolor, que la Virgen nos concibió en su Inmaculado Corazón, como hijos adoptivos, y fue en ese admirable momento en el que, a la sombra de la cruz, bajo la forma del amor maternal de una Madre celestial, la Misericordia Divina comenzó a tomar posesión de nuestras almas, para salvarlas y conducirlas al cielo.
-La barra. Es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. “No hay otro nombre dado bajo el cielo para nuestra salvación” (Hch 4, 12), y eso es lo que nos recuerda la Medalla Milagrosa.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador. La Medalla Milagrosa nos recuerda este hecho: la Virgen está al pie de la cruz, en el Calvario, y está al pie de la cruz en el altar eucarístico, en la Santa Misa, porque la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz.
-Las doce estrellas. Signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los Apóstoles y que nace en el Calvario de su Inmaculado Corazón traspasado.
-Los Dos Corazones. Significan la Corredención y la unidad indisoluble entre los Corazones del Hijo y de la Madre, además de la futura devoción a los dos y su reinado. La Virgen María es Corredentora porque participa espiritualmente de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús. Si bien Ella no participó físicamente de los tormentos que sufrió su Hijo, sí los sufrió moral y espiritualmente; además, desde que dio su “Sí” al Anuncio del Ángel a la Voluntad del Padre, a la Encarnación del Verbo, que era ofrecer su Hijo  por la salvación de los hombres; al ofrecerlo a su Hijo en el Nacimiento, en Belén, Casa de Pan, como Pan de Vida eterna; al ofrecerlo al pie de la cruz, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; al ofrecerlo cada vez, en la Santa Misa, como la Madre Iglesia, en la Eucaristía, como Pan Vivo bajado del cielo, la Virgen participa activamente de la Redención, porque Ella ofrece a su propio Hijo, al Hijo de sus entrañas, que si bien es el Hijo Eterno del Padre, es también Hijo de sus entrañas humanas y maternas, de madre humana, por la parte humana que tiene Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, y porque la Virgen ofrece activamente a su Hijo por la Redención de los hombres y participa espiritualmente de la Pasión de su Hijo, la Virgen es Corredentora, junto a su Hijo, el Redentor del mundo, y por eso, la Medalla Milagrosa, nos recuerda a los Dos Sagrados Corazones de Jesús y de María juntos.
Y, por último, el nombre de la medalla: la Medalla se llamaba originalmente: “de la Inmaculada Concepción”, pero al expandirse la devoción y al haber sido concedidos tantos milagros a través de ella, se le cambió el nombre y se la comenzó a llamar popularmente “La Medalla Milagrosa”.
Y, como dice el dicho: “Cuando el río suena, agua trae”. Y en este caso, el río suena, porque trae agua, mucha agua; tanta agua, que es un mar, y un mar de gracias: las gracias de la Medalla Milagrosa.





[1] http://www.corazones.org/maria/medalla_milagrosa.htm

martes, 26 de noviembre de 2013

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


Historia de la aparición

La Virgen se le apareció a Santa Catalina Labouré el 27 de Noviembre de 1830. Estaba vestida de blanco, con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Al describir su rostro, Santa Catalina dijo que “era la Virgen María en su mayor belleza”.
Sus pies, que posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, aplastaban al mismo tiempo a una serpiente verde con pintas amarillas. Las manos de la Virgen, elevadas a la altura del corazón, sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.
La Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, rodeándola de tanta claridad, que no era posible verla.
Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo y llenaban toda la parte baja.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y dijo a su corazón:
“Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Con estas palabras la Virgen se da a conocer como la Mediadora de todas las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”.
Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.
Santa Catalina oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una “M”, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. A su alrededor había doce estrellas.

Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente, que a su vez está sobre el mundo: el globo representa a la Humanidad, mientras que la serpiente representa al Demonio, que tiene a toda la humanidad bajo su poder, debido a que ha perdido la gracia y la unión con Dios a causa del pecado original. La Virgen, la Inmaculada Concepción, aplasta la cabeza de la serpiente, en cumplimiento de la profecía que Dios le hace al demonio en el Génesis: “La Mujer te aplastará la cabeza”. La Virgen, a pesar de ser una creatura humana, vence a la serpiente, porque la Trinidad en pleno le participa de su poder, de modo que, a pesar de ser una creatura humana, tiene tanto poder que su solo pie femenino representa, para el demonio, todo la fuerza y la omnipotencia divina.
-Las manos de la Virgen, extendidas y emitiendo rayos luminosos, representan su condición de Madre de todos los hombres y Mediadora de todas las gracias. La Virgen es Madre de todos y cada uno de los hombres –independientemente de si tienen fe  o no- porque Cristo nos la dio antes de morir, al decirle desde la Cruz: “Mujer, he ahí a tu hijo”, señalando al apóstol Juan, en quien estábamos todos representados. El hecho de que Dios nos haya concedido a su Madre para que nos adopte como hijos, es un don de la Misericordia Divina que quiere asegurarse, por todos los medios posibles, la salvación de los hombres: teniendo a la Virgen por Madre, aun hasta el pecador más empedernido tiene la oportunidad de salvarse, porque la Virgen, llevada por su amor materno, hará todo lo que esté a su alcance para salva r a su hijo.
-Los rayos que emiten sus manos representan la gracia divina que pasa a través de Ella, es decir, representan su condición de ser Medianera de todas las gracias; esto significa que no hay gracia, ni pequeña ni grande, que no sea administrada por Ella o, lo que es lo mismo, toda gracia pasa por el Inmaculado Corazón de María. Esto quiere decir que quien no se acerca a María por el amor y la fe, no recibe la salvación de Jesucristo, y es también un incentivo tanto para rezar el Rosario, que es la oración que más le gusta a la Virgen, como para consagrarse al Inmaculado Corazón de María, porque la Consagración a la Virgen es en sí misma una gracia que anticipa muchas otras.
-La jaculatoria “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, es una proclamación, en pocas y sencillas palabras, de uno de las más grandes misterios de la Religión Católica, el dogma de la Inmaculada Concepción, dogma por el cual la Iglesia reconoce en María a la Nueva Eva, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Mujer del Apocalipsis, Vencedora de Satanás con el poder de su Hijo Jesús, Madre de Dios encarnado, Templo del Espíritu Santo, Sagrario Viviente de Jesús Eucaristía e infinidad de otros títulos.
-El globo bajo sus pies significa que la Virgen es Reina de cielos y tierra, por su condición de ser Madre del Rey del Universo, Jesucristo, y por el hecho de haber participado de la Pasión de su Hijo llevando, si bien no físicamente, sí espiritualmente, la corona de espinas de Jesús. En recompensa, Jesús le otorga a su Madre, una vez Asunta a los cielos, la corona de luz y de gloria que le corresponde como Reina de cielos y tierra.
-El globo en sus manos, de color dorado, es el mundo ofrecido a Jesús por sus manos, es el mundo que ha sido ya, en cierto modo, purificado por el dolor de la Virgen; es el mundo que ha recibido la gracia de la Redención, y por eso el color dorado.

En el Reverso:

-La cruz: significa el misterio de redención, es la Puerta abierta a los cielos, es el único camino por el cual se accede al Reino de los cielos; es la única vía de acceso al Corazón de Dios Padre. Quien rechaza la Cruz, rechaza la salvación; quien abraza la Cruz, abraza la salvación, porque la Cruz está empapada con la Sangre del Cordero de Dios.
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. Además de ser la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la serpiente, la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, la señal que aparece en el cielo, la “Mujer revestida de sol”. Como tal, es la Mujer que vence al Dragón que quiere asesinar a su Hijo; la Virgen protege a su Hijo llevándolo al desierto.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los dos corazones: la corredención, obrada por Jesucristo y su Madre. representa también la unidad indisoluble entre ambos, la futura devoción a los dos y su reinado.
Por último, la promesa de la Virgen para quienes lleven puesta la Medalla: “Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”, nos invita a llevar la Medalla todos los días de la vida, hasta la muerte, y a pedir con gran confianza una gran cantidad de gracias, aun cuando parezcan imposibles de conseguir.