
jueves, 21 de agosto de 2014
Memoria de la Santísima Virgen María, Reina
jueves, 22 de agosto de 2013
Santa María Reina
lunes, 22 de agosto de 2011
María Reina

Luego de ser asunta a los cielos, la Virgen recibe, de parte de la Trinidad, la corona de luz y de gloria que la constituye como Reina de todo lo creado. La Virgen es Reina en el cielo porque su Hijo es Rey, ya que es Él quien le otorga la realeza y la corona. María Reina, con corona de luz y de gloria, está anunciada en el Apocalipsis: Ella es la “mujer que aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). El hecho de que sean los elementos creados celestes –sol, luna, estrellas- los que la adornen, sumados a los ángeles que la honran –tal como aparece en la tilma de Juan Diego, como la Virgen de Guadalupe-, indica que la Virgen en el cielo, como Reina, tiene poder y majestad sobre toda la creación, visible e invisible, los ángeles.
María es Reina y recibe una corona de luz y de gloria en el cielo, porque su Hijo es Rey y porque Él recibió primero, en su Resurrección y Ascensión, la misma corona de luz y gloria.
Pero tanto Jesús como la Virgen, para recibir esta corona de luz y la condición de reyes soberanos, tuvieron que pasar previamente por la amargura, el dolor y la humillación de la Pasión.
Así como no hay resurrección sin cruz, así tampoco hay corona de luz y de gloria sin la corona de espinas. Si bien la Virgen no fue coronada materialmente de espinas, movida por el amor a su Hijo, experimentó en Ella cada una de sus espinas, y sufrió con Jesús cada uno de sus dolores, por lo que se puede decir que María llevó espiritualmente la corona de espinas, redimiendo junto a Jesús los malos pensamientos de los hombres: de soberbia, de rencor, de odio, de venganza, de vanagloria, de placer desenfrenado.
Al contemplar a María Reina, coronada con una corona de luz, pensemos que esa corona se la dio Dios Padre, por sus méritos de Corredentora junto a su Hijo Jesús, y pensemos también que nosotros en cambio le dimos, con nuestros malos pensamientos, con nuestros malos deseos, los dolores de las espinas de su Hijo Jesús. Si Dios Padre la coronó de gloria en el cielo, nosotros punzamos la cabeza de María con nuestros pecados, con nuestros malos sentimientos para con el prójimo. Pensemos en esto, y hagamos el propósito de nunca más volver a punzar la cabeza de la Virgen, y pidamos en cambio la gracia de tener los mismos pensamientos y los mismos deseos que tienen Jesús crucificado y coronado de espinas, y la Virgen al pie de la cruz.
martes, 12 de julio de 2011
El significado de la rosa roja de María Rosa Mística

La rosa roja significa el espíritu de reparación y sacrificio. De esto surgen dos preguntas para el cristiano: ¿qué es lo que se debe reparar? Y la otra: ¿cómo hacer sacrificio? La respuesta la encontramos en la Pasión del Señor, descripta por la Venerable Luisa Piccarreta en “Las Horas de la Pasión”.
Para saber qué debemos reparar, aquí lo que nos dice Jesús a través de Luisa Piccarreta:
“Despreciado Jesús mío, el corazón se me hace pedazos al ver que mientras que los judíos se ocupan de ti para hacerte morir, Tú, concentrado en ti mismo, piensas en dar la vida por todos la Vida... Y poniendo yo atención en mis oídos, te oigo que dices:
"Padre Santo, mira a tu hijo vestido de loco... Esto te repare por la locura de tantas criaturas caídas en el pecado. Esta vestidura blanca sea en tu presencia como la disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa... ¿Ves, oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que les hace perder casi la luz de la razón? ¿Ves la sed que tienen de mi sangre? Pues Yo quiero repararte por todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, e impetrar para todos la luz de la razón. Mírame de nuevo, Padre mío. ¿Puede haber un insulto mayor? Me han pospuesto al gran malhechor... Y yo quiero repararte por las posposiciones que se hacen... ¡Ah, todo el mundo está lleno de estas posposiciones! Hay quien nos pospone a un vil interés; quien, a los honores; quien, a las vanidades; quien, a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a comilonas y embriagueces y hasta al mismo pecado; y todas las criaturas por unanimidad e incluso hasta en la más pequeña cosa, nos posponen... Y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar por las posposiciones que nos hacen las criaturas."
Jesús es pospuesto a Barrabás por el pueblo deicida: el Santo de los santos, el Dios Tres veces Santo, el Dios todo Amor, Pureza y Perfección, es pospuesto por un criminal, un asesino, un ladrón, que ni siquiera da signos de arrepentimiento. El Pueblo Elegido elige a un ídolo del mal, antes que al Dios de Bondad infinita.
Es la imagen de los católicos idólatras, que dejando a un lado al Dios de los sagrarios, a Jesús Sacramentado, se inclinan a los ídolos como el Gauchito Gil, San La muerte o la Difunta Correa, pero también representan a aquellos católicos, como lo dice el mismo Señor, que en vez de llenar sus corazones con el Amor de Dios, lo llenan con el odio, el rencor, la venganza; representa a quienes, en vez de llenar sus almas con la humildad de Cristo y de María, aprovechando la humillación o buscando la auto-humillación, se inflan con deseos de vanagloria, de honores mundanos, conseguidos al precio de sus almas; representan a los cristianos que, en vez de vivir en la sobriedad y en el decoro, tratando de imitar la pobreza evangélica de Jesucristo, se arrastran por los placeres y dignidades mundanas, y llenan sus vientres con comilonas y embriagueces.
El cristiano, viendo la ofensa y el ultraje inenarrable que recibe Jesús al ser pospuesto a un criminal, y al ver cómo la Eucaristía es pospuesta por los placeres y atractivos del mundo, y cómo la adoración eucarística es reemplazada por la adoración idolátrica a ídolos demoníacos, debe reparar por todo esto, por medio de la oración y de la adoración eucarística reparadora.
Luego a Jesús, habiendo sido condenado injustamente a ser flagelado, por el inicuo y cobarde juez Poncio Pilato, le son quitadas sus vestiduras:
“Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, pues de lo contrario no podré continuar viéndote sufrir tanto... ¿Cómo? Tú, que vistes a todas las cosas creadas, al sol de la luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas y de flores y a los pajarillos de plumas... Tú, ¿desnudo? ¡Qué osadía, qué atrevimiento!
Pero mi amantísimo Jesús, con la luz que irradia de sus ojos, me dice: "Calla, oh hija. Era necesario que Yo fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud y de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a la manera de las bestias. En mi virginal confusión quise reparar por tantas deshonestidades y lascivias y placeres bestiales... Pero sigue atenta a todo lo que hago, ora y repara conmigo y... cálmate".
Despojado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso. Veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; y con tanta ferocidad y furor te golpean que están ya cansados, pero otros dos verdugos los sustituyen... toman otros flagelos y te azotan tanto que en seguida comienza a chorrear sangre de tu santísimo cuerpo a torrentes... y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos... haciéndolo todo una llaga. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con nuevos flagelos más agudos y pesados prosiguen la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre chorrea y cae al suelo formando un verdadero lago en torno a la columna...”.
Hoy en día la inmoralidad es tomada como virtud y como un derecho humano, y de ese modo, se profanan una y mil veces los cuerpos de los hombres, llamados a ser “templos del Espíritu Santo”, según San Pablo. La crudelísima flagelación que sufre Jesús se debe a los innumerables pecados contra la carne que en todo el mundo y a toda hora se cometen. Todavía más, como si no fuera suficiente la ola nauseabunda que viene de los adultos, se quiere incorporar a esta náusea a la niñez, y para ello se les enseña, desde muy pequeños, que el cuerpo puede ser transformado las veces que se quiera, y puede ser profanado como se quiera y cuando se quiera.
Si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, al profanar el cuerpo, se profana a la Persona del Espíritu Santo que ha tomado posesión de él desde el bautismo, y esta sacrílega profanación es la que Jesús repara con la flagelación. Al ser flagelado, Jesús repara por los pecados de lujuria y de lascivia, cometidos por quienes olvidan que sus cuerpos han sido consagrados
El cristiano debe estar muy atento a no sumarse a la multitud de aquellos que golpean sin saña a Nuestro Señor, aquellos que tomando a burla la condición de templo de Dios que ha adquirido el cuerpo por el bautismo, lo profanan una y mil veces, todos los días.
Para saber hasta dónde debe llegar nuestro sacrificio, el alma debe contemplar el estado en el que queda Jesús, como consecuencia de su sacrificio de amor: “Jesús, flagelado amor mío, mientras te encuentras bajo esta tempestad de golpes me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima Sangre. Y cada golpe que recibes es una nueva herida para mi corazón, y mucho más, pues poniendo atención en mis oídos, percibo tus ahogados gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos oigo que dices: "Vosotros, todos los que me amáis, venid a aprender del heroísmo del verdadero amor; venid a saciar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantos deseos de placeres... de tanta sensualidad. En esta sangre mía hallaréis el remedio para todos vuestros males."
Y con tus gemidos continúas: "Mírame, oh Padre, hecho todo una llaga bajo esta tempestad de golpes, pero no me basta, pues quiero formar en mi cuerpo tantas llagas que en el Cielo de mi Humanidad sean suficientes moradas para todas las almas, de modo que conforme en Mí mismo su salvación, para hacerlos pasar luego al Cielo de la Divinidad... Padre mío, cada golpe de flagelo repare ante ti, una por una, cada especie de pecado, y al golpearme a Mí, sean excusa para quienes los cometen... Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto que las forcen a rendirse a Mí".
Viendo el sacrificio de Jesús, el cristiano debe ofrecer él mismo sacrificios diarios: debe hacer mortificación, ayunos, penitencias, para reparar por todos los ultrajes que recibe Jesús en su Cuerpo y en su Presencia Eucarística.
domingo, 17 de abril de 2011
Oremos con el icono de la Madre de Dios La Pasión

Podemos orar con este icono meditando en lo que su nombre evoca:
Para ello, he aquí un breve relato, desde el Huerto hasta la crucifixión.
Ya en el Huerto de los Olivos había conocido Jesús la ingratitud, la indiferencia y la decidia de sus discípulos: mientras Él sudaba sangre y experimentaba terror y una angustia de muerte (cfr. Mt 26, 38) ante la visión de la maldad de los pecados de los hombres, y mientras sufría en agonía porque sabía que muchas de las almas por las cuales Él moría se iban igualmente a condenar, sus discípulos, llevados por el cansancio de la jornada, pero también por la falta de amor hacia Jesús, y por la incomprensión del don de su amor que les estaba por hacer al morir por ellos en la cruz, duermen (cfr. Mt 26, 40).
Mientras Jesús suda sangre y llora de angustia y sufre el espanto de la visión de los pecados de la humanidad, los discípulos duermen en el Huerto de los Olivos.
Jesús conoce el abandono, la pereza, la indiferencia, la incomprensión de sus discípulos.
También en el Huerto de los Olivos había conocido la amargura y el dolor de la traición, al consumarse la entrega de Judas Iscariote. El dolor de Jesús se refleja en las palabras que dice a Judas: “Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (cfr. Lc 22, 48). Lo trata de ‘amigo’, y le hace ver que ha usado el signo propio de la amistad, el beso en la mejilla, para consumar la traición. El dolor de Jesús se ve aumentado porque quien lo entrega es alguien a quien Él considera su amigo: “Amigo”, le dice al ser entregado por Judas.
Luego del Huerto, cuando ya ha emprendido el camino de la cruz, a lo largo de todo el camino de
Jesús no solo no tiene consuelo de parte de los hombres, sino que los hombres, aliados con los ángeles caídos, y por permisión divina, se dejan llevar por la furia y el odio deicida, y descargan toda la maldad de sus corazones humanos en el cuerpo maltrecho del Cordero de Dios, que sin quejarse se deja llevar al matadero.
Sólo su Madre, María, le da el consuelo que le da fuerzas para llegar a la cima del Monte Calvario. Si de los hombres recibe insultos, golpes, furia homicida y deicida –llevados por un odio satánico, los hombres matarían a Dios si pudieran hacerlo-, de María recibe consuelo, amor, dulzura, paz, ternura, que obran en el Hombre-Dios, maltrecho y malherido, como si le aplicaran aceite y bálsamo en sus heridas cubiertas de sangre y de polvo.
La mirada de amor maternal de María, al cruzarse con la mirada de Jesús, en el momento en el que Jesús cae llevando la cruz –es el encuentro con
La mirada de María a su Hijo Jesús, cuando cae con la cruz camino del Calvario, es la mirada del amor de
El Hijo de Dios experimenta el dolor y la tribulación de la cruz, pero recibe también de su Madre la mirada de su amor y el saber que su Madre está con Él hasta que Él entregue su espíritu al Padre. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16-20), les dice Jesús a sus discípulos; “Yo estoy contigo, Hijo de mi Corazón, todos los días hasta el fin de tus días”, le dice
Así como María acompaña a su Hijo Jesús en
P. Álvaro Sánchez Rueda
lunes, 7 de marzo de 2011
Oremos con el icono de la Madre de Dios La Pasión

Podemos orar con este icono meditando en lo que su nombre evoca:
Para ello, he aquí un breve relato, desde el Huerto hasta la crucifixión.
Ya en el Huerto de los Olivos había conocido Jesús la ingratitud, la indiferencia y la decidia de sus discípulos: mientras Él sudaba sangre y experimentaba terror y una angustia de muerte (cfr. Mt 26, 38) ante la visión de la maldad de los pecados de los hombres, y mientras sufría en agonía porque sabía que muchas de las almas por las cuales Él moría se iban igualmente a condenar, sus discípulos, llevados por el cansancio de la jornada, pero también por la falta de amor hacia Jesús, y por la incomprensión del don de su amor que les estaba por hacer al morir por ellos en la cruz, duermen (cfr. Mt 26, 40).
Mientras Jesús suda sangre y llora de angustia y sufre el espanto de la visión de los pecados de la humanidad, los discípulos duermen en el Huerto de los Olivos.
Jesús conoce el abandono, la pereza, la indiferencia, la incomprensión de sus discípulos.
También en el Huerto de los Olivos había conocido la amargura y el dolor de la traición, al consumarse la entrega de Judas Iscariote. El dolor de Jesús se refleja en las palabras que dice a Judas: “Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (cfr. Lc 22, 48). Lo trata de ‘amigo’, y le hace ver que ha usado el signo propio de la amistad, el beso en la mejilla, para consumar la traición. El dolor de Jesús se ve aumentado porque quien lo entrega es alguien a quien Él considera su amigo: “Amigo”, le dice al ser entregado por Judas.
Luego del Huerto, cuando ya ha emprendido el camino de la cruz, a lo largo de todo el camino de
Jesús no solo no tiene consuelo de parte de los hombres, sino que los hombres, aliados con los ángeles caídos, y por permisión divina, se dejan llevar por la furia y el odio deicida, y descargan toda la maldad de sus corazones humanos en el cuerpo maltrecho del Cordero de Dios, que sin quejarse se deja llevar al matadero.
Sólo su Madre, María, le da el consuelo que le da fuerzas para llegar a la cima del Monte Calvario. Si de los hombres recibe insultos, golpes, furia homicida y deicida –llevados por un odio satánico, los hombres matarían a Dios si pudieran hacerlo-, de María recibe consuelo, amor, dulzura, paz, ternura, que obran en el Hombre-Dios, maltrecho y malherido, como si le aplicaran aceite y bálsamo en sus heridas cubiertas de sangre y de polvo.
La mirada de amor maternal de María, al cruzarse con la mirada de Jesús, en el momento en el que Jesús cae llevando la cruz –es el encuentro con
La mirada de María a su Hijo Jesús, cuando cae con la cruz camino del Calvario, es la mirada del amor de
El Hijo de Dios experimenta el dolor y la tribulación de la cruz, pero recibe también de su Madre la mirada de su amor y el saber que su Madre está con Él hasta que Él entregue su espíritu al Padre. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16-20), les dice Jesús a sus discípulos; “Yo estoy contigo, Hijo de mi Corazón, todos los días hasta el fin de tus días”, le dice
Así como María acompaña a su Hijo Jesús en
jueves, 18 de noviembre de 2010
Oremos con el icono de la Madre de Dios "Nuestra Señora del Perpetuo Socorro"

En el ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro se ve la imagen de la Virgen, que sostiene en brazos a su Hijo Jesús; la Virgen mira hacia adelante; hacia, el fondo, se ven las iniciales, en letras griegas, que significan “Madre de Dios”; hacia arriba, y rodeando por ambos lados a la Virgen y el Niño, hay dos ángeles, que traen en sus manos la cruz, los clavos, la corona de espinas; el Niño, que está en brazos de María, gira repentinamente su cabeza y mira hacia arriba y hacia su izquierda, hacia el lugar en donde se encuentra uno de los ángeles, que le muestra los instrumentos de la Pasión; a causa de esta visión sorpresiva, el Niño, que está calzado con sandalias, gira, y en su giro, se desata una de sus sandalias, la cual queda suspendida en el aire, casi fuera del pie; hacia el otro costado de la Virgen, y hacia arriba, se ve a otro ángel, que sostiene también entre sus brazos otros instrumentos de la Pasión.
La Virgen del Perpetuo Socorro ayuda al Niño Jesús, que se estremece por la visión de los instrumentos de su muerte, traídos por los ángeles. Los ángeles muestran al Niño la cruz, los clavos, la corona de espinas, la lanza, y el Niño, que está tranquilo en los brazos de su Madre, siente temor ante la muerte en cruz, y en su temor, se mueve, y al moverse, su sandalia se sale de su pie. La Virgen lo sostiene firme en sus brazos; la Virgen sostiene en sus brazos a Dios hecho Niño, y con su amor maternal lo consuela y le da fuerzas.
La Virgen socorre a su Niño ante el peligro de muerte, y es por eso que el ícono toma el nombre de “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”.
Pero el auxilio de María no se limita a un ícono; no es sólo una imagen, sino que es un ícono que refleja la realidad, porque es en la realidad del misterio pascual de Jesús, en donde María socorre a su Hijo: socorre a su Hijo en la huida a Egipto, huyendo al exilio porque los hombres quieren matar a su Hijo, y lo socorre llevándolo en sus brazos; socorre a su Hijo en el Apocalipsis, cuando María huye, con su Hijo en sus brazos, al desierto, para evitar que el dragón, que había caído a la tierra desde el cielo, mate a su Hijo Jesús; la Virgen socorre a su Hijo con su mirada en la Vía Dolorosa, cuando su Hijo cae con la cruz a cuestas, camino del patíbulo; lo socorre con su amor maternal, cuando su Hijo agoniza en la cruz.
María socorre a su Hijo Jesús a lo largo de todo el misterio pascual, pero es en la cruz en donde se ve el mayor desamparo de Jesús, y es en la cruz en donde Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se muestra en toda su grandeza como Madre amorosa que auxilia a su Hijo. Aunque sostiene a su Hijo en sus brazos, como en el ícono, así lo sostiene, con algo más fuerte que sus brazos, y es su amor maternal, al amor de la Madre de Dios.
La cruz del Calvario, en donde María socorre a su Hijo que agoniza, es la continuación y prolongación del ícono; la cruz del Calvario es un ícono que tiene similitudes y diferencias con el ícono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro: las similitudes, la Presencia de María Santísima en ambos íconos, y en ambos socorre a su Hijo; las diferencias, que en la cruz se consuma lo que se prefigura en el ícono.
En la cruz, a diferencia de lo que sucede en el ícono, no son ya los ángeles quienes muestran a Jesús los instrumentos de su muerte; son los hombres, movidos por el odio deicida, quienes además de mostrar a Jesús los instrumentos de muerte, el leño, los clavos, la corona de espinas, la lanza, ahora los usan contra Jesús, quitándole la vida.
En la cruz, no se sale de sus pies la sandalia, como en el ícono; porque le han sido quitadas sus sandalias, y al puesto de las sandalias, tiene ahora dos grandes clavos de hierro que clavan sus pies al madero.
En el ícono de la Virgen del Perpetuo socorro, la Virgen sostiene en brazos a su Niño, que se estremece ante los instrumentos de su muerte; en la cruz, su Hijo está muriendo porque esos instrumentos de muerte ya están obrando sobre Él, y la Virgen lo sostiene, más que con sus brazos, con su amor maternal, que es más fuerte que sus brazos.
En el ícono, María sostiene entre sus brazos el cuerpo vivo de su Niño; en la cruz, sostiene entre sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo, al ser descendido de la cruz.
En el ícono, aparece el nombre de María Santísima, como “Madre de Dios”, para recordarnos que esa Mujer que sostiene en brazos a un Niño que se asusta ante la cruz, es la Madre de Dios Hijo.
En el Calvario, María es la Madre de Dios que con su amor sostiene hasta el fin a su Hijo Jesús, quien gracias al amor de la Madre lleva hasta el extremo el sacrificio de la cruz.
A Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que auxilió al Hijo de Dios a lo largo de toda su vida terrena, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, a Ella le pedimos que también a nosotros nos auxilie en las tribulaciones de la vida, y nos sostenga con su amor maternal hasta el fin.
lunes, 8 de marzo de 2010
María memoria viva de la Pasión

María había acompañado a su Hijo durante toda su vida, y lo acompañó, en el silencio y ocultamente, de manera especial en la Pasión, por todos estos motivos, María recordaba con fervor y amor su Pasión. Pero no recordaba la Pasión de su Hijo solo por haberlo visto en la Flagelación, en la coronación de espinas, en la crucifixión. María no solo lo acompañó, sino que, también por un don especialísimo, sufrió con Él todos los dolores que padeció Jesús, sin que quedase ninguno de esos tormentos sin que María los sufriese personalmente[2].
Todo esto constituía un motivo suficiente para que María recordase y tuviese siempre presente a la Pasión de su Hijo. Pero dice la beata Ágreda que era otro motivo, mucho más fuerte, lo que hacía que María tuviera siempre delante suyo la Pasión de Jesús: María recibía la Eucaristía con profunda devoción, y en la Eucaristía se unía espiritualmente, mientras vivía en la tierra, con su Hijo, que había resucitado, pero que en el misterio eucarístico y en el misterio de la iglesia y de su liturgia, continuaba –y continuará hasta el fin de los tiempos- su Pasión redentora[3].
Es María quien nos puede conceder el don de no solo recordar piadosamente la Pasión de su Hijo, sino de participar de esa Pasión.
[1] Cfr. Sor María de Jesús Agreda, Mística Ciudad de Dios. Vida de María, Concepcionistas de Agreda, Madrid 1992, capítulo 10, 1390.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.