La primera característica de la devoción legionaria es una
gran confianza en Dios Uno y Trino y en su infinito, eterno, inagotable e
incomprensible Amor que Él nos tiene a todos y cada uno de los seres humanos[1]. Ese
Amor se demuestra en el deseo que Dios tiene de que “todos los seres humanos
seamos salvados” (cfr.1 Tim 2, 4). La
Legión tiene, por lo tanto, en el Amor de Dios, su primer objeto de devoción.
Ahora bien, ese Amor de Dios se “materializa” en Jesús, Dios
Hijo encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y que se ofrece, en
el altar del Calvario y en el Nuevo Calvario, que es la Santa Misa, con su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para que uniéndonos a Él en la Eucaristía, se
cumpla el divino designio de salvación para nosotros. Y puesto que el Hijo de
Dios, encarnación de la Divina Misericordia, viene a nosotros por medio de
María Santísima, dice el Manual del Legionario que, en segundo término –inmediatamente
luego del Amor de Dios-, la devoción del legionario se dirige a María
Santísima, la Mujer del Génesis, del Calvario y del Apocalipsis, por cuyo
intermedio nos viene la salvación, Cristo Jesús. Dice así el Manual del
Legionario: “La Legión vuelve sus ojos, en segundo término, a la Inmaculada
Concepción de María”[2].
Es decir, la Legión contempla a María no de cualquier modo, sino en su
condición de ser María la “Inmaculada Concepción”.
Es
decir, es verdad que María Santísima posee innumerables virtudes, dones y
gracias, que superan en santidad, inimaginablemente, a los ángeles y santos más
santos entre todos, pero la Legión presta atención en aquella condición de María
Santísima que es la condición por la cual Ella recibe todos sus dones, gracias
y privilegios de parte de la Trinidad, y es la condición de María de ser la
Inmaculada Concepción. A esto se refiere el Manual cuando refiriéndose al
segundo término de la devoción del legionario, afirma que la Legión “vuelve los
ojos a la Inmaculada Concepción”, porque es el don primigenio que hará que
María sea luego Madre de Dios, y luego Corredentora, Mediadora de todas las
gracias, etc.
Los
iniciadores de la Legión comprendieron que el Amor de Dios encarnado, Cristo
Jesús, venía a través de la Inmaculada Concepción de María y es la razón por la
cual “los primeros socios se reunieron alrededor de un altarcito de la
Inmaculada”[3].
Es por este motivo que, desde el punto de vista espiritual, la primera
jaculatoria de la Legión fue en honor y en acción de gracias al privilegio de
la Virgen de ser la Inmaculada Concepción, porque fue el privilegio por el cual
la Virgen recibió luego todos los otros dones, privilegios, gracias y mercedes inenarrables
con las cuales la Santísima Trinidad adornó su ya preciosísima e inmaculada
alma. Entre esos privilegios –además del privilegio incomparable de ser Virgen
y Madre de Dios- la Virgen fue concebida sin la mancha del pecado original para
que, por su pureza y humildad, fuera la que “aplastara la cabeza del Dragón”,
ya que Dios la hacía ser partícipe de su omnipotencia divina.
En las Sagradas Escrituras se narra que, luego de la caída
de Adán y Eva en el pecado de soberbia –pecado en el que cayeron por escuchar
la voz de la Serpiente Antigua y no la voz de Dios-, Dios envía a la Mujer y a
su descendencia para vencer a la Serpiente. Esa Mujer es María Santísima, la Inmaculada
Concepción la cual, al ser concebida sin pecado original y también inhabitada
por el Espíritu Santo, habría de participar de la omnipotencia divina y con ese
divino poder, habría de “aplastar la cabeza de la Serpiente infernal”. Es decir,
desde el inicio de los tiempos, Dios anuncia que, frente a la impureza y
malicia del Ángel caído y a la desobediencia del primer hombre y de la primera
mujer, Él habría de contraponer la Pureza Inmaculada de la Virgen y Madre de
Dios y a su descendencia, Dios Hijo encarnado y todos los que recibieran la
divina filiación por el bautismo. Y aunque los respectivos linajes habrían de
luchar hasta el fin del mundo, Dios en Persona asegura el triunfo definitivo y
total de los hijos de la Inmaculada.
Desde
la caída de Adán y Eva y hasta el regreso definitivo en la gloria de Dios Hijo,
se desarrollaría una lucha entre los hijos de la Inmaculada y los hijos de la
Serpiente, pero a pesar del aparente triunfo de los hijos de las tinieblas,
Dios en Persona, cuyo Espíritu Santo inhabita en el Inmaculado Corazón de
María, obtendría a través de la Virgen un completo y total triunfo sobre el
Príncipe de las tinieblas y los hombres perversos con él confabulados: “Pongo
hostilidad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo. Él pisará tu cabeza –triunfo
definitivo de los hijos de la Virgen- cuando tú hieras su talón –triunfo parcial
y aparente de los hijos de las tinieblas-” (cfr. Gén 3, 15).
La Legión acude a estas palabras de Dios dichas a Satanás,
dice el Manual, “a fin de beber en ellas como en la fuente de su confianza y
fortaleza en su lucha contra el pecado”[4]. Es
decir, la Legión tiene, en la Inmaculada Concepción de María, la certeza total
y absoluta de que por Ella recibirá la fortaleza divina necesaria para vencer a
la tentación y al pecado. Para reforzar esta idea el Manual del Legionario -citando
al Concilio Vaticano II[5]- afirma
que “en la Escritura se presenta la
figura de una Mujer, Madre del Redentor, por quien está prevista la promesa,
dada a nuestros primeros padres, de una victoria sobre la Serpiente” (cfr. Gén 3, 15)[6].
Ahora bien, no basta con el solo hecho de ser bautizados,
para formar parte del Ejército de María –Ejército victorioso porque ha recibido
la promesa de victoria de parte del mismo Dios-, sino que el pertenecer a este
victorioso Ejército es una tarea a la que todo legionario debe aspirar: “La Legión aspira a ser linaje de María, su
Descendencia en el pleno sentido de la palabra, porque en esto radica la
promesa de la victoria”[7]. El
Manual dice que la Legión aspira a ser linaje de María, y no aspiraría si es
que ya formara parte. Forma parte del linaje de María quien, desde la Legión,
se esfuerza por vivir según los Mandamientos de Dios y según los Estatutos de
la Legión. Por ejemplo, un legionario que no rece, que no se mortifique, que no
sea misericordioso con su prójimo, no forma parte del Ejército de María y las
promesas de victoria final sobre el Demonio, el pecado y la muerte no se
aplican a dicho legionario. De ahí que el legionario que se precie de serlo,
debe luchar, auxiliado por la gracia, contra la pereza espiritual.
[1] Cfr. Manual del Legionario, V.
[2] Cfr. Manual, V, 3.
[3] Cfr. Manual, V, 3.
[4] Cfr. Manual, V, 3.
[5] La Constitución Lumen Gentium, en su número 55.
[6] Cfr. Manual, V, 3.
[7] Cfr. Manual, V, 3.
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