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domingo, 18 de agosto de 2019

Santa María Reina



          La Virgen es Reina porque participa en grado inefable, infinitamente más alto que los bienaventurados del cielo, de la reyecía de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. El hecho de que María sea Reina está íntimamente ligado al hecho de que Nuestro Señor Jesucristo es Rey y por eso todas las características de Cristo Rey se aplican a María Reina: Él es Rey de reyes y Señor de señores, como dice el Apocalipsis; es el Rey que reina desde el madero y desde la Eucaristía; es el Rey de los ángeles y es el Rey de los hombres. No hubo, no hay ni habrá Rey más grande, majestuoso, humilde y poderoso que el Rey Jesucristo. De la misma manera, la Virgen es Reina, así como su Hijo es Rey: Ella es Reina de ángeles y hombres y no hay, no hubo ni habrá reina más majestuosa, humilde y grandiosa que la Virgen María.
          En los cielos, la Virgen ostenta la corona de gloria que su Hijo Jesús le colocó en su cabeza apenas la Virgen ingresó en los cielos, en la Asunción y desde entonces y para siempre, la Virgen es Reina y Emperatriz de cielos y tierra. Pero hay algo que se debe tener en cuenta en el hecho de que María es Reina y es que su corona de gloria que ahora ostenta en los cielos y por la eternidad, no le fue dada sin antes haberle sido concedido participar, de manera mística, sobrenatural, misteriosa, de la corona de espinas de su Hijo Jesús. Sólo después de recibir místicamente –no físicamente, pero no quiere decir menos real- aquí en esta tierra la corona de espinas de Nuestro Señor y sólo después de participar de su Pasión, la Virgen fue merecedora de la corona de gloria que ahora ostenta por toda la eternidad.
          De la misma manera nosotros, como hijos de la Virgen, estamos llamados también a participar de la corona de gloria de María Virgen, porque estamos llamados a reinar en los cielos, con los bienaventurados. Pero, al igual que Nuestra Madre del cielo, que llevó mística y espiritualmente la corona de espinas aquí en la tierra para recibir la corona de gloria en los cielos, también nosotros debemos, de la misma manera, pedir la gracia de llevar la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo en nuestra vida terrena, para luego ser coronados de gloria en el cielo.

martes, 22 de agosto de 2017

Santa María Reina


         Al ser Asunta a los cielos en cuerpo y alma glorificados, la Santísima Virgen, luego de ser recibida por su Hijo Jesús, es coronada como Reina de cielos y tierra, con una corona más preciosa que el oro, la plata, los diamantes y los rubíes, porque recibe de la Santísima Trinidad una corona de gloria y de luz divina. La Virgen es Reina porque su Hijo es “Rey de reye y Señor de señores”, y en realidad este título de Reina, si bien recibe la corona luego de su gloriosa Asunción a los cielos, lo poseía ya desde su Inmaculada Concepción, pues Aquella que no conoció la mancha del pecado original y fue concebida en gracia, estaba destinada a ser la Madre del Rey de los hombres y de los ángeles, el Hombre-Dios Jesucristo.
         Así, al ser coronada con la corona de luz y gloria, la Virgen se convierte en la Mujer descripta por el Apocalipsis, Aquella que “aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). La Virgen es coronada en el cielo como Reina de cielos y tierra, como Reina de ángeles y hombres, como Reina del universo visible y del invisible, y esto porque su Hijo es también Rey de todo lo creado, por lo que la Virgen participa de la realeza divina de su Hijo, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Así como su Hijo, al Ascender a los cielos, recibió del Padre Eterno y del Santo Espíritu de Dios, la corona de luz y gloria que por derecho y por conquista le pertenecía, así también la Virgen, luego de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos, recibe también una corona incorruptible, más preciosa que el oro y la plata, la corona de luz y gloria de su Hijo Jesús.
         Ahora bien, esta corona de luz y de gloria la recibe la Virgen por derecho, por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena de gracia, la Madre de Dios; pero la recibe también por conquista, porque participó en la tierra de la dolorosa Pasión de su Hijo, y si bien Ella no recibió corporalmente los castigos de Jesús, participó de ellos moral y espiritualmente, sufriendo un dolor en un todo similar al de su Hijo Jesús. Y así como Jesús fue coronado de espinas, y por eso luego mereció la corona de luz y de gloria en los cielos, así también la Virgen, si bien no fue coronada físicamente con una corona de espinas, sufrió en su Inmaculado Corazón y en su Alma Purísima los dolores de la corona de espinas de su Hijo, haciéndose así merecedora de la corona de luz y de gloria en el cielo. Tanto Jesús como la Virgen, para poder ser coronados de luz y de gloria en el cielo, tuvieron que atravesar en la tierra por las dolorosas y humillantes horas de la Pasión, incluida la coronación de espinas, Jesús de modo físico, y la Virgen, participando moral y espiritualmente de su Pasión y coronación de espinas.

Como dijimos, la Virgen no sufrió físicamente la Pasión y la coronación de espinas, pero sí participó moral y espiritualmente, convirtiéndose así en Corredentora, al unir sus dolores morales y espirituales a los dolores redentores y salvíficos de Jesús. De un modo particular, por medio de la coronación de espinas, Jesús y María expiaron por los pensamientos impuros y por los pensamientos malos de toda clase, que los hombres continuamente elaboran en sus mentes. Es por eso que, al contemplar a la Virgen como Reina y coronada de luz y gloria, meditemos en cómo fue que la Virgen se ganó esa corona, participando de los dolores de su Hijo Jesús, para que así evitemos todo pensamiento malo, de cualquier orden, y le pidamos a la Virgen que nos alcance los pensamientos santos y puros que tenía Jesús coronado de espinas. Sólo así, evitando los malos pensamientos y pidiendo la gracia de poseer los pensamientos santos y puros de Jesús y María, y pidiendo la gracia de llevar la corona de espinas en esta vida, podremos ser coronados, como Nuestra Madre y como Jesús, de luz y de gloria en el cielo.

jueves, 22 de agosto de 2013

Santa María Reina



          Es propio de una reina terrenal llevar una corona, pero María Santísima no es una reina terrenal, sino una reina de cielos y tierra, por lo que merece, más que ninguna reina en la tierra, una corona y la mejor de todas.
          Las coronas de las reinas terrenales están hechas de materiales preciosos y costosísimos: oro puro, plata refinada, diamantes, rubíes, engarces de brillantes.  La corona representa y simboliza su condición real, su nobleza, su autoridad y su soberanía, y cuanto más costosa y preciosa es la corona, tanto más grande es el poder de la reina.
          Como Reina, la Virgen María posee una corona infinitamente más valiosa que las coronas de las reinas terrenales, y no aunque no está hecha de materiales preciosos como el oro, la plata, los rubíes y los diamantes, su valor es incalculablemente más grande, porque es una corona hecha de luz celestial, de gloria divina: es la corona de la gloria de su Hijo Jesús, que Él en persona coloca sobre su majestuosa cabeza. La corona de luz y de gloria divina que recibe María Virgen, es una participación a la gloria de su Hijo, que es Dios encarnado, muerto y resucitado para salvar a los hombres, y la Virgen la ha merecido por haber participado en la Pasión de su Hijo, acompañándolo a lo largo del Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, y también por haber participado -aunque sin llevarla materialmente- de los dolores de Jesús al ser coronado de espinas. La Virgen sufrió en su espíritu purísimo y en su Corazón Inmaculado, el dolor lacerante producido por las agudas espinas de la corona de su Hijo, y para agradecerle por su amor materno, Jesús ahora la recompensa con la corona de gloria y de luz eterna.

          Esta Virgen hermosísima, que llevó espiritualmente y en su Corazón Purísimo los dolores de la corona de espinas de su Jesús, y que ahora y para siempre, en el cielo, lleva una corona de luz divina, hecha de la misma gloria de su Hijo Jesús. Y puesto que esta Reina amorosísima es también nuestra Madre amantísima, la Virgen también quiere que sus hijos -nosotros- seamos también coronados de gloria como Ella en el cielo. Pero la Virgen Reina nos enseña que no recibir la corona de luz en el cielo, que es participación a la gloria divina de Jesús, si antes no participamos, en esta vida terrena, de la corona de espinas de su Hijo.