viernes, 30 de diciembre de 2011
Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo B - 2012
jueves, 15 de diciembre de 2011
¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios?
domingo, 11 de diciembre de 2011
La milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe
miércoles, 7 de diciembre de 2011
La Inmaculada Concepción de María y nuestro destino de eternidad
Dios creó a la Virgen Toda Hermosa, con una hermosura superior a la de todos los ángeles y santos juntos, y la creó también con un poder mayor al de todos los ángeles y santos juntos. Que la Virgen tenga más poder que los ángeles y los santos, se ve en sus imágenes, en donde aplasta, con su delicado piececito, la cabeza del demonio. Para el demonio, el delicado pie de la Virgen pesa más que millones de toneladas, y eso porque la Virgen lo aplasta con el poder de Dios. Además, el demonio, y todo el infierno junto, le tienen terror a la Virgen: basta con nombrarla, para que huyan.
Dios crea a la Virgen Toda Hermosa, Purísima, y Llena del Espíritu Santo. Entonces nos preguntamos: ¿por qué Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia? La respuesta está en su Hijo Jesús.
La razón por la cual Dios crea una criatura inmaculada, sin mancha de pecado original, es decir, sin sombra alguna de malicia o de rebelión a Dios, y además Llena de Gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo, es para que esta criatura, la Virgen María, sea la Madre del Cordero Inmaculado y Fuente Increada de toda gracia, Jesucristo.
En otras palabras, Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia para que de Ella nazca el Hombre-Dios, Inmaculado y Autor de toda gracia.
Siendo Jesús Dios verdadero, y por lo tanto, Tres veces Santo, no podía nacer en un seno contaminado con el pecado, y por eso Dios crea a María Inmaculada; siendo Jesús el Amor Puro y santo de la divinidad, no podía nacer en un seno que no fuera amor puro y santo, y por eso Dios crea a María, Madre del Amor hermoso; siendo Jesús Dios Hijo, el Amor Espirante en Persona, que junto al Padre espira al Amor Espirado, el Espíritu Santo, no podía nacer en un seno que no estuviera inhabitado por el mismo Espíritu Santo, y por eso Dios crea a María, Llena del Espíritu Santo.
Dios crea a María Inmaculada y Llena del Espíritu Santo porque de Ella habría de salir el Cordero Inmaculado Dador del Espíritu Santo, para perdonar los pecados de los hombres muriendo en cruz, y llevarlos a la eternidad feliz en los cielos.
Dios crea a María sin mancha de pecado original para que Cristo se encarne, muera en cruz y nos done su Espíritu luego de resucitado, para que siendo hijos de Dios, seamos destinados a vivir otra vida, la vida de la gracia en esta vida terrena y temporal, y la vida de la bienaventuranza en la otra vida, la vida que empieza después de la muerte, la vida eterna.
Que la celebración de María Inmaculada y Llena de gracia no quede para nosotros, cristianos, en un mero recuerdo piadoso; que no sea vivido por los hijos de Dios como un día feriado vivido en la mundanidad, como si estuviéramos destinados a este mundo y como si este mundo no fuera a terminar alguna vez; que al recordar a María, concebida sin mancha de pecado original, inhabitada por el Espíritu Santo, consideremos y meditemos que cuando Dios Trinidad decidió, en su eternidad de eternidades, concebir a María como Inmaculada, lo hizo pensando en todos y cada uno de nosotros, como destinados a la eterna bienaventuranza.
María fue concebida sin mancha de pecado original para que Cristo pudiera encarnarse y concedernos la vida eterna, vida que recibimos en germen en la Eucaristía.
Que el recuerdo de Nuestra Madre del cielo nos lleve a pensar que también nosotros, por la gracia, estamos llamados en esta vida a ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, como anticipo de la vida eterna, nuestro destino final.
No estamos llamados a una vida terrenal, material, temporal; esta vida se termina, y nos espera la eternidad, y el modo de prepararnos para esa eternidad, que no sabemos cuándo habrá de llegar, es imitando a María Inmaculada y Llena de gracia, y el modo de imitarla no es solo evitando el pecado, sino ante todo viviendo en gracia, viviendo como hijos de Dios, inmaculados y llenos del Espíritu Santo, y para conseguir esto, lo mejor es consagrarnos a su Corazón Inmaculado.
Esa condición, el ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, la adquirimos cuando, con el corazón contrito y humillado, acudimos a la confesión sacramental.
Es en la confesión sacramental en donde nos preparamos para la vida eterna, y es en la consagración e imitación de la Virgen en donde comenzamos ya a vivir, de modo anticipado, nuestro destino de eternidad.
Por la confesión sacramental y por la Consagración a la Virgen convertimos nuestro cuerpo en templo y morada del Espíritu Santo y nuestro corazón en Sagrario de Jesús Eucaristía.
De esta manera se hace realidad para nosotros lo que nos dice San Pablo: "El cuerpo es templo del Espíritu Santo", por lo que debemos cuidar para no solo no profanarlo con impurezas, enojos, rencores, envidias, sino para mantenerlo siempre y cada vez más perfumado e iluminado por la gracia.
El cuerpo y el corazón, así consagrados a la Virgen, iluminados por la gracia, son como una flor fresca y perfumada: así como esta necesita del agua para vivir, así el alma necesita del agua vivificante de la gracia para no morir, y así como la flor se vuelve mustia y seca, perdiendo su perfume, su luz, su belleza, cuando se la deja sin agua y se la expone al calor del sol, así el alma pierde su encanto, su belleza, dada por la gracia, cuando la tentación es consentida, es decir, cuando se comete un pecado.
El mundo buscará de tentarnos para que profanemos el cuerpo, templo del Espíritu Santo, y el corazón, sagrario de Jesús Eucaristía. Para que eso no suceda nunca, es que nos consagramos a la Virgen María.
martes, 6 de diciembre de 2011
La zarza ardiente preanuncia a la Inmaculadad Concepción
La zarza ardiente representa la humanidad de María Santísima: así como lo zarza no se consume ni queda reducida a cenizas por el fuego, así la humanidad de María Santísima no se consume ni se aniquila por la presencia del Espíritu Santo en Ella, fuego divino que arde sin consumir.
Y así como la zarza con el fuego no sólo da calor a quien se acerca a ella, sino que alumbra con la luz de su llama, así quien se acerca a María se ve cobijado por el fuego del Amor de su Corazón Inmaculado y por la luz que irradia su ser entero inhabitado por el Espíritu de Dios.
La zarza arde en el desierto y da luz y calor; María, llena del Espíritu Santo, arde en el desierto de la vida humana, y da la luz y el calor que provienen de su seno virgen, la naturaleza divina de su Hijo Jesús, Unígénito de Dios.
De la misma manera, así como en la zarza que arde en las llamas, se escucha, desde esas mismas llamas, la voz del Dios Único, Yahvéh, revelando su Palabra: “Yo Soy”, así, desde la humanidad de María, ardiente en el fuego del Espíritu, se escucha la voz de Dios Hijo, que la ilumina y le comunica de su fuego, diciendo: “Yo Soy”.
El fuego de la zarza, siendo fuego real y no imaginario, deja intacta a la zarza, sin consumirla ni reducirla a cenizas; el fuego del Espíritu, siendo fuego divino, real, y no imaginario, metafórico o simbólico, deja intacta a la Virgen María, sin consumirla ni reducirla a cenizas.
Así como la luz y el calor se irradiaban de la zarza sin dañarla y sin alterarla en su substancia, permaneciendo la zarza en su integridad, así la luz y el calor del Espíritu se irradian desde la Virgen sin dañarla y sin alterarla en su substancia, permaneciendo la Virgen en su integridad antes, durante y después de dar al mundo a la Luz inaccesible, Jesús encarnado.
La zarza con su luz ilumina el desierto, como un prodigio celestial que permanece a lo largo de los siglos; la Virgen María con su luz, la luz de su Hijo Jesucristo, el Cordero que es la lámpara de la Jerusalén celestial, la luz que se irradia desde el sacramento del altar, como un prodigio celestial, permanece a lo largo de la historia humana, iluminándola con el esplendor divino.