Mostrando entradas con la etiqueta ayuno. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ayuno. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de mayo de 2021

Las Apariciones y enseñanzas de Nuestra Señora de Fátima

 



         En el año 1917 se produjeron una de las más grandiosas apariciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia. Estas apariciones estuvieron precedidas por las apariciones, a su vez, de un Ángel, quien se presentó a sí mismo como “El Ángel de la Paz” y también “El Ángel de Portugal”.

         Estas apariciones nos dejaron numerosas enseñanzas:

         Por un lado, el Ángel les enseña a adorar la Presencia Sacramental de Jesucristo en la Eucaristía, dictándoles dos oraciones de adoración a Jesús Sacramentado y enseñándoles en la práctica cómo adorar con el cuerpo, postrándose él mismo, el Ángel, ante Jesús Eucaristía. Una de las oraciones del Ángel dice así: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os  pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. La otra oración que les enseña el Ángel es: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Estas oraciones, profundamente eucarísticas, mantienen su plena vigencia, hoy más que nunca, debido a las innumerables profanaciones y sacrilegios que sufre, día a día, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y es por eso que es muy conveniente rezar estas oraciones en las Horas Santas, en la Adoración Eucarística al Santísimo Sacramento del altar.

         Por otra parte, la Virgen les proporciona numerosas enseñanzas a los Pastorcitos:

         El rezo del Santo Rosario y su importancia para la conversión de los pecadores; la existencia del Infierno, haciéndolos participar, místicamente, de la realidad del Infierno, al llevarlos al Infierno y hacerlos contemplar cómo las almas de los condenados caían en el lago de fuego y fluctuaban como “copos de nieve”: al respecto, la Beata Sor Lucía describe así la experiencia del Infierno: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”. Luego, después de la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores: “Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita Misericordia”.

Además, la Virgen les enseña el valor del sacrificio, de la penitencia, de la mortificación y del ayuno, como vías de crecimiento en santidad personal y también para la conversión de las almas más necesitadas de la gracia de Dios, los pecadores: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”; también les advierte acerca del peligro del Comunismo y de cómo este régimen satánico, despiadado y ateo habría de “propagar sus errores por todo el mundo”, tal como sucedió y tal como está sucediendo en la actualidad: desde que se implementó en Rusia por medio de una sangrienta revolución, el Comunismo ha esparcido el ateísmo, la violencia y la lucha de clases por todo el mundo, provocando desde entonces hasta ahora un genocidio de más de ciento cincuenta millones de muertos, sin contar los cuatrocientos millones de muertos provocados por la política del “hijo único” aplicado por el gobierno comunista chino durante treinta años.

La Virgen les enseña también a rezar el Santo Rosario y les enseña la devoción del rezo del Rosario reparador, el cual se reza durante cinco sábados, los primeros sábados de cada mes, meditando en los misterios del Santo Rosario y acompañando este rezo con el deseo de un profundo cambio de vida, haciendo un completo examen de conciencia, confesando los pecados y recibiendo la Sagrada Comunión, todo para reparar las ofensas que se realizan al Inmaculado Corazón de María y también al Sagrado Corazón de Jesús.

No debemos creer que las Apariciones de Fátima son cosa del pasado: estas apariciones, importantísimas para la vida espiritual y de la Iglesia, son atemporales, en el sentido de que abarcan todos los tiempos y por lo tanto son actuales y mucho más en nuestros días, en los que se atenta cotidianamente contra la Sagrada Eucaristía y contra el Inmaculado Corazón de María y también contra la vida humana por nacer, por medio de la inicua e infame ley del aborto. Hoy, más que nunca, es necesario recordar las Apariciones de la Virgen en Fátima y aplicar, con todo el corazón, sus invalorables enseñanzas celestiales.

miércoles, 31 de octubre de 2012

La Virgen y sus pedidos de penitencia, sacrificio, oración y ayuno. El valor de la Cruz




         En la casi totalidad de sus apariciones, la Virgen nos pide, con insistencia, lo siguiente: penitencia, sacrificio, oración, ayuno.
         Por ejemplo, en Fátima, después de sus apariciones, el Ángel de la Paz, se les aparece a los niños, que están jugando, y les dice: “¿Qué hacéis? Los Sagrados Corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras oraciones por los pecadores”.
         La Virgen, luego de mostrarles el infierno a los tres pastorcitos, les dice que allí van los “pobres pecadores”, porque no tienen “quién rece y haga sacrificios” por ellos, y luego pide que hagamos sacrificios para que no caigan en el infierno los pecadores. A partir de las visiones y de los pedidos de la Virgen, los pastorcitos se destacarán por sus múltiples penitencias y sacrificios; siendo niños, se privan de agua en días de calor, soportan las humillaciones a las que los somete el intendente del lugar, que no creía en las apariciones, pasan largas horas en oración, rezando el Rosario y pasan todo el tiempo que pueden adorando a Jesús en el sagrario. Por ejemplo, Francisco, antes y después de asistir a la escuela, pasaba por la capilla y hacía adoración al Santísimo Sacramento, y cuando Jacinta se enfermó y fue llevada a un hospital de la capital, porque se había agravado, le pedía a la enfermera que corriera la cama para que ella, desde la ventana, pudiera mirar el techo de la capilla vecina, en la dirección en donde estaba el sagrario. Como estas, los pastorcitos hicieron muchas otras penitencias y sacrificios, por pedido de la Virgen, y también del Ángel de Portugal.
         En una de las apariciones en La Salette, la Inmaculada Concepción se le aparece a Bernardita, y lo único que repite es, por tres veces, “penitencia”: “Penitencia, penitencia, penitencia”. Además, guía en el rezo del Rosario a Bernardita.
         En las apariciones como Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, la Virgen pide rezar el Rosario, asistir a Misa el domingo y hacer penitencias y ayunos.
         En Akita, Japón, igualmente.
         Cuando se aparece como María Rosa Mística, a una señora mayor llamada Pierina Gilli, la Virgen le explica que las tres rosas, blanca, roja y amarilla, significan respectivamente oración, sacrificio y reparación.
         En La Salette, la Virgen llora amargamente porque los católicos  insultan a su Hijo y porque prefieren las diversiones del mundo antes que la Misa del Domingo, y también pide penitencia y oración, avisando que si no hacían caso, iba a venir una plaga para las papas y que la gente moriría de hambre, lo cual finalmente sucedió.
         En Ruanda, la Virgen se apareció a un grupo de jóvenes, que en ese entonces, eran adolescentes de la secundaria, advirtiéndoles que si no se convertían y abandonaban la vida de pecado, iba a suceder una gran desgracia en el país, una guerra civil, en donde moriría muchísima gente, lo cual también, desgraciadamente, sucedió, porque casi nadie hizo caso de las advertencias, y murieron más de un millón de personas, en lo que se conoce como el “genocidio ruandés”.
         Como estos ejemplos, podríamos seguir enumerando innumerables apariciones de la Virgen, en los que se repiten, con insistencia dramática, los pedidos de oración, de penitencia, de ayuno, de sacrificios.
         ¿Por qué este pedido de la Virgen?
         No se entienden los pedidos de la Virgen, y la necesidad urgente de hacer caso a los mismos, sino se considera antes cómo está el mundo en relación a Dios, y para saberlo, hay que recordar una frase que la Virgen le dijo a Sor Faustina, en una de sus apariciones: “Hasta los ángeles de Dios temblarán el Día de la ira de Dios”.
         Lo que tenemos que tener en cuenta es que el hombre, con sus continuos pecados, con la continua maldad que nace de su corazón, ha ofendido y sigue ofendiendo a Dios. Para que nos demos una idea, delante de Dios, no pueden estar los corazones enojados, los corazones mentirosos, los corazones malos, los corazones tramposos, los corazones ladrones, y es por eso que necesitamos la purificación de nuestro corazón, de donde salen “cosas malas”, como nos enseña Jesús en el Evangelio, y la purificación de los corazones se produce, además de por la gracia santificante, por la oración, la penitencia y el ayuno.
Otra cosa que tenemos que saber es que, como Dios es tan infinitamente perfecto, cada mentira, por pequeña que sea, merece castigo, y con mucha mayor razón, merecen un castigo mayor los pecados más graves, como el aborto, los robos, los sacrilegios, las guerras, las discordias, las profanaciones a la Eucaristía y a la Virgen.
Como consecuencia de todos estos pecados, que vienen desde Adán y Eva, que desobedecieron a Dios, y se continúan todos los días, esos pecados reclaman justicia delante de Dios, porque el pecado es malicia, mientras que Dios es bondad infinita, y Él no soporta el mal, mucho menos, cuando el mal brota del corazón del hombre.
Pero es aquí en donde viene Jesús en nuestra ayuda, porque Él se interpone entre la Justicia Divina y nosotros, ofreciéndose al Padre para reparar por tanta maldad, y es por eso que recibe todo el castigo que nos merecíamos todos y cada uno de nosotros. Cuando vemos a Jesús condenado a muerte, coronado de espinas, insultado, golpeado, flagelado, crucificado, tenemos que pensar que ése era nuestro lugar ante la Justicia Divina, y que si no hemos recibido todo ese castigo, es porque Jesús se interpuso, como si fuera un escudo protector, entre la justa ira de Dios y nosotros.
Este es el motivo por el cual tenemos que estar agradecidos a Jesús, porque Él ha soportado el castigo que merecían nuestras culpas, y sus heridas son consecuencias de nuestros pecados, y es así como dice el profeta Isaías: “Sus heridas nos han salvado”. Jesús entonces nos salva, pero también quiere asociarnos a la tarea de la salvación de la humanidad, quiere que seamos co-rredentores con Él, y para asociarnos a su Cruz, es que Jesús nos dice en el Evangelio: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”.
Éste es el sentido de las oraciones, las penitencias, los ayunos y las mortificaciones, que nos pide la Virgen en sus apariciones: unirnos, por todos estos medios, a Jesús en la Cruz, para salvar a nuestros hermanos de la eterna condenación, para que sean llevados al cielo. Cuando hacemos todo esto, somos co-rredentores, es decir, salvamos a la humanidad, junto a Jesús crucificado y junto a la Virgen, que está al pie de la Cruz.