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martes, 27 de agosto de 2024

El Manual y el socio perfecto

 


         ¿Cómo es el “socio perfecto”, según el Manual de la Legión? En su capítulo XI, párrafo 3, dice así: “Según el criterio de la Legión, es legionario perfecto el que cumple en todo el reglamento y no precisamente aquél cuyos esfuerzos se vean coronados por algún triunfo visible o endulzados por el consuelo. Cuanto más se adhiera uno al sistema legionario, tanto se es más socio de la Legión”.

Ahora bien, recordemos que, para la Legión, “cumplir el reglamento”, implica ante todo considerar el espíritu de la ley, que en este caso es la santificación de la propia alma, la glorificación de la Trinidad y la salvación del prójimo, esto en un contexto como lo es el de la Legión, en donde no hay una estructura al estilo de las órdenes religiosas de religiosos consagrados, sino que se trata de una “organización permanente de seglares” y que como tal, “llevan una vida ordinaria -seglar” y que por lo tanto tienen margen para ocupaciones que no son estrictamente religiosas[1]. Esto es lo que deben recordar permanentemente tanto los directores espirituales de la Legión, como los presidentes de la praesidia.

Ahora bien, el Manual insiste en que, precisamente, al tratarse de una estructura seglar, los momentos en los que la Legión reúne a sus integrantes son escasos, en comparación con las órdenes religiosas, por lo que sus miembros deben tener presente más que nunca el dicho que dice “el tiempo es oro”, en el sentido de que se debe, por un lado, ser estrictamente puntuales, cuidar la asistencia a las reuniones al máximo -faltar solo por un motivo realmente grave- y aprovechar al máximo dichas reuniones.

En el punto 4 del capítulo XI, dice así el Manual: “El punto más saliente del reglamento legionario es la obligación rigurosísima que la Legión impone al socio de asistir a las juntas. Es el deber primordial, porque la junta es lo que da el ser a la Legión (si no hubiera reuniones, la Legión no tendría forma de funcionar como tal)”. Luego el Manual compara a las reuniones con el lente de una lupa con relación a los rayos del sol: “Lo que la lente es para los rayos solares, esto es la junta para los socios: los recoge, los inflama, e ilumina todo cuanto se acerque a ella”. Es como alguien que está al sol en un día frío y alguien que no lo está: el que está al sol, recibe su calor, mientras que el que no lo está, no recibe el calor del sol, solo puede imaginarlo, pero no puede aprovecharlo para sí (El Sol de nuestras almas es Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía y análogamente, sucede de forma similar: quien se acerca al Sol, a Jesús Eucaristía, recibe los rayos de su gracia santificante, recibe al Sol mismo en Persona; quien se aleja de Jesús Eucaristía, deja de recibir esos rayos del Sol divino que es Jesucristo y se queda con su alma fría y a oscuras). Esto, porque en las reuniones se derraman las gracias más que suficientes, que son las que el Legionario necesita para cumplir su misión como miembro de la Legión. La organización es tanto más fuerte, dice el Manual, en la medida en que se respeten las reuniones.

Luego el Manual cita aquello que la Legión considera con relación a las reuniones: “En la organización, los individuos se asocian a los demás, así como los engranajes en una máquina, sacrificando parte de su independencia por el bien del conjunto (…) Obrando en conjunto, el accionar es mucho más eficaz, así como es mucho más eficaz un carbón cuando se arroja al fogón ardiente, que un carbón que arde por sí solo”. Otro elemento a tener en cuenta con respecto a la importancia de la reunión es que, al obrar en forma conjunta, el grupo tiene “vida propia y distinta a la de los individuos que lo componen”. Obrar en conjunto, dice el Manual, permite que los legionarios no se desanimen en las pruebas y que no se enaltezcan vanamente en los logros, porque todo se hace de forma conjunta y no individual.

Ahora bien, el Praesidium no es una reunión para elaborar proyectos humanos, en donde es la razón humana la que dicta lo que se debe hacer: el Manual dice que la reunión semanal tiene que tener un elevado espíritu sobrenatural -oración, prácticas piadosas y caridad fraterna entre sus miembros, quienes por el bautismo son todos hermanos en Cristo-; es en este ámbito en donde se le asignan a los legionarios un trabajo concreto y al mismo tiempo se reciben informes sobre lo que ha realizado cada uno.

La reunión semanal es el corazón de la Legión, dice el Manual, desde donde fluye su sangre que circula por venas y arterias, es decir, es donde la Virgen derrama las gracias que nos dona el Espíritu Santo -recordemos que cualquier gracia, por pequeña o grande que sea, pasa, ineludiblemente, a través del Inmaculado Corazón de María, porque Ella es la “Medianera de todas las gracias”, por eso es inimaginable que alguien obtenga ninguna gracia de ningún tipo, sino es a través de la Virgen Santísima- y estas se comunican a sus miembros. Si un miembro falta por pereza, esas gracias no las recibe y es muy importante, porque se trata de las gracias necesarias para la realización del trabajo personal que se le ha encomendado a cada legionario. Es por esto que el Legionario debe considerar a la reunión semanal de su praesidium como el primero y el más sagrado deber para con la Legión; sin la reunión, el trabajo es como un cuerpo sin alma. Finaliza el Manual citando a San Agustín, para advertirnos acerca de la enorme importancia de la reunión semanal: “A los que no militan bajo el estandarte de María se les pueden aplicar las palabras de San Agustín: “Corréis mucho, pero descaminados”. ¿Adónde iréis a parar?”. En otras palabras, se trata de lo siguiente: si la Virgen reúne a sus hijos pequeños de la Legión, en la reunión semanal, para instruir a sus hijos con la Divina Sabiduría y para darles las gracias que el Santo Espíritu de Dios tiene para darles, para que realicen sus obras de misericordia glorificando a la Santísima Trinidad; si alguno de sus hijos no se encuentra, por libre decisión, fuera de la reunión con la Virgen, entonces, ¿qué puede hacer ese legionario, por sí mismo, sin las gracias que vienen a través de la Virgen? La respuesta la tiene Nuestro Señor Jesucristo: “Nada”, “Sin Mí, NADA podéis hacer” (Jn 15, 5).



[1] Cfr. Manual del Legionario, XI, 2.


miércoles, 30 de noviembre de 2016

Novena a la Inmaculada Concepción 2016 2


         La Inmaculada Concepción es un modelo para toda nuestra vida de cristianos, y lo es particularmente para el acto más importante que todo cristiano debe hacer en cuanto cristiano, independientemente de su estado de vida, y es la Comunión Eucarística.
         Para saber de qué manera lo es, debemos reflexionar brevemente en la Anunciación del Ángel a la Virgen y la Encarnación del Verbo de Dios.
         Cuando el Ángel Gabriel le anuncia a la Virgen que Ella habría de ser la Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, la Virgen dio su “Sí” a la voluntad de Dios, pero antes de que el Verbo de Dios se encarnara en su cuerpo virginal y purísimo, la Virgen recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima y en su Inmaculado Corazón.
         Recibió a la Palabra de Dios en su Mente Sapientísima, porque en ningún momento dudó de la voluntad de Dios, ni tampoco opuso, frente a lo que Dios le revelaba por el Ángel, objeciones, dudas, preguntas; su Mente estaba tan plena de la Divina Sabiduría, que se conformaba en un todo con esta, de manera que la Virgen nunca opuso un juicio propio que, por impertinente y orgulloso, entorpeciera o contaminara la Verdad divina de la Encarnación del Verbo en su seno virginal. De la misma manera, así también nosotros, antes de comulgar, debemos hacerlo con la firme certeza de la Presencia real, verdadera y substancial, de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, al tiempo que debemos rechazar firmemente todo pensamiento propio que pueda ir en contra de esta Verdad revelada, y mucho menos debemos contaminar esta Verdad de Fe de la Presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía, con duda, herejías, errores, falsedades, sino que debemos ajustar nuestra débil mente, en un todo, a lo que Santa Madre Iglesia nos enseña, con el Magisterio y la Tradición, en este aspecto, y así pasar a comulgar.
         Luego de conocer con su Mente Sapientísima la Verdad de la Encarnación de la Palabra de Dios en Ella y aceptarla sin la más mínima oposición, la Virgen concibió en su Inmaculado Corazón, por su voluntad y querer, a esta Palabra de Dios, que por voluntad y querer del Padre se encarnaba en su seno virginal. Es decir, la Virgen, con su Inmaculado Corazón, amó a la Palabra de Dios encarnada por ser voluntad de Dios, y amó la Palabra de Dios por ser la Palabra de Dios, engendrada en el seno eterno del Padre, y nada amó que no fuera a esta Palabra de Dios y si algo amó fuera de ella, lo hizo por Dios, en Dios y para Dios. De la misma manera, así también nosotros, al ir a comulgar, debemos amar sólo a la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y nada más que esta Palabra de Dios y si algo amamos que no sea la Eucaristía, que es la Palabra de Dios encarnada, lo debemos amar por, con y en la Eucaristía y, con mucha mayor razón, nada profano ni impuro debemos amar, que no sea la Eucaristía.
Por último, luego de recibir con su Mente Sapientísima, libre de errores, y con su Corazón Inmaculado, lleno del Amor de Dios, a la Palabra de Dios encarnada, la Virgen recibió a esta Palabra de Dios en su Cuerpo Purísimo y Virginal, convirtiéndose en Tabernáculo Viviente y Sagrario amantísimo del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. De la misma manera, al comulgar, también nosotros, luego de reafirmar la verdad de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía y luego de amar esta verdad con todo nuestro corazón, santificados por la gracia, y convirtiendo nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo por la gracia y la pureza de cuerpo y alma, debemos recibir en la boca, es decir, en el cuerpo, a la Palabra de Dios encarnada, Jesús en la Eucaristía. Por todo esto, la Inmaculada Concepción es nuestro modelo para la Comunión Eucarística.


martes, 1 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción y su relación con nosotros, sus hijos


         El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”[1].
¿Qué implica el hecho de que la Virgen haya sido “Concebida Inmaculada”, y qué relación tiene este hecho con nosotros? Ante todo, quiere decir que su alma fue preservada de la contaminación del pecado original; en consecuencia, la Virgen no tuvo jamás no solo ni siquiera el más ligero mal pensamiento, ni tampoco el más ligero mal deseo; aún más ni siquiera cometió imperfecciones. Esta pureza de alma fue también en otro sentido: su inteligencia estuvo siempre orientada e iluminada por la Verdad, es decir, jamás se sintió atraída por el error, la falsedad, la herejía y la mentira; y su voluntad, su capacidad de amar, estuvo siempre fija en Dios, porque no amaba nada ni nadie que no sea en Dios, para Dios, por Dios. Esta condición de su Alma, Purísima, le permitió a la Virgen ser, precisamente, virgen, puesto que su Cuerpo, también Purísimo, estaba destinado a ser fecundado por el Espíritu Santo, porque era el Amor de Dios el que llevaba al Verbo a realizar la obra de la Encarnación; en consecuencia, la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- otro Amor que no fuera el Amor de Dios; la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- amores profanos, mundanos, porque estaba destinada, por su Pureza Inmaculada, a amar sólo al Amor, a Dios, que es Amor, y ésa es la razón por la cual su Corazón fue siempre Inmaculado, pleno de Amor Purísimo, y su Cuerpo fue siempre virgen. La Inmaculada Concepción, entonces, implica Pureza de Alma y de Cuerpo para la Virgen, porque no tenía la mancha del pecado original, pero también porque estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción.
¿Qué relación tiene con nosotros?
Que la Virgen, Inmaculada Concepción, es también nuestra Madre y, como toda madre que se precie, desea para su hijo lo mejor, y lo mejor para nosotros es imitar a Nuestra Madre del cielo, en su pureza de alma y de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Esta imitación de la Virgen como Inmaculada Concepción es posible para nosotros porque por la gracia santificante que se nos concede en el Sacramento de la Penitencia, nuestras almas quedan inmaculadas; a su vez, la pureza de cuerpo, la obtenemos con la castidad, para lo cual también nos auxilia la gracia. Es decir, cuando nos encontramos en estado de gracia, imitamos a la Virgen, la Inmaculada Concepción, y como la Virgen fue concebida sin mancha con el solo objetivo de recibir a su Hijo Dios que se encarnaba, al imitar a la Virgen por la gracia, nuestras almas la imitan también en la disposición de su alma, con su inteligencia y voluntad, y su cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Entonces, así como la Virgen es Inmaculada, es decir, Pura en alma y cuerpo, así nosotros, por la gracia santificante, estamos llamados a ser inmaculados, puros de alma y castos de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía, con una mente libre de errores con respecto a la Presencia; con un corazón que ame solo a Jesús Eucaristía y nada más que a Jesús Eucaristía; con un cuerpo casto y puro, que reciba a Jesús Sacramentado, así como la Inmaculada Concepción lo recibió en la Encarnación. La relación entre la Inmaculada Concepción y nosotros, es que la Virgen es el modelo ideal para nuestra Comunión Eucarística.






[1] Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854.

miércoles, 11 de febrero de 2015

La aparición de la Virgen como Inmaculada Concepción y su relación con nuestras vidas

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         “Yo soy era la Inmaculada Concepción”: con estas palabras, pronunciadas en el dialecto que hablaba Bernardita Soubirous, la Madre de Dios, la Bienaventurada siempre Virgen María, se daba a conocer, a una pobre campesina cuasi-analfabeta, en su condición de “Inmaculada Concepción”. La aparición de la Virgen venía a confirmar, de este modo, lo que el Magisterio de la Iglesia había definido como dogma, solemnemente, cuatro años atrás: que la Virgen era “Inmaculada Concepción”.
         El dogma afirma, implícita y explícitamente que la Virgen, al ser “Inmaculada Concepción”, significa que fue concebida no solo sin la mancha del pecado original, sino con la plenitud de gracia, porque fue concebida Llena de gracia santificante, y por lo mismo, inhabitada por el Espíritu Santo. Así, por dos vías distintas –una, por la definición solemne del Magisterio de la Iglesia; la otra, por revelación de la Madre de Dios en persona, a una niña ignorante de las cosas de religión y prácticamente analfabeta-, el cielo confirmaba lo que la Tradición afirmaba y creía desde el inicio: que la Virgen había sido concebida sin mancha de pecado original, y que por este motivo, era “el orgullo del Nuevo Israel”.
Ahora bien, frente a este dogma, declarado con toda solemnidad por el Magisterio de la Iglesia y confirmado por una de las apariciones más grandiosas de la Madre de Dios, nos preguntamos: ¿qué significa, más exactamente, que la Virgen sea “Inmaculada Concepción”? ¿Qué relación tiene con mi vida y con mi existencia? O, lo que es lo mismo: ¿cuál es la intención del cielo, al dar a conocer esta grandiosa aparición de la Virgen?
Intentaremos responder a estas preguntas, diciendo que el hecho de que la Virgen sea “Inmaculada Concepción”, significa que no solo su cuerpo fue inmaculado, porque jamás tuvo trato con ningún hombre –su relación con San José, varón casto y puro, fue como el de hermanos y nunca como el de esposos, tal como se entiende entre los hombres-, sino que toda su naturaleza humana, es decir, su alma, unida a su cuerpo, y que su alma sea inmaculada, llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo desde su concepción, desde su creación, significa que las potencias intelectiva y volitiva de la Virgen no solo nunca estuvieron inclinadas, no solo al más mínimo mal –la Virgen jamás cometió un pecado venial, por leve que sea-, sino a la más mínima imperfección –la Virgen jamás cometió la más pequeñísima imperfección, ni siquiera una-: esto quiere decir que su inteligencia detectaba y rechazaba el error con todas sus fuerzas, al tiempo que se adhería a la Verdad Absoluta de Dios -quien habría de encarnarse en su mismo seno virginal, puesto que la Verdad Encarnada es su Hijo, Jesús de Nazareth, según sus mismas palabras: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”- y así su Mente Perfectísima no solo no estaba opacada por el pecado y por el erro, sino que brillaba con el resplandor de la Sabiduría Divina; quiere decir también que su voluntad rechazaba el mal con todas sus fuerzas, al tiempo que adhería al Bien Sumo y Perfecto, el Ser trinitario divino, Bien que habría de encarnarse en su seno virginal para darse luego a conocer como la Divina Misericordia, ya que este Bien Divino Encarnado no era otro que su Hijo, Jesús de Nazareth.
La otra pregunta que surge, al meditar sobre esta grandiosa aparición de la Virgen, es: ¿qué relación tiene esta aparición de la Virgen, con mi vida personal?
La relación es la siguiente: la Virgen es Madre de Dios y es Madre Nuestra, por designio divino, puesto que Jesús nos la dio como Madre, antes de morir en la cruz, cuando le dijo al Apóstol San Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre”, porque en San Juan estaba representada toda la humanidad. Y el hecho de que la Virgen sea Nuestra Madre del cielo, a su vez, quiere decir que la Virgen, como buena Madre que es, quiere que todos sus hijos compartan con Ella su misma gloria y su misma alegría, y si se revela como “Inmaculada Concepción”, es para que sus hijos la imiten a Ella en esta condición suya de ser “Inmaculada Concepción”, porque así como todo hijo se parece a su madre, así también quiere, la Madre del cielo, que nosotros, sus hijos, nos parezcamos a Ella.
¿Cómo es posible esto? Desde el inicio, parece imposible, puesto que nuestra naturaleza está contaminada con el pecado original y puesto que el pecado es tinieblas y oscuridad, nuestras potencias intelectivas, la mente y la voluntad, y las pasiones corporales, están contaminadas por las tinieblas y la malicia del pecado. En otras palabras, imitar a la Virgen como Inmaculada Concepción, se presenta humanamente no como una tarea ardua y difícil, sino imposible, porque la Virgen posee la Luz de Cristo, mientras que nosotros somos “nada más pecado”, como dicen los santos. Sin embargo, lo que es “imposible para los hombres, es posible para Dios” y es por esto que, por medio de la gracia santificante, obtenida en el Sacramento de la Penitencia, nuestras almas pueden adquirir la Pureza Inmaculada, que las hace ser similares a la Virgen, y nuestros cuerpos, al estar las pasiones controladas por efecto de la gracia –las pasiones son controladas a la perfección por la inteligencia y la voluntad cuando estas están iluminadas por la gracia-, también puede imitar a la Pureza Inmaculada de la Virgen. De esta manera, por acción de la gracia santificante, obtenida por Jesucristo al precio altísimo del don de su Vida en la cruz, los hijos de la Virgen, concebidos por el Amor en su Inmaculado Corazón, al pie de la cruz, podemos imitar a la Virgen en su Inmaculada Concepción. ¿Y cuál es la finalidad de imitar a la Virgen en su Inmaculada Concepción? Recibir a su Hijo Jesús, Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía: así como la Virgen, al ser Inmaculada Concepción, ante el anuncio del ángel, recibió a Jesús, Dios Hijo, en su Mente Sapientísima, libre de errores y adherida a la Verdad, así nosotros debemos recibir, en nuestras mentes, la Verdad de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y no dar lugar a ningún error, a ninguna duda y mucho menos, a ninguna herejía, acerca de la Presencia real y gloriosa de Jesús en la Eucaristía; así como la Virgen se adhirió libremente y con todo el amor de su Voluntad Limpidísima, al Amor de Jesús que quería encarnarse en Ella, así nosotros debemos adherirnos, libremente, y con todo el amor del que seamos capaces, a Jesús, Dios Hijo, que por la comunión eucarística quiere inhabitar en nosotros; por último, así como la Virgen recibió, en su Cuerpo Inmaculado, al Verbo de Dios, ofreciéndole su seno virginal para que Él se encarnara y anidara allí, así nosotros, purificados por la gracia y viviendo, según el estado de cada uno, en virginidad, en castidad y en pureza corporal, debemos recibir a Jesús Sacramentado, en la Comunión Eucarística, ofreciéndole nuestro cuerpo como “templo del Espíritu Santo”, para que una vez ingresado en él como Eucaristía, convierta a nuestros corazones en otros tantos altares, sagrarios y custodias, en donde Él sea amado, adorado, bendecido, ensalzado y glorificado por nuestras almas en gracia.

En pocas palabras, para que la imitemos a Ella y recibamos a Jesús Eucaristía en gracia, esto es, con una mente libre de errores, con una voluntad encendida en el Amor Divino y con un cuerpo casto y puro, es que la Virgen se apareció a Santa Bernardita como “Inmaculada Concepción”.

martes, 16 de diciembre de 2014

El amor de María a Dios


Cuando Dios nos comunica la gracia santificante, no sólo nos da la capacidad para recibir su Amor, que es divino y eterno, sino que nos da el poder y la capacidad de amarlo a Él. Aún más, Él se une tan íntimamente a sí al alma, que no sólo está y permanece substancialmente en el interior del alma, sino que forma, por así decirlo, como un solo espíritu con el alma[1].
         Para el alma en gracia, no hay entonces un acto más sublime y natural que un acto de amor sobrenatural a Dios. No hay nada más natural para el alma que se siente amada por Dios de una manera tan particular y con tanta intensidad, que se siente animada y atraída por Él, arder en amor ferviente por Él.
         Es natural para el fuego dar luz y calor y comunicar a lo que toca con sus llamas, su luz y su calor y transformarlo en fuego; el ser divino, que es fuego espiritual purísimo, nos comunica su gracia, que es su luz y su calor, que proviene de la naturaleza divina, para transformarnos en una imagen suya.
         La gracia entonces ilumina y calienta: ilumina, proporcionando un conocimiento, y calienta, o enciende, en un amor divino.
         Así como en el cielo el principal y más natural acto de los elegidos es la visión beatífica, en la tierra el amor a Dios es el acto más importante y natural de los justos[2].
         Y si la gracia hace arder de amor a Dios, con un amor espiritual y puro, nadie entre las creaturas ama a Dios con más intensidad, que María, la Llena de gracia.
         Si el amor sobrenatural a Dios depende de la gracia poseída en el alma, María es la Antorcha ardiente que flamea en los cielos con llamas eternas de amor divino a Dios Uno y Trino, y sus llamas iluminan, junto con la luz del Cordero, a la Jerusalén celestial.
         Si nuestro corazón es como piedra, incapaz de ser quemado por el fuego, y si además es oscuro como las tinieblas, tanto una como otra condición pueden ser cambiadas por María: María tiene el poder de cambiar la piedra en carbón, y el carbón sí puede arder, al contacto con el fuego y, ardiendo, puede iluminar.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, The glories of divine grace, TAN Books, Illinois 2000, 357.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 358.

martes, 2 de diciembre de 2014

La Virgen como modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo para recibir a Jesús en la Eucaristía


          (Homilía predicada en la Novena a la Inmaculada Concepción en la Parroquia "Inmaculada Concepción", de Río Seco, Tucumán, Argentina)

La Patrona de nuestra Parroquia es la “Inmaculada Concepción”. ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”? ¿De qué nos sirve en nuestra vida diaria que la Virgen sea “Inmaculada Concepción”? “Inmaculada Concepción” quiere decir que la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original, es decir, sin la más pequeñísima malicia y eso significa que la Virgen no era capaz de cometer no solo el más ligero pecado venial, sino ni siquiera la más ligera imperfección, porque su cuerpo y su alma habían sido concebidos puros, inmaculados, sin la mancha del pecado original que había infectado a los primeros padres, Adán y Eva.
Recordemos que Adán y Eva, los primeros padres de la humanidad, que habían sido creados en estado de gracia en el Paraíso, oyeron la voz de la Serpiente Antigua en el Paraíso e hicieron oídos sordos a la Voz de Dios, y fue así que cometieron el pecado original que los privó de la gracia santificante con la que habían sido creados, y por ese motivo, fueron expulsados del Paraíso. Desde entonces, todos los seres humanos, nacemos privados de la gracia y con la mancha del pecado original, y eso quiere decir dos cosas principalmente: que nuestra razón tiene dificultad para conocer la Verdad y que nuestra voluntad, aunque desea el bien, se inclina al mal, por la concupiscencia de la carne, y por eso es que necesitamos de la gracia santificante para no cometer pecados, y si no recurrimos a la gracia, caemos en el pecado y cuando estamos en pecado, no podemos salir, por nosotros mismos, del estado de pecado. El pecado, puesto que es malicia, nos aparta radicalmente de Dios, ya que Dios es bondad y santidad infinitas. La Virgen, porque debía ser la Madre de Dios, la Madre del Redentor, fue concebida como “Inmaculada Concepción”, es decir, sin mancha de pecado original, y por eso era pura en cuerpo y alma y esto quiere decir que era incapaz de obrar cualquier clase de mal, pero no solo incapaz de obrar cualquier clase de mal, sino que era incapaz de cualquier imperfección.
Además, la Virgen no solo fue concebida sin mancha, sino que fue concebida “Llena de gracia”, y esto quiere decir que estaba inhabitada por el Espíritu Santo, llena del Amor Purísimo de Dios, y esto significa que nada podía amar la Virgen sino era a Dios, en Dios y por Dios, porque su Mente era sapientísima, y así, la Virgen, que por esto mismo poseía una sabiduría que superaba infinitamente a las mentes de todos los ángeles juntos, podía detectar el error más sutil, y rechazarlo, y por ese motivo le tenía horror a la mentira; su Corazón Inmaculado, inhabitado desde su Concepción Inmaculada por el Espíritu Santo, amaba solo a Dios y si amaba a las creaturas, las amaba en Dios, para Dios y por Dios, y todo lo que no fuera Dios, por Dios y para Dios, la Virgen no lo amaba; su Cuerpo era inmaculado, puro, virgen y fue virgen antes, durante y después de la Encarnación del Verbo de Dios en su seno purísimo, y continúa siéndolo en los cielos, y continuará siendo Virgen por los siglos infinitos, porque la Concepción de su Hijo Jesús, que es Dios, fue realizada virginal y milagrosamente por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, sin intervención alguna del hombre.
Por todo esto, la Virgen, como Inmaculada Concepción, era Purísima de mente, de corazón y de cuerpo, y por eso mismo, es modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo para todos los hombres y para todas las épocas, pero sobre todo, para nuestro mundo de hoy, que está muy necesitado de esta virtud, la de la pureza y, por supuesto, es modelo para nosotros.
Hoy, pareciera que la impureza lo domina todo, pero no solo la impureza del cuerpo, sino la impureza de la mente y la impureza del corazón.
Hoy domina la impureza de la mente y la impureza de la mente es, ante todo, la mentira y el error: cuando se dicen mentiras, de cualquier tipo, y aunque sean mentiras “inocentes”, son siempre mentiras, y el que dice mentiras, se aleja de la Virgen, que nunca jamás dijo mentiras y se aleja de Jesús, que es "la Verdad" -Jesús dijo de sí mismo: "Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6)-, y se acerca al Príncipe de las tinieblas, que es el “Padre de la mentira”, como le llama Jesús en el Evangelio (cfr. Jn 8, 44). Son las mentiras comunes, o mentiras más graves, que pueden mezclarse también en las cosas de la fe, y esas son las más peligrosas.
La impureza de la mente es también cuando se creen en las supersticiones, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, el horóscopo, la cinta roja, el gato negro, o cuando se hacen cosas malvadas, como la brujería, el juego de la copa, el tablero ouija, que son todas cosas prohibidas por Dios, porque son perversiones de la religión.
La Virgen es modelo de pureza de fe en Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella creyó primero con su Mente Purísima, y nunca dudó de la Palabra de Dios, y nunca creyó en ninguna otra cosa que lo que le decía el Ángel, porque su Mente Sapientísima, iluminada e inhabitada por el Espíritu Santo, contemplaba la Verdad de Dios Uno y Trino y se adhería con todo su ser, al tiempo que reconocía el error, la mentira y la herejía y los rechazaba con todo su ser; por eso, la Virgen es nuestro modelo de pureza de nuestra mente para creer en la Presencia de Jesús en la Eucaristía, para que nos apartemos de la mentira y del error como quien se aparta de la peste; la Virgen es modelo de nuestra fe en Jesucristo, Dios Encarnado en la Eucaristía, para que nuestra fe Eucarística sea pura como el cristal transparente y para que no la contaminemos creyendo en supersticiones y en errores acerca de la fe, y para que solo creamos en la Eucaristía y en los santos de la Iglesia Católica.
La impureza del corazón es cuando se desean cosas malas, que dañan al cuerpo y al alma, pero sobre todo, ofenden a Dios, porque son pecado: las envidias, los odios, las peleas, las discusiones, las habladurías. Cuando el corazón desea estas cosas malas, se convierte, de nido de luz y de amor, en el que debería morar la Dulce Paloma del Espíritu Santo, para así dar el Amor de Cristo a los demás, en una cueva pestilente, oscura, sucia y fría, en donde hacen morada bestias siniestras, sombras vivientes, los ángeles caídos, cuyo veneno es más mortífero que el de las alimañas y cuya ponzoña es más letal que el de las arañas y serpientes más letales de la tierra.
La Virgen es modelo de pureza de fe en Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella creyó con su Mente Purísima y lo Amó con su Corazón Inmaculado, y no amó ninguna otra cosa más y a nadie más que no fuera a su Hijo Jesús, que era el Hijo de Dios.
Su Corazón Inmaculado estaba lleno del Amor de Dios y estaba todo ocupado por el Espíritu Santo y por eso mismo, no había lugar en él para ningún amor impuro y para ninguna cosa mala, y por eso la Virgen es nuestro modelo para nuestro corazón al momento de recibir la comunión eucarística, para cuando tengamos que recibir a Jesús en la Eucaristía, porque así como estaba el Corazón de la Virgen, lleno del Amor de Dios para recibir a su Hijo Jesús, así debe estar nuestro corazón, lleno del Amor de Dios, para recibir a Jesús en la Eucaristía, y no debe haber ninguna cosa mala en nuestros corazones, al momento de comulgar.
La impureza del cuerpo es cuando se cometen cosas malas con el cuerpo, y son todos los pecados que tienen que ver con el sexto y el noveno mandamiento, los pecados de lujuria, que son los pecados que, como les dijo la Virgen en Fátima a los Pastorcitos, “son los que más almas llevan al Infierno”. La pornografía, el vestir escandalosamente, el tener relaciones antes del matrimonio, o extra-matrimoniales, o contra la naturaleza, son todas cosas prohibidas por Dios en sus Mandamientos, y quien los contraría, contraría al mismo Dios, que los promulgó.
La Virgen es modelo de pureza de cuerpo para recibir a Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella era Virgen, y fue Virgen antes, durante y después del parto, y continúa siéndolo por toda la eternidad, y lo seguirá siendo por todas las eternidades de eternidades. La Virgen concibió en su Cuerpo Virginal al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, porque la Concepción del Verbo de Dios fue milagrosa y fue así: el Espíritu Santo llevó al Hijo de Dios, desde el seno del eterno Padre, al seno virginal, el útero materno de la Virgen, y lo implantó, al tiempo que creó, en ese mismo momento, la célula masculina y el alma de Jesús de Nazareth, y así fue como dio comienzo la existencia terrena del Hombre-Dios Jesucristo. Jesús es Dios Hijo encarnado, pero en su concepción no intervino varón alguno, porque San José fue solo esposo legal de María Virgen y su matrimonio fue solo un matrimonio legal. La Virgen fue Virgen antes, durante y después del parto, y por eso la Virgen, fue Purísima en su Cuerpo virginal, porque tenía que recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
De esta manera, la Virgen es modelo de pureza de cuerpo para nosotros, para nuestra comunión eucarística, en donde recibimos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Al igual que la Virgen, que fue Pura de cuerpo, también nuestro cuerpo debe estar puro, por la gracia santificante, por la confesión sacramental, al momento de la comunión eucarística, y por eso, la Virgen es nuestro modelo de Pureza de cuerpo para comulgar.
Por todo esto, la Virgen, como Inmaculada Concepción, es modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo y a Ella, como a Nuestra Madre del cielo, debemos siempre contemplarla e imitarla, para recibir, purificados por la gracia santificante, a Jesús en la Eucaristía. Esto es lo que quiere decir que la Virgen es “Inmaculada Concepción”, y para esto nos sirve que Ella sea “Inmaculada Concepción”, en nuestra vida diaria.

Propósito: la confesión sacramental para recibir con pureza de mente, de corazón y de cuerpo a Jesús en la Eucaristía, en estado de gracia, a imitación de la Inmaculada Concepción. 

lunes, 10 de febrero de 2014

“Yo soy la Inmaculada Concepción”





“Yo soy la Inmaculada Concepción”. Así le respondió la Virgen a Bernardita el 11 de febrero de 1858 ante la pregunta de quién era. La respuesta en sí misma era una señal de que las apariciones provenían del cielo y de que no eran imaginaciones de una adolescente analfabeta aunque piadosa y devota. Bernardita ni siquiera entendía lo que significaba “Inmaculada Concepción”, de manera que sólo repetía mecánica y exteriormente lo que la Virgen le había dicho en la aparición. Pero no solo ella era la que no entendía lo el significado de lo que la Virgen había dicho; muchos, incluidos sacerdotes y laicos instruidos, eran incapaces de comprenderlo, y no solo en el momento de las apariciones, sino en nuestros días.
¿Qué significa entonces “Inmaculada Concepción”?
“Inmaculada Concepción” significa que la Virgen ha sido concebida sin la corrupción metafísica que el pecado original imprime a la naturaleza humana y que, actuando desde la raíz de su acto de ser, obra de una manera destructiva, separando lo que por designio divino debería estar unido para siempre, es decir, el alma y el cuerpo. Por el pecado, fuerza destructora y mortífera, el acto de ser metafísico pierde su fuerza vital y así el alma, vida del cuerpo, se separa del cuerpo y se produce la muerte, que es la consecuencia del pecado. También el alma se ofusca en la búsqueda de la Verdad y, aunque desea el Bien, se deja dominar por las pasiones y obra el mal, porque está a merced de la concupiscencia de la carne.
La Virgen, porque debía alojar en su útero virginal al Cuerpo y la Sangre, el Alma, la Divinidad del Redentor y porque debía aceptar en su Mente Purísima la Sabiduría Divina y amar en su Corazón Inmaculado al Amor Misericordioso del Padre, fue preservada de esta corrupción que afecta a toda la humanidad sin excepción, desde que Adán y Eva, desoyendo la dulce voz de Dios Padre, endurecieron sus corazones y abrieron sus oídos para escuchar la sibilante y perversa voz de la Serpiente Antigua, que les hizo perder el Paraíso terrenal.
Pero si Adán y Eva, con su desobediencia al Amor Divino dieron entrada al pecado y con el pecado a la corrupción y a la muerte, la Virgen, que por ser la Inmaculada Concepción es también la Llena de Gracia, es decir, la Inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, de manera que todo en Ella refleja al Amor Divino y nada en Ella hay que no refleje a este Divino Amor. Es por esto que cuando la Virgen nos dice: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, nos está diciendo: “Yo soy un reflejo del Divino Amor”, porque el Divino Amor es Inmaculado, Puro, absolutamente sin mancha, pleno de amor, Lleno de gracia, como la Virgen. Quien contempla a la Virgen como Inmaculada Concepción, contempla al Divino Amor, que es Inmaculado, sin mácula, sin mancha de concupiscencia, purísimo, celestial, sobrenatural, eterno, infinito. Dios Trino creó a la Virgen como Inmaculada Concepción porque no podía Dios Hijo encarnarse en un seno que no fuera virginal y sin mácula como el de María Santísima.
Por último, es sabido que los hijos se parecen a la madre, y es por esto que los hijos de María, la Inmaculada Concepción, deben parecerse a Ella y así como María es Pura en cuerpo y alma -porque Ella recibió a su Hijo en su Cuerpo en la Encarnación y en su Alma por el anuncio del Ángel-, así los hijos de María deben ser ellos también inmaculados por la gracia santificante para recibir a Jesús en la Eucaristía con pureza de cuerpo y alma.

sábado, 8 de junio de 2013

Inmaculado Corazón de María, camino y refugio que conduce a Dios


         Cuando la Madre de Dios se le apareció a Lucía y a sus primos en Fátima, le dijo lo siguiente: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. El Corazón Inmaculado de María Santísima es entonces “refugio” y “camino” que conduce a Dios.
         ¿Por qué es “refugio”?
         Un refugio se utiliza cuando existe algún peligro inminente, desencadenado por las fuerzas de la naturaleza, o por el mismo hombre. Por ejemplo, si alguien asciende escalando una montaña muy alta, a medida que se acerca a la cima, las tormentas de nieve son más frecuentes e intensas, y el peligro de quedar sepultado por la nieve y morir por congelamiento se hace cada vez más real, por lo que es necesario entrar en un refugio de montaña. Allí, el escalador encuentra reparo frente al frío, puesto que puede encender un fuego en la estufa, y además encuentra provisiones, que le impiden morir de hambre. Otro refugio que salva la vida es el que se construye en los sótanos de las casas, en lugares en donde, por ejemplo, son frecuentes los tornados y los huracanes. Un refugio puede ser necesario también cuando es el mismo hombre el que desencadena la violencia, dirigida contra sus propios hermanos: es el caso de la guerra, en donde un refugio es el único lugar seguro contra las bombas que se desprenden de los aviones.
         De modo análogo, el Corazón Inmaculado de María Santísima es también refugio, pero en un sentido más alto y superior que estos que hemos descripto, porque es refugio para el alma, que se ve acosada por el peligro inminente de muerte espiritual, frente a las múltiples acechanzas que sobre ella desencadenan los enemigos temibles del alma, “las siniestras potestades de los aires”. El mundo, el demonio y la carne, buscan sepultar al alma no bajo toneladas de nieve helada, sino bajo el frío del desprecio y de la indiferencia al Amor de Dios, que se dona sin reservas en cada Eucaristía; buscan arrasar y destruir, como si de un furioso viento huracanado se tratara, con la vida de la gracia en el alma, que cuando está en gracia se convierte en morada de la Santísima Trinidad y en templo del Espíritu Santo. Los enemigos del alma tratan, por medio de los impetuosos vientos de la impureza, de la rebelión, de la acedia y de la codicia, destruir la morada de Dios, el alma en gracia, reduciéndola a la desolación más absoluta.
Frente a esta oleada de impureza y de rebelión a Dios y a su Ley de Amor, el Corazón Inmaculado de María es el refugio segurísimo que impide al alma morir por el frío helado del odio a Dios, calentando el corazón del hombre con el fuego ardiente del Amor de Dios que inhabita en su Corazón; el Corazón de la Virgen es refugio indestructible, en el cual el alma se siente segura porque no es alcanzada ni mínimamente por los furiosos vientos de la impureza, el materialismo, el ateísmo, que conducen a la rebelión contra Dios. Por el contrario, el alma que se refugia en el Inmaculado Corazón de María, solo percibe la suave caricia de la ligera brisa refrescante, la gracia santificante, que calma el ardor de las pasiones y purifica el amor humano para elevarlo y dirigirlo, puro y santo, a Dios. Por este motivo, el Corazón Inmaculado de María es el refugio seguro para el alma y la vida de la gracia.
El Corazón Inmaculado es camino seguro que conduce a Dios, porque hoy en día se presentan al hombre múltiples caminos, todos ellos engañosos, porque todos conducen a un lugar en donde no se encuentra Dios: son los caminos del mundo, caminos que se presentan como anchos y atractivos y fáciles de andar, en donde todo es risotada y carcajada fácil, porque no es necesaria la negación de sí mismo, ni cargar la Cruz, ni seguir a Jesús. En los caminos mundanos, los que el mundo ofrece, no hace falta luchar contra uno mismo; por el contrario, lo único que hay que hacer es exaltarse a uno mismo y a todas sus pasiones, a las cuales hay que satisfacer sin medida. Es un camino fácil, porque es en descenso, pero finaliza en un abismo oscuro, en donde habita el Ángel caído, el Príncipe de las tinieblas.
Por el contrario, el camino que es el Corazón Inmaculado de María, es un camino difícil de recorrer, porque es estrecho y en subida, y además hay que negarse a uno mismo, cargando la Cruz de cada día, en el seguimiento de Jesús camino del Calvario. Es un camino doloroso, porque finaliza con la muerte del hombre viejo, que es crucificado con Jesús en el Monte Calvario, pero a la vez es un camino de alegría, porque este camino no finaliza en el Calvario, sino en la Resurrección, cuando nace el hombre nuevo por la gracia santificante. Por este motivo, el Corazón Inmaculado de María es el camino seguro que conduce hasta Dios.

“Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. Consagrarnos a la Virgen es entrar en su Inmaculado Corazón, refugio y camino que nos conduce a la comunión de vida y de amor con Dios Uno y Trino.

martes, 20 de noviembre de 2012

Presentación de la Virgen María



         San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y abuelos de Jesús, hacen la presentación de la Virgen en el templo, a poco de nacida. Con esta ceremonia, consistente en llevar al niño al sacerdote del templo para que este lo ofrezca a Dios; de esta manera, los padres de la Virgen agradecen a Dios por el milagro de su nacimiento, al tiempo que cumplen el precepto del Pueblo Elegido de consagrar el primogénito a Yahveh.
Sin embargo, antes de que San Joaquín y Santa Ana presenten y consagren a la Virgen exterior y materialmente, la Virgen ya ha sido consagrada al servicio exclusivo de Dios, por su nacimiento virginal, sin mancha de pecado original, y por su inhabitación por el Espíritu Santo. Habiendo sido destinada a ser la Madre de Dios, la Virgen es pensada por la Trinidad, desde la eternidad, como templo y sagrario de Dios Hijo, y es por esto que es concebida como Inmaculada y como Llena de gracia. La ceremonia exterior de consagración es sólo un cumplimiento cultual, material y exterior, de una consagración hecha no por seres humanos, como San Joaquín y Santa Ana, sino por las Personas divinas de la Santísima Trinidad.
Esta consagración trinitaria de la Virgen, llevada a cabo antes de la consagración de sus padres biológicos, convierte a la Virgen en aquello para lo cual fue pensada, deseada y creada: para ser morada, custodia, templo y sagrario del Hijo Unigénito de Dios en su Encarnación redentora, y esto como modelo de nuestra propia presentación y consagración, ocurrida en el día de nuestra bautismo. Si María, Inmaculada y Llena de gracia, fue consagrada por la Trinidad y presentada en el templo por sus padres biológicos, fue para que nosotros, nacidos con el pecado original y por lo tanto sin la gracia santificante, fuéramos algún día también llevados al templo y consagrados para ser morada del Espíritu y sagrario de Dios Hijo por la gracia.
María-templo es entonces modelo de todo cristiano, llamado a ser templo de Dios en su cuerpo: “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19): así como María es la Llena de gracia y la Inmaculada, sin sombra de pecado original, así el cristiano está llamado a ser él también lleno de gracia e inmaculado, por la confesión sacramental y por la imitación de las virtudes de la Virgen María.
La celebración de la Presentación de la Virgen debe recordarnos el día de nuestra presentación y consagración en el bautismo -en donde fuimos llevados por nuestros padres, por moción del Espíritu Santo-, para que cumplamos la Voluntad divina en nuestras vidas: que nuestro cuerpo sea morada del Espíritu Santo y el corazón, Sagrario de Jesús Eucaristía.