Mostrando entradas con la etiqueta modelo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta modelo. Mostrar todas las entradas

sábado, 12 de junio de 2021

El Inmaculado Corazón de María, modelo inigualable de amor a Jesucristo

 



         Si alguien deseara, en algún momento, amar a Cristo Dios como Él se lo merece, lo único que debería hacer es contemplar al Inmaculado Corazón de María y, con la ayuda de la gracia, introducirse en este Corazón Sacratísimo de María e imitarlo. Así lo sugiere en uno de sus sermones San Lorenzo Justiniano[1], obispo.

         El santo obispo dice así: “María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente”. San Justiniano nos dice que la Virgen meditaba con su mente sapientísima y guardaba con amor en su Inmaculado Corazón aquello que había “leído, escuchado, mirado” y esto no era otra cosa que los misterios de la vida de su Hijo Jesús. La Virgen, además de amar a su Hijo con amor purísimo maternal, como hace toda madre con su hijo, sabía que su Hijo era Dios Hijo encarnado y es este misterio el que la admiraba, la asombraba, la colmaba de amor y de adoración hacia su Hijo quien, como lo dijimos, además de ser su Hijo, era al mismo tiempo su Dios. Pero la Virgen no se quedaba en la contemplación de los misterios de la vida de su Hijo: dicha contemplación la hacía crecer en “sabiduría y caridad”, de manera tal que cuanto más los contemplaba, tanto más su mente brillantísima se colmaba de la Divina Sabiduría y tanto más su Inmaculado Corazón se encendía en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.

         Continúa así San Lorenzo Justiniano: “Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad”. El conocimiento de los misterios de la Santísima Trinidad, revelados por el mismo Dios Trino hacia Ella, hacía que en la Virgen brillara la Sabiduría Divina en su mente y que ardiera su Corazón Inmaculado en el Amor de Dios y esto la colmaba de alegría, una alegría celestial, sobrenatural, divina, que al mismo tiempo que la atraían cada vez más a la Trinidad, la hacían crecer en su humildad, en su adoración, en su amor y en su anonadamiento hacia Dios Uno y Trino.

         Afirma San Lorenzo Justiniano que todos estos prodigios que se verificaban en la Santísima Virgen, eran todos productos de la gracia santificante, que es la que eleva a la naturaleza humana –junto con sus potencias, la inteligencia y la voluntad- a la participación en la vida trinitaria, lo cual tiene como efecto transformar la naturaleza humana, “de resplandor en resplandor”, en la naturaleza divina, con lo que, con toda verdad, se puede decir que la naturaleza humana, cuanto más gracia posee, más se diviniza: “Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios”. Y puesto que la Virgen Santísima no solo había sido concebida sin la mancha del pecado original, sino que además había sido concebida como Llena de gracia, como inhabitada por el Espíritu Santo, los progresos en el conocimiento de la Divina Sabiduría, en el Amor del Espíritu Santo y en la práctica de toda clase de virtudes, eran en Ella en grado inefable y de tal manera, que ni todos los ángeles del Cielo ni todos los santos bienaventurados podían siquiera asemejárseles.

         Continúa San Lorenzo: “Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual”. Con estas palabras nos quiere significar el santo que la Virgen no tenía ni la más ínfima sombra de juicio propio sino que, llevada por el esplendor de la Sabiduría y por el Fuego del Divino Amor, aumentaba en Ella cada vez más aquella virtud que Nuestro Señor Jesucristo nos pide explícitamente en el Evangelio que la practiquemos, imitándolo a Él y es la humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La Virgen poseía en tal grado y perfección esta virtud de la humildad, que sólo era superada por su Hijo Jesucristo, que es en Sí mismo la Humildad Increada y por esto era la Virgen más agradable a la Trinidad que todos los ángeles y santos del Cielo.

         Por último, San Lorenzo Justiniano nos invita a imitar a la Virgen si es que de veras deseamos alcanzar y vivir en la perfección espiritual: “Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado”. Es decir, así como Cristo entró en ese templo sacratísimo que es el Inmaculado Corazón de María, desde el primer instante de su Concepción, por estar este Corazón de María colmado de gracia, así Cristo ingresa en todo corazón que, a imitación de María Santísima, posea en él la gracia santificante. Si esto hacemos, es decir, si nuestro corazón está en gracia, a imitación de María Santísima, nuestro corazón se convertirá en templo en el que ingresará el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, para ser adorado en el altar de nuestra alma, el corazón, por el tiempo que nos queda de vida terrena y luego en el Cielo, por toda la eternidad.

 

 

 



[1] Cfr. Sermón 8, En la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39.

martes, 2 de diciembre de 2014

La Virgen como modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo para recibir a Jesús en la Eucaristía


          (Homilía predicada en la Novena a la Inmaculada Concepción en la Parroquia "Inmaculada Concepción", de Río Seco, Tucumán, Argentina)

La Patrona de nuestra Parroquia es la “Inmaculada Concepción”. ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”? ¿De qué nos sirve en nuestra vida diaria que la Virgen sea “Inmaculada Concepción”? “Inmaculada Concepción” quiere decir que la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original, es decir, sin la más pequeñísima malicia y eso significa que la Virgen no era capaz de cometer no solo el más ligero pecado venial, sino ni siquiera la más ligera imperfección, porque su cuerpo y su alma habían sido concebidos puros, inmaculados, sin la mancha del pecado original que había infectado a los primeros padres, Adán y Eva.
Recordemos que Adán y Eva, los primeros padres de la humanidad, que habían sido creados en estado de gracia en el Paraíso, oyeron la voz de la Serpiente Antigua en el Paraíso e hicieron oídos sordos a la Voz de Dios, y fue así que cometieron el pecado original que los privó de la gracia santificante con la que habían sido creados, y por ese motivo, fueron expulsados del Paraíso. Desde entonces, todos los seres humanos, nacemos privados de la gracia y con la mancha del pecado original, y eso quiere decir dos cosas principalmente: que nuestra razón tiene dificultad para conocer la Verdad y que nuestra voluntad, aunque desea el bien, se inclina al mal, por la concupiscencia de la carne, y por eso es que necesitamos de la gracia santificante para no cometer pecados, y si no recurrimos a la gracia, caemos en el pecado y cuando estamos en pecado, no podemos salir, por nosotros mismos, del estado de pecado. El pecado, puesto que es malicia, nos aparta radicalmente de Dios, ya que Dios es bondad y santidad infinitas. La Virgen, porque debía ser la Madre de Dios, la Madre del Redentor, fue concebida como “Inmaculada Concepción”, es decir, sin mancha de pecado original, y por eso era pura en cuerpo y alma y esto quiere decir que era incapaz de obrar cualquier clase de mal, pero no solo incapaz de obrar cualquier clase de mal, sino que era incapaz de cualquier imperfección.
Además, la Virgen no solo fue concebida sin mancha, sino que fue concebida “Llena de gracia”, y esto quiere decir que estaba inhabitada por el Espíritu Santo, llena del Amor Purísimo de Dios, y esto significa que nada podía amar la Virgen sino era a Dios, en Dios y por Dios, porque su Mente era sapientísima, y así, la Virgen, que por esto mismo poseía una sabiduría que superaba infinitamente a las mentes de todos los ángeles juntos, podía detectar el error más sutil, y rechazarlo, y por ese motivo le tenía horror a la mentira; su Corazón Inmaculado, inhabitado desde su Concepción Inmaculada por el Espíritu Santo, amaba solo a Dios y si amaba a las creaturas, las amaba en Dios, para Dios y por Dios, y todo lo que no fuera Dios, por Dios y para Dios, la Virgen no lo amaba; su Cuerpo era inmaculado, puro, virgen y fue virgen antes, durante y después de la Encarnación del Verbo de Dios en su seno purísimo, y continúa siéndolo en los cielos, y continuará siendo Virgen por los siglos infinitos, porque la Concepción de su Hijo Jesús, que es Dios, fue realizada virginal y milagrosamente por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, sin intervención alguna del hombre.
Por todo esto, la Virgen, como Inmaculada Concepción, era Purísima de mente, de corazón y de cuerpo, y por eso mismo, es modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo para todos los hombres y para todas las épocas, pero sobre todo, para nuestro mundo de hoy, que está muy necesitado de esta virtud, la de la pureza y, por supuesto, es modelo para nosotros.
Hoy, pareciera que la impureza lo domina todo, pero no solo la impureza del cuerpo, sino la impureza de la mente y la impureza del corazón.
Hoy domina la impureza de la mente y la impureza de la mente es, ante todo, la mentira y el error: cuando se dicen mentiras, de cualquier tipo, y aunque sean mentiras “inocentes”, son siempre mentiras, y el que dice mentiras, se aleja de la Virgen, que nunca jamás dijo mentiras y se aleja de Jesús, que es "la Verdad" -Jesús dijo de sí mismo: "Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6)-, y se acerca al Príncipe de las tinieblas, que es el “Padre de la mentira”, como le llama Jesús en el Evangelio (cfr. Jn 8, 44). Son las mentiras comunes, o mentiras más graves, que pueden mezclarse también en las cosas de la fe, y esas son las más peligrosas.
La impureza de la mente es también cuando se creen en las supersticiones, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, el horóscopo, la cinta roja, el gato negro, o cuando se hacen cosas malvadas, como la brujería, el juego de la copa, el tablero ouija, que son todas cosas prohibidas por Dios, porque son perversiones de la religión.
La Virgen es modelo de pureza de fe en Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella creyó primero con su Mente Purísima, y nunca dudó de la Palabra de Dios, y nunca creyó en ninguna otra cosa que lo que le decía el Ángel, porque su Mente Sapientísima, iluminada e inhabitada por el Espíritu Santo, contemplaba la Verdad de Dios Uno y Trino y se adhería con todo su ser, al tiempo que reconocía el error, la mentira y la herejía y los rechazaba con todo su ser; por eso, la Virgen es nuestro modelo de pureza de nuestra mente para creer en la Presencia de Jesús en la Eucaristía, para que nos apartemos de la mentira y del error como quien se aparta de la peste; la Virgen es modelo de nuestra fe en Jesucristo, Dios Encarnado en la Eucaristía, para que nuestra fe Eucarística sea pura como el cristal transparente y para que no la contaminemos creyendo en supersticiones y en errores acerca de la fe, y para que solo creamos en la Eucaristía y en los santos de la Iglesia Católica.
La impureza del corazón es cuando se desean cosas malas, que dañan al cuerpo y al alma, pero sobre todo, ofenden a Dios, porque son pecado: las envidias, los odios, las peleas, las discusiones, las habladurías. Cuando el corazón desea estas cosas malas, se convierte, de nido de luz y de amor, en el que debería morar la Dulce Paloma del Espíritu Santo, para así dar el Amor de Cristo a los demás, en una cueva pestilente, oscura, sucia y fría, en donde hacen morada bestias siniestras, sombras vivientes, los ángeles caídos, cuyo veneno es más mortífero que el de las alimañas y cuya ponzoña es más letal que el de las arañas y serpientes más letales de la tierra.
La Virgen es modelo de pureza de fe en Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella creyó con su Mente Purísima y lo Amó con su Corazón Inmaculado, y no amó ninguna otra cosa más y a nadie más que no fuera a su Hijo Jesús, que era el Hijo de Dios.
Su Corazón Inmaculado estaba lleno del Amor de Dios y estaba todo ocupado por el Espíritu Santo y por eso mismo, no había lugar en él para ningún amor impuro y para ninguna cosa mala, y por eso la Virgen es nuestro modelo para nuestro corazón al momento de recibir la comunión eucarística, para cuando tengamos que recibir a Jesús en la Eucaristía, porque así como estaba el Corazón de la Virgen, lleno del Amor de Dios para recibir a su Hijo Jesús, así debe estar nuestro corazón, lleno del Amor de Dios, para recibir a Jesús en la Eucaristía, y no debe haber ninguna cosa mala en nuestros corazones, al momento de comulgar.
La impureza del cuerpo es cuando se cometen cosas malas con el cuerpo, y son todos los pecados que tienen que ver con el sexto y el noveno mandamiento, los pecados de lujuria, que son los pecados que, como les dijo la Virgen en Fátima a los Pastorcitos, “son los que más almas llevan al Infierno”. La pornografía, el vestir escandalosamente, el tener relaciones antes del matrimonio, o extra-matrimoniales, o contra la naturaleza, son todas cosas prohibidas por Dios en sus Mandamientos, y quien los contraría, contraría al mismo Dios, que los promulgó.
La Virgen es modelo de pureza de cuerpo para recibir a Jesús en la Eucaristía, porque cuando el Ángel le anunció que Ella iba a ser la Madre de Dios, Ella era Virgen, y fue Virgen antes, durante y después del parto, y continúa siéndolo por toda la eternidad, y lo seguirá siendo por todas las eternidades de eternidades. La Virgen concibió en su Cuerpo Virginal al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, porque la Concepción del Verbo de Dios fue milagrosa y fue así: el Espíritu Santo llevó al Hijo de Dios, desde el seno del eterno Padre, al seno virginal, el útero materno de la Virgen, y lo implantó, al tiempo que creó, en ese mismo momento, la célula masculina y el alma de Jesús de Nazareth, y así fue como dio comienzo la existencia terrena del Hombre-Dios Jesucristo. Jesús es Dios Hijo encarnado, pero en su concepción no intervino varón alguno, porque San José fue solo esposo legal de María Virgen y su matrimonio fue solo un matrimonio legal. La Virgen fue Virgen antes, durante y después del parto, y por eso la Virgen, fue Purísima en su Cuerpo virginal, porque tenía que recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
De esta manera, la Virgen es modelo de pureza de cuerpo para nosotros, para nuestra comunión eucarística, en donde recibimos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Al igual que la Virgen, que fue Pura de cuerpo, también nuestro cuerpo debe estar puro, por la gracia santificante, por la confesión sacramental, al momento de la comunión eucarística, y por eso, la Virgen es nuestro modelo de Pureza de cuerpo para comulgar.
Por todo esto, la Virgen, como Inmaculada Concepción, es modelo de pureza de mente, de corazón y de cuerpo y a Ella, como a Nuestra Madre del cielo, debemos siempre contemplarla e imitarla, para recibir, purificados por la gracia santificante, a Jesús en la Eucaristía. Esto es lo que quiere decir que la Virgen es “Inmaculada Concepción”, y para esto nos sirve que Ella sea “Inmaculada Concepción”, en nuestra vida diaria.

Propósito: la confesión sacramental para recibir con pureza de mente, de corazón y de cuerpo a Jesús en la Eucaristía, en estado de gracia, a imitación de la Inmaculada Concepción. 

sábado, 7 de diciembre de 2013

Inmaculada Concepción: modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor a Dios




     La Inmaculada Concepción es modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor.
En Ella no solo nada está contaminado, sino que todo es de una pureza infinitamente superior a la de los ángeles y santos en el cielo.
     Es modelo de pureza de cuerpo, porque jamás tuvo trato con hombre alguno, como Ella lo declara en el anuncio del Ángel, mostrándose sorprendida de cómo sería posible concebir si Ella “no conocía varón” (Lc 1, 34). La Virgen estuvo libre de todo tipo de concupiscencias y jamás cometió ni siquiera una imperfección. Su Cuerpo Inmaculado, libre de toda pasión desordenada, fue en su vida terrena, desde su Concepción Inmaculada, una ofrenda purísima a Dios y, hasta el momento de su muerte, en que su Cuerpo fue glorificado, la Virgen ofreció continuos sacrificios y mortificaciones. De esta manera, la Virgen demostró que se puede orar con el Cuerpo y que el Cuerpo es “templo del Espíritu Santo” y que por lo tanto no solo no debe ser profanado con ningún género de impurezas ni de amores profanos e impuros, sino que debe ser conservado constantemente en la gracia de Jesucristo, que es quien lo perfuma con su fragancia exquisita.

Es modelo de pureza de alma, porque su alma, con sus potencias –inteligencia, voluntad, memoria-, dio gloria a Dios desde el primer instante de su creación. Su inteligencia estuvo siempre orientada a la Verdad, y no solo jamás fue seducida por el error, sino que profundizó en esta Verdad, que era su Hijo encarnado, cada segundo de su vida terrena, y es así como la Virgen, iluminada por la Verdad Divina, fue sumamente libre, de acuerdo a las palabras de Jesús: “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42); su voluntad, su capacidad de amar y de elegir el bien, jamás se desvió un ápice del Amor Hermoso, Dios, y jamás dejó de elegir siempre el Bien Supremo, Dios Uno y Trino, de manera que todo lo que amó y eligió fue siempre Dios y solo Dios, y si amó a las creaturas y eligió a las creaturas, lo hizo por Dios, para Dios, en Dios. Su memoria no recordaba otra cosa que las maravillas de Dios obradas en Ella, y es esto lo que expresa la Virgen en el Magnificat (cfr. Lc 1, 46-55).
Además, su alma, colmada de la gracia e inhabitada por el Espíritu Santo desde su creación, y libre del pecado original y sus perniciosos efectos en mérito a que la Virgen fue creada para ser la Madre de Dios, brilló siempre con las virtudes más excelsas, poseídas por Ella en un grado desconocido para las creaturas, al participar directa y plenamente de la santidad de su Hijo Jesucristo. Así nos demuestra la Virgen que el alma humana ha sido creada por Dios y para Dios, y que todo lo que el alma posee le pertenece a Dios Padre, a Jesucristo y al Espíritu Santo, y a ellos debe glorificar con sus potencias, buscando de conocer a las Divinas Personas cada vez más, para amarlas cada vez más, y para recordar sus maravillas y proclamarlas al mundo.
La Virgen es modelo de pureza de fe, porque jamás contaminó su fe en el Verdadero y Único Dios, el Dios por el cual se vive, el Dios de toda majestad, poder, bondad y misericordia, Dios Uno y Trino. Jamás contaminó su fe en Dios Padre, Creador de todo lo visible e invisible; jamás contaminó su fe en su Hijo Jesucristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, y de su seno virginal en la plenitud de los tiempos; jamás contaminó su fe en Dios Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, causa de la Encarnación del Verbo del Padre. La Virgen no solo nunca se inclinó a los ídolos, puesto que esto es imposible de toda imposibilidad metafísica, sino que es la Destructora de los ídolos y de las supersticiones y de la fe contaminada por la malicia del hombre y del demonio. Y puesto que la Virgen comunica de su fe purísima a la Iglesia, la Virgen nos enseña que solo hay que creer en la fe de la Iglesia, que es una fe pura e inmaculada, es la fe en Dios Uno y Trino y en la Encarnación del Hijo de Dios; es la fe en el poder divino de la gracia santificante, conseguida por Cristo al precio de su Sangre en la Cruz y comunicada sin límites en los sacramentos de la Iglesia Católica. La Virgen, con su Pureza Inmaculada, es modelo inigualable de fe, de fe pura, incontaminada, fe que Ella participa a la Iglesia, fe no contaminada con gnosticismo, ni con supersticiones, ni con vanos y orgullosos pensamientos humanos. Si alguien quiere conservar la fe pura y sin mancha, la que lo conducirá al cielo, debe creer en el Credo de la Santa Iglesia Católica, porque la fe de la Iglesia es la fe de la Virgen María.
La Virgen es modelo de pureza de Amor a Dios Uno y Trino, porque ama a Dios Trino con un amor no contaminado por amores mundanos y profanos; todo lo que ama, lo ama en Dios Trinidad, para Dios Trinidad y por Dios Trinidad, y nada ama que no sea en Dios Trinidad. Ama a Dios Padre, porque es su Hija predilecta; ama a Dios Hijo, porque es su Madre, la Madre de Dios; ama a Dios Espíritu Santo, su Divino Esposo, que hizo de su cuerpo, de su Corazón Inmaculado y de su Alma Santísima, un Tabernáculo Viviente del Amor Divino.
La Virgen también es modelo de amor puro al prójimo, porque da su vida y aquello que ama más que su vida, su Hijo Jesús, por la salvación de su prójimo, que resulta ser toda la humanidad, que es adoptada por Ella al pie de la Cruz por mandato de Jesús expresado en la tercera palabra: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 27). La Virgen María es también modelo de dolor puro ofrecido a Dios, que así se convierte en dolor redentor, porque el dolor del Inmaculado Corazón de María es el dolor del Sagrado Corazón de Jesús, y que por esto mismo, es un dolor que salva a la humanidad, porque es el dolor del Santo Sacrificio de la Cruz. La Virgen es modelo de dolor ofrecido a Dios porque no solo no se rebela ante el dolor, sino que lo ofrece con amor por la salvación de los hombres, uniendo el dolor más grande de su Corazón, el ver morir a su Hijo en la Cruz, por la salvación de los hombres. 
Puesto que Dios creó a la Virgen como modelo inigualable de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor, y puesto que nos la dio como Madre al pie de la Cruz, la conmemoración de la Inmaculada Concepción no puede nunca quedar en un mero recuerdo, sino que debe ser un estímulo para imitarla, porque todo hijo que ame a su madre se esfuerza por imitar sus virtudes.

jueves, 8 de marzo de 2012

María, modelo de mujer



El pontificado de Juan Pablo II tiene muchas características a destacar; una de ellas, tal vez una de las que más sobresale entre todas, es su devoción a la Virgen María. Esto se ve, por ejemplo, en las prédicas de Juan Pablo II a los jóvenes, en sus homilías, en sus documentos oficiales, en las visitas a numerosos santuarios marianos. Es decir, durante todo su pontificado, es constante la referencia a María. De hecho, el lema de Juan Pablo II está dirigido a María: “Soy todo tuyo” (Totus tuus). ¿Qué es lo que demuestra esto? Esto demuestra que Juan Pablo II toma como modelo de mujer a María.
Juan Pablo II toma como modelo de mujer a la Virgen María, pero también el mundo pone como modelo a una mujer; un modelo que se opone casi frontalmente a María.
En este modelo que propone el mundo, el papel de la mujer está desvalorizado, o sino, valorizado, pero fuera de su contexto, ya que se pretende que la mujer realice todo tipo de trabajos fuera de casa, que alcance un logro profesional, una carrera, un reconocimiento en la sociedad (por ejemplo, hoy no es raro ver mujeres astronautas, mujeres generales de ejército, mujeres soldados, mujeres taxistas, futbolistas, rugbistas, es decir, ocupando lugares que eran tradicionalmente reservados al hombre), pero que abandone o postergue o considere de poca importancia su papel de madre, de esposa, de educadora de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, paradójicamente, nos pone como modelo insuperable a seguir y a imitar, a una mujer hebrea, que nació y vivió en un lugar desconocido de Palestina; una mujer a la cual los evangelios nombran muy poco, casi nada; a una mujer de una cultura y de un tiempo en el que la mujer estaba mucho más relegada que hoy en día; una mujer que, vista con los ojos de hoy, sería una desconocida, alejada de la fama, del bienestar, de la riqueza y del poder; una mujer ama de casa, madre, sin empleo fijo, dedicada a su familia, lejos de los centros de poder y de reconocimiento del mundo.
En la era de la reivindicación de los derechos de la mujer, Juan Pablo II consagró su pontificado a una mujer de raza hebrea, cuya tarea más grande y única fue la de educar a su único Hijo, y cuya única ocupación fue la de ser ama de casa, la Virgen María; además, dijo públicamente que fue una mujer, la Madre de Dios, quien lo salvó de la muerte, cuando dispararon contra él en la Plaza San Pedro, con lo cual proclama, implícitamente, la superioridad de esta Mujer sobre las oscuras fuerzas del mal que planearon el atentado. 
En la era de la reivindicación de la mujer, Juan Pablo II reconoce públicamente que es una mujer, la Virgen María, la poseedora de una grandeza, nobleza, majestad y poder celestial de tal magnitud, que guía a su pontificado -uno de los más brillantes de la historia- y salva su vida, y al hacer este reconocimiento, Juan Pablo II -y con él, la Iglesia-, propone, implícita y explícitamente, a María Santísima como modelo de mujer. 
Es decir, pareciera como que Juan Pablo II –y con él, toda la Iglesia de todos los tiempos-, nos está proponiendo como modelo a un modelo o tipo de mujer que no encaja en nuestros tiempos, que ha sido superada por los modelos de mujer de los tiempos de hoy.
Dos modelos de mujer, contrapuestos entre sí, uno, ofrecido por el mundo, otro, por el Papa y por la Iglesia.
¿Quién tiene razón? ¿El mundo, que nos propone un modelo de mujer totalmente distinto, que no cumple las funciones de madre, de esposa, de consagrada? ¿O el Santo Padre y la Iglesia, que nos proponen como modelo a una mujer hebrea, modelo ejemplar de Madre virgen, de Esposa casta, de amor a su Hijo y a sus hijos adoptivos, a su esposo terreno, que es como su hermano, a su Dios, que es a la vez su Creador, su Esposo, su Hijo y su Redentor, con un poder tan grande como para salvar vidas y guiar la Iglesia hacia su destino de eternidad?