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sábado, 5 de marzo de 2016

El Legionario y la imitación de María


         Muchas veces nos preguntamos por qué no crecemos en la vida espiritual, o por qué tal o cual apostolado no da frutos. La razón nos la da el Manual del Legionario: porque –por uno u otro motivo- no tenemos a María en el corazón, en el pensamiento, en el obrar[1].
         Si el legionario no está unido estrechamente a María, dice el Manual, no podrá lograr su fin, que es el de manifestar a María al mundo, como medio (de María) para conquistar al mundo para Jesucristo[2]. Es decir, la Virgen quiere manifestar al mundo a su Hijo Jesucristo y lo quiere hacer por medio de los legionarios y por medio de la Legión, pero para que eso sea posible, la unión con María debe ser tal, que sea María la que viva en el legionario –parafraseando a la Escritura- para que, a través del legionario, se manifieste María al mundo, como condición sine qua non de la manifestación de Jesucristo al mundo. Pero si el legionario no está estrechamente unido a María, es como “un soldado sin armas”, como “el eslabón roto de una cadena”[3].
         Ahora bien, ¿cómo es esta unión con María? Podemos utilizar una imagen, la de la unión del alma con el cuerpo: se trata de una unión muy fuerte, porque el alma es lo que da vida al cuerpo y sin el alma, el cuerpo muere. Es decir, el cuerpo depende, para su vida corporal, del alma, que le da vida al cuerpo. Según el Manual, la unión entre el legionario y María –y por lo tanto su dependencia vital- es aún mucho más fuerte; tanto, que puede decirse que María es mucho más que “el alma y la vida del legionario”. En otras palabras: el alma depende, para su vida espiritual, mucho más que el cuerpo depende, para su vida corporal, del alma. María es “el alma del alma”, la vida de la vida corporal, si podemos decir así, y el motivo lo encontramos en uno de los títulos que la Iglesia le da a la Virgen: Madre de la Divina Gracia. Porque la Virgen es la Madre de la Gracia Increada, Jesucristo, y porque la Virgen es Mediadora de todas las gracias, y puesto que la gracia santificante, de Jesucristo, que es la vida de nuestra alma, nos viene por María en cuanto Mediadora de todas las gracias, es que podemos decir que el alma depende, para su vida espiritual, más que el cuerpo depende del alma, para su vida corporal. Aquí, dice el Manual, podemos darnos una idea del “dominio –dependencia- absoluto de María sobre el alma, un dominio más estrecho e íntimo que el de la madre con el hijo”[4]. Hay otros ejemplos que nos da el Manual, para reforzar esta idea de la dependencia espiritual del alma con María: así como sin corazón no hay sangre; sin el ojo, no hay visión; sin el oxígeno, no hay respiración en los pulmones, así también es todavía más imposible que el alma, sin María, se eleve a Dios y cumpla sus designios[5]. Es decir, si un cuerpo no puede vivir sin el alma, mucho menos puede el legionario vivir sin María.
         Otro elemento a considerar, según el Manual, es que “dependemos de María, no por sentimientos humanos, sino por disposición de Dios”[6], porque Ella es la Madre de la Divina Gracia, la que por disposición divina, nos da la gracia, que nos da la vida de Dios. Aun así, continúa el Manual, “debemos reforzar y robustecer –libre y conscientemente- esta dependencia de María, sometiéndonos a Ella libre y espontáneamente, y así descubriremos maravillas de santificación para nuestras almas” –no solo no nos estancaremos en nuestra vida espiritual, sino que creceremos espiritualmente a pasos agigantados-; ya no obraremos con nuestras propias fuerzas humanas, sino que “brotará una energía nueva, desconocida, y todo lo que no pudimos hacer –rescatar del pecado a los que estaban bajo su yugo-, lo haremos en un instante con María”[7].
         Por ejemplo, un modo de incrementar nuestra dependencia de María, como legionarios, es el “comenzar el día con un acto de consagración a María, renovándolo con jaculatorias a lo largo del día”, además de llevar a María en el pensamiento y en el corazón, para que “no sea yo quien viva, sino que sea María la que viva en mí”; el legionario debe hacerlo todo en María, con María, para María: la Santa Misa, el Rosario, la comunión, diciéndole a lo largo del día: “Totus tuss”, soy todo tuyo, Madre mía. El legionario debe pedir a María ver a su Hijo Jesús –sobre todo en la Eucaristía- no con sus ojos, sino con los ojos de María; escuchar a Jesús con los oídos de María; percibir “el buen olor de Cristo” con los sentidos de María; proclamar a Jesús con los labios de María; amar a Jesús con el Amor que inhabita el Corazón Inmaculado de María, el Espíritu Santo; adorarlo con la adoración de María. Así, comenzará a ver el mundo y los misterios de la salvación, con los ojos de María y amará con el Corazón de María, porque será María la que viva en él y él, el legionario, irá desapareciendo poco a poco (la razón del fracaso del apostolado y del estancamiento y retroceso en la vida espiritual es, precisamente, que el legionario no le da espacio a María y no deja que María crezca en él, para él desaparecer).
         El legionario debe imitar a María, llevarla en su mente y en su corazón y en su obrar, olvidándose de sí y recurriendo a María en toda oportunidad, y así María irá configurando su alma y su corazón al alma y al Inmaculado Corazón de María, de modo que “el legionario y María no parecerán sino un solo ser”[8]. María intervendrá en su apostolado, otorgando los frutos que Dios tiene dispuesto. Y sólo así, en la imitación de María por parte del legionario, la Legión de María será el instrumento por el cual la Madre de Dios derramará sobre el mundo su luz, y la Luz de María es Jesucristo.



[1] Cfr. Manual, Capítulo VI.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.

viernes, 7 de diciembre de 2012

La Inmaculada Concepción, los cristianos y la Eucaristía



         ¿Qué relación hay entre nosotros, la Inmaculada Concepción y la Eucaristía?
         Que así como la Virgen fue concebida en gracia, sin mancha de pecado original, y llena del Espíritu Santo, en vistas a que su seno virginal debía alojar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, y que su vida toda debía estar destinada a ser Custodia Santa, Sagrario de oro y Altar de Jesús Eucaristía, así también nosotros, fuimos creados por y para la Eucaristía. Al igual que la Virgen, también nosotros, como adoradores, estamos llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16), y a convertir nuestros corazones en otros tantos sagrarios, altares y custodias de Jesús Eucaristía.
         Es decir, la Virgen María, en su Inmaculada Concepción y en su condición de Llena del Espíritu Santo, es para los cristianos -y mucho más para los adoradores de la Eucaristía-, el único modelo y guía de cómo debemos ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo: así como es la Virgen, así debemos tender a ser nosotros, imitando su perfección. Pero aquí surgen algunas preguntas: ¿cómo llegar a ser inmaculados como la Virgen? ¿Cómo llegar a ser llenos del Espíritu Santo, como la Virgen? ¿No parece esto un despropósito? ¿No parece esto imposible, siendo nosotros creaturas imperfectas, habiendo sido concebidas con pecado original, estando llenas de pecado, o con la tendencia permanente al mal obrar? La respuesta a todas estas preguntas es que la imitación de la Virgen no es un despropósito, porque es la misma Virgen María, Medianera de todas las gracias, quien viene en nuestro auxilio, para que podamos imitarla por la gracia de los sacramentos, principalmente la confesión sacramental y la Eucaristía. Por la gracia sacramental de la confesión, el alma se ve libra del mal que supone el pecado, y se llena de gracia, al tiempo que se vuelve inmaculada, imitando de esta manera, aunque sea de modo lejano, a la Virgen, permaneciendo en ese estado hasta la creatura misma libremente lo decida (es decir, puede permanecer en estado de gracia todo el tiempo que desee, ya que el estado de gracia finaliza cuando la persona libremente decide pecar).
Por la gracia sacramental, podemos entonces alcanzar ese ideal que es la Virgen; pero además de la acción de la gracia, nuestra configuración a la Virgen, en vistas a que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu y nuestros corazones sagrarios de Jesús Eucaristía, es necesaria también nuestra voluntaria colaboración para la conservación del estado de gracia, y para ver de qué manera, debemos contemplar a la Virgen como Inmaculada Concepción.
La Virgen, concebida en  gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, es un templo purísimo y perfectísimo de la Trinidad; en ese templo, que es su Cuerpo Inmaculado, no se escuchan otras cosas que acciones de gracias, cantos de alabanzas, expresiones de júbilo y de adoración a Dios Uno y Trino; en ese Templo sagrado que es el Cuerpo de María Santísima, nada de lo mundano y profano osa siquiera acercársele; en este Templo santo, que es el Cuerpo y el Corazón de María Inmaculada, no sólo no hay ni el más pequeñísimo lugar para amores impuros, espúreos, profanos, sino que todo lo llena el purísimo y perfectísimo Amor de Dios, el Espíritu Santo; en este Templo consagrado a Dios, todo es luz, porque en él brilla el esplendor de la Verdad y de la Sabiduría divina, Jesucristo; todo es fragancia de aromas exquisitos, porque todo lo invade el suave perfume del Espíritu Santo; en este Templo inmaculado, todo es dulzura, alegría festiva, dicha, cantos de gozo, porque no hay otra Voluntad que la Voluntad santísima y perfectísima de Dios Uno y Trino; en este Templo purísimo que es el Cuerpo Glorioso de María, hay un altar celestial, hay un sagrario más valioso que el oro, hay una custodia más valiosa que plata refinada siete veces, y es su Corazón Inmaculado, en donde se resguarda, se ama y se adora a Jesús Eucaristía.
Es necesario entonces contemplar a María Inmaculada, Templo del Espíritu Santo, Altar, Sagrario y Custodia de Jesús Eucaristía, porque ése es nuestro modelo al cual debemos tender, y según ese modelo, es que debemos configurar nuestro cuerpo y nuestro corazón, mucho más en nuestro tiempo, tiempo de ateísmo teórico y práctico, tiempo de aparición de falsos profetas y de ídolos que intentan convertir los cuerpos en templos desacralizados y los corazones en altares profanados, en sagrarios vacíos, en custodias rotas.
El mundo de hoy es radicalmente contrario a la idea de Dios de convertir el cuerpo de cada ser humano en templo de su Espíritu, y su corazón en altar de Jesús Eucaristía, y es así como pretende que los cuerpos sean cuevas de Asmodeo, el demonio de la lujuria, y que los corazones, de nidos de luz y de amor que deberían alojar a la dulce paloma del Espíritu Santo, se conviertan en nidos de serpientes, en donde moran demonios que destilan resentimiento, odio, rencor y venganza. El cristiano, pero sobre todo el adorador de la Eucaristía, debe estar precavido contra el mundo, ya que este utiliza abundantes medios para lograr su objetivo desacralizador. El mundo busca aturdir con música desenfrenada, impura, grosera, para que en los templos de Dios, que son los cuerpos de los cristianos, se escuche música profana y blasfema y no se entonen más cánticos de alabanza y de adoración; el mundo inunda la imaginación, los ojos y el deseo con toda clase de imágenes perversas, que reemplazan en el corazón del hombre las imágenes de Jesucristo y la Virgen, y esto ocurre especialmente desde la infancia, y se extiende a lo largo de toda la vida; el mundo introduce todo tipo de modas licenciosas, de costumbres paganas, de modos de pensar, de actuar y de vivir radicalmente contrarios al Evangelio; modos que profanan y desacralizan las mentes y los corazones de los cristianos.
Por lo tanto, en el mundo de hoy, el cristiano, y mucho más el Adorador Eucarístico, debe estar “vigilante y atento”, como el servidor “bueno y fiel”, para que no entre en su casa el “ladrón” (cfr. Mt 24. 43) de almas, que busca profanar el cuerpo y desacralizarlo; el adorador debe estar atento y vigilante para que no solo nunca suceda eso, sino para que su cuerpo sea siempre, hasta el momento de la muerte, templo del Espíritu Santo, y su corazón, altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía, a imitación de la Inmaculada Concepción de María.