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miércoles, 21 de marzo de 2018

La finalidad de la Legión de María y cómo obtenerla de la mejor manera



         
         Dice el Manual del Legionario que la finalidad de la Legión de María es “la gloria de Dios por medio de la santificación personal de sus propios miembros mediante la oración y la colaboración activa –bajo la dirección de la jerarquía- a la obra de la Iglesia y de María: aplastar la cabeza de la serpiente infernal y ensanchar las fronteras del reinado de Cristo”[1].
         Ahora bien, el mismo Manual especifica cuál es la mejor manera por la que la Legión obtendrá su finalidad y es mediante la consagración a María según el Método de San Luis María Grignon de Montfor: “Sería de desear que los legionarios perfeccionasen su devoción a la Madre de Dios” mediante las obras de San Luis María Grignon de Montfort, “La verdadera devoción a la Santísima Virgen” y “El secreto de María”.
         No se trata simplemente de leer y meditar en dichas obras
–que sí hay que hacerlo-, sino ante todo, de consagrarnos al Inmaculado Corazón de María por medio de estas obras de San Luis María. Así dice el Manual: “Esta devoción exige que hagamos con María un pacto formal por el que nos entreguemos a Ella con todo nuestro ser: nuestros pensamientos, obras, posesiones y bienes temporales, pasados, presentes y futuros, sin reservarnos la menor cosa, ni la más mínima parte de ellos”[2]. El Manual nos propone, entonces, que para alcanzar el fin propio de la Legión de María, no basta con ser devoto de María, ni con meramente meditar sus virtudes: es necesario, dice el Manual, “hacer un pacto formal con María”, pacto mediante el cual le entregamos todo lo que somos y tenemos, con nuestros bienes tanto temporales como espirituales, y esto según la espiritualidad de San Luis María Grignon de Montfort, que implica la consagración a María según el método de este propio santo. El pacto es un pacto de amor y no de amor humano, sino sobrenatural, es decir, es un pacto de amor sobrenatural, celestial, por el cual nuestra vida y nuestro ser todo, queda ligado e íntimamente unido a la vida y al ser de María. La imagen que usa el Manual y también San Luis María para ejemplificar este pacto entre el legionario y María es la del esclavo, aunque es una imagen imperfecta, porque no solo quedamos entregados al servicio total de María, sino que, interiormente, nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestro ser, quedan indisolublemente unidos a María por el amor, lo cual no sucede entre el esclavo y el amo terrenos, de donde se toma la imagen.
         Consagrarnos a María según el Método de San Luis María Grignon de Montfort debería ser el objetivo de toda la Legión y de cada legionario, para así mejor cumplir la finalidad de la Legión: bajo las órdenes de María, aplastar la cabeza de la serpiente infernal.


[1] Cfr. Manual del Legionario, II.
[2] Cfr. ibidem.

martes, 24 de septiembre de 2013

Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás nos pide que nos consagremos a su Inmaculado Corazón

         

       ¿Cuál es la razón última de una manifestación tan extraordinaria como la de la Virgen en San Nicolás?
La Virgen vino a San Nicolás a pedirnos que nos consagremos a su Corazón Inmaculado, y es lo que Ella dice explícitamente: “Gladys, no desaparecerá jamás, la presencia de la Madre de Cristo, en este lugar. Desde aquí pido a mis hijos: La Consagración a Mi Corazón. Esa Consagración, que no requiere papeles ni fórmulas, porque esa Consagración irá directamente a Mi Corazón; será única y exclusivamente para Mi Corazón y será recibida por Mi Corazón. Debéis tener mucho amor y devoción a María; oración constante del Santo Rosario y participación diaria en la Santa Eucaristía. En el amor a la Madre, hallaréis el Amor al Hijo; en la oración a la Madre, estaréis en unión con el Hijo y en la Santa Eucaristía, os encontraréis con el Hijo. Bendito sea Jesucristo”[1].
La Virgen, que se manifiesta y se hace presente en San Nicolás, de parte de Dios Padre, quiere que nos consagremos a su Inmaculado Corazón, morada de Dios Espíritu Santo, para que por medio del Amor Divino amemos y conozcamos a su Hijo Jesús. La consagración a la Virgen tiene por único objetivo el que conozcamos y amemos a Jesús, su Hijo, nuestro Redentor y Salvador. Ahora bien, las apariciones de la Virgen en San Nicolás, y su pedido de consagración, no persiguen un mero aumento de la devoción entre los fieles católicos, ni tampoco deben entenderse como un mero pedido del cielo al pueblo fiel para que simplemente “rece más”: la totalidad de las manifestaciones, y el pedido especial de consagración al Inmaculado Corazón de María, se enmarcan y entienden en su plenitud a la luz de las palabras que Dios pronuncia en el Génesis cuando, dirigiéndose a la Antigua Serpiente, el Ángel caído, le anuncia el estado de enemistad permanente e irreversible entre los hijos de María y los hijos de las tinieblas: “Pondré enemistad entre ti y la Mujer, y entre tu estirpe y la suya” (Gn 13, 14). La urgencia del pedido de la Virgen se entiende todavía más, si se considera que la Nueva Era tiene por objetivo declarado la iniciación y consagración luciferina de la humanidad. La consagración al Inmaculado Corazón de María, por lo tanto, no se limita a un grupo de señoras piadosas, integrantes de cofradías disminuidas en número: la consagración a la Virgen debe ser hecha por la totalidad de los fieles que integran la Iglesia, para que desde la Iglesia se extienda a toda la humanidad el triunfo de los Corazones de Jesús y María.
“Desde aquí pido a mis hijos: La Consagración a Mi Corazón”. El pedido de la Virgen es urgente; tanto más, cuanto que cada día que pasa, las tinieblas parecen cobrar cada vez más fuerza, aunque no debemos jamás dudar del triunfo de la Virgen y de Jesús, triunfo que se da a través del Corazón de María, anunciado también en el Génesis, aunque precedido de tribulaciones: “Ella te aplastará la cabeza, mientras tú acecharás su calcañar” (Gn 13, 15).



[1] Mensaje 1426.

domingo, 12 de mayo de 2013

Nuestra Señora de Fátima y la consagración del alma a su Inmaculado Corazón





         ¿Qué es la consagración a la Virgen?
         La respuesta está en lo que la Virgen le dijo a Sor Lucía en la segunda aparición, el 13 de junio de 1917, luego de anunciarle la próxima partida al cielo de sus dos primos, Jacinta y Francisco: “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y yo seré el camino que te conduzca a Dios”. La Virgen le dice que su Corazón es dos cosas: refugio y camino.
         La consagración a la Virgen es esto: entrar en el Corazón Inmaculado de María Santísima para que nos sirva de refugio y, al mismo tiempo, de camino hacia Dios.
         ¿Por qué el Corazón de la Virgen es refugio?
         Para entender porqué el Corazón Inmaculado de María es refugio, imaginemos la siguiente situación: imaginemos que para llegar a nuestro destino, tenemos que atravesar un bosque muy tupido. Nos internamos en él y a medida que avanzamos, se va ocultando el sol y se va haciendo la noche. Es un bosque en donde habitan bestias salvajes y furiosas que han sido atacadas por un extraño virus, el cual las ha vuelto mucho más agresivas de lo que ya son en sí mismas. Por ejemplo, orangutanes, leones, tigres, panteras, lobos, osos. A causa del virus, las bestias se han vuelto tan salvajes y agresivas, que solo con mirar a una persona, ya desean destrozarla con sus manos, como el orangután, o con sus dientes y garras, como el león, el tigre, la pantera y el lobo. Caminamos por el bosque, nos internamos en él, se hace cada vez más de noche, y comenzamos a sentir los gruñidos, los resoplidos, los aullidos, de las bestias del bosque. Están cada vez más cerca. Si nos alcanzan, nos destruirán con toda seguridad. Avanzan cada vez más rápido y están tan cerca, que incluso podemos oír el chocar de sus dientes al lanzar dentelladas en el aire, como pregustando la presa anticipadamente. Podemos incluso ver sus ojos en la oscuridad de la noche, ojos que son rojos como brasas ardientes. El virus ha provocado una transformación en sus ojos: antes podían ver la luz, pero a causa del virus, ya no soportan la luz, y sólo pueden ver en la oscuridad. Las bestias son numerosas, y su número aumenta a cada instante. Están cada vez más cerca y, de no mediar un auxilio próximo, nuestro fin parece cercano, tanto más, cuanto que estamos desarmados, pero si tuviéramos armas, el número de las bestias es tan grande, que no podríamos ni siquiera empezar a defendernos, porque el virus que ha atacado sus cerebros y sus corazones las ha vuelto tan agresivas, que no le tienen miedo a nada. Están ya muy cerca de nosotros, e incluso parecen habernos rodeado. Ya todo parece perdido. No hay salida posible. Además, estamos tan cansados, hambrientos y sedientos, que nos da la impresión de que no podemos hacer ni un paso más. Las luces de nuestras linternas se van apagando poco a poco, lo cual atrae más a las bestias, a quienes les favorece la oscuridad. Pero de pronto, la situación cambia en un instante. Cuando parecía que estábamos por sucumbir bajo las garras y los dientes de estas bestias feroces, hacemos unos pocos pasos más y llegamos a un claro del bosque en donde se levanta una hermosa y sólida casa, que más que casa, parece una fortaleza, porque es una casa como un castillo, y está bien defendida con poderosas armas. Es una casa espléndida, toda bien iluminada, y su resplandor, que sale desde dentro de la casa, tanto que parece que el sol se ha metido ahí, y es más brillante que la misma luz del sol, pero no enceguece, ahuyenta a las bestias, que no soportan la luz. Entramos en la casa y ahí nos refugiamos, y nos sentimos a salvo de las bestias, que no se atreven a acercarse, y una vez dentro, la Dueña de casa nos atiende con amor de madre, nos alimenta, nos hace descansar, y nos dice que descansemos, que el lugar adonde vamos está a pocos metros de su casa, y el camino que va desde su casa a nuestro lugar de destino final, es tan seguro como la misma casa.
         Las bestias feroces son los enemigos de nuestras almas, las potestades siniestras de los aires, los demonios; el virus que ataca a las bestias del bosque, es el pecado de soberbia, que les hizo perder el cielo para siempre a los demonios; el bosque que se oscurece es el mundo; el día que se convierte en noche, es nuestra vida; la luz de las linternas que se apaga poco a poco al agotarse la batería, es la luz de la gracia que se apaga poco a poco con los pecados veniales, hasta agotarse del todo con el pecado mortal; la casa en la que nos refugiamos, es el Corazón Inmaculado de María; la luz que sale de su interior, más brillante que el sol, es la luz de la gracia que inhabita en María por ser Ella la Inmaculada Concepción; el camino que hay desde la casa hasta el lugar adonde vamos, camino seguro e iluminado y muy cercano a nuestra meta final, es el Corazón de María, que nos conduce a la unión con Dios en esta vida, por el Amor, y en la otra, para siempre.
         Esta es la razón por la cual el Corazón Inmaculado de María Santísima es llamado “Refugio de los pecadores”.
         ¿Por qué el Corazón de la Virgen es camino hacia Dios?
Para saberlo, hay que tener en cuenta primero que hay un camino que nos aleja de Dios, que va en dirección contraria adonde se encuentra Dios, y es el camino del mundo. Este camino es ancho, espacioso, fácil de transitar, porque es declive, en bajada. Aún más, a medida que avanza el camino, se hace cada vez más en declive. Es espacioso y por él transita mucha, muchísima gente. Es muy fácil de andar porque no hay que llevar nada pesado, o si son cosas pesadas, es como si no pesaran nada, porque por un efecto especial, propio del camino, todas las cosas pesadas se vuelven ligeras como una pluma. Así, uno puede llevar, por ejemplo, una carretilla de lingotes de oro, y le parece que está llevando un almohadón de plumas de ganso, tan poco es el peso del oro. Uno puede llevar valijas y valijas de dinero, sin ningún esfuerzo. Hasta se puede llevar un auto de lujo, con una sola mano, o una mansión, sin el menor esfuerzo. A los costados del camino, hay cómodos sillones en donde uno se puede echar a descansar todo el tiempo que quiera, y como en las paredes hay televisores plasma gigantes, y Play Station, y pantallas de computadoras con conexión a internet inalámbrica velocísima, y no hay restricción para entrar en ningún sitio, uno puede estar en esos sillones días y días enteros. La única regla para usar todos estos artilugios es que no se usen las palabras “Dios”, “Jesús”, “María”, “Misa”, “Castidad”. En este camino, todos están felices y ríen a carcajadas, porque no hay nadie que diga qué es lo que hay que hacer. Es más, a cada tramo del camino hay letreros gigantes, brillantes, parpadeantes, que enseñan cuál es la única regla que hay que cumplir para poder caminar por este camino: “Haz lo que quieras”. Todos comen de carritos gigantes con comida que hay a los costados del camino, pero comen sin necesidad, sin hambre, sin apetito, comen solo por comer, por probar el sabor de la comida rica; comen por gula y comen hasta no poder más. Beben también sin necesidad, bebidas de todo tipo, principalmente alcohólicas, mezcladas con substancias extrañas. No beben agua, no beben para satisfacer la sed, sino para embriagarse, para probar el gusto de estar embriagados. Todos comen y beben sin control y ríen también sin control. Escuchan música estridente, ensordecedora, que incita a toda clase de cosas malas. Sin embargo, este camino, a medida que avanza, se va convirtiendo en algo distinto a lo que era al principio: se vuelve cada vez más empinado, y tan empinado, que en sus últimos tramos todos deben ir corriendo cada vez más rápido, hasta que al final se convierte en una pendiente casi vertical que da a un abismo profundísimo y negro, en donde habita el ángel caído; las risas se convierten en llantos y lamentos; el oro, el dinero y los bienes materiales, se vuelven incandescentes y adquieren un peso de mil toneladas; las pantallas de televisión, de Play Station, de computadoras y celulares, usadas para diversión sin Dios, se convierten en horribles huecos negros de donde salen toda clase de alimañas venenosas; el camino mismo, a medida que se avanza, va aumentando su calor, como si estuviera tapizado por losas radiantes, y al final está tan caliente, que está blanco, incandescente, a causa del fuego que sale del abismo y que llega hasta el camino, para envolver a todo el que viene por él. Este camino ancho y espacioso, el camino del mundo, conduce al lago de fuego, en donde habita el ángel caído.
En cambio, el camino que es el Corazón de María es un corazón lleno de luz celestial, porque está Lleno de la gracia divina, y es un corazón lleno del Amor divino, porque es un corazón en donde vive el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios. Es difícil y trabajoso transitar por este camino, porque necesariamente hay que renunciar a hacer la propia voluntad, para hacer la Voluntad de Dios en todo; es un camino en subida y además hay que llevar la Cruz, que es de madera y a medida que se sube, se hace más pesada; al que tiene hambre y sed, se le da de comer un Pan que tiene vida eterna, y se le da de beber un cáliz que tiene un vino que solo parece vino, pero es la Sangre del Cordero; mientras se camina, se entonan hermosos cantos de alabanzas a Cristo Jesús, Presente en la Eucaristía, y esto produce el efecto de aliviar inmediatamente el peso de la Cruz y alivia hasta hacer desaparecer, la fatiga que produce la subida. Al final del camino, está Jesús crucificado, y el que llega, sube a la Cruz junto a Jesús, muere con Él y resucita, y así resucitado y lleno de la gloria de Dios, se une a Dios Padre en el Amor del Hijo, el Espíritu Santo. El camino que es el Corazón Inmaculado de María, termina en el cielo, en la unión con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, unión que provoca una felicidad y una alegría que no se pueden describir ni imaginar en este mundo.
Éste es el motivo por el cual el Corazón de María es camino a Dios.
¿Cómo vivir la consagración a María? Imitando a la Virgen en sus virtudes. La Virgen tiene todas las virtudes posibles y todas en grado máximo, muchísimo más alto que todos los ángeles y santos juntos: paciencia, humildad, bondad, pureza, castidad, caridad, alegría, amor, paz, afabilidad, servicialidad, sacrificio, valentía, fortaleza, etc. etc. Enumerar las virtudes de la Virgen sería interminable y por eso, el que quiera imitar a María y crecer en una virtud, lo único que tiene que hacer es elevar los ojos a María, y contemplarla en la virtud que quiere practicar. El Corazón de María es como un jardín hermosísimo, con toda clase de flores y plantas que dejan asombrado a quien lo ve; consagrarme a la Virgen es recibir la oportunidad de cultivar una flor como la de ese jardín, en mi propio jardín. Me dan la semilla, que es la virtud, y el agua, que es la gracia. Lo único que tengo que hacer es ponerme a trabajar.
Pero la consagración a María implica otra cosa, porque en María no hay absolutamente ni la más pequeñísima sombra no solo de pecado -que es malicia-, sino ni siquiera de la más insignificante imperfección, porque en María sólo hay lugar para la Bondad y el Amor de Dios. Entonces, el que quiera imitar a María, tiene que ver cuáles son sus pecados e imperfecciones, para arrancarla de raíz, así como se arranca de raíz a una planta venenosa que creció por descuido en el jardín. Si dejamos crecer una planta venenosa –un pecado, un afecto desordenado, un vicio, una imperfección-, entonces se arruina nuestro jardín, que no se parece más al de la Virgen.
¿Dónde y cómo practicar las virtudes de María? ¿Dónde y cómo trabajar para erradicar los pecados, vicios, defectos e imperfecciones, que se encuentran en nuestros corazones, pero que no están en el Corazón de María, y por lo tanto hay que sacarlos urgentemente?
Para imitar a María, no es necesario ir a vivir en un convento; no es necesario hacer un largo viaje y una interminable peregrinación; lo único que es necesario es ver mi vida personal desde el Corazón de María, con los ojos de María, para obrar como lo haría la Virgen, en las situaciones cotidianas que me toca vivir, según mi deber de estado. Es necesaria también la oración, especialmente el Santo Rosario, que son rosas espirituales que le regalamos a la Virgen cada vez que lo rezamos; son necesarios los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental frecuente y la Eucaristía, para vivir en estado de gracia y así imitar a María, que es la Llena de gracia; es necesario usar los sacramentales, principalmente el agua bendita; es necesario practicar la humildad y la auto-humillación –María se llamó a sí misma “Esclava del Señor”-, que son contrarios a la soberbia que anida en nuestros corazones; es necesario practicar la misericordia, tanto espiritual como corporal, como la practicó María con su Hijo Jesús durante toda su vida y muy especialmente, en el Camino Real de la Cruz.
Por último, para imitar a María, que es en lo que consiste la consagración, es necesario ver, amar y adorar a su Hijo Jesús, como María. Para eso, hay que rezar esta oración: “Virgen María, dame tus ojos para ver a Jesús como Tú lo ves; dame tu Corazón, para amar a Jesús con tu mismo Amor; dame tu adoración, para adorar a Jesús en la Eucaristía con tu misma adoración”. O también, más corta: “María, Madre mía, dame tus ojos para ver a Jesús, dame tu Corazón para amarlo, dame tu adoración para adorarlo”. Así podremos vivir plenamente la consagración al Inmaculado Corazón de María, y su Corazón Purísimo será nuestro refugio y nuestro camino hacia Dios.

viernes, 24 de agosto de 2012

Qué implica la consagración a la Virgen María



         Nuestra Señora del Rosario se manifestó en San Nicolás de modo extraordinario, dejando a una vidente varios mensajes, por medio de los cuales quiere transmitirnos el urgente pedido de Dios Padre: la conversión del corazón.
         Ser devotos de la Virgen del Rosario de San Nicolás –y de cualquier otra advocación, puesto que la Virgen, obviamente, es una sola-, implica un verdadero esfuerzo y trabajo espiritual. Se equivoca quien piensa que la devoción a María, y la Consagración a su Inmaculado Corazón, está destinado solamente a quienes por la edad ya no tienen una ocupación activa en la sociedad. Por el contrario, si la Virgen se manifiesta de modo extraordinario, es para hacernos dar cuenta de que todos los hombres, de toda edad y raza, de cualquier nación de la tierra, debemos consagrarnos a Ella, puesto que es el refugio seguro ante la ira del Padre, desencadenada por nuestro desprecio e indiferencia a su Hijo Jesús y el don de su Amor, el Espíritu Santo.
         ¿Qué implica entonces la Consagración a la Virgen? No se trata simplemente de asistir a Misa los días 25; no se trata de simplemente encaminarse detrás de una procesión con su imagen; no se trata de simplemente creer que se es devoto y por lo tanto, agradable a la Virgen, por el hecho de cumplir con estas mínimas exigencias. La consagración a la Virgen implica un gran esfuerzo de lucha espiritual, ante todo contra sí mismo, puesto que el propio “yo”, el “ego” desmedido, crecido en la soberbia, es el principal enemigo de nuestra santificación y por lo tanto de nuestra salvación.
         ¿Cuáles son las exigencias de la consagración a María?
         Ante todo, oración, porque sin oración, no hay vida espiritual, no hay luz divina, no hay crecimiento interior. La oración es un diálogo vivo con el Dios Viviente, por medio del cual el alma recibe de Dios su Vida, que es al mismo tiempo luz divina y alimento celestial. Si no hay oración, o si esta es débil y cansina, fatigosa y mecánica, entonces toda la vida espiritual se reduce al mínimo indispensable, como si comparáramos la vida de un vegetal con la vida de un hombre. Y dentro de esta oración, además de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, ocupa un lugar imprescindible el rezo del Santo Rosario, por medio del cual la Virgen nos configura a su Hijo Jesús, imprimiendo su vida y sus misterios en nuestros corazones.
         Otra exigencia de la consagración a la Virgen es la asistencia a la Santa Misa, al menos dominical, ya que si el Rosario nos configura a Cristo, imprimiendo una imagen suya viva, la Eucaristía nos brinda al mismo Cristo en Persona.
         Como consecuencia de estas dos oraciones, el alma se llena de aquello que constituye –o debe constituir- su sustento principal: el amor, a Dios y al prójimo, comenzando por aquel prójimo con el cual, por algún motivo, se encuentra enfrentado conmigo. Este amor debe vivirse en relación a nuestro prójimo, en la vida cotidiana, en las situaciones de todos los días, dentro y fuera del hogar: la señal distintiva del cristiano es el amor fraterno, manifestado de múltiples maneras: humildad, afabilidad, perdón de las faltas, suavidad, afecto, disimulo de los defectos ajenos, caridad sobrenatural, sacrificio, ausencia de maledicencia y de malos pensamientos hacia el prójimo.
        Son tan importantes el amor y la humildad, que se puede decir que quien no ama a su prójimo, comenzando por el que es su enemigo, pensando, hablando y actuando con malicia hacia él, demuestra un alto grado de soberbia, lo cual contradice la Consagración a la Virgen, y hace vana su religión: “El que no refrena su lengua, no vale nada su religión”, dice el Apóstol Santiago.
         Revisemos entonces nuestra vida espiritual, para que la consagración a la Virgen sea del agrado del Sagrado Corazón de Jesús.