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jueves, 3 de noviembre de 2022

La soberbia aleja de Jesús, la humildad nos acerca a Él

 



         En la aparición del 1 de enero de 2005, Gladys Motta describe así la aparición de Jesús y el mensaje de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás: “Veo a Jesús, está completamente iluminado. Me dice: “Hija mía, de las almas quiero docilidad y obediencia. Muchos son los soberbios que nada quieren saber de Mí, pero deseo que la humanidad sepa que me apena la soberbia de los injustos y mucho me agrada la humildad de los justos. Ora para que la humanidad se acerque a Mí, porque Yo asistiré benignamente a las almas que estén Conmigo”[1].

         Jesús nos pide, en este mensaje, al igual que en el Evangelio, la virtud de la humildad, ya que esta virtud es la que más nos hace participar de los Sagrados Corazones de Jesús y María: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La insistencia de Jesús en la humildad no es solo por la virtud, sino para que nuestros corazones sean como el suyo y como el de la Virgen y además para que se alejen del corazón ennegrecido y pervertido del Demonio, que está lleno del pecado opuesto a la humildad y es la soberbia. Quien no es humilde, es soberbio; quien es soberbio, no es humilde.

         ¿Cómo saber si un alma es humilde o soberbia? Primero, si desea imitar a los Sagrados Corazones de Jesús y María; luego, si hace el esfuerzo, tanto de vivir en gracia, evitando el pecado, como así también de vivir y practicar los Mandamientos de la Ley de Dios, porque el que pone por encima de su voluntad a los Mandamientos de Dios, pone por encima a la voluntad de Dios, que se expresa en esos Mandamientos, sometiendo su propia voluntad a la voluntad de Dios y es en esto en lo que consiste la humildad. Por ejemplo, si el Mandamiento dice: “No robarás”, pero el alma se dice a sí misma: “No me importan los Mandamientos de Dios, lo mismo voy a robar”, entonces demuestra soberbia, porque pone por encima su propia voluntad, que es robar, y no la voluntad de Dios, que es la de que el alma no robe, que no tome nada de lo que no le pertenece y así sucede con todos y cada uno de los Mandamientos.

         Examinémonos personalmente, cómo vivimos los Mandamientos de la Ley de Dios y hagamos el esfuerzo por cumplirlos; de esa manera, haremos realidad el deseo de Jesús y de la Virgen, de que nuestros corazones por lo menos intenten ser humildes y no soberbios.



[1] Cfr. Mensajes de la Virgen, María del Rosario de San Nicolás, Mensajes desde 1-1-2005 al 31-12-2009, 5.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios


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(Ciclo C – 2019-2020)
          Guiada por su sabiduría sobrenatural y bi-milenaria, la Santa Madre Iglesia coloca la Solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios en el preciso instante en el que, apenas finalizado el año civil, comienza un nuevo año civil y esto no es una casualidad, sino que está hecho así a propósito, es decir, a sabiendas. En otras palabras, no es una coincidencia de la casualidad que la Iglesia celebre la Solemnidad de Santa María Madre de Dios justo en el momento en el que el mundo, literalmente hablando, deja atrás un año y comienza otro. Un significado es que el tiempo litúrgico penetra y hace partícipe, al tiempo mundano, de la eternidad de Dios, por medio de la solemnidad litúrgica. Esto sucede porque la Iglesia no es indiferente ante la historia humana y por eso está presente incluso cuando los hombres ni siquiera piensan en lo sagrado, como lo es el festejar el paso del tiempo.
          La razón de la presencia de la solemnidad de Santa María Madre de Dios al inicio del año nuevo no es solo que los católicos no mundanicen el tiempo, impregnado de la eternidad de Dios desde la Encarnación del Verbo, sino que además de eso, consagren el tiempo nuevo que se inicia al Inmaculado Corazón de María.
          El evento sobrenatural más grande de la historia humana, la Encarnación del Verbo, hace que el tiempo humano, la historia humana –su pasado, presente y futuro-, que se mide en segundos, horas, días y años, haya quedado “impregnado”, por así decirlo, por la eternidad de Dios, puesto que el Verbo Encarnado es Dios Eterno ingresado en el tiempo, que a partir de la Encarnación hace que las coordenadas tiempo y espacio, en vez de dirigirse “linealmente”, es decir, en sentido horizontal, comiencen una nueva trayectoria, ascendente, hacia la eternidad de Dios.
          La Encarnación del Verbo determina que la historia humana adquiera un nuevo sentido y si antes podía graficarse a esta en sentido lineal y horizontal, a partir de la Encarnación de la Palabra de Dios, puede y debe graficarse en el nuevo sentido que adquiere, el sentido ascendente, porque el tiempo y el espacio quedan, como dijimos, “impregnados” por la eternidad de Dios.
Dios Trino es el Dueño total y absoluto no solo de la humanidad, sino de la historia humana y es por esta razón que se encarna, para dirigir a la historia y a la humanidad hacia sí.
Sólo por este motivo el tiempo –y por añadidura, el festejo de su paso, que es en lo que consiste la celebración del año nuevo-, debería bastar para ser considerado como “sagrado”, porque en absoluto es lo mismo que el Verbo se encarne o no se encarne. Al encarnarse en el seno purísimo de María Virgen, el Verbo de Dios ha hecho partícipe al tiempo y a la historia de su eternidad y su santidad. Con esto bastaría, por lo tanto, para que el hombre, al festejar el paso del tiempo, no lo haga mundana y terrenalmente, sino con un sentido de eternidad: cada segundo que pasa es un segundo menos que nos acerca a la eternidad plena de Dios Trinidad; cada “año nuevo” que el hombre festeja, es un año menos que nos separa del Gran Día, el Día del Juicio Final, el Día en el que el Juez glorioso y supremo, Cristo Jesús, habrá de juzgar a la humanidad para dar a cada uno lo que merece, según sus obras. Lo volvemos a decir: con esto debería bastar para que el hombre no celebre el paso del tiempo de modo pagano y mundano, sino con un sentido cristiano y trascendente, mirando a la eternidad que se aproxima cada vez más.
Ahora bien, la Iglesia le añade otro motivo más para que el festejo del fin de año y de inicio de año esté centrado en Cristo Jesús y el modo por el cual lo hace es colocando la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en el primer segundo del tiempo nuevo que se inicia.
En el mismo segundo en el que el hombre festeja el cambio de año, la Iglesia coloca esta solemnidad para que el hombre consagre, al Inmaculado Corazón de María, el tiempo nuevo que se inicia, para que cada segundo, cada hora, cada día, queden bajo el amparo y la protección de la Madre de Dios.
          Como  dice la Santísima Virgen al Padre Gobbi, muchos cristianos –muchos católicos-, a pesar de vivir en países prósperos y en libertad religiosa, como los países capitalistas –a diferencia de los cristianos perseguidos, aquellos que viven bajo la opresión de regímenes comunistas como Cuba, China, Venezuela, etc.-, a pesar de esta abundancia material, viven sin embargo una “indigencia espiritual, totalmente sumergidos en sus intereses terrenales”[1] y muestra de esta indigencia espiritual, consecuencia de haber dejado de lado al Hombre-Dios Jesucristo, es la forma de festejar, pagana y mundana, el paso del tiempo. De esta manera, estos cristianos –siempre según la Virgen- “cierran conscientemente sus almas a la gran misericordia”[2] del Hijo de la Virgen, el Hombre-Dios Jesucristo.
          La anti-cristiana cosmovisión marxista[3], según la cual el pobre material –el obrero, el asalariado- es el centro de la historia, ha transmitido sus errores a una parte importante de la Iglesia y es así como han surgido teorías y teologías que dejan de lado al Hombre-Dios para colocar en su lugar –impíamente- al hombre, constituyéndolo al hombre en objeto de auto-adoración o de adoración de sí mismo. Según estas teorías, el Reino de Dios sería una impostación mundana, terrena e intra-histórica, sin miras de trascendencia y por supuesto sin su realización en la eternidad. Siguiendo a estas cosmovisiones anti-cristianas, el hombre –más que el hombre, el pobre material- constituiría la salvación, el estado ideal de santidad intra-mundana que no necesita de un Salvador como Jesucristo, ni tampoco de su gracia santificante: la salvación está en salir del estado de pobreza.
          Pero ni el pobre es el centro de la historia, ni la pobreza el objetivo del hombre: la salvación consiste en quitar el pecado del alma por la gracia de Jesucristo y convertir el corazón a Jesús Eucaristía y es para ayudar a esta conversión eucarística que la Iglesia pone, al inicio del año civil, la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, para que el hombre se consagre a su Inmaculado Corazón y deposite en sus manos maternales el tiempo nuevo que se inicia. Iniciemos entonces el nuevo año elevando los ojos del alma a la Madre de Dios y, unidos a Ella por la fe y el amor, encomendemos el año nuevo a su maternal protección, para que, adorando a su Hijo en el tiempo, lo continuemos adorando en la eternidad.




[1] Stefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen, Mensaje del 31 de Diciembre de 1975, última noche del año, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Argentina 1992, 179.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem, 180.

martes, 28 de mayo de 2019

La Visitación de la Virgen María



         La Virgen, estando ya encinta por obra del Espíritu Santo, al enterarse de que su prima Santa Isabel también está encinta, se dispone a acudir hasta donde vive su prima, para asistirla durante el parto. Para ello, prepara todo lo necesario para el largo viaje y, acompañado por el casto San José, parte en dirección a su prima. De esta manera, la Virgen nos da lección de cómo obrar la misericordia, en este caso, se trata de una obra de misericordia corporal, que es asistir al necesitado. No es que Santa Isabel estuviera enferma, pero sí necesitada de ayuda, pues se trataba de una mujer de edad y afrontar un embarazo en los umbrales de la ancianidad es algo peligroso; por esa razón, la Virgen, sin prestar atención a que Ella misma está embarazada, acude en su ayuda. Así nos da ejemplo de cómo obrar la misericordia. Es decir, no se trata de una mera visita de cortesía, sino de un verdadero auxilio el que la Virgen va a prestar a su prima.
 Sin embargo, en la Visitación de la Virgen hay algo más que un simple ejemplo de cómo ser misericordiosos para con el prójimo más necesitado: en la Visitación de María Santísima a Santa Isabel se producen una serie de hechos sobrenaturales, de los cuales es necesario prestar atención y reflexionar sobre ellos. Ante todo, es necesario recordar que, con la Virgen, va Jesús, el Hijo de Dios, que es todavía un niño por nacer y que Jesús, en cuanto Dios, y también en cuanto hombre, es Espirador del Espíritu Santo junto al Padre. Esto es muy importante tenerlo en cuenta, porque es lo que explica lo que sucede a continuación de la Llegada de la Virgen, tanto en Santa Isabel, como en su niño, Juan el Bautista. Cuando la Virgen llega a la casa de Santa Isabel, esta queda “llena del Espíritu Santo en cuanto oyó la voz de la Virgen”, según relata el mismo Evangelio y, como está llena del Espíritu Santo, saluda a la Virgen no con un saludo coloquial, como el que se da entre parientes que hace tiempo que no se ven, como es este caso. Las palabras de Santa Isabel reflejan que hay algo en ella que le hace ver realidades sobrenaturales, ocultas a la simple vista y a la razón humana. Ante todo, llama a la Virgen “Bendita entre las mujeres”, y esto porque la Virgen es Virgen y Madre al mismo tiempo, porque el Niño en su seno no ha sido concebido por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo y por eso es obra de Dios. Este conocimiento le es dado a Santa Isabel por el Espíritu Santo, no por sus razonamientos humanos.
También el Bautista recibe la iluminación del Espíritu Santo: al escuchar la voz de la Virgen, “salta de alegría” en el seno de su madre, porque el Espíritu Santo le revela que el Niño, a quien el Bautista obviamente no ve ni conoce, sabe que es Dios Hijo en Persona. Es por eso que Santa Isabel dice que “el niño saltó de alegría en mi seno”. Conocimiento sobrenatural, alegría sobrenatural por el Hijo de Dios en Santa Isabel y en Juan el Bautista, más el contenido del Magnificat o alabanzas a Dios por sus maravillas que pronuncia la Virgen, son los frutos del Espíritu Santo, productos de su acción durante la Visitación de la Virgen.
Por esta razón, en la Visitación de la Virgen no hay solo un ejemplo de cómo obrar la misericordia: hay también efusión del Espíritu Santo por parte de su Hijo, junto al Padre, incluso desde el seno materno, es decir, como niño por nacer. Es importante tener en cuenta estos hechos, porque cuando la Virgen visita un alma, nunca viene sola, sino que con Ella viene Jesús y, con Jesús, el Espíritu Santo.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores


         “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre” (Jn 19, 25-27). Luego de relatar la Pasión y Crucifixión de Nuestro Señor, el Evangelio describe la presencia de María Virgen, que está de pie, “junto a la cruz” de Jesús, asistiendo a su Agonía y Muerte. De esta manera, La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo constituyen, con creces, el cumplimiento de la profecía del anciano Simeón, realizada el día en que la Virgen llevó a su Niño recién nacido al templo: “Una espada de dolor atravesará tu Corazón”. Ya en ese mismo momento, la Virgen sintió, con un dolor agudísimo en su Inmaculado Corazón, cómo la profecía comenzaba a cumplirse, porque su Hijo era el Mesías que habría de salvar al mundo inmolando su vida en el altar de la Cruz. Ahora, en el Calvario, la Virgen experimenta el cumplimiento cabal de la profecía que comenzó el día de la Presentación, solo que ahora, en el Calvario, el dolor es de tal intensidad y de tan grande magnitud, que si no estuviera sostenida por el Divino Amor, moriría de tanto dolor que acumula en su Purísimo Corazón. La Presentación y la Cruz son, entonces, dos momentos distintos de una misma profecía: el dolor que inundará, con torrentes inagotables, el Corazón de la Virgen, pero la diferencia es que si en la Presentación, cuando Jesús Niño era sostenido entre los brazos de su Madre, la Virgen sintió el dolor de una espada en su Corazón, ahora en el Calvario, en donde su Hijo amado está sostenido por gruesos clavos de hierro en los brazos de la Cruz, el dolor que inunda a la Virgen es tan grande, que se compara a cientos de espadas que laceran su Inmaculado Corazón. Y si en la Presentación, la Virgen ofrece a su Hijo a Dios, y al hacerlo, una filosa y aguda espada la hace palidecer de dolor, ahora, en el Monte Calvario, al ofrecer la Virgen a su Hijo a Dios por nuestra salvación, siente que se le arranca la vida misma, al ver a su Hijo agonizar y morir en la cruz porque su Hijo es su vida, su amor, su razón de ser y existir, y si su Hijo muere, siente la Virgen que Ella muere con Él.
Al pie de la Cruz, la Virgen es Corredentora, porque participa de los dolores y del sacrificio salvífico de su Hijo Jesús, al ofrecer a Dios, sin queja alguna, con mansedumbre y con dulce amor, los dolores de su Corazón y en un cierto sentido al sacrificarse Ella misma, porque al morir su Hijo, que es la Vida de su alma, siente que su alma muere y se va con Él.

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre”. La Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, al permanecer de pie al lado de la Cruz, y al ofrecer a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres –porque no se queja en ningún momento de los planes salvíficos de Dios-, es figura de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial y a través del Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh María, Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, yo soy la causa de tu llanto, de tu amargura y de tu dolor; yo soy, con mis pecados, quien lacero y atravieso tu Inmaculado Corazón, provocándote dolores de agonía y muerte, y por eso te imploro, por tu Hijo Jesús que por mí está en la Cruz, traspasa mi duro corazón con el dardo de fuego del Divino Amor, para que amándote a ti y a Jesús en lo que resta de mi vida en la tierra, continúe amándolos por la eternidad en el cielo!

jueves, 11 de septiembre de 2014

El Santísimo Nombre de María


         Cuando se evoca el nombre de una persona esto equivale, en cierta medida, a evocar a la persona misma: por ejemplo, cuando un hijo, que se encuentra lejos de su madre, en una tierra desconocida, la llama por su nombre, porque extraña su amor y sus caricias maternales: el solo hecho de pronunciar el nombre de su madre[1] hace que, en cierta medida, esa madre se haga presente -al menos en el recuerdo, aun cuando no esté presente en la realidad-. Esto sucede porque el nombre del ser amado es guardado en el corazón con amor y es evocado también con amor y por eso la presencia virtual, en el recuerdo, es una presencia, un memorial, de amor: un hijo que recuerda a su madre, la recuerda con amor y el pronunciar su nombre y evocar su recuerdo, por medio del nombre, será también en el amor.
Así como ocurre entre los hijos de los hombres, así sucede también con los hijos de la Virgen, pero de un modo mucho más real, porque desde la cruz, Jesús nos dio a María por Madre, de modo que cuando pronunciamos el Santísimo Nombre de María, sabemos que contamos con la segura, amorosa y poderosa protección maternal de la Virgen, que se hace presente, de modo misterioso e invisible, pero real y cierto, para estar junto a todo hijo que la invoca en momentos de angustia y tribulación.
Esto es así porque Dios ha dado a los cristianos el dulce nombre de María como un tesoro para ser custodiado con amor en el corazón, y ha querido asociar al Nombre Santísimo de María gracias no concedidas a ningún santo y a ningún ángel, entre las cuales están las de ser Auxiliadora de los cristianos, Corredentora de los hombres y Medianera de todos las gracias, lo que significa que si la Virgen es invocada por sus hijos que habitan en este “valle de lágrimas”, la Madre de Dios no tarda en hacerse presente para auxiliar a sus hijos que se encuentran en peligro. 
Esto es lo que hace que para un cristiano, el Santísimo Nombre de María sea más dulce que la miel y sea además, después del Nombre Tres veces Santo de Dios, el nombre a custodiar con todo celo y amor, con toda honra, respeto y honor, en el corazón y que sea evocado, como el nombre de Dios, solo para ser amado, venerado, honrado y alabado. Todo esto sucede con el Nombre Santísimo de María, porque la Virgen no es un mortal común, sino un ser muy especial, a quien Dios Uno y Trino ha dotado de gracias y títulos tan especiales como innumerables y esas gracias y títulos están asociados a su Nombre, así como su Nombre está asociado a su persona.
Asociados al Nombre Santísimo de María, se encuentran entonces numerosos títulos y junto con ellos, se asocian gracias enormes, admirables y maravillosas; gracias que se hacen presentes junto con la evocación del nombre y con la presencia de la Virgen, de manera tal que, al nombrar a la Virgen, se hace presente la Virgen y con Ella, los títulos y las gracias que la adornan. 
¿Cuáles son esos títulos y las gracias que se asocian al Nombre Santísimo de María?
Al pronunciar el Nombre Santísimo de María, el que lo pronuncia, está diciendo también, junto con el Nombre Santísimo de María, todos los títulos y las gracias que están en este Nombre, que están contenidos a su vez en la persona Purísima de la Virgen: Madre de la Divina Gracia; Madre de Dios; Madre del Amor Hermoso; Madre de la Iglesia; Madre de todos los hombres; Madre de los hijos de Dios; Corredentora de la humanidad; Mediadora de todas las gracias; La Mujer revestida de Sol; La Llena de Gracia; La Madre Virgen; La Inmaculada Concepción; Madre de la Iglesia, Sagrario Viviente; Tabernáculo del Altísimo; Custodia más preciosa que el oro que alberga la Hostia Inmaculada, Cristo Jesús; Primer Sagrario del Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesús, la Eucaristía; el Diamante Celestial por donde pasa el Sol Eterno, Cristo Jesús; La Puerta de los cielos, que da paso a la Luz Eterna encarnada, Jesucristo; el Portal de Belén que engendra al Pan Vivo bajado del cielo; La Vencedora de la Serpiente infernal; La Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente; La Mujer que vence al Dragón rojo, y junto con estos, innumerables títulos más, unos más grandiosos que otros, todos los cuales reflejan la plenitud de gracia de la Virgen y la inhabitación del Espíritu Santo desde el momento mismo de su Inmaculada Concepción.
Es por este motivo que -dicen los santos- cuando se pronuncia el Nombre Santísimo de María, los demonios huyen aterrorizados, y porque es un nombre que contiene en sí toda la santidad de Dios, los ángeles caídos no lo pueden pronunciar, pero sí puede ser pronunciado por el pecador, porque es la Puerta Abierta por donde se llega a la Salvación Eterna, Jesucristo el Señor. Es decir, si por un lado el Nombre Santísimo de María es terror para los demonios, por otro, es consuelo y esperanza cierta de eterna salvación para el pecador. 
Al invocar el dulce y Santísimo Nombre de María, en sus labios y en su Corazón, en todo momento, pero sobre todo en la hora de la muerte, el pecador sabe que cuenta con la segura y amorosa presencia de su Madre celestial, Abogada de los pobres, que intercederá ante el Rey de los cielos, Jesucristo, para que se apiade de su alma, y así el Justo Juez, Jesucristo, al ver que el pecador tiene por Abogada Defensora a su propia Madre, no tendrá más opción que dejarlo entrar en el Reino de los cielos. 
Invocando el dulce y Santísimo Nombre de María, en su corazón y en su boca, el pecador espera confiado el día de su Juicio particular, sabiendo que su Madre le granjeará la entrada en el Reino de los cielos.




[1] Supongamos que el nombre de esa madre amorosa fuera “Daisy”.

jueves, 22 de agosto de 2013

Santa María Reina



          Es propio de una reina terrenal llevar una corona, pero María Santísima no es una reina terrenal, sino una reina de cielos y tierra, por lo que merece, más que ninguna reina en la tierra, una corona y la mejor de todas.
          Las coronas de las reinas terrenales están hechas de materiales preciosos y costosísimos: oro puro, plata refinada, diamantes, rubíes, engarces de brillantes.  La corona representa y simboliza su condición real, su nobleza, su autoridad y su soberanía, y cuanto más costosa y preciosa es la corona, tanto más grande es el poder de la reina.
          Como Reina, la Virgen María posee una corona infinitamente más valiosa que las coronas de las reinas terrenales, y no aunque no está hecha de materiales preciosos como el oro, la plata, los rubíes y los diamantes, su valor es incalculablemente más grande, porque es una corona hecha de luz celestial, de gloria divina: es la corona de la gloria de su Hijo Jesús, que Él en persona coloca sobre su majestuosa cabeza. La corona de luz y de gloria divina que recibe María Virgen, es una participación a la gloria de su Hijo, que es Dios encarnado, muerto y resucitado para salvar a los hombres, y la Virgen la ha merecido por haber participado en la Pasión de su Hijo, acompañándolo a lo largo del Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, y también por haber participado -aunque sin llevarla materialmente- de los dolores de Jesús al ser coronado de espinas. La Virgen sufrió en su espíritu purísimo y en su Corazón Inmaculado, el dolor lacerante producido por las agudas espinas de la corona de su Hijo, y para agradecerle por su amor materno, Jesús ahora la recompensa con la corona de gloria y de luz eterna.

          Esta Virgen hermosísima, que llevó espiritualmente y en su Corazón Purísimo los dolores de la corona de espinas de su Jesús, y que ahora y para siempre, en el cielo, lleva una corona de luz divina, hecha de la misma gloria de su Hijo Jesús. Y puesto que esta Reina amorosísima es también nuestra Madre amantísima, la Virgen también quiere que sus hijos -nosotros- seamos también coronados de gloria como Ella en el cielo. Pero la Virgen Reina nos enseña que no recibir la corona de luz en el cielo, que es participación a la gloria divina de Jesús, si antes no participamos, en esta vida terrena, de la corona de espinas de su Hijo. 

jueves, 23 de mayo de 2013

María Auxilio de los cristianos



         Aunque popularizada por San Juan Bosco y asociada a su labor educativa y pedagógica, la devoción a María Auxiliadora de los cristianos se inicia en el año 345 con San Juan Crisóstomo. Hasta el siglo XIX, momento en que se universaliza esta devoción a María a través de la obra salesiana, a la devoción se la asoció siempre con la defensa de baluartes católicos contra enemigos externos, como por ejemplo, la batalla que la Europa católica libró contra la invasión de los turcos en 1572, quienes pretendían conquistarla definitivamente y someterla al Islam. En esta batalla, en la que los cristianos obtuvieron un resonante triunfo, el Santo Padre Pío V había pedido a toda la cristiandad que rezaran e incluyeran la advocación “María Auxilio de los cristianos”. El éxito del ejército católico se atribuyó a la protección de María. También los católicos ortodoxos ucranianos, en el año 1030, se vieron libres de la invasión de los bárbaros, al invocar a la Madre de Dios con el mismo nombre.
         Sin embargo, la condición y el título de María como “Auxiliadora de los cristianos” no se inició en el año 345, ni se limitó a algunas batallas terrenas, ni finalizó por el hecho de que en el momento no se den este tipo de batallas. La condición de María como “Auxiliadora de los cristianos” es inherente a Ella desde su Concepción, desde el momento en que es Madre de Dios y por lo tanto está asociada a su Hijo en la tarea de la Redención como Corredentora.
         Esta condición de María se encuentra reflejada en dos lugares en la Sagrada Escritura: en el Génesis y en el Apocalipsis. En el Génesis, la Virgen es la “Mujer que aplasta la cabeza de la serpiente” por orden divina, debido a que la serpiente es Enemiga mortal de la estirpe de María Santísima: “Pondré enemistad entre ti y la Mujer”. En el Apocalipsis, la Virgen acude en auxilio de los cristianos al defender a su Hijo recién nacido, Cabeza de la Iglesia, de los ataques del dragón, el cual pretende ahogar al Hijo de María en el río de sus aguas inmundas, surgidas de sus entrañas abominables, sin lograrlo, puesto que a la Virgen le son concedidas dos “alas de águila” con las que vuela al desierto. Pero también María acude en auxilio de los cristianos desde el momento en que la Serpiente o Dragón, viéndose “despechado” por la Mujer, esto es, María, va a “hacer la guerra” a la estirpe de María, sus hijos adoptivos, los cristianos. Y así como acudió en auxilio de su Hijo, así acude en auxilio de sus hijos adoptivos, los cristianos, librándolos de las pestilentes aguas surgidas de las entrañas del ángel caído.
         Al igual que al principio de los tiempos, y al igual que en diversos momentos de la historia, en nuestros tiempos, la Virgen María continúa siendo “Auxilio de los cristianos”, porque siempre vino en auxilio de sus hijos acosados por la Antigua Serpiente, pero podemos decir que hoy, más que nunca, es necesaria la invocación a María, puesto que la Serpiente Antigua se muestra cada día más osada en sus ataques contra las almas, buscando perderlas en el infierno, y para ello se vale de la secta más perversa y malvada que jamás la historia de la humanidad haya conocido, la secta de la Nueva Era, la Conspiración de Acuario o New Age, secta mediante la cual busca la iniciación luciferina y la consagración luciferina de toda la humanidad, para instalarse en el lugar que le corresponde solo a Dios y ser adorado sacrílegamente por los hombres.
         Hoy, más que nunca, nos encontramos ante un gravísimo peligro, un peligro infinitamente más grande que la invasión de ejércitos terrenos, porque estos están compuestos por hombres, mientras que los ejércitos que nos acechan hoy son las “siniestras potestades de los aires”, los ángeles caídos, que a través de la secta de la Nueva Era y la difusión del gnosticismo, ateísmo, ocultismo, satanismo y terapias alternativas, atrapa a las almas conduciéndolas por el camino de la eterna perdición.
         Hoy, más que nunca, es necesario que imploremos el auxilio de nuestra Madre del cielo: “María, Auxiliadora de los cristianos, ven en nuestro auxilio, ven en nuestro socorro, no nos desampares frente al ataque perverso y maligno del siniestro ángel caído; ven en nuestro auxilio y desbarata y destruye a esta secta tenebrosa; ven en nuestro auxilio, fortalece a tus hijos, para que combatan con valor y eficacia, con las armas de la fe, las siniestras acechanzas del maligno; ven, Auxilio de los cristianos, confórtanos con tu presencia, danos a tu Hijo Jesús, nuestra única salvación. Amén”.
        

martes, 30 de abril de 2013

Oración a Nuestra Señora de la Caridad (Compuesta para la Agrupación Gaucha “Virgen de la Caridad” de Yerba Buena, Tucumán)





Virgen de la Caridad,
Tú que estando encinta del Niño Dios
Por obra del Espíritu Santo,
Visitaste a tu prima Isabel
Para auxiliarla en su embarazo,
Y nos enseñaste así a ser misericordiosos
Para con nuestro prójimo más necesitado;
Virgen de la Caridad,
Con Tu Visitación,
Santa Isabel se llenó del Espíritu Santo,
Y su hijo Bautista
Saltó de alegría en su vientre,
Por la Presencia de Jesús
En tu seno virginal;
Te rogamos que también a nosotros nos visites
Con tu maternal y amorosa presencia
Y nos traigas a tu Hijo Jesús,
Para que nos alegremos y saltemos de gozo
Por Jesús Salvador;
Virgen de la Caridad,
Acepta nuestro humilde homenaje,
la cabalgata de honor
Que te ofrecemos por ser Tú
La Madre de Dios;
Y concédenos la gracia
De vivir de tal manera
Unidos a tu Hijo Jesús,
Que podamos algún día
Galopar por los cielos eternos
Junto al Hijo de Dios,
Que viene a nosotros
Montado en un caballo blanco
Con la inscripción en su muslo:
“Rey de reyes y Señor de señores”.


Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
P. Álvaro Sánchez Rueda

sábado, 9 de marzo de 2013

María, modelo de maternidad





María es un modelo insuperable de maternidad, porque cuida con inigualable amor de madre a su Hijo Jesús, que es Hijo suyo, pero que a la vez es su Dios, porque el Hijo de María es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios. Es un misterio imposible de comprender, que este Niño sea su Dios y Creador, y a la vez sea su propio Hijo.
María cuida a este Niño, que es su Dios, como toda madre cuida a su hijo primogénito: alimentándolo, cambiándolo, protegiéndolo, mimándolo.
A medida que crece, lo acompaña en sus primeros pasos, en sus primeras palabras.
María se desempeña con amor de Madre cuidando a su Hijo Jesús, como si fuera un niño más entre otros, pero la particularidad es que no se trata de un niño más: es Dios hecho niño, sin dejar de ser Dios. Por haber asumido una naturaleza humana, por haberse encarnado en un cuerpo y en un alma humanas, este niño necesita todo lo que necesita cualquier niño humano pero, a la vez, es Dios Hijo en Persona, Dueño y Creador de todo el universo visible e invisible. María, que cuida de su niño, sabe de este misterio del cual Ella es protagonista, y contempla, con amor de madre y con asombro, el misterio que tiene delante suyo, el misterio del Niño-Dios, de Dios, que es su Hijo, pero que a la vez es el Hijo eterno del Padre.
María cuida con amor de Madre a su Hijo que es a la vez su Dios, y por esto es modelo insuperable de maternidad, pero lo es también porque cuida a sus hijos adoptivos, adoptados al pie de la cruz, todos los hombres de todos los tiempos, incluidos nosotros. Es lo que le dice al indio San Juan Diego -cuando se aparece como la Virgen de Guadalupe- y, por medio de él,  nos lo dice a todos nosotros: “Juan Diego, mi hijo más pequeño, no te altere ningún acontecimiento penoso; ¿no estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás acaso entre mis brazos? ¿Tienes necesidad de algo más?”
María es Madre de Dios Hijo, y es Madre nuestra, porque somos sus hijos adoptivos. Así como cuidó a su Hijo Jesús desde que nació y así como lo acompañó hasta la cruz, y así como lo adora ahora en el cielo por la eternidad, es decir, así como estuvo acompañando a su Hijo Jesús a lo largo de su vida terrena, así nos acompaña, aunque no la veamos ni la sintamos, como Madre llena de amor y de ternura, a lo largo de nuestra vida terrena, llevándonos entre sus brazos, hasta el momento de ser presentados ante Dios Padre.

martes, 6 de noviembre de 2012

“Hijo, no tienen vino; no tienen fe”



“Hijo, no tienen vino; no tienen fe” (Jn 2, 1-11). La intervención de María Santísima en las bodas de Caná logra arrancar un milagro a Jesús, a pesar de su reticencia inicial, y esto demuestra su poder intercesor, sin límites, frente a su Hijo Jesús. A pesar de que Jesús no quiere hacer el milagro e intenta incluso desentenderse de la situación de los esposos, argumentando que “su hora no ha llegado todavía”, la Virgen María consigue que Jesús obre un maravilloso milagro a favor de los cónyuges, convirtiendo el agua en vino.
Este milagro nos hace ver el inmenso poder intercesor de María Santísima no solo frente a Jesús, sino ante la Santísima Trinidad, porque la reticencia de Jesús se debía a que no había llegado “su hora”, es decir, la hora decretada por el Padre, y el hecho que realice el milagro a pesar de no ser su hora, da cuenta de que es toda la Santísima Trinidad, en pleno, que se ha rendido ante la amorosa intercesión de María Virgen.
Pero la intervención de la Virgen tiene otro significado, también sobrenatural, además de demostrar su condición de Omnipotencia Suplicante: las tinajas vacías son símbolo de los corazones humanos vacíos de la fe en Cristo Dios, y el vacío significa la vida sin esa fe, una vida carente de sentido, sin horizonte de eternidad, sin siquiera vislumbrar el destino de eterna felicidad al cual llama a cada hombre Cristo Jesús. Por el contrario, las tinajas con vino simbolizan a las almas humanas con fe viva y activa en Cristo Dios; simboliza a las almas que, por su fe en Jesús como Redentor, les otorga sentido de eternidad a sus vidas, elevándolas desde la horizontalidad de la vida humana, a la verticalidad de la vida divina. Un corazón sin fe es como una de las tinajas vacías de las bodas de Caná: de igual manera a como una tinaja vacía no alegra la fiesta, porque nada tiene para ofrecer, de la misma manera el hombre sin fe nada bueno, alegre o bueno puede aportar a la humanidad, y de la misma manera a como la tinaja con vino alegra la fiesta, así también el hombre con fe alegra a la humanidad con las obras de misericordia que hablan de la alegría del Reino de los cielos, y estos son los santos.
Por lo tanto, la expresión de la Virgen: “No tienen vino”, se refiere también a la carencia de fe, y puede quedar así: “Hijo, no tienen fe”. Y así como Jesús, obedeciendo al amoroso pedido de su Madre, aún cuando no quiere hacer el milagro, lo hace de todas maneras, así también, si la Virgen intercede por nosotros, pidiendo el aumento de nuestra fe en su Hijo Jesús, Jesús mismo nos la dará,  aún cuando considere que no la merecemos, a causa de nuestra negligencia en obrar el bien.

miércoles, 31 de octubre de 2012

La Virgen y sus pedidos de penitencia, sacrificio, oración y ayuno. El valor de la Cruz




         En la casi totalidad de sus apariciones, la Virgen nos pide, con insistencia, lo siguiente: penitencia, sacrificio, oración, ayuno.
         Por ejemplo, en Fátima, después de sus apariciones, el Ángel de la Paz, se les aparece a los niños, que están jugando, y les dice: “¿Qué hacéis? Los Sagrados Corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras oraciones por los pecadores”.
         La Virgen, luego de mostrarles el infierno a los tres pastorcitos, les dice que allí van los “pobres pecadores”, porque no tienen “quién rece y haga sacrificios” por ellos, y luego pide que hagamos sacrificios para que no caigan en el infierno los pecadores. A partir de las visiones y de los pedidos de la Virgen, los pastorcitos se destacarán por sus múltiples penitencias y sacrificios; siendo niños, se privan de agua en días de calor, soportan las humillaciones a las que los somete el intendente del lugar, que no creía en las apariciones, pasan largas horas en oración, rezando el Rosario y pasan todo el tiempo que pueden adorando a Jesús en el sagrario. Por ejemplo, Francisco, antes y después de asistir a la escuela, pasaba por la capilla y hacía adoración al Santísimo Sacramento, y cuando Jacinta se enfermó y fue llevada a un hospital de la capital, porque se había agravado, le pedía a la enfermera que corriera la cama para que ella, desde la ventana, pudiera mirar el techo de la capilla vecina, en la dirección en donde estaba el sagrario. Como estas, los pastorcitos hicieron muchas otras penitencias y sacrificios, por pedido de la Virgen, y también del Ángel de Portugal.
         En una de las apariciones en La Salette, la Inmaculada Concepción se le aparece a Bernardita, y lo único que repite es, por tres veces, “penitencia”: “Penitencia, penitencia, penitencia”. Además, guía en el rezo del Rosario a Bernardita.
         En las apariciones como Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, la Virgen pide rezar el Rosario, asistir a Misa el domingo y hacer penitencias y ayunos.
         En Akita, Japón, igualmente.
         Cuando se aparece como María Rosa Mística, a una señora mayor llamada Pierina Gilli, la Virgen le explica que las tres rosas, blanca, roja y amarilla, significan respectivamente oración, sacrificio y reparación.
         En La Salette, la Virgen llora amargamente porque los católicos  insultan a su Hijo y porque prefieren las diversiones del mundo antes que la Misa del Domingo, y también pide penitencia y oración, avisando que si no hacían caso, iba a venir una plaga para las papas y que la gente moriría de hambre, lo cual finalmente sucedió.
         En Ruanda, la Virgen se apareció a un grupo de jóvenes, que en ese entonces, eran adolescentes de la secundaria, advirtiéndoles que si no se convertían y abandonaban la vida de pecado, iba a suceder una gran desgracia en el país, una guerra civil, en donde moriría muchísima gente, lo cual también, desgraciadamente, sucedió, porque casi nadie hizo caso de las advertencias, y murieron más de un millón de personas, en lo que se conoce como el “genocidio ruandés”.
         Como estos ejemplos, podríamos seguir enumerando innumerables apariciones de la Virgen, en los que se repiten, con insistencia dramática, los pedidos de oración, de penitencia, de ayuno, de sacrificios.
         ¿Por qué este pedido de la Virgen?
         No se entienden los pedidos de la Virgen, y la necesidad urgente de hacer caso a los mismos, sino se considera antes cómo está el mundo en relación a Dios, y para saberlo, hay que recordar una frase que la Virgen le dijo a Sor Faustina, en una de sus apariciones: “Hasta los ángeles de Dios temblarán el Día de la ira de Dios”.
         Lo que tenemos que tener en cuenta es que el hombre, con sus continuos pecados, con la continua maldad que nace de su corazón, ha ofendido y sigue ofendiendo a Dios. Para que nos demos una idea, delante de Dios, no pueden estar los corazones enojados, los corazones mentirosos, los corazones malos, los corazones tramposos, los corazones ladrones, y es por eso que necesitamos la purificación de nuestro corazón, de donde salen “cosas malas”, como nos enseña Jesús en el Evangelio, y la purificación de los corazones se produce, además de por la gracia santificante, por la oración, la penitencia y el ayuno.
Otra cosa que tenemos que saber es que, como Dios es tan infinitamente perfecto, cada mentira, por pequeña que sea, merece castigo, y con mucha mayor razón, merecen un castigo mayor los pecados más graves, como el aborto, los robos, los sacrilegios, las guerras, las discordias, las profanaciones a la Eucaristía y a la Virgen.
Como consecuencia de todos estos pecados, que vienen desde Adán y Eva, que desobedecieron a Dios, y se continúan todos los días, esos pecados reclaman justicia delante de Dios, porque el pecado es malicia, mientras que Dios es bondad infinita, y Él no soporta el mal, mucho menos, cuando el mal brota del corazón del hombre.
Pero es aquí en donde viene Jesús en nuestra ayuda, porque Él se interpone entre la Justicia Divina y nosotros, ofreciéndose al Padre para reparar por tanta maldad, y es por eso que recibe todo el castigo que nos merecíamos todos y cada uno de nosotros. Cuando vemos a Jesús condenado a muerte, coronado de espinas, insultado, golpeado, flagelado, crucificado, tenemos que pensar que ése era nuestro lugar ante la Justicia Divina, y que si no hemos recibido todo ese castigo, es porque Jesús se interpuso, como si fuera un escudo protector, entre la justa ira de Dios y nosotros.
Este es el motivo por el cual tenemos que estar agradecidos a Jesús, porque Él ha soportado el castigo que merecían nuestras culpas, y sus heridas son consecuencias de nuestros pecados, y es así como dice el profeta Isaías: “Sus heridas nos han salvado”. Jesús entonces nos salva, pero también quiere asociarnos a la tarea de la salvación de la humanidad, quiere que seamos co-rredentores con Él, y para asociarnos a su Cruz, es que Jesús nos dice en el Evangelio: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”.
Éste es el sentido de las oraciones, las penitencias, los ayunos y las mortificaciones, que nos pide la Virgen en sus apariciones: unirnos, por todos estos medios, a Jesús en la Cruz, para salvar a nuestros hermanos de la eterna condenación, para que sean llevados al cielo. Cuando hacemos todo esto, somos co-rredentores, es decir, salvamos a la humanidad, junto a Jesús crucificado y junto a la Virgen, que está al pie de la Cruz.

        

sábado, 20 de octubre de 2012

Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús



            Cuando María se apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes, le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. ¿Cuál es el alcance de estas palabras? ¿Qué significado encierran estas palabras? María le dice a Bernardita que Ella es la Mujer que ha sido concebida de manera inmaculada, es decir, sin mácula, sin mancha. Ya con esto, sería la primera mujer y la primera criatura, desde Adán y Eva, en nacer sin las tinieblas espirituales que envuelven al alma apartándola de la luz de Dios y que es el pecado. María es la Mujer concebida sin pecado original y eso es la Inmaculada Concepción. Pero no es tanto la concepción sin pecado lo que hace de María Inmaculada; es Inmaculada porque no tiene pecado original, pero lo que hace de María, de su ser y de su alma, la poseedora de una pureza sobrehumana, es la Presencia y la inhabitación del Espíritu de Dios en Ella, desde el momento de su concepción. La Presencia del Espíritu de Dios en la raíz de su ser llena a María del Espíritu mismo en Persona; María es inhabitada por la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo y es esta inhabitación desde su Concepción lo que hace propiamente a María Inmaculada. El hecho de ser concebida sin pecado es para que el Espíritu de Dios habite en Ella, en su ser y en sus facultades, en su alma y en su cuerpo. Así María es la criatura que más alta santidad posee luego del mismísimo Dios: solo su Hijo Jesús, que es Dios en Persona, puede decirse que la supera en santidad y en pureza. La pureza de María no consiste solo en que no tuvo concupiscencia, sino en que el Espíritu de Dios habitó en Ella desde su Concepción y habitó en Ella para que Ella fuera el Sagrario Viviente que albergara al Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús. María es la Inmaculada Concepción, la Llena del Espíritu Santo, para inmolarse como Tabernáculo Vivo y Santo que alberga al Dios Tres veces santo, Jesucristo.
Pero Dios no se detiene con sus prodigios y el prodigio obrado en María continúa en el signo de los tiempos: así como María es Inmaculada para recibir al Pan de Vida eterna, Jesucristo, así el alma se vuelve inmaculada como María cuando está en gracia y está en gracia para recibir al Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía. El recuerdo de la Inmaculada Concepción no debe ser solo un objeto de devoción; no debe quedarse solo en la piedad, so pena de caer en el ritualismo formal y en la devoción vacía, sin espíritu, que termina transformándose en hábito cultural. La devoción a María Inmaculada debe servirnos de estímulo para imitar a María en su pureza, en su vida en gracia, para recibir a su Hijo, Jesús Eucaristía. Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús.

jueves, 11 de octubre de 2012

Nuestra Señora del Pilar y la fe en Jesús



         La Virgen María, antes de ser Asunta a los cielos, fue trasladada por los ángeles hasta Zaragoza, España, hacia el lugar en donde se encontraba predicando el Apóstol Santiago, como respuesta a su súplica y para darle ánimo, ya que el Apóstol se encontraba abatido debido a la dureza de corazón de los habitantes del lugar. Luego de dejarle el pilar, la Virgen María le pidió a Santiago que se edificara en ese lugar una capilla, en donde su Hijo Jesús “fuera adorado por todos los siglos”, diciéndole además que le prometía “milagros admirables sobre todos los que imploren, en sus necesidades, mi auxilio. Este pilar quedará aquí hasta el fin de los tiempos, para que nunca le falten adoradores a Jesucristo”.
         Se trató por lo tanto de una traslación, y no de una aparición propiamente dicha, y el objetivo de la Virgen fue, además de alentar a Santiago, para que no decaiga en la misión de evangelizar a los pueblos paganos, dejarle el pilar, como símbolo de la fe en Jesucristo, que no habría de ceder hasta el fin de los tiempos.
Es decir, la Virgen no solo da consuelo maternal a Santiago, confortándolo con su presencia, sino que le garantiza que si de momento las oscuras fuerzas del paganismo parecían triunfar, ese triunfo sería solo momentáneo, puesto que la fe en Cristo Jesús haría desaparecer el paganismo en esos lugares, hasta el fin de los tiempos. No solo asegura la desaparición del paganismo, sino que anticipa que la fe en Jesús brillará desde ese momento, hasta el final.
Hoy, en nuestros días, vivimos un neo-paganismo incomparablemente más peligroso que en los tiempos del Apóstol Santiago, desde el momento en que la secta de la Nueva Era o Conspiración de Acuario no solo ha logrado desplazar a Dios de la mente y de los corazones de los hombres, sino que ha conseguido instalar al mal en lugar del bien, en prácticamente todas las manifestaciones culturales del hombre.
Pero si es cierto que los tiempos son todavía más oscuros que los del Apóstol Santiago, es cierto también que somos destinatarios de las promesas de la Virgen: quien acuda a Ella en busca de auxilio, recibirá gracias admirables, la primera de todas, la perseverancia final por medio de la fe, firme e inamovible como el pilar, en Jesús, el Hombre-Dios.

martes, 25 de septiembre de 2012

¿Por qué la Virgen nos pide rezar el Rosario?



         En las apariciones de la Virgen en San Nicolás, y en prácticamente todas sus apariciones a lo largo del mundo, hay un pedido que se repite con insistencia: la Virgen nos pide que recemos el Rosario. ¿Por qué?
         Por muchos motivos, y uno de estos motivos, es que por el Rosario, se establece un maravilloso intercambio de dones entre nosotros y la Madre de Dios: de parte nuestra, le damos a la Virgen un verdadero ramo de rosas espirituales, con cada rezo del Avemaría, los Padrenuestros y los Glorias; con esas rosas, van también nuestra confianza en Ella y en Jesús, nuestra esperanza en el don de la gracia y de la vida eterna, nuestro deseo de amar al prójimo como Jesús nos pide.
La Virgen, por su parte, a cambio de esas pequeñas rosas espirituales que le damos en el Rosario, nos hace regalos verdaderamente inimaginables: primero, va vaciando nuestro corazón, de a poco, de todo amor a las cosas del mundo, y a medida que lo vacía de estos amores mundanos, lo va llenando del Amor a Dios, trasvasándolo desde su Corazón Inmaculado, al nuestro; otra cosa que hace la Virgen, cuando rezamos el Rosario, es iluminar nuestra alma y nuestra mente con la luz de la Sabiduría divina, y con esa luz va haciendo cada vez más pequeñas las tinieblas en las que estamos envueltos, permitiéndonos de esa manera, poder ver las cosas y las creaturas como las ve su Hijo Jesús, desde la Cruz; iluminados de esta manera, podemos ver la vida con una nueva luz, la luz de Dios, y es así que entendemos lo que quiere decir: “Amar a los enemigos”, “Cargar la Cruz y seguir a Cristo”, “Ser mansos y humildes de corazón”, “El cuerpo es templo del Espíritu Santo”, y muchas otras cosas más, que sin la ayuda de la luz divina, no las podemos ver ni entender, y mucho menos, vivir.
Otra cosa que hace la Virgen, cuando rezamos el Rosario, es ir esculpiendo y modelando, en lo más profundo del corazón, una imagen viva de su Hijo Jesús, de modo que quien reza el Rosario con fe, con devoción, con piedad, obtiene de regalo, en un tiempo sólo conocido por Dios y por María, ser transformado él mismo en una imagen viviente de Jesús, que vive y obra con sus mismas virtudes, siendo un reflejo de su amor misericordioso.
Todo esto lo hace la Virgen para que, al final de nuestros días, cuando vayamos a presentarnos al juicio particular, Dios Padre vea en nosotros una copia fiel de Dios Hijo encarnado, y así, tomándonos por Él, no aplique sobre nosotros la Justicia, sino la Misericordia.
Por todo esto, la Virgen nos pide que recemos el Rosario.
         

lunes, 10 de septiembre de 2012

De la castidad de María




            Luego de la caída de Adán y Eva, por el desorden de las potencias del alma que provocó el pecado original, el hombre quedó en rebeldía con Dios y consigo mismo, porque perdió el don de la integridad, que le permitía el control perfecto de sus pasiones.
         Se ofuscó su mente, por lo cual se le hizo muy difícil tender a la Verdad, y se ofuscó su voluntad, por lo cual se le hizo muy difícil tender al Bien; se ofuscaron sus pasiones, por lo cual se le hizo muy difícil controlar sus pasiones. Y de entre todas las pasiones, que quedaron como desatadas del control de la razón, fue la concupiscencia de la carne la que más pesar le produjo, porque por ella se alejó todavía más de Dios.
         La concupiscencia de la carne es una consecuencia del pecado original, el pecado de soberbia, y su descontrol es tal que es imposible encauzarla sin la ayuda de la gracia divina y es imposible no caer sin el auxilio de la gracia.
         En su lucha por adquirir la virtud de la pureza, el católico no está solo, ya que Dios lo asiste en su Iglesia para que alcance la perfección en el seguimiento de Cristo Casto y Puro.
Uno de los auxilios más importantes con que cuenta el católico es la Presencia de María Santísima en la Iglesia. Ella es modelo ideal y fuente de santidad y de castidad. De Ella dice la Escritura: “hermosa como la tortolilla” (Cant 1, 9), y la llama también azucena: “Como azucena entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes” (Cant 2, 2).
Su sola Presencia infunde deseos de castidad y pensamientos de pureza, según dice Santo Tomás: “La hermosura de la bienaventurada Virgen infundía castidad a los que la miraban”.
María está Presente en la Iglesia con su espíritu de pureza y de castidad, y Ella infunde en el alma deseos de castidad, y no de una castidad cualquiera, sino que infunde deseos de una castidad sobrenatural, la misma castidad de su Hijo Jesús.