Mostrando entradas con la etiqueta Legionario. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Legionario. Mostrar todas las entradas

martes, 27 de junio de 2023

El sufrimiento en el Cuerpo Místico

 



         Por la naturaleza misma de su misión, el legionario vive muy de cerca el sufrimiento de los hombres y por ese motivo, el legionario debe saber qué es lo que la Iglesia enseña acerca del sufrimiento[1]. Si no lo hace así, es decir, si se ve el sufrimiento solo desde el punto de vista humano, entonces el sufrimiento se hace insoportable y se termina en leyes inhumanas como la eutanasia, que es en realidad homicidio asistido o suicidio asistido.

         Es importante recordar el origen del sufrimiento y de la muerte, porque muchos, al no saber su origen, cometen grandes injusticias contra Dios, haciéndolo culpable de tal o cual enfermedad, sufrimiento o muerte. Cuando nos preguntamos por el origen del dolor, del sufrimiento y de la muerte, la Sagrada Escritura nos da la respuesta: “Por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo y por el pecado del hombre” (Sab 2, 24), es decir, el Diablo tuvo envidia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y tentó a Eva para que esta hiciera caer a Adán, cometiendo ambos el pecado original, perdiendo la gracia que se les había concedido y quedando en estado de pecado, de naturaleza humana caída como consecuencia del pecado original. Y la Escritura también dice: “Dios no creó la muerte” (Sab 1, 13); en esto es muy clara la Palabra de Dios: “Dios no creó la muerte”. Entonces, el origen del dolor, del sufrimiento y de la muerte, es doble: la envidia del Diablo y el pecado original de Adán y Eva, que se transmite a la especie humana de generación en generación. El legionario debe tener esto muy en claro, tanto para sí mismo, para no caer él en el error, como para dar alivio a los que sufren.

         Lamentablemente, muchos cristianos, desconociendo la verdad del dolor y su origen -que, como hemos visto, nos es revelada por las Escrituras- cuando se enfrentan a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento, la primera y única reacción es culpar injustamente a Dios por lo que le sucede; muchos incluso reniegan de la fe, se apartan de la Iglesia, con un enojo totalmente injustificado; muchos piden a gritos que le quiten la Cruz; muchos acuden a los que trabajan para el enemigo de Dios y de las almas, los hechiceros, para ser curados; muchos, aun cuando no hacen esto, piden a Dios la sanación, cuando en realidad se debe pedir que se cumpla la voluntad de Dios, como enseña San Ignacio de Loyola: el santo nos dice que no debemos pedir ni salud ni enfermedad, sino que se cumpla la voluntad de Dios, es decir, si Dios quiere, que seamos sanados, pero también, si Dios quiere, que continuemos enfermos. En síntesis, tanto en la salud como en la enfermedad, el cristiano y con mayor razón el legionario, debe dar gloria a Dios.

         Algo más que debe tener en cuenta el legionario es que el sufrimiento es un don, una gracia, que Dios da a quienes más ama, pero es un don que hay que saber hacerlo crecer y fructificar. El sufrimiento se hace fructífero y se convierte en un tesoro de gracias infinitas cuando se une el sufrimiento a Cristo crucificado, por medio de las manos y el Corazón Inmaculado de la Virgen de los dolores. Si no se hace así, se pierde lamentablemente el tesoro de gracias que es el dolor, solo en la unión con el dolor de Cristo, Varón de dolores y Víctima, que se ofrece por nuestra salvación en la Cruz del Monte Calvario, a través del Inmaculado Corazón de María, la Virgen de los dolores, el alma se santifica por la Sangre de Cristo, Sangre que no solo la purifica, sino que la santifica, haciéndola partícipe de la Vida Divina de la Santísima Trinidad.



[1] Cfr. Manual del Legionario, IX, 3.

sábado, 24 de agosto de 2019

El Legionario y la Eucaristía 2



La Misa (2)
         ¿Qué es la Misa? ¿Por qué tiene tanta importancia para la Iglesia y por supuesto para el legionario? Afirma el Manual del Legionario que “La Misa no es una mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente entre nosotros aquella acción suprema, que tuvo como recompensa nuestra redención”[1]. ¿Y cuál es la “acción suprema” que nos valió la redención? El Santo Sacrificio de la Cruz. Es decir, en la Misa está el Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único sacrificio del Calvario, del Viernes Santo. Pudiera suceder que alguien piense que el sacrificio del Calvario tiene más valor que la Misa, pero no es así, dice el Manual: “La Cruz no valió más que vale la Misa, porque ambas son un mismo sacrificio: por la mano del Todopoderoso, desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos, el sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio”[2]. Prestemos atención a estas palabras: “Por la mano del Todopoderoso desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos”, es decir, entre la Cruz del Viernes Santo y la Santa Misa: esto quiere decir que, de modo misterioso, hacemos un “viaje en el tiempo y en el espacio”, de manera que al asistir a Misa es como si fuéramos a Tierra Santa, al Monte Calvario, o que el Monte Calvario viniera a nuestro hoy, a nuestro aquí y ahora en el que celebramos la Misa. Por eso, asistir a Misa con un estado de ánimo distinto al que tenían la Virgen y San Juan en el Calvario, es no comprender de qué se trata la Misa. Otro aspecto que debemos considerar es cuando se dice que “el sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio”. Esto quiere decir que el Viernes Santo, el Sacerdote y la Víctima eran uno solo, Cristo Jesús, Sumo Sacerdote y al mismo tiempo Cordero del sacrificio, que se ofrecía a sí mismo de modo cruento, con efusión de sangre. En la Misa, aunque veamos al sacerdote ministerial, el Sacerdote Sumo y Eterno sigue siendo Cristo, sin el cual el sacerdote ministerial es nada; el sacerdote ministerial no obra nada por sí mismo, sino que es Cristo quien obra el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, por el poder de su Espíritu. Por eso se dice que el Sacerdote y la Víctima son uno mismo, en el Calvario y en la Misa, Cristo Jesús. La otra diferencia es el modo de ser ofrecido: cruento, con efusión de sangre en la Cruz; incruento, sin efusión de sangre visible, en la Santa Misa.
         El legionario, por lo tanto, no debe asistir a Misa de cualquier modo; no sólo no debe asistir con ánimo distraído y desganado, sino que debe asistir con el mismo ánimo y estado espiritual con el cual la Santísima Virgen y el Evangelista Juan se encontraban al pie de la Cruz el Viernes Santo, en el Monte Calvario.  



[1] Cfr. Manual del Legionario, El legionario y la Eucaristía, cap. VIII, 1, 47.
[2] Cfr. ibidem, 47.

martes, 30 de abril de 2019

El Legionario y la Eucaristía 1



         La Misa

         El primer fin de la Legión es la santificación personal de sus miembros y esta santificación es su medio de actuar: es decir, sólo en la medida en que el Legionario posea la santidad, podrá servir de instrumento para comunicarla a los demás[1].
         Antes de proseguir, respondamos a esta pregunta: ¿qué es la santidad y cómo se la consigue en el catolicismo? La santidad es ser buenos, pero no con la bondad humana, sino con la bondad divina, que es algo distinto y se consigue por medio de la gracia, que nos hace partícipes de la vida de Dios, que es santa. Cuanto más se está en gracia, más santo se es, porque más se participa de la vida de Dios. Otro elemento a tener en cuenta es que la gracia, para nosotros, los católicos, nos viene fundamentalmente por los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental y la Eucaristía, por lo que alejarnos de los sacramentos, es alejarnos de la santidad.
         Porque tiene que santificarse, es que el Legionario pide, encarecidamente, al empezar a servir en la Legión, llenarse, mediante María, del Espíritu Santo y ser utilizado por el Espíritu Santo como instrumento de su poder santificador sobre la tierra. El Espíritu Santo es santo; la Virgen, Mediadora de las gracias del Espíritu Santo, es santa; el instrumento, por el que se santifica el mundo, el legionario, debe en consecuencia, ser santo. No pueden, ni el Espíritu Santo ni la Virgen, utilizar instrumentos –legionarios- que no sean santos o que por lo menos no se propongan el camino de santidad.
         Ahora bien, ¿de dónde fluye la santidad con la cual el Legionario se hace santo? Es verdad que del Espíritu Santo y del Espíritu Santo a la Virgen y de la Virgen al legionario, pero hay algo que “conecta” al Espíritu Santo y la Virgen con este mundo, que hace que fluya la santidad como un río inagotable y es el Santo Sacrificio de Jesucristo en la Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo. El sacrificio de Jesús en la cruz viene a ser como el canal por el cual la santidad del Espíritu Santo baja desde el cielo a la tierra, por medio de la Virgen. Ahora bien, puesto que este sacrificio de la cruz se perpetúa en el mundo por el Santo Sacrificio de la Misa, la cual no es mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente en medio de nosotros el sacrificio de Cristo en la cruz, la Misa tiene el mismo valor que el sacrificio de la cruz. Entre la Misa y el sacrificio de la cruz desaparecen el tiempo y el espacio, de modo que asistir a Misa es asistir al sacrificio de la cruz, solo que representado incruenta y sacramentalmente.
         De esto se deduce que el legionario que no asiste a Misa o que lo hace en forma discontinua o mecánica o distraída, no obtiene la santificación que fluye del sacrificio de Jesús en la cruz y que se perpetúa en la Misa. No asistir a Misa equivale, para el legionario, cortar la fuente de su santificación y frustrar el fin para el cual está en la Legión.
        



[1] Cfr. Manual del Legionario, cap. VIII.

martes, 26 de marzo de 2019

El Legionario y la Santísima Trinidad 3



         Al contemplar a la Virgen en sus distintas relaciones con las Tres Divinas Personas, ayuda a distinguirlas entre sí[1].
         Relación de María con la Segunda Persona Divina Encarnada. Es la relación de la divinidad con la Virgen que mejor entendemos, afirma el Manual. Por la Encarnación, el Verbo Eterno del Padre, llevado por Dios Espíritu Santo, ingresó en el seno virginal de María, para permanecer allí durante nueve meses. En el seno de la Virgen fue que el Verbo llevó a cabo su unión con la humanidad: la humanidad singular del Verbo fue creada en el momento de la Encarnación, siendo creados en ese momento también los cromosomas paternos, puesto que la concepción fue virginal, no por obra de hombre alguno, sino por obra del Espíritu Santo. La relación entre la Virgen y el Verbo de Dios fue de Madre e Hijo en el plano biológico, pero en el plano espiritual, la relación fue más estrecha aun porque por su colaboración a la obra redentora de Jesús, la Virgen fue considerada, además de Inmaculada y Llena de gracia, como Corredentora y Mediadora de todas las gracias.
         Relación de María con el Espíritu Santo. En relación a la Tercera Persona de la Trinidad, la Virgen es llamada su templo, su santuario, su sagrario viviente, entre otros adjetivos. Pero los términos no expresan adecuadamente la estrecha e íntima relación entre el Espíritu Santo y la Virgen, una unión que es tan estrecha e íntima que se puede afirmar que el Espíritu Santo es el alma de la Virgen –como la Virgen es figura de la Iglesia, por eso se dice también que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia-. Ella no es simple instrumento o cauce de la actividad de la Tercera Persona: es su Colaboradora consciente e inteligente y de tal modo que cuando obra el Ella, es el Espíritu Santo el que obra y si alguien se cierra a la intervención de la Virgen, se cierra a la intervención del Espíritu Santo. Jesús dice en el Evangelio que “el Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”, pero lo que debemos entender es que, debido a esta estrechísima relación entre la Virgen y el Espíritu Santo, podemos parafrasear al Señor y decir que “el Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida a través de la Virgen”. Una de las condiciones para que el Espíritu Santo venga realmente a nuestras vidas es que entendamos esta estrecha e íntima relación en el querer y en el obrar con la Virgen, de manera que no podemos pedir que venga a nosotros el Espíritu Santo, si no pedimos que venga a través de la Virgen. Una devoción especial que es de gran utilidad para esta presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, por medio de la Virgen, es el Santo Rosario, dice el Manual del Legionario, porque por sus misterios se conmemoran las principales intervenciones del Espíritu Santo en la obra de nuestra redención.
         Relación de María con el Eterno Padre. Se suele definir esta relación como la relación de “Hija”, título con el que se trata de indicar su posición como la más grata y querida de entre todas las creaturas; la plenitud de su unión con Jesucristo, porque al ser Madre de Dios le concede todavía más afinidad con el Padre, permitiendo que se la llame místicamente “Hija del Padre”, así como Jesús es “Hijo del Padre”.
         Por esta razón, nosotros por el bautismo, somos hechos hijos adoptivos del Padre, pero también hijos de la Virgen Madre. Y esto porque –dice San Luis María Grignon de Montfort- Dios “le ha comunicado su fecundidad, capacitándola para producir a su Hijo y a todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo”. Es decir, Dios le ha dado la capacidad de ser Madre de Dios Hijo y Madre de los hijos de Dios y es a través de Ella por quien los hijos de Dios reciben la vida de Dios, esto es, la gracia. A su vez, Dios exige que los hombres le devuelvan estos dones amándola como Madre y colaborando con Ella en la obra de la redención.
         Por último, dice San Luis María Grignon de Montfort, reflexionemos siempre acerca de la dependencia que tenemos de María, dependencia que el mismo Dios tiene con la Virgen: Dios Padre da a su Hijo por medio de la Virgen y los hijos adoptivos que tiene los tiene a través de Ella. Dios Hijo ha sido formado para el mundo mediante Ella y Él comunica sus méritos y sus gracias a través de la Virgen. Dios Espíritu Santo ha formado a Jesucristo en Ella y por Ella y sólo por Ella forma a los miembros del Cuerpo Místico de la Iglesia, los bautizados en la Iglesia Católica. Entonces, si la misma Santísima Trinidad depende de la Virgen, porque así lo quiso voluntariamente, “¿cómo podemos nosotros prescindir de María y no consagrarnos a Ella y no depender de Ella?”.
        



[1] Cfr. Manual del Legionario, VII.

sábado, 23 de marzo de 2019

El Legionario y la Santísima Trinidad 2



         Desde sus inicios, la Legión tuvo siempre una estrecha relación con la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo[1]. En su primer acto público, la Legión se dirigió al Espíritu Santo y luego al Hijo de Dios, por intermedio de María. En el diseño del vexillium, el águila romana pagana fue reemplazada por la figura de la Dulce Paloma del Espíritu Santo, tomando a su vez la Virgen el lugar del emperador, con lo cual se significaba que el Espíritu Santo transmitía al mundo sus gracias por intermedio de María. También en la téssera quedó plasmado este concepto: el Espíritu Santo se cierne sobre la Legión y comunica de su poder a la Virgen, poder con el cual aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua. Además, el color de la Virgen no es azul, como podría suponerse, sino rojo, indicando el color con el que se representa al Espíritu Santo, el color del fuego, ya que es llamado también “Fuego del Divino Amor” y es el fuego en el que está envuelta la Virgen[2].
         Todo esto sirvió como antecedente para que en la Promesa Legionaria se dirigiera al Espíritu Santo y no a la Reina de la Legión, con lo cual se refuerza la idea de que es el Espíritu Santo el que regenera al mundo con sus gracias, aunque estas, por pequeñas que sean, pasan siempre por la Virgen.
         Hay algo que la Legión siembre debe tener en claro en la Virgen y es para imitarla y es que la Virgen entabla una relación personal con cada una de las Divinas Personas de la Trinidad: Dios Padre la eligió como su Hija predilecta para la Encarnación de Dios Hijo; Dios Hijo la eligió para ser su Madre; Dios Espíritu Santo la eligió para hacer de ella su virginal Esposa. Es decir, todo el plan divino de la Santísima Trinidad, pasa por la Virgen y como legionarios, debemos buscar de entrever estas relaciones para corresponder al Plan divino de conquistar el mundo por medio de la Virgen[3].
         Todos los santos insisten en la necesidad de que, en nuestra relación con Dios, nos dirijamos a las Tres Divinas Personas –recordemos que somos católicos y la creencia en la Santísima Trinidad nos distingue de cualquier otra religión, de modo que no podemos dirigirnos a Dios del mismo modo a como lo hacen los protestantes, los judíos y musulmanes, que creen en Dios Uno y no Trino-.
Este misterio divino no puede ser comprendido, porque supera nuestra capacidad de razonamiento, sino que debe ser creído por medio de la asistencia de la gracia divina, la cual podemos pedirla con entera confianza a la Virgen, a quien le fue anunciado, como primera creatura, el misterio de la Trinidad, en la Anunciación[4]. La Santísima Trinidad se reveló a la Virgen por medio del Arcángel: le anunció, de parte de Dios Padre, que Dios Hijo habría de encarnarse en Ella, por medio de Dios Espíritu Santo: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
         El Legionario debe profundizar esta relación con la Trinidad de muchas maneras: con la oración, pidiendo la gracia de aceptar este misterio; con el estudio y la formación permanente y, sobre todo, por medio de la Santa Misa, porque la Santa Misa, que es prolongación de la Encarnación, es obra también de la Santísima Trinidad: Dios Padre pide a Dios Hijo que baje del cielo y quede oculto en la Eucaristía, por obra de Dios Espíritu Santo.
          Por estas razones, el legionario que no asiste a Misa -a no ser que tenga algún impedimento real que justifique su ausencia-, corta de raíz su relación con la Trinidad y por lo tanto con la Legión, porque la Legión está enraizada, en su ser más íntimo, a través de la Virgen, en el misterio de la Santísima Trinidad.


[1] Cfr. Manual del Legionario, VII.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

domingo, 24 de febrero de 2019

El legionario y la Santísima Trinidad



         Muchos cristianos, en su relación con Dios, se comportan como judíos, como luteranos o como musulmanes, en el sentido de referirse a Dios y de creer en Dios, como Uno y no como Trino. Lo que caracteriza a estas religiones, a diferencia de la católica, es precisamente esto, en que creen en un Dios Uno, pero no Trino. Sólo la religión católica se dirige y conoce, por revelación, que Dios es Uno y Trino: uno en naturaleza y Trino en Personas.
         La Legión de María, desde un inicio, tuvo esta fe trinitaria siempre en primer lugar y la profesó con toda claridad. Como afirma el Manual del legionario, “el primer acto colectivo de la Legión de María fue dirigirse al Espíritu Santo mediante su invocación y oración y luego, con el Rosario, a María y a su Hijo”[1]. Es decir, al dirigirse al Espíritu Santo, estaba reconociendo la legión, implícitamente, que la Trinidad era su Dios, al rezarle a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Luego se dirige a la Segunda, a través de la Virgen, con el Rosario, pero primero se dirige a la Tercera, reconociendo así la Trinidad de Personas en Dios.
         Este hecho quedó plasmado en la confección de vexillum, en donde el Espíritu Santo tomó un papel preponderante. Valiéndose de un símbolo profano –el estandarte de la legión romana- la Legión elaboró su propio estandarte, en el que el águila romana fue reemplazada por la Paloma, símbolo y representación del Espíritu Santo. A su vez, la imagen de la Virgen pasó a ocupar el lugar que antes detentaba el emperador romano. De esta manera, el resultado final fue “representar al Espíritu Santo valiéndose de María como de medio para transmitir al mundo sus vitales influencias, y tomando Él mismo posesión de la Legión”. Es decir, la Paloma del Espíritu Santo, sobre la Virgen, indicaba que el Espíritu Santo se valía de la Legión de María para comunicar al mundo sus gracias salvíficas, tomando la Virgen y la Legión el papel de instrumentos en manos del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad.
         Luego, cuando se pintó el cuadro de la téssera, también quedó reflejada, dice el Manual, la misma espiritualidad: “el Espíritu Santo cerniéndose sobre la Legión  y comunicando de su poder a la Virgen, para que ésta, imbuida del poder divino, aplastara la cabeza de la serpiente, haciendo además avanzar sus batallones sobre las fuerzas del mal y encaminándose a la victoria final ya profetizada”[2].
         La presencia del Espíritu Santo explica a su vez que el color de la aureola de la Virgen fuera rojo y no azul, como cabría suponerse, pues el rojo simboliza el fuego y en este caso, es el Fuego del Espíritu Santo. Así se llegó a la conclusión de que el rojo debía ser el color de la Legión. La Virgen misma, por el hecho de estar inhabitada por el Espíritu Santo, al ser la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, lleva también el color rojo, siendo representada como Columna de Fuego que arde en el Fuego del Espíritu Santo. Como vemos, desde sus inicios, y representada en sus imágenes, la fe de la Legión es eminentemente Trinitaria. El legionario que se dirige a Dios como Uno y no como Trino debe reconsiderar su espiritualidad, pues esta no es la espiritualidad, ni de la Legión, ni de la religión católica.



[1] Cfr, Manual del legionario, VII, 42.
[2] Cfr. ibidem.

sábado, 21 de abril de 2018

El legionario debe amar a María según la Verdadera devoción de San Luis María Grignon de Montfort



         El hecho de ser legionarios; de pertenecer a un movimiento como la Legión que se caracteriza por honrar a la Madre de Dios; de rezar el Rosario todos los días; de cumplir con las normas y el apostolado que la Legión exige a los que pertenecemos a ella, no nos exime de caer en uno de los más frecuentes errores señalados por San Luis María: el ser un devoto meramente exterior de la Virgen. Para darnos una idea de qué es lo que sería esta clase de devoto a los ojos de Dios –y de la Virgen-, podemos imaginar un hijo que, en la relación filial con su madre, aparenta servirla y honrarla, pero en su corazón no hay un amor suficiente o verdadero hacia su madre. Podríamos decir que se trata de un hijo que, o es egoísta, porque en realidad sólo piensa en sí mismo, o es un hijo que, por descuido, no conoce ni ama verdaderamente a su madre. Es poco frecuente un caso así, pero lamentablemente, existen y en el plano espiritual, se corresponde con los “devotos externos” que señala San Luis María.
         Para no caer en este error en nuestra relación con Nuestra Madre del cielo –y para que no caigamos en muchos otros errores más-, pero sobre todo para que nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima sea interior, espiritual y llena de amor y por lo tanto agradable a Dios, es que el Manual del Legionario pide que los legionarios “emprendan la práctica de la “Verdadera Devoción a María”, de San Luis María de Montfort[1].
         Específicamente, el Manual dice así: “Sería de desear que los legionarios perfeccionasen su devoción a la Madre de Dios, dándole el carácter distintivo que nos ha enseñado San Luis María de Montfort –con los nombres de “La Verdadera Devoción o la Esclavitud Mariana”- en sus dos obras: “La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” y “El Secreto de María”[2].
         El Manuel especifica, a renglón seguido, en qué consiste la práctica de la Verdadera Devoción según el espíritu de San Luis María contenido en las dos obras mencionadas y para graficarlo, utiliza la imagen de un esclavo terreno en relación con su dueño: “Esta devoción exige que hagamos con María un pacto formal, por el que nos entreguemos a Ella (…) sin reservarnos la menor cosa (…) que nos igualemos a un esclavo (…)”[3].
         Pero el Manual aclara que, aun así, la imagen del esclavo terreno es todavía insuficiente para expresar cómo debe ser nuestra relación con la Virgen y es que el esclavo terreno, siendo prisionero en su cuerpo, continúa siendo libre en su alma, puesto que el amo terreno no dispone de sus pensamientos ni de su voluntad: “Pero mucho más libre aún es el esclavo humano que el de María: aquél sigue siendo dueño de sus pensamientos y de su vida interior (…) la entrega en manos de María incluye la entrega total de los pensamientos e impulsos interiores (…) hasta el último suspiro, para que Ella disponga de ello a la mayor gloria de Dios”[4].
Esto significa que no basta con la entrega de nuestro ser y de nuestros bienes materiales y espirituales, pasados, presentes y futuros a la Virgen: significa que debemos entregarle a la Madre de Dios incluso hasta nuestros más insignificantes pensamientos y nuestros deseos más profundos, es decir, aquello que sólo nosotros –y Dios- conocemos porque no se manifiestan al mundo exterior.
         Si entregamos a María nuestros pensamientos, sin reservarnos ninguno y si le entregamos nuestros deseos, sin reservarnos ninguno, entonces recién estaremos emprendiendo el camino de la Verdadera Devoción a María, porque solo entonces la Virgen podrá disponer de la totalidad de nuestro ser, purificando y rechazando los pensamientos y deseos que son contrarios a la Ley de Dios y a los Mandamientos de Jesús y perfeccionando sin límites los que no son contrarios a dicha Ley y Mandamientos. Pero no finaliza aquí la acción de María: cuanto más perfeccionemos esta entrega de pensamientos y voluntad, la Virgen pondrá sus propios pensamientos y su propia voluntad en nosotros, de tal manera que así podremos ser instrumentos perfectos en manos de María. Mientras tanto, debemos cuidarnos mucho de uno de los más grandes peligros para un legionario: el peligro de ser devotos meramente exteriores de la Madre de Dios.


[1] Cfr. Manual del Legionario, V, 5.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

sábado, 17 de marzo de 2018

María Santísima es la Madre de la Legión y de todo legionario



         El legionario tiene su honra en ser llamado “hijo de María”, por lo que la meditación y profundización en esta verdad de la maternidad mariana es elemento esencial en la devoción de la Legión[1]. En otras palabras, la devoción mariana del legionario es esencialmente filial, por cuanto la relación con María Santísima es vivida como la relación de una madre con su hijo.
         La Virgen fue elegida desde la eternidad para ser la Madre de Dios y quedó constituida como tal en el momento del Anuncio del Ángel, que es cuando se produce la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo en su seno virginal. Hasta el Anuncio del Ángel, María Santísima era solo Virgen; luego de su “Sí” a la voluntad del Padre –“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según has dicho”[2]-, María Santísima se convierte en Madre de Dios, sin dejar de ser Virgen. Pero el designio de Dios Trino era que María Santísima no solo fuera Madre de Dios Hijo, sino que fuera también Madre adoptiva de los hijos adoptivos de Dios, es decir, los bautizados en la Iglesia Católica. Este designio divino se cumplió el Viernes Santo, en la cima del Monte Calvario, antes de la muerte del Redentor. Antes de morir, Jesús nos dejó aquello que más amaba en esta tierra, su Madre amantísima y el don de María como Madre nuestra ocurrió luego de que Jesús dijera a María: “Mujer, éste es tu hijo”, y a Juan: “Ésta es tu madre” (Jn 19, 26-27). Si bien las palabras fueron dichas a la persona del Evangelista Juan, puesto que en él estábamos representados todos los hombres nacidos a la vida de la gracia, debemos considerar esas palabras de Jesús como dichas a todos y cada uno de nosotros, de modo personal. En otras palabras, el don de Jesús de María como Madre, no es hecho solo a Juan Evangelista: en él, todos y cada uno de nosotros, hemos recibido el más grande regalo del Amor de Dios después de la Eucaristía, y es a María como Madre nuestra.
         Porque “somos verdaderamente hijos de María” –dice el Manual del Legionario- es que “hemos de portarnos como tales”, es decir, debemos comportarnos como hijos de la Madre de Dios, que es lo mismo que decir “hijos de la luz”. Es necesaria esta consideración, porque no hay términos intermedios: quien no se comporta como hijo de la luz, es decir, como hijo de María, se comporta como hijo de las tinieblas, es decir, como hijo del Demonio. No hay término medio posible, de ahí la importancia de meditar y reflexionar, una y otra vez, en nuestra condición de hijos de María.
         Para tener una idea de qué es lo que significa “comportarnos como hijos de María”[3], podemos acudir a la imagen de un niño pequeño, muy pequeño, casi recién nacido, con relación a su madre: así como el niño se dirige en todo a su madre y depende de ella para literalmente vivir, así el legionario debe considerarse a sí mismo como “hijo pequeño, dependiente de la Virgen en todo”.
         Esto significa que, así como el niño pequeño acude a su madre para recibir de ella el alimento, la guía, el cuidado, la instrucción, el consuelo en sus angustias, así el legionario debe acudir a María para recibir de Ella el alimento del alma, la Eucaristía; la guía de la mente y el corazón, la gracia de su Hijo Jesús; la instrucción en las cosas de Dios, porque solo María es la verdadera y única Maestra que nos enseña con la sabiduría divina; el consuelo de su Corazón Inmaculado en todo momento. Y así también como un hijo pequeño, cuando se extravía en el sendero del bosque, llama a su madre para que venga en su auxilio para que lo proteja de las bestias feroces y lo conduzca por el camino seguro, así el legionario acude a María si, por algún infortunio, ha perdido el camino y se encuentra envuelto en las tinieblas del pecado y acechado por las sombras vivientes, los ángeles caídos, para que María lo tome entre sus brazos y lo conduzca por el Único Camino que conduce a Dios –porque ese Camino es Dios en sí mismo-, Cristo Jesús. Solo como hijos de nuestra Madre celestial, María Santísima, los legionarios podremos, unidos a nuestro Hermano Mayor, Jesús, llevar a cabo la meta de esta vida terrena: combatir y vencer el pecado y vivir en gracia santificante hasta el último suspiro.


[1] Cfr. Manual del Legionario, V, 4.
[2] Cfr. Lc 1, 38.
[3] Cfr. Manual del Legionario, V, 4.

domingo, 2 de julio de 2017

Las características del servicio legionario


         Según el Manual, las características del servicio legionario son las siguientes:
         1-Debe “revestirse de las armas de Dios” (Ef 6, 11). El Manual recuerda que la Legión de María toma su nombre de la legión romana, caracterizada por su valor, lealtad, disciplina, resistencia y poder conquistador, aunque muchas veces estas virtudes hayan sido utilizadas con fines mundanos[1]. La Legión de María está a las órdenes de su Celestial Capitana, la Virgen, y por eso no puede no tener estas mismas características de la legión romana, quitándole, por supuesto, la condición mundana de esta última. El legionario y la Legión toda, deben poseer las mismas cualidades -valor, lealtad, disciplina, resistencia y poder conquistador- de la legión romana, pero vaciadas de todo rastro de mundanidad y consagrada enteramente a la Virgen.
         2-Debe ser “un sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios y no conforme a este mundo” (Rom 12, 1-12). Para esto, el legionario debe reflexionar acerca de los innumerables dones, tanto naturales como sobrenaturales, recibidos de parte de Dios. Por ejemplo: la vida, la inteligencia, la voluntad, la filiación divina, el Espíritu Santo en la Confirmación, la vida divina en el Bautismo, el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Por esto decía Santa Teresa: “¡Recibir tanto, tanto, y devolver tan poco! ¡Ay, éste es mi martirio!”. Muchos legionarios, sin ponerse a considerar todos estos beneficios, se comportan como paganos cuando, en vez de agradecer a Dios cuando sufren una tribulación, se quejan de esta, con lo que demuestran que están lejos de tener un verdadero “espíritu legionario”.
         3-No debe rehuir “trabajos y fatigas” (2 Cor 11, 27). El legionario no debe temer ejercer el apostolado en personas que incluso se mostrarán hostiles frente al anuncio del Evangelio; debe estar preparado para recibir críticas, afrentas, desprecios, e incluso hasta calumnias, porque todo esto sufrió Nuestro Redentor. También debe estar preparado para enfrentar al fracaso y a la ingratitud, que producen desaliento; debe estar preparado para afrontar toda clase de dificultades, sean materiales que espirituales y mucho más, considerando que vivimos en un mundo ateo, agnóstico y materialista, que reniega de Dios y de su Mesías y que cada día que pasa, nada quiere saber, ni de la vida eterna, ni del Reino de los cielos, ni de la Iglesia y sus sacramentos.
         4-Debe proceder con amor, “igual que Cristo nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5, 2). El legionario debe actuar con suma caridad, imitando la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo a los hombres y al mundo, hostil al Evangelio, el Amor mismo de Nuestro Señor, y no su propio mal genio, su propia impaciencia. El legionario debe estar siempre y en todo momento, dispuesto a ofrecer mortificaciones de todo tipo y esto exige que el alma del legionario se olvide de sí misma, de sus gustos y preferencias, de su querer estar siempre a gusto, ya que esto es propio de un espíritu mundano y no de un legionario al servicio de la Celestial Capitana, la Virgen María.
         5-Debe “correr hasta la meta” (2 Tim 4, 7). Debe pedir siempre la gracia de la perseverancia final, en la fe y en las obras. Cada legionario individualmente, como la Legión en su conjunto, deben tener presente siempre, en la mente y el corazón, que la meta final que se debe alcanzar es el Reino de los cielos, y que la corona que se desea recibir no es la gloria mundana, sino la corona de la gloria de Dios en el cielo, lo cual significa que antes, en la tierra, se debe desear y pedir ser coronados con la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Lo que la Legión exige es fe firme, profunda y sin vacilaciones y amor a Dios y al prójimo, el cual debe concretarse en un apostolado constante, perseverante, fiel, decidido, que no se deje llevar por el desánimo cuando los resultados no sean los esperados.



[1] Cfr. Manual del Legionario, Cap. IV.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El Legionario debe consagrarse a María según el método de San Luis María Grignon de Montfort


         El Legionario debe consagrarse a María según el método de San Luis María Grignon de Montfort
         Es muy conveniente que los legionarios realicen un pacto formal con María Virgen, según el método aconsejado por San Luis María de Montfort –en sus dos obras: La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen y El Secreto de María-, por el cual se entrega a María todo nuestro ser, todo lo que somos y tenemos, toda nuestra vida, pasada, presente y futura: pensamientos, obras, posesiones y bienes espirituales y temporales, pasados, presentes y futuros, sin reserva alguna de ninguna clase[1].
         Se trata, en última instancia, de convertirnos en esclavos de María y, al igual que un esclavo, no poseer nada propio, depender en todo de María y entregarnos totalmente a su servicio.
         Se trata de convertirnos en esclavos, como un esclavo humano, pero cuando se comparan ambas esclavitudes, se observa cómo el esclavo humano es más libre que el esclavo de María, porque el esclavo humano sigue siendo dueño de sus pensamientos y de su vida interior y es por eso que sigue siendo libre en su vida interior; el ser esclavos de María implica la entrega total de pensamientos e impulsos interiores, con todo lo que ellos encierran de más preciado y más íntimo. De esto se sigue que el Legionario debe abstenerse de todo pensamiento y sentimiento malo, pues nada malo puede darse a María. Todo –buenas obras, oraciones, devociones, apostolado, rosarios, misas-, absolutamente todo, queda en manos de María, incluido el último segundo antes de la muerte, para que sea Ella quien disponga de nuestro ser. Por ejemplo, si rezamos un Rosario, se lo entregamos a María, para que Ella aplique las gracias que vea conveniente.
         Esto significa realizar un sacrificio de sí mismo sobre el ara del Inmaculado Corazón de María y es muy similar al sacrificio de Jesucristo mismo, quien comenzó este sacrificio sobre el ara del Corazón de su Madre en el momento de la Encarnación, lo hizo público en la Presentación y lo consumó en el Calvario.
         Esta verdadera devoción comienza en el acto formal de la consagración al Inmaculado Corazón de María y consiste en hacer de ella un hábito de vida. Es decir, consagrarse a María no significa entregarle a Ella un acto o un pensamiento aislado, sino todo acto y todo pensamiento, y no un día o dos, sino todo el día, todos los días, hasta el día de nuestra muerte. La consagración a María debe convertirse en un estado habitual de vida.
         Esto no significa que se deba estar pensando siempre y en todo momento en la consagración: así como nuestra vida terrena está animada y sostenida por la respiración y el latido cardíaco, y sin embargo no estamos atentos a ellos todo el tiempo, desarrollando nuestra vida normalmente, de la misma manera, la consagración o Verdadera Devoción nos anima y sostiene, aunque no reparemos en ella en el momento consciente y actual; basta que reiteremos de vez en cuando el recuerdo del dominio soberano de la Virgen, renovando interiormente, con jaculatorias y actos de amor a María, aunque basta con que reconozcamos de manera habitual nuestra dependencia de Ella, la tengamos siempre presente –al menos de una manera general-, de manera que la consagración a la Virgen arraigue profundamente en nuestros corazones y guíe todo nuestro ser y toda nuestra vida.
         Algo a tener en cuenta es que no se debe confundir el fervor sensible –me gusta, no me gusta, me siento bien, no me siento bien, tengo ganas de rezar, no tengo ganas de rezar- con la Verdadera Devoción, porque esta clase de fervor sólo origina sensiblerías e inconstancia. Aunque “no se sienta nada”, y aunque “no se tengan ganas de rezar”, lo mismo hay que hacerlo, porque la Verdadera Devoción nada tiene que ver con el estado de ánimo. Todavía más, dejarse llevar por el fervor sensible –rezar solamente cuando se tiene ganas, por ejemplo-, es caer en el pecado de pereza espiritual o acedia.
         El Manual da el ejemplo de los cimientos de un edificio, que permanecen fríos, aunque toda la fachada reciba el calor del sol: así sucede con la razón y con la decisión de consagrarnos a María, y sin embargo, son los cimientos de la Verdadera Devoción. Significa que, con el solo hecho de saber que me tengo que consagrar a la Virgen, lo debo hacer, aun cuando no “sienta” nada.
         San Luis María Grignon de Montfort une el cumplimiento y el otorgamiento de numerosísimas gracias, a la práctica de la Verdadera Devoción, es decir, a la consagración a la Virgen, si se cumplen las debidas condiciones.
         Los frutos de esta Verdadera Devoción son inmensos: profundiza la vida interior, comunica al alma la certeza de ir guiada y protegida en esta vida, hacia la vida eterna, le da la certeza de haber conseguido un camino seguro para llegar al cielo, el alma obtiene fortaleza, sabiduría, humildad sobrenaturales, además de numerosísimas otras virtudes. A cambio del sacrificio que supone realizar esta Consagración, entregándose uno voluntariamente como esclavo de amor a Jesús por medio de María, se gana el ciento por uno. Dice así el cardenal Newmann: “Cuando servimos, reinamos; cuando damos, poseemos; cuando nos rendimos, entonces somos vencedores”.
         Hay algunos que ponen objeciones a la Consagración a María, como si todo se tratara de un intercambio egoísta de ganancias y pérdidas, cuando se les dice que deben entregar sus haberes en manos de su Madre espiritual, lo cual quiere decir que todos los méritos por las oraciones y obras buenas que hagamos, a partir de la Consagración a María, no nos pertenecen, sino a la Virgen. Es por eso que muchos dicen: “Pero si lo doy todo a María, ¿qué será de mí en el Juicio Particular, al presentarme al Juez Eterno con las manos vacías? ¿No se me prolongará el Purgatorio interminablemente?”. A lo cual responde un autor: “¡Pues claro que no! ¿Acaso no estará María en el Juicio?”.
         Lo mismo sucede con las cosas y personas por las que hay obligación de rogar: la familia, los amigos, el trabajo, la Patria, el Papa, etc.: se piensa que si se dan los tesoros espirituales que uno posee en manos ajenas, sin quedarse con nada, entonces es como si los desatendiéramos. Sin embargo, es un temor infundado, porque el mejor lugar en donde pueden ser depositados los tesoros espirituales para nuestros seres queridos, son las manos de María, Guardiana de los tesoros mismos de Dios. ¿Acaso no sabrá la Virgen conservar y mejorar aun los intereses de quienes ponen en Ella su confianza? La Virgen actuará como si fuéramos hijos únicos, y así nuestra salvación, santificación, necesidades, y la salvación de nuestros seres queridos, estarán presentes en primer lugar en el Corazón de la Virgen.
         Jesús y María multiplican las más pequeñas dádivas a niveles imposibles de imaginar, y el ejemplo es el muchacho que dio dos pescados y cinco panes, los cuales luego fueron multiplicados por miles y sirvieron para alimentar una multitud. Así como el muchacho, ni siquiera podía imaginarse el asombroso milagro que Jesús habría de hacer con su ofrenda, así también, el que se consagra a María, ni siquiera puede imaginarse los milagros que la Virgen habrá de obrar en su alma y las de sus seres queridos.
         Por último, la Consagración, sí exige un cambio interior profundo, el de la conversión eucarística y mariana del corazón, pero en cuanto a lo externo, no exige ningún cambio en la forma externa de nuestras oraciones y acciones diarias. Se continúa con el mismo tiempo de antes, se ruega por las mismas intenciones y por cualquier otra intención que se desee, lo único que cambia es que, en adelante, el alma se somete en todo a la voluntad de María.
        


[1] Cfr. Manual del Legionario, 6, 5.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Un Legionario sin apostolado no es auténtico devoto de María


         Así como no podemos elegir de Cristo sólo lo que nos agrade, por ejemplo, la alegría del Tabor, la gloria de la Resurrección, la Exaltación a los cielos, y al mismo tiempo descartar lo que nos desagrade, como por ejemplo, la humillación de la Pasión, el dolor de la cruz, la ignominia sufrida hasta su muerte el Viernes Santo, porque de esa manera nos estaríamos inventando un cristo falso, un cristo hecho a nuestra medida, que nos satisface, que es todo alegría y ausencia de cruz, así también sucede con Nuestra Señora: tampoco podemos elegir lo que nos agrade –la alegría de la Anunciación, por ejemplo, pero sin considerar ni querer tomar parte en sus dolores[1], porque de esa manera nos estaríamos también inventando una virgen falsa, hecha a nuestra medida, pero que no corresponde a la realidad. Si queremos llevarla a nuestra casa, como el apóstol Juan -es decir, a nuestro corazón y a nuestra vida cotidiana-, debemos aceptar a María Santísima en su totalidad, y no parcialmente, lo que más nos agrade. No basta con tomar a María como modelo de virtudes; tampoco basta con rezarle y rezar a Dios agradeciendo por las maravillas que obró en María; para que nuestra devoción a María sea auténtica –y la primera devoción es considerarla como Madre de Dios y Madre nuestra, es decir, comportarnos con Ella como sus hijos pequeños-, lo que debemos hacer es unirnos a María en comunión de vida y amor, y es así como María nos comunicará la gracia de su Hijo Jesús. Así como un hijo, que ama a su madre, no se contenta con tomarla como modelo y con decirle cosas lindas, sino que se alegra con su alegría y se duele con sus dolores, así sucede con nosotros, con relación a María: debemos unirnos a Ella, para que Ella nos haga partícipes de su vida, de sus dolores y de sus alegrías. La función esencial de María es la maternidad, tarea encargada por Nuestro Señor antes de morir, cuando dijo a Juan: “He aquí a tu Madre”, y por lo tanto, la verdadera devoción a María implica necesariamente el servicio de los hombres[2], porque todos los hombres están llamados a ser hijos y porque la Virgen está llamada a ser Madre de todos los hombres, los que nacen a la vida de hijos de Dios por el bautismo, y para esto se necesita ser apostolado, porque los hombres necesitan saber –tienen derecho a saberlo- que Dios los quiere adoptar como hijos por el bautismo, para que pasen a ser hijos suyos adoptivos e hijos de la Virgen. La maternidad es una función esencial de María y el Legionario, como hijo de María, debe hacer apostolado para que los hombres sean hijos de Dios, y si ya lo son, para que se comporten como tales, porque muchos han recibido el bautismo, son hijos adoptivos de Dios, pero se comportan como paganos. Así como no se puede concebir a María sin la maternidad espiritual de todos los hombres, así tampoco se puede concebir al cristiano sin apostolado que es, en cierto modo, la participación a esta función maternal de María. Por consiguiente, la Legión descansa no sobre María y el apostolado, sino sobre María como principio y fuente del apostolado y de toda la vida cristiana[3].
         Ahora, no hay que pensar, dice el Manual del Legionario, que el apostolado caerán como lenguas de fuego desde el cielo, sobre los Legionarios que ociosamente estén cruzados de brazos. Lo que el Legionario debe hacer es evaluar acerca de las probabilidades concretas que tiene de hacer apostolado, encomendarse a la Virgen y pedirle que sea Ella quien, a través nuestro, actúe. La Virgen necesita de nuestra ayuda, y esto no porque la Virgen no sea Poderosa –recordemos que Ella es la Mujer del Apocalipsis, que aplasta la cabeza de la Serpiente con su talón, y esto porque la Trinidad le participa de su omnipotencia divina-, sino porque la Divina Providencia ha querido contar con nuestra cooperación humana. María posee un tesoro inagotable de gracias, pero necesita de nuestra ayuda para distribuirlas. Es como si el gerente de un banco quisiera hacer llegar sumas formidables de dinero a indigentes, pero necesita de la colaboración de los cadetes. Esos cadetes somos nosotros, que debemos unirnos a María en comunión de vida y amor para nuestro apostolado sea fructífero en gracias de conversión.



[1] Cfr. Manual del Legionario, 30ss.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.