Al contemplar a la Virgen en sus distintas relaciones con
las Tres Divinas Personas, ayuda a distinguirlas entre sí[1].
Relación de María con la Segunda Persona Divina Encarnada. Es
la relación de la divinidad con la Virgen que mejor entendemos, afirma el
Manual. Por la Encarnación, el Verbo Eterno del Padre, llevado por Dios
Espíritu Santo, ingresó en el seno virginal de María, para permanecer allí
durante nueve meses. En el seno de la Virgen fue que el Verbo llevó a cabo su
unión con la humanidad: la humanidad singular del Verbo fue creada en el
momento de la Encarnación, siendo creados en ese momento también los cromosomas
paternos, puesto que la concepción fue virginal, no por obra de hombre alguno,
sino por obra del Espíritu Santo. La relación entre la Virgen y el Verbo de
Dios fue de Madre e Hijo en el plano biológico, pero en el plano espiritual, la
relación fue más estrecha aun porque por su colaboración a la obra redentora de
Jesús, la Virgen fue considerada, además de Inmaculada y Llena de gracia, como
Corredentora y Mediadora de todas las gracias.
Relación de María con el Espíritu Santo. En relación a la
Tercera Persona de la Trinidad, la Virgen es llamada su templo, su santuario,
su sagrario viviente, entre otros adjetivos. Pero los términos no expresan
adecuadamente la estrecha e íntima relación entre el Espíritu Santo y la
Virgen, una unión que es tan estrecha e íntima que se puede afirmar que el Espíritu
Santo es el alma de la Virgen –como la Virgen es figura de la Iglesia, por eso
se dice también que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia-. Ella no es
simple instrumento o cauce de la actividad de la Tercera Persona: es su
Colaboradora consciente e inteligente y de tal modo que cuando obra el Ella, es
el Espíritu Santo el que obra y si alguien se cierra a la intervención de la
Virgen, se cierra a la intervención del Espíritu Santo. Jesús dice en el
Evangelio que “el Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”, pero lo que
debemos entender es que, debido a esta estrechísima relación entre la Virgen y
el Espíritu Santo, podemos parafrasear al Señor y decir que “el Padre dará el
Espíritu Santo a quien se lo pida a través de la Virgen”. Una de las
condiciones para que el Espíritu Santo venga realmente a nuestras vidas es que
entendamos esta estrecha e íntima relación en el querer y en el obrar con la
Virgen, de manera que no podemos pedir que venga a nosotros el Espíritu Santo,
si no pedimos que venga a través de la Virgen. Una devoción especial que es de
gran utilidad para esta presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, por
medio de la Virgen, es el Santo Rosario, dice el Manual del Legionario, porque
por sus misterios se conmemoran las principales intervenciones del Espíritu
Santo en la obra de nuestra redención.
Relación de María con el Eterno Padre. Se suele definir esta
relación como la relación de “Hija”, título con el que se trata de indicar su
posición como la más grata y querida de entre todas las creaturas; la plenitud
de su unión con Jesucristo, porque al ser Madre de Dios le concede todavía más
afinidad con el Padre, permitiendo que se la llame místicamente “Hija del Padre”,
así como Jesús es “Hijo del Padre”.
Por esta razón, nosotros por el bautismo, somos hechos hijos
adoptivos del Padre, pero también hijos de la Virgen Madre. Y esto porque –dice
San Luis María Grignon de Montfort- Dios “le ha comunicado su fecundidad,
capacitándola para producir a su Hijo y a todos los miembros del Cuerpo Místico
de Cristo”. Es decir, Dios le ha dado la capacidad de ser Madre de Dios Hijo y
Madre de los hijos de Dios y es a través de Ella por quien los hijos de Dios
reciben la vida de Dios, esto es, la gracia. A su vez, Dios exige que los
hombres le devuelvan estos dones amándola como Madre y colaborando con Ella en
la obra de la redención.
Por último, dice San Luis María Grignon de Montfort, reflexionemos
siempre acerca de la dependencia que tenemos de María, dependencia que el mismo
Dios tiene con la Virgen: Dios Padre da a su Hijo por medio de la Virgen y los
hijos adoptivos que tiene los tiene a través de Ella. Dios Hijo ha sido formado
para el mundo mediante Ella y Él comunica sus méritos y sus gracias a través de
la Virgen. Dios Espíritu Santo ha formado a Jesucristo en Ella y por Ella y
sólo por Ella forma a los miembros del Cuerpo Místico de la Iglesia, los
bautizados en la Iglesia Católica. Entonces, si la misma Santísima Trinidad
depende de la Virgen, porque así lo quiso voluntariamente, “¿cómo podemos
nosotros prescindir de María y no consagrarnos a Ella y no depender de Ella?”.