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martes, 17 de diciembre de 2019

La liturgia de la Eucaristía en unión con María



         El Manual del Legionario nos enseña a no acudir a la Santa Misa si no es con María y a unirnos a Ella en este Santo Sacrificio. Afirma el Manual del Legionario[1] que la tarea de la Redención no la comenzó Nuestro Señor Jesucristo sin “el consentimiento de María”, el cual fue “solemnemente requerido y libremente otorgado”. Y así como no la comenzó sin María a la Redención, tampoco la finalizó sin Ella, ya que Ella estuvo al pie de la cruz en el Calvario. Continúa el Manual, afirmando la Corredención de María, al unirse mística y espiritualmente al sacrificio redentor de su Hijo: “De esta unión de sufrimientos entre María y Cristo, Ella se convirtió en la principal restauradora del mundo perdido y medianera de todas las gracias que Dios obtuvo por su muerte y con su sangre”. El Manual afirma que así como la Virgen permaneció al pie de la Cruz, así permanece en cada Santa Misa: “En cada Misa la ofrenda del Salvador se cumple bajo las mismas condiciones. María permanece en el altar en la misma forma en que permaneció junto a la cruz. Está allí, aplastando la cabeza de la serpiente”.
         Junto a María, estuvieron los representantes de cierta legión –el centurión y su cohorte- y aunque ellos crucificaban al Señor de la gloria, también sobre ellos descendió la gracia a raudales. Y al contemplarlo sin vida, los legionarios romanos proclamaron al Único y Verdadero Hijo de Dios crucificado. Estos rudos legionarios, que crucificaban sin saberlo al Señor de la gloria, fueron sin embargo los primeros –luego de Juan- a quien la Virgen recibió como hijos adoptivos de Dios. Si esto sucedió con los legionarios romanos, lo mismo sucede con los legionarios de la Legión de María, cuando estos participan de la misa cada día, al unir sus intenciones y corazones a las intenciones y al Corazón Inmaculado de María, con lo cual se unirán a su vez, por medio de María, al sublime Sacrificio del Calvario.
         Los legionarios, al ver con los ojos de la fe levantado en alto al Señor de la gloria, se unirán a Él para formar una sola Víctima y luego comerán de la Carne de la Víctima inmolada, para participar de los frutos del divino Sacrificio en su plenitud.
         Los legionarios que participen de la Misa han de procurar “comprender la parte tan esencial que tuvo María, la nueva Eva, en estos sagrados misterios: cuando su Hijo estaba consumando la redención de la Humanidad en el ara de la cruz, Ella estaba a su lado sufriendo y redimiendo con Él, por eso con toda razón se puede llamar Corredentora”. Y, unidos a Ella y por medio de Ella a  Cristo, los legionarios se convierten en corredentores de la Humanidad, cada vez que asisten a la Santa Misa.



[1] Cfr. Cap. VIII, 3.

martes, 29 de octubre de 2019

La liturgia de la Palabra y el Legionario



        
         Para el Manual del Legionario[1], nuestra fe –la fe en Cristo Dios, el Mesías, el Redentor, el Victorioso Vencedor del Demonio, la Muerte y el Pecado con su Santo Sacrificio en Cruz- se alimenta, en la Misa, por medio de la Palabra de Dios. Dice así el Manual del Legionario: “La Misa es, ante todo, una celebración de fe, de esa fe que nace en nosotros –la que recibimos en el Bautismo sacramental- y nos alimenta a través de la Palabra de Dios”. Es decir, la Santa Misa, el Santo Sacrificio del altar, es un medio para alimentar nuestra fe en Dios Uno y Trino, en su Mesías, Cristo Dios y en María Santísima, Mediadora de todas las gracias, a través de la Palabra de Dios. Podemos decir que en la Misa nuestra alma se alimenta doblemente de la Palabra de Dios: de la Palabra de Dios pronunciada –liturgia de la Palabra- y de la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su encarnación en la Eucaristía –liturgia de la Eucaristía-; de ambas formas se alimenta nuestra alma en la Misa con la Palabra de Dios.
         Continúa luego el Manual[2], recordando las palabras del Misal en su capítulo “Instrucción General” (Número 9): “Cuando las Escrituras se leen en la Iglesia, es el propio Dios el que habla a su Pueblo y Cristo, presente en la Palabra, está proclamando el Evangelio”. Es decir, en la liturgia de la Palabra, es Dios mismo quien habla a su Pueblo, así como le hablaba al Pueblo Elegido y en el momento del Evangelio, es Cristo en Persona quien lo proclama. Ésta es la razón de la importancia de la Palabra de Dios y la necesidad de escucharla con reverencia, de modo atento, no como se escucha cualquier otro diálogo, ya que es Dios quien nos habla desde las lecturas, y también Cristo nos proclama el Evangelio: “De aquí que las lecturas de la Palabra de Dios estén entre los elementos más importantes de la liturgia y todos cuantos las escuchan deberían hacerlo con “reverencia”.
Luego de las lecturas sigue la homilía, la cual –cuando es acorde al Evangelio, ya que no debe contener elementos ajenos al Evangelio- es parte importante de la liturgia de la Palabra, siendo necesaria ante todo en Domingos y días festivos: “La homilía es también una parte de la misma, de gran importancia. Es una parte necesaria de la Misa de los Domingos y festivos. En los demás días de la semana ha de intentarse que haya una homilía”. Por medio de la homilía, el sacerdote hace una explicación del Evangelio que ha leído, para así fortalecer la fe de los creyentes –la homilía debe referirse al Evangelio y no puede, de ninguna manera, poseer contenido político-: “A través de esta homilía, el sacerdote explica a los fieles el texto sagrado, como enseñanza de la Iglesia para el fortalecimiento de la fe en los allí presentes”.
         Por último, afirma el Manual que la Virgen es nuestro modelo y ejemplo de cómo participar en la liturgia de la Palabra[3]: “Al participar en la celebración de la Palabra, Nuestra Señora es nuestro modelo porque “es la Virgen atenta que recibe la Palabra de Dios con fe, que en su caso fue la puerta que le abrió el sendero hacia su maternidad divina”. Esto quiere decir que, de la misma manera a como la escucha de la Palabra fue para la Virgen el camino hacia la Encarnación del Verbo en su seno virginal, así la escucha de la Palabra, por parte nuestra, con un espíritu atento y participando de la escucha de la Virgen, hará que en nuestros corazones se engendre Cristo, Palabra del Padre eternamente pronunciada.


[1] Cfr. Manual del Legionario, VIII, 2.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

sábado, 24 de agosto de 2019

El Legionario y la Eucaristía 2



La Misa (2)
         ¿Qué es la Misa? ¿Por qué tiene tanta importancia para la Iglesia y por supuesto para el legionario? Afirma el Manual del Legionario que “La Misa no es una mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente entre nosotros aquella acción suprema, que tuvo como recompensa nuestra redención”[1]. ¿Y cuál es la “acción suprema” que nos valió la redención? El Santo Sacrificio de la Cruz. Es decir, en la Misa está el Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único sacrificio del Calvario, del Viernes Santo. Pudiera suceder que alguien piense que el sacrificio del Calvario tiene más valor que la Misa, pero no es así, dice el Manual: “La Cruz no valió más que vale la Misa, porque ambas son un mismo sacrificio: por la mano del Todopoderoso, desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos, el sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio”[2]. Prestemos atención a estas palabras: “Por la mano del Todopoderoso desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos”, es decir, entre la Cruz del Viernes Santo y la Santa Misa: esto quiere decir que, de modo misterioso, hacemos un “viaje en el tiempo y en el espacio”, de manera que al asistir a Misa es como si fuéramos a Tierra Santa, al Monte Calvario, o que el Monte Calvario viniera a nuestro hoy, a nuestro aquí y ahora en el que celebramos la Misa. Por eso, asistir a Misa con un estado de ánimo distinto al que tenían la Virgen y San Juan en el Calvario, es no comprender de qué se trata la Misa. Otro aspecto que debemos considerar es cuando se dice que “el sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio”. Esto quiere decir que el Viernes Santo, el Sacerdote y la Víctima eran uno solo, Cristo Jesús, Sumo Sacerdote y al mismo tiempo Cordero del sacrificio, que se ofrecía a sí mismo de modo cruento, con efusión de sangre. En la Misa, aunque veamos al sacerdote ministerial, el Sacerdote Sumo y Eterno sigue siendo Cristo, sin el cual el sacerdote ministerial es nada; el sacerdote ministerial no obra nada por sí mismo, sino que es Cristo quien obra el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, por el poder de su Espíritu. Por eso se dice que el Sacerdote y la Víctima son uno mismo, en el Calvario y en la Misa, Cristo Jesús. La otra diferencia es el modo de ser ofrecido: cruento, con efusión de sangre en la Cruz; incruento, sin efusión de sangre visible, en la Santa Misa.
         El legionario, por lo tanto, no debe asistir a Misa de cualquier modo; no sólo no debe asistir con ánimo distraído y desganado, sino que debe asistir con el mismo ánimo y estado espiritual con el cual la Santísima Virgen y el Evangelista Juan se encontraban al pie de la Cruz el Viernes Santo, en el Monte Calvario.  



[1] Cfr. Manual del Legionario, El legionario y la Eucaristía, cap. VIII, 1, 47.
[2] Cfr. ibidem, 47.

lunes, 13 de mayo de 2019

Nuestra Señora de Fátima: existencia del Infierno, peligro del comunismo, rezo del Rosario y adoración eucarística


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          Si quisiéramos resumir en breves palabras el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, podríamos decir que se limita a cuatro grandes tópicos: la existencia del Infierno, pues lleva a los Pastorcitos allí; la advertencia del peligro del Comunismo, porque dice que si Rusia no se consagra a su Inmaculado Corazón “esparcirá sus errores por el mundo”, y finalmente, como dando el remedio a estos grandes males, el rezo del Rosario y la adoración eucarística, tal como sucede con las apariciones del ángel de Portugal.
          La existencia del Infierno: en una de las apariciones, la Virgen llevó a los Pastorcitos al Infierno; es decir, no es que la Virgen les contó para asustarlos, que había un Infierno y que allí iban los que se portaban mal: la Virgen los llevó a ellos, de manera personal, y no es que tuvieron una experiencia mística del Infierno, sino que los llevó allí en persona, siendo ellos niños de muy corta edad. Allí los niños pudieron constatar que el Infierno no sólo existe, sino que está ocupado y que caen numerosas almas en él, todos los días, a causa de morir en pecado mortal. Otra revelación relacionada con el Infierno es precisamente la causa por la cual caen las almas: según la Virgen, la mayoría de las almas se condenan por los pecados de la carne. De esta manera, estamos advertidos contra la ideología de género, el feminismo y toda clase de movimiento de liberación sexual, pues si para el hombre puede ser bueno y hasta un derecho el libertinaje sexual, para Dios es un pecado tan grave que merece el Infierno.
          El peligro del Comunismo: el Comunismo, una secta satánica disfrazada de ideología política, ha producido, desde que comenzó, más de ciento veinte millones de muertos a lo largo de todo el mundo. Es una secta diabólica, sedienta de sangre humana, que rinde culto al Estado y al hombre y, en última instancia, a Satanás. No en vano la Virgen advirtió que, si Rusia no se consagraba a su Inmaculado Corazón, “Rusia esparciría sus errores por el mundo”. Rusia no se consagró al Inmaculado Corazón, y sus errores, esparcidos por el mundo -todos los regímenes comunistas- produjeron ciento veinte millones de muertos y sufrimientos inenarrables a la humanidad. Y Rusia, al día de hoy, sigue esparciendo la peste mortífera del Comunismo.
          El rezo del Santo Rosario: uno de los frutos espirituales más grandes de las apariciones de Fátima es el pedido de la Virgen de rezar el Rosario, la oración que más agrada a la Virgen, pues con el Rosario se repasa la vida de Jesús, además de participar en cierto modo de ella y, como si fuera poco, la Virgen actúa, intercediendo y concediendo gracias al alma que reza el Rosario. La Virgen le dijo a los Pastorcitos que la paz vendría al mundo si el mundo rezaba el Rosario: el mundo no lo rezó y así vino la Segunda Guerra  Mundial y, si las cosas siguen así, pronto entraremos en la Tercera Guerra Mundial.
          La Adoración Eucarística: antes de las apariciones de la Virgen, tuvieron lugar las apariciones del Ángel de Portugal, apariciones que tuvieron un fuerte contenido eucarístico, pues el Ángel se les apareció con la Eucaristía y el Cáliz, y además se postró haciendo adoración delante de la Eucaristía, enseñándoles a los niños que Jesús era Dios y estaba en la Eucaristía, además de enseñarles cómo adorar la Eucaristía, junto con unas oraciones.
La Adoración Eucarística, junto con la Santa Misa y el rezo del Santo Rosario, forman parte de la fuerte espiritualidad de las apariciones marianas de Fátima. A esto, se le suma la advertencia acerca de lo que significa el Comunismo, Ateo y Satánico por excelencia. Al recordar a la Virgen en un aniversario más de sus apariciones en Fátima, hagamos el propósito de rezar el Santo Rosario todos los días, de asistir a la Santa Misa también todos los días, de hacer Adoración Eucarística y de oponernos a la religión de Satanás, el Comunismo Ateo.

sábado, 24 de marzo de 2018

Santa Misa en reparación por destrucción sacrílega de imagen de Nuestra Señora de Luján




(Nota: el sacrílego acto, la incineración de una imagen de Nuestra Señora de Luján, sucedió a comienzos del mes de marzo en la localidad de Escaba, provincia de Tucumán, Argentina).


         Cuando se produce un hecho sacrílego, como es el atentar contra la imagen de la Madre de Dios –en este caso, la Virgen de Luján-, es necesario hacer una serie de consideraciones y reflexiones, a fin de reparar el horrible hecho.
         Ante todo, conviene recordar la Escritura en el pasaje que dice: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef, 6, 13). La Escritura nos advierte, desde el inicio, que nuestros verdaderos enemigos contra los cuales debemos luchar, no son nuestros prójimos, seres humanos de carne y hueso, sino contra los ángeles caídos, los ángeles rebeldes y apóstatas que buscan, de todas las formas posibles, nuestra condenación. Esto es necesario tenerlo en cuenta porque nuestra actitud de cristianos para con aquellos hermanos nuestros que hayan cometido el acto sacrílego, debe estar guiada por el mandato de Cristo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por quienes os persiguen” (Mt 5, 44). No significa que debemos condescender con su pecado de sacrilegio y hacer como si nada hubiera pasado: lejos de eso, y valorando la gravedad inmensa del daño realizado y por lo tanto del estado de su alma, debemos rechazar todo sentimiento de venganza e implorar la misericordia divina pidiendo por su conversión y contrición perfecta. Nuestro prójimo, a su vez, arreglará sus cuentas con Dios, porque “de Dios nadie se burla” (Gál 6, 7) y nada se escapa a su Justicia Divina. Precisamente, para que esa Justicia Divina sea benigna y para que sobre nuestro prójimo se descargue la Divina Misericordia y no la Justicia Divina, es que debemos rezar e implorar su perdón y su conversión.
         Por otro lado, debemos tener en cuenta la gravedad del acto en sí mismo y saber que, si bien no estamos al tanto de las intenciones últimas de quien realizó un acto de esta gravedad, lo que sí podemos afirmar es que un atentado contra Jesucristo, la Virgen, los Santos, la Iglesia Católica, implica siempre algo más que un delito que deba ser resuelto por la justicia humana: implica la acción del odio preternatural del Ángel caído que, aprovechándose de nuestra humana debilidad, incita a nuestros hermanos que andan “en tinieblas y en sombras de muerte” a cometer estos actos vandálicos. No sabemos si quien perpetró el hecho lo hizo movido por el deseo de un pacto satánico, porque bien puede suceder que sea totalmente inconsciente y ajeno a esto. Pero lo que sí sabemos es que siempre, detrás de este tipo de acciones, está la instigación demoníaca, es decir, detrás de estos hechos, si bien el ejecutor material es el hombre, el ejecutor formal y el autor intelectual es, siempre y en todo caso, el demonio. Que sea una acción concertada por una secta satánica; que sea parte de un pacto satánico aislado de la persona, no lo sabemos, pero siempre está el Demonio, la Serpiente Antigua, detrás del ataque a las imágenes religiosas, sobre todo, las de la Virgen.
         Otro hecho a considerar es que, cuando sucede algo así, el cristiano tiene un deber de justicia y de caridad que lo obliga a reparar la ofensa sufrida por la Virgen, como en este caso, según la sentencia de Santo Tomás de Aquino: “Callar las injurias contra la propia persona es virtud; callar las injurias contra Dios, es suma impiedad”.
         En esta Santa Misa de reparación, pediremos por lo tanto la gracia de la contrición perfecta del corazón para quien perpetró este horrible sacrilegio, además de reparar y pedir perdón, no solo por este hecho, sino también por nuestras propias faltas, cometidas casi siempre de manera inconsciente –“el justo peca siete veces al día” dice la Escritura[1]- o no, pero que también necesitan reparación.
         En esta Santa Misa ofrecida en reparación, unámonos, en espíritu y en verdad, al Cordero de Dios, Cristo Jesús, que desciende sobre el altar con su cruz en la consagración para entregar su Cuerpo en la Eucaristía y derramar su Sangre en el Cáliz y hagámoslo con el mismo amor con el que la Virgen Santísima, al pie de la cruz, ofreció a su Hijo y se ofreció a sí misma por nuestra salvación y la de todo el mundo.


[1] Proverbios 24, 16.

sábado, 5 de septiembre de 2015

La participación del Legionario en la Santa Misa


         El legionario debe participar de la Santa Misa en unión con María[1], y con la misma disposición que María, uniéndose en espíritu y en corazón al ofrecimiento que María hace de sí misma y al ofrecimiento que Ella hace de su Hijo Jesús al Padre, por la salvación del mundo. Así, el legionario debe participar de la Santa Misa como un lugar privilegiado para su condición de verdadero hijo de María, pues la Misa es el renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, y fue en la Cruz en donde María, por pedido de Jesús, nos adoptó como hijos de su Inmaculado Corazón. Fue al pie de la Cruz que nos convertimos, de hijos de las tinieblas, a hijos de la luz, hijos de Dios adoptivos, y fue allí en donde María nos adoptó como hijos suyos muy amados, por eso la Misa, renovación del Sacrificio de la Cruz, es el lugar de privilegio para el legionario, para experimentar la maternidad amorosa de la Madre de Dios.
         Dice así el Manual del Legionario: “Juntamente con María, estuvieron sobre el Calvario los representantes de cierta legión –el centurión y su cohorte- desempeñando un papel lamentable en el ofrecimiento de la Víctima, aunque ciertamente no sabían que estaban crucificando al Señor de la Gloria (1 Cor 2, 8).
Aquí nos vemos representados nosotros, legionarios, antes de pertenecer a María, como hijos de la luz; éramos hijos de las tinieblas y por eso crucificamos, con nuestros pecados, al Hijo de Dios (y lo continuamos haciendo, misteriosamente, cada vez que pecamos).
Sin embargo, al pie de la cruz, se da la conversión de los legionarios y su adopción por parte de María, como hijos de su Inmaculado Corazón: “Pero, aun así, sobre ellos descendió la gracia a raudales. Dice San Bernardo: “¡Contemplad y ved qué penetrante es la mirada de la fe! ¡Qué ojos de lince tiene! Reparadlo bien: con la fe supo el centurión ver la Vida en la muerte y, en su último aliento al Espíritu soberano!”. Contemplando a su Víctima sin vida ni figura, le proclamaron los legionarios romanos verdadero Hijo de Dios (Mt 27, 54).
Entonces, San Bernardo y el Manual del Legionario, nos animan a que, con los ojos de la fe, veamos a Jesús, Víctima Inocente por nuestros pecados, en la Santa Misa, y  consideremos la inmensidad del Amor que Jesús tuvo por nosotros, porque mientras que al soldado que le traspasó el Corazón, cayó sobre su rostro la Sangre y el Agua del Sagrado Corazón, convirtiendo su corazón y despertándolo a la fe, porque lo proclamó Hijo de Dios, en cambio nosotros recibimos muchísimo más, porque no nos caen su Sangre y Agua sobre el rostro, como al soldado romano, sino que comulgamos su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y su Sangre así se derrama en nuestras almas, colmándonos de su gracia y de su Espíritu Santo. Por eso, en la Santa Misa,  si el soldado romano que le traspasó el Corazón lo reconoció como Hijo de Dios, también nosotros, al contemplar la Hostia consagrada cuando el sacerdote ministerial la eleve, debemos decir, desde lo más profundo del corazón: “Jesús en la Eucaristía es el Hijo de Dios” y recibirlo en la comunión con un profundo acto de amor, de acción de gracias y de adoración.



[1] Cfr. Manual del Legionario, 3.

sábado, 1 de agosto de 2015

La liturgia de la Eucaristía en unión con María


         En el Capítulo VIII del libro del legionario –Legio Mariae-, titulado “El legionario y la Eucaristía”, se habla de la Misa como lo que es, la renovación incruenta del Sacrificio de la cruz. El libro remarca que en la Misa “no se recuerda meramente en forma simbólica el Sacrificio de la cruz”; por el contrario, mediante la Misa, el Sacrificio del Calvario queda trasladado al presente inmediato. Y quedan abolidos el tiempo y el espacio. El mismo Jesús que murió en la cruz está aquí (en la Santa Misa)”[1]. Quedan abolidos el tiempo y el espacio, y el mismo Jesús –que es Dios- que murió en la cruz, se hace Presente en la Misa, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y si se hace presente Jesús, se hace Presente la Virgen, porque donde está el Hijo, ahí está la Madre. Dice así San Juan Pablo II: “Es necesario que en el sacrificio del altar esté Aquella que estuvo en el sacrificio del Calvario”.
         En el mismo sentido, el Manual del Legionario afirma que la Virgen María está presente en la Santa Misa, así como estuvo presente en el Calvario: “De la unión de sufrimientos y complacencia entre María y Cristo, Ella se convirtió en la principal restauradora del mundo perdido y dispensadora de todas las gracias que Dios obtuvo por su muerte y con su sangre. (La Virgen) permaneció al pie de la cruz en el Calvario, representando a toda la humanidad, y en cada misa la ofrenda del Salvador se cumple bajo las mismas condiciones. María permanece en el altar en la misma forma en que permaneció junto a la cruz. Está allí, como lo estuvo siempre, cooperando con Jesús como la Mujer anunciada desde el principio, aplastando la cabeza de la serpiente. Por lo tanto, en cada misa oída con verdadera devoción, la atención amorosa a la Virgen ha de formar parte de la misma”[2].
         ¿En qué consiste esta “atención amorosa” de la que habla el Manual del Legionario? Consiste en la unión en el amor y en el espíritu, y en la intención, del legionario con la Virgen; es decir, el legionario debe asistir a la Santa Misa con el espíritu de entrega y sacrificio total, por la salvación del mundo, con el que la Virgen estuvo al pie de la cruz y está al pie del altar eucarístico. El legionario, entonces, debe participar de la Misa en unión espiritual con la Santísima Virgen, haciendo lo mismo que hace la Virgen: así como la Virgen ofreció su Hijo en la cruz al eterno Padre, en expiación de nuestros pecados, ofreciéndose Ella misma en inmolación junto a su Hijo –por eso la Virgen es Corredentora-, así también el legionario debe ofrecer al Padre a Jesús en la Eucaristía, como Víctima Propiciatoria por nuestros pecados, pero también debe ofrecerse él mismo, a través de la Virgen, como víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, tal como lo hace la Virgen. La asistencia a Misa, para el legionario, por lo tanto, no se reduce a una simple asistencia pasiva, sino que es intensamente espiritual, desde el momento en que ofrece, junto a María, a Jesús Eucaristía, al Padre, y en la Virgen, se ofrece a sí mismo como víctima unida a la Víctima Inocente, Cristo Jesús. Así, el legionario se vuelve corredentor, uniendo su vida al Redentor del mundo y a la Virgen, Corredentora.



[1] Cfr. Karl Adam, El Espíritu del Catolicismo, en Legio Mariae. Manual Oficial de la Legión de María, 48.
[2] Cfr. ibidem.

viernes, 1 de mayo de 2015

El Legionario y la Misa


         ¿Cuál es el primer fin de la Legión de María?
El primer fin de la Legión de María es la santificación personal de sus miembros[1], porque esta santificación es, a su vez, el medio fundamental para actuar, ya que sólo en la medida en que el legionario posea santidad, podrá servir de instrumento para comunicarla a los demás. Por eso el legionario debe, mediante María, llenarse del Espíritu Santo y ser tomado por el Espíritu Santo como instrumento de santificación, que es el modo como será renovada la faz de la tierra[2].
         Ahora bien, la santificación, para el legionario, fluye, sin excepción, de un solo lugar, y ese lugar es el Santo Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario, ya que Jesucristo es la Gracia Increada y la Fuente inagotable de toda gracia creada. Ahora bien, este hecho plantea un interrogante: si el sacrificio de Jesús sobre el Calvario es la única fuente de santificación para el legionario, ¿cómo acceder a esta fuente inagotable de gracias, puesto que este sacrificio ya sucedió hace más de dos mil años, en Palestina? ¿No resulta, por este mismo hecho, una empresa imposible la santificación?  De ninguna manera, porque el Amor de Dios hace posible lo que es imposible para el hombre, y así que es el poder del Espíritu Santo el que permite que, aunque el Santo Sacrificio del Calvario haya sucedido en el tiempo y en la historia hace dos mil años, se haga presente, en su realidad ontológica y no en el mero recuerdo o símbolo, sobre el altar eucarístico y bajo el velo de las especies sacramentales. El Santo Sacrificio de la Cruz se hace presente en el altar eucarístico -permitiendo así al legionario acceder a su Fuente de santificación-, puesto que la Misa es la renovación incruenta del mismo y único Santo Sacrificio del Calvario. Esto es posible porque si bien Jesucristo, el Hombre-Dios, se ofreció en sacrificio en cruz hace dos mil años en el Calvario, ese sacrificio en cruz se perpetúa, misteriosamente, en el mundo, en el tiempo y en el espacio, por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa[3]. La Santa Misa no es una mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente, en medio de nosotros, por el misterio de la liturgia eucarística y por el poder el Espíritu Santo, el mismo Sacrificio en Cruz, sacrificio por medio del cual el Cordero de Dios, Jesucristo, nos redimió al precio de su Sangre Preciosísima. Tanto la Cruz como la Misa son un mismo y único sacrificio, realizados por el mismo y único Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo; por el misterio de la liturgia de la Misa, se fusionan, por así decirlo, la Misa ofrecida en un momento determinado del tiempo, y el sacrificio del Calvario realizado hace dos mil años, desapareciendo así la distancia de tiempo y espacio entre el sacrificio de la Misa y el sacrificio del Calvario[4]; en ambos sacrificios, el sacerdote y la víctima son el único y el mismo, Jesucristo; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio: en la Cruz, de modo incruento; en la Misa, de modo incruento y sacramental.
La Misa contiene todo cuanto Cristo ofreció a su Padre en el Calvario, y todos los frutos de santidad y todas las gracias infinitas que consiguió para los hombres en la Cruz, y esto se debe a que la Misa y el Calvario son un mismo y único sacrificio. Por esto mismo, quienes asisten a Misa, deben asistir con la intención y el ánimo de ofrecerse a sí mismos como víctimas en la Víctima Inocente; es decir, quien asiste a Misa –y mucho más, el legionario-, no debe asistir de modo “pasivo”, sino “activo”, pero la actividad no consiste en movimientos exteriores, sino más bien en la oblación espiritual interior, por medio de la cual se ofrece todo el ser a los pies de Jesús crucificado, que se hace presente en el altar eucarístico, a través de las manos de la Virgen, que se encuentra de pie, al lado de la cruz, y presente en persona en la Santa Misa, así como estuvo de pie, al lado de la cruz, y presente en persona, en el Santo Sacrificio de la Cruz, hace dos mil años, en Palestina.
El legionario que desee, por lo tanto, santificarse, y santificar a los demás –en esto, por otra parte, consiste el fin de la Legión de María-, debe acudir a la Santa Misa, teniendo en la mente y en el corazón qué cosa es la Santa Misa y con qué clase de intención y de ánimo oblativo debe asistir. Y es por este mismo motivo que la Legión exhorta a los legionarios a que concurran, de ser posible, a la Misa diaria y que comulguen, de ser posible, todos los días[5].




[1] Cfr. Manual Oficial de la Legión de María, 47.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

miércoles, 16 de julio de 2014

Cuál es el precio del Escapulario de Nuestra Señora del Carmen


         El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen es un sacramental, entregado por la Madre de Dios en persona a la Iglesia, a través de San Simón Stock. El Escapulario constituye un regalo celestial de valor inestimable, y puede decirse que no hay nada en este mundo que tenga más valor que el Escapulario de la Virgen del Carmen. Quien recibe la gracia de desear usar el Escapulario, debe considerarse el más afortunado de los hombres, debido a la inmensidad del tesoro de gracia que el uso del Escapulario concede a quien lo lleva con fe, con piedad y con amor a Dios Uno y Trino.
Al entregárselo en una aparición, la Virgen le hizo la promesa a San Simón Stock, de que todo aquel que muriera con el escapulario puesto, no sufriría la condenación eterna en el Infierno, y si debiera sufrir el Purgatorio, sería la Virgen en persona quien iría a buscarlo el sábado siguiente al día de su muerte, para llevarlo al Cielo, y todo esto, gracias a la Sangre derramada en la cruz por su Hijo Jesús. El Escapulario de la Virgen del Carmen, por lo tanto, lejos de ser una costumbre piadosa pasada de moda, constituye, de parte del cielo, un regalo de inestimable valor para el alma que quiere salvarse, porque por su intermedio, el alma se predispone para recibir, en el momento de la muerte, la gracia necesaria para su eterna salvación; es decir, al usar el Escapulario de la Virgen del Carmen, el alma se predispone para recibir los frutos de gracia obtenidos por el sacrificio redentor del Hombre-Dios en la cruz. Por el Escapulario, el alma recibe, a siglos de distancia, la salvación eterna obtenida al altísimo precio de la Sangre de Jesucristo derramada en el Calvario, Sangre que la limpia de sus pecados, la protege del Enemigo de las almas, el Príncipe de las tinieblas, y le impide su caída en el Abismo eterno, pero esto, siempre y cuando el alma se comprometa a vivir en gracia y a rechazar aquello que la aparta de Dios, el pecado, es decir, el mal, en todas sus formas y grados, lo cual implica la disposición interior a perder la vida terrena antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, lo cual, por otra parte, es lo que pide el penitente en la confesión sacramental: “…antes querría haber muerto, que haberos ofendido”.

Solo en este caso, el Escapulario de la Virgen del Carmen alcanza su eficacia, porque solo así el alma demuestra que está dispuesta a responder con amor aquello que el cielo le regala con Amor, al precio de la Sangre del Cordero, y esto es la gracia que la predispone a la salvación, por medio del Escapulario de la Virgen del Carmen. Solo quien está dispuesto a perder la vida terrena, literalmente hablando, antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, está en condiciones de usar el Escapulario de la Virgen del Carmen, porque ése es el que ha comprendido cuánto le ha costado al Hombre-Dios el regalo del Escapulario: le ha costado nada menos que su propia vida y su propia Sangre, derramada hasta la última gota en la cruz, derramada hasta la última gota en la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, la Santa Misa, y recogida en el cáliz del altar eucarístico.

lunes, 24 de marzo de 2014

Anunciación del Señor


         El anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen María significa el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Sobre el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte brilló una gran luz” (9, 2). El pueblo al que se refiere Isaías, es toda la humanidad, y las “sombras y tinieblas de muerte” en las que habita la humanidad, son las sombras del pecado y de la muerte, pero también son las sombras vivientes, los demonios, los ángeles caídos, porque ese es el estado de la humanidad luego de ser expulsados Adán y Eva del Paraíso.
         En el momento en el que el Ángel anuncia a María Santísima la Encarnación del Verbo de Dios, toda la humanidad se encontraba sumida en “sombras de muerte”, sin posibilidad alguna de escapar de ese destino de tinieblas. Es por esto que la Anunciación y la Encarnación del Verbo de Dios representan, para toda la humanidad, el inicio de una Nueva Era, pero no solo porque habrían de ser derrotadas para siempre las tinieblas del pecado, de la muerte y del infierno, sino porque el Verbo de Dios, asumiendo hipostáticamente, es decir, en su Persona Divina, a la naturaleza humana, le habría de comunicar a la humanidad, por medio de la gracia santificante, su divinidad, dotando a la humanidad de su propia divinidad, haciéndole alcanzar un estado superior al del Paraíso, elevando a la raza humana a un grado infinitamente más alto que el que tenían los primeros padres, Adán y Eva. Es decir, con la Encarnación del Verbo, Dios obtenía para la humanidad, no solo el triunfo absoluto y rotundo sobre las tinieblas y sombras de muerte en las que yacía hasta ese entonces, sino que la elevaba hasta las alturas insospechadas del desposorio místico con la divinidad. En la Encarnación, entonces, no solo se produce la derrota de las tinieblas, sino la unión mística y esponsalicia de la divinidad con la humanidad, al unirse el Verbo de Dios con la naturaleza humana de Jesús de Nazareth en el seno virginal de María Santísima, y esto en medio de resplandores sagrados, en cuya comparación el astro sol no es más que un pálido rayo de luz.

         Pero el misterio de la Encarnación del Verbo no se limita a la derrota de las tinieblas y sombras de muerte y al desposorio místico de la humanidad con la divinidad, porque su Encarnación se continúa y se prolonga en la Santa Misa, en la Eucaristía, porque el Verbo que se encarnó en María prolonga su Encarnación en la Eucaristía para encarnarse en cada alma, en cada corazón que lo reciba con fe y con amor.

domingo, 10 de febrero de 2013

“Yo soy la Inmaculada Concepción”



         En las apariciones de Lourdes, el mensaje central que deja la Virgen María es la revelación de su condición de “Inmaculada Concepción”, según las palabras de la misma Virgen a Bernardita: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
         Con esta aparición, nos revela que es la creatura más excelsa del universo, cuya santidad excede en gracia a todos los ángeles y santos juntos, más que el cielo excede la tierra; nos revela que es la Madre de Dios, porque sólo una Mujer, llamada a ser Madre de Dios Hijo, podía ser creada en gracia, como Inmaculada Concepción y Llena del Espíritu Santo; nos muestra la Virgen en Lourdes que es Inmaculada desde su concepción, en su alma y en su cuerpo, y que su pureza encanta y enamora al mismo Dios; la Inmaculada nos enseña que Ella fue así creada, Purísima, Santísima, Inmaculada, porque debía recibir en su seno virginal a Dios Hijo, cuyo Ser trinitario es Purísimo, Santísimo, Inmaculado, y como tal, no podía ser albergado y alojado en otro seno maternal que no fuese el suyo, ya que sólo así, Dios Hijo no encontraría diferencia entre el seno celestial del Padre en los cielos eternos, al cual dejaba, y el seno virginal de María, en la tierra y en el tiempo, al cual entraba.
         La Inmaculada Concepción nos enseña que Ella es Purísima en su cuerpo pero también en su alma y como tal, jamás albergó ni la más pequeñísima pasión corporal, ni la más pequeñísima sombra no de malicia, sino de imperfección en su alma, siendo así la Única creatura digna, en todo el universo visible e invisible, de poder recibir al Verbo de Dios.
         Hay otro mensaje que nos transmite la Inmaculada Concepción, esta vez sin palabras, y es el rezo del Santo Rosario, y es por este motivo que la Virgen se aparece a Bernardita con un Rosario en sus manos, y la acompaña en su oración en algunas partes del mismo.
         Pero la Virgen no quiere que nos quedemos simplemente escuchando y mirando: la Virgen quiere que la imitemos, que seamos como Ella, porque para eso ha venido del cielo. La Virgen no quiere que nos quedemos en el mero conocimiento de las verdades eternas, sino que quiere que las encarnemos y que las hagamos vida, que seamos espejos vivientes de Ella misma. Como Madre celestial, la Virgen quiere que sus hijos nos parezcamos a Ella, no que simplemente la veamos y la escuchemos.
         Por este motivo, se nos plantea la pregunta de si no se trata de una pretensión desmesurada, de un propósito inalcanzable: ¿cómo puedo yo, pecador, nacido con el pecado original, imitar a María Santísima, que precisamente es la más santa de todas las creaturas porque nació sin pecado original?
         ¿Cómo puedo imitarla a Ella, la Llena de Gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, yo, que soy un pecador?
         ¿Cómo puedo imitarla en la oración, si Ella es la Omnipotencia Suplicante, y yo en cambio no puedo rezar ni un Padrenuestro sin distraerme?
         ¿No suena a despropósito siquiera pensar en que puedo imitar a la Virgen María?
         No es un despropósito, ya que su imitación es posible y puedo hacerlo gracias a los sacramentos, principalmente la Confesión sacramental y la Eucaristía, además del rezo del Santo Rosario.
         Por la confesión sacramental, el alma no solo recibe el perdón de los pecados, sino que queda limpia y brillante por la gracia, queda en estado de gracia, y como el alma en estado de gracia es “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19), viene a hacer morada en ella el Amor de Dios, el Espíritu Santo. De esta manera, por la confesión sacramental y por la gracia santificante que esta proporciona, el alma se vuelve una imagen en la tierra de la Virgen María: inmaculada y llena de gracia, inhabitada por el Espíritu Santo.
         Por la comunión sacramental, el cristiano imita a María en la Encarnación: por la fe en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, recibe en su mente y en su corazón a la Palabra de Dios proclamada, concibiéndola en su alma; por la comunión sacramental, recibe a la Palabra de Dios encarnada en su cuerpo, en su boca, siendo unida por el Espíritu al Cuerpo de Cristo “en un mismo Espíritu”.
         De esta manera, por la comunión, el alma imita a la Virgen en la Encarnación, recibiendo como la Virgen, doblemente, en la mente y en el corazón primero, y en el cuerpo después, a la Palabra de Dios encarnada, Jesús Eucaristía.
         Por último, por el rezo del Santo Rosario, es posible imitar a la Virgen en su condición de Omnipotencia Suplicante, porque la misma Virgen así lo prometió al Beato Alano de la Roche: “No hay gracia que no se consiga a través del rezo del Santo Rosario”. Por el Rosario, accedemos directamente al Corazón Inmaculado de María, y junto con las rosas espirituales, que son las Avemaría, ingresan en el Corazón de la Virgen nuestras peticiones, y es esto lo que explica que no haya ninguna petición que no sea escuchada y que deje de ser atendida por la Virgen en Persona.
         ¡Cuántos males del mundo, de los países, de las familias, se evitarían, si todos rezaran el Rosario!
         La tierra sería un anticipo del cielo porque la Virgen misma, atraída por los Avemaría surgidos de los corazones de sus hijos, descendería del cielo y con Ella descendería toda la corte celestial, los ángeles y los santos y, lo más importante, descendería también el Rey de cielos y tierra, Jesucristo. Sólo la Omnipotencia Suplicante puede lograr esto, y eso es lo que hace la Virgen cuando se reza el Santo Rosario.
         La Inmaculada Concepción se nos aparece en Lourdes, entonces, no para que simplemente sepamos que apareció, ni tampoco para que asistamos a un oficio religioso, la Santa Misa, en su día, y después sigamos como nada: la Virgen se nos aparece en Lourdes para que empeñemos nuestra vida en imitarla, porque en su imitación como Inmaculada Concepción y como Omnipotencia Suplicante, está en juego nuestra salvación y la de muchas almas. Este es entonces el mensaje de Nuestra Señora de Lourdes: confesión, Eucaristía, rezo del Santo Rosario.
        
         

sábado, 7 de mayo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Lamentación de la cruz"

El icono nos muestra
a la Virgen María
que se duele por la muerte
de su Hijo en la cruz.
En la Santa Misa
se renueva,
sacramentalmente,
el sacrificio
representado en el icono.

Éste es uno de los íconos más raros de la Madre de Dios Theotokos. Se desconoce su origen. Está compuesto por dos partes, una superior, y otra inferior. En la parte superior, se encuentra la Madre de Dios con sus brazos cruzados sobre Su pecho y con Su cabeza inclinada hacia el hombro izquierdo, en dirección a la cruz. Delante de sus ojos, se encuentra el Calvario, con una gran cruz en su vértice, y con la ciudad de Jerusalén hacia atrás. Desde el extremo superior de la cruz, se extiende una espada que apunta al Corazón de la Madre de Dios. Densas nubes negras ocupan el lugar del cielo.

Hacia abajo, hacia el pie de la cruz, está la tumba de Adán con su cráneo, simbolizando la tumba del primer hombre a los pies de la cruz y el sacrificio del Calvario como expiación del pecado original. Al costado y delante de la Virgen María, en el sector más pequeño del ícono, se encuentran los instrumentos de la Pasión, como signos del sacrificio de Cristo, realizado para redimir los pecados de la humanidad.

Podemos rezar con cada uno de los elementos del ícono.

La Virgen María se encuentra al lado de la cruz, porque Ella acompañó, misericordiosamente, a su Hijo Jesús, mientras Él agonizaba. La presencia de la Virgen al pie de la cruz indica, además de su misericordia, que Ella es Corredentora, junto a su Hijo Jesús: así como el dolor y el sacrificio de su Hijo redimieron a la humanidad, así también el dolor y el sacrificio de la Madre -ver agonizar y morir a su Hijo-, unidos al sacrificio de su Hijo, redimen a la Humanidad.

La espada, que desde la cruz se dirige al Corazón de la Madre, significa que la profecía de Simeón –“una espada de dolor te atravesará el corazón” (cfr. Lc 22, 33-35)-, se cumple en el Calvario, además de significar que la redención de la humanidad se realizó por medio del dolor de Jesús y de su Madre. La espada surge de la cruz porque el dolor del corazón de la Virgen, fuerte como si una espada atravesara el corazón, se debe a la muerte en la cruz del Hijo de su seno virginal, Jesús.

Sobre el extremo superior del ícono se ven, en el espacio que corresponde al cielo, unas densas nubes negras, representando a la oscuridad que se abatió sobre toda la tierra el Viernes Santo, en el momento de la muerte de Jesús: “Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” (cfr. Lc 23, 44). A su vez, las tinieblas de las tres de la tarde, son un símbolo de las tinieblas espirituales en que se encontraban los hombres a causa del pecado original, tinieblas que condujeron a los hombres a crucificar al Hombre-Dios.

La ciudad de Jerusalén aparece hacia atrás para recordar que Aquel que fue crucificado como ladrón, es en realidad el Rey de Jerusalén. La ciudad aparece como expulsando a su propio Rey, mandándolo a morir fuera de sus muros.

Otro detalle del icono con el cual se puede rezar es el cráneo de Adán, que aparece al pie de la cruz de Jesús. Según la Tradición, Adán fue sepultado en el mismo lugar en donde luego fue clavada la cruz de Cristo, de modo que la sangre de Cristo, derramándose desde la cruz, y pasando por los vericuetos de la tierra y de la roca, fue a dar en el cráneo de Adán. Con esto se quiere significar que el pecado original, cometido por Adán y Eva, fue redimido por medio del sacrificio de la cruz.

Los instrumentos de la Pasión nos ayudan a recordar, por un lado, que Jesús, siendo Dios Verdadero, fue también Hombre Verdadero, con un cuerpo humano real, de carne y hueso, unido a la Persona divina del Hijo de Dios; por otro lado, los instrumentos de la Pasión nos recuerdan los inmensos dolores que padeció Jesús en la cruz por nosotros, lo cual nos llevar a meditar en su amor demostrado en el sacrificio de la cruz, ya que un don demuestra más el amor, cuando se ofrece con sacrificio, porque precisamente es costoso. El don de Cristo en la cruz, que es el don de su vida, le cuesta muchísimo, porque es nada más y nada menos que su propia vida, y este don lo ofrenda por medio de un sacrificio libre y voluntario, es decir, movido por el amor, y no por la necesidad o la obligación. Esto nos hace ver que su amor por nosotros es infinito y eterno, como infinita y eterna es su Vida donada en el sacrificio del altar.

Por último, la oración con el ícono “Lamentación de la Cruz”, debe conducirnos a la realidad de la Santa Misa, porque en la Santa Misa se renueva, sacramentalmente, el sacrificio en cruz representado en la imagen.

jueves, 31 de marzo de 2011

Si creemos en la Presencia real de Cristo Redentor en la Eucaristía, debemos creer en la Presencia real de la Virgen Co-redentora en la Santa Misa

María Co-redentora está
al pie del altar de la cruz,
en el Monte Calvario,
y está también
al pie de la cruz del altar,
la Santa Misa

Para la Iglesia Católica, la Santa Misa no es un rito vacío: es la perpetuación, renovación, actualización, incruenta y sacramental, del sacrificio del Calvario. Detrás –o más bien, dentro- de las acciones litúrgicas, se encuentra, oculto bajo el velo sacramental, el mismo sacrificio del Calvario, de modo que asistir a Misa es asistir al sacrificio de Cristo en el Monte Gólgota.

En la Santa Misa, Jesús, el Hombre-Dios, está Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, tal como estuvo Presente en la cruz con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

De este modo, el altar eucarístico se convierte en el Nuevo Monte Calvario, en donde Jesús renueva, en el misterio sacramental, el don de sí mismo en la cruz: así como en el altar de la cruz entregó su Cuerpo y derramó su Sangre, así en la cruz del altar, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz.

Jesús está Presente en la Santa Misa, así como estuvo Presente en el Calvario hace veinte siglos, y como donde está el Hijo está la Madre, así como en el Calvario estuvo la Virgen al pie de la cruz, ofreciendo al Padre a su Hijo por la salvación de los hombres, así está la Virgen, Presente en Persona, al pie de la cruz del altar, al pie de la cruz del sacrificio eucarístico, ofreciendo a su Hijo al Padre por la redención de los hombres.

Es dogma de fe católica que la Santa Misa es la renovación del sacrificio del Calvario, y que Jesús, el Hombre-Dios, está Presente en el Sacrificio Eucarístico, así como estuvo Presente en el sacrificio de la cruz, y es dogma de fe que su sacrificio es un sacrificio redentor. A estos sublimes dogmas revelados por el cielo, le está indisolublemente unida la verdad de la Presencia en Persona de la Virgen María en el altar eucarístico, acompañando a su Hijo, ofreciendo a su Hijo en el sacrificio eucarístico, como Madre Co-redentora, por la salvación de los hombres.

Si creemos en la Presencia real de Cristo Redentor en la Eucaristía, debemos creer en la Presencia real de la Virgen María Co-redentora en la Santa Misa.

lunes, 28 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La cultivadora de la cosecha

Icono de la Madre de Dios
"La cultivadora de la cosecha"

Según la historia de este icono, a través de él se produjeron numerosos milagros, entre los cuales se destacan aquellos por los cuales se evitó que mucha gente muriera de hambre. En él, se representa a la Madre de Dios, que aparece sentada en un trono de nubes, en el cielo, extendiendo sus brazos sobre el campo, en actitud de bendecir. Hacia abajo, aparece un campo de trigo abundante y robusto.

Podemos rezar con este icono teniendo en cuenta qué representa, además de los milagros que hizo, comparándolos con los misterios sobrenaturales de la Madre de Dios, ya que entre el icono y la Virgen hay semejanzas, pero también diferencias.

Por ejemplo, en el icono, la Virgen bendice un campo de trigo, con el cual luego se hará el pan, y por eso es llamada “La cultivadora de la cosecha”, ya que su bendición permite una cosecha abundante, y de hecho, los milagros atribuidos al icono impidieron que mucha gente muriera de hambre; en la realidad, la Virgen es la “Bendita entre todas las mujeres”, porque en su seno virginal crece el Hijo de Dios, quien luego se donará al mundo como Pan de Vida eterna. El Hijo de la Virgen María, al sufrir la Pasión, será como “el grano de trigo que cae en tierra” para dar fruto: morirá en la cruz, y luego resucitará, para dar vida a los hombres por medio del don de su Cuerpo y de su Sangre.

En el icono, la Virgen aparece sentada en un trono, con los brazos extendidos, bendiciendo un campo de trigo, y por esta bendición sobre el campo, el trigo crecerá fuerte y sano, y servirá para hacer el pan de la mesa que saciará el hambre de muchos. En la realidad, la Virgen no bendice un campo de trigo del cual sale el pan, sino que de Ella, que es la Llena de gracia, surge, milagrosamente, como un rayo de sol atraviesa un cristal, su Hijo, el Niño Pre-eterno, el cual se donará a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, para saciar no el hambre corporal, sino el hambre espiritual de Dios de muchos, que así serán salvados.

El trigo del campo que aparece en el icono será luego cosechado para ser triturado y luego horneado al fuego, y se convertirá en pan; Cristo, el fruto bendito y santo de las entrañas virginales de María, será triturado en la Pasión, y luego su Cuerpo será abrasado por el fuego del Espíritu Santo en la resurrección, y como Pan Vivo que da la Vida eterna será entregado en la mesa del banquete celestial, la Santa Misa, para no solo calmar el hambre espiritual, sino para dar la vida eterna a quien lo consuma.

Podemos orar con este icono también a partir de la posición y el rol que la Madre de Dios ejerce en él: la Madre de Dios aparece sobre un abundante campo de trigo, y esto nos recuerda a la Santa Misa, porque si de un campo de trigo se obtiene la materia para hacer el pan que luego se ofrece en la mesa, en la Santa Misa se ofrece un pan hecho de trigo, pero que por el poder de Dios, se convierte en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. El icono nos hace pensar en la misa, porque así como en el icono la Madre de Dios aparece extendiendo los brazos, en actitud orante, sobre el campo de trigo, y como consecuencia, del campo se saca abundante pan que sacia el hambre, así en la Santa Misa el sacerdote extiende sus brazos, en actitud orante, en la consagración, y de la Santa Misa se saca un Pan de Vida eterna que sacia con creces el apetito que de Dios tiene el espíritu humano.