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martes, 6 de octubre de 2020

Razones para rezar el Santo Rosario

 



         ¿Por qué rezar el Santo Rosario? Aquí, algunas razones para rezar el Santo Rosario, no un día, sino todos los días de nuestra vida.

         Porque es una oración creada por la Virgen en persona, ya que fue Ella quien le reveló el Santo Rosario a Santo Domingo de Guzmán, enseñándole a este santo a rezarlo.

         Porque la Virgen lo pide, tanto desde el momento en que se lo reveló a Santo Domingo de Guzmán, como en cada aparición suya, a lo largo y ancho del mundo.

         Porque por el Santo Rosario contemplamos los misterios de la vida de Jesús, desde el Anuncio de la Encarnación, hasta su Muerte y gloriosa Resurrección y Subida al cielo.

         Porque también contemplamos los misterios de la vida de la Virgen, puesto que la vida de la Madre está indisolublemente unida a la vida de su Hijo Jesucristo.

         Porque por el Santo Rosario no solo contemplamos los misterios de la vida de Jesús, sino que, en cierta medida, nos hacemos partícipes, por esta oración, de estos misterios divinos.

         Porque el tiempo que le dedicamos al Santo Rosario, es un tiempo que le dedicamos y damos a nuestra Madre del cielo, la Virgen, para que Ella modele nuestros corazones y los vaya configurando a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

         Porque es la oración que mejor prepara al alma para participar de la Gran Oración, la más grandiosa de todas las oraciones de la Iglesia, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, la Santa Misa.

         Porque rezar el Santo Rosario implica rezar no desde nuestra soledad y nada, sino que es la Virgen en persona quien guía nuestra oración, lo cual significa que el Santo Rosario lo rezamos con María, en María y para María.

         Porque después de la Santa Misa y la Adoración Eucarística, el Santo Rosario es la Escalera que nos lleva en forma directa al cielo.

         Porque por el rezo del Santo Rosario le regalamos, a nuestra Madre del cielo, la Virgen, decenas de rosas espirituales –eso es lo que significa la palabra “Rosario”, corona de rosas- y eso es algo que agrada profundamente a María Santísima.

         Porque por el rezo del Santo Rosario pedimos por lo que necesitamos, tanto en el plano material como en el espiritual; además, por su rezo, la Virgen nos libra del Enemigo de las almas, el Demonio, ya que éste huye cobardemente al ser invocado el Dulce Nombre de María; por último, recibimos abundantes gracias espirituales.

         Porque por el Santo Rosario no sólo agradamos a nuestra Madre del cielo con las Avemarías, sino que honramos a Dios Padre en el rezo del Padrenuestro, glorificamos a la Trinidad con el Gloria y así nos unimos a la glorificación que de la Trinidad y del Cordero hacen constantemente los Ángeles del cielo.

         Porque por el rezo del Santo Rosario nos dirigimos a la Virgen, Mediadora de todas las gracias, que por esta oración nos alcanza las gracias necesarias para nuestra salvación eterna y la de nuestros seres queridos, además de que alcanzamos un refrigerio espiritual para las Benditas Almas del Purgatorio.

         Porque por el Santo Rosario no sólo recibimos las gracias para vivir las Bienaventuranzas del Evangelio, sino que disponemos nuestras almas para superar, con la gracia de Dios, el Juicio Particular y así luego ingresar en el Reino de los cielos.

         Éstas son, entonces, algunas de las razones para rezar el Santo Rosario, todos los días de nuestra vida terrena, hasta el último día de nuestro paso por la tierra.

        

jueves, 21 de agosto de 2014

Memoria de la Santísima Virgen María, Reina


         La Santísima Virgen María, Madre de Dios, es Reina por derecho propio, porque Ella desciende de una familia real; pero también es reina porque su Hijo la corona en el cielo con una corona de luz y de gloria, en el momento de la Asunción. Ahora bien, esta corona de luz y de gloria, la obtiene la Virgen luego de participar, espiritualmente, de la corona espinas de su Hijo Jesús, aquí en la tierra. La Virgen nunca llevó materialmente una corona de espinas, pero sí de modo espiritual y místico, porque cuando coronaron a su Hijo Jesús, Ella sintió las punzadas y los dolores de la corona de espinas de Jesús, con igual intensidad como las sintió Jesús. Y puesto que esas espinas representan la materialización de los pecados –los malos pensamientos, los pensamientos blasfemos, de ira, de lujuria, de maldad, de venganza, de odio, de rencor, de envidia, los pensamientos malos de cualquier clase que los hombres tienen contra sí mismos o contra sus hermanos-, y puesto que los pecados fueron lavados por la Sangre de Jesús, que empezó a correr de forma abundante, al salir de su Sagrada Cabeza, cuando los soldados romanos lo coronaron de espinas, diciéndole burlescamente: “¡Salve, Rey de los judíos!” (Mc 15, 18; Jn 19, 3), la Virgen, al compartir los dolores de la coronación de espinas de Jesús, compartió también el hecho de ser, estos dolores, salvíficos, porque con estos dolores de su coronación de espinas, Jesús estaba redimiendo todos los pecados de pensamiento de los hombres. 


Así, la Virgen se convertía en Corredentora de los hombres, junto a su Hijo Jesús, al compartir con su Hijo, los dolores salvíficos de la Pasión, aun no sufriendo Ella la Pasión de un modo físico y cruento, sino místico y espiritual, porque estaba unida a su Hijo por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Esto nos hace ver que los pecados de pensamiento, cualesquiera sean –de ira, de venganza, de odio, de lujuria, de rencor, de pereza, etc.-, que tanto placer producen al hombre, o que al hombre le parecen que no le provocan daño-, se traducen y se materializan, de un modo misterioso, en gruesas espinas, las espinas de la corona de Jesús, que mantiene y mantendrá, actualizada, su Pasión, hasta el fin de los tiempos. En otras palabras, los pensamientos pecaminosos, que creemos que, por un lado, no nos hacen daño, y que, por otro, nos provocan placer, en Jesús, se materializan en gruesas espinas, las espinas de su corona, que son las que laceran su cuero cabelludo, provocándole atroces dolores, y haciéndole salir abundantísima Sangre, su Preciosísima Sangre. Esas dolorosísimas heridas, producidas por las espinas, gruesas y filosas de su corona, producto de nuestros pecados, son las que siente la Virgen en su cabeza, y es por eso que la Virgen, de un modo místico y espiritual, comparte la corona de espinas de su Hijo Jesús. Si a Jesús los soldados romanos se le burlan, diciéndole: “¡Salve, Rey de los judíos!”, al tiempo que lo coronan de espinas, también podrían decirle lo mismo a la Virgen: “¡Salve, Reina de los judíos!”, porque Ella siente exactamente los mismos dolores de su Hijo Jesús, aunque no lleve materialmente puesta la corona de espinas.



         La Virgen, entonces, es Reina porque su ascendencia es real y es Reina también porque en la tierra compartió, espiritual y místicamente, la corona de espinas de su Hijo, “Rey de reyes y Señor de señores”, y es por esto que su Hijo, en el cielo, la coronó con la corona de luz y de gloria en los cielos, al recibirla en su Asunción gloriosa en cuerpo y alma. Y puesto que la Virgen es nuestra Madre del cielo, Ella quiere que también nosotros seamos coronados de luz y de gloria, pero para lograr esa corona, también debemos compartir espiritualmente, igual que Ella, la corona de espinas de Jesús -recordemos el caso de Santa Catalina de Siena, a quien Jesús se le apareció, ofreciéndole dos coronas, una de oro y otra de espinas, y ella eligió la corona de espinas-, lo cual quiere decir no solo rechazar cualquier tipo de pensamiento malo, sino pedir la gracia de tener los mismos pensamientos, santos y puros, que tiene Jesús, coronado de espinas, aceptar con amor y fe las humillaciones, pequeñas y grandes, que Dios quiera enviarnos en la vida cotidiana para hacernos participar de la cruz de Jesús y estar dispuestos a perder la vida, antes de consentir siquiera un pecado mortal o venial deliberado. Solo así, compartiendo espiritualmente la corona de espinas del Rey de los cielos y de María Santísima Reina, mereceremos ser coronados de luz y de gloria en la vida eterna.