martes, 16 de julio de 2024

Nuestra Señora del Carmen y el Escapulario que libra del fuego del Infierno eterno

 




          La historia del Escapulario de la Virgen del Carmen comienza el día 16 de julio del año 1251, en el que la Madre de Dios se le apareció a quien en ese momento fuera superior de la Orden de los carmelitas, San Simón Stock. La Santísima Virgen, quien llevaba en una mano al Niño Dios, de corta edad y en la otra el Santo Escapulario, enseñándole éste último, le dijo estas palabras: “El que muera con el escapulario puesto, no padecerá el fuego eterno”, entendiendo, obviamente, por “fuego eterno”, el fuego del infierno. En otras palabras, la Virgen promete que, todo aquel que, llevado por la fe en sus palabras, por el amor a su Hijo Jesucristo, por el amor a su Inmaculado Corazón y por la devoción al Santo Escapulario del Carmen, no se condenará en el fuego del Infierno. Es decir, no promete, a quien use el Escapulario, directamente el Cielo, pero al menos, cierra, con el poder de la Sangre de Cristo y con la fuerza del amor maternal de la Virgen, las tenebrosas Puertas del Infierno, para el que sea devoto del Santo Escapulario y, por amor a la Virgen, lo lleve puesto hasta el último suspiro en esta vida terrena. La Virgen prometió además que Ella acudiría al próximo sábado después de la muerte de quien usara el Santo Escapulario, de modo que si alguien va al Purgatorio, pasará como máximo seis días en él, aunque hay que tener en cuenta que en el Purgatorio un minuto equivalen como a cien años terrestres o más.

         Ahora bien, para valorar más este preciosísimo regalo del cielo que es el Escapulario del Carmen -porque no es un invento de los sacerdotes para que haya más devoción, sino un verdadero regalo de la Virgen y de su Hijo Jesús-, es necesario considerar de qué es aquello de lo que nos salva el Escapulario, y es principalmente, del fuego del Infierno. Por este motivo es necesario considerar, al menos brevemente, en esta espantosa realidad, que es eterna, que dura para siempre y que lamentablemente, como dicen los santos, cuando los predicadores hablan de él, es igual a nada, porque el hablar del Infierno no se compara en nada en cuanto a su realidad. Sin embargo, por poco que sea, debemos hablar del Infierno, cuyas Puertas son cerradas por el Santo Escapulario del Carmen y al pensar en el Infierno, cuando pensamos en su terrible y pavorosa realidad, cuando pensamos aunque sea por un instante en los horrores inimaginables de los abismos insondables de ese lago de fuego interminable que es el Infierno, en las torturas atroces que sufren los condenados por parte de los Demonios, en los dolores insoportables producidos por el fuego que nunca jamás se habrá de apagar y que provoca ardor inaguantable tanto en el alma como en el cuerpo; cuando pensamos que además del dolor insoportable, invade a los condenados el espanto, el terror, el horror, que es imposible de describir, porque la vista de los demonios y del mismo Lucifer es tan espantosa y horrorosa que hace que el alma estalle en alaridos no solo de dolor, sino de espanto y de terror, tratando de escapar de su horrorosa visión pero en vano, sin poder escapar nunca jamás de la presencia de los ángeles del Infierno sufriendo para siempre tanto el dolor como el horror; cuando pensamos en el terror espantoso que los condenados sufren al ver cara a cara no solo a los demonios y a los otros condenados sino al mismo Satanás, la Serpiente Antigua, que provoca un espanto de muerte con solo intuir su presencia y que en el Infierno no se puede escapar de él para siempre; cuando nos damos cuenta que todos estos horrores espantosos no son solo sino el comienzo del comienzo y que nunca jamás tendrán fin, y que solo por llevar el Santo Escapulario de la Santísima Virgen del Carmen y por la infinita Misericordia Divina de su Divino Hijo Jesús habremos de salvarnos, no podemos sino postrarnos de rodillas y con la frente en el suelo dar gracias por su infinita misericordia por su infinito amor, porque quien desea llevar el Santo Escapulario, es porque ha sido elegido por la Virgen para que lo lleve; quien desea llevar el Santo Escapulario del Carmen, es un hijo que ha respondido al llamado amoroso de la Madre de Dios que ha elegido a su hijo para vestirlo con su hábito carmelita, como un signo de predestinación eterna, como un signo de salvación eterna, como un signo de que Ella lo ha elegido para ser salvado, ya desde aquí en la tierra, para no ser condenado en lago del fuego, sino para gozar sin fin en las mansiones eternas de Dios en el Reino de los cielos.

Por último, el uso del Escapulario implica llevar una vida cristiana, lo cual quiere decir hacer el propósito de luchar por una verdadera conversión del corazón a Jesucristo, de frecuentar los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía, de observar los Diez Mandamientos, de observar los Mandamientos de Jesús en el Evangelio, los Preceptos de la Iglesia, las Obras de caridad. Solo así, al fin de nuestras vidas, y con el Santo Escapulario y por la infinita Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, salvaremos nuestras almas y las de nuestros seres queridos.


martes, 30 de abril de 2024

La santificación personal, fin y medio de la Legión

 



         Con respecto a cuál sea el fin y el medio de la Legión para los legionarios, dice así el Manual: “La santificación personal no es sólo el fin que pretende alcanzar la Legión, sino también su principal medio de acción”[1]. Esto nos lleva a preguntarnos qué es la santidad, porque para la Legión es algo esencial: es el medio a través del cual actúan sus miembros y al mismo tiempo, es el fin. ¿Qué es entonces la santidad? Podríamos comenzar diciendo primero qué es lo que “no es” la santidad: la santidad no es algo que surja de la naturaleza humana o angélica; la santidad no le pertenece al hombre; la santidad no surge por acciones buenas que pueda hacer el hombre; ningún ser humano ni tampoco angélico, pueden ser santos por sí mismos, porque sus naturalezas -la naturaleza humana y la angélica- no son santas en sí mismas.

         Antes de responder directamente a la pregunta, veamos qué significa la santidad en términos de la Sagrada Escritura: en las Escrituras, la santidad engloba los conceptos de sagrado y puro, pero los desborda; está reservada a Dios, que es Inaccesible, aunque esta santidad se comunica a las creaturas, que así se convierten en santas”. Entonces, una primera noción es que la santidad es algo de Dios, algo sagrado y puro; no es de las creaturas, por eso las creaturas no son santas en sí mismas, sino luego de que Dios les participe su santidad. En la raíz semítica de la palabra “santo”, se significa algo que está “cortado, separado” y esto es porque las cosas profanas deben estar separadas de lo sagrado. Esto lo vemos en los templos católicos: no se pueden desarrollar actividades mundanas dentro de un templo sagrado, que está separado del mundo, dedicado al culto de Dios. La contemplación de la santidad divina provoca un estado de fascinación y de admiración, que hace que el hombre experimente la inmensa majestad de Dios. Además de ser algo sagrado, separado de lo profano, la santidad en la Biblia consiste en la auto-revelación de Dios, de quien proviene toda santidad. Para la Escritura, la santidad consiste en el misterio de Dios y su comunicación a los hombres. Esta santidad de Dios se comunica a los hombres por el Espíritu Santo, “el Amor que es Dios mismo” (Jn 4, 18) que, al ser comunicado a la creatura -el hombre- triunfa sobre el pecado, convirtiendo al hombre de pecador en santo.

         Según la definición teológica de santidad, es “la nobleza sin igual de la bondad divina”. Esto quiere decir que una persona o un ángel pueden ser buenos, pero no santos, porque no poseen por sí mismos la bondad divina; sólo cuando Dios les comunica de su bondad, entonces sí pueden ser santos. Dentro de la Trinidad, la santidad es la nota característica del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad; es el Amor que el Padre comunica al Hijo y el Hijo al Padre y así el Padre y el Hijo están unidos en el Amor divino, el Espíritu Santo[2]. En Adán, la santidad era la santidad divina infundida por el Espíritu Santo, como corresponde a la dignidad de un hijo de Dios.

         Esto nos permite entender lo que dice el Manual respecto a la santificación personal: “La Legión de María se vale -como medio para sus fines- del servicio personal activado por el influjo del Espíritu Santo; es decir, teniendo por móvil a la gracia divina -que se comunica por los sacramentos- y por último fin la gloria de Dios y la salvación de los hombres”. La santidad, en la Legión de María, se corresponde con el concepto de la Escritura y con la definición teológica: es comunicación del Espíritu Santo a sus miembros por medio de la gracia, los cuales actúan así como medios, para lograr el fin, que es la gloria de Dios y la salvación de los hombres. En definitiva, un legionario no puede ser santo si se aparta de los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía y su fin debe ser acercar a su prójimo a estos mismos sacramentos.



[1] Cfr. Manual del Legionario, XI, 1.

[2] Cfr. Mathias Joseph Scheeben, El misterio del cristianismo, Editorial Herder, Barcelona 1956, 226.


viernes, 5 de abril de 2024

Ceremonia del ACIES

 



El ACIES es una voz latina que significa un ejército en orden de batalla, designa con propiedad aquella ceremonia en donde se reúnen los Legionarios de María para renovar su homenaje a la Reina de la Legión, y para recibir de Ella fuerza y bendición para otro año más de lucha contra las huestes del mal. El Acies es un acto solemne, público, anual, en el que los legionarios se consagran, individual y colectivamente, a la Virgen el día 25 de marzo o en una fecha cercana a ésa.

Como dijimos, el Acies indica a un ejército en orden de batalla, designa la ceremonia en la que los legionarios se reúnen para renovar su homenaje a la Reina de la Legión y a la vez, para recibir de la Virgen su fuerza y su bendición para otro año más de lucha contra las fuerzas del mal, contra las fuerzas del Infierno, que no descansan en su intento de destruir a la Iglesia y a la humanidad.

El Acies se diferencia del Praesidium en que el primero, el Acies, representa a toda la Legión congregada en formación; el segundo, el Praesidium, representa a la Legión pero repartida o dividida en diversas banderas, entregada cada cual a su propio campo de operaciones.

Debido a que el Acies es el gran acto central del año para la Legión, es necesario subrayar la importancia de que acudan todos los socios, puesto que todos deben prestar juramento a la Virgen y todos deben recibir de la Virgen su fuerza y su asistencia para la lucha contra el mal en el año que se inicia. La idea fundamental de la Legión es que se trabaja en unión con María, su Reina y bajo su mando. El Acies es una declaración solemne de dicha unión y dependencia; es la renovación individual y colectiva de la declaración legionaria de lealtad. Si algún legionario, pudiendo acudir, no lo hace, da a entender que tiene muy poco del espíritu de la Legión y que poco o nada participa de la Legión.

El procedimiento es el siguiente:

La Legión se reúne en una iglesia, en donde se coloca una imagen de la Virgen Inmaculada, adornada de flores y luces y delante de ella el vexillum de la Legión. Inicia con un himno y con las oraciones iniciales de la Legión, incluyendo el Rosario. Luego, el sacerdote explica el significado del acto de consagración que se va a hacer; después se inicia la procesión hacia la imagen de la Virgen, de dos en dos si son muchos los legionarios. Al llegar al vexillum, cada par se detiene, coloca su mano en el asta del mismo y pronuncia en voz alta, como acto de consagración individual, estas palabras: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es”. Dicho esto, el legionario deja el vexillum, hace una pequeña inclinación de cabeza y se retira. No se debe usar más de un vexillum. Vueltos a sus puestos todos los legionarios, un sacerdote lee en voz alta el acto de consagración a nuestra Señora en nombre de todos los presentes. Después, todos en pie, rezan las oraciones de la catena. Luego sigue, si hay la menor posibilidad, la bendición con el Santísimo y se termina con las oraciones finales de la Legión y el canto de un himno y el Acies.

La fórmula de la consagración: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es”, no debe pronunciarse mecánicamente, sin meditarla. Cada socio debe condensar en ella el más alto grado de comprensión y gratitud profunda. Para ayudarse a conseguirlo debería estudiar la Síntesis Mariana, que resume el papel desempeñado por María en el plan divino de la salvación: “María es el espanto de los poderes infernales. Es terrible como un ejército en orden de batalla (Cant 6, 10), porque sabe desplegar con estrategia su poder, su misericordia y sus oraciones para derrotar al enemigo y para triunfo de sus siervos” (San Alfonso de Ligorio).

domingo, 31 de marzo de 2024

La formación del Legionario

 



         El Manual del Legionario aborda el tema central de la formación del Legionario, formación que es absolutamente necesaria, porque ningún católico laico y mucho menos un Legionario, pueden pensar que basta con la formación recibida en la Catequesis de Primera Comunión y en la Confirmación[1]. El Legionario debe formarse para no caer en el dicho: “Católico ignorante, futuro protestante”.

         Afirma el Manual que muchos piensan que los apóstoles -los laicos que integran una asociación como la Legión- se forman escuchando conferencias y luego estudiando libros de textos. Podríamos decir que esa es una parte en la formación, una parte muy importante, pero de ninguna manera se termina ahí la formación. Según el Manual, y más específicamente para la Legión, la formación “se hace imposible si no va acompañada de trabajo práctico; es más, hablar de apostolado y no practicarlo puede ser contraproducente porque quien realiza apostolado debe estar al corriente de las dificultades que el apostolado implica, pero al mismo tiempo de que es posible realizarlo, a pesar de esas dificultades”. El Manual agrega que si el apostolado no se acompaña de práctica real, la formación producirá laicos que sabrán mucho de teoría pero que en la práctica no realizarán ninguno o casi ninguno de los trabajos apostólicos que se necesitan llevar a cabo.

         Para el Manual, el sistema de formación del legionario se basa en conferencias, sí, pero acompañado de demostración práctica -por ejemplo, se debe estudiar el porqué de la visita a los enfermos, pero también hacer visitas a los enfermos; se debe estudiar el porqué rezar y hacer rezar el Rosario, pero al mismo tiempo, rezar el Rosario dando ejemplo-; de esta manera el aprendiz va avanzando en su aprendizaje a medida que avanza el trabajo apostólico que va realizando. Luego será el turno de que el aprendiz tome a su vez el papel de maestro, para enseñar a los nuevos integrantes. Según el Manual, con este método el practicante de apostolado aprende rápidamente cómo debe hacer su apostolado y luego enseña a los demás.

         La Legión, dice el Manual, se basa en métodos sencillos, diciendo así sus miembros a otras personas: “Vengan y trabajaremos juntos”. A los que aceptan, no los llevan a una escuela, sino que se les ofrece un trabajo que ya esté haciendo uno de ellos, un trabajo que esté a su alcance y una vez dentro de él, aprenden mejor el método de realizarlo y así no tardan en adquirir pericia y maestría.

         El método de la Legión podría resumirse así: la Legión utiliza la cooperación de sus miembros mejor preparados y si bien no insiste demasiado en la importancia extrema del estudio -que sí la tiene-, se ingenia en todo lo posible para capacitar y adaptar a cada uno para su apostolado particular; la finalidad principal de la Legión es proporcionar una estructura desde la cual el aprendiz pueda participar y aportar de sí mismo, al mismo tiempo que va adquiriendo experiencia en su apostolado específico. Es como si le dijera: “Ven, deposita tu talento y nosotros te enseñaremos a desarrollarlo y a usarlo, a través de María, para la gloria de Dios”. La Legión, según un antiguo director espiritual de la Legión, “es tanto para los humildes y menos privilegiados, como para los más doctos”.



[1] Cfr. Manual del Legionario, Formación a base del sistema de maestro y aprendiz, 10, 7.

Solemnidad de Santa María junto a la Cruz

 



         La Iglesia celebra solemnemente la Presencia de Santa María junto a la Cruz. En el día de la crucifixión, el Viernes Santo, la Santísima Virgen María permaneció de pie junto a la Cruz, desde el momento mismo de la crucifixión, hasta la Muerte y Descenso de la Cruz de su Hijo Jesús. Una primera razón por la cual la Virgen se encuentra al pie de la Cruz es por su condición de Madre: como toda madre que ama a su hijo, que al encontrarse su hijo en peligro de muerte se acerca a él para estar cerca de quien más ama, así la Virgen, pero en un grado infinitamente más grande, porque la Virgen, la Madre de Jesús, ama a su Hijo con un amor infinito, porque infinita es la capacidad de amor de su Inmaculado Corazón. Si una madre, movida por su amor maternal, acude al lugar en donde su hijo se encuentra en peligro y si no puede ayudarlo, al menos lo conforta con su presencia maternal, aliviando así sus dolores, su tristeza, su agonía y su muerte, de la misma manera, pero movida por un amor infinitamente más grande y puro, lo hace la Virgen María, acompañando a su Hijo Jesús a lo largo de todo el Via Crucis e incluso durante toda la crucifixión. Mientras todos los discípulos y amigos lo abandonan -los Apóstoles son los primeros en correr en el Huerto de los Olivos- y aun cuando parece que hasta el mismo Dios Padre abandona a Jesús, aunque en realidad no lo haya hecho nunca, según se desprenden de las palabras del mismo Jesús –“Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”-, la Única que no lo abandona y permanece de pie junto a la Cruz, es su Madre, la Santísima Virgen y esto porque es el Amor de su Inmaculado Corazón el que la mantiene firme en el suelo, de pie junto a la Cruz de Jesús, para aliviar sus dolores, su dolorosa agonía, su muerte cruenta en el Calvario.

Pero la presencia de la Virgen al lado de la Cruz no se debe solamente a su amor maternal, al infinito amor de su Inmaculado Corazón; o mejor aun, debido a su infinito amor, la presencia de la Virgen no solo acompaña a su Hijo en su agonía y muerte redentoras, sino que lo acompaña, participando real y místicamente de la Pasión y Muerte de Jesús. Puesto que la Virgen no puede separarse de su Hijo debido a ese hilo invisible de oro puro que es el Amor de Dios, que une a los Sagrados Corazones de Jesús y María, la Virgen se encuentra de pie junto a Jesús, no solo acompañando con su Amor, sino participando de su dolor redentor, participando de las penas y amarguras de su Hijo, sufriendo mística pero realmente en su Alma y en su Corazón lo que su Hijo sufre en su Cuerpo y por esta razón la Virgen es Corredentora, porque al participar del sufrimiento redentor de su Hijo Jesús, la Virgen también, con su dolor, con sus penas, con su amargura, todas participadas de su Hijo Jesús, salva almas a cada latido de su Inmaculado Corazón.

         Puesto que entonces la Virgen no solo consuela a Jesús, sino que también salva nuestras almas, nosotros, como hijos de la Virgen y movidos por el arrepentimiento y por el amor a nuestra Madre del Cielo, le decimos a la Virgen que queremos quedarnos con Ella, para aliviar sus penas y dolores, para participar de su amargura, de su dolor corredentor, convirtiéndonos también nosotros en corredentores de los hombres, al unir nuestro amor y dolor al amor y al dolor Corredentor de la Virgen.


martes, 27 de febrero de 2024

El Sacerdote y la Legión

 



         ¿Cómo evangeliza la Iglesia? ¿Cómo comenzó la Evangelización? ¿Cómo continuará evangelizando la Iglesia hasta el Día del Juicio Final? El Manual del Legionario responde a estas preguntas en el Capítulo X, dedicado a la misión del apostolado seglar. En esta sección, el Manual reflexiona acerca de cómo la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo comenzó su expansión, desde sus inicios, y cómo debe continuar expandiéndose y la forma en que debe hacerlo es mediante el sacerdote ministerial -que debe ser fiel al Sumo y Eterno Sacerdote, al Magisterio, a las Escrituras y a la Tradición de la Iglesia- unido a fieles laicos, los cuales deben estar comprometidos con la causa de la evangelización, es decir, con la difusión del Evangelio en el mundo.

         En efecto, dice así el Manual: “La idea del sacerdote rodeado de personas deseosas de compartir con él sus trabajos está sancionada por el ejemplo supremo de Jesucristo: Jesús se dispuso a convertir al mundo rodeándose de un grupo de elegidos, a quienes instruyó por sí mismo y comunicó su propio espíritu. Los apóstoles tomaron a pecho la lección de su divino Maestro y la pusieron en práctica llamando a todos para que les ayudasen en la conquista de las almas. Dice el Cardenal Pizzardo: “Bien puede ser que los forasteros que llegaron a Roma (Hch 2, 10) y oyeron predicar a los apóstoles el día de Pentecostés, fueran los primeros en anunciar a Jesucristo en Roma, echando así la semilla de la Iglesia Madre, que poco después vinieron a fundar San Pedro y San Pablo de un modo oficial”. Es decir, aquí se encuentra la idea del inicio: sacerdotes ministeriales -San Pedro y San Pablo- predicando y luego, esa misma Buena Noticia, que es escuchada por los seglares, es transmitida oralmente, de persona a persona, iniciando así la propagación del Evangelio, tal como se propaga una mancha de aceite perfumado cuando este se derrama sobre el suelo.

         El Papa Pío XI, en una Alocución, dice así: “Lo cierto es que la primera difusión del cristianismo en Roma misma fue obra del apostolado seglar. ¿Cómo pudo ser de otra manera? ¿Qué hubiesen logrado los doce, perdidos como estaban en las inmensidades del mundo, de no haber convocado a hombres y mujeres, a ancianos y jóvenes, diciéndoles: “Llevamos aquí un tesoro celestial, ayudadnos a repartirlo?”. Entonces el Papa Pío XI también desarrolla la misma idea: la propagación inicial del Evangelio se dio gracias al apostolado seglar, ya que sin esta colaboración de los laicos, la tarea se habría dificultado mucho.

         El Manual cita luego el ejemplo de otro Papa, dice, “para demostrar contundentemente que el ejemplo de Nuestro Señor y de los apóstoles respecto de la conversión del mundo es la pauta o modelo que ha dado Dios a todos los sacerdotes -alter Christus-, para que ellos obren de igual manera en el limitado campo de acción de cada cual, ya sea parroquia o distrito, ya sea una obra especializada”. Luego el manual cita el siguiente diálogo en el que interviene el Papa San Pío X ante un grupo de cardenales. El Papa les pregunta: “-¿Qué os parece lo más urgente hoy para salvar a la sociedad?” -Edificar escuelas, contestó uno. -No, contestó el Papa. -Multiplicar las iglesias, dijo otro. -Tampoco. -Reclutar más clero. -Ni siquiera eso, dijo el Papa. No. Lo más urgente ahora es tener en cada parroquia un núcleo de seglares virtuosos y, al mismo tiempo, ilustrados, esforzados y verdaderos apóstoles”.

         El Papa San Pío X sostiene la misma idea acerca de qué es lo que se necesita para evangelizar al mundo: a sacerdotes, fieles al Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, y a laicos, los cuales deben ser: virtuosos -esforzarse en la consecución de virtudes y en la lucha de los vicios y pecados propios-; ilustrados -deben formarse permanentemente y profundizar en la propia fe-; esforzados -todo lo contrario a la pereza espiritual y corporal- finalmente, verdaderos apóstoles, lo cual quiere decir, en primera instancia, tener la misma fe de los Apóstoles -el Credo de los Apóstoles- y rezar para tener la asistencia del Espíritu Santo en la tarea evangelizadora. Así es como la Iglesia Católica evangelizó desde sus inicios, así continúa haciéndolo y así continuará hasta el Día del Juicio Final.

jueves, 1 de febrero de 2024

Festividad de la Virgen de la Candelaria

 



En esta fecha se conmemoran dos acontecimientos bíblicos, el primero es la purificación de la Virgen María después del parto virginal y el segundo es la presentación de Jesús al templo de Jerusalén (Lc 2 22-39). Debido a que se celebran estos dos acontecimientos, La fiesta es conocida y celebrada con diversos nombres: la Presentación del Señor, la Purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las Candelas; todos estos nombres expresan el significado de la fiesta. Con respecto a la Virgen, la Fiesta de la Candelaria se originó en España, en las Islas Canarias, en el año 1497, después de encontrar milagrosamente una imagen de la Virgen con esta advocación[1], la Purificación de María y se comenzó a realizar con una procesión de velas o candelas. Con respecto a Jesús, se celebra esta fiesta en memoria de lo que hacían los hebreos para cumplir la prescripción de la Ley del Antiguo Testamento (Lev 12, 1-8), que era la de consagrar al primogénito varón al Señor.

En la Fiesta de la Candelaria -“Candelaria” proviene del latín candela (vela), procedente de candeo (estar candente, encendido, brillar)-, Cristo, la Luz del mundo, es presentado por su Madre en el Templo y con su Luz Divina oculta en su Humanidad Santísima de Niño recién nacido, viene a iluminar a toda la humanidad disipando las tinieblas, así como la vela o la candela -de donde se deriva el nombre de Candelaria- disipa las tinieblas a su alrededor.

Ahora bien, debemos tener en cuenta que la candela representa, por un lado, a la Virgen, porque por el Espíritu Santo que inhabita en Ella, en Ella no hay sombra de pecado ni tinieblas de malicia o de error; por otra parte, la candela representa a Jesucristo: la cera es la humanidad y la luz es su divinidad: Cristo es la Luz Eterna que ilumina al mundo sumergido en tinieblas y sombras de muerte y que procediendo del seno eterno del Padre, ingresa en nuestro mundo a través del Portal de luz eterna que es la Virgen Inmaculada.

Otro aspecto a tener en cuenta es que cuando encendemos las velas, no estamos haciendo un simple ritual conmemorativo: la Iglesia bendice el fuego y las velas y las convierte en sacramentales, es decir, en señales de la presencia bendita de Nuestro Señor Jesucristo en medio de los hombres y como todo sacramental, las velas bendecidas tienen dos funciones principales: alejar al demonio, Príncipe de las tinieblas y hacer que el corazón del hombre desee unirse a los Sagrados Corazones de Jesús y María por la gracia, la fe y el amor. El encender las velas también tiene el siguiente significado espiritual: aun cuando estemos acostumbrados a la luz artificial y a la luz del sol, vivimos en un mundo sumergido en las tinieblas del pecado, en las tinieblas del error y de la herejía y en las tinieblas vivientes, es decir, aunque estemos iluminados con luz eléctrica y luz natural, vivimos rodeados de la presencia de los ángeles caídos; el encender las velas benditas, disipa todas estas tinieblas espirituales, porque como dijimos, representan tanto a la Virgen, que es la Llena del Espíritu Santo y por eso es el Portal de Luz Eterna y porque representan a Jesucristo, Luz Eterna y Lámpara de la Jerusalén celestial. Encender las candelas no es una simple costumbre piadosa, aunque lo sea, es mucho más que eso: es iluminar espiritualmente nuestro mundo y nuestra vida con la luz que proviene de los Sagrados Corazones de Jesús y María y esto es tanto más necesario, cuanto que en nuestros días la oscuridad espiritual es tan densa, tan espesa, tan profunda, que como dice el Padre Pío, si pudiéramos ver a los demonios que nos rodean en todo momento, la luz del sol se oscurecería. Esto sucede en todo el mundo y porque el mundo ha rechazado a Cristo, Luz Eterna, ahora está a punto de caer en una Tercera Guerra que sería devastadora para la humanidad. Que la Luz Eterna, Cristo Nuestro Señor, y que la Virgen de la Candelaria, iluminen nuestras vidas, las de nuestros seres queridos y las de todo el mundo, para que iluminados por esta divina luz, caminemos por los peligros de este mundo hacia el Reino de los cielos, la Jerusalén celestial, en donde no habrá necesidad de ninguna iluminación, porque nuestra Luz será la Luz Eterna de Dios, Cristo Jesús, la Lámpara de la Jerusalén celestial.