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domingo, 14 de agosto de 2016

Solemnidad de la Asunción de María Santísima


         La Asunción gloriosa de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, con lo cual culmina su vida terrena e inicia su vida eterna, está unida estrechamente al resto de los insondables misterios de su vida, que inician con su Concepción Inmaculada, es decir, libre de toda mancha de pecado original, y con su condición de ser la Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo desde el primer instante de su Concepción sin mancha. Es por esto que, para poder apreciar el misterio que significa la Asunción de María, es necesario considerar su condición de Virgen y Madre de Dios, concebida sin la malicia del pecado original y plena de la gracia santificante, en un grado que supera más que la tierra del cielo, a la gracia de todos los ángeles y santos juntos. Esto significa que la Virgen no solo no cometió jamás ni siquiera el más pequeño pecado venial, sino que ni siquiera cometió imperfección alguna, pues lo impedía su alma plena de gracia. Fue esta gracia, que colmaba con una plenitud que superaba infinitamente a la gracia de todos los ángeles y bienaventurados juntos, la que, en el momento de su Dormición –así designa la Iglesia Oriental al pasaje de la Virgen de esta vida a la otra- se derramó sorbe su Cuerpo Purísimo, colmándolo de la gloria en la que su alma ya comenzaba a vivir. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo sucedió la Asunción de la Virgen? En el momento en que debía morir, es decir, cuando ya se había cumplido el tiempo en el que Dios había dispuesto que debía la Virgen pasar de esta vida a la vida eterna, en vez de morir, la Virgen experimentó lo que los orientales llaman “Dormición” y que consiste, precisamente, en un estado en el que parecía estar dormida, pero no muerta. En ese momento fue que la gracia de su alma se derramó sobre su cuerpo y lo glorificó, experimentando el Cuerpo Purísimo de María una transfiguración en todo similar a la Transfiguración de su Hijo Jesús en el Tabor, es decir, su cuerpo comenzó a resplandecer con la luz de la gloria divina. Fue así como la Virgen, con su alma y su cuerpo glorificados, fue asunta al cielo, lo cual quiere decir que en ningún momento, ni experimentó la muerte tal como la experimenta todo su ser humano, y mucho menos sufrió el proceso de rigidez cadavérica y de descomposición orgánica que es propio de todo cadáver, ya que, como vemos, la Virgen nunca murió.

         La Asunción de María Virgen, Nuestra Madre del cielo, glorificada en su cuerpo y alma, es el objetivo y la meta final de todo aquel que se precie de ser hijo de María. Así como María, Nuestra Madre del cielo, fue asunta en cuerpo y alma a los cielos, así también debemos nosotros, sus hijos, a ser glorificados en cuerpo y alma en el Reino de Dios. Para ello, es necesario rechazar de raíz toda forma de pecado e imitar a María Santísima en su pureza, en su castidad, en su vida de gracia y en su adoración y en su amor puro e indiviso a su Hijo Jesús, que para nosotros, está en la Eucaristía.

jueves, 21 de agosto de 2014

Memoria de la Santísima Virgen María, Reina


         La Santísima Virgen María, Madre de Dios, es Reina por derecho propio, porque Ella desciende de una familia real; pero también es reina porque su Hijo la corona en el cielo con una corona de luz y de gloria, en el momento de la Asunción. Ahora bien, esta corona de luz y de gloria, la obtiene la Virgen luego de participar, espiritualmente, de la corona espinas de su Hijo Jesús, aquí en la tierra. La Virgen nunca llevó materialmente una corona de espinas, pero sí de modo espiritual y místico, porque cuando coronaron a su Hijo Jesús, Ella sintió las punzadas y los dolores de la corona de espinas de Jesús, con igual intensidad como las sintió Jesús. Y puesto que esas espinas representan la materialización de los pecados –los malos pensamientos, los pensamientos blasfemos, de ira, de lujuria, de maldad, de venganza, de odio, de rencor, de envidia, los pensamientos malos de cualquier clase que los hombres tienen contra sí mismos o contra sus hermanos-, y puesto que los pecados fueron lavados por la Sangre de Jesús, que empezó a correr de forma abundante, al salir de su Sagrada Cabeza, cuando los soldados romanos lo coronaron de espinas, diciéndole burlescamente: “¡Salve, Rey de los judíos!” (Mc 15, 18; Jn 19, 3), la Virgen, al compartir los dolores de la coronación de espinas de Jesús, compartió también el hecho de ser, estos dolores, salvíficos, porque con estos dolores de su coronación de espinas, Jesús estaba redimiendo todos los pecados de pensamiento de los hombres. 


Así, la Virgen se convertía en Corredentora de los hombres, junto a su Hijo Jesús, al compartir con su Hijo, los dolores salvíficos de la Pasión, aun no sufriendo Ella la Pasión de un modo físico y cruento, sino místico y espiritual, porque estaba unida a su Hijo por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Esto nos hace ver que los pecados de pensamiento, cualesquiera sean –de ira, de venganza, de odio, de lujuria, de rencor, de pereza, etc.-, que tanto placer producen al hombre, o que al hombre le parecen que no le provocan daño-, se traducen y se materializan, de un modo misterioso, en gruesas espinas, las espinas de la corona de Jesús, que mantiene y mantendrá, actualizada, su Pasión, hasta el fin de los tiempos. En otras palabras, los pensamientos pecaminosos, que creemos que, por un lado, no nos hacen daño, y que, por otro, nos provocan placer, en Jesús, se materializan en gruesas espinas, las espinas de su corona, que son las que laceran su cuero cabelludo, provocándole atroces dolores, y haciéndole salir abundantísima Sangre, su Preciosísima Sangre. Esas dolorosísimas heridas, producidas por las espinas, gruesas y filosas de su corona, producto de nuestros pecados, son las que siente la Virgen en su cabeza, y es por eso que la Virgen, de un modo místico y espiritual, comparte la corona de espinas de su Hijo Jesús. Si a Jesús los soldados romanos se le burlan, diciéndole: “¡Salve, Rey de los judíos!”, al tiempo que lo coronan de espinas, también podrían decirle lo mismo a la Virgen: “¡Salve, Reina de los judíos!”, porque Ella siente exactamente los mismos dolores de su Hijo Jesús, aunque no lleve materialmente puesta la corona de espinas.



         La Virgen, entonces, es Reina porque su ascendencia es real y es Reina también porque en la tierra compartió, espiritual y místicamente, la corona de espinas de su Hijo, “Rey de reyes y Señor de señores”, y es por esto que su Hijo, en el cielo, la coronó con la corona de luz y de gloria en los cielos, al recibirla en su Asunción gloriosa en cuerpo y alma. Y puesto que la Virgen es nuestra Madre del cielo, Ella quiere que también nosotros seamos coronados de luz y de gloria, pero para lograr esa corona, también debemos compartir espiritualmente, igual que Ella, la corona de espinas de Jesús -recordemos el caso de Santa Catalina de Siena, a quien Jesús se le apareció, ofreciéndole dos coronas, una de oro y otra de espinas, y ella eligió la corona de espinas-, lo cual quiere decir no solo rechazar cualquier tipo de pensamiento malo, sino pedir la gracia de tener los mismos pensamientos, santos y puros, que tiene Jesús, coronado de espinas, aceptar con amor y fe las humillaciones, pequeñas y grandes, que Dios quiera enviarnos en la vida cotidiana para hacernos participar de la cruz de Jesús y estar dispuestos a perder la vida, antes de consentir siquiera un pecado mortal o venial deliberado. Solo así, compartiendo espiritualmente la corona de espinas del Rey de los cielos y de María Santísima Reina, mereceremos ser coronados de luz y de gloria en la vida eterna. 

martes, 26 de abril de 2011

Oremos con el icono de la Resurrección del Señor

Cristo resucitó,
y de sus llagas
santas y gloriosas
ya no sale sangre,
sino la luz de la gloria
de su Ser divino.


Para orar con el icono de la Resurrección de Cristo debemos remontarnos al Viernes Santo, porque la Resurrección, en la gloria, en la luz y en el esplendor del Día Domingo, no se entiende sin la humillación, el dolor, el oprobio, la oscuridad y la muerte del Viernes Santo. Viernes Santo y Domingo de Gloria forman así dos extremos, unidos por el Sábado de Gloria.

En el Viernes Santo, Cristo muere en el altar de la cruz. Su Cuerpo, herido y lastimado por mil heridas, queda exangüe, sin sangre, porque ha dado hasta la última gota en la cruz. De sus heridas de los pies y de las manos, y de la herida abierta de su Corazón, ha brotado su sangre como de una fuente. Ahora ya no brota más, porque la ha dado toda.

En el momento en el que expira, en el Viernes Santo, se produce un eclipse solar que oscurece toda la tierra. Las tinieblas exteriores son figura de las verdaderas tinieblas, las tinieblas de los hombres, de sus almas, que en su odio deicida han matado a Dios en la cruz. Todo está oscuro en el Viernes Santo, oscuro y en silencio. También en el sepulcro de piedra, excavado en la roca, hay solo silencio y oscuridad. Solo se oye el triste llanto de la Madre de Dios, que llora suavemente la muerte del Hijo de su Amor.

El Viernes Santo y el Sábado Santo anteceden al Domingo de Resurrección, el cual no se explica sin éstos.

Si el Viernes el sol se había eclipsado y las tinieblas habían cubierto toda la tierra, y si el Sábado Santo, todo era oscuridad y silencio en el sepulcro de José de Arimatea, ahora, en el Domingo de Resurrección, todo es luz y alegría, y cantos de júbilo y alabanza de parte de los ángeles.

En el Viernes Santo, cuando Jesús murió en la cruz, el mundo quedó a oscuras, porque se apagó el Sol de justicia, Cristo Jesús; el Sábado Santo, cuando los discípulos, acompañados por María y las santas mujeres, dejaron el cuerpo muerto de Jesús en la losa fría del sepulcro, todo el sepulcro quedó a oscuras, porque la “Luz de luz”, el “Dios de Dios”, se había apagado, y todo estaba en tinieblas. Parecía el triunfo de las tinieblas, porque la gloria de Dios, que es luz, se había ocultado a los hombres, y éstos, en su maldad, creían haber dado muerte a Dios y a su gloria, creían haber apagado para siempre su luz.

Pero en el Domingo de Resurrección todo cambia. Del cuerpo muerto de Jesús, tendido sobre la piedra del sepulcro, comienza a verse una pequeña luz, a la altura de su corazón; esa luz, que primero tiene la intensidad de una pequeña candela, se va haciendo cada vez más y más intensa; aumenta su intensidad, y a la vez que ésta aumenta, se esparce, desde el corazón a todo el cuerpo de Jesús, inundándolo de luz; la luz se hace más intensa, tan intensa, que parece un sol, dos soles, mil soles juntos; se hace tan intensa, que ya no hay nada creado que se pueda comparar a esta luz; Jesús abre los ojos; de sus heridas del corazón, de sus manos y pies, todavía abiertas, surge, no ya la sangre del Calvario, sino la luz de la gloria de Dios; todo su cuerpo está inundado de la luz divina, que es la gloria de Dios, de una luz que surge de su propio Ser divino; su cuerpo, así glorificado y luminoso, atraviesa la sábana mortuoria, dejando impresa, por la luz y por el fuego, su imagen, y convierte la mortaja en el Santo Sudario; a partir de la Resurrección de Jesús, la mortaja, la tela que envolvía a un muerto, a un cadáver, será ahora la Sábana Santa, el testigo vivo de la Resurrección del Señor.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La Dormición

Icono de La Dormición
de la Madre de Dios

Este hermoso icono, perteneciente a Teófanes de Creta, del año 1546, se encuentra en el Monasterio Stavronikita, en el Monte Athos, Grecia. ¿Cómo podemos rezar con este icono? Considerando sus imágenes, las cuales nos revelan el misterio de lo que se conoce como “La Dormición”, que es el misterio de la Virgen previo al de su Asunción gloriosa, en cuerpo y alma, a los cielos. Algo que debemos considerar, antes de continuar con la meditación, es que este icono también podría llamarse “de la Asunción” de la Virgen, porque la Dormición es el estado inmediato anterior a la Asunción.
Aunque para este icono no hay textos bíblicos que reflejen en la palabra lo que muestra la imagen, sí se pueden usar textos como el Cántico de la Virgen, el Magnificat, o algunos textos del Cantar de los cantares, pero en realidad, de donde toma la iconografía la fuente de su inspiración, es en las antiguas narraciones del “Tránsito” de la Virgen María.
Pasando ya al icono, podemos analizarlo para ver cómo podemos orar con él. Lo primero que podemos advertir, es que se divide en algo así como en dos “tiempos”, si lo analizamos desde abajo hacia arriba.
En un primer plano, hacia el centro y abajo del icono, encontramos a la Madre de Dios en su Dormición, revestida de su manto púrpura y con las tres estrellas que indican el misterio de la Santísima Trinidad. La Virgen descansa sobre un lecho, y aquí recurrimos a la Tradición para interpretar su significado: la Virgen no murió, sino que se durmió. Alrededor de la Virgen, se encuentran ángeles con incienso –están esperando que la Virgen se despierte, glorificada, para honrarla y venerarla, puesto que Ella es la Reina de los ángeles-; los Apóstoles, reunidos a su alrededor, con la mirada dirigida hacia la Virgen, y luego una representación de padres y obispos de la Iglesia oriental. Se encuentran también presenciando la escena Pedro, Pablo, Juan y Tomás, y algunos obispos y personajes con fama de santidad, como Dionisio el Areopagita, Hieroteo y Timoteo.
En otro nivel, siempre en el centro, aparece otro elemento del misterio, que explica todo el icono, y por el cual el misterio de la Dormición de la Virgen adquiere todo su esplendor y significado, y es la Presencia de Cristo, resucitado y glorioso.
La particularidad es que aquí Cristo aparece portando en sus brazos a una criatura vestida de blanco. Más precisamente, es una niña envuelta en pañales. ¿Qué significa esto? Jesús, el Señor, el Hijo de María, recibe a la Virgen, cuya alma es como la de un niño, por su pureza, su humildad y su sencillez, y está vestida de blanco, el color de la divinidad, para indicar la condición de Llena de gracia de la Virgen.
Hay en esta escena de Cristo con la niña un misterio que une a este icono con los otros iconos de la Madre de Dios: si en el resto de los iconos es la Virgen la que lleva en sus brazos a Dios Niño, aquí es Cristo, el Hijo de María, quien lleva en sus brazos a su Madre, la Virgen Niña. En la Virgen Madre que lleva en sus brazos al Hijo de Dios encarnado, puede verse a la tierra, o a la humanidad, que reciben con amor a la divinidad; en el icono de la Dormición, Cristo Dios llevando en sus brazos a la Virgen Niña, significa a la divinidad que, en el cielo, recibe a la humanidad.
En otros iconos, la escena de la Dormición se continúa con la Asunción de la Virgen, en triunfo y gloria, en paralelismo a la Ascensión del Señor.
Otro aspecto que podemos considerar en este icono, y con el cual podemos también rezar, es la presencia de la Iglesia, simbolizada en los edificios ubicados hacia los costados y hacia el fondo. La Iglesia tiene una estrecha relación con la Dormición de la Virgen, debido a que María es icono de la Iglesia. La Virgen fue glorificada en cuerpo y alma, y como la Iglesia se contempla en la Virgen, ella también espera ser glorificada.
María icono de la Iglesia
María es el icono de la iglesia. A su alrededor, en el símbolo de la iglesia madre de Sión (el lugar de la dormición de la Virgen en Jerusalén) se concentra la iglesia apostólica. También está presente la Jerusalén celestial, la Iglesia del cielo, por medio de los ángeles. La presencia de la Iglesia no es arbitraria ni está por casualidad: la Madre de Dios es modelo de la Iglesia, y por lo tanto, lo que sucede en Ella, ha de suceder también en la Iglesia: así como María fue glorificada y Asunta a los cielos, así sucederá con la Iglesia.
El nombre del icono: “La Dormición”
Analizado el icono en sí mismo, ahora podemos detenernos en el nombre, “Dormición”, en su significado, y en su relación con la Iglesia y con nosotros, de manera que podamos tener más material para rezar y meditar.
Ante todo, hay que tener presente que la fiesta de la Asunción toma diversos nombres: “Dormición”, “Tránsito glorioso”, “Tránsito de la Virgen” y, finalmente, “Asunción”, y ya veremos cuál es el motivo.
La Iglesia celebra y festeja el día en el que la Madre de Dios pasó de esta vida terrena a la vida celestial. Forma parte de la Tradición de la Iglesia Católica que la Virgen María no experimentó la muerte, sino que fue glorificada luego de atravesar un proceso conocido como “Dormición”: en el momento en que debía pasar de esta vida a la otra, es decir, cuando llegó el momento en que su cuerpo debía ser glorificado, la Virgen no murió, sino que se durmió, y así, estando dormida, su cuerpo comenzó a ser glorificado, a ser invadido por la luz y por la gracia divina, y a pasar del estado de corporeidad material, al estado de corporeidad espiritualizada, propio de los cuerpos resucitados.
La Madre de Dios no podía nunca morir, puesto que la muerte es una consecuencia del pecado original, y si bien luego de la redención de Jesucristo, la muerte en Cristo se convierte en sacrificio grato a Dios, la Virgen nunca experimentó el proceso de la muerte, porque nunca tuvo pecado original. La Asunción de María es un misterio que se inicia en el misterio de su Inmaculada Concepción, y en el misterio de ser Ella la Llena de gracia: su alma, creada por Dios sin la mancha de pecado original, no sólo era Purísima, sino que además estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción. La Virgen es la “Mujer revestida de sol”, descripta por el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (12, 1): el sol que ilumina y reviste con su luz a la Mujer del Apocalipsis, la Virgen, es Dios con su gloria, que reviste a la Virgen con su gracia desde el primer momento de su Concepción.
Es por eso que la glorificación de su cuerpo, en el momento de la Asunción, es simplemente la consecuencia lógica y sobrenatural de su sobrenatural concepción y condición de ser la Madre de Dios. El dogma de la Asunción no es, de ninguna manera, un dogma anexado en modo externo, como si fuera ajeno a su Concepción en estado de gracia: es simplemente el desenvolverse de su condición de Inmaculada Concepción, y lo mismo debe decirse de la Dormición.
En otras palabras, Inmaculada Concepción, Llena de gracia, Dormición y Asunción, son distintas etapas o fases de la vida de la Madre de Dios. La Dormición, que precede a la Asunción, viene al puesto de la muerte, porque la Virgen nunca murió, al no tener pecado mortal: en lugar de morir, la Virgen se duerme, y es en ese momento en donde comienza el proceso de glorificación de su cuerpo. ¿Cómo fue ese momento, el de la Dormición y el de la glorificación, previos a la Asunción? Al dormirse, el cuerpo de la Virgen es glorificado por la gracia que, de su alma, se derrama sobre él, llenándolo de la luz, de la gloria, de la vida divina. El alma de la Virgen estuvo, desde el primer instante de su Concepción, llena de la gracia divina, e inhabitada por el Espíritu Santo, y por lo tanto, iluminada con la luz de Dios; al momento de dormirse la Virgen, esa misma gracia, que llenaba su alma de un modo desbordante, se derrama sobre su cuerpo, comunicándole de la gloria y de la gracia que su alma gozaba desde su creación, y así su cuerpo hace visible la gloria divina, transfigurándose en luz, tal como se transfiguró el cuerpo sacratísimo de Jesús en el Monte Tabor.
Con la glorificación, la materialidad del cuerpo se vuelve “materia espiritual”, por lo que el cuerpo comienza a participar de las propiedades del alma glorificada, ya que él mismo es materia espiritualizada y glorificada. Como una tenue luz primero, como una luz intensa después, el cuerpo de la Virgen comenzó a experimentar la glorificación, hasta convertirse en el cuerpo glorificado propio de aquellos que han resucitado. En ese estado, con su cuerpo glorificado, es que la Virgen ascendió a los cielos.
La Virgen María es modelo de la Iglesia, por lo que lo que sucede en Ella sucede luego en los miembros de la Iglesia, los bautizados, y es por esto que, así como Ella fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, así los cristianos, también seremos llevados al cielo en cuerpo y alma.
Pero antes de ser llevados en cuerpo y alma al cielo, como la Virgen, debido a que somos la Iglesia, y la Iglesia reproduce lo que le sucede a María, también pasaremos por lo que pasó María antes de ir al cielo, como el ser perseguida por el demonio, que busca devorar a su Hijo, según el relato del Apocalipsis: “Y apareció en el cielo otro signo: un enorme dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema (12, 3) (…) El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto naciera. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto (…) se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón (…) Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón” (12, 14-16).
La persecución del demonio al Hijo de María se continúa en los hijos de la Iglesia: “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12, 17).
Y no debemos pensar que esto es una figura alegórica, o es algo que sucedió en el pasado y no vuelve más: el demonio hace la guerra a los hijos de la Iglesia hoy, en la actualidad, y lo hace por medio de la Nueva Era, o Conspiración de Acuario, secta luciferina cuyo propósito declarado es el de hacer desaparecer al cristianismo y reemplazarlo por una religión mundial anticristiana y neo-pagana. Eso explica el auge de la brujería, del ocultismo, de la hechicería, en continentes enteros, como Europa y América, y es lo que explica el éxito mundial de libros y películas como Harry Potter.
El demonio persigue a los hijos de la Iglesia, los hijos de María, pero deben hacer los hijos como hace la Madre: a la Mujer del Apocalipsis le son dadas alas para escapar del dragón, y la Mujer, que es la Virgen, se refugia en el desierto, escapando del dragón: las alas representan la gracia, y el desierto la oración, y así debe hacer el bautizado en tiempos de oscuridad: vivir en gracia y vivir en oración, y así se asegurará el camino al cielo; por la gracia y por la oración, el cristiano se asegura el ser llevado al cielo, junto a su Madre, la Virgen, y junto a Jesús, el Cordero.