Bernardita
Soubirous, testigo excepcional de una de las más grandiosas apariciones de la
Virgen, las apariciones en Loudes, Francia, describe, de primera mano, su
encuentro privilegiado con la Madre de Dios. Bernardita, sin saber que era la
Virgen, en una de las primeras apariciones, le preguntó: “¿Quieres decirme quién
eres? Te lo suplico, Señora Mía”. A continuación, y según su relato, la Virgen
separó y elevó sus manos, poniéndolas a la altura del pecho, en señal de
oración. La crónica de los hechos dice así: “Entonces la Señora apartó su vista
de Bernardita, separó y levantó sus manos, poniéndolas en posición de oración delante
del pecho y, más resplandeciente que la luz del sol, dirigida la vista al cielo
dijo: “Yo Soy la Inmaculada Concepción”.
Ahora
bien, si consideramos que esta aparición es excepcional y que Bernardita tuvo
un privilegio único, que la convierte en una de las santas más afortunadas de
la Iglesia, debemos sin embargo considerar que también nosotros somos testigos
y partícipes de un hecho excepcional, que nos convierte en los seres más
afortunados del mundo: por el misterio de la liturgia eucarística, no se nos
aparece la Virgen para decirnos “Yo Soy la Inmaculada Concepción”, pero, por la
gracia de la cual Ella es Mediadora, por la Eucaristía, ingresa en nuestras
almas Jesucristo, Quien nos dice: “Yo Soy el que Soy”, esto es, el Nombre
propio de Dios. Y no lo pronuncia en una oscura y recóndita gruta, como en el
caso de la Virgen a Bernardita, sino que pronuncia el Nombre de Dios en lo más
recóndito de nuestro oscuro corazón y así como la Virgen iluminó la cueva de
Lourdes con la luz de la gloria de Dios, así Jesús, al entrar en nosotros por
la comunión, ilumina la oscuridad y las tinieblas de nuestras almas.
Por
esto mismo, si consideramos a Bernardita Soubirous como una de las santas más
afortunadas de la historia de la Iglesia porque se le apareció la Virgen de
Lourdes, también nosotros nos podemos considerar como los seres más afortunados
del mundo, porque recibimos a Jesús, el Hijo de la Virgen, por la Eucaristía.
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