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domingo, 27 de diciembre de 2020

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 



(Ciclo B – 2021)

         Al inicio del año civil, la Iglesia coloca esta solemnidad de la Madre de Dios y podríamos preguntarnos si es por mera casualidad o si existe alguna intencionalidad en esta fecha. Ante todo, debemos decir que no es casualidad, es decir, la Iglesia quiere, explícitamente, que la Virgen Santísima sea venerada de modo particular y solemne en su advocación de “Madre de Dios”. La razón por la que la Iglesia quiere venerar a la Virgen como "Madre de Dios", la podemos encontrar en el hecho que da origen a su título de “Madre de Dios”, esto es, la Encarnación y el Nacimiento del Verbo de Dios, del Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Como dice Santo Tomás, una mujer se llama “madre” cuando da a luz una persona; en el caso de la Virgen, Ella da a luz a una persona, pero no a una persona humana, sino divina, a la Segunda Persona de la Trinidad, que se ha encarnado, es decir, ha unido a Sí, en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo, a la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Entonces, por haber dado a luz a una Persona Divina, la Persona del Hijo de Dios, la Sabiduría divina encarnada, es que la Virgen es llamada “Madre de Dios”.

         Ésta es la razón de su título de “Madre de Dios” y el porqué de la Iglesia de querer que se honre a la Virgen con este título. La otra pregunta que surge es acerca del motivo por el cual la Santa Madre Iglesia coloca su solemnidad de Madre de Dios al inicio del año civil. La respuesta está también, como dijimos anteriormente, en su condición de ser “Madre de Dios”: su Hijo, el Verbo de Dios es, en cuanto Dios, la Eternidad en Sí misma y así es el Creador –junto con el Padre y el Espíritu Santo- de todo lo visible e invisible, es decir, de todo el universo corpóreo y también del universo invisible, el mundo de los espíritus angélicos. Al ser Dios Eterno, por su Encarnación, por su ingreso en el seno virgen de María Santísima, ingresa este Verbo de Dios en el tiempo y en la historia humanos y con Él ingresa –puesto que Él es la Eternidad en Sí misma, como dijimos-, la eternidad de Dios en el tiempo de los hombres. Esto tiene una importancia capital para la historia de la humanidad, puesto que la divide en un antes y en un después de la Encarnación del Verbo: antes de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas discurrían, por así decirlo, de modo horizontal; luego de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas se dirigen, en sentido vertical, hacia la eternidad de Dios. En otras palabras, por la Encarnación del Verbo, toda la historia de la humanidad –y por lo tanto, la historia personal de cada persona humana- adquiere un nuevo sentido, una nueva dirección y es el sentido y la dirección de la eternidad divina. Dios, que es Eterno y que es el Creador del tiempo, ingresa en el tiempo humano para impregnar al tiempo y a la historia humana de eternidad y para darle un nuevo sentido a este tiempo y a esta historia humana, que es el de encontrarse, al fin de los tiempos, en el Último Día, con la Eternidad de Dios. Si antes de la Encarnación del Verbo la historia humana discurría horizontalmente, sin tener relación directa con Dios, ahora, con la Encarnación del Verbo, con el ingreso de la Eternidad divina en la historia, el tiempo humano toma una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, estando destinada desde entonces a alcanzar su vértice en la unión con la Eternidad divina en el Último Día de la historia humana, el Día del Juicio Final, el Día en el que la historia y el tiempo humanos desaparecerán para dar inicio a la sola Eternidad divina.

         Esto, que parecen sólo disquisiciones teóricas, tiene un efecto directo en la vida personal de cada ser humano: si la historia humana adquiere un nuevo sentido, el sentido de la eternidad divina, entonces la historia y el tiempo personal de cada ser humano también adquiere el mismo sentido, esto es, la unión con la eternidad divina. Es decir, antes de la Encarnación del Verbo, la historia y el tiempo de cada ser humano discurrían de modo horizontal y desembocaban, al final de la vida, inevitablemente, en la eterna perdición; por la Encarnación del Verbo y por los méritos de su Sacrificio en la Cruz, ahora, cada ser humano se dirige, inevitablemente, lo crea o no lo crea, hacia el encuentro con la Eternidad divina, encuentro que se producirá indefectiblemente al final de sus días terrenos, es decir, en el momento de la muerte, por lo que la muerte es sólo el umbral que lo separa de la Eternidad. Otra consecuencia que tiene el ingreso del Verbo en la historia humana es que cada fracción de su tiempo personal –medido en segundos, horas, días, meses, años-, está, por un lado, impregnado de eternidad y por otro, tiene un nuevo sentido, que es la eternidad, lo cual significa que una pequeña obra de misericordia –obra realizada en Cristo y en estado de gracia-, como el dar de beber un vaso de agua a un prójimo sediento, tiene un premio eterno -"No quedará sin recompensa quien dé a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños" (Mt 10, 42)-, como así también una mala obra –realizada en pecado y en contra de Cristo- tiene un castigo eterno. El significado entonces de la Encarnación del Verbo es que convierte, a nuestra vida toda, dándole un destino de eternidad y a cada acto nuestro, un valor de eternidad, sea bueno o sea malo.

         En definitiva, que la Santa Madre Iglesia coloque a la solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, tiene el sentido no sólo de que pongamos en sus manos maternales el año nuevo que inicia, sino que tomemos conciencia de que nuestra vida toda y cada uno de nuestros actos libres personales, tienen un destino de eternidad. Que esa eternidad sea en el dolor o en el gozo, depende de nuestro libre albedrío. Para que nuestra eternidad sea en el gozo de Dios Trinidad, encomendemos el año que inicia, a las manos y el Corazón maternal de la Madre de Dios, para que todos nuestros actos realizados en este nuevo tiempo estén dirigidos a su Hijo Jesús, que es la Eternidad en Sí misma.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios


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(Ciclo C – 2019-2020)
          Guiada por su sabiduría sobrenatural y bi-milenaria, la Santa Madre Iglesia coloca la Solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios en el preciso instante en el que, apenas finalizado el año civil, comienza un nuevo año civil y esto no es una casualidad, sino que está hecho así a propósito, es decir, a sabiendas. En otras palabras, no es una coincidencia de la casualidad que la Iglesia celebre la Solemnidad de Santa María Madre de Dios justo en el momento en el que el mundo, literalmente hablando, deja atrás un año y comienza otro. Un significado es que el tiempo litúrgico penetra y hace partícipe, al tiempo mundano, de la eternidad de Dios, por medio de la solemnidad litúrgica. Esto sucede porque la Iglesia no es indiferente ante la historia humana y por eso está presente incluso cuando los hombres ni siquiera piensan en lo sagrado, como lo es el festejar el paso del tiempo.
          La razón de la presencia de la solemnidad de Santa María Madre de Dios al inicio del año nuevo no es solo que los católicos no mundanicen el tiempo, impregnado de la eternidad de Dios desde la Encarnación del Verbo, sino que además de eso, consagren el tiempo nuevo que se inicia al Inmaculado Corazón de María.
          El evento sobrenatural más grande de la historia humana, la Encarnación del Verbo, hace que el tiempo humano, la historia humana –su pasado, presente y futuro-, que se mide en segundos, horas, días y años, haya quedado “impregnado”, por así decirlo, por la eternidad de Dios, puesto que el Verbo Encarnado es Dios Eterno ingresado en el tiempo, que a partir de la Encarnación hace que las coordenadas tiempo y espacio, en vez de dirigirse “linealmente”, es decir, en sentido horizontal, comiencen una nueva trayectoria, ascendente, hacia la eternidad de Dios.
          La Encarnación del Verbo determina que la historia humana adquiera un nuevo sentido y si antes podía graficarse a esta en sentido lineal y horizontal, a partir de la Encarnación de la Palabra de Dios, puede y debe graficarse en el nuevo sentido que adquiere, el sentido ascendente, porque el tiempo y el espacio quedan, como dijimos, “impregnados” por la eternidad de Dios.
Dios Trino es el Dueño total y absoluto no solo de la humanidad, sino de la historia humana y es por esta razón que se encarna, para dirigir a la historia y a la humanidad hacia sí.
Sólo por este motivo el tiempo –y por añadidura, el festejo de su paso, que es en lo que consiste la celebración del año nuevo-, debería bastar para ser considerado como “sagrado”, porque en absoluto es lo mismo que el Verbo se encarne o no se encarne. Al encarnarse en el seno purísimo de María Virgen, el Verbo de Dios ha hecho partícipe al tiempo y a la historia de su eternidad y su santidad. Con esto bastaría, por lo tanto, para que el hombre, al festejar el paso del tiempo, no lo haga mundana y terrenalmente, sino con un sentido de eternidad: cada segundo que pasa es un segundo menos que nos acerca a la eternidad plena de Dios Trinidad; cada “año nuevo” que el hombre festeja, es un año menos que nos separa del Gran Día, el Día del Juicio Final, el Día en el que el Juez glorioso y supremo, Cristo Jesús, habrá de juzgar a la humanidad para dar a cada uno lo que merece, según sus obras. Lo volvemos a decir: con esto debería bastar para que el hombre no celebre el paso del tiempo de modo pagano y mundano, sino con un sentido cristiano y trascendente, mirando a la eternidad que se aproxima cada vez más.
Ahora bien, la Iglesia le añade otro motivo más para que el festejo del fin de año y de inicio de año esté centrado en Cristo Jesús y el modo por el cual lo hace es colocando la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en el primer segundo del tiempo nuevo que se inicia.
En el mismo segundo en el que el hombre festeja el cambio de año, la Iglesia coloca esta solemnidad para que el hombre consagre, al Inmaculado Corazón de María, el tiempo nuevo que se inicia, para que cada segundo, cada hora, cada día, queden bajo el amparo y la protección de la Madre de Dios.
          Como  dice la Santísima Virgen al Padre Gobbi, muchos cristianos –muchos católicos-, a pesar de vivir en países prósperos y en libertad religiosa, como los países capitalistas –a diferencia de los cristianos perseguidos, aquellos que viven bajo la opresión de regímenes comunistas como Cuba, China, Venezuela, etc.-, a pesar de esta abundancia material, viven sin embargo una “indigencia espiritual, totalmente sumergidos en sus intereses terrenales”[1] y muestra de esta indigencia espiritual, consecuencia de haber dejado de lado al Hombre-Dios Jesucristo, es la forma de festejar, pagana y mundana, el paso del tiempo. De esta manera, estos cristianos –siempre según la Virgen- “cierran conscientemente sus almas a la gran misericordia”[2] del Hijo de la Virgen, el Hombre-Dios Jesucristo.
          La anti-cristiana cosmovisión marxista[3], según la cual el pobre material –el obrero, el asalariado- es el centro de la historia, ha transmitido sus errores a una parte importante de la Iglesia y es así como han surgido teorías y teologías que dejan de lado al Hombre-Dios para colocar en su lugar –impíamente- al hombre, constituyéndolo al hombre en objeto de auto-adoración o de adoración de sí mismo. Según estas teorías, el Reino de Dios sería una impostación mundana, terrena e intra-histórica, sin miras de trascendencia y por supuesto sin su realización en la eternidad. Siguiendo a estas cosmovisiones anti-cristianas, el hombre –más que el hombre, el pobre material- constituiría la salvación, el estado ideal de santidad intra-mundana que no necesita de un Salvador como Jesucristo, ni tampoco de su gracia santificante: la salvación está en salir del estado de pobreza.
          Pero ni el pobre es el centro de la historia, ni la pobreza el objetivo del hombre: la salvación consiste en quitar el pecado del alma por la gracia de Jesucristo y convertir el corazón a Jesús Eucaristía y es para ayudar a esta conversión eucarística que la Iglesia pone, al inicio del año civil, la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, para que el hombre se consagre a su Inmaculado Corazón y deposite en sus manos maternales el tiempo nuevo que se inicia. Iniciemos entonces el nuevo año elevando los ojos del alma a la Madre de Dios y, unidos a Ella por la fe y el amor, encomendemos el año nuevo a su maternal protección, para que, adorando a su Hijo en el tiempo, lo continuemos adorando en la eternidad.




[1] Stefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen, Mensaje del 31 de Diciembre de 1975, última noche del año, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Argentina 1992, 179.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem, 180.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios



(Ciclo A – 2017)

         ¿Por qué razón la Iglesia, con su sabiduría celestial, coloca una de las solemnidades más importantes en el mismo inicio del año civil? ¿Es una coincidencia?
         No, no es una coincidencia; es una solemnidad colocada exprofeso al inicio del año civil, y por una razón muy especial. Para conocer esta razón, debemos profundizar en aquello que celebramos en la solemnidad, y es en la condición de María Virgen como Madre de Dios. Que María sea “Madre de Dios” significa que es, verdaderamente, la Madre de Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, porque aunque el Verbo de Dios procede eternamente del Padre, al venir a nuestro mundo lo hizo por medio de la Encarnación, es decir, asumiendo un cuerpo y un alma humanos y nació de María Virgen, constituyéndose la Virgen, en el mismo momento del Nacimiento, en la Madre de Dios, porque enseña Santo Tomás que se llama “madre” a quien da a luz a una persona, y en este caso, la Virgen dio a luz en el tiempo al Dios Eterno, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad. En otras palabras, si bien Jesús es Dios Eterno y, en cuanto tal, es desde siempre, al venir a este mundo, lo hizo a través de María Santísima, luego de asumir nuestra naturaleza humana, y como es la Segunda Persona de la Trinidad, al nacer como un Niño y al dar a luz María a una Persona, se convirtió así la Virgen, sin dejar de ser Virgen, en la Madre del Dios Eterno, Cristo Jesús.
         Es necesario hacer esta digresión para comprender el porqué de tan grande solemnidad al inicio del año civil: Jesús, el Niño Dios, de quien María es Madre, es Eterno, es su misma eternidad, y al entrar en el tiempo terreno, humano, es decir, al entrar en la historia de la humanidad, todo el tiempo y toda la historia humana –el tiempo y la historia de cada hombre en particular- queda “impregnado”, por así decir, de esta eternidad, de manera tal que el rumbo de la historia humana, luego de la Encarnación del Verbo Eterno de Dios, es esencialmente distinto al rumbo previo a la Encarnación: antes de la Encarnación, el hombre –y lo que le pertenece, el tiempo-, estaba fuera de la eternidad de Dios; luego de la Encarnación, y al asumir el Dios Eterno el tiempo humano, toda la historia humana y la historia personal de cada hombre, adquiere un nuevo rumbo, un nuevo horizonte, un nuevo destino, que antes no lo tenía, y es la eternidad divina.
          Esto quiere decir que, con su Encarnación, Dios Hijo ha santificado nuestra naturaleza humana –menos el pecado- y ha santificado por lo tanto el tiempo humano, haciéndolo partícipe de su eternidad. Desde la Encarnación, todo segundo, todo minuto, toda hora, todo día, todo mes, todo año y todos los años del hombre, de cada hombre, adquieren un nuevo sentido, y es el de dirigirse a la eternidad divina o, mejor, a Dios, que es su misma eternidad.
         Si antes de la Encarnación, cada segundo vivido en esta tierra era un segundo que nos apartaba más de Dios, luego de la Encarnación, cada segundo, si es vivido en la gracia de Dios, es un segundo que nos acerca a la eternidad, a Dios, que es la eternidad en sí misma.
         Y esta es entonces la razón por la cual la Iglesia coloca a esta gran solemnidad de la Madre de Dios al inicio del Año Nuevo civil o secular: para que Ella, por quien vino a nuestro mundo y a nuestro tiempo el Dios Eterno, Cristo Jesús, custodie, bendiga y proteja con su amor maternal y celestial, cada segundo del año que se inicia, para que sea un año vivido, en cada segundo, en cada minuto, en cada hora, en cada día, en gracia y de cara a la eternidad, al encuentro del Dios Eterno, Cristo Jesús, que nos espera al final de nuestro paso por la tierra.

Al iniciar el primer segundo de este nuevo año, consagremos nuestra vida y nuestro tiempo a la Madre de Dios, de manera que sea un verdadero Año Feliz, pero no con la felicidad mundana, sino con la felicidad de saber que, más allá del tiempo, nos espera su Hijo, Cristo Jesús, en la eternidad. La Iglesia coloca esta solemnidad al inicio del año nuevo para que consagremos a María todo el año, para que Ella de cada segundo, para mayor gloria de Dios.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios




         ¿Por qué la Iglesia inicia el año civil con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios? ¿Hay alguna relación entre el tiempo cotidiano –el medido por segundos, minutos, horas- de nuestra existencia terrena, con la Virgen? ¿O se trata de una  mera coincidencia ?
La respuesta es que la Iglesia no coloca esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil, por casualidad, sino que lo hace con la intención de que meditemos acerca de la relación que hay entre nuestro tiempo humano, caracterizado por el correr de los minutos, las horas y los días, y señalado por el calendario civil, con el fruto de sus entrañas, Cristo Jesús. Hay una estrechísima relación entre el año civil que iniciamos cada 1º de enero, con todas sus vicisitudes que le acompañan, y el fruto virginal del seno de María Santísima, Nuestro Señor Jesucristo, porque Jesucristo es Dios eterno, es la eternidad en sí misma, es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino, y como tal, es el Creador del tiempo, el Dueño y el Señor del tiempo, de todo tiempo humano, del tiempo de cada hombre y del tiempo de toda la humanidad, y es por esto que llamamos a Jesucristo "Señor de la historia" en la oración por la Patria: "Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos...". En cuanto Dios eterno nacido en el tiempo, Jesucristo es el Señor del tiempo, es el que dio inicio al tiempo y es el que dará fin al tiempo, en el Día del Juicio Final, para dar comienzo a la eternidad. Él es “el alfa y el omega, el principio y el fin” (Ap 22, 13) de todo tiempo, y al encarnarse en el tiempo en el seno de María Virgen, para luego nacer en Nochebuena, lo que hizo fue hacer partícipe, al tiempo y a la historia humana, de su propia eternidad; al encarnarse y nacer en el tiempo de la historia humana, Jesús, Dios eterno, dio al tiempo y a la historia del hombre un nuevo sentido, una nueva dirección, encaminándolo hacia la eternidad. Al encarnarse y nacer y vivir durante treinta y tres años, Jesús, Dios eterno, impregnó el tiempo humano de su misma eternidad, haciendo que toda la historia humana quede centrada en Él, que es la eternidad en sí misma. A partir de Cristo, toda la historia humana y todo hombre con su tiempo de vida personal, tienen como centro a Jesucristo, y hacia Él tienden, lo quieran o no lo quieran, y tengan fe en Él o no tengan fe en Él, porque Él es, en cuanto Dios eterno encarnado, el centro absoluto de la historia humana y de cada hombre.
         Esto significa que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, de la vida personal del cristiano le pertenece y es propiedad de Jesucristo, porque el tiempo personal de cada ser humano está permeado por la eternidad de Jesucristo, por lo que toda vida humana adquiere sentido y llega a su plenitud si se dirige a la feliz unión con Él, por medio de la fe, del amor y de la gracia sacramental. Quien libre y voluntariamente orienta su vida y su tiempo de vida en la tierra al Hombre-Dios Jesucristo, se encamina a su feliz eternidad, porque el designio de Dios en la Encarnación de su Verbo, es que todo hombre, uniéndose a Cristo en el tiempo, por la gracia, por la fe y por el amor, alcance la eternidad en el Reino de los cielos.
         Por el contrario, quien voluntaria y libremente decide vivir egoístamente su tiempo sin Dios, apartado de Cristo y de su gracia, frustra los planes divinos para su vida y se encamina hacia la eterna infelicidad.
         La Iglesia nos invita a meditar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil no por casualidad sino para que, consagrando a Ella nuestra vida terrena, con todo su tiempo pasado, presente y futuro, nos unamos ya en el tiempo a su Hijo Jesús, como anticipo de la unión en la gloria que por la Misericordia Divina esperamos gozar, por la eternidad, en el Reino de los cielos.

sábado, 1 de enero de 2011

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios


En medio del tiempo de Navidad, y al inicio de un nuevo año en el calendario civil, la Iglesia celebra la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Puesto que la Navidad es también el inicio de un nuevo año, desde el punto de vista litúrgico, nos preguntamos si el colocar la solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, es una coincidencia, o si hay algún otro motivo por el cual la Iglesia celebra a la Madre de Dios justo cuando los hombres dejan atrás un año y comienzan otro.

¿Hay algo que la Iglesia nos quiere decir, al colocar, al inicio del Año nuevo, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, es decir, al unir el comienzo de un nuevo año temporal o terreno con un nuevo año religioso?

Podría ser que sea sólo una coincidencia: ambos están juntos y ambos, coincidentemente, se refieran a inicios o comienzos: comienzo de un año y de un tiempo nuevo en el calendario humano y, al mismo tiempo, comienzo de un tiempo litúrgico nuevo en la Iglesia.

Y si es una coincidencia, entonces la relación entre el “tiempo nuevo” de la sociedad civil, el año nuevo, con el “tiempo nuevo” de la Iglesia, la Solemnidad de la Madre de Dios, es un mero “comenzar juntos”, puesto que la diferencia entre uno y otro es que en uno, es el comienzo de un tiempo profano, y el otro, es el comienzo de un tiempo religioso.

Pero no se trata de un mero “comenzar juntos”, el nuevo año civil con el nuevo año religioso; no se trata de que simplemente uno y otro indican nuevos comienzos, en el plano de lo profano, y en el plano de lo religioso.

La Iglesia quiere darnos un mensaje, y un mensaje sobrenatural, celestial: nos quiere hacer ver que nuestro tiempo, desde la Encarnación del Hijo de Dios, es un tiempo que está penetrado e informado por la eternidad de Dios, al punto tal que todo el tiempo humano, toda la historia de la humanidad, y todo tiempo personal de cada persona humana, se dirige a la eternidad.

El tiempo nuevo que indica la Solemnidad de la Madre de Dios es un tiempo radicalmente distinto al tiempo nuevo del año nuevo de la sociedad civil, porque es un tiempo dominado por la eternidad divina, y como tal, informa, penetra y asume el tiempo del año nuevo civil, para conducirlo a la eternidad de Dios.

El año nuevo de la sociedad civil indica solo un sucederse lineal del tiempo, una sucesión rectilínea sin fin: es uno más entre otros. Por el contrario, el tiempo nuevo de la Iglesia, indicado en la Solemnidad de la Madre de Dios, es un tiempo que tiene una dirección vertical: está penetrado e informado por la eternidad de Dios; por el ingreso del Verbo eterno en el seno virgen de María, ingresa la eternidad en el tiempo y en la historia humanas, y a partir de ese momento, el tiempo humano cambia porque comienza a participar de la eternidad misma de Dios Trino. Comienza el tiempo humano a tener una dirección vertical: el cielo, la eternidad.

Por la encarnación del Hijo de Dios, encarnación que convierte a la Virgen María en la Madre de Dios, el tiempo humano adquiere una nueva dimensión, una nueva perspectiva: se orienta y se dirige a la eternidad. Es por eso que desde el momento en que María se convierte en Madre de Dios por la encarnación del Verbo, desde el momento en que el Verbo ingresa en el tiempo, cada segundo, cada minuto, cada hora de cada existencia humana, de toda existencia humana, aún de aquella considerada inútil para la sociedad materialista y consumista, adquiere un significado nuevo, toma una trascendencia que antes no tenía: un destino de eternidad. El instante en que María Virgen comienza a ser Madre de Dios, por la encarnación del Verbo, señala el inicio de un tiempo nuevo para la humanidad, señala el comienzo de una Nueva Era, la era y el tiempo de los hijos de Dios, llamados a vivir en el tiempo pero destinados a vivir en la eternidad de Dios al fin del tiempo.

Así como por María vino al mundo el Hijo Eterno del Padre, así los hijos adoptivos de Dios, que vivimos en el tiempo, somos conducidos a la eternidad de Dios Padre por Cristo, y quien nos lleva a Cristo es María. Esto quiere decir que María es quien guía nuestro tiempo hacia la eternidad, porque Ella guía nuestros días hacia su Hijo Jesús, que es Dios eterno.

La Virgen, como Madre de Dios, como Madre de la Palabra eterna del Padre, guía nuestro tiempo hacia la eternidad, hacia su Hijo Jesús, que es la eternidad misma, y porque guía nuestro tiempo hacia su Hijo Jesús, es que su figura y su Presencia se ubican al inicio del año civil, al inicio de un nuevo tiempo de nuestras vidas, para que su imagen maternal, y su Presencia como Madre de Dios y Madre nuestra, esté desde el inicio del nuevo tiempo, acompañando todo el año que comienza, para que todo el tiempo, toda la unidad de tiempo que es el año, así como todo el tiempo que dure nuestra vida en la tierra, estén bajo el amoroso manto protector de la Madre de Dios y Madre nuestra.

El motivo entonces por el cual María Madre de Dios está al inicio del año civil, es para que nuestro tiempo sea todo de Cristo Dios, para Cristo Dios, en Cristo Dios; Ella está al inicio del año para que proteger nuestras vidas y llevarlas a su Hijo Jesucristo.

La majestuosa Presencia de la Madre de Dios se encuentra al inicio del año civil, al inicio del nuevo tiempo que se inicia, para que sea Ella quien cubra con su manto amoroso y maternal todos los días del Año Nuevo, para que todo el Año Nuevo sea un Año vivido en Cristo, por Cristo, para Cristo.

Es por esto que la Solemnidad de María, Madre de Dios, recuerda a cada alma el momento en que el tiempo humano comenzó a participar de la eternidad de Dios Trino, pero no solo lo recuerda, sino que le actualiza el destino mismo de trascendencia eterna, al hacer Presente sobre el altar a Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, Dios eterno en Persona.

Celebramos y festejamos el año nuevo civil, pero la celebración y el festejo no adquieren su sentido último y pleno si no tenemos en cuenta el Año Nuevo, el Tiempo Nuevo, la Nueva Era que nos indica la Solemnidad de la Madre de Dios: nuestro tiempo humano tiene destino de eternidad: desemboca en la eternidad por la encarnación del Verbo y de ahí que cada acto nuestro libre y toda nuestra existencia personal, adquiera dimensiones de eternidad.

Al comienzo del año civil, se suelen pedir por cosas buenas pero pasajeras; como hijos de Dios, debemos elevar nuestras miradas a Dios crucificado y pedir a la Madre de Dios algo mucho más importante que la salud, el trabajo, o la armonía social: debemos pedir que nuestros actos y toda nuestra existencia, se orienten a la feliz eternidad de Dios Trino, obrando la misericordia.

Y la Madre de Dios, como anticipándose a nuestro pedido de una feliz eternidad, nos concede, en anticipo, a la feliz eternidad en Persona: su Hijo Jesús en la Eucaristía.